Deus Complex - 07
Capítulo 7: El niño que jugaba con hormigas
¨Mientras nos encontrábamos en aquel bosque, Lawrence nos habló sobre aquellos escasos árboles que sobresalían del resto de la vegetación. Al parecer son una especie única que solo se encuentra en Taured. Han desarrollado una mayor densidad y dureza en su madera debido a la altitud y las condiciones especiales de estos climas. La vida en la meseta los ha hecho más fuertes que las especies de altitudes menores, pero justo eso los llevó al borde de la extinción hace un par de décadas debido a su demanda para la industria. A veces me pregunto si evolucionar, sobrevivir y perfeccionarnos lo suficiente como especie nos podrá exponer ante nuevos peligros que estén fuera de nuestro control y comprensión ̈
-Extracto del diario de Zoe Von Klaast, Domingo 12 de octubre, 1884-
El momento de la verdad había llegado; tal vez no tendría una oportunidad como esa nunca más en su vida. Aquella bestia se encontraba cerca, podía oler su confianza y maldad en el aire. Él conocía muy bien las obras de aquel monstruo, y de cierta extraña manera le parecían respetables. Pero aquel viejo mandamás finamente uniformado estaba determinado a acabar con ese asunto de una vez por todas. Su cabello un poco largo y gris era levemente ondeado por el viento, el cual siempre había sido su mejor aliado en situaciones límites como esa. Sus ojos tan entreabiertos y grises como llenos de sabiduría, y su refinado rostro, propio de algún filósofo de la antigüedad miraban hacia el horizonte; en busca de respuestas a las cuales de seguro los humanos no tenían derecho.
—No todos pueden ser hormigas después de todo —pensó en silencio, mientras sorbía su taza de té mashu con tranquilidad— y también parece que no todos los insectos son tan fáciles de aplastar.
Se encontraba acompañado por varios guardaespaldas y algunas de sus concubinas en el balcón del segundo piso de su residencia personal. En realidad, no era como si alguien como él necesitara quien le protegiera, esas eran meras formalidades propias de los tiempos de relativa paz o crisis pequeñas; donde todos debían tener un trabajo y sentirse útiles, aunque no lo fueran. Al contrario de sus ineficientes subordinados, sus fieles armas siempre habían estado junto a él en tiempos de adversidad. Estas nunca lo habían traicionado a la hora de abrirse paso hacia el nuevo mundo que estaba construyendo con sus propias manos. El número de enemigos a derrotar nunca le importó. Sin embargo, su imagen como líder era sumamente importante; por lo que en las últimas décadas había tenido que cuidarse sobre quien batallaba a su lado y sobrevivía para contarlo. En la época en que ocultaba su identidad aprendió que las personas quedaban anonadadas al presenciar su verdadero poder. Era entendible, no todos habían tenido su suerte, ni su determinación, ni nacieron en sus mismas circunstancias. Él era la culminación de todas sus vivencias, experiencias, triunfos y derrotas. Nadie más podría entenderlo o aceptarlo, y estaba consciente de ello. También aceptaba no ser el único que se había revelado ante el destino; sin embargo, no estaba dispuesto a dejar su trono ante nadie. Sin él y sus antepasados, Taured seguiría siendo un desierto grotesco de gentes blasfemas y sanguinarias, que seguramente habrían acabado con el resto de la humanidad de haber mantenido sus vicios durante más tiempo. Su familia y él cambiaron las vidas de las generaciones futuras para bien, y en ese preciso momento estaba dispuesto a luchar por ellos; o más bien, reclamar lo que era suyo por derecho.
—Si quieren vivir huyan en este mismo instante hacia el ascensor —les dijo a sus acompañantes y guardas— mientras dejaba caer al suelo la taza que llevaba en manos y desenfundaba su peculiar arma.
Esta espada de dos filos era sin duda alguna una obra maestra tanto de la herrería como de la ingeniería. Su construcción y materiales parecían bastante comunes a simple vista, pero un ojo entrenado podía distinguir las formas discretas pero peculiares en el cuerpo de la hoja, la facilidad con la que podía ser blandida en el aire, y en adición a todo esto, el tremendo esfuerzo invertido en brindarle una apariencia tan simple como la cara de un reloj. Y si alguna vez una persona común hubiera tenido la oportunidad de tener semejante artilugio en sus manos, se daría cuenta al instante de que tal arma no fue hecha para ser empuñada por humanos; debido a su inigualable peso y a su exigente centro de balance.
Todos lo volvieron a ver con incredulidad, con enorme sorpresa. Arcturus sabía que si se movía de más o bajaba la guardia sería atacado en un instante.
—¿Qué sucede, su excelencia? —le preguntó uno de ellos.
De repente, algo que en ese momento sólo habría podido ser descrito como una sombra se abalanzó a toda velocidad sobre Arcturus Highlander, “la voluntad de Taured”. El impacto fue tal que derribó el piso bajo ellos, haciendo caer a todos a tierra firme. Solamente él seguía de pie, ya que los demás habían muerto acribillados por los escombros antes siquiera de que el piso se derrumbara. Tal vez hubieran podido salvarse si hubieran actuado justo en el momento en el que él les ordenó.
—¿Acaso nunca te enseñaron a tocar la puerta? —le dijo a su enemigo, mientras se limpiaba los escombros de encima— tu arrogancia no será pasada por alto, puedes estar seguro.
A medida que la nube de escombros mermaba, una silueta empezaba a dibujarse tras ella. Aquellos ojos rojos luminiscentes y ese largo cabello canoso no daban lugar a dudas: se encontraba frente a frente con Arick. Sus alargados brazos terminaban en anchas manos de largos dedos y garras. Estas tenían una apariencia tan maciza que por momentos dejaban en ridículo a la robusta espada de aquel asombroso humano. A pesar de la apariencia bestial y amenazante de su cuerpo, su demacrado, pero otrora fino rostro era un mar de serenidad.
—¿No vas a decir nada? Bueno, antes de empezar te daré las gracias por haber acabado con ellos de una vez. Soy pésimo para defender aliados mientras peleo. Me has quitado un peso de encima, de verdad. Solo por eso me aseguraré de darte la muerte rápida que merecías desde hace mucho.
Arick ahora le miraba con un poco más de atención. Parecía como si algunas emociones y un poco de razón empezaran a fluir dentro de su cuerpo justo hasta ese momento.
—Así que no has cambiado nada desde la última vez —le respondió Arick, con una grave voz— naces como monstruo, y mueres como tal. Que cruel es la vida para quienes la observamos desde sus barandas, y más cruel aún para quien pierde su humanidad sin dejar de ser un simple hombre.
—Un simple hombre que va a acabar aquí mismo con tu miseria, desgraciado —le respondió Arcturus, con una sonrisa— los errores de mis antepasados serán expiados aquí y ahora.
—Si por errores te refieres a tu existencia, pues es algo en lo que ambos podemos estar de acuerdo —le respondió él, con una inhumana sonrisa— acabemos con esto pronto.
Los dos empezaron a acercarse con suma convicción. A pesar de sus diferencias y su odio mutuo, su primer enfrentamiento hace siete años les había creado una gran admiración hacia el otro. Esa vez, un derrotado Arick había logrado escapar por poco de un malherido Arcturus. Fue en ese escenario donde Highlander aprendió que aquel ser infernal poseía una resistencia y fuerza descomunales, además de una habilidad desconocida que le permitía desaparecer como último recurso. Hasta donde conocía, ese monstruo y los heraldos eran los únicos que podían plantarle cara y frustrar sus objetivos; pero por fortuna para él, estos últimos por lo general actuaban sólo como meros espectadores.
Los largos dedos con garras de Arick emitían chispas con tan solo rozarlos unos contra otros, como si estos fueran largos cuchillos rozándose contra una cinta de afilar. De repente, este se abalanzó a toda velocidad contra Highlander, quien reaccionó a tiempo, logrando bloquear el ataque con su espada, y forcejear hasta lanzarlo hacia atrás.
—Nada mal, viejo —le respondió Arick— parece que no has perdido la gracia.
—Te sorprenderías de todo lo que he tenido que hacer, muchacho. ¿Pero qué sabe un monstruo de sacrificios?
—Tan afilado como siempre —le respondió él— por cierto, ¿qué has hecho con esas lindas armas tuyas?
—Una vez que logras golpear más rápido y fuerte que una bala, ¿para que las necesitas?
—¡Interesante!, no puedo esperar a comprobarlo —exclamó Arick, con una sonrisa aterradora y una enorme carcajada que hizo resonar todos los alrededores como si fuera una pequeña tormenta.
Tal demostración de poderío les heló la sangre a los guardas que apenas empezaban a acercarse hacia ellos; quienes salieron corriendo a toda velocidad tras escucharla, traicionados por su instinto de supervivencia.
Esta vez fue Highlander quien se abalanzó contra Arick. Este entrelazó rápidamente sus dos manos para bloquear el tajo frontal de aquel humano. El impacto fue tal que sus pies se hundieron en el concreto, obligándolo a agacharse un poco, y agrietando una de sus fuertes garras. Algunas paredes de la mansión terminaron de caer a causa de la fuerza liberada que hizo temblar el suelo. Arick desvió el forcejeo de la espada hasta que esta impactó en el suelo, e intentó atacarle aprovechando la brecha que había creado. Sin embargo, tan solo logró tirar su sombrero al suelo.
—¿Sabes algo, niño? —le dijo Highlander, mientras permanecía aun con su espada incrustada en el suelo— esto es culpa mía, has sufrido durante demasiado tiempo.
De repente aquella pesada espada fue blandida de vuelta como si no pesara nada. Arick la volvió a desviar, a la vez que se alejaba dando una voltereta. Mientras estaba en el aire perdió de vista a Highlander. No era posible, a no ser que sus alardes no fueran en vano.
—Es hora de que aceptes mis más sinceras disculpas —le dijo aquel humano, quien se había movido a una velocidad impensable detrás suyo, y estaba listo para empalarlo apenas tocara el suelo.
De repente la posición de caída de Arick pareció cambiar por un instante, para después desaparecer por completo. Al parecer Arcturus ni siquiera notó que este había desaparecido, ya que realizó el ataque de todos modos, quedando totalmente expuesto. Arick aprovechó ese error para apuntar a la cabeza de su enemigo, quien logró detectarlo apenas salió de su sigilo. Sin embargo, este no pudo esquivarlo a tiempo para evitar perder parte de su oreja derecha.
—Bien hecho —le dijo mientras uno de sus dedos enguantados se ponía al rojo vivo, y lo usaba para cauterizarse la herida— por poco y me dañas el tímpano. Tendré más cuidado la próxima vez.
—Es increíble hasta dónde puede llegar la determinación enfermiza de un lunático —le dijo Arick, sorprendido—. En verdad te admiro, pero la triste realidad es que acumulaste más poder del que un humano cuerdo podría poseer. Fuerza y resistencia física fuera de toda escala, longevidad, aparente inmunidad al dolor, poder económico y político como no ha presenciado el mundo en los últimos cuatrocientos años. Y todo bajo la fachada de defender a tu pueblo y ser el salvador de los débiles. Con toda sinceridad, no tienes derecho a llamarme monstruo.
—Determinación que tu ni nadie podrá entender nunca, por más que se esfuercen. Yo salvaré a la humanidad, ¡y Taured es el primer bastión que servirá de ejemplo para el mundo!
Highlander se puso en guardia, a la vez que volvía a dividir sus dos espadas.
—Oh, ya veo… ese fue el truco que usaste antes. Una espada que pesa la mitad es el doble de rápida, pero también es el doble de fácil de romper.
Highlander volvió a lanzarse a toda velocidad contra Arick, pero de repente tropezó y cayó de rodillas frente a su enemigo.
—Vaya que tardó tiempo en hacer efecto —le dijo él, con alegría, mientras revisaba su muñeca— por un momento pensé que tendría que bloquear al menos otro ataque tuyo antes de que funcionara.
—Maldito —le dijo Arcturus, casi sin poder respirar.
—Déjate de tonterías, no me faltes el respeto… muéstrame tu verdadera cara. Aquella con la que acabaste con ejércitos enteros sin esfuerzo, aquella con la que aniquilaste sin dudar a tus mismos aliados para no revelar tus secretos. Solo mírate, hasta hace un momento jugando a la casita como un humano normal, y ahora tirado en el suelo como un lobo sarnoso.
De repente la apariencia de Arcturus empezó a cambiar de manera alarmante, haciendo que Arick se alejara por precaución. El tamaño de su cuerpo aumentó considerablemente, haciendo que gran parte de su uniforme quedara hecho añicos. En su ahora enorme hombro derecho podía observarse un tatuaje que él nunca quiso quitarse, y que al mismo tiempo nadie nunca habría querido tener: era un código usado para identificar esclavos.
—Un simple veneno no me puede doblegar ahora —le dijo, mientras volvía a ponerse de pie, lleno de vigor.
—Pues veremos que tan grande puedes volverte cuando te recete otra dosis. Por cierto, bonito tatuaje; en especial para alguien a quien le encanta jugar con su pueblo como si fuera ganado… dulce ironía. Si mas no recuerdo es un código usado para marcar esclavos en tierras lejanas. De verdad que eres una caja de sorpresas… me muero por saber quién o que te está dando tanto poder.
Arcturus no dijo palabra alguna, y entró en posición de guardia. De repente volvió a moverse tan rápido que Arick volvió a perderlo de vista por un instante. La estela de polvo dejada atrás al empezar su carrera le indicó que atacaría por detrás. Arick se dio la vuelta con rapidez, listo para bloquear su espada, pero en cambio recibió un fuerte rodillazo en el estómago con la fuerza propia de un héroe mitológico; la cual le hizo atravesar los dos primeros pisos de la mansión. Highlander saltó con rapidez para aprovechar el momento de inconsciencia de su enemigo y poder ejecutarlo. Sin embargo, al llegar a la habitación donde había caído este había vuelto a desaparecer. ¿Acaso era tan rápido para desaparecer de su vista en cuestión de un parpadeo, aun mientras era atacado? Por más que Highlander intentaba entender la naturaleza de aquel ser, una velocidad así le seguía pareciendo imposible. Tomó su espada con ambas manos y golpeó uno de los cimientos de la mansión, haciendo que toda la zona se derrumbara y él pudiera volver al suelo. Pudo notar que los cadáveres de sus subordinados no estaban en ningún sitio.
De repente Arick volvió a aparecer, pero esta vez empezó a atacarle a distancia con cuchillos arrojadizos, los cuales fueron contrarrestados sin esfuerzo por Arcturus. Sin embargo, a pesar de haberlos bloqueado, estos se habían vuelto líquidos antes de impactar con su espada; para luego cambiar de estado nuevamente convertidos en fragmentos que golpearon su abdomen y pecho como si fueran perdigones. Por fortuna para él, haría falta mucho más que eso para atravesar su piel en ese estado. Pero el pensar que también podría hacer eso con sus afiladas garras le hizo estremecer, a pesar de que había desconectado sus terminaciones nerviosas desde el principio de la batalla. Además, aquellos proyectiles rojizos que impactaron con su cuerpo se derritieron con rapidez. Era posible que Arick hubiera consumido aquellos cadáveres en tiempo récord, y usado su sangre como arma.
—Ese fue un truco tuyo muy interesante —le respondió— al parecer puedes cambiar el estado de sustancias líquidas en cuestión de segundos. Pero desconozco tus límites; imagino que debe haber algo que te impide congelar el agua de mi cuerpo, o hacer hervir mi sangre.
—Puede ser —le respondió él, sonriendo— o tal vez solo soy un desgraciado, y me encanta que mis enemigos crean que tienen alguna oportunidad antes de acabar con ellos.
—Veo que lo segundo si puedes hacerlo hervir, pero no en el sentido que desearías —le dijo, acompañado de una carcajada— ¡vamos a divertirnos un poco más!
Highlander dividió su espada nuevamente, y volvió a abalanzarse sobre su enemigo. Arick estaba seguro de que volvería a atacar desde atrás debido a la naturaleza embustera de su enemigo y los ataques previos que había recibido. Hizo una rápida seña con un brazo y dio la vuelta con una seguridad y fuerza abrumadoras, blandiendo sus dos brazos juntos en un abrumador ataque que bien podría decidirlo todo. Sus afilados dedos se habían alargado muchos metros, los suficientes para destrozar todo a su paso. Highlander, quien estaba en media ofensiva, tuvo que intentar bloquear el ataque de frente con sus espadas divididas. A pesar de haberlo logrado, el impacto fue tan brutal que le hizo volar por los aires, estrellándolo contra la parte trasera de la mansión; la cual había sido excavada en roca viva. A pesar de haber recibido semejante impacto, pudo ver a Arick dirigiéndose hacia él y esquivarlo justo a tiempo, antes de que la roca fuera cortada por sus garras como si fuera mantequilla. Arcturus sabía que su enemigo estaba acostumbrándose a llevar la delantera en el combate, y tenía que aprovecharse de ello cuanto antes. Se dio la vuelta justo hacia donde este se encontraba, y disparó con sus peculiares espadas; las cuales tenían discretos cañones incorporados en su estructura. Una de las balas impactó el pecho de Arick, dejándolo aturdido, mientras la otra se convirtió en un inmenso resplandor que lo dejó ciego por unos momentos. Aprovechó la oportunidad para correr hacia él, mientras fusionaba de nuevo sus armas aún humeantes y se preparaba para blandir su espada con todas sus fuerzas. Su enemigo no tuvo oportunidad alguna de esquivar, siendo partido en dos por aquella pesada arma de increíble filo. Ambas partes de Arick se retorcían de manera violenta, como una gran serpiente negando su destino.
—Hijo de… —le dijo aquel monstruo con su último aliento, mientras terminaba de revolcarse en un charco de sangre y tripas.
Highlander estaba totalmente agotado, y a pesar de ello dio un enorme grito de victoria que fue escuchado en todos los alrededores, aunque no hubiera ningún humano en las cercanías que pudiera devolvérselo.
—Al final solo eras una simple sanguijuela —le dijo con una grata sonrisa a los restos de su enemigo, mientras se sentaba sobre una piedra y clavaba su espada en el suelo—. Mi fuerza te ha enseñado tu humilde lugar en este mundo, de la misma manera en la que esta me ha mostrado mi destino. Diste una buena pelea para haber luchado solo… imagino que tomar la fuerza prestada de un dios no es algo que todos pueden permitirse.
Highlander iba a seguir hablando, cuando de repente se dio cuenta de que el cadáver de su enemigo había desaparecido. Sus ojos se desorbitaron en un instante, y volteó la cabeza con tanta fuerza que casi se desnuca. Pero detrás suyo no había nadie, ni un solo rastro de su enemigo. Se volteó de nuevo solo para presenciar a Arick de frente, sin apariencia de haber recibido ninguna herida.
—¡Magnífico! —exclamó este, mientras aplaudía con una enorme sonrisa en su rostro—. Jamás habría imaginado que lograras hacerme algo de daño.
Arcturus aún no terminaba de procesar tal sorpresa, y por primera vez durante la pelea se sintió inferior a su enemigo. Estaba tan fuera de sí que empezó a reír como un lunático, y poco le faltó para haberle abrazado e invitado a una copa de vino. Pero de un pronto a otro su mente volvió a despejarse, haciéndole guardar silencio y observar con atención a su enemigo.
—¿Qué mierda has hecho? —le preguntó a Arick— ya deberías estar muerto, bastardo.
—No sabía que yo tenía que morir para que disfrutaras la batalla —le contestó Arick, con cara burlona— a diferencia tuya, yo si poseo secretos que no le contaría ni a un muerto.
Aquel humillado y rabioso mandamás, cegado con la ira de mil soles, tomo sus armas y corrió con todas sus fuerzas hacia su enemigo. Pero esta vez era diferente, su velocidad era aún mayor, y sus guantes metálicos estaban al rojo vivo, como si estuvieran hechos de magma. Lanzó sus dos espadas hacia Arick como si fueran proyectiles, mientras este las esquivaba una tras otra. Empezaron a intercambiar golpes a una velocidad abrumadora. Los puños ardientes de Highlander derritieron las afiladas garras de Arick, quien a pesar del dolor cerró los puños y siguió luchando aún con más fuerza, a pesar de que Highlander le hacía retroceder cada vez más. Una de las espadas que estaba en el suelo detonó, haciendo que Arick se cubriera por reflejo. Había funcionado, y Highlander estaba listo. Estiró su brazo derecho hasta el límite, listo para dar el mayor puñetazo de su vida. Arick creyó escuchar la solemne voz de su enemigo durante unos segundos que le parecieron eternos.
—Seré realista… y cumpliré mi palabra con un empate que no podrás rechazar.
Instantes antes de recibir aquel golpe, Arick supo que estaba en serios problemas; pero era demasiado tarde. Aquel puñetazo destruyó todo a su paso, convirtiendo una enorme extensión de terreno en un pozo de magma y escombros derretidos; y liberando una fuerza inimaginable que incluso hizo temblar algunas zonas de la meseta. Esa noche, en medio de todo aquel caos y confusión, una nueva historia se escribía en el mundo. Arcturus Highlander había muerto satisfecho, sabiendo que había vencido.
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