Ein Traumtreffen - 01
Ein traumtreffen
Capitulo 1
Al salir del consultorio del médico de la EPS estuve a punto de tomar un autobús que me dejaría a menos de media manzana de mi casa. Pero en lugar de eso, crucé la avenida y comencé a caminar calle abajo sin ningún motivo en particular.
Era consciente de que este capricho me haría perder un montón de tiempo, pero para mis adentros me justificaba con frases del tipo:
—Necesito oxigenar la mente.
En realidad estaba tratando vanamente de escapar de la gran pila de manuscritos por corregir que me esperaban en casa. Es triste ver mi carrera literaria terminar así, como un editor de mediopelo en la división de «literatura juvenil» de una editorial frívola especializada en «literatura rápida» y explotar «hot trendings».
Pero debo aceptar que mi cuarto de hora ya pasó y mis novelitas de fantasía y romance ya no van a vender como antes, yo «No conecto con los lectores jóvenes» y «No tengo presencia relevante en redes» además de que mis historias carecen de «Enfoque en temas de inclusión y diversidad» al menos, eso es lo que dice la muchachita que reemplazó a mi antiguo editor y que siempre rechaza mis manuscritos…
Me aferro a mi puesto en la editorial con la vana esperanza de que manteniendo mis contactos en la industria, alguna vez lograré que me vuelvan a publicar algo de éxito y podré vivir de las regalías y centrarme en mis «investigaciones». Pero viendo cómo es que funciona este negocio, sospecho que eso nunca va a pasar.
Me dicen por activa y por pasiva que no les gusta lo que escribo, pero que sí les gusta el «cómo» lo escribo, por eso mi trabajo consiste principalmente en corregir (Casi siempre volver a escribir casi que desde cero) para darle un poco de forma y estilo a la morralla de manuscritos que mandan los autores novatos, empecinados en esa porquería del «Isekai» como si fuera lo único que valiera la pena escribir. Siempre presumiendo de su «world building» de sus «sistemas de magia» y sus «personajes multidimensionales» (Que el noventainueve por ciento de las veces son prácticamente iguales los unos de los otros)
Se creen expertos en «realidades alternativas» porque leyeron un par pdf’s pirateados de «novela ligera» pero no saben nada acerca de Chrétien de Troyes.
Mi trabajo se siente como rebuscar en el fondo de un tacho de basura esperando encontrar algo que sirva. Todo es tan decadente…
Latinos remedando a los asiáticos, que imitan a los europeos, que a su vez imitan a los clásicos, que compilaron las tradiciones orales que… ¡Ah! No sé porqué me enfado tanto… Luego me la paso dando vueltas en la cama pensando en tonterías y no duermo bien. Tal vez debería de hacerle caso a mi doctor y tomarme los narcóticos e irme a la cama temprano. Con algo de suerte en algún momento recuperaré mi ciclo normal de sueño y no seguiré pasando en vela de trentaiseis a setentaidos horas seguidas para luego desplomarme de cansancio y despertar horas después en sitios random.
Vi mi reflejo en la fachada de una farmacia, Me sonreí sabiendo que mi problema no se va arreglar nunca, no le estoy diciendo la verdad a mi doctor.
Mi problema no es insomnio.
Entre la séptima y la trece, La ciudad era un poco menos odiosa de lo habitual, Los edificios se veían nuevos y lustrosos, la luz del sol rebotaba contra los ventanales y creaba un caótico espectáculo de brillos en ciertos momentos del atardecer. El sector conservaba algo de vida comercial y se veía gente yendo y viniendo, entrando y saliendo de esos locales en los primeros pisos de los edificios; librerías, ultramarinos, mueblerías, tiendas de accesorios… Todo salpicado de esos restaurantillos curiosos que de vez en cuando se ponen de moda entre el público de clase emergente, ya sea por su decoración temática o sus propuestas culinarias de «comida de autor» y «gourdmand fusion» Es como si la gente que gana un poco más que el salario mínimo, necesitara comer en lugares así para convencerse de que son muy «hippies» y muy «locos» y que «no están pasando por la crisis de los 40’s»
Yo que estuve un tiempo en Europa y tuve que comer la porquería de sabor a químico que venden allí, prefiero almorzar el sancocho de pescado que venden en los restaurantes de la diecinueve. No es lo más barato y no siempre está bueno, pero tiene sabor a… «Realidad» masticar con cuidado y sacarme las espinas de la boca es un ejercicio de meditación que me recuerda quién soy y donde estoy.
Pero por mucho que encuentre repelentes esos restaurantillos pretenciosos, se me hizo urgente el entrar a uno de esos sitios. Caminé por entre las mesas tratando de no llamar la atención. El sitio tenía pinta de haber sido anteriormente un estacionamiento en el que habían improvisado un restaurante a base de meter mueblería rústica a las malas. Me perdí un poco en el laberinto de «decoraciones improvisadas» supongo que alguien pensó: «Será chistoso meter un neumático de tractor aquí y ¡Pongámosle un sombrero vueltiao a esa réplica de un moai de la isla de Pascua!»
Pasé unos interminables momentos de angustia hasta que finalmente encontré lo que andaba buscando: ¡El Baño!
El baño en cuestión, resultaba un poco miserable para lo que se habrían gastado en poner toda esa decoración tan cutre: Un rincón diminuto con dos puertas a los lados, una para hombres otra para mujeres y un solo lavabo en medio de las dos.
No era momento para ponerme exigente, entré en el oscuro cuarto para hombres, no había luz y tampoco me molesté en buscar el interruptor, me bajé el cierre, apunté en medio de las penumbras y liberé mi angustia. Y vaya que tenía angustia… Porque duré un buen rato. ¿La medicina estaría afectando mis riñones? Cuando terminé, puse «todo en su sitio» y salí en dirección al lavabo.
Pero alguien ya estaba ahí lavándose las manos de modo que tuve que «esperar mi turno» con las manos medio extendidas como un idiota. La que estaba lavándose las manos era una muchacha menuda y esbelta, una cabeza más baja que yo. No era mi intención mirarla más de la cuenta, pero algo en su porte se me hacía muy familiar, como si la recordara de algo…
Cuando caí en cuenta de quién podría ser, quedé paralizado como si me hubiera tocado la corriente. Y lo que antes era una mirada de soslayo ahora eran mis ojos clavados en ella registrando cada detalle de su apariencia y comparándolos con recuerdos algo lejanos. Había demasiadas coincidencias, pero aún cabía la posibilidad de que se tratase de un malentendido y le estuviera confundiendo con otra persona, Pero ella pareció notar mi presencia y giró cabeza para mirarme a la cara.
Ahí estaba ese rostro de facciones angelicales, esos ojos de los que siempre manaba ese incomprensible efluvio de dulzura, esa expresión tan sosegada como si nada en el mundo fuese demasiado relevante como para preocuparle. Pude sentir mi corazón palpitando como si fuera un adolescente.
Entonces no tuve ninguna duda, era ella.
La señorita Ai, Rena Ai.
¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que la vi? ¿Cuatro, cinco años quizás? Definitivamente era ella, Pero ya no era aquella chicuela inquieta y nerviosa que conocí aquél otoño en París. Seguía manteniendo la frescura y lozanía de un pétalo de cerezo recién florecido, pero ahora desprendía esa aura madura y sofisticada de una dama entrada en sus veintes.
Cuando la conocí, me inspiraba tanta ternura que no podía evitar que se me salieran los suspiros, pero en ese momento tuve que sacar a flote toda mi entereza para no morderme el labio inferior de forma descarada.
Con ese ajustado conjunto de Suéter de lana y pantalón corto de patrones pardo negros, el zarcillo dorado colgando del lóbulo de su oreja, sus botas de tacón terminadas en punta, el maquillaje en su rostro aplicado en su punto exacto para resaltar sus facciones y quitarle lo aniñado del rostro… Esa jovencita que conocí se había convertido en un auténtico mujerón.
—¿Eres tú? —Escuché que me dijo con aquella vocecilla inconfundible, pero que ahora como que tenía mucho más «cuerpo» del que recordaba, seguía siendo dulcísima, pero me transmitía una vibración diferente, más profunda, más «poderosa»
—Supongo que hay mucha retórica metafísica con la que se puede controvertir esa pregunta, pero dejémoslo en que «Sí» «Soy yo» —le respondí con cinismo para disimular mi conmoción, mientras procedía a lavarme las manos y ella a secarse las suyas con el soplador de aire caliente… O como sea que se llame esa cosa.
—Digo… Es que… Sabía que eras de por aquí, pero la última cosa que imaginaría es toparme contigo de esta manera —continuó, y por sus gestos y manera de hablar, era como si ella estuviera aún más sorprendida que yo.
—¿Te gusta la comida de aquí? —Le pregunté como queriendo darle sentido a esta situación tan inusual.
—Este… No exactamente… En realidad… Solo entré para utilizar el baño —respondió apartando la mirada y sonrojándose de esa manera en que siempre lo hacía. El alma se me llenó de nostalgia en ese momento.
La conocí cuando tomé un curso ofrecido por la universidad de la Sorbona nueva. «Tradición mágica y ritualidad ancestral
» Sería impartido por un grupo selecto de eminencias en la materia, así que en cuanto vi la oportunidad, no dudé en inscribirme. Tendría que haber asistido mucha más gente, Pero solo fuimos un discreto grupo de nerds, grupo en el que ella destacaba como «la chica linda».
Usualmente eso de «la chica linda» es solo un eufemismo para señalar a alguien que no destaca por nada aparte de su apariencia, pero con ella ese no era el caso. La señorita Ai fue la que más en serio se tomó el curso, devoraba el material de consulta como si su vida dependiera de ello, grababa las exposiciones de los maestros y los otros estudiantes para escucharlas una y otra vez, llenaba libretas de apuntes una tras otra y los trabajos que presentaba siempre eran los mejor calificados. Nos cerraba la boca con sus comentarios sagaces y bien documentados. Si me hubiera enterado que ella iba a tomar algún otro curso, yo me hubiera apuntado sin dudarlo, simplemente por escuchar sus puntos de vista.
La señorita Ai era una muchacha bella, inteligente, pulcra y de trato cordial. Los hombres somos muy fáciles de encandilar a primera vista, pero perdemos el interés con facilidad. Con ella era distinto, porque aún después de superar ese «deslumbramiento inicial» y habituarte a su presencia, seguía habiendo «algo» No podía precisar con exactitud qué era. Pero «Ése algo» generaba una fascinación perenne, que lo hacía a uno quedarse alelado mirándola con el pecho oprimido por el anhelo de que en algún momento se cruzaran nuestras miradas.
Estar cerca de ella era una experiencia maravillosa y a la vez agobiante. Ese mismo halo de carisma, me hacía sentir incómodo conmigo mismo, con mi mediocridad, con mi falta de empeño en las cosas, mis muy escasos y cuestionables logros. El desear de algo que sabes que no te mereces
Y te atormentas con la idea de que en algún momento ella se va a encontrar con la horma de su zapato, un reluciente príncipe de fantasía peliculera que la tomaría entre sus brazos y se la llevaría muy lejos de ti para siempre…
Tuvieron que pasar unos años y estar a miles de kilómetros de París para que yo pudiera darme cuenta que, viendo las cosas de manera objetiva, Rena Ai era una persona de lo más normal. Iba regularmente al baño, le salían ojeras cuando se desvelaba, se le llenaba el saco de migajas comiendo sus sánduches, cometía faltas de ortografía, extraviaba sus bolígrafos… y si lograba destacar tanto es porque invertía un montón de esfuerzo en todo lo que se proponía.
Me avergüenza pensar en lo simplón que soy… Las muy pocas veces que podía acercarme a ella, no podía pensar en otra cosa que en invitarla a salir o intentar coquetearle. Pero la vocecilla de mi conciencia siempre estaba ahí, recordándome que soy ocho años mayor y que si hacía cualquier amago de flirteo, iba a quedar ante todos como un viejo verde. Por eso me limité a interactuar respecto a lo estrictamente académico, tratarla de la forma más educada posible y tal vez sonreír levemente cuando intercambiábamos saludos.
Aunque por dentro, las mariposas me estuvieran destrozando las tripas.
Todo el tiempo estuve consciente de que ella estaba muy fuera de mi alcance y que cualquier intento de acercármele iba a ser una pérdida de tiempo.
Porque para empezar, Yo no había ido a París a buscar un «romance»
Mi autoestima estaba en números rojos. Había pasado más de un año, pero aún estaba tratando de reponerme tras la ruptura de la única relación larga que había tenido. De hecho, el irme a estudiar a Europa era solo una más de una larga lista de locuras que cometí con la intención de alejarme del pasado y superar a ese «yo» inmaduro y egoísta que lo había arruinado todo.
Todo acerca de Rena Ai hubiera sido una anécdota sin relevancia y hasta me hubiese olvidado de haberla conocido, si no fuera porque se dio una circunstancia en particular, una «sincronicidad» como algunos lo llaman. Después de clases ella pasaba mucho tiempo en una cierta biblioteca del campus, allí se podían consultar textos de gran antigüedad que no se encontraban en ninguna otra parte. Yo por mi parte no tenía mucho dinero y empezaba a hacer frío en la ciudad, Mi hospedaje lo cobraban por horas, así que aprovechaba para refugiarme en esa biblioteca toda la tarde hasta que cerraban. Sin querer queriendo, terminábamos sentados uno al lado del otro, Rompíamos el hielo comentando el contenido de la clase, resaltábamos las cosas que quedaban pendientes, una cosa llevaba a la otra y la conversación se alargaba durante horas hablando de enigmas históricos, supersticiones, teorías de la conspiración, anomalías, hallazgos arqueológicos desconcertantes y todas esas cosas que te convierten en un apestado social si la demás gente se entera de que te las tomas muy en serio.
Y mentiría si negara que en esos momentos yo estaba más feliz que marrano en lodo fresco.
Pero afuera de la biblioteca, las cosas casi nunca pasaban de saludos y expresiones de cortesía. Entre nosotros siempre hubo una brecha, una distancia que con el tiempo parecía acentuarse más y más… Se sentía como si ella viviera en otro mundo y ese mundo tan distante del común de los mortales, fuese abiertamente hostil hacia la gente como yo.
Paradójicamente eso hacía que Rena Ai Fuese aún más atrayente.
No es que yo viviera espiándola todo el tiempo, pero por ahí iba enterándome de «detalles».
Ella se juntaba mucho con chinos, pero no chinos normales como los que uno ve en un barrio chino, sino de esos chinos con muchísimo dinero que tienen todo de marca, visten y actúan con estilo de «magnate rockstar» como si jugaran a tratar de vencerte en el juego de «ser occidental». Se subían juntos en autos macizos pintados de negro y pilotados por un chofer uniformado, para luego desaparecer por el resto de la semana.
Aparte de los chinos, también había japoneses, con los que parecía tener un trato muy cercano. Se ponían a hablar entre ellos en japonés y te miraban como si fueran a matarte si te atrevías a acercarte.
Otras veces venían curas y monjes a hablar con ella en privado. Si uno tenía buen ojo podía notar que entre sus libros y sus papeles a veces se asomaban documentos con sello y membrete de oficinas gubernamentales de la Unión Europea.
Y un par de veces llegué a escuchar habladurías acerca de que la vieron entrar en unos peculiares caserones en los que pareciera que el siglo XVII nunca se hubiera ido.
Si me hubieran preguntado quién era ella y a qué se dedicaba en la vida, no hubiera sabido dar una respuesta concreta.
Tal vez entre menos supiera, mejor para mí. Pero por alguna razón todo acerca de ella me despertaba una curiosidad irrefrenable.
Yo que tenía que hacer jornales vendimiando viñedos para solventar mi estadía en Francia, sentí que no encajaba para nada en su «circulo social». Más de una vez me fui del campus con el rabo entre la piernas a refugiarme en la «colonia bonaerense» entre viejos que escuchaban tangos en discos de vinilo mientras veían partidos de fútbol grabados en cintas VHS.
Todo lo que hubo entre nosotros se reducía a esas conversaciones de carácter «cultural» en aquella vetusta biblioteca.
La cosa es… Que esa pequeña conexión que había entre la Rena y yo, no terminó del todo bien. Entrado el invierno, El curso estaba por terminarse, nuestras conversaciones en la biblioteca tenían los días contados y ambos redactábamos allí nuestros respectivos trabajos finales. Había mucho por hacer y yo no estaba del todo atento al flujo de la conversación, pero por alguna razón ella se había entusiasmado y empezó a contarme acerca de una teoría muy, muy traída de los cabellos, según la cual, la realidad en la que vivimos el día a día, no es la realidad «real» sino una especie de aberración, un reflejo distorsionado por el efecto de conjuros de poder inimaginable. Conjuros proferidos por Hechiceros pertenecientes a sociedades secretas de las que apenas había vestigios de su existencia, en las propias tradiciones mágicas olvidadas de los pueblos. La revolución francesa, la primera guerra mundial, la bomba atómica… Según ésa teoría, había hechiceros detrás de todo. En ese momento yo me consideraba conocedor de casi todo lo referente a Fulcanelli y me resultaba chocante que para ella él fuese solo «Uno de tantos que merodean por ahí»
Antes de esa conversación sucedía que Muchas de las cosas de las que ella me hablaba, estaban tan bien referenciadas y documentadas, que realmente me hacían dudar de mis posturas en algunos temas. Eso me encantaba, sentía que ella era una de esas personas que de alguna manera te hacen «crecer» pero aquello que me estaba contando en esa ocasión era tan pasado de rosca, que mi incredulidad había formado un muro en mi mente. ¿Será que padecía de…? ¿Neurosis? ¿Síndrome de Korsakoff? ¿Chunibyou? No sería la primera vez que una chica que me atraía, al final resultara ser una loca del coño.
Pero ella estaba tan entusiasmada… Sentí que estaba abriendo su corazón a mí y no tuve voluntad de cortarle el rollo, tan solo, asentí con la cabeza como un títere.
Las cosas llegaron a un punto, en el que ella se atrevió a confesarme con una voz ligeramente temblorosa acerca de una ocasión en la que había tenido una experiencia peculiar, algo que podría llegar calificarse como «paranormal». Me contó que en alguna ocasión, siendo niña, se había «deslizado» a una realidad alterna. Un mundo extraño que a primera vista lucía idéntico al nuestro, pero en el que poco a poco uno se iba dando cuenta, que ahí no existía el «ren ai» o «amor romántico» como lo entendemos los occidentales. Una pesadilla en la que las relaciones humanas eran mediadas únicamente por un frío pragmatismo y el instinto de reproducción.
Dijo que en sus estudios ella había llegado a toparse con evidencia gráfica de cosas bastante perturbadoras, crímenes rituales de sectas ocultistas, exorcismos fallidos, suicidios en masa, pero nada igualaba al terror que sintió al estar atrapada en ese «plano» aberrante y antinatural.
Finalizó su relato contándome que de puro milagro consiguió regresar a «nuestra realidad» Pero ella no lo interpretaba como un «viaje entre los universos alternos de la física cuántica propuestos por Everett» sino como contemplar el efecto de la distorsión producida por un «conjuro latente en fase incompleta»
Entonces se produjo un largo y muy incómodo silencio, me percaté de que los dos estábamos completamente solos allí y quizás por eso ella se había soltado de semejante manera.
No se me ocurrió nada decente para opinar acerca de lo que acababa de confesarme, solo solté algo como…
—Y ahora… Me vas a dar a elegir entre dos píldoras ¿No? —Dije tratando sacarle jocosidad al asunto, pero no funcionó, ella solo me dirigió una mirada como de consternación, como de enfado. Fue la primera vez que le vi esa expresión y me dolió como patada de mula ¿Cómo podía un ser de luz y alegría como ella albergar tales sentimientos? ¿Esa amargura siempre estuvo ahí?
La conversación murió ahí y fue lo último que hablamos, no tuve el valor de volver a dirigirle la palabra.
Cuando el curso terminó fue como si me despertara de un sueño. Las cosas empezaron a pasar muy rápido, me metí en problemas, tuve que salir de Francia y refugiarme en España durante unos meses.
En más de una ocasión estuve tentado de volver a París y buscarla para tratar de pedirle perdón si acaso le había ofendido… Pero entre una cosa y otra pasó un año… Mis novelitas de fantasía y romance empezaron a venderse bien y…
Hacía mucho tiempo que había perdido toda esperanza de volver a verla y sin embargo, Ahí estábamos saliendo de aquel restaurantucho, conversando como si aún fuéramos compañeros de clase y no hubiera pasado más de uno o dos días sin vernos.
No podía evitar el sentir como me estremecía de pies a cabeza, hacía mucho tiempo que había olvidado lo que se siente al caminar junto una chica linda.
—¿Tú para donde vas? —Le pregunté al notar que habíamos pasado la trece y seguíamos bajando acercándonos cada vez más y más a la poco recomendable avenida Caracas.
—Por allí —Señaló con el dedo un poco hacía el norte—. No sé de nombres ni de direcciones en esta ciudad, pero más o menos me guío de memoria.
El lugar al que ella pretendía llegar, implicaba pasar por una zona un tanto chunga del centro «Esto se ha convertido en una misión de escolta» me dije para mis adentros —Yo también Voy para allá, te acompaño —dije de manera un poco impertinente, Ella me miró a la cara, como si supiera que yo estaba mintiendo, pero luego sonrió y solo seguimos caminando.
Giramos hacia el norte, justo una calle antes de la Caracas, Entramos en una callejuela estrecha y que encima estaba abarrotada de gente yendo de un lado para otro. Me planté a la vanguardia abriéndole paso. Yo quería salir cuanto antes de allí, pero ella avanzaba a pasitos cortos y pausados, miraba para uno y otro lado, como si encontrara exótico y fascinante ese lugar de la ciudad que a mí más bien me daba vergüenza.
De un momento a otro llegamos a lo que se conocía como «El veintecito de Julio» Una calle completamente dedicada a locales y negocios de venta de arte y artículos religiosos. Caí en cuenta de la fecha «Hoy estamos a jueves santo» El lugar estaba abarrotadísimo e impregnado de una fuerte mezcolanza de aromas a inciensos y sahumerios varios Si antes ella iba despacio, ahora iba a ritmo de caracol, Todo lo observaba con fascinación, lo devoraba con los ojos. Los escaparates con estatuas obscenamente grandes de vírgenes y santos varios, Los pesebres y decoraciones navideñas fuera de temporada, las góndolas repletas de figurillas de porcelana, que entre santo y santo intercalaban algún buda o deidad china de la fortuna, los carromatos de venta ambulante que ofertaban cosas extrañas como pirámides de acrílico transparente con un «divino niño» en su interior, portarretratos con ilustraciones de Sarawasti, jabones aromatizados para baños rituales, los atados de hierbas, Cuarzos y gemas semipreciosas varias, los librillos con compendios de rezos a los santos, las velas y velones, las ofrendas funerarias… Un derroche de paranoia tras otro.
Quien no la conociera, pensaría que era una turista atolondrada que se engorila con las baratijas exóticas. Pero yo sabía que ella era mucho más perspicaz que eso. Ella observaba todo ese caos de manifestaciones religiosas con la misma fascinación con la que años antes la vi repasar las páginas de crónicas medievales y era capaz de discernir el esquema de abstracción conceptual que conectaba todo aquello como el mecanismo de un reloj de bolsillo.
Para mi sorpresa, de un momento a otro, La señorita Ai salió disparada como una flecha y comenzó a moverse de manera aparentemente errática entre la multitud, como una anguila en un manglar.
¿Cómo le hizo para ir tan rápido entre todo ese gentío? Para seguirle el paso, yo Tuve que batallar contra la marea de gente, empujando y repartiendo codazos, ganándome una que otra mención a mi progenitora en el proceso.
Logré permanecer junto a ella y tras un último sprint, entramos casi al mismo tiempo en un localito, oscuro, pequeño y rematadamente escondido.
Ella volvió a mirarme a la cara como cuando le dije que la acompañaría, pero esta vez no sonrió. Esa expresión me dejó consternado hasta se me pasó por la cabeza que quizás ella había intentado escaparse de mi.
Y se hizo presente otro de esos silencios incómodos, pero apenas duró un instante. Ése lugar al que habíamos llegado pronto se robó toda nuestra atención.
Las paredes me evocaron recuerdos lejanos de la infancia cuando mis padres me llevaban de paseo a esos pueblitos perdidos en medio del altiplano, viejas, agrietadas, con la pintura desconchada y una que otra mancha aceitosa. Algo no me terminaba de encajar en la mente. ¿No se supone que durante la alcaldía de Alejandro Prieto se había demolido y vuelto a reconstruir todo este sector? Lo recordaba con claridad y aunque por esa época yo estaba en secundaria y completamente obsesionado por los caballeros del zodiaco, las imágenes de los noticieros mostrando las protestas por los desalojos forzados y la maquinaria pesada removiendo escombros estaban frescas en mi memoria. Un político indígena estaba indignadísimo y dijo en una entrevista radial: «Como esas casas no eran de colonos españoles ni terratenientes criollos, entonces ahí si no salen a lloriquear los dizque defensores del patrimonio histórico»
Pero las paredes eran lo de menos.
Porque contra esas paredes había un montón de escaparates de madera y vidrio repletos de verdaderas joyas de artesanía religiosa, de gusto y belleza muy superiores a las horrendas figuras de santos hechas de plástico que vendían en los locales grandes. Pero además de eso, el local, entre más al fondo se iba uno adentrando, menos católico y más ecléctico se iba poniendo; un Buda de piedra, un conjunto de piezas de alfarería egipcia, un ícono ortodoxo, un daguerrotipo de José Gregorio Hernández, una estatua de Ghanesa, una máscara fetiche Dogón, un altar funerario shinto… ¿Un disco de piedra con escritura Rongo-Rongo? ¿Una daga ritual Khanjar? ¿Una réplica funcional del mecanismo de Anticcera? Había cosas que incluso no fui capaz de identificar. No tengo certificado de Tasador porque me faltan un par de posgrados, pero podría asegurar que algunas de las cosas allí, apenas protegidas por un vidrio sucio, podrían llegar a avaluarse desde setecientosmil a un millón de dólares y subastarse por el doble ó el triple.
Llegué a sentir un calambre en los testículos parecido al que se siente cuando estás almorzando en un restaurante caro y un tipo rodeado de guardias armados se te acerca y te dice que termines rápido porque «el patrón» llega en unos minutos y quiere todo el local para él solo.
Cuando me percaté, ya habíamos recorrido un trecho bastante largo, aquello ya parecía más bien un túnel en el que la entrada apenas era un punto de luz en la lejanía.
Al fondo había una cortina de abalorios, pude entrever a alguien luciendo una corona de plumas, que agitaba un atado de ramas y hierbas con las que iba «cepillando» a una mujer mayor en paños menores y atrás de eso… ¿Un Rig de minería de criptomonedas? lo que fuera tenía mucho RGB para más FPS y hacía un ruido infernal.
Finalmente llegamos a donde parecía haber una vitrina muy vieja de madera y cristal donde estaban exhibidas una gran variedad de cosillas como pequeños viales con líquidos indescifrables, piedrecillas, sobres de plástico unos con polvos y otros con mezclas de hierbas secas y barajas de cartas…
Esto último llamó poderosamente la atención de Rena, que se quedó viéndolas un largo rato hasta que el tendero, un señor que parecía salido de una fotografía antigua, con corbatín, chaleco sin mangas, sombrerillo de fieltro y bigote rizado se le acercó.
Ella abordó al tendero, me sorprendió lo fluido que hablaba el español y su dominio de la jerga local. Tras una breve conversación, ella se llevó la mano al bolso y sacó una baraja de naipes, la barajó con prisa y «echó el tarot» sobre la vitrina del mostrador, El tendero fue poniendo los ojos como platos a medida que iba viendo la configuración que iban tomando las cartas y al final solo asentía ante todo lo que ella le decía.
Yo… Solo estaba ahí parado mirándolos teniendo esa incómoda sensación de que algo gordo estaba pasando y no me estaba enterando de nada. El tendero desapareció por la cortina de abalorios dejándonos un momento a solas en aquel local.
—No pude evitar mirar adentro de tu bolso cuando lo abriste… Está repleto de barajas de cartas… ¿Te gusta Magic the gathering, Yu-gi-oh y Wixoss? —Le Pregunté en como en broma.
—¿Me viste cara de Friki? Ahí solo tengo… un deck negro rojo y otro verdiazul por si las moscas… una docena cartas sueltas para intercambiar y un par de sobres sin abrir de la expansión de este año… De Yu-gi-oh… un deck para duelos informales y otro para competición oficial… de Pokémon TCG, Wixoss y Vanguard no cargo nada porque no me cabrían en el bolso… Mi maletín de eso está en el hotel… —contestó con un tono de seriedad que me dejó fuera de base…
—¿Qué tan bien se te da Weiss Swarchz? -pregunté queriendo seguir la conversación por ese rumbo…
—¿Ese Juego de vírgenes lamewaifus? No… ¡Qué asco! —Me contestó, al tiempo que detuve mi mano en el bolsillo de mi abrigo cuando estaba a punto de sacar mi deck de LoveLive.
El Tendero regresó e invitó a seguir a la trastienda a la señorita Ai, ella prosiguió y yo fui tras ella. El tendero me hizo una cara de pocos amigos como queriendo dar a entender que solo podía seguir ella y yo le regresé un gesto poco amable para dejarle claro que no pensaba dejarla sola ni un instante.
En ese momento, sentí algo que solo puedo describir como un «coscorrón etéreo» que me mareó por un momento, pero sacudí la cabeza y seguí caminando Volteé por un momento para ver si el tendero había hecho algo, pero este solo me miraba desconcertado y con un cierto dejo de fatiga en su rostro.
Recorrimos una pasarela junto a un solar, el sol brillaba con intensidad y se escuchaban cantos de pájaros tropicales. Se me hizo rarísimo porque antes de entrar allí juraría que el cielo se estaba poniendo nublado. Nos guiaron hasta una habitación sin ventanas, que lucía aún más rústica que todo lo que vimos antes. Una anciana robusta de pronunciados rasgos indígenas estaba sentada en el suelo, delante tenía una estera con multitud de artículos, como si fuera una venta ambulante. La señorita Ai se sentó en cuclillas frente a ella y comenzaron a conversar… En un idioma que no pude comprender. ¿Witoto? ¿Embera? Lo único que pude sacar en claro es que Rena hablaba dos o tres palabras en calma, a lo que seguía y un largo preocupado regaño por parte de la anciana. Quién tras un rato empezó a pasarle cosas una por una, cada cual seguida de una larga explicación.
Un Cristo pequeñito, Una virgen tallada en un cristal de cuarzo que no parecía una «Virgen cristiana» sino que más bien recordaba a una efigie de Astarte o algo así y un par de bolsitas de sahumerio azufrado y para finalizar, una pieza de orfebrería, quizás de origen quimbaya… Cuya venta en caso de ser auténtica, sería extremadamente ilegal…
La señorita Ai pagó con dólares americanos, que la anciana recibió con una sonrisa de oreja a oreja… y luego nos echó de ahí.
—Vaya don de mando tiene esa señora… Parece que la «liberación femenina» ya llegó hasta los pueblos originarios de América — comenté mientras recorríamos aquella cálida pasarela de regreso en medio de una autentica tormenta de «aromas típicos» de esa clase de lugares.
—La liberación femenina Llegó a América hace al menos cinco siglos… La «conquista de América» no fue un logro de los europeos, por más superioridad tecnológica que tuviesen frente a los nativos americanos, los europeos tenían una notoria desventaja numérica, sus mejores barcos apenas podían traer unas cien personas a través del atlántico en cada viaje y el continente americano estaba poblado por varias decenas de millones de habitantes. Se suele achacar de la caída de las civilizaciones nativas a las enfermedades, pero hay un factor mucho mayor que la narrativa popular suele pasar por alto… Las mujeres. Hay un montón de testimonios de la época de mujeres colaborando activamente con los europeos de muchas maneras distintas. ¿Porqué las mujeres nativas traicionaron a sus pueblos? Pues porque los europeos follaban mejor. Y aunque no fueran precisamente unos «príncipes azules» a la larga las trataban más como «seres humanos». No porque los europeos fueran mejores personas en si, sino porque en su bagaje cultural tenían un concepto más elaborado del «ser humano» del que ofrecían sus propias civilizaciones. No fue una «conquista» fue una «revolución femenina» —. Me respondió la señorita Ai, dejándome picueto. Hacia tanto que no la escuchaba decir una de esas «declaraciones chocantes» que me llevaban a cuestionarme mi realidad. No se si el escalofrío que recorrió mi cuerpo en ese momento era debido a su hermosa voz hablándome o que mi cuerpo recordaba el frió que pasaba en aquella biblioteca parisina.
Salimos del local con parsimonia, Rena me iba señalando cosas que iba viendo en los escaparates, como uno que otro criptograma gnóstico escondido en lo que pareciera ser un trabajo de pintura chapucero de una figura de porcelana, También nos llamó mucho la atención, un cráneo de acero que claramente era una insignia de los «skull and bones» La legendaria sociedad secreta norteamericana.
Salimos del local… Fue como si este jamás hubiera existido. Aunque volví la vista varias veces para tratar de ubicar la entrada, solo vi fachadas de locales en aluminio y cristal iluminadas por lámparas de halógeno, no había rastro de la estructura de adobe y techo de guadua en la acabábamos de estar.
No tuve la oportunidad de inspeccionar con más esmero, tenía que estar pendiente de los 360 grados a nuestro alrededor. Esta era la clase de sitio en la que los carteristas podían desplumarnos en un instante al menor descuido. Más de una carita vi por ahí fijándose más de lo debido en el bolso de mi acompañante. A veces se oían gritos y silbidos detrás nuestro como queriendo llamar la atención, pero yo ya conocía el truco y seguía mirando al frente y avanzando a paso firme para desbaratar las intenciones de uno que otro que pretendía «tropezarse por accidente» con nosotros.
Solo rogué porque no intentaran hacernos una encerrona entre varios, pero el río de gente a veces se ponía tan brusco que eso difícilmente hubiera podido darse.
Salimos del «veintecito de Julio» relativamente rápido, hacia una callejuela desolada con muchos locales viejos y algunos hasta abandonados, decorados con pancartas publicitarias sucias y descoloridas de productos que hace años no estaban a la venta. Había basura tirada en el suelo, basura que se notaba que podía llevar semanas o meses ahí de lo descolorida y reseca que estaba. Hasta manchas de hollín en donde se adivinaba que habían prendido hogueras con esa misma basura. A mí se me caía la cara de la vergüenza.
—¿Tienen invasiones de Hordas zombi muy seguido? —Preguntó ella, medio en broma, medio aterrada.
—Sí, pero los llamamos «Paros de los sectores agremiados» para disimular… —Contesté tratando de seguirle el chiste.
Para salir de esa zona tan lúgubre, sugerí que nos metiéramos por la parte de atrás de un decadente centro comercial, donde lo único que funcionaban eran locales de venta de accesorios y reparación de teléfonos móviles. Alguna vez había entrado ahí, pero tras recorrer un par de pasarelas, me di cuenta que estaba completamente extraviado y solo seguía caminando para hacerme el macho.
Si fuera solo un laberinto de dos dimensiones sería sencillo, pero no. Había escaleras cada dos o tres pasarelas, subíamos y bajábamos. Tras una hilera de locales vacíos el camino no tenía salida y varias veces tuvimos que volver sobre nuestros pasos. Mientras que de los pocos locales con luz salían voces ansiosas que decían: —¿A la orden? —Con la vana esperanza de que estuviéramos interesados en una nueva carcasa para nuestros teléfonos móviles.
Entonces una claridad anunció que estábamos cerca de la salida. ¡Por fin! la avenida principal, podríamos salir a la novena. Pero sentí un tirón en la manga de mi abrigo.
—No puedo creerlo —oí decir a la vocecilla emocionada de la señorita Ai —¡Aún la tienen!
—¿Tienen qué? —Pregunté mientras le seguía la mirada a ella que se había posado en un local más o menos grande en donde habían unas vetustas y polvorientas máquinas arcade de videojuegos, todas ellas apagadas. El local estaba a obscuras y no había nadie, pero la puerta de acceso estaba abierta.
Ella entró y fue directo a una máquina cuyos controles eran unos grandes botonazos de colores.
—¡Skiping Dancers! Jugaba mucho a esto cuando era niña… Ya no hay máquinas de estas en Japón ¡Creí que nunca las vería de nuevo! —Dijo con entusiasmo y nostalgia en su voz.
—Supongo que si en realidad la quieres podrías comprársela al dueño de esto, estará más que interesado en deshacerse de algo que ocupa tanto espacio -Comenté mientras miraba alrededor de la máquina y comprobaba que estaba desconectada.
—Aunque la comprara… Llevarla a Japón costaría una fortuna y ¿En donde la pondría? mi casa allá ya está llena de los trastos de mi padre —Dijo ella toqueteando los botones con gesto de nostalgia, hasta que para su sorpresa la pantalla brilló, mostró una secuencia de números y luego el logo con el título del juego.
No creí que hubiera corriente en el local… Solo había conectado la toma al enchufe y de repente la máquina estaba funcionando.
-¡Monedas! ¿Tienes monedas? —Me preguntó emocionada.
Busqué en mi monedero tenía un montón de monedas, pero la mayoría eran de las pequeñas que habían entrado en circulación hacía unos años, pero en el fondo aún quedaba un par de las grandotas. La puse en la ranura y el indicador de la máquina marcó un crédito.
A continuación, estuve casi media hora viendo como ella se pasaba el juego, que se veía como uno de esos clones de Street Fighter… pero se jugaba como un juego de «Dance battles» entre «chicas gato» y demás estereotipos de moda en la cultura visual japonesa de los años 90’s Se lo pasó entero, con puntuación altísima y al final marcó su nombre con tres letras…
«MGL»
—¿MGL? ¿Qué significa eso? ¿Tienes otro nombre? —Le pregunté extrañado, aunque deduje que la «L» era de «Lena» que era como ella solía escribir su nombre en alfabeto latino.
—Es un apodo de mis viejos tiempos —Me contestó con una sonrisa brillando en su adorable carita.
Antes de salir desconectamos la máquina, intentamos salir por la entrada principal del centro comercial que daba directo a la avenida pero ¡Estaba lloviendo!
Bueno, era más bien una llovizna leve, un «espanta flojos» como le decimos aquí. Pero de todas formas no hacía gracia el exponerse a aquello, por mucho que quisiésemos salir de aquel lugar fantasmal.
Una idea me pasó por la cabeza, tomé una de las solapas de mi abrigo y lo levante como insinuando cubrirla a ella.
—¿Qué haces? -Preguntó.
—Vamos… Con esta lluvia se te arruinará el cabello —Le contesté como si cualquier cosa, al tiempo que me envalentoné y la cubrí por completo.
Y… Empezamos a andar, yo cubriéndola con mi «capa» en plan Drácula y ella agazapada debajo. Vi nuestro reflejo en uno de los aparadores de la calle y la verdad es que nos veíamos bien ridículos.
¡Era increíble sentir ese cuerpo menudito tan cerca mío! ¡Ella se siente más suave que cargar un gato! ¡Su cabecita se recostó contra mis costillas! ¡Podía sentir su calor! ¡Me sentí en el mismísimo cielo en ese momento!
Hacía años que había perdido el interés en buscar pareja o tener citas. Es estúpido, impráctico y hagas lo que hagas siempre va a terminar mal. Pero en ese momento tan mágico, casi abrazándola, con la lluvia cayéndome en la cara, sintiendo que nada me importa más…
¿Cuánto tiempo me queda de vida? ¿Veinte? ¿Treinta años? con suerte llegaría hasta los ochenta si asumiera un modo de vida saludable. No importa que se le agregue un año más o uno menos, al final no es más que breve suspiro ¿Porqué no simplemente la aprieto entre mis brazos y le digo todo lo que siento? ¡Estoy enamorado! ¡Eres la chica más increíble que he conocido! ¡Quiero estar contigo para siempre!
Pero ya no tengo quince años… Hay un par de cosas que he aprendido desde la última vez, una cosa es estar enamorado y otra cosa es «amar» a alguien, amar es hacerse responsable del bienestar y la felicidad de quien amas dando siempre lo mejor de ti.
Y yo definitivamente te amo Rena Ai.
Hay veces en las que el mayor gesto de amor es simplemente guardar silencio…
Me percaté que aquella llovizna había cesado.
—Parece que ya escampó —dije apartando mi brazo, descubriéndola con suavidad y apartándome para permitir que ella se incorporara.
Ella puso las palmas de las manos hacia arriba para comprobar con el tacto que había dejado de llover y luego se irguió sin decir nada y seguimos caminando en silencio. Tal vez resultaba un poco incómodo, pero en ese momento era yo incapaz de articular palabra. Me sentía arrebatado por un éxtasis desbordante. Aún varios minutos después de apartarnos, sentía que la felicidad me recorría el cuerpo de arriba a abajo, como el fluir una sustancia casi tangible que me hormigueaba entre las venas.
—¿Para donde va toda esa gente? —Escuché que su voz me preguntaba en medio de mi patético éxtasis. Hice un esfuerzo por volver en mí y me fijé en que ella señalaba en dirección hacia un corrillo de gente con ropa formal. Familias enteras con padres hijos y abuelos, una cantidad considerable de mujeres llevaba niños de brazos y algunos caballeros empujaban sillas de ruedas en la que iban personas de edad avanzada.
—Van a la subida de Monserrate, la vista de la ciudad desde arriba es sensacional ¿Alguna vez has ido? —Le contesté como con ese entusiasmo de guía turístico de tres pesos.
—No… ¿Vamos? —Me invitó… Como con un gesto de coquetería, que me hubiera acabado de derretir el cerebro si no fuera porque los recuerdos de lo que había pasado en el veintecito de Julio me toqueteaban la cabeza como diciéndome que algo aquí no acababa de encajar.
—Sí… Vamos. —Acepté, porque si en ese momento ella me hubiera pedido que nos tiráramos de cabeza del salto del Tequendama igual hubiera aceptado solo por arrancarle al destino unos instantes más cerca de ella.
Si a esa hora hubiéramos emprendido el ascenso tradicional por la escalera, estaríamos llegando a la cima al anochecer, así que apechugando compré un par de boletos del funicular para llegar más rápido, aún así hubo que esperar un buen rato, la cola era bastante larga para ascender, mucha gente quería asistir a la misa.
La sensación de que había algo raro en toda esta situación, se me hacía más intensa a medida que nos acercábamos a la plataforma de abordaje. Quizás era por el aire tan solemne que llevaban todas las personas al conmemorar algo tan serio como la semana santa lo es para los cristianos. Quizás fue por eso que Rena y yo fuimos apagando la conversación hasta casi terminar en silencio al momento de abordar el vehículo.
A la mitad del recorrido en el funicular ella dejó de mirar para los lados y se fijó en mí.
—¿Sabes? Creo que te debo una disculpa. —Me dijo en un tono inesperadamente serio.
—¿Disculpa? ¿Por qué? —Pregunté desconcertado.
—Cuando estábamos en París… Charlábamos mucho en la biblioteca de la universidad y de un momento a otro dejé de hablarte y… —iba diciendo ella cuando de pronto la interrumpí.
—En ese caso, el que debe pedir disculpas soy yo. Tú me estabas hablando de algo importante para ti y yo simplemente te contesté con una estupidez porque no tuve cerebro para decir algo que valiera la pena. —Le dije soltando aquella cruz que había estado cargando por años.
—Es normal que Intentaras buscarle el lado gracioso, Yo te estaba diciendo toda esa sarta de locuras… Solo para dejar salir un poco de la angustia que siempre estoy cargando, Tomé lo que dijiste por el peor lado posible —me confesó.
—¿El peor lado posible? —Pregunté desconcertado.
—Desde hace tiempo… Gente cercana a mí, personas en la que debo confiar porque no tengo alternativa. Una y otra vez descubro que esas personas me ocultan cosas, me mienten. Aunque lo hagan sin mala intención, cuando me doy cuenta… Me duele tanto. No sé, siento que me he vuelto un poco paranoica respecto a eso y cuando hiciste aquel comentario, tan irónico, tan sarcástico, algo me hizo pensar que simplemente te habías aburrido de fingir que te interesaba charlar conmigo y te estabas quitando la máscara —dijo y luego miró hacia arriba, aunque ahí solo estaba el techo del funicular.
Nos cubrió la obscuridad al entrar por un túnel excavado en la montaña.
—No te sientas mal, no soy del todo inocente yo también te he mentido y te he ocultado cosas —le dije tratando de sacar a flote la madurez que he acumulado con los años.
—¿Qué mentira me has dicho? —Me preguntó en medio de la obscuridad que de vez en cuando se rompía con parejas de reflectores que iban iluminando el túnel a lado y lado.
—Una vez me preguntaste cuál era la razón por la que me había apuntado en aquel curso de «Tradición mágica y ritualidad ancestral» Te contesté que tomaba cursos como ese… Porque quería documentarme a la hora de escribir novelas de fantasía dirigidas a público adolescente. Pero la verdad es que… Bueno, en realidad… Siempre tuve la esperanza de que estudiando esa clase de cosas, en algún momento encontraría «la verdadera magia» y no solo a la gente que creía en ella —Le confesé a corazón abierto, algo de lo que nunca le había hablado a nadie.
—Y ¿La encontraste? —Preguntó ella con una curiosidad que no me esperaba, como si hubiera olvidado por completo el motivo de la conversación.
—Encontré que vivimos en un mundo «mágico» repleto de cosas más allá de nuestros saberes y entendimiento. Que ciertas cosas es mejor mirarlas desde la humildad de saber que apenas estamos aprendiendo, que desde la soberbia del que cree haber alcanzado la erudición —le contesté hablando como un auténtico vejestorio. Ella volvió a mirar al techo, parece que no era la respuesta que esperaba.
A eso siguió un silencio, que solo fue interrumpido cuando se nos avisó por perifoneo que el recorrido del funicular había terminado y ya estábamos en la cima. Nos apeamos del vehículo. Le di un vistazo alrededor,
Allí nos recibía la imponente catedral del señor caído del cerro de Monserrate, cual palacio coronando la cima. Me hubiera gustado hacer de guía turístico y contarle a la señorita Ai acerca del origen de la catedral, debido a un rifirrafe entre jesuitas y franciscanos, los franciscanos tenían el santuario de las lajas en Ipiales que era considerada la catedral más bella del país y los jesuitas para no quedarse atrás movieron influencias para reemplazar la humilde iglesia que había antiguamente en el cerro por una edificación de proporciones faraónicas que le hiciera sombra a la de los franciscanos y que todo había terminado en una especie de «empate» cuando ambas partes se vieron cortas de presupuesto en el momento en que el Vaticano requirió el diezmo de todas las parroquias del mundo para su reconstrucción tras el asalto de Stalin a Roma a finales de la segunda guerra mundial. Pero lo más seguro es que ella conociera esa historia mejor que yo.
Es que ni siquiera pude guiarla, ella andaba al frente como Pedro por su casa e inspeccionaba las cosas en lugar de admirarlas.
Todo el lugar estaba engalanado para las ceremonias de la semana santa, para nada mostraba el aspecto patético y cochambroso de los domingos en los que venía de vez en cuando para pasar el rato.
La enorme catedral de piedra estaba repleta e incluso la plazoleta frente a esta, en donde se habían instalado altavoces para que los que no alcanzaron a entrar pudieran escuchar la misa impartida por el obispo de la arquidiócesis. A pesar del gentío, había un tremendo silencio en ese lugar, un aire de solemnidad que hasta raro se me hacía.
—¿No tienes sueño? —Me preguntó de un momento a otro la señorita Ai. La pregunta llegó tan sin venir a cuento que no supe responder con gracia.
—Estoy en un tratamiento contra el insomnio, hace apenas tres horas que desperté de un sueño inducido por narcóticos de más de veinte horas, probablemente no pueda volver a dormir por varios días después de eso. —Le contesté a lo que ella respondió con un gesto raro, y también noté que con disimulo, se paseaba entre los dedos una especie de naipe de un juego que no reconocí y que tampoco lucía como una carta del tarot.
Ella soltó un largo suspiro.
Era ya demasiado obvio que algo raro estaba pasando y yo ya estaba decidido a preguntarle de una vez por todas qué era lo que estaba sucediendo… pero de pronto nos encontramos con que el acceso al mirador estaba cerrado y custodiado por un par de efectivos de la llamada «Guardia Internacional Pontificia» Porque es que es muy feo decir que la pacífica y amorosa iglesia católica tiene un ejército armado. ¡No! Según la posición oficial es «un cuerpo de paz destinado a preservar la tranquilidad de los sitios santos» y que no es un «ejército» aunque operen la segunda flota de F35 más grande del mundo y el Papa no vaya a ningún lado sin la compañía del portaaviones nuclear «San Crisóstomo». Pero es entendible que la iglesia decidiera tomar sus precauciones tras la oleada de atentados extremistas que se habían venido sucediendo desde hace años tras el fracaso de la «guerra contra el terrorismo» de principios de siglo.
El par de guardias enfundados en sus uniformes, basados en el estándar del uniforme de asalto de la OTAN pero con la insignia helvética y la imagen de San Ignacio de Loyola, se podía decir con facilidad que no tenían intención de dejar pasar a nadie al mirador. Esos guardias eran gente muy seria, no cederían ante un par de billetitos «para la gaseosa» como lo harían algunos miembros de los otros cuerpos de seguridad de la nación.
Inesperadamente La señorita Ai los abordó, les dijo un par de cosas que no alcancé a entender ¿Hablaban en latín? El caso es que tras unos instantes de duda… Nos cedieron el paso, pero no como el que le cede el paso a un turista cualquiera que ha rogado que le dejen pasar… Sino más bien como si estuvieran obedeciendo a regañadientes una orden de alguien de rango más alto con quien no estaban del todo de acuerdo Se veían demasiado firmes, demasiado tensos y una vez pasamos volvieron a su firme postura de guardia para que nadie pasase y hasta juraría que llegué a escuchar un «click» como si le hubieran quitado el seguro a sus rifles.
—¡De lujo! —Dije con notorio sarcasmo —Siempre que vengo aquí está abarrotado de gente y se tarda mucho en subir.
A eso Rena no contestó nada, oteaba alrededor, pero no con curiosidad, como lo haría un turista, sino más bien como si esperara que algo o alguien fuera a aparecer de un momento a otro. Tras subir el primer tramo de las escaleras, nos encontramos con una bifurcación del camino. Por un lado estaba la ruta habitual que seguían todos los turistas y por otro lado estaba la ruta «especial» que se usaba para el acceso del personal que trabajaba en la catedral y ciertas personalidades de la iglesia y la política que visitaban el lugar y no querían juntarse con la chusma a la hora de ascender al mirador.
Yo iba hacia la ruta habitual, pero Rena fue directo hacia la ruta especial, como si no hubiera otra. Me pregunté si no estábamos infringiendo alguna normativa del lugar, pero no hubo nadie allí para darnos respuesta.
Nadie… El lugar estaba completamente desolado y en silencio, ni siquiera se escuchaban los ecos de la misa que minutos antes retumbaban por todo el cerro como los truenos de una tormenta. Seguí tras la señorita Ai que se notaba notoriamente apresurada, tenía que preguntarle que era lo que estaba sucediendo de una vez por todas, pero por alguna razón no conseguía encontrar la palabras para hacerlo, solo iba tras ella como si hubiera hecho un juramento de estar a su lado hasta el final.
Yo nunca había estado allí, fuimos subiendo una escalera de caracol tallada en piedra. Y era como si estuviéramos en un lugar muy antiguo, porque las paredes tenían ciertos matojos de musgo que no había en ninguna otra parte, y las piedras no estaban lustrosas y brillantes como en los demás sitios de la catedral. Todo tenía un aspecto de desgaste y erosión muy raro, ni las iglesias de la época de la colonia se veían tan viejas este lugar ya casi que parecían ruinas del alto imperio romano.
Era un prolongado ascenso en espiral, que se iba haciendo cada vez más bajo y estrecho, nos fuimos agachando muy gradualmente, hasta que en cierto punto tuvimos que empezar a gatear. La situación se estaba poniendo cada vez más extraña, me recordó de alguna manera a las descripciones de ciertos rituales de iniciación que se usan en sectas ocultistas de la vertiente órfica. Le iba preguntar a Rena si sabía algo al respecto, pero me di cuenta que por la manera en como estábamos gateando, pareciera que le estuviera mirando el trasero de manera un tanto indecorosa, así que fui deliberadamente más despacio para dejar que ella me adelantara y no hubiera un contacto visual tan directo.
—Este lugar es muy extraño… ¿Crees que falte mucho para salir de aquí? —Le pregunté, pero no hubo respuesta. Al quedarme quieto, noté que no la escuchaba a ella andar. Avancé rápido para encontrarla, pero no encontré nada, se había esfumado.
A continuación intenté retroceder para regresar por donde habíamos venido, pero por mucho que lo intentaba siempre continuaba en el mismo lugar, había ventanas a un lado del pasadizo que quitaban un poco la sensación de claustrofobia, pero tras intentar en vano ir en una y otra dirección por un buen rato sin llegar a ningún sitio, me percaté de que estaba atrapado, como en un bucle.
Me quedé de rodillas unos instantes a meditar mi situación. Esto era raro de cojones, era como andar en un pasillo circular en el que no recordaba haber entrado. Era como para una película de terror y mucha gente ya hubiera entrado en pánico, pero a mí me resultaba fascinante.
Llevé mi mano a uno de los bolsillos de mi abrigo y de allí saqué un vial, el mercurio que contenía estaba raro y como que reflejaba más brillos de lo usual. Con cuidado dejé caer un par de gotas en el suelo. Esas gotas comenzaron a resbalar por la pendiente, las seguí con la mirada hasta que se perdieron de vista, luego miré al frente y justo como lo había sospechado… las gotas aparecieron frente a mí resbalando cuesta abajo.
Con un gotero tomé las gotas de mercurio y las puse de nuevo en el vial, que volví a guardar con cuidado en mi bolsillo. No cabía duda, esto era magia. No tenía idea de qué color, pero definitivamente esto era un embrujo bastante sofisticado, no se trataba de un mero engaño a los sentidos o las gotas de mercurio no hubieran aparecido de esa manera, aquello se trataba de un auténtico pliegue del espacio ¿Cómo carajos se propaga una onda gravitacional aquí? ¡Un físico se volvería loco con la oportunidad de hacer experimentos en este lugar!
De un bolsillo de mi monedero saqué una cadenilla al final de la cual colgaba un cristal de vidrio volcánico tallado en forma ovoide, noté que las impurezas en el interior destellaban como estrellas en miniatura, cuando usualmente eran opacas. Hice pendular el cristal en un movimiento circular y luego empecé a recorrer el pasadizo mientras sostenía el péndulo frente a mí. Lo hice varias veces hasta encontrar un lugar en donde el movimiento del péndulo no era del todo regular y en lugar de recorrer una elipse, tendía a hacer un movimiento en forma de «ocho» o el símbolo del infinito.
Justo ahí era donde debía de hallarse «el empeine» donde se juntaban los dos extremos del pasadizo que se habían juntado, lo que según mi escaso conocimiento de geometría debe generar una irregularidad topológica, una de esas cosas que «no le gustan a la naturaleza» y por eso no suele verse a menudo, así que para solucionar este entuerto solo hay que llamar a «la naturaleza» para que haga lo suyo.
Guardé el péndulo y de un compartimento la hebilla del cinturón de mi pantalón extraje el címbalo de bronce alquímico en forma de campánula que conseguí en mi viaje a Estambul. Lo sostuve siempre con mi mano izquierda como me lo indicaron. En el dedo anular de mi mano izquierda me puse el grueso anillo grabado con el ojo de Horus, he hice sonar el címbalo haciendo chocar el anillo contra este. El sonido fue pavorosamente anormal y disfónico. Se Hacía más intenso cuando apuntaba el sonido en una cierta dirección… Tras un par de veces de hacerlo sonar, pude empezar a sentir que el pasadizo entero en donde me encontraba empezaba a retumbar.
—No te gusta ¿Cierto? Lo sé… Se siente asqueroso cuando alguien se mete con tu duodecadimensionalidad…—
Hasta que lo sentí… Era como un hilo que me ataba en la cintura, lo tomé con la otra mano y lo halé con fuerza. «algo» sucedió, no se vio, no sonó, pero sucedió. Comencé a avanzar y salí de aquel túnel en un santiamén. Hice sonar el címbalo una vez más, ahora la nota era un tanto más clara y armoniosa, pero seguía siendo anormal, una nota sonando por fuera del pentagrama.
Volví a sacar el vial con el mercurio y ahora el líquido alumbraba como una bombilla, El lugar debía estar repleto de efluvios de maná hirviente, casi que podía sentirlo en la piel. Pero antes de que pudiera pensar en qué clase de rituales se podrían estar llevando para provocar esto, me percaté de algo que me dejó perplejo.
El mirador… O más bien la ciudad que se veía desde el mirador. Esa no era Bogotá… Estaba en el mismo lugar, las montañas y los valles eran los mismos, pero esa no era Bogotá.
Era más pequeña, pero seguía siendo una ciudad grande, sus edificios no eran tan altos, pero eran notablemente más hermosos, más nobles… Esa arquitectura parecía sacada del medio oriente, como si estuviera viendo algún lugar del Líbano que nunca hubiera recibido influencias occidentales, aunque también me evocaba el sentimiento ciertas ciudades marroquíes, Había muchas cúpulas, Agujas, espiras, obeliscos. Las calles estaban iluminadas por una luz ambarina que procedía de los edificios y se podían adivinar canales por los que discurría agua, quizás como un medio de transporte… Todo en un conjunto que rezumaba armonía arquitectónica. No como en esa grosera y palurda montonera improvisada que es Bogotá. Era sin dudas un lugar hermoso.
Hermoso pero aterrador.
Me aterraba, porque la vista me es familiar, lo conozco, desde hace años, he recorrido sus calles, he visitado sus templos, merodeado en sus bazares, entrado a hurtadillas en sus palacios, caminado entre su gente. Es esa ciudad que se me aparece en sueños… Esta tierra fue conquistada por algún misterioso pueblo de oriente mucho antes de que a los europeos se les ocurriese la idea de navegar. Esa ciudad que aparece en mis sueños y que la veo tan real que me asusta. Porque temo que alguna vez me quede allí para siempre sin poder regresar…
Farnalae… ¿Por qué demonios conozco su nombre?
Por eso es que me desvelo, por eso es que no quiero dormir y cuando lo hago procuro hacerlo lo más agotado posible y bajo la influencia de substancias que me impidan soñar aún a costa de mi salud.
Aquello no podía ser posible… ¡Era absurdo! Yo estaba en el mirador, a un lado de la catedral de Monserrate, el símbolo de Bogotá.
Di media vuelta para refugiar mi vista en la espléndida arquitectura de la catedral del señor caído, sus vitrales, sus columnas, sus arcos, sus bajorrelieves conmemorando el martirio del mesías en los días sagrados…
Pero allí no estaba la catedral… Lo que allí había era una torre colosal de perfil rectangular y paredes lisas que parecía elevarse al infinito, contemplar eso hacía que el eco de un nombre resonara en mi cabeza: «Aura Mazda»
Caí de rodillas desolado, finalmente comprendí que todo mi esfuerzo de años había sido en vano… Había caído por completo en la demencia y perdido la razón. Vagaría atrapado por siempre en un laberinto de alucinaciones sin poder regresar jamás a la cordura… A la realidad.
Entonces recordé… Rena ¡La señorita Ai! Ella había conseguido regresar de un deslizamiento… Tenía que encontrarla…
—¡Señorita Ai! ¡Señorita Ai! —Grité a todo pulmón y en todas direcciones, sin recibir respuesta. Aquel lugar estaba desoladoramente vacío. Únicamente se oía el eco distorsionado de mi propia voz y los latidos desesperados de mi corazón queriéndoseme salir del pecho.
Si tan solo tuviera a mi alcance, algo que le perteneciera a ella… Podría intentar un conjuro de evocación… Si el lazo mental era lo suficientemente fuerte incluso traerla hasta mí…
¡Hebras de cabello! era posible que hubiese alguna en el forro de mi abrigo… Cuando estaba desabotonándome el abrigo a la altura del pecho, tuve una ocurrencia estúpida… «Algo que le pertenezca solamente a ella… Mi corazón…» Pero rápidamente deseché la idea… No es así como funciona, tiene que ser algo que venga de ella…
«Algo que venga de ella…»
Y reparé en mi propio cuerpo, por muy raro que parezca, aún podía sentir esa «felicidad casi tangible» que me recorría de arriba a abajo desde aquel dulce momento que la tuve junto a mí. Siempre estuvo allí, nunca se fue.
Y empecé a hacer magia.
Es tal y como lo dicen los maestros… Es una paradoja, una contradicción, una ambivalencia. No sabes si lo que está sucediendo es fruto de la fuerza de tu voluntad o solo eres el medio por el que una intención exterior se manifiesta en la realidad, hacía algo que nunca había hecho como si hubiera sabido hacerlo toda la vida, con la naturalidad con la que me pongo frente a la máquina de escribir y creo historias capaces de envolver a mis lectores en mundos surgidos de mi mente.
—Por el más hondo de mis anhelos… ¿Dónde estás Rena Ai? —Pregunté una vez más… El eco de mis palabras retumbó por todo el lugar, iba y venía una y otra vez como el sonido de un trueno. Esta vez obtuve una respuesta, una para la que no estaba preparado.
El cielo mismo me respondió y me mostró la verdad, me mostró a Rena Ai.
Era como contemplar la bóveda celeste en una noche de luna nueva. No había una sola Rena, existen muchas… Incontables. Una jovencita corriente de Tokio que vive su día a día sin mayor preocupación, otra chica que en una ocasión descubrió un secreto que la llevaría por los caminos de la magia, una princesa de una realidad diferente que se ve forzada a exiliarse en tierras lejanas, Una triste y solitaria niña maltratada por sus padres, que sobrevive día a día contemplando una serie de dibujos animados acerca de una chica mágica que es su único soporte emocional, una sacerdotisa que invoca guerreros de otros mundos para combatir las monstruosidades nacidas del pecado sangriento, una mujer increíblemente perversa y malévola que destruye su propio mundo por el mero placer de contemplar la desesperación de la especie humana, una mujer que vive una vida larga y satisfactoria al lado de su esposo en el Japón de la era Jomón, una cosmonauta soviética custodiando una estación en la órbita de Venus, una guerrera de una tribu amazónica luchando contra las tropas del imperio francés, una esclava en un barco pirata chino, una Faraona reinando en una colonia del imperio egipcio en la península de Yucatán, una cyborg en una megápolis que cubre toda la superficie de la tierra, una bruja en lo más profundo de la taiga siberiana… Son tantas que las veo todas y no veo a ninguna…
No importa que tan diferentes fueran entre sí, cada una al verla me evocaba esa misma fascinación, ese mismo anhelo de que llegue el momento en el que se crucen nuestras miradas.
Una de ellas era de la especie neandertal y aún así sería capaz de pedirle que se case conmigo.
Está bien… Admito que me fijé un poco más de lo necesario en las que estaban desnudas, pero igual era como ver una estrella, estaban muy lejos, nada con lo que uno se vaya a calentar más de la cuenta.
Era consciente de que esta visión tan delirante, significaba que sin importar si esto se trataba un delirio psicótico o una caída en una especie de abismo más allá de los límites de la realidad… Definitivamente me había vuelto loco y ya no tenía salvación. Y en ese momento tan crítico, peligroso y trascendental solo se me ocurrió pensar en que «Con tantas que hay… ¿No puedo tener una para mí?»
Quizás fue por distraerme, pero aquella visión en el cielo colapsó en una implosión, el suelo bajo mis pies se desvaneció y fui envuelto por la obscuridad en una caída sin fin hacia la nada…
Pero al mismo tiempo tuve una revelación mística. Comprendí que Rena Ai no era una persona como cualquier otra, Ella en sí misma es una especie de «deidad del amor» la encarnación viva del «ren ai» «el amor romántico» la verdadera razón por la que los seres humanos creamos la civilización y la cultura e incluso fue en torno a ese concepto que creamos nuestro concepto de «Dios» y por eso es que ella existe en un montón de realidades, Rena está en cualquier lugar en donde pueda haber amor… ¡Y ella irá a cualquier lugar en donde se necesite el amor!
Desperté, estaba recostado en una de las bancas del mirador de Monserrate, Me levanté estaba súper atolondrado, como un loco me asomé desesperadamente por el mirador y casi me voy por la barandilla.
Ahí estaba Bogotá… con su fea cara diciéndome: ¡jódete imbécil!
Suspiré de alivió y miré a mi alrededor, La catedral, el mirador, la gente saliendo de misa… Las cosas estaban «en su sitio» algunas personas me miraron raro. Tal vez debía de hacerle caso a mi médico y tomar el tratamiento con juicio para evitar esta clase de episodios. Entonces… ¿Todo había sido un sueño? sí, y tal vez era mejor tomarlo de esa manera. Un sueño maravilloso en el que pude volver a ver a La señorita Ai y pasar un rato inolvidable a su lado. Puede que solo fuera un sueño, pero esa sensación de una felicidad que es casi tangible, aún hormigueaba en la yema de mis dedos. Si cerraba los ojos aún podía sentirla agazapada bajo mi abrigo.
—Y el mal que siempre existió,
No soportó.
Ver tanta felicidad, entre dos seres.
Y con su odio atacó, hasta que el hada cayó.
En ese sueño fatal de no sentir.
En su castillo pasaba las noches el mago buscando el poder.
Que devolviera a su hada su amor su mirada tan dulce de ayer.
Y no paró desde entonces buscando la forma de recuperar.
A la mujer que aquel día en medio del bosque por fin pudo amar.
Y hoy sabe que es el amor…
Y que tendráaaa…
Fuerzas para soportar aquel conjuro…
Sabe que un día verá, su dulce hada llegar
Y para siempre con él se quedará aaaaaa —
Entonces sentí un coscorrón.
—Ya deja de andar cantando esas porquerías retro… Que la gente nos está mirando ¡Qué vergüenza! —Me regañó la Señorita Ai «gritando en voz baja».
Giré la cabeza sin poder creer lo que estaba viendo, era ella, Rena, ¡Rena Ai! Solo que… Se veía como si se hubiera enfrentado a puñaladas con un gancho del Bronx.
—No me mires así… Me caí rodando por unas escaleras ¿Ok? —Dijo haciendo pucheros.
—Pero esas escaleras como que tenían cuchillos porque ¡Uy! —Comenté mientras me preguntaba en donde se podría conseguir algodón y desinfectante.
—Deja de decir tonterías y dame tu número telefónico —me dijo evadiéndome la mirada con el rostro sonrojado y un gesto de enfado muy raro y que no veía a cuento con la situación.
—¿Qué? —Pregunté sin entender qué estaba sucediendo.
—Parece que tendré que quedarme en esta ciudad por un tiempo y eres la única persona que conozco de por aquí —
Fin del capitulo 1
*nota aclaratoria, lo de «la catedral del cerro de Monserrate» es ficción, en el cerro de Monserrate «real» solo hay una iglesia normalita como la que se puede ver en cualquier pueblo.
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