Ein Traumtreffen - 02
Ein Traumtreffen
Capitulo 2
Le pedí al taxista que me dejara en una esquina a unas calles del lugar al que tenía que llegar. Es como una especie de deformación profesional, tengo este hábito de tomarme un tiempo para «Entrar en sintonía» antes de hacer las cosas.
En especial para hacer algo como lo que fui a hacer allí.
Por la forma en que me criaron, veo todo como una incesante sucesión de ritos, plegarias y ceremonias.
Toda acción significativa necesita de la parafernalia de sus prolegómenos. En mi caso, acostumbro merodear un poco por los alrededores, para intentar imbuirme del «Zeitgeist» del lugar.
El olor del aire, la mirada de la gente, el flujo del tráfico, el sentido del viento, la forma de las nubes, qué tanto armoniza la arquitectura con la orografía del lugar… Alguno de esos detalles podría resultar de vital importancia en algún momento.
Ésta ciudad «Bogotá» la sentí tan gris, como si fuera un cascarón vacío carente de la fuerza y entidad que a otras ciudades les sobra como Madrid o Buenos Aires.
La peor clase de ciudad: una de la que no hay mucho que decir.
Aparte de hacer transbordo en el aeropuerto, no hay ningún motivo real para venir a Bogotá. Lo único que tiene es un festival de teatro que mayormente se realiza en la calle porque apenas hay dos o tres lugares a los que se pueda llamar «teatro»
Es como Ciudad de Panamá pero más grande, una ciudad sin chiste que solo existe por mera necesidad técnica. Todo es tan básico, tan hecho a desgana…
Cuando iba en el avión, llegué a pensar en dilatar mi estadía en este lugar y tomarme unos días libres a costillas de mis jefes. Pero me bastaron veinte minutos de caminata por esas insulsas calles para convencerme de terminar con mi asunto lo más pronto posible y regresar a París para sacarme la magistratura y empezar a dar clases de filología en la universidad.
Saqué del bolso la documentación que se me había suministrado. Alguien se había tomado la molestia de editar una imagen en la que se superponía un mapa digital actualizado de la ciudad, a un dibujo a mano alzada del trazado de las calles de mil novecientos trece que fue confiscado a una secta masónica de Hungría después de la ocupación soviética.
A pesar de la extensa cantidad de anotaciones adjuntas, muchas cosas quedaban a la interpretación del lector. Guardé los papeles y dejé que la intuición me fuera guiando por las calles… Hasta que me llegó aquella urgencia.
En un instante pasé de ser una avezada viajera cosmopolita, a volverme una pueblerina hecha una bola de nervios sin saber qué hacer. Recordaba vagamente haber oído decir alguna vez a una colombiana que en su país, no solían encontrarse baños públicos y que en caso de necesidad lo mejor era entrar a un centro comercial o algún almacén grande…
Pero no había nada de eso al alcance de la vista, solo edificios o locales que lucían como papelerías o tiendas de mobiliario. Comencé a dar vueltas por las calles mientras que iba sintiendo como de a pocos mis entrañas se iban acercando a ese límite en el que una sabe que no va a salir bien librada.
Quizás bastaba con que le preguntara a alguien o pidiera un baño prestado en cualquier parte, pero algo en este tipo de situaciones me dispara una introversión terca y casi infantil. En un momento dado giré la cabeza para atisbar al interior de un local. Era un pandemonio de cachivaches sin sentido ni propósito, pero algo dentro de mi cabeza me llevó a pensar que ese sitio podría ser un restaurante.
Entré, era como una pesadilla acerca de quedar encerrada en la casa de alguien con complejo de Diógenes. Caminé con dificultad por entre una multitud de objetos inútiles desperdigados por todas partes, preguntándome si alguien encontraría atrayente cenar en medio de un basurero.
Pero en medio de aquel caos, pude vislumbrar la señal de la salvación: una puerta con una marca de un circulo sobre un triángulo, un pictograma universal para representar el cuerpo de la mujer ¿Tal vez era eso lo que pretendían hacer los egipcios con las pirámides? poner el cuerpo del difunto en una representación abstracta del útero a la espera de un nuevo alumbramiento…
La civilización del rio Nilo ¡El gran y caudaloso rio Nilo! Creo que ese no era el mejor momento para pensar en ríos.
Los meseros me estaban mirando, me estaba muriendo de la vergüenza y solo atiné a decir:
―Con permiso… ―.
Y entonces tuve que hacer frente al incordio de hacerlo en un lugar que no conozco. ¡Ah! ¿Por qué tiene que ser tan complicado? ¡Cómo extraño los washiki! usar esos inodoros occidentales es tan complicado.
Los hacen demasiado altos y hay que hacer un estúpido acto de equilibrismo para evitar tocar el asiento. Hubiera sido más fácil si hubiera ido en falda, pero de alguna manera logré evitar el terminar hecha un desastre y al menos traía conmigo mis toallitas desechables perfumadas.
Salí de ahí avergonzada pero con las ideas en orden. Me di cuenta que justo afuera del cuarto del retrete había un lavabo.
―Si me cobran por esto, lo mejor será tener las manos limpias. ―Me dije para mis adentros y procedí a lavarme las manos a conciencia.
Cuando de un momento a otro alguien salió de la otra puerta, la que tenía el punto con el triángulo invertido. Sentí que se puso justo a mi lado, seguramente esperando para usar el lavabo.
¡Pero qué situación más incómoda!
Me apresuré para salir de ahí lo más pronto posible.
Entonces sentí algo… Estaba segura de que esa persona, tenía su mirada clavada en mí. Hace algunos años, esa clase de acoso me hubiera intimidado bastante, pero yo ya no era la misma.
Volteé la mirada para confrontarlo.
Entonces aparecieron frente a mí esos ojos tristones, esa forma del rostro, ese cabello largo, esos labios, esas líneas faciales…
¡Era él!
Antonio… Antonio Osorio, Con esa mirada de sus ojos extraños. A pesar de que siempre supe que él era de esta ciudad, encontrármelo ahí, de esa manera se me hizo tan absurdo, tan… «Irreal»
— ¿Eres tú? —Se escapó de mis labios.
—Supongo que hay mucha retórica metafísica con la que se puede controvertir esa pregunta, pero dejémoslo en que «Sí» «Soy yo» —Me contestó con ese tono arrogante de comediante barato, que me hubiera enojado muchísimo si no fuera porque fui arrastrada por una ola de nostalgia que me hizo olvidar el contexto de todo.
En ese momento solo sentí unas ansias voraces de seguir escuchando su voz.
—Digo… Es que… Sabía que eras de por aquí, pero la última cosa que imaginaría es toparme contigo de esta manera —Respondí de forma chapucera ¡Tantas cosas que pudiera haberle dicho y de mi boca solo salió esa sarta de tonterías!
— ¿Te gusta la comida de aquí? —Me preguntó, y no entendí de lo que me estaba hablando, en lo último que pensaría en ese momento sería en comida. Tuvo que pasar un tiempo para que pudiera recordar que estábamos en un restaurante.
—Este… No exactamente… En realidad… Solo entré para utilizar el baño —Le respondí queriendo igualar el tono de su sarcasmo, pero no me salió, mi voz sonó como de niñita consentida y me sonrojé como una boba.
Cuando me fui a estudiar a Francia, mi única intención era escapar. El último año de preparatoria tuve que enfrentar demasiadas cosas. No tenía ninguna manera de «simplemente mandar todo al diablo» Mi única alternativa era subir la apuesta e intentar escalar en la pirámide de poder de la organización que controlaba mi vida.
Sin decirle a nadie, comencé a enviar cartas y hacer papeleo. Cuando llegó la respuesta de Roma, Ni siquiera el maestro del templo pudo hacer algo al respecto, así que a regañadientes y mascullando maldiciones a mis espaldas tuvieron que entregarme a la organización con la que tenían aquel viejo pacto de colaboración.
París resultó ser un lugar enorme e intimidante, tuve que adaptarme a marchas forzadas a un ambiente muy distinto al de Kyoto. Lidiando con un montón de gente nueva y la presión de mis nuevos «tutores» que solo sabían hablar de porcentajes de «rendimiento» «desempeño» y «efectividad»
La forma de estudiar en occidente era muy distinta a la que acostumbraba en el templo Michikami. Ahí no había jerarquía ni formalidades que impusieran estructura y disciplina, no había mayor distinción entre alumnos y profesores, tampoco había reverencia hacia los que llevan más tiempo estudiando. A primera vista pareciera que es más sencillo, pero en la práctica es todo lo contrario, todo depende enteramente de ti. Estás completamente sola y perdida en un mar de información, sin una idea clara de por dónde empezar ni qué camino tomar.
Tanta libertad era aterradora.
Sin ritos de la mañana, sin horas de meditación, sin entrenamiento en la montaña, sin labores domésticas, sin encender hogueras en la noche, sin tiempo para la contemplación de las estrellas…
Ahí todo era un caos de ir a clase, tomar notas, leer libros, acordar entrevistas, viajar en auto de un sitio a otro, socializar con gente molesta, tramitar documentos, perder tiempo en esperas inútiles, pausa para ir al baño o tomar agua y volver a clase. Aprovechando cualquier intermedio para ir redactando ensayos o adelantar trabajos.
Comía y dormía mal, pero eso no me molestaba tanto, odio mis sueños.
Estaba en proceso de acostumbrarme a aquello, cuando en algún momento, empecé a notar la presencia de este sujeto.
A primera vista, era de ese tipo de gente de la que uno se olvida al rato. Hablaba poco, su francés era muy deficiente y con un deje de acento hispano exagerado. Cualquiera pensaría que no era un tipo especialmente listo.
Pero para mí, él tenía algo inquietante. No podía definir con exactitud qué y eso me empezó a sacar de quicio.
Luego supe que los que estamos en este nicho, con el tiempo desarrollamos como un sexto sentido para identificar a nuestros «colegas» No sabría explicarlo de forma concisa, son detalles que uno va notando en ciertas personas.
En clase, él pasaba la mayor parte del tiempo distraído y tratando de disimular sus bostezos. Pero se las arreglaba para seguir el hilo de la clase. Tenía un cierto interés en las irregularidades y vacíos inexplicados de las teorías ortodoxas, y hacía muchas preguntas ambiguas, llenas de segundas intenciones.
Los demás opinaban que solo era un advenedizo necesitado de atención, pero a mí me desconcertaba lo callado y atento que se quedaba en los momentos en los que el tema de la clase iba en dirección de ciertos asuntos crípticos y farragosos… Que era justo aquello por lo que mis tutores me habían hecho tomar aquél curso de introducción a las nociones de la magia occidental.
Me preguntaba si acaso él también sería parte de alguna organización. Una especie de erudito en «cuestiones esotéricas latinoamericanas» pero de ser así, ya me lo habría topado en alguna de las oficinas de la representación de la guardia o al menos escuchado hablar de él en los corrillos.
Nadie en mi círculo de contactos lo conocía. Legalmente solo era un graduado de literatura, que había venido a París específicamente a tomar aquel curso.
Tenía un elaborado sistema para tomar notas. Lo escribía todo en letra de molde para poder digitalizarlo y tener copias. Estaba tan paranoico que hasta guardaba sus memorias USB en un estuche de una aleación rara para protegerlas de «eventos electromagnéticos»
Y sus trabajos…
Era un flojo, apenas si había uno o dos párrafos de contenido real en cada página, pero era un experto en rellenar espacio con vueltas y rodeos a cosas intrascendentes. Era muy extraño, porque resultaba hasta divertido leer esos textos superfluos que firmaba con el nombre de: Antonio Osorio.
Llegué a sospechar que ese no era su verdadero nombre, todo en él se me hacía sospechoso. Especialmente sus miradas. Se esforzaba por disimularlo, pero era tan predecible que se delataba solo.
Lo primero que hacía entrando al aula era buscarme y solo cuando me veía o comprobaba que no estaba ahí, se iba a su asiento.
Cuando la exposición de algún profesor se volvía tediosa, él fingía mirar a la ventana, solo para pasear su vista por donde yo estaba.
Cuando era mi turno de pasar al frente a exponer algún tema, clavaba sus ojos en mi cara, así estuviera hablando de la cosa más aburrida del mundo. Se notaba su euforia cuando nuestras miradas se cruzaban.
Ya había tenido que lidiar con situaciones parecidas; Tipos que no pueden mantener la libido en su sitio, gente que quiere aprovecharse de mí o los asesinos que enviaba el templo Onmyoku. Todos tenían esa costumbre de acecharme.
Estuve a la defensiva, Pensando en la manera más borde de responder si intentaba flirtear, en respuestas evasivas en caso de preguntas incómodas o en cómo sacarle información si intentaba abordarme con formalidades.
Pero ese momento nunca llegó, apenas si en clase me dirigía la palabra y cuando me lo topaba fuera de clase, él siempre estaba como a la carrera, de un lado para otro, parecía un conejo.
Que todo se terminara allí y él no fuera nadie de quién preocuparme sería lo mejor que podría pasar.
Pero la intriga seguía carcomiéndome las entrañas, seguía habiendo algo en él que encendía todas mis alarmas.
Cuando tenía tiempo libre o pasaba el rato con mis compañeros, me sorprendía a mi misma pensando en qué estaría haciendo él en esos momentos.
Le comenté a uno de mis contactos en el consulado, acerca de sentirme observada y que pudiera ser que me estuvieran siguiendo, pero no dije nada en específico acerca de «Antonio Osorio» más bien le pedí que se investigara en mi entorno cercano por si acaso hubiera algo sospechoso. Dos días después había un dossier de doscientas páginas en mi escritorio con información detallada de todas las personas con las que me había topado en los últimos tres meses.
Aunque traté de ir en orden y tomarme el asunto de mi seguridad personal en serio. En menos de cinco minutos ya estaba chismorreando el perfil de Antonio. Y sí… Ése era su verdadero nombre.
Con cierta decepción, pude confirmar que era un tipo ordinario, con intenciones de llevar una carrera literaria y que había estado viajando mucho en los últimos dos años. Su condición financiera no era la mejor y sufragaba parte de sus gastos haciendo jornales a tiempo parcial.
Había una foto adjunta en blanco y negro de él vestido de overol, con el cabello recogido, llevando una canasta con pollos congelados. Súbitamente me surgió un inexplicable antojo de quedarme con esta, pero me ganó la vergüenza y solo hice la pantomima de ojear el resto del dossier para luego devolvérselo a la secretaria que me lo entregó y con eso dar el asunto por concluido.
O eso era lo que yo quería pensar…
Xié bo Hongliú.
Mí querido Liú…
Mi novio, el amor de mi vida, la persona más gentil y valerosa que haya conocido jamás. El que me apoyó en los momentos más difíciles y sin quién jamás hubiera podido salir adelante. A una persona así no puedo más que deber mi lealtad de por vida.
Nos dijimos tantas veces el uno al otro que nos amábamos y compartimos tantos momentos inolvidables… Que por más que lo pienso, no logro entender cómo fue que todo eso se terminó.
Ninguno hizo nada para que se acabara lo nuestro, no hay nada que yo pueda reprocharle y sin embargo… Cuando le dije que habían aceptado mi solicitud para la Sorbona Nueva y que probablemente íbamos a tener que estar muy lejos el uno del otro, él simplemente tomó mi mano entre las suyas y me dio «gracias por todo»
No entiendo porqué no lloré en ese momento, solo le mostré mi mejor sonrisa, lo abracé con fuerza y le prometí que sería la primera persona que buscaría cuando regresara…
De un momento a otro, aquella culpa sobre mis espaldas se multiplicó por diez. Este tipo; Antonio Osorio, no debería tener nada que pudiera interesarme, era demasiado anodino, demasiado mayor para mí, demasiado «exótico», demasiado lejano en cada aspecto en el que pudiera pensar… Pero cuando lo encontré sentado en aquella biblioteca leyendo justamente el rarísimo compilado de notas de Paracelso que yo llevaba semanas buscando, fue como si ya no fuera dueña de mi misma. Fui caminando directamente hacia él, hundiéndome en un nuevo nivel de vergüenza a cada paso, pero sin poder detenerme.
Allí estaba frente a mí, una maldita excusa para hablarle.
Fue entonces que entendí lo que me estaba pasando, era exactamente la misma sensación que solía tener cuando iba en primaria, siendo una mocosa que ni siquiera sabía la parte teórica de cómo se hacen los bebés.
Iba como una perfecta babosa detrás de los chicos de preparatoria. Soñando despierta con toda clase de cursilerías y tocando el cielo con cada pequeño contacto ocular, intercambio de palabras o gesto de cortesía de parte de alguno de estos galanes, inalcanzables, maduros, serios, misteriosos…
Pensé que había madurado desde entonces, Hacía tiempo que había descubierto que los de preparatoria son casi igual de pendejos que los de kínder y que los hombres en general maduran despacito, con los traumas que los van obligando a deconstruirse y adaptarse a una realidad que no es la que la industria de la ficción mediática les ha vendido.
Antes de que me diera cuenta, estaba sentada a su lado, sosteniendo un poco de charla ligera, haciéndome la tonta, buscando desesperadamente tópicos para alargar la conversación, sintiendo como el sudor hacía que la blusa se me pegara a la piel debajo del suéter de lana.
Y sin embargo y a pesar de mi torpeza…
La conversación fluía, él se mostraba atento e ingenioso en sus bromas.
Y yo como:
Un momento… ¡¿Me está coqueteando?!
Antes de que me diera cuenta… Habían pasado tres horas. Literalmente, el bibliotecario tuvo que venir a echarnos fuera. Se me había hecho tarde para todo y tendría que desvelarme para completar algunas redacciones. Sin querer queriendo me despedí y él también se fue a algún lugar.
Estaba llena de arrepentimientos, pero también estaba llena de una euforia extraña, de una ansiedad sutil, de… Ganas de más.
¡No! ¡Qué babosa!
Desde entonces, y a base de sacar tiempo de donde no tenía para pasar tiempo en esa biblioteca, pude darme cuenta que podría encontrarlo allí en ciertos días a determinadas horas. Intenté ajustar un poco mi agenda para poder coincidir con él y no estaba del todo mal, porque de todas formas había muchos volúmenes ahí que debía consultar.
Con el paso de los días, ya ni siquiera inventaba excusas y solo era una situación de «Hola. Bueno… Dame mi droga» La mayor parte del tiempo hablábamos sobre cosas extrañas y misteriosas, hubo ocasiones en las que hubiera querido hablar de cosas más cotidianas, pero me cohibía al pensar que terminaría revelando detalles de mi vida privada a alguien que en la práctica era un completo desconocido.
A veces se me llegaban a pasar ideas por cabeza tipo: «¿y si horneo unas galletitas y…?» ¡Ay no! ¡Qué pendeja! ¡Parezco de primaria!
No me di cuenta de cuánto me estaba afectando ésta situación, hasta que una madrugada mi móvil hizo un sonido de notificación y al revisarlo había un montón de recordatorios de mi juego gacha favorito avisando que me había perdido de varios eventos consecutivos y la oportunidad de obtener SSR’s por las que había esperado por casi un año. Y me importó tan poco…
Miré hacia la televisión que llevaba más de dos semanas sin encender, abajo estaba mi consola con los controles llenos de polvo. Recordé que había comprado la edición física de un JRPG que esperaba ansiosamente desde que lo anunciaron. Aún debía estar en la caja, sepultada entre las otras cajas de cosas que había ordenado en línea y se habían estado amontonando en el corredor de entrada del apartamento, que estaba hecho un completo chiquero.
Y yo ahí, pegada a la laptop, escarbando en un foro de la web 1.0, tratando de empaparme sobre los mitos y leyendas del Orinoco, solo para tener alguna referencia rebuscada que soltar en el momento preciso y pasarme de lista en nuestra próxima conversación…
«¿Qué estoy haciendo con mi vida?»
A pesar de que al verlo de cerca y poder conversar con él pude aterrizar mis impresiones, dándome cuenta de que solo era un sujeto con pretensiones muy modestas, no podía quitarme de la cabeza esa sensación de una anormalidad ominosa en él. Ése «algo» que estaba más allá de todas esas cosas mundanas acerca de la comida y lo difícil que era entrar en la industria editorial de las que siempre estaba hablando.
Estaba tan entretenida con este asunto, que no tomé en cuenta que el curso estaba por terminarse y en cuanto eso sucediera, no volvería a verlo nunca.
Él no tenía intenciones de seguir en la universidad y a mí me faltaban años para graduarme. Aunque me dijo muchísimas cosas acerca de lo que quería hacer, nunca me quedó claro cuáles eran sus planes para cuando el curso finalizara y caducara su visa de estudiante. Solo tenía entendido que quería viajar por un tiempo, antes de regresar a su país cuando se quedara sin dinero.
No era algo que debiera afectarme, siempre he visto a la gente ir y venir. Apenas hay un puñado de personas a las que estoy realmente apegada. Así que me resigné bastante rápido a que él solo fuera una de esas tantas personas que alguna vez conocí.
Esa vez entré en la biblioteca sin muchas ganas. Había organizado mi agenda la noche anterior y sabía de antemano que sería la última vez que podría pasar el rato ahí. En cuanto comenzara el curso de adiestramiento de cadete en la guardia internacional no podría ni llamar por teléfono a mis padres durante meses. Seguiría viniendo a la universidad pero eso solo haría las cosas aún más duras. Hasta el Sargento Vasconcelos me recomendó que pasara mi última noche de civil «En grande»
Él estaba ahí, y no parecía estar de humor para tener una tertulia, parecía que estaba realmente retrasado con sus entregas e intentaba redactar varias cosas al tiempo, apenas si me dirigió una mirada cuando notó que yo estaba ahí.
Sin perder tiempo saqué un libro de mi Bolso y comencé a explicarle una historia. No puedo culparlo de no prestarme atención, me siguió el hilo perfectamente. Pero cuando terminé con el tema, Solo abrí mi bolso para volver a guardar el libro y suspiré decepcionada.
Acababa de poner frente a sus narices uno de los más importantes misterios iniciáticos, algo que me llevó años comprender y que cuando tuve plena consciencia de aquello me voló la mente. Pero él solo… Lo racionalizó como cualquier persona en sus cabales y dio una opinión neutra.
Las cosas me quedaron claras, él no era un «Believer» ni un fabulador, ni mucho menos un iniciado. Solo era un tipo que quería documentarse para escribir relatos de fantasía y sacarse unos billetes a base de exprimir a las juventudes impresionables. Él solo era uno de esos charcos de mil leguas de extensión, pero solo dos dedos de profundidad.
Aún así, me negué a aceptar que todo aquello que había sentido solo fuera un mal entendido, quería seguir creyendo en que había algo extraordinario en él algo que estuviera más allá de toda aquella estúpida «realidad», de aquella cárcel de cosas que «tienen que ser así, porque así son»
— ¿Alguna vez te ha pasado algo muy raro que no le has podido contarle a nadie porque nadie te creería? —Le pregunté mientras volvía a guardar el libro en mi bolso. Tal vez debí darme por vencida en ese momento y reconocer que él no era más que un tipo normal que me despertaba algún fetiche del cual no era consciente y que mi cuerpo me estaba pidiendo alguna compensación por todo el maltrato al que lo había venido sometiendo.
—Mis abuelos me contaban historias acerca de las benditas ánimas que… —Me iba empezar a contar algo pero lo interrumpí.
—En el receso antes de ingresar a la preparatoria, Me obligaron a prestar servicio para el Shubun No Hi en un templo a las afueras de Kyoto. Me estaban robando mi tiempo libre y eso me hizo enfadar mucho, pero no estaba en posición de reclamar a la gente que me estaba pagando los estudios y la manutención.
Esa ceremonia tuvo lugar en un templo en lo alto de una colina, es un lugar escabroso, como si se esforzaran en mantenerlo con un aspecto de hace siglos. No había electricidad y tampoco tenía cobertura de telefonía móvil. Estaba custodiado por tipos robustos que no dejaban que nadie se acercase y yo era la única chica en ese lugar.
Se estaba realizando una ceremonia de conmemoración a los muertos y necesitaban una sacerdotisa más o menos de mi edad (Que no fuera ni niña ni adulta) para presentar ofrendas en una serie de altares mientras unos cien monjes de cabeza rapada cantaban sutras en sincronía, yendo de los susurros hasta los gritos histéricos.
Se supone que estábamos en primavera, pero el frío era atroz, pasaban las horas, la noche avanzaba y la ceremonia parecía que no se fuera a acabar nunca.
Aunque yo iba ejecutando los ritos y las oraciones de la manera en la que me correspondía, en mi mente lo estaba haciendo todo de mala gana. Para mis adentros repetía constantemente «No quiero estar aquí» «no quiero estar aquí»
Los sutras y los cascabeles cada vez sonaban más frenéticos, se supone que estaban tratando de guiar las almas de los difuntos al higan para evitar que se quedaran merodeando y se convirtieran en espíritus impuros, era una especie de «limpieza de primavera»
Y yo seguía repitiéndome sin cesar «no quiero estar aquí» «no quiero estar aquí»
No sé si fue el frío o la extenuación, pero en cierto momento no pude sostenerme y caí de rodillas.
Cuando traté de incorporarme…
Ya nada estaba ahí.
Estaba sola en medio de aquel templo, todo estaba en silencio apenas iluminado por la luz de luna colándose por entre las nubes.
De alguna manera sabía que algo raro estaba pasando, pero al mismo tiempo, estaba demasiado aturdida como para reaccionar de manera coherente. Solamente giré mi cabeza de un lado a otro para contemplar todo a mí alrededor.
El templo se hallaba en ruinas, como si hubiera sido abrasado por un incendio hace años y la vegetación se lo estuviera comiendo de a pocos. Era tan lúgubre que por un momento pensé que yo misma había muerto y ahora me encontraba en la orilla del Sanzu de camino a la tierra de los muertos.
Pero no, seguía teniendo un cuerpo tangible y sensaciones mundanas. El frío me estaba matando así que decidí volver a casa, aunque fuera caminando por la calle con el atuendo de miko porque mi ropa casual no apareció por ningún lado. En donde se supone que estaba el vestidor para damas, solo había un cuarto obscuro y vacío que olía a letrina.
Todo se sentía real, pero al mismo tiempo nada tenía sentido, el color de las luces de la ciudad era tan incómodamente verdoso, las calles y las aceras estaban en muy mal estado, con grietas, huecos y erosión que antes no estaban ahí, los pocos autos que pasaban a esa hora lucían viejos, con abolladuras y peladuras en la pintura.
Pero supe que todo se había ido al diablo cuando vi prostitutas en las esquinas.
Cualquiera sabe que eso es ilegal en Japón. Es cierto que se hace con mucho disimulo y las autoridades suelen hacer la vista a un lado, pero sigue siendo ilegal y no hay mujeres que salgan a la calle a «ofrecer sus servicios» como en ciudades de otros países. De algún modo era aún más crudo y vulgar de lo que se siente estar en un «distrito rojo» de una ciudad grande. Al ver a esas mujeres en ropa reveladora, paradas en las esquinas y acercándose a los automóviles que pasaban, fue que se me ocurrió que tal vez ya no estaba en «mi mundo».
El trazado de las calles era el mismo, las edificaciones estaban en su sitio, pero definitivamente no era el mismo lugar y aparte de eso, había una sensación sobrecogedora en el ambiente, era… repugnante, estuve a punto de vomitar un par de veces, pero no lo hice porque había ayunado ese día para la ceremonia y solo tuve una que otra arcada.
A medida que avanzaba, las calles se fueron llenando de malvivientes, borrachos y gente intoxicada con substancias. Sentí olores que nunca había experimentado antes. Tuve miedo, a veces tipos con muy mala pinta me miraban de reojo, Al principio creí que yo era invisible como un fantasma, porque la gente no me prestaba atención a pesar de ser una jovencita en atuendo de miko a altas horas de la noche.
Solo después de un largo rato de andar, fue que me di cuenta que ellos me miraban casi que con el mismo asco que yo los veía a ellos. Por alguna razón mi apariencia se les hacía repulsiva, al punto de que ni siquiera me consideraban digna de ser una prostituta.
Cuando llegué a lo que se suponía que era «mi casa» quedé desconcertada. En Japón yo vivo en un caserón de estilo clásico, puertas corredizas, biombos de papel, pisos en madera y tejado clásico japonés.
Pero lo que tenía en frente, era el edificio más genérico y tercermundista que se pudiera imaginar, pésima mampostería, acabados de mala gana, puertas metálicas y ventanas enrejadas, con una mancha asquerosa en donde se notaba que dejaban la basura.
De todas formas toqué la puerta, estaba hecha añicos.
En principio no hubo respuesta, pero luego de un rato de insistir, salió «mi madre» preguntándome por qué había llegado tan tarde, pero más que eso, preguntando si había traído dinero…
Ante la visión perturbadora de esa mujer desaliñada y de actitud desobligada, solo reaccioné sacando los billetes que traía conmigo.
Solo al ver el dinero contante y sonante su rostro mostró algo parecido a la alegría y luego me hizo pasar, a un sitio que parecía un reflejo retorcido de lo que considero mi hogar. La «disposición del espacio» era la misma, pero todo era tan diferente. Ese lugar estaba presidido por un asqueroso televisor arrojando una luz tétrica sobre la sala y mirándolo estaba un sujeto obeso y desaliñado emitiendo un hedor penetrante y que muy vagamente recordaba a mi padre.
No me sentí cómoda en ese lugar ni por un instante. Pero ahí no estaba haciendo frío y eso hacía una gran diferencia. Estuve un rato quieta, de pié en el vestíbulo hasta que «mi madre» me dijo que no habría comida hasta la mañana y que me largara a mi habitación.
Seguí el camino de memoria, llegué a una habitación, pueden decirme lo que sea, puede que tuviera casi exactamente las mismas cosas que recordaba de mi habitación, pero esa no era mi habitación. Rebozaba de un olor dulzón, como de maquillaje barato, había basura en el piso, ropa sucia sobre la cama, condones usados en la papelera.
Pero lo que en realidad me chocó fue mirar al frente y encontrarme un televisor de pantalla led y debajo de él no había nada… No estaba mi vieja consola de 16 bits ni los cartuchos de juego en sus estuches organizados por colores.
Entonces pude entenderlo todo. Algo en el ritual había desatado un conjuro que había estado latente desde hace tiempo y como resultado ahora podía percibir una distorsión de la realidad.
Una realidad mutilada, a la que le faltaba «algo» pero que aún así seguía viva… Como arrastrándose, exhibiendo su deformidad, restregándomela en la cara…
Estaba agotada, no importa el asco que me diera esa cama, quería tirarme de una vez y olvidarme de todo, había un paquete de maní sin abrir sobre la mesita de noche y me estaba muriendo de hambre…
Estiré la mano para tomarlo, pero por mi cabeza se pasó el relato de Izanagi e Izanami… Me contuve, respiré profundo y recordé las palabras de nuestro profesor de educación física: «Cuando sientas que estás en tu límite, en realidad solo estás como al cuarenta por ciento»
Salí de esa casa, Hice todo el maldito recorrido de regreso al templo y llegué casi para el momento del amanecer, traté de recordar la ceremonia y comencé a recitar las oraciones y cantar los sutras. Incluso repetí la coreografía con movimientos de mi cuerpo.
Necesitaba deshacer el conjuro mientras aún se hallase en fase incompleta
Le puse todo de mí al ritual, me centré en la idea de guiar los espíritus de los muertos al higan, puse en eso todo mi empeño hasta que mis piernas fallaron y me desplomé.
Al momento siguiente un grupo de monjes me estaba sosteniendo, recuerdo la luz de las antorchas, el sonido de los cascabeles deteniéndose. Desperté al día siguiente en la cama de un hospital. Nadie entendía cómo es que esa ceremonia podía haberme agotado tanto y haberme provocado un choque de hipotermia.
Pero al despertar, estaban ahí, mirándome con preocupación. Mi madre y mi padre con su siempre impecable aspecto y buen estado físico. Los dos ahí aguardando el momento en el que yo despertara para darme un abrazo.
Y cuando sentí ese abrazo ansioso y anhelante que casi ni me deja respirar, fue que entendí que en la distorsión donde había estado no existía «el amor»
O que al propio concepto del amor lo hubiera reemplazado algo distinto. Las personas ahí no sienten el «Ren ai» (Creo que ustedes los occidentales lo llaman «romance» o «amor romántico») ni hacia otras personas, ni hacia sus posesiones, ni siquiera hacia sí mismos, viven en una especie de «inercia instintiva» en donde se relacionan entre sí mediante apegos básicos o por motivos pragmáticos.
Por cursi que parezca, hasta ese momento no me había dado cuenta de que tan importante es el «amor»
Y cuando salí del hospital, también noté que no había nada de dinero en mi cartera y no pude comprar ni un caramelo en lo que quedó de las vacaciones—.
Tras contarle aquello se hizo un silencio incómodo. Por un lado sentía cierto desahogo al poder sacar algo que nunca le había dicho a nadie y por otro lado sentía que había hecho una estupidez, abriéndome de semejante manera a alguien que no se merecería ese nivel de confianza.
El silencio, el silencio se hacía eterno.
Él comenzó a gesticular moviendo su cabeza en tono de asentimiento.
—Y ahora… Me vas a dar a elegir entre dos píldoras ¿No? —Me contestó en un tono que no supe interpretar si se trataba de un chiste para aligerar el ambiente o una forma de decir «aléjate de mí loca»
—Genial, ahora piensa que soy una inmadura que se inventa cosas para compensar su falta de habilidades sociales, Tal parece que esta noche no voy a tener sexo… Al menos, no con otra persona —Me dije para mis adentros.
No es que anduviera especialmente caliente, más bien quería tener una anécdota para no sentirme excluida de las conversaciones picantes de mis compañeras de apartamento, la española que se acostaba con tres chicos nuevos por semana y la venezolana que andaba en las nubes con su novio árabe.
Aunque intentamos retomar el hilo de la conversación, ignorando todo lo que implicaba mi confesión, el ambiente se había puesto pesado y de mutuo acuerdo nos fuimos de allí en silencio.
De camino sola al apartamento me arrepentía a cada paso de lo que había dicho, pero al mismo tiempo me sentía aliviada de haberme salido de aquella madriguera de conejo en la que me estaba metiendo.
Quise creer que eventualmente me olvidaría de Antonio, pero un par de años después de dejar de verlo, pasé por la librería en donde compro sobres de expansión para los juegos de cartas coleccionables, vi la portada de una de esas novelas de fantasía juveniles y a pié de portada figuraba «A. Osorio» como autor.
Fue una de mis más culposas adquisiciones.
No tuve que investigar nada, solo con ver aquella redacción rebuscada supe que era él.
Pasaron los años, me saqué la carrera de filología e historia, sigo pasando bastante tiempo en el campus y hasta he empezado a impartir clases cuando algún profesor tiene que ausentarse. Ocupo oficialmente el cargo de consultora de la guardia internacional y voy de visita cada vez que puedo a Kyoto y a Taipéi.
Y cuando creí que a esa página de mi vida ya no le cabían más renglones, él apareció frente a mí y fue como si se hubiera conjurado otro hechizo. Todo pensamiento en mi cabeza se trastocó y mi percepción del entorno no volvió a ser la misma.
Salimos de aquel restaurante y fuimos andando por la calle conversando de manera casual y despreocupada. Sabiendo que de un momento a otro nos diríamos «adiós» y allí terminaría todo cada quién yéndose por su camino…
Pero no. Él siguió y siguió a mi lado, hablando,
Preguntándome cosas, y entre más andábamos, menos intenciones le veía de despedirse.
Y sinceramente, yo no estaba poniendo mucho de mi parte, le seguía la corriente y le reía sus gracias, le expuse mi recién ideada hipótesis de que las pirámides egipcias eran un intento de conjurar el poder de engendrar vida del útero materno.
— ¡Ah! un emulador por hardware… El sarcófago es el cartucho y la momia el circuito integrado donde está el ROM… el «Ba» —Comentó cómicamente sabiendo que yo captaría las referencias.
Por un rato llegué a olvidarme del porqué estaba allí, me dejé llevar por el embeleso. No quería que esa conversación terminara jamás.
— ¿Tú para dónde vas? —Me preguntó de un momento a otro rompiendo el ensueño nostálgico en el que estaba sumergida.
—Por allí —Le contesté señalando con el dedo hacia donde me habían indicado que fuese —No sé de nombres ni de direcciones en esta ciudad, pero más o menos me guío de memoria—.
Recordé ese momento de hacía dos días, cuando después de pasar la noche en vela trascribiendo textos en cirílico por fin pude echarme a la cama casi a las cinco de la mañana.
Cuando el interfono de mi apartamento sonó.
— ¿Quién es? —Pregunté con la vana esperanza de que el asunto pudiera resolverse con palabras y no tuviera que levantarme de la cama el resto del día.
-Su eminencia… —Me respondió una voz masculina algo nerviosa —Me ha enviado la arquidiócesis de París… el cardenal Beauchon requiere de su presencia con carácter de máxima urgencia.
Maldije al Opus Dei con tantas groserías que bien me hubiera valido una excomunión.
Me puse un vestido largo de color obscuro y fui con la cara lavada, lo bueno de tratar con cristianos de línea dura es que no hay que pasar horas peinándote y maquillándote para deslumbrarles. Basta con disfrazarse de monja.
Abordé la limusina diplomática que esperaba a la entrada del bloque de residencias. Pensé que me llevaría a alguna abadía o iglesia a las afueras de París, pero La reunión se llevó a cabo en un edificio de oficinas bastante grande que todavía olía a pintura y era ocupado en su mayoría por contadores y abogados. La parafernalia católica se reducía a un par de imágenes de la virgen y uno que otro crucifijo en los pasillos.
En el cuarto piso y tras una puerta marcada con el número «417» estaba el cardenal Beauchon sentado tras el escritorio de una frugal oficina en la que lo que más destacaba era su flamante laptop de marca.
-Buenos días su eminencia ¿Me ha llamado usted? —Saludé de una manera reverente, pero dejando notar que no estaba de ánimos para galimatías protocolarios.
El Cardenal hizo un gesto con la cabeza y el sacristán que me guió hasta ahí, cerró la puerta dejándonos a solas.
Pensé que tal vez ese sería el momento de recordarle que en la factura de mi último salario, no figuraban las horas extras que pasé capacitando a los monaguillos de la parroquia de Nantes, pero antes de poder inhalar aire para hablar, el Cardenal se levantó de su asiento y exclamó:
—Me temo que no contamos con mucho tiempo para repasar el contexto de la situación así que seré claro: Estamos en guerra con los Estados Unidos de América —.
A estas alturas, una afirmación como esa no debería sorprenderme… Pero me sorprendió.
—Ah… —Fue todo lo que pude comentar al respecto.
—Hace unas horas, una de nuestras fuentes de inteligencia logró dar con el paradero de Luis Riviera —Expuso el cardenal Beauchon.
—»Luis Riviera» aquél autor de libros de autoayuda que en realidad se llama José Luis Rivera pero que se hace apellidar «Riviera» porque suena más «mejor» —Anoté intentando hacer un chiste, cuando vi que no hizo gracia proseguí: —Tengo entendido que fue declarado muerto por sobredosis a finales de los años noventa, aunque sus fanáticos niegan su muerte y aseguran que en realidad «ascendió al siguiente nivel de la existencia» —.
La primera vez que supe de Luis Riviera fue durante mi adiestramiento como analista de inteligencia en la Guardia internacional pontificia.
Durante semanas estudiamos cada aspecto de su biografía y perfil psicológico. Junto a un largo y detallado historial de abusos físicos, psicológicos y sexuales cometidos al interior del circulo de cultistas en torno a su persona.
Luego nos hicieron leer algunos de sus libros… y ¡vaya! aún sabiendo la clase de enfermo que los había escrito, fue difícil leer aquellas páginas sin dejarme arrastrar por su carisma y experimentar la ilusión de estar siendo guiada hacia «la verdad» por las palabras de un gran maestro.
Algunos de mis compañeros tuvieron que ir a terapia después de eso.
No podía imaginarme como debía ser encontrarse con él en persona o asistir a alguno de sus famosos «cursos» en los que prometía guiar a sus discípulos al «despertar de la consciencia» lo que les otorgaría toda clase de dones sobrenaturales.
—Algo de razón tienen sus fanáticos, solo que se equivocan en la naturaleza de su transmigración, sospechamos que en lugar de «trascender» ha realizado en sí mismo una serie de rituales en artes blasfemas para forzar un estado de «descarnamiento» —Comentó el Cardenal.
— ¿Algo así como un zombi?- Interrumpí incrédula.
—Un Zombi es como un bioautómata programable, el descarnamiento más bien, pretende facilitar la transferencia de la conciencia a una «entidad recipiente» algo semejante a una posesión —Aclaró el cardenal haciendo gala de su especialidad en exorcismo avanzado.
—Entiendo que Riviera es un sujeto bastante indeseable, pero ¿Qué tiene él que ver con las tensiones entre Los Estados Unidos y la iglesia católica? —Pregunté tratando de ir al grano.
—Estados Unidos es como una mesa muy cara; hecha con buena madera, un armado muy sólido, excelente lacado y pintado, pero que salió de fábrica faltándole una pata… No se va a sostener.
Europa y las Américas nos tiene a nosotros; la iglesia católica, Rusia tiene la iglesia ortodoxa, Medio oriente tiene su Meca y el lejano oriente tiene al sistema que engloba al Budismo, Taoísmo, Hinduismo, etc…
En cambio Estados Unidos es un país lleno de fanáticos religiosos que no tiene una «fe propia» en la que se pueda cimentar una espiritualidad que trascienda a través del tiempo —Explicó el cardenal.
—Estados unidos tiene algunas religiones propias, los mormones tienen un vasto poder político, la «nación del islam» controla ciudades enteras y el «pensamiento Próspero» cunde entre la élite empresarial… —Repuse.
—Así es, pero a la larga siguen siendo cultos de nicho. Ninguno tiene el efecto unificador y articulador de una «verdadera fe»
Hasta la fecha, ante la comunidad internacional, Estados Unidos ha mantenido la fachada de ser un «estado laico» que no representa amenaza al estatus quo, pero eso podría estar a punto de cambiar —El cardenal hizo una pausa y luego prosiguió:
—Estados Unidos tiene a Riviera… En principio podría parecer que su culto es algo limitado a un nicho marginal de adeptos acérrimos de sus libros, pero la realidad es que sus ideas han sido difundidas de forma soterrada por la cultura popular norteamericana y actualmente están profundamente arraigadas en el pensamiento contemporáneo.
El tipo evangelizó al mundo entero enfrente de nuestras narices y no supimos verlo —.
— ¡Ah sí! Durante los años setentas el tipo se colaba en cuanta fiesta hubiera por ahí. Atraía la atención de los snobs ofreciendo rituales con «plantas sagradas» usadas por nativos del amazonas brasileño y aprovechaba para echarles su discurso místico mientras estaban en pleno viaje psicotrópico. Así se hizo compinche de tropelías de actores, guionistas, directores, productores, escritores de ciencia ficción, músicos de bandas de rock, periodistas y cuanto espécimen de la farándula se le presentara.
Cuando se hizo público que todos estos personajes leían las obras de un tal «Riviera» esos libros empezaron a venderse como pan caliente.
Como el tipo no daba entrevistas ni aparecía en público, se convirtió en una leyenda urbana.
Algunas de las películas más populares de ésa época, son prácticamente adaptaciones de sus libros, solo que cambiando cosas como los imperios Inca y Azteca por planetas lejanos en futuros distantes y a los chamanes ancestrales por extraterrestres con poderes.
Ésas películas terminaron influenciando en los cómics, juegos de rol, el ánime y hasta esas sagas de novelas fantásticas de moda entre los jóvenes.
A día de hoy uno habla con cualquier persona random en la calle y esa persona, si no está convencida, al menos tendrá en su mente la noción de unas «energías» en los seres vivos que se pueden controlar a través de la fuerza de voluntad. También hay vestigios de su influencia en esta idea de que al morir el alma de una persona puede «reencarnar en otro mundo» conservando los recuerdos de su última vida —Comenté queriendo pasarme de lista, pero justo cuando cerré la boca, entendí el porqué me habían llamado precisamente a mí para ese asunto: El asco que me daba ése tipo, me había convertido en una auténtica experta en el asunto.
Y como al que no quiere caldo se le dan dos tazas: Antes de que pudiera reaccionar, estaba a bordo de un avión para hacer escala en Barajas y de ahí directo a Bogotá. Lo bueno es que por primera vez en meses pude dormir ocho horas consecutivas, pero no fue tanto como hubiera querido.
No era mi primera misión como operativo de campo, pero nunca había visto a la iglesia actuar de manera tan precipitada.
Estoy segura de que el cardenal lo hizo a propósito. Antes de salir de aquella oficina, me hizo esperar mientras tramitaba cosas en su laptop.
Había un dossier sobre el escritorio, Una carpeta con el sello papal que rezaba:
«Documento Altamente Riservato:
Il protocollo della crociata del veintiuno secolo»
Era la descripción de una especie de plan que incluía opciones del tipo «Bombardeo masivo escenificado como un atentado terrorista»
«Golpe de estado encubierto para reemplazar al gobierno vigente con agentes leales a la causa del santo oficio»
«Uso de dispositivos avanzados para precipitar eventos climáticos que colapsen la cadena de suministro en la región, provocando un descenso orgánico de la población por hambruna»
El surgimiento de una posible «Fe global» que desplazara al cristianismo, era una idea que los aterraba hasta lo más recóndito de sus sotanas y estaban dispuestos a lo que fuera para evitarlo.
Si no me apresuraba a cumplir mi misión, se iba a liar un pifostio monumental que quedaría registrado en los libros de historia.
Los espíritus de los que muriesen me atormentarían por el resto de mi vida, el karma me cobraría por millones de encarnaciones… Y yo ahí, alelada charlando con Antonio como si la cosa no fuera conmigo.
Avanzamos una, dos, tres, cuatro, cinco calles… Por fortuna fue el propio Antonio quien se encargó de romper el hechizo.
— ¿Tú para dónde vas? —Me preguntó de manera coloquial, pero que de alguna manera fue como si me arrojaran agua fría a la cara ¡Tenía que darme prisa! aún tenía que hacer un par de cosas antes de ir por Riviera.
—Por allí —Contesté señalado hacia el lugar donde me indicaron que se encontraba la entrada al recinto del Xeque de la ciudad, con quién previamente se había acordado una audiencia —No sé de nombres ni de direcciones en esta ciudad, pero más o menos me guío de memoria —.
Algo cambió en su expresión cuando me vio señalar en esa dirección. Miró inquisitivo los alrededores y sutilmente se acercó más a mí, rozando peligrosamente los límites de mi espacio personal, todo en su lenguaje corporal indicaba que había pasado a un «estado de alerta»
—Yo también Voy para allá, te acompaño —Sentenció dejando claro que no tenía intenciones de despegarse de mí.
«¿Y ahora cómo me lo quito de encima?» Grité para mis adentros.
Lo que menos quería en la vida era mezclar el trabajo con los asuntos personales, era lo primero que te advertían al ingresar en la guardia y yo supuestamente estaba «a salvo» porque casi todos mis conocidos estaban en Asia oriental, pero justo ese día me había tocado la lotería de encontrarme con él después de todos esos años.
Antonio no era precisamente uno de mis «seres queridos» pero era alguien que significaba algo importante, una parte de mí que no conocía nadie más, Un asunto del que no tenía que rendirle cuentas a nadie.
Seguimos atravesando las calles y de un momento a otro fue como si saltáramos a otro lugar en otro tiempo, los edificios eran mucho menos Elegantes y más sucios, las calles estaban cubiertas de panfletos con publicidades vulgares, Los viandantes se veían mucho más humildes en su porte y un aroma como a comida grasienta empezó a llenar el ambiente. Había oído que este país estaba inmerso en un clasismo atroz, pero esa fue la primera vez que pude apreciarlo directamente.
En apariencia seguíamos conversando, pero Antonio tenía la mente en otra parte, auscultaba los alrededores como si tuviera la certeza de que en cualquier momento íbamos a ser asaltados.
Y entonces tras doblar una esquina, sentí que habíamos llegado.
Una calle comercial abarrotada, como un shotengai en fin de semana o un mercado en Honk Kong. Pero tenía algo diferente, aquella calle estaba totalmente centrada en la venta de artículos religiosos.
Me tomé mi tiempo para darle un buen vistazo y recorrer con la mirada toda su oferta de imaginería y parafernalia, era como una versión tercermundista del vaticano en días de celebración, pero más variada y entretenida.
En un momento dado sentí que algo reaccionó a mi presencia en ese lugar, de un momento a otro el ambiente se llenó de una atmósfera densa y agobiante, como si se hubiera abierto una gran puerta y el ambiente se llenara de ese vaho ominoso que llena las ruinas de templos antiguos.
No tardé mucho para poder verla claramente, una fachada que no coincidía para nada con toda la arquitectura que la rodeaba, lucía como un montaje de fotografía digital hecha por un principiante.
Era hora de ponerme a trabajar, le di una última mirada a mi acompañante y me despedí mentalmente
«Ha sido genial el haber podido verte una vez más, pero me temo que esta será la última. Adiós… Antonio Osorio»
Sería presuntuoso llamarla una «Técnica Ninpo» pero en el templo Michikami los acólitos novatos le apodábamos así, el arte de desaparecer frente a la vista de tu oponente. La visión humana es imperfecta y el campo visual tiene sus puntos ciegos, moviéndose de la forma correcta es posible desvanecerse en el aire, como cualquiera que haya cazado mosquitos en su habitación habrá podido comprobar.
Me balanceé de un lado a otro con un movimiento pendular y de un momento a otro hice una serie de desplazamientos laterales. Uno, dos, tres, cuatro… Ahora no seré más que un recuerdo en tu mente.
Eso quise creer, pero aquel desgraciado debía de tener los ojos chuecos porque no me perdió de vista ni por un instante y aunque intenté alejarme de él, siguió detrás mío sin perderme más de tres metros. Como un maldito tanque fue atravesando el gentío arrasando todo a su paso. He visto más sutileza y decoro en algunos escuadrones de la policía antidisturbios. Era muy raro de ver, parecía que fuera muchísimo más grande y pesado de lo que aparentaba, después de que casi que sacara volando a una docena de personas con un empujón de su hombro, la gente aterrada empezó a apartarse de su camino.
No supe qué hacer ante eso, simplemente traté de pasar por aquella entrada, esperando que al hacerlo alguna puerta se cerrara o algo.
Pero cuando me percaté, ambos habíamos entrado en ese lugar al mismo tiempo.
Lo miré de frente, por un momento pensé que estaba ante un auténtico golem y que tendría que enfrentarlo para sacarle de la boca el pergamino con las palabras sagradas que le conferían el ánima.
Pero no era un golem, Era el mismo Antonio Osorio que me devolvía la mirada consternado, como si fuera yo la que hubiese hecho algo raro.
No supe que decir en ese momento, pude haber dicho algo del tipo: «Si te pasa algo, es tú culpa, tú te lo buscaste» pero sabía que en cuanto dijera algo, él comenzaría a hacer preguntas y yo no tenía ganas de inventarme mentiras para responderle y mucho menos revelar verdades que nos comprometerían a ambos.
Él evadió la mirada y comenzó a escudriñar el lugar a donde habíamos llegado, se percató al instante que había algo inusual en aquella casa del siglo dieciocho que no encajaba para nada con la arquitectura predominante de la calle comercial llena de fachadas en vidrio y aluminio en la que estuvimos hacía unos instantes.
Ésa fue una de las ocasiones en las que agradecí que sobre nosotros hubieran esos silencios incómodos, él no pidió explicaciones y yo no mencioné nada acerca de que estuviéramos en un intersticio parasitario de la realidad.
Aquello se manifestaba en la forma de un muy largo pasillo rodeado a lado y lado por una exhibición de reliquias, algunas de ellas muy curiosas y otras ciertamente aterradoras, era como caminar por un campo minado, un movimiento incorrecto, una mirada indebida, un pensamiento inapropiado y a uno le podría caer una maldición que le llenara el vientre de gusanos en cuestión de minutos.
Para mi sorpresa, él no hizo nada estúpido y se limitó a mirar todo con reverencia y guardando distancia. En mi volvió a surgir la paranoia de que este sujeto sabía más de lo que aparentaba.
Llegamos a un punto en donde había una cortina de abalorios, no era una cosa comprada en una tienda de baratijas importadas, eran auténticos abalorios de ámbar y cristal de roca, rezados a más no poder, una persona común se desmayaría de solo acercarse demasiado, yo tuve que entrar en meditación para evitar que mis chakras resonaran con las vibraciones del cristal, en cambio Antonio pasó por ahí como Pedro por su casa…
Al pasar al interior me decepcioné un poco, esperaba algo más como un «templo tolteca» pero el recinto del Xeque solo parecía una vieja botica de pueblo. Eso sí, las presencias y el ambiente eran sobrecogedores, por todas partes medraban antiguas entidades astrales de carácter recio que nos miraban como a intrusos invadiendo su territorio.
Entonces noté la presencia de un individuo.
En principio me costó distinguir si era un ente carnal o un fantasma. Vestía como un personaje salido de otro tiempo, su porte y sus manerismos no encajaban con la época que se vivía en el exterior del local.
Me presenté con una venia y lo abordé.
—Buenas tardes caballero, He venido a esta ciudad de parte del santo oficio y se me ha recomendado encarecidamente que acudiera a este venerable lugar —Le dije procurando que Antonio no escuchara, aprovechando que estaba distraído viendo algunas cosas que había allí.
—Buenas y santafereñas tardes respetable dama, honor que nos hace con su visita ¿Le interesa un baño de hierbas para atraer la fortuna? ó ¿Acaso algún bebedizo para atar al ser amado y tenerlo manso y dominado?, ¿Quizás esté interesada en un «trabajo»? tenemos a los mejores sanadores de toda la cordillera, sus dones son capaces de deshacer cualquier maleficio o brujería que sus enemigos le hayan echado —Me respondió con aquella estudiada retahíla que se notaba que decía a cada persona que de una u otra forma lograba llegar hasta ese lugar.
—Los que me recomendaron venir aquí, me dijeron que preguntara por el Xeque para presentarle respetos —Dije directo y sin demasiada ceremonia.
—Perdone mi señora, pero es que no le estoy entendiendo, a lo mejor sumercé se confundió de dirección —Me respondió con una pésima actuación, ahí supe que no era un fantasma, los fantasmas tienen muy poca tolerancia a ponerse en vergüenza.
Abrí mi bolso y saqué mi baraja de tarot clásico. Él tipo la vio y fingió no percatarse de que no se trataba de cartas impresas en masa sino de un auténtico producto de Atelier, las barajé un poco y puse una hilera de cinco frente a él, las fui volteando una por una. El mensaje estaba claro.
—Esta tierra ha sido profanada —Dije tras vez la primera carta.
—El profanador viene del reino del norte —Aventuré al ver la segunda.
—El profanador es más de lo que ustedes pueden manejar —Era claro tras ver la tercera.
—Grandes penurias asolarán esta tierra —Cuando en este momento aparece la carta de la plaga, significa que las cosas se están yendo al demonio.
—Esto es difícil de interpretar… pero parece que los rituales que se están realizando, involucran poderes tan vastos que se hace inútil intentar usar dones de adivinación o profecía. Los oráculos vivos se están topando con una neblina que ennegrece de manera progresiva la visión —La carta del ciego fue un tanto desconcertante, pero era cierto, distintos oráculos al servicio de la guardia habían fracasado a la hora de entregar un pronóstico respecto al asunto Riviera.
El sujeto entornó los ojos y me habló sin mirarme a la cara
—Sumercé sabe que donde manda capitán no manda marinero… No está en mis manos hacer nada, pero de todas formas puedo preguntar —Dijo para luego pasar a la trastienda sin muchas ganas.
Era seguro que estaban al tanto del asunto, pero no les hacía nada de gracia que alguien en nombre de la iglesia se presentara ahí. Tal parece que hay resentimientos que no se superan ni en siglos.
Mientras esperaba, Antonio se acercó a mí.
—No pude evitar mirar adentro de tu bolso cuando lo abriste… Está repleto de barajas de cartas… ¿Te gusta Magic the gathering, Yu-gi-oh y Wixoss? — Me dijo así, de la nada y tan sin venir a cuento que me quedé perpleja sin saber qué decir.
¿Qué tanto sabía en realidad acerca de mí? Era cierto que yo estaba metida de lleno en el tema de los juegos de cartas, pero ¿Lo dedujo solo atisbar mi bolso?
De alguna manera le seguí la corriente, en realidad fue una conversación muy corta, pero me entretuve de tal manera que por unos instantes llegué a olvidarme del gravísimo asunto que estaba tratando, si no fuera porque aquel sujeto volvió de la trastienda en menos tiempo del que esperaba, tal vez hasta podría haberme olvidado de todo y me hubiera ido con Antonio de juerga por la ciudad.
Una parte de mí comenzó a sospechar. Había algo muy raro con Antonio, estaban sucediendo demasiadas «coincidencias» y se estaba convirtiendo en una interferencia para la misión.
¿Sería posible que él fuese un enviado de Riviera?
Empecé a encajar todo en mi cabeza, la forma en que lo conocí, su manera de abordarme, ese extraño carisma envolvente… Era una forma de actuar muy acorde a la mentalidad de Riviera, quizás Antonio no era tan avasallador, pero bien podría tratarse de uno de sus discípulos.
Por un momento se me vino el mundo encima al percatarme de que podría haber sido manipulada de esa manera y por tanto tiempo. Si estuviera sola, tal vez hasta habría llorado.
Pero el sujeto que venía de la trastienda me habló.
—Señora… Por favor vaya derecho por el pasillo y entre en la pieza que está al fondo, ahí la atienden —Dijo en un extraño tono como de resignación, como si acabara de recibir una reprimenda.
Pasé por donde me indicó el sujeto, no tenía intenciones de mirar atrás, pero no pude ignorar el «choque de intenciones» que sentí a mis espaldas.
Atisbé por encima de mi hombro. Antonio iba tras de mí, pero el sujeto intentó bloquearle la entrada, de hecho conjuró una versión de lo que el templo Michikami llamábamos «el soplo» una emanación de voluntad hostil que bien aplicada, podía derribar y hasta dejar inconsciente a un hombre robusto. Antonio solo siguió caminando, el conjuro rebotó en él y regresó buena parte contra el sujeto que trataba de bloquearlo.
Ver eso me aclaró muchas cosas. Antonio estaba usando un talismán de protección, uno muy muy poderoso, estaba segura de que se trataba de una efigie de Khepri en forma de escarabajo. No cualquiera le pone las manos encima a uno de esos. En el Vaticano solo hay dos y hasta el Papa debe pedir autorización para tocarlos.
Si Antonio era discípulo de Riviera, debía de ser uno de sus hombres de mayor confianza como para que llegara a confiarle una reliquia que solo podían portar sumos sacerdotes y faraones.
Mientras recorríamos el pasillo que daba al recinto del Xeque se libraba una batalla en mi mente, Si tenía a uno de los hombres de confianza de Riviera, atraparlo e interrogarlo podría aportar información muy valiosa, Pero si Antonio se percataba que sospechaba de él, la misión podría verse comprometida.
Tenía que encontrar el momento justo para poder acorralarlo, La única forma que veía plausible era tenderle una emboscada en conjunto con el Xeque, pero en ese momento no había manera de saber si este querría colaborar conmigo.
En el instante antes de entrar al recinto del Xeque, tomé la delantera y abrí la puerta de forma repentina, a riesgo de conjurar alguna maldición en mi contra o cometer alguna ofensa a la etiqueta ritual de ese lugar sagrado.
Ahí estaba el Xeque, encarnado en una mujer indígena de avanzada edad en posición de meditación. Me aproximé mirando al suelo. Según lo que había estudiado, al Xeque no se le puede mirar a la cara y el Xeque no mira a nadie a la cara a menos que lo considere su igual.
—Le pido me disculpe por presentarme de esta manera tan abrupta y desconsiderada, espero que comprenda mi angustia —Le dije en dialecto Catío antes de cualquier saludo, esperando que Antonio no fuese un avezado etnólogo y comprendiera nuestras palabras.
—En mi pueblo la gente educada saluda —Contestó el Xeque en tono sarcástico, pero en el mismo dialecto en el que me expresé dando a entender que comprendía la situación. Porque él Catío no era su lengua nativa y todo el intercambio epistolar entre el Xeque y el Arzobispo local se realizaba en perfecto español.
—Le pido nuevamente que me disculpe. Permítame presentarle saludos en nombre de la orden de San Ignacio de Loyola a su eminencia —Le dije en un tono más formal.
— ¡Dizque «eminencia»! como si no supiera que dentro del colegio cardenalicio se refieren a mí como «la india mugrosa esa» —Contestó con un tonito que auguraba que las cosas iban a ponerse complicadas.
—Si lo considera necesario, Yo misma me encargaré que desde el mismísimo consejo vaticano le llegue una bula condenatoria a toda la representación de la iglesia en este país —Le prometí tratando de dejar clara mi seriedad en ese asunto.
—El vaticano puede hacer lo que se le dé la gana, pero si no tiene poder sobre los corazones de la gente, a mi no me sirve de nada. A mí me importa más usted, usted si tiene ese poder —Me respondió de una manera que me resultó incomprensible.
—Le pido que me disculpe, pero no entiendo, yo solo soy una representante de… —Le iba diciendo, pero me interrumpió.
—Doña Rena, por favor míreme a la cara cuando me hable -.
«¿Porqué?» fue lo único que se me ocurrió pensar, pero aún con la cabeza llena de dudas, alcé la mirada al rostro del Xeque, para encontrarme con la mirada de una anciana que me contemplaba con un gesto de extraña satisfacción, pero a la vez como si me estuviera rogando por que le diera «algo».
— ¿Está bien que una simple mandadera de la iglesia le mire a los ojos? —Le pregunté con cierto temor, su presencia y su aura eran muy intimidantes, sin contar a las innumerables entidades astrales que se arremolinaban a su alrededor.
—Usted es una zumbambica y todavía no sabe, pero usted está por encima de mí, usted es nacida de bendiciones, no me corresponde decirle lo que no debe mirar —Respondió ella dejándome en la más completa incertidumbre.
—Señora… Para serle sincera, estoy harta de la gente que me dice que «soy especial» siento que están asumiendo algo de mí sin un fundamento válido —.
—Esa es una de las cosas con las que usted va a tener que cargar así no quiera, por ejemplo él —Respondió haciendo un gesto con los labios para señalar a Antonio.
— ¿Él? ¿Usted sabe quién es él? —Le pregunté intrigada.
—Yo, ni idea de quién es este señor, Lo que sí sé es que está detrás del jopo suyo y no se le despega. Él todavía no sabe, pero puede sentir las cosas, él puede sentir la bendición cuando está al lado suyo y es capaz de dar y quitar vida por eso. A mí me daría miedo meterme entre ustedes dos —Respondió el Xeque dejándome con más preguntas que respuestas. Entonces me di cuenta que Antonio en su ignorancia, trababa de verle la cara al Xeque, pero ella hacía todo lo posible por evitar verlo a los ojos.
—Sospecho que hay algo extraño acerca de él… —Dije sin mirarlo y luego agregué: —He llegado a pensar que tiene que ver algo con la voluntad que está profanando estas tierras —.
El rostro del Xeque cambió de semblante, y se mostró adusta y severa. Ahora no miraba para ningún lado en particular.
— ¿Qué sacrilegio habremos cometido para que nos involucren en su maldita guerra? siempre lo mismo y al final, son los humildes los que sufren… Pero ya no hay nada que hacer si no actuamos ahora, todos vamos a salir perjudicados de esto. Así que póngame atención —.
—Pero él… -.
—Por él no se preocupe —Me interrumpió —Si él fuera de los que está con el «Dragón de las palabras» me hubiera matado apenas entrara en esta habitación, él todavía no sabe, siente las cosas, pero no sabe. Ó es que ¿le ha oído hablar las palabras del dragón? —Me preguntó, a lo que solo pude responder con una negación sacudiendo la cabeza.
Hasta ese momento, no me había percatado de que en ningún momento Antonio había tratado de meterme a Riviera o la Doctrina cosmogónica de Riviera por los ojos. Cosa que era muy característica de su círculo de cultistas. Antonio tenía su propio sistema de creencias basado en lo que él llamaba «la experiencia de contacto» que difería del planteamiento central de Riviera de la «energía universal» Riviera era un genio, pero su ego desbocado jamás permitiría que uno de sus discípulos tuviera sus propias ideas
Eso me dejó algo más tranquila, pero no tanto.
No pude reflexionar más al respecto, el Xeque seguía hablándome.
—No sé en donde está el Dragón de las palabras, pero puedo escuchar sus carcajadas, sabe que todos lo están buscando, pero nadie es lo suficientemente listo para encontrar su escondite, siente que nadie se puede comparar con él. No sé qué es lo que se propone hacer, pero puedo adivinar que está esperando un momento preciso para hacerlo. Los rituales que requieren de un lugar y un momento son los más peligrosos. Ha traído algo consigo, ha traído a alguien consigo. El dragón de las palabras no lo sabe todo, pero sabe cosas, Sabe que usted está aquí, sabe que usted lo encontrará y la está esperando —.
Guardé silencio tratando de rumiar esas palabras en mi mente. «Dragón de las palabras» era un título para el que Riviera era digno. Su discurso era comparable al aliento ígneo de un Dragón mítico. Pero eso de «Dragón» podría significar algo más… Si había dragones involucrados, tal vez este asunto estaba más allá de lo que pudiera lidiar con mis habilidades y tendría que pedir refuerzos aunque las instrucciones de la misión indicaban que involucrara lo menos posible a las autoridades eclesiásticas locales y priorizara la discreción.
Que Riviera supiera que estaba ahí, no me sorprendió. En el astral de esa ciudad yo debía resaltar como un árbol navideño en Abril. «Ha traído algo Ha traído a alguien» no supe a quién podría referirse con «alguien», pero por «algo» se me vinieron a la mente los reportes de una investigación en la que se había descubierto que varios grimorios y pergaminos antiguos habían sido hurtados de bibliotecas y colecciones privadas en varios lugares del mundo, siendo reemplazados por falsificaciones hechas con tal nivel de detalle que solo individuos con sensibilidades especiales eran capaces de notar que no eran auténticos antes de que se hicieran extensas y tediosas pruebas de laboratorio.
Si hubiera tenido una lista de los textos substraídos a lo mejor podría hacerme una idea de lo que se proponía hacer Riviera. Pero para ese momento la investigación se hallaba inconclusa y no se sabía con certeza cuantas piezas habían sido robadas. Debía averiguar acerca del asunto en cuanto me fuera posible.
Antes de que pudiera pedir al Xeque alguna aclaración, Ella empezó a sacar cosas de sus bolsillos y ponerlas en la estera que tenía al frente, entre las dos. Hizo algunos pases que me recordaron algún rito adivinatorio y empezó a escoger cosas.
-Este es el Cristo rezado, está hecho con el casquillo de una bala que se sacó un guerrillero de la cabeza y sobrevivió, desde que se lo colgó al cuello, Nunca más le volvió a dar una bala en más de veinte años en el monte peleando a tiros, al guerrillero lo mataron las enfermedades venéreas por ir cada viernes al pueblo donde las necias, pero ni bala ni granada ni bomba le hicieron un rasguño, después de eso lo tuvieron Narcos y Paracos que pueden dar fe de su poder -Me dijo mientras ponía en mi mano un pequeño colgante en forma de la efigie del mesías crucificado. Era Real, podía sentir un aura densa emanando del bronce en mi mano, por lo que lo puse en mi bolso lo más rápido que pude.
—Esta es la señora bendita, Al dueño de esta lo mataron de veinte puñaladas, pero a sus ciento sesentaidos años nunca le dio ni un resfriado desde que se encontró esto en una mina de carbón. Y eso que hubo brujas que durante años le hicieron toda clase de maleficios para enfermarlo y quitarle a la señora, pero no pudieron, al final lo mató su última esposa en una borrachera y yo la maté a ella de un garrotazo cuando se durmió y me quedé con esto, pero ahora prefiero que lo tenga usted —Me dijo entregándome una efigie matronal que evocaba la selección de reliquias antediluvianas que le fueron confiscadas a Crespi y se guardaban en las bóvedas subterráneas del vaticano. Al tomarla tuve una sensación rara, no del todo agradable y pude ver frente a mis ojos que el Xeque envejeció de golpe como una década y su tono de voz se hizo más cansado.
Por último sacó un pañuelo, en donde tenía envuelto un diminuto dije de oro con una forma desconcertante, no supe identificar su origen ni su propósito.
—Esto no se que es, ni para qué sirve. Cuando nuestros antepasados llegaron a Bacatá esto ya era demasiado antiguo. Hace más tiempo del que se puede recordar, alguien tuvo una visión, «Antes del fin, la bendita estará con nosotros, Ésta es nuestra ofrenda para presentarle respetos» —Prácticamente me obligó a recibirla en mis manos.
Luego de eso noté que ella «había terminado» y estaba exhausta. Me sentí un tanto incómoda con todo aquello, así que decidí corresponderle con mi propio ritual, saqué mi billetera de mi bolso y tomé una buena cantidad, unos dos mil dólares estadounidenses, en realidad era una minucia en comparación al valor de las reliquias que había recibido de su parte, pero sobre este dinero, que era mío y me había costado muchas noches en vela ganar, conjuré una bendición y los impregné con mi aura.
Ella los recibió con una gran sonrisa, podría jurar que vi un par de lágrimas perderse entre las arrugas de su rostro.
— ¡¿Qué están esperando?! Si no se apuran el Dragón de las palabras se va a salir con la suya… ¡Apúrense! ¡Qué es para hoy! —Dijo con una tremenda energía con la que prácticamente nos echó de allí.
A partir de Ahí, me tomé las cosas con calma, tenía muchas cosas en qué pensar.
Atrás mío, iba Antonio como una sombra. Intercambiábamos palabras de vez en cuando, pero aquello no podía llamarse conversación. Estaba más tranquila respecto a él y sus intenciones, pero pensé que sería imprudente dejarlo libre de toda sospecha, porque cada vez era más evidente que había algo raro con él.
Tras abandonar el local, la entrada a este se desvaneció del plano carnal dejando aquella calle como una sucesión sin fisuras de almacenes de decoración escandalosa, solo aparadores de vidrio y aluminio.
Antonio volvió a meterse en el papel de Guardaespaldas y oteaba de manera poco discreta a los alrededores, en realidad no era tan necesario, de hecho, parecía como que nadie se nos quisiera acercar y fueran abriendo paso.
Sabía que Riviera estaba ahí, a plena vista pero invisible para todos, observándonos, si no lo encontraba, él mismo me guiaría hasta él, seguramente lo estaba anhelando. La gente como él es lo opuesto a un introvertido, necesitan estar rodeados de gente para su interacción toxica.
Y yo como buena inquisidora, lo torturaría de la peor manera: haciéndole esperar. Le seguí la corriente a Antonio y me dejé llevar por las calles mientras hablábamos de tonterías. Era una auténtica cita de porquería, me iba llevando de un lugar feo a otro peor ¿Qué tan en ruinas podía estar esta ciudad?
En un momento dado, le dio por meternos en lo que parecía ser un centro comercial en ruinas, lleno de locales vacíos y polvorientos, con una que otra luz y una que otra persona deambulando por ahí. Recordé lo mucho que en primaria y secundaria sufríamos para decorar un aula y hacerla pasar por una «casa encantada del terror» y aquí les salía natural, sin proponérselo ni nada. Era una verdadera humillación para las casas embrujadas de los parques de atracciones en Japón.
Cuando por fin nos dirigimos a lo que parecía ser la salida de aquel lúgubre laberinto, por un momento miré a un lado y vi algo que me dejó anonadada.
—No puedo creerlo —Dije al reconocer aquellas formas, aquellos colores — ¡Aún la tienen! —.
Allí estaba, era un mueble arcade idéntico al de aquella vez, la vez que tras casi ocho años de estar recluida en los terrenos del templo Michikami, se me permitió bajar a la ciudad.
Estaba tan ansiosa y desorientada, con doce años, sola vagando sin rumbo por las calles.
No podía levantar la vista del suelo de la vergüenza, el uniforme de mi escuela secundaria era demasiado llamativo. Lo había diseñado la sobrina del maestro del templo. Ella tenía esa obsesión enfermiza con su colección de muñecas y yo andaba por ahí con esa ropa tan llena de volantes y encajes…
Iba por ahí, viendo los aparadores de las tiendas, tan llenas de todas esas cosas coloridas y deslumbrantes que no podía comprar.
Hasta que me topé con aquellas chicas de último año de secundaria… Hablaban y reían sin cesar, todo en ellas era deslumbrante, sofisticado. Sus uniformes eran sencillos, pero sus peinados y accesorios eran tan atrevidos que no pude hacer más que quedarme mirándoles maravillada.
Sus ojos tenían un brillo al que yo no estaba acostumbrada.
Ellas eran habitantes de aquel mundo exterior, tan lleno de cosas entretenidas, tan lejano de mi frugal y bucólica vida como aprendiz de sacerdotisa.
Me sentí tan sosa y sin gracia.
Cuando ellas me devolvieron la mirada, quise salir huyendo, pero se dieron cuenta de que las estaba mirando y comenzaron a hablarme.
Al principio pensé que se estaban burlando de mí, me hablaban y me preguntaban cosas y yo trataba de poner todo mi empeño en responder sin dejarme intimidar.
Y como si fuera un milagro, empecé a caminar junto a ellas, sosteniendo una conversación…
Llegamos hasta un centro comercial en donde me mostraron la máquina arcade de aquel «Skiping Dancers».
Decían que jugaban ahí, porque ese juego no era popular entre los hombres y podían jugar en paz sin que ningún imbécil viniera a retarlas y tratar demostrar que era «superior a las chicas» en los juegos.
Las vi jugar en silencio.
Cuando llegó lo que consideré «mi turno» usé una de las pocas monedas que tenía en mi cartera para jugar, lo hice horrible y duré ni un minuto. Sentí que había desperdiciado mi dinero… y luego ellas, empezaron a poner monedas, tomaron mis manos para guiarme por los controles enseñándome a jugar…
Antes de que me diera cuenta, yo estaba riendo con ellas. ¿Será que ya éramos «amigas»? solo sé que el tiempo se me fue como agua entre los dedos.
Cuando acabamos con la máquina, anduve con ellas un rato, caminando por ahí mientras todo se teñía de los tonos naranjas del atardecer.
Una de ellas comenzó a lucir muy decaída, Se excusaba de su andar torpe y pesado diciendo que se había desvelado estudiando para los exámenes. En ése tiempo mi percepción del plano astral no estaba tan afinada, pero supe enseguida que tenía algo encima, Una negrura vagamente humanoide que se aferraba a ella.
Hasta que me atreví a mirarle a la cara
— ¿Hay algo que te preocupe últimamente? —Dije de una manera que rompió por completo el ambiente, ella en un principio me miró desconcertada, pero luego supo a lo que me refería.
—Desde hace unos días… Siento que no me sale nada bien y por más que me esfuerzo solo empeoro las cosas —Me respondió con algo de timidez la que hasta hace unos instantes era de las más extrovertidas.
— ¿Ha llegado algo a tu casa? ¿Un Regalo de un familiar? ¿Tal vez un recuerdo de un pariente fallecido? —.
En ese momento todas se quedaron en silencio y me miraron desconcertadas, especialmente ella.
—Bueno… Él mes pasado Mi padre decidió quedarse con la colección de libros de una de mis tías que falleció en un accidente, Dice que algunos ya no se pueden conseguir fácilmente —Fue explicando con cierta incredulidad.
—Tu Tía debió fallecer de manera Repentina y algunas de sus cargas no tuvieron oportunidad de irse con ella —Dije mientras esa cosa que se aferraba a ella y que hasta ése momento se mantenía indiferente, de un momento se percató de mi presencia y comenzó a hacer muecas amenazadoras.
Fue mi inexperiencia, No seguí el procedimiento adecuado, debí recomendarle que visitara un templo, que pidiera la bendición de un monje, o que le hicieran una buena limpieza a profundidad a toda su casa.
De un momento a otro, ésa entidad se puso violenta y sacó de golpe toda la fuerza de vida que pudo de la chica, quien se desvaneció y cayó al suelo inconsciente.
Era un yurei que debía de haber pasado años saltando de persona en persona para alimentarse de sus angustias, Que yo fuera consciente de su presencia le hizo sentirse amenazado y trató de manifestarse en el plano carnal para tratar de intimidarme.
Las demás chicas, debían tener cierto potencial como sacerdotisas porque llegaron a verlo y gritaron de espanto.
Intenté juntar las manos para tratar de entonar un sutra que apaciguara al yurei, pero no me dio tiempo y sentí como si una ventisca me golpeara en el estómago, haciéndome caer al suelo.
Ésa cosa se abalanzó hacia mí, estaba asustada, no por la entidad en sí. Eran ellas, esas chicas, estaban asustadas, estaban preocupadas, Yo no quería que me vieran así.
Recuerdo que me forcé a poner la mente en blanco.
—Este momento y este lugar no te pertenecen… ¡Regresa al olvido!— Le espeté a la manifestación con cierto deje musical de oración. Fue como un reflejo, una acción automática mecanizada a base de repetición.
Usualmente en un exorcismo, hay que repetir estas admoniciones decenas de veces, pero de alguna manera, en esa ocasión bastó solo una para que la entidad se conmocionara y fuera expulsada de forma violenta tanto del plano carnal como del plano liminal en una pequeña tormenta de destellos luminosos provenientes de la fuerza de vida que había estado robando durante quién sabe cuánto tiempo.
—Creo que ya está bien —Dije cuando no percibí a la entidad en ninguno de los planos tangentes a la realidad de los que era consciente.
Las Chicas estaban anonadadas y me miraban incrédulas. Pensé que en cualquier momento saldrían corriendo.
— ¡Eres una chica mágica! ¡Magical Girl Lena! —Dijo una de ellas — ¡Te vamos a hacer un cosplay original para cuando salgas a cazar espíritus malignos! —.
Empezaron a tontear y aunque claramente se estaban burlando de mí, el pecho se me llenó de una extraña calidez.
Cuando regresé al templo y confesé que había hecho un exorcismo sin autorización y aún peor; sin cobrar, recibí un regaño atroz y fui castigada.
Para la próxima vez que tuve permiso de salir, habían pasado cuatro meses.
Cada vez que tenía oportunidad, volvía a ese lugar y jugaba en aquella máquina. Hasta un día que al ir me encontré que el local había sido reemplazado por un local de productos para veganos.
Nunca volví a ver a esas chicas, pero me aferré por años a una vana esperanza de toparme con alguna de ellas por casualidad y que tal vez se acordara de mí…
¿Sería por eso que me resulta tan difícil abrirme a las personas?
¿Fue a causa de ese trauma que no fui lo suficientemente afectuosa con Liú y por eso él no hizo nada para evitar que me fuera a París?
Y después de tanto tiempo y en un lugar tan lejos, solo con mirar aquella máquina se desataba en mí una tormenta de recuerdos.
De alguna manera, Antonio hizo algo y la máquina se encendió. Fue algo increíble, la pantalla estaba quemada y los botones estaban polvorientos y desgastados, pero en esencia la sensación era la misma de mis recuerdos. Él sacó una moneda de su cartera y la puso en la máquina, me ofreció el mando con una galantería rebuscada y yo cedí.
Era como la vida misma diciéndome que debía darme otra oportunidad de abrir mis sentimientos.
La partida terminó en lo que para mí fue un abrir y cerrar de ojos, pero en tiempo real debió ser casi media hora… Cuando llegó el momento final, la última pantalla antes del letrero de «GAME OVER» Puse mis iníciales ahí: «MGL»
Estuve a punto de ponerme emocional y hasta se me hubieran escapado alguna lágrima, pero no me lo permití. Me retiré de la máquina y le pedí a Antonio que la desconectara.
De un momento a otro y como por encanto, la salida de aquel laberinto apareció ante nuestros ojos. No quería que mi paseo con Antonio se terminara, pero algo en el aire me gritaba al oído que algo terrible se cernía sobre el destino de muchísimas personas. Avancé casi sin pensarlo.
El cielo era mucho más gris que la última vez que lo había visto, gotas alagadas caían al suelo provocando incontables chapoteos en los charcos que se formaban en el suelo, Eso no me iba a detener de cumplir mi misión, sentí algunas gotas frías en mi rostro, algunas impactando sobre mi cabello y luego…
Una sombra me cubrió de todo eso ¿Qué pasó? Cuando quise reaccionar, sentí su brazo presionar de manera suave contra mi sien para abrazarme contra su cálido torso.
Antes de que pudiera hacer nada, me había envuelto con la solapa de su abrigo y me apretaba contra su costado.
— ¿Qué haces? -Atiné a preguntarle sin que me temblara la voz.
—Vamos… Con esta lluvia se te arruinará el cabello —Me mintió de manera descarada.
Y sin más empezamos a Andar… Juntos.
Apenas si podía ver un poco al frente, debía verme bien ridícula tratando de mantener el equilibrio en esa posición.
Pero seguí caminando porque no quería que viera como se me ponen rojas las orejas, ni las muecas estúpidas que hago cuando estoy nerviosa.
«¿Porqué me da miedo esta tontería? ¡Ni que fuera virgen!
Entonces. ¿Se supone que soy una persona madura?
¿Qué es lo que se supone que hace una persona madura en estos casos?»
Me di cuenta que ya lo sabía, que ya no era aquella chiquilla de diecisiete años que lo esperaba por horas sentada en la biblioteca esperando a que algo mágico ocurriese.
Era una mujer adulta consciente de que en la vida no hay apuestas seguras ni aventuras libres de riesgo.
«Nunca eliminas el miedo, solo aprendes a sobrellevarlo»
Simplemente me dejé llevar y me permití recostar mi peso contra él, palpé con mi mejilla la textura de su chaleco de paño barato, cerré los ojos para deleitarme con la dulce calidez de su cuerpo, me concentré para grabar el aroma de su almizcle en mi memoria.
¡Que tipo tan simplón!
¿Ésa era la clase de relación que quería tener conmigo?
Se me salió una sonrisa idiota.
Por fin había encontrado a alguien tan simplón… como yo.
Y entonces sucedió.
Sentí como si una gota de miel caliente cayera sobre mí.
Solo que en ninguna parte del cuerpo en particular.
No es como si me hubiera caído sobre la piel; me atravesó como si yo misma fuera liquida y se quedó flotando dentro de mí.
Fue una sensación tan desconcertante.
Dicen que sientes cosas raras cuando estás con la persona que te gusta, pero eso se pasó de raro.
Si yo misma me consultara al respecto, lo diagnosticaría como un delirio producto de un subidón repentino de oxitocina.
Creo que no fueron ni tres minutos que estuve agazapada bajo su abrigo.
—Parece que ya escampó —Dijo apartándose de forma casi tan sutil como me había abrazado…
«di algo… ¡Cualquier cosa!»
No atreví a decir nada y me quedé callada como una boba.
«Podría escribir los versos más vírgenes esta noche.
Escribir por ejemplo: la noche está para las tres primeras películas de star trek»
Continuamos por, una, dos, tres manzanas ¡Aún sentía esa cosa dentro de mí!
¿Tal vez debería intentar responder a su gesto con algo? ¿Intentar devolverle el abrazo? ó ¿Algo más?
A pesar de todo mi bagaje antropológico, sentía que había un abismo cultural entre los dos y no tenía idea de cómo expresarme de forma no verbal en aquella situación.
Quería hacer algo, pero no pasarme de melosa…
«¿Y si trato de tomarle de la mano?»
Me fijé en mis propias manos, estaban empapadas y tal vez no era de lluvia.
Ésa cosa seguía ahí.
Como una sensación de hormigueo serpenteando por todo mi cuerpo, como si tuviera vida propia. Empezaba a incordiarme, así que traté de «contenerla» para dejarla quieta en algún lugar…
Luché tratando de «asirla» de «aprehenderla» alguna manera, llegando a limites extraños de la praxis ¿Aquello era algo meramente mental o estaba constituido algún tipo de substancia? ¿Era una mera representación de mis sentimientos hacia él ó era un ente externo que había anidado en mí?
Mi útero, Pude detenerla ahí pero la sensación de vergüenza fue peor que si me hubiera llegado el periodo en ese momento. Me detuve en seco, quedé en silencio.
Él se detuvo a mi lado y se quedó callado mirándome en silencio.
Silencio.
Demasiado silencio.
Ahí estaba, la entrada a la campana de irrealidad. Cada vez que ocurre una Anomalía o «evento paranormal» como le dicen los profanos, hay una serie de señales que lo anuncian con bastante antelación. Ese tipo de silencio es una de tantas.
El juego había terminado.
Riviera debía estarse desesperando.
Era natural que una lluvia repentina hubiera despejado las calles de gente, pero lo que había en esos momentos, era una auténtica desolación, ni autos por la calle ni transeúntes. La Luz espectral que lo cubría todo no podía ser descrita como día o noche, nuestras sombras no se proyectaban en el suelo.
Como si fuera otro lugar, en otro plano.
Entonces, por una esquina, apareció una procesión de gente que parecía salida de otra época, con la típica vestimenta formal de los domingos para ir a la iglesia, todos en una actitud de discreta penitencia, como si miraran al suelo mientras se santiguaban y rezaran el rosario para sus adentros.
No eran fantasmas, pero que su ropa fuera toda del mismo color, tonalidad y textura era un detalle difícil de encajar con una experiencia «real» o esto era fruto de un conjuro… Ó esta era una familia de gente muy tacaña que compraba rollos de tela al por mayor para coserse ellos mismos su ropa.
— ¿Para donde va toda esa gente? —Le Pregunté a Antonio buscando matar dos pájaros de un tiro.
—Van a la subida de Monserrate, la vista de la ciudad desde arriba es sensacional ¿Alguna vez has ido? —Me contestó dejándome en claro dos cosas, él también los veía y seguía conmigo, y dos: Ninguno había entrado en algún estado alterado de consciencia.
Pero su presencia y su actitud ante la situación seguía siendo desconcertante. Las palabras del Xeque no eran suficientes como para descartar que fuera un aliado de Riviera, o quizás algún peón en su esquema de intrigas.
—No… ¿Vamos? —Le contesté tomándole la palabra y entonces nos encaminamos en dirección de aquel cerro que actuaba como telón de fondo del paisaje.
A medida que fuimos caminando, la campana de irrealidad iba disolviéndose de a pocos, el ruido natural del ambiente se hizo perceptible y las personas comenzaron a aparecer por todas partes, proyectando tenues sombras a su pies de la manera habitual.
Desde el cerro soplaba un viento frío que se pegaba al suelo y helaba las piernas, ante lo cual seguí caminando con indiferencia, Ya estaba curtida de ir por la calle en uniforme de colegiala en el invierno de Kyoto. Aunque un abrazo por la espalda de parte de Antonio no me hubiera caído nada mal en ese momento.
Comencé a notarlo distante, cruzábamos una que otra palabra, pero lucía pensativo y hasta acongojado. Hubiera querido preguntarle qué le pasaba, pero en ése momento tenía mis propias preocupaciones.
Miraba mi teléfono móvil de a ratos. La señal era pésima a pesar de que el chip de roaming para agente diplomático debía de darme prioridad incluso por encima de las llamadas de los bomberos y las ambulancias. Solo cuando nos acercábamos a grupos grandes de gente es que había breves «picos» de conectividad que me permitían enviar unas cuantas palabras a la central de inteligencia de la guardia en Maryland.
Como pude me las arreglé para dar a entender que necesitaba una actualización sobre el caso de la suplantación de textos y de paso solicité refuerzos de campo.
A pesar de que la guardia tenga toda la información debidamente sistematizada, una solicitud como la mía debía de pasar por cinco o seis manos «humanas» antes de que llegara alguna respuesta.
De modo que llegamos a las faldas del cerro y me espanté ante la tremenda procesión de gente que trataba de subir la cuesta por una escalinata rústica. Ese recorrido nos llevaría horas. Tal vez un jueves santo no sea la mejor ocasión para ir allí a disfrutar de las vistas…
Antonio se percató de aquello y me mostró que había otras formas de acceder a la cima, un teleférico y un funicular. El teleférico tenía una fila para abordar interminable y nos decantamos por el funicular, aunque la fila para abordar no era nada corta.
Cuando estábamos por subir al funicular me llegó un correo. Lo abrí y tenía un archivo adjunto, era una nimiedad de unos pocos kilobytes pero cuando intenté descargarlo me apareció una barra de progreso que se movía lentísimo. En alguna tangente a la realidad, debía de estarse librando una increíble batalla entre los poderes de la magia y los de la tecnología. Guardé mi teléfono, si lo miraba demasiado, la batería podía agotarse de forma repentina, como suele ocurrir en los lugares con alta frecuencia de avistamientos Ovni.
Hubo un momento, en el que la sensación fría y ominosa que se sentía desde la calle se intensificó de golpe y muchos recuerdos comenzaron a arremolinarse en mi mente… Se sentía como entrar en el bosque detrás del altar de los maestros, pero también era un poco como aquella vez que estuve en «el mundo sin amor» y también recordaba a la sensación de recorrer la red de catacumbas subterráneas del vaticano.
Ese era un lugar en el que habían muerto muchísimas personas a lo largo de siglos, en esa ciudad, no se realizaban ceremonias de primavera para guiar los espíritus al higan. Allí todo se amontonaba y se pudría en una colosal acumulación de rencor y tristeza. Sin embargo, la catedral en la cima estaba efectuando algún proceso extraño, los espíritus no retenían suficiente entidad como para manifestarse en el plano liminal como fantasmas, algo los estaba «licuando» en un proceso alquímico abominable que supuraba residuos ectoplásmicos por todas partes.
Ese lugar era como una especie de Chernóbil espiritual.
No era una situación que se diera de un momento a otro, la curia debía estar enterada de esto de antemano ¿Porqué no se me informó?
En ocasiones el Funicular atravesaba túneles excavados en la roca y todo se quedaba a obscuras por unos instantes, pero en esos precisos instantes podía tener visiones de una tangente a la realidad que colindaba con el astral. Una vista panorámica del altiplano en donde se apreciaban colosales marejadas de un miasma negro, chocando contra unos pilares de luz que apenas si podían contener el embate de las olas. De la catedral en la cima del cerro emergía el más grande de aquellos pilares.
Nunca había visto algo así, las catedrales que conocía, se apoyan en las líneas de Ley para formar «cúpulas de bendición» en torno a los centros de fe y sitios de poder ancestrales. En cambio, todo el tinglado de iglesias, templos y catedrales construidas en esta ciudad, parecían deliberadamente organizadas para contener algo muy malo que luchara constantemente por escaparse.
Cerré los ojos para dejar de agobiarme por un momento. Aquella situación estaba empezando a sobrepasarme y no tenía idea de cómo iba a terminar todo aquello.
— ¿Sabes? Creo que te debo una disculpa. —Le dije a Antonio pensando que en últimas, no quería irme de allí con alguna clase de arrepentimiento.
Él no me dejó disculparme. Habló y habló, no pude decirle lo que sentía.
Terminamos en una conversación extraña que dejó las cosas entre nosotros aún más confusas y ambiguas.
«¿Qué se supone que siento por él? ¿Mera curiosidad? ¿Una atracción orgánica? ¿Alguna deuda del karma? Esta será la última vez que nos veamos. Por su propio bien… Por el mío ¿Eso es todo? ¿Uno invierte sentimientos en las personas solo para tener que decirles «adiós» un día?»
Cuando bajamos del Funicular, nos encontramos con una plazoleta repleta de gente, me esperaba algo más ominoso, pero no sentí nada fuera de lo habitual.
La catedral de Monserrate, si bien no mostraba el refinamiento ni la sofisticación de un templo europeo, tenía peculiaridades muy llamativas; vitrales sencillos que parecían arte moderno, la construcción tenía la intención de ser lo más sólida posible y permanecer en pie por siglos o hasta milenios. Ésa arquitectura tenía más en común con monumentos egipcios que con las iglesias europeas, hasta las espiras tenían forma de obeliscos. La acústica era tremenda, desde las afueras del templo se podía escuchar la misa con claridad, de no ser por las circunstancias hubiera asistido a la ceremonia con gusto, el que la impartía era buen orador.
Repentinamente mi teléfono móvil vibró, El adjunto se había descargado por completo. Abrí el archivo y mis temores acabaron por confirmarse. Lo que pretendía Riviera era tan desmesurado y demencial que resultaba justo y racional que la iglesia se planteara la idea de hacer volar aquella ciudad por los aires.
Pero…
Poner en práctica «Il protocollo della crociata del veintiuno secolo» equivaldría a una declaratoria de guerra.
La Reacción de la casa blanca sería contundente, Las demás religiones mayoritarias exigirían el derecho a la autodefensa y Estados unidos les suministraría armas. La comunidad internacional presionaría por un repliegue de las fuerzas de la guardia internacional pontificia.
Ese cambio en el estatus quo… Haría que algunos miembros del cónclave consideraran el llevar a cabo «L’obiettivo finale della croiciata» Un golpe de estado a las potencias del primer mundo con miras a instaurar una teocracia cristiana.
Cosa que de ninguna manera saldría bien.
En un principio mi encargo consistía en «solicitar un acercamiento en aras de lograr un acuerdo de componenda» Eso en la jerga de los agentes de la guardia internacional, se puede interpretar tanto como un llamado a la negociación como un eufemismo para ordenar un asesinato.
«Tu ti calmi o noi ti calmiamo»
Miré al cielo sintiendo que el peso del mundo se cernía sobre mis hombros, terminé paseando la mirada por los alrededores de la catedral y me di cuenta que de la parte alta del mirador chorreaba un miasma impuro y con aire de muerte que era casi visible en el plano carnal.
Me acerqué para velo un poco mejor, Era como si hubiera una «junta mal hecha» entre el pilar de luz en el plano astral y los cimientos alquímicos que sostenían la catedral en el plano carnal.
Quienes construyeron la catedral eran maestros de la sacra arquitectura que no cometerían esa clase de «error» Algo había en aquel mirador.
Quise ir allí de una buena vez y que pasara lo que tuviera que pasar, pero tenía que hacer algo con Antonio, de ninguna manera podría dejarlo ir conmigo o que fuera testigo de lo que no debería.
Me arriesgué y conjuré un hechizo bastante fuerte, que lo haría dormir un buen rato… ó lo dejaría en estado de coma. Se lo encomendaría a alguno de los paramédicos que estaban apostados por ahí para atender emergencias y en caso de que todo saliera bien… Para cuando despertara, ya me habría ido de aquel país.
— ¿No tienes sueño? —Le pregunté exasperada al ver que todo mi «Ki» le resbalaba sin llegar a tocarlo, aún cuando me ayudaba de un naipe talismán reforzado con runas para mejorar mi enfoque.
«¿Cuantos talismanes, amuletos y fetiches carga bajo su ropa? !Lo único que falta es que ande con un condón puesto!»
—Estoy en un tratamiento contra el insomnio, hace apenas tres horas que desperté de un sueño inducido por narcóticos de más de veinte horas, probablemente no pueda volver a dormir por varios días después de eso. —Me contestó poniendo cara de bobo.
Me costaba mucho creer que no se diera cuenta de lo que estaba pasando. En un momento llegué a pensar, que tal vez, todas esas protecciones que traía consigo, le estaban bloqueando la sensibilidad del mundo de las esencias sutiles y solo estuviese consciente del plano carnal más inmediato, como un caballo con una visera que solo puede mirar al frente.
De todas formas, en estos casos el pensamiento es lo más preponderante, si él realmente estaba convencido en su fuero interno de que no se iba a dormir en los próximos días, pues no se iba a dormir. Así es como funcionan estas cosas.
Aún podía optar por intentar golpearlo en la nuca o hacerle una llave de asfixia. Pero quién sabe si reaccionaría con ese «modo golem» o lo que fuera que hubiera hecho allá a la entrada del recinto del Xeque.
Tal vez hasta pudiera poner en peligro a alguien si tratara de hacer que lo detuvieran por mí… Tenía que pensar rápido en algo.
No tenía un segundo que perder, así que caminé en dirección al mirador.
Para que la plaza y el interior de la catedral estuviesen repletos de feligreses, el camino del mirador estaba inusualmente vacío, no tardé en encontrar la causa. En ese lugar estaba apostado un destacamento de la guardia internacional con toda su impedimenta, solo dos eran visibles pero el resto se hallaban bajo cobertura, listos para reaccionar en caso de emergencia.
—I am sorry, This place is temporary closed for tourists. —Me dijo un guardia al ver mi obvio aspecto de extranjera.
—Pro fide et pro Roma -Le respondí haciendo con las manos el saludo de la guardia. El oficial se sorprendió bastante en cuanto empecé a preguntarle por la situación en la jerga de la guardia.
Guardó silencio apretando las manos en su fusil hasta que su compañero, con su radio, a duras penas por la pésima calidad de señal confirmó mi identidad.
En cuanto la voz al otro lado mencionó cual era mi rango dentro del santo oficio, los oficiales tuvieron un súbito cambio de actitud.
—Sabemos que algo debió pasar, desde hace un par de semanas se están reportando incidentes tanto en la catedral como en la subida al cerro. No nos han dado detalles, simplemente nos apostaron aquí desde el fin de semana pasado, con instrucciones de no dejar pasar a ningún lego —Explicó.
«Desde hace un par de semanas están pasando cosas raras»
Ésa frase me hizo recordar varios párrafos del documento que me había llegado hacía unos minutos.
Riviera había sido localizado, porque un periodista en los Estados Unidos estaba teniendo problemas para entrevistar a una serie de músicos de rock. Se tomó su trabajo a pecho y su investigación lo llevó a descubrir que junto a ésos músicos, más de doscientas personas alrededor del mundo, habían desaparecido en circunstancias similares.
El único nexo en común entre todas estas personas resultó ser que de una u otra manera, eran adeptos de las ideas de Riviera y las difundían activamente por internet y otros medios.
En cuanto este periodista solicitó la ayuda de un experto de la iglesia en cultos y sectas «underground» La guardia internacional se puso en alerta y logró rastrear el itinerario de viaje de muchas de estas personas hasta que de una u otra forma abordaban vuelos con destino a Colombia.
Era muy probable que muchos de ellos hubiesen llegado hasta Monserrate mezclándose con los turistas y que desde entonces se estuviesen ocultando en alguna parte haciendo quién sabe qué cosas.
—En esta situación, debieron haber cerrado la catedral y cortar el acceso al público, Pero supongo que no se puede cancelar la semana santa así como así… Voy a entrar, si llegan refuerzos de la arquidiócesis déjenlos pasar y advierta de proceder con la máxima cautela. —Le ordené al oficial que seguía mirándome como si yo fuera una colegiala fuera de sitio.
—Aún debemos recibir autorización del cardenal para permitirles el acceso y falta que nos facilite la identificación de su acompañante para… —Me iba respondiendo el otro cuando lo interrumpí.
—Si retrasan mi labor dos segundos más… Aquí va a haber una verdadera contingencia, ustedes no van a volver a los barracones a dormir en quién sabe cuántos días y después de eso, se van a ir de penitencia por interferencia con el santo oficio, Limítese a mantener su posición y no dejar acercarse a ningún lego ¿Entendido?—
—Entendido Su eminencia…-Respondió El oficial en tono marcial cuando vio que estaba hablando en muy serio.
Antonio siguió detrás mío, aunque juraría que lo vi al menos un poquito intimidado de verme tratar con hombres armados.
Recorrimos un camino empedrado con desniveles cada cierta distancia, los desniveles se iban haciendo más próximos hasta que en un punto formaban una escalera propiamente dicha.
Al final Antonio me fue de utilidad, por sus reacciones pude deducir por donde seguir, es decir, justo por donde no iría un visitante regular.
El ambiente era muy escabroso, Sin la presencia natural de fantasmas o espíritus, solo ese miasma escurriendo a nivel de las pantorrillas.
Al pasar por un tramo de la cuesta me golpeó un olor tan nauseabundo que hasta arcadas tuve.
Antonio no pareció percibir nada, así que ése olor debía tener un origen preternatural, como la clariescencia maligna que anuncia la presencia de espíritus impuros. Aunque no eran los habituales hedores de heces ni carne podrida que se perciben en presencia de algún Ayakashi o Akuma, aquello era… Difícil de identificar. Era, agrio y cenizo, como pasar cerca de donde se almacenan desechos industriales.
El mirador no estaba tan lejos, a lo mejor una cuesta de unos cinco pisos de altura, pero el ascenso se fue prolongando de forma extraña y a medida que subíamos los escalones de piedra se veían cada vez más viejos y desgastados.
A partir de cierto punto aquella escalinata tenía aspecto de ruina y no tenía nada que ver con la arquitectura del conjunto de la catedral.
Para ese momento ya debíamos haber salido del espacio real y estar adentrándonos en algo similar al intersticio donde se hallaba recinto del Xeque, solo que… Muchísimo más extenso y antiguo por decirlo de alguna forma.
En una parte de la cuesta, el pasadizo empezó a hacerse gradualmente más estrecho, con la intención deliberada de hacer agachar la cabeza a quien pasase por ahí. Era una representación figurativa de la muerte, parte de algún ritual iniciático.
Mientras íbamos ascendiendo por aquella espiral, dando vueltas y vueltas sobre un mismo eje, tuve una epifanía.
Algunos corredores subterráneos de los archivos del vaticano tienen unas medidas de protección contra intrusiones, unas ingeniosas aplicaciones de la mampostería que provocan distorsiones en la continuidad topológica del espacio. Hay corredores en los que por más que se camine, no se avanza en absoluto, escaleras que parecen subir al infinito y pozos sin fondo en los que hay esqueletos que llevan cayendo desde el siglo cuarto sin llegar a tocar el fondo.
Mi especialidad no es la sacra arquitectura, pero ésa clase de instalaciones requieren de mucho «mantenimiento» así que a todos los que tenemos cierto tipo de facultades, se nos adiestra en ese arte para que podamos prestar asistencia en caso de que alguien se pierda en los laberintos o algún pasaje se averíe y deje inaccesible algún sector de los archivos.
El primer día se empieza con lo más básico, hacer una cinta de Moebious con papel, tijeras y pegamento, luego te hacen resolver rompecabezas a base de cuerdas y cuando tienes la suficiente soltura y noción de la precesión axial, empiezas a interactuar con reliquias y artefactos cabalísticos cuyo funcionamiento rompe la lógica del espacio euclidiano y se debe pensar en los términos del cálculo infinitesimal para hacerlos funcionar en conjunciones de espacios reales, espacios imaginarios y espacios complejos de dimensionalidad matricial.
Se empieza por proyectar una cierta voluntad sobre un punto en el espacio fuera de la realidad, para operar sobre los vínculos matemáticos que lo unen al espacio que lo circunda provocando un pliegue. El truco es lograrlo en el momento en el que pasa un intruso, para que quede atrapado justo en medio un bucle sin poder salir.
Aquel pasadizo era lugar era idóneo para intentarlo. De modo que mientras iba rozando las paredes con la punta de mis dedos, con mi consciencia abarqué un segmento del recorrido frente a mí y empecé a evocar las fórmulas que describen las propiedades de la forma que quería que adoptara ése segmento.
En cuanto fui capaz de sentir la disposición del tejido del espacio, giré mi muñeca conjurando el arte del mampostero.
Como soy más pequeña que Antonio, no me costó mucho tomar un poco de ventaja y justo cuando pasó por donde yo había tocado, pude percibir su presencia dando vueltas como un hámster en una rueda de ejercicios.
Y suspiré aliviada. Por fin había podido quitármelo de encima y estar segura que en ese bucle de espacio irreal Antonio estaría a salvo hasta que se acabara todo aquel asunto, como mucho estaría por uno o dos días ahí, hasta que el espacio retomara su cauce natural. Con suerte, el intersticio lo escupiría al espacio real en ese momento y aparecería en alguna parte del mirador.
Seguí mi camino casi que a rastras. Por las ventanas a lado y lado del pasadizo se podía apreciar una vista muy por encima de la que podía ofrecer el punto más alto del mirador y a medida que iba subiendo, el ambiente se sumergía en penumbras, seguía siendo de día, pero era como si la luz del sol se quedara abajo y me fuera introduciendo en una especie de caverna en las alturas.
En una parte del tramo la obscuridad fue total y avanzar era casi imposible por la estrechez de la grieta en la que me arrastraba.
Por costumbre busqué mi teléfono para iluminarme y de paso averiguar si había noticias de los refuerzos que había pedido, pero el aparato estaba hecho un ladrillo, la pantalla ni se encendía como si la batería se hubiera descargado por completo. Mi linterna de mano tampoco funcionó.
Ése lugar sí que te hacía reflexionar sobre la inevitabilidad de la muerte.
Pero no era muy distinto de cualquier pista de obstáculos del curso de cadete de la guardia, así que apechugando, seguí arrastrándome hasta llegar a un sitio con un piso plano y lustroso, donde pude erguirme con facilidad.
El lugar estaba bañado por un mortecino resplandor azulado proveniente antorchas de fuego fatuo que colgaban de innumerables pilares que se erguían a intervalos regulares.
La bóveda del techo era tan alta que la luz no llegaba a iluminarla y todas las estructuras verticales daban la impresión hundirse en el cielo de una noche eterna.
—Esto no se parece en nada a la catedral —Dije para mí misma y noté que mi voz resonó por todo el lugar como un eco que tuviera vida propia.
—En efecto, este lugar hace parte del palacio de Bochica, el último de los grandes maestros fundadores de civilizaciones.
A la iglesia no le resultaba nada grato que criollos e indígenas supieran que en sus tierras habitó alguien igual o hasta más grande que su tan cacareado mesías.
Construyeron la catedral de Monserrate sobre la evidencia arqueológica para evitar que se descubriese —Me respondió una profunda voz masculina, la clase de voz que se usaría en una película para representar la voz de dios.
—Señor José Luis Rivera —Respondí al reconocer esa voz de las grabaciones que había estudiado durante mi adiestramiento como analista.
—Ah! por favor… ¿Es usted de los que piensa que me ofende que me llamen por ese nombre? En realidad, me siento alagado de saber que hay gente invirtiendo mucho su breve tiempo de vida para aprender acerca de mí persona —Me respondió en un tono sumamente calmado. Miré para uno y otro lado, la acústica era anormal y no podía definir de donde es que provenía aquella voz.
No podía darme el lujo de dejarlo hablar por mucho tiempo o terminaría manipulándome. A menos de que uno padezca trastorno del espectro autista acompañado de una personalidad psicópata, es solo cuestión de tiempo para que un método sistemático de persuasión te termine alterando el pensamiento.
Necesitaba saber su localización de forma exacta para poder actuar. Normalmente lo ubicaría a base de percibir su presencia, pero el astral de ése lugar estaba inundado de aquel miasma obscuro y denso que no dejaba percibir nada a más de dos metros, era como tratar buscar una sombra en medio de un incendio.
No me quedaba más que esgrimir el arte de la conversación.
—Se acabó señor Rivera, sabemos exactamente lo que pretende hacer —Le contesté procurando tentar a su ego.
— ¿En verdad? ¿Y qué es lo que usted cree que pretendo hacer? —Preguntó retóricamente Riviera.
—Usted pretende… Salvar al mundo —Empecé a contestar y luego aclaré:
—Definitivamente hay que reconocer que usted es un visionario. Supo ver que para que el libre mercado pudiera derrotar al paradigma socialista era necesaria una gran campaña de marketing que vendiera al «mundo libre» como una opción más divertida a los parcos y aburridos ideales del marxismo.
La revolución sexual, El rock, el cine de Hollywood… De la manera más cínica las agencias de propaganda occidentales lo llamaron «contracultura»
Usted supo de antemano que ahí nacería una generación enteramente centrada en el consumo de productos de entretenimiento que absorbería las ideas que le mostraran los medios masivos de comunicación sin oponer la más mínima resistencia.
Solo bastaba susurrar unas palabras en los oídos correctos para hacer que leyeran sus libros.
Usted ganó.
«Hackeó» la concepción cosmogónica de la civilización occidental.
Inyectando el concepto de «la energía universal» en el inconsciente colectivo, logró tender una red etérica que le permite vampirizar la fuerza de vida de sus decenas de miles de devotos y revertir el envejecimiento de su cuerpo.
Al hacer que la gente crea que «despertando la consciencia» va a obtener poderes mentales, ha logrado trascender a la condición humana obteniendo esos dones sobrenaturales para usted mismo.
Sin olvidar los millones que le reportan las regalías de su legado literario y propiedades intelectuales varias. Usted se ha convertido en un hombre rico e increíblemente poderoso…
¿Y para qué?
¿Darse la gran vida? ¿Comer y dormir como un rey? ¿Comprar cosas lujosas? ¿Tener mucho sexo?
No.
La única cosa que usted realmente desea es que la gente lo vea como «El gran maestro» que esté por encima de todos los demás.
Le arde que a donde quiera que vaya siempre hay un «Jah» un «Cristo» un «profeta» un «Buda» un «Krishna» un «Kamisama» un «Yemayá» un «Taita» pero nunca un «Riviera»
Usted quiere convertirse en una leyenda, pero no quiere una simple campaña de marketing a base de canciones en la radio y películas con marionetas de látex… Usted quiere una verdadera epopeya. Ser el auténtico salvador del mundo —Le expliqué poniendo en orden las piezas del rompecabezas que había venido juntando.
—He de reconocer que me ha sorprendido bastante este… «acto de adivinación» excepto por una parte que me ha decepcionado bastante. Supongo que el miedo atroz que ustedes me tienen los hace imaginarme como una especie de «monstruo psicópata manipulador» que no vive para otra cosa que para satisfacer su ego.
Y no es así.
Yo tengo mis ideales, objetivos personales de los que no espero recibir ninguna clase de reconocimiento.
Mi intención de salvar al mundo es sincera. Placer y deleite no es lo único que conseguí tras mi ascensión como maestro espiritual.
Recorrer el mundo abrió mis ojos al horror y la congoja de ver a una civilización global enferma, que no solo se está matando a sí misma, sino que también se está llevando consigo la vida del planeta.
Lo admito, hay egoísmo en mi deseo ¿De qué me sirve ser inmortal en un yermo estéril? no me interesa pasar eones recorriendo páramos contaminados a la espera que el milagro de la vida se abra camino tras la extinción de la humanidad, quiero tener una existencia plena en un mundo que valga la pena habitar —Respondió, aunque me esperaba un sermón más largo…
—Unas palabras bastante nobles de parte de alguien que pretende desatar una calamidad que en el mejor de los casos regresará la civilización a la edad de bronce… Apuesto a que en alguna parte usted tiene un documento de hoja de cálculo con un estimado de la cantidad de personas en todo el mundo que morirá a causa su plan —Le azucé a ver si lo tentaba a mostrar la cara.
—Ah! Supongo que en algún momento podríamos comparar mis libros de cuentas con los registros que guarda el santo oficio de las personas quemadas en la hoguera, las mujeres torturadas y ejecutadas por acusaciones de brujería, el genocidio de indígenas en América, las purgas de los Templarios, los Cátaros, los Gnósticos… Etcétera. Pero los comprendo, no hay que verlo todo desde ésa óptica simplista de «el sufrimiento de unos pocos individuos» esto se trata acerca del destino de la civilización como un todo. Y no creo que haya en el mundo, gente más de acuerdo conmigo que ustedes en que hay que azotar la carne para sanar el alma —.
—Si estamos de acuerdo en la cuestión primordial ¿Por qué no desiste de todo esto y nos deja el trabajo de sanar el alma a nosotros? —Pregunté por mera formalidad, aunque estaba segura de que a esas alturas intentarlo sería en vano.
—De hecho lo intenté. Estuve en Roma y me reuní con el Papa, pero esa entrevista solo me sirvió para confirmar mis sospechas de que la cristiandad también es parte del problema —Respondió Riviera dejando traslucir un tono de decepción en su profunda voz.
—Y ¿Cuál es ese problema? —Pregunté al ver que empezaba a emocionarse con su retahíla de argumentos.
—El problema es que tanto las iglesias, como las mezquitas y cualquier templo son la semilla del verdadero mal que amenaza a este mundo: la religión hegemónica de la humanidad —Sentenció.
— ¿El eclecticismo sincrético de los monoteísmos? —Pregunté.
—Usted no lo entiende.
La verdadera religión de este mundo es:
«El culto a las piedras»
En este mundo, cada hombre, mujer y niño consagra toda su fe y esperanza en algún montón de piedras muertas.
Llámense: catedrales, rascacielos, castillos, palacios, murallas, templos y hasta las carreteras. Ésos son los verdaderos dioses a los que se rinde adoración y se enaltece como el culmen del logro humano…
Pero no ven que esas piedras son fuente de la decadencia que nos está matando. Con las piedras se hacen paredes, paredes para separase los unos de los otros, para encerrarse a sí mismos y ocultar sus vicios, para huir de responsabilizarse del bienestar del prójimo y para edificar altares a la egolatría y llenarlos con productos inútiles comprados por la mera descarga de dopamina que genera el acto de comprar —Sermoneó Riviera totalmente metido en su papel de «maestro».
—Un momento… ¿Me está diciendo que piensa ocasionar el colapso de la civilización, solo porque le tiene envidia a la sensación de comodidad de la gente que está en sus propios cuartos?
Supongo que su infancia debió ser difícil.
Viviendo con diez hermanos en una casita diminuta en la que el baño y la cocina eran dos de las tres habitaciones que había —Me burlé, pero fue espontáneo, no hacía parte de ninguna estrategia retórica…
Y fue como para decir ¡bingo! Riviera salió de detrás de un pilar en el que se hallaba agazapado. Su rostro, muy terso y lozano para alguien de su edad, se mostraba confiado y sereno. Aunque no hacía falta ser muy perceptivo para notar la ira tras aquella impostura.
Sus años de infancia en lo más profundo de la Bolivia rural siempre fueron un tema que se esforzó por obscurecer y ofuscar, al punto de sembrar entre sus seguidores el relato de haber sido un ente energético «proyectado» en esta realidad en el cuerpo de un niño adoptado por una pareja de antropólogos estadounidenses.
— ¡Se nota que usted ha de pasar mucho tiempo en sus aposentos privados insertándose a sí misma con juguetes motorizados de plástico! —Acusó señalándome con el dedo. Se notó que ya estaba algo fuera de sintonía, creyendo que eso me iba a ofender.
En ése momento vi mi oportunidad.
Junté mis manos en posición de oración y cerré los ojos para proyectar mi consciencia sobre el plano astral, Evoqué una imagen de la santa cruz emitiendo un resplandor que cortaba la penumbra desde lo alto, Era el equivalente psíquico de disparar una bengala. Cualquier oráculo vivo en el hemisferio me percibiría y hasta es posible que algunas personas pasando por fase REM soñaran con aquella Cruz.
En cuanto los oráculos vivos dieran testimonio de aquella visión, la división de operaciones especiales de la santa inquisición se lanzaría a la cacería de Riviera.
No importa que tan astuto fuera o con cuantos recursos contara, era una mera cuestión de números en los que la iglesia tenía toda la ventaja. Solo se necesitaba una pista y yo la había dado.
Con aquello podía dar la misión por cumplida.
El idiota se había ocultado en una catedral, eso lo ponía legalmente dentro de la jurisdicción de la guardia internacional pontificia y nos cubría la espalda de cualquier reclamo de parte de los Estados Unidos.
A Riviera sólo le quedaba entregarse pacíficamente ó darme la oportunidad de una satisfacción.
— ¡Impresionante! No cualquiera es capaz de una proeza así en el plano astral. A veces, la gente capta esas visiones y las interpreta como milagros o apariciones de los santos —Exclamó Riviera acompañándose de las palmas —Es una verdadera lástima, que ella no pudiese verlo… —.
En mitad del espacio entre Riviera y yo, cayó al suelo el cuerpo degollado de Sor Clara Bellomonte, quién oficiaba como el oráculo vivo de la arquidiócesis de Lima.
—Ni tampoco él… —Volvió a exclamar mientras el cuerpo del Párroco Miquel de Ángelo, oráculo vivo de la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México se desplomaba justo al lado del de Sor Clara.
—En realidad, creo que nadie lo vio… -Dijo aquél depravado mientras decenas de cuerpos empezaron a amontonarse como si hubiera gente arrojando costales de carne por todas partes.
Obispos, cardenales, exorcistas, el tribunal de la santa inquisición de las Américas al completo… Incluso el almirante Bonifacio Valente, quién estaba a cargo de la santa flota misional del atlántico sur…
La sangre empezó a escurrir y entremezclarse para formar un charco que iba cubriendo el piso en derredor de la pila de cuerpos.
Había llegado a cruzar palabras con algunos de ellos, el párroco Miquel era una persona que vivía con alegría su vocación, un corazón santo al que nunca podría volver a hablarle, de él solo quedó un cuerpo con el rostro petrificado en una última mueca de terror.
El tener esa escena justo al frente, me hubiera dejado en shock y completamente paralizada, si no fuera porque en las fases avanzadas del adiestramiento como analista para la guardia internacional, te hacen pasar unas semanas como curador de contenidos para redes sociales y ahí uno está expuesto a la porquería de la porquería de la que es capaz el ser humano. De ahí solo se sale cuerdo aprendiendo a retrasar las reacciones y gestionar los sentimientos.
Por un momento quise pensar que estaba bajo algún tipo de ataque psíquico que me estuviera provocando alucinaciones. Pero la sensación tibia de la sangre que resbalaba por el suelo, la profusión de detalles que hacían notar que cada uno había sido asesinado de una manera distinta y la clara visión de los espíritus que no acababan de aceptar lo que les había sucedido y trataban en vano de regresar a sus cuerpos, Me confirmaba que estaba ante una escena real, mi inconsciente no podría alucinar con semejante profusión de detalles.
Debí haber salido corriendo en ese momento. En apenas instantes la situación había pasado de «misión cumplida» a «completa catástrofe» pero antes de que fuera capaz de poner mis ideas en orden, el instinto de supervivencia me hizo ponerme en guardia frente a una serie de presencias manifestándose a mí alrededor.
Fue una sensación que me puso los pelos de punta y la piel de gallina en cuanto percibí su cercanía por encima del miasma espectral que llenaba la estancia.
Entidades pararreales, pesadillas tangibles, condensaciones éctoplasmicas, materializaciones espectrales, espíritus invocados, Egregor, tulpas o simplemente «monstruos»
El antiguo arte de traer hasta la realidad a los entes que habitan otros planos. Cultivado por magos y chamanes desde el amanecer de los tiempos cuando el ser humano aún no concebía la muerte. En el tiempo en el que no había división entre el mundo inmediatamente percibido y el pensamiento abstracto. En la era en la que los dioses caminaban entre los hombres. Si los muertos estaban en los recuerdos, es porque aún debían de estar en algún lugar, entonces buscaron la manera de traer de regreso a sus ancestros perdidos en las regiones de más allá de donde alcanzaba el entendimiento.
Cantaron plegarias a las sombras, conjuraron rituales…
Y Trajeron Cosas…
El mayor exponente de tales artes fue conocido como «El rey Salomón»
En la actualidad los vetustos grimorios y pergaminos que recopilaban los rituales y Conjuros con los que se efectuaban tales invocaciones habían evolucionado a un formato más conveniente: Cartas encantadas con sigilos y runas codificando versiones simplificadas de los rituales de invocación de una entidad en particular, Los iniciados en este arte llaman a sus colecciones de cartas grimóricas: «bestiarios».
En un principio no lo noté pero Riviera sostenía disimuladamente algo en su mano izquierda; un mazo de Cartas. Era difícil de notar entre los muchos pliegues del atuendo de monje ermitaño con mangas largas y holgadas que lucía en aquel momento, pareciera que estuviese tratando de escenificar algo.
Intuí que algo no terminaba de encajar en aquella escena, pero yo no estaba en condiciones de elucubrar deducciones enrevesadas. Las entidades invocadas a mí alrededor rondaban acechándome como una manada de lobos, ocultas en las penumbras, no las pude identificar con claridad, pero tenían siluetas marcadamente humanas. Fueron quienes habían estado arrojando los cadáveres frente a mí.
Bastaba fijarse en las señas de violencia y ensañamiento que mostraban esos cadáveres, para que alguien con leves nociones de criminología pudiera identificar señas de «Expresión personal» en aquellas ejecuciones.
—Asesinos… Usted ha reunido un bestiario de asesinos seriales —Exclamé pasmada al percatarme de aquella ocurrencia tan aberrante.
—Los principiantes siempre quieren confeccionarse un bestiario que invoque criaturas legendarias o héroes mitológicos, pero los conocedores sabemos que la fuerza de estas entidades proviene del miedo. Entre más primario y visceral sea el miedo que evoquen, más poderosa será su manifestación —Respondió Riviera satisfecho de verme con los nervios de punta.
Varias de estas siluetas salieron de las sombras y se revelaron ante mí. Demasiado difusas para ser personas de carne y hueso, a la vez que demasiado corpóreas para ser meros espectros, el ruido que hacían al caminar delataba lo tangibles que eran.
No soy tan aficionada a la murderabilia, pero reconocí a: Terrence Blackfield, el mutilador de Tennessee ejecutado en la silla en mil novecientos cincuentaidos y al asesino apodado como «MLK» quien murió a los ochentaidos años de complicaciones renales mientras cumplía cadena perpetua. Ambos estaban frente a mí, con la apariencia que mostraban en las fotos de prensa cuando se reportaron sus crímenes, En parte eran los espíritus de los asesinos reales y en parte eran una condensación de lo que la cultura popular imaginaba de ellos.
Qué ésa cultura popular les rindiera culto al punto de convertirlos en leyendas, les daba la suficiente entidad como para seguir existiendo en los estratos liminales del inconsciente colectivo y de alguna manera, llegar convertirlos en «algo más»
En teoría, una entidad de estas no podría manifestarse muy lejos del foco del aura de su invocador, pero gracias a quién sabe qué artes blasfemas, Riviera había logrado que se manifestaran en donde se hallaban todas y cada una de las personas que pudieran representar una amenaza directa para sus planes. Y haciendo alarde de un gran conocimiento y vasto poder, había usado a sus entidades para arrastrar los cadáveres de sus víctimas por el plano astral hasta allí.
Una versión muy retorcida del hechizo de «translocación» del que se dice que eran capaces los maestros ascendidos.
Riviera se esforzaba por contener un acceso de carcajadas al ver mi expresión de asombro entremezclada con el pavor.
—Señorita… ¿Qué pensaría usted si le propusiera unirse a mi rebaño? —Dijo sin poder disimular del todo su sarcasmo.
—Opino que cualquier cosa que me proponga en esta situación difícilmente podría considerarse un trato —Respondí casi que por acto reflejo mientras miraba de un lado para otro tratando de evitar que alguna de esas entidades me tomara por sorpresa desde algún flanco.
—Tiene toda la razón señorita, felicito su perspicacia al reconocer que puedo tomar lo que quiera cuando se me antoje —Dijo Riviera sin esforzarse en disimular su arrogancia.
Mi intuición me gritaba que era ilógico, que aquella situación no tenía sentido.
Había demasiadas entidades invocadas a nuestro alrededor.
En su nivel más fundamental, una invocación es una operación básica de transmutación alquímica, se debe ofrecer algo a cambio de la presencia de una entidad en otro plano.
Antiguamente se hacía mediante ofrendas de sangre y sacrificios vivos, pero con el predominio de la cosmovisión cristiana occidental, se pasó al concepto del «ofrecimiento del alma» como factor de intercambio.
Tantas invocaciones simultáneas debían tomar lo suficiente del alma de Riviera, como para dejarlo completamente extenuado, pero su presencia y vigor no habían disminuido ni un ápice y hasta parecía que a cada instante, su aura se hiciera más y más imponente.
—Disculpe usted, por un momento me vi tentado de ofrecerle la oportunidad de ser una de mis concubinas, pero se me acaba de ocurrir algo aún más interesante —Meditó un momento y luego prosiguió — ¿Y si usted solo fuera mi testigo? Yo le permitiría seguir viviendo, a cambio, debe usted dar testimonio veraz, de todo aquello que estoy por realizar en el mundo, no me importa qué opinión tenga usted de mi persona o mis ideas, estoy seguro de que ése toque de lucidez suyo, ésa manera de decir las cosas será muy importante para el relato de la historia que se escribirá a partir de este momento —Dijo mientras miraba hacia arriba, maravillado de su propia grandeza y generosidad.
—No es necesario que me lo pida —Contesté —Le juro aquí y ahora señor; que voy a contar la historia de cómo viajé desde muy lejos, solo para tener la oportunidad conocer en persona al mismísimo José Luis Riviera… Y Acabar con él.
— ¿Qué es lo que ha dicho? —Preguntó incrédulo y sorprendido.
—Lo que escuchó. Vine aquí con el propósito de matarlo. No busco venganza, ni pretendo hacer justicia. Es solo que por algún motivo que ni yo misma entiendo, no soporto a la gente como usted.
Cuando leí acerca de usted, sentía tanto asco y desprecio que creí que me iba a volver loca.
La noticia de su supuesta «muerte por sobredosis de alucinógenos» Me trajo algo de paz, pero me supo a poco y desde entonces he estado imaginándome el cómo lo habría hecho yo con mis propias manos… —Le contesté mientras en un veloz y estudiado movimiento desenfundaba mi propio bestiario de cartas grimóricas dando inicio al sagrado ritual del duelo de almas.
—Entonces ¿Tanta cortesía y ceremonia para que al final usted no sea más que una vulgar asesina? —Respondió Riviera exagerando su asombro e indignación.
— ¿Usted cree que merece una muerte digna de parte de un héroe de nobles intenciones? —Le respondí sintiéndome liberada de aquella farsa.
Yo empezaba con desventaja y a sabiendas de que en aquel duelo, se estaban pasando por alto varias de las reglas del canon ritual, aún así, no dudé en sacar la primera carta de mi bestiario, tomando mi turno aunque aún no se hubiera declarado nada.
Aquello debió complacer a algún dios, porque aquella primera carta en mi mano resultó ser una de las mejores en mi bestiario.
Aunque invocarla directamente en el plano carnal se llevaría un buen trozo de mi alma, no lo dudé.
—Espíritu Shukongoshin ¡Agyo! ¡Purga el mal! —Exclamé en voz alta para convocar a la entidad consagrada en la carta.
Más pronto de lo esperado, Agyo apareció frente a mí como una figura imponente de cinco metros de altura, portando el Vajra en su brazo derecho y mirando con ira a las entidades que Riviera había invocado.
Los espíritus Shukongoshin, son de naturaleza protectora, pero ante la magnitud de presencia maligna y por efecto del Vajra, apenas se manifestó en el plano carnal, Agyo cargó en contra de una de las entidades que se ocultaban entre las sombras y la fulminó con un trueno.
Como buen sociópata, Riviera fingió una indiferencia casi perfecta, como si nada le tomara por sorpresa y su mente estuviera varios pasos por delante de la acción.
—Así que ha recurrido a al cliché de hacerse la «chica ruda» ¡Qué decepción! esperaba que alguien tan culto como usted ya hubiera superado esa clase de niñerías —Respondió Riviera tratando de provocarme, usando el truco retórico de negarle la aprobación al adversario.
Según las reglas del duelo de almas, en ése momento sería el turno de Riviera, pero este solo permaneció inmóvil, como si se negara a reconocer que tan siquiera estuviéramos disputando un duelo de almas.
Pero no me quitaba los ojos de encima, lo más seguro es que estuviera atento al hecho de que yo fuera capaz de mantener a una invocación tan poderosa como Agyo sin desfallecer.
Admito que traer una entidad de esa categoría al plano carnal me costó bastante esfuerzo, pero una vez estuvo ahí, su manifestación fue peculiarmente estable, como si la entidad misma pusiera de su parte para lograrlo.
Riviera no movió un músculo, no dijo nada, solo siguió mirándome con desdén, pero aquellas siluetas tras las penumbras comenzaron a moverse, adoptando una formación para cortarme la retaguardia. Aunque tratara de disimularlo, Riviera estaba proyectando su voluntad hacia ellas y eso se podía considerar como el usar su turno.
De modo que procedí a sacar la siguiente carta de mi baraja, si la fortuna seguía favoreciéndome, tal vez lograría invocar al guardián Ungyo mientras Agyo seguía en el plano carnal, de ésa manera tendría asegurada una defensa formidable.
Pero en lugar de eso saqué la carta del Yokai Kappa del rio Minamikawa. Esa entidad es de gran utilidad en entornos donde hay agua dulce presente, pero aquella no era una de ésas ocasiones.
Aún así invoqué a la entidad al plano liminal, con tantas entidades acorralándome no podía darme el lujo de perder nada de cobertura y aunque pueda lucir un poco gracioso un Kappa sigue siendo capaz de sacarle las tripas por el ano a un objetivo humanoide en un solo movimiento.
— ¿Una mala mano? ¡Qué pena! ¿De qué le sirve al Shinto Nipon tener ocho millones de dioses si la gran mayoría están consagrados a las cosas más intrascendentes de la vida cotidiana? —Aprovechó Riviera para soltar algo de la bilis que se le estaba atragantando en el cogote. Pero aunque trataba de posar con una actitud burlesca, lo cierto es que tomó su turno y sacó una carta de su baraja.
— ¡Espléndido! —Dijo al verla y procedió a ejecutar la invocación — ¡Tú que serviste a tu patria y a la causa de la fe! Levántate para servir una vez más… ¡Mikhail Slovic! —.
Como de detrás de una niebla, apareció la silueta de un hombre corpulento. A medida que se acercaba se pudieron distinguir más detalles, pero lucía como si una fotografía en blanco y negro hubiese cobrado vida andando fuera del marco, un fantasma monocromático vistiendo un uniforme militar de gala, tachonado de medallas hasta el ridículo, con una expresión de hastío en su mirada. Ni su nombre ni su atuendo me decían nada, pero el guantelete con cuchillas en la palma de su mano derecha bastaba para decirlo todo.
Era uno de esos milicianos de Europa del éste que participó en las purgas étnicas durante la segunda guerra mundial. Se habla poco de ellos, pero se sabe que sus técnicas industrializadas de ejecución en masa hacían vomitar a los oficiales de las SS.
Casi todo el material histórico al respecto ha sido censurado y los medios evitan deliberadamente hablar del asunto, por lo que no mucha gente los recuerda y su egregor debería estar poco consolidado.
Aún así…
El terror que habían provocado en el mundo no era poco y la perturbación en el flujo del Karma que provocaron estos sujetos debió dar origen a entes hechos de puro horror coagulado.
Riviera debía haber pasado mucho tiempo leyendo acerca de aquellos desquiciados y viendo las pocas fotografías disponibles para poder evocar la imagen de uno de ellos en aquella manifestación.
El Vajra de Agyo reaccionó ante la gran maldad que representaba aquella presencia, pero aún no estaba en disposición de atacar. En lugar de eso, Riviera señaló al Kappa a mi lado y ordenó:
—Briseño… ¡Encárgate del pequeño! —.
Rafael Briseño, el monstruo del amazonas que abusó y descuartizó a más de trescientos niños en los años setentas y prácticamente extinguió un par de tribus indígenas, salió desde las penumbras y tomó al Kappa por sorpresa para llevarlo arrastrado del cuello hasta detrás de una columna desde la cual solo se escucharon los croares de dolor de la criatura mezclados con los gemidos de éxtasis del criminal invocado.
Sentí una dolorosa punzada en el pecho cuando mi yokai fue purgado del plano carnal.
—Aún está a tiempo de evitar que su bella alma se pierda en los limbos señorita, Mi propuesta sigue en pié —Me dijo Riviera, que aún pudiendo causarme más daño, dio por finalizado su turno.
Para mí no había vuelta atrás, saqué otra carta de mi baraja. Tanto la conocía que no necesité casi ni verla para saber que debía invocar de inmediato a la entidad en el plano onírico
— ¿Piensa hacerme caer en alguna clase de Jugarreta Señorita Ai? He celebrado duelos de almas desde antes de que sus padres nacieran… —Me dijo y luego se dirigió a sus entidades -¡Ernest! ¡Borochenko! -.
No tenía idea de quién era «Ernest» pero de la biografía de Borochenko se habían hecho varias películas, salió de las penumbras corriendo, luciendo su botarga hecha con piel humana de donde colgaban los rostros cosidos de diez de sus víctimas.
La entidad que yo había invocado en el plano onírico pasó de inmediato al plano carnal y rebanó a Borochenko como si lo hubieran metido en una licuadora. Luego se detuvo para revelarse como la manifestación de Akaikari; la Yoroi samurái poseída por la ira de todos aquellos que la portaron.
—Aún no tengo intenciones de acabar con usted, pero admito que valdría la pena hacerlo, solo para tener esa invocación en mi bestiario —Comentó Riviera.
Aquella entidad que respondía al nombres de Ernest, un tipo delgaducho y enjuto, se abalanzó contra Akaikari blandiendo una gran hacha de carnicero, pero Agyo se movió de forma repentina para asestarle un golpe demoledor que lo aplastó contra el suelo para purgarlo, a lo cual volví a mover a Akaikari al plano onírico concluyendo mi combinación defensiva.
—Hubiera sido interesante tener un duelo de almas con usted… Hace cuarenta años —Dijo Riviera antes de sacar una carta de su baraja y descartarla con desprecio.
Sin perder tiempo en discusiones retóricas tomé mi turno y saqué mi carta. Se trataba de uno de mis espíritus Kitsune, invocarlo tanto en el plano liminal como el onírico me hubiera aportado ciertas cualidades defensivas, pero esa invocación sería una carga demasiado onerosa para mi alma en aquel momento, así que decidí sacar otra carta aunque eso significara terminar mi turno sin haber logrado nada.
La carta tenía a la Kuchisake Onna, si tan solo hubiera salido un turno antes…
Riviera bostezó como agobiado por el tedio y supiera de antemano el resultado de la contienda, pero sacó su carta.
—No sé si considerar una ofensa que vengan a enfrentarme con un bestiario tan inútil como parece ser el suyo —Comentó y luego procedió a invocar a la entidad inscrita en la carta:
—Noble mariscal de lustroso linaje ¡Sírveme como a tu rey y tu patria! ¡Gilles de Rais! —.
Para asombro de todos, incluyendo a las propias entidades invocadas, el ambiente se llenó del estremecedor canto de un coro monacal, una puerta de luz se abrió y de allí apareció un sujeto enfundado en una armadura, que lucía como arrancado de una pintura, era más leyenda que espíritu. Caminaba pavoneándose, contemplándolo todo con asombro, como si hace apenas segundos hubiera salido de algún palacio de la Francia del siglo XV.
No tenía idea de que Riviera fuera capaz de invocar algo de semejante categoría y más aún, después de haber invocado un pequeño ejército de entidades.
¿Cómo lo había logrado?
Entonces un pensamiento terrible pasó por mi mente y creo que hasta se debió notar en mi cara por la risotada que soltó Riviera.
— ¡Ah! ¿Por fin se ha dado cuenta? —Exclamó con sarcasmo.
—Ya veo porqué ni siquiera piensa en esto como un auténtico duelo de almas —Comenté reconociendo mi lentitud para comprender la situación y procedí a explicar: —La respuesta no es lo que hay aquí, sino lo que no está… Sus seguidores, sus «discípulos» pasó semanas reuniéndolos aquí, dentro de este templo que actúa como una «máquina trituradora de almas» en donde los que mueren no se convierten espíritus ni pueden llegar al higan.
Usted fue un paso más allá y en lugar de vampirizar la fuerza de vida de sus creyentes, directamente arrancó sus almas y de alguna manera las engullo dentro de la suya con la intención de… —Iba diciendo cuando Riviera me interrumpió:
—Salvar al mundo —.
Riviera sacó de entre los dobleces de su túnica un rollo de pergamino. Lo reconocí de inmediato, era uno de los manuscritos sustraídos, una de las versiones más antiguas que se conocen de los libros de Enoc.
Antes no había podido verlo, pero con la extraña luminosidad con la que la invocación de Gilles de Rais impregnaba el ambiente, ahora se podía notar que atrás de Riviera había un atril en donde se encontraban otros dos libros, supuse de inmediato que eran el Ars Goetia y el libro de San Cipriano, también suplantados.
—Aunque sacrifique el alma de mil personas, lo que pretende hacer va a ¡matarlo a usted de todas formas! —Le advertí en un vano intento de hacerlo entrar en razón.
— ¡Ja! La muerte es algo que solo le quita la tranquilidad a los que siguen dormidos, los que hemos despertado sabemos burlarla con astucia. ¿Para qué cree usted que pasé casi sesenta años convenciendo a generación tras generación de mis discípulos de que mi presencia había sido proyectada en este mundo desde una realidad superior? allá afuera hay miles de mis devotos esperando que en sus cuerpos anide mi espíritu eterno para renacer e impartir mis enseñanzas al mundo una vez más —.
—Para ser alguien que presume de saber tanto, no parece estar consciente de los poderes con los que se está metiendo —Le respondí, aunque en el fondo solo estaba tratando de ganar tiempo mientras se me ocurría alguna manera de salvar el pellejo.
—La humanidad nada sabría si no hubiese quien se metiera de vez en cuando con las cosas que no entiende —Repuso Riviera mientras disponía el pergamino sobre el atril completando la triada de textos con el conocimiento necesario para su plan.
No podía continuar con el duelo, técnicamente seguía siendo el turno de Riviera. Aunque bastaba una mínima acción de su parte para que culminara.
Pero si ésa acción resultaba ser lo que yo estaba pensando, ya no habría turno, ni duelo, ni nada…
— ¡Es tal y como lo imaginaba! ¡No se puede! La invocación taumatúrgica no es ni de lejos una ciencia que esté completamente explorada —Exclamó Riviera hablando más que todo para sí mismo, aunque supongo que le complacía el que yo estuviera ahí para escucharlo.
—Entonces podemos respirar tranquilos… No hay manera de que usted consiga invocar al plano carnal a ninguno de esos monstruos —Contesté tratando de distraerle.
—Interpreta usted demasiado de prisa mis palabras… Lo que quise decir, es que no se puede sin recurrir primero a una serie de «pasos intermedios» para jugar un poco con las «reglas»… Aunque la realidad sea una negra prisión de acero, los que hemos despertado sabemos jugar con la cerradura —Dijo Riviera de un modo un tanto críptico que no alcancé a interpretar.
—Parece que después de todo usted va resultar más útil de lo que pensaba señorita Ai —Dijo y luego procedió a ordenar a su entidad invocada: —Mikhail ¡Quita ese asqueroso demonio oriental de mi vista! —.
La entidad nombrada como Mikhail Slovic se lanzó en contra de Agyo blandiendo su Guantelete con cuchillas en la palma. Por supuesto que Akaikari reaccionó desde el plano onírico asaltando al atacante, pero antes de que pudiera hacerle algo, un coro de iglesia se escuchó por todo el lugar y Gilles de Rais hizo un gesto de negación con el dedo.
Una gran cantidad de instrumentos de tortura se descolgaron desde arriba y encadenaron a la Akaikari a toda suerte de cadenas llenas de ganchos y púas de metal. Antes de que pudiera terminar de sorprenderme de aquello, Mikhail Slovic había trepado hasta los hombros de Agyo y con un movimiento pasmosamente suave, le degolló purgándolo del plano carnal.
Las punzadas en mi pecho me hicieron encorvarme y caer de rodillas, Una buena parte de mi alma debía de haberse ido en ese momento.
—Bien señorita Ai, creo recordar que usted había jurado algo así de que contaría la historia de cómo me «mataría» Adelante… Quiero ver cómo pretende hacerlo —Se burlo Riviera.
En medio del dolor y la experiencia delirante que estaba viviendo en ese lugar, Algo me hizo pensar que por alguna razón, él necesitaba que el duelo prosiguiera, así que yo tendría que lograr que el duelo llegara a un punto muerto o que al menos se prolongara lo suficiente…
Era mi turno y aunque vacilé bastante, al final me atreví a sacar una carta de mi baraja.
—Tanuki —Pronuncie en voz baja leyendo el título de la carta en Hiragana para invocar al espíritu Tanuki al plano liminal.
— ¡Ah! él Tanuki… Así que ha decidido alargar su propio sufrimiento. No importa, Todo lo que necesitaba era que llegara mi turno en condiciones. Este remedo de duelo de almas al menos me sirve para invocar con soltura y ahorrar algunas de las almas que tanto trabajo me costó reunir —Contestó Riviera antes de tomar su turno.
Riviera sacó una carta, no parecía ser lo que buscaba así que invocó la entidad junto Gilles de Rais y la ofreció como sacrificio. Algún asesino anodino de piel morena terminó sometido a toda clase de torturas horrendas por parte del instrumental del mariscal y cuando fue purgado, un coro de voces monacales le anunció a Riviera que podía sacar una nueva carta de su bestiario. Al parecer fue otro desgraciado que pasó a la sala de torturas del Mariscal. Estuvo así por un rato, sacando y sacrificando entidades a un costo enorme de almas hasta que al sacar una carta Riviera sonrió.
—No se imagina por cuánto tiempo busqué y cuantos duelos tuve que luchar para conseguir esta preciosidad —Dijo Riviera antes de persignarse de forma extraña y comenzar a dibujar Runas en el Aire con la punta de los dedos. Aquella no iba a ser una invocación cualquiera.
— ¡Oh! magna señora del Niflheim, la que reina la niebla eterna, tormento de las almas cobardes, ¡Nidhug escucha las plegarias de tu fiel siervo! ¡Hónranos con tu divina presencia! —Clamó Riviera como llevado por un ferviente éxtasis.
En medio de mi abatimiento, noté como de Riviera emanaba un importante flujo de almas, la entidad consagrada en aquella carta no era algo que un solo individuo pudiera invocar en un duelo y aún así él lo estaba logrando.
El suelo comenzó a retumbar, me costó mucho mantener el equilibrio. Hasta llegué a pensar que aquel templo se desmoronaría sobre nuestras cabezas de un momento a otro.
Algo como una grieta se abrió en el suelo y de esta salió una niebla fría y con olor a muerte que resbalaba por el suelo. Un montón de espectros inmundos de forma esquelética comenzaron a escaparse por ahí y corrieron a refugiarse en las sombras, luego se escuchó un rugido sordo y gutural.
Primero una garra negra, y después otra. Cuando pensé que no podía ser más asqueroso y aterrador siguió sacando más y más garras. Cuando su cuerpo estuvo por completo por fuera, lo que se alcanzaba a ver de su enorme cuerpo podía ser descrito como una «serpiente, dragón, ciempiés» que no encajaba con nada que se viera en la naturaleza y bien podría pasar por algún ser extraterrestre.
Ésa cosa bien pudo acabar conmigo en un solo movimiento, no solo su tamaño y forma eran monstruosos, el aura obscura que la rodeaba era colosal y hasta los cadáveres en el suelo comenzaron a retorcerse de forma errática ante su presencia.
Pero Riviera no había traído aquella deidad nórdica para matarme.
—Gran Madre Nidhug… ¡Golpea con todo tu odio al maldito Yggdrasil! ¡Libéranos del agobiante encierro y abre las puertas para que pueda alcanzar mi sueño! —Clamó Riviera a la monstruosidad, que soltó un rugido y clavó sus fauces en el suelo.
Todo aquello me tenía sumamente aturdida, pero de alguna manera tuve la claridad suficiente para dilucidar qué era lo que pretendía Riviera.
Yggdrasil es como un árbol cósmico, una representación de la estructura del universo. Según la mitología Nórdica, el dragón Nidhug se dedica a roer una de sus raíces a la espera de hacerlo caer para el rágnarok. Si Riviera hacía que Nidhug atacara al Yggdrasil en aquel lugar, debilitaría la estructura de la realidad lo suficiente como para…
—Riviera ¿Acaso está loco? el Yggdrasil no es solo una barrera, es la estructura que permite que la magia fluya a través de la realidad. Si intenta invocar al Behemoth en el plano carnal en estas condiciones, ¡No podrá controlarlo! ¡Nos va a matar a todos y destrozará el mundo entero! —Le imploré esperando que entrara en razón, pero él solo se carcajeó.
— ¡Eso es exactamente lo que he estado buscando toda mi vida! ¡El fin del culto a las piedras y el regreso a la fe primordial!
El Behemoth es la bestia de bestias, la manifestación pura de la voluntad del creador ¡Vida y amor en estado puro! Fue La primera religión, la primera fe:
«El temor a las bestias».
Antes de que hubiera chamanes, antes de que los humanos descubrieran la magia, antes de encontrarse con los dioses… El miedo a las bestias lo era todo y la única forma de que la tribu sobreviviese era mediante el más hermoso y puro de los rituales ancestrales: el sacrificio humano.
El dejar atrás a uno de tus seres queridos para que los demás tuvieran tiempo de huir… Ése es el mayor acto de amor, ¡Un amor tan grande que traerá la salvación a todos! —Desvarió el maldito loco.
— ¡Grandísimo imbécil! —Grité con rabia y saqué una carta más…
Era otro espíritu Kitsune.
Maldije mi suerte. Invoqué a la Kuchisake Onna que aún tenía en mi mano, el esfuerzo casi me hace desplomarme en el suelo, tuve la esperanza de que el yurei fuera capaz de tomar a Riviera desprevenido, pero para este momento las cosas se habían salido de control de tal manera que ya no era del todo claro que se siguiera celebrando un duelo de almas formal y más bien pareciera que todo se hubiera convertido en un gigantesco poltergeist. Kuchisake Onna se lanzó en dirección a Riviera, pero fue atajada por un montón de los asesinos que este tenía invocados y aunque ella era sobrehumanamente rápida, no pudo llegar ni a la mitad del camino. Y la situación empeoró aún más.
Otro grupo de asesinos me rodeó y comenzó a atacarme con armas cortopunzantes. Me hubieran sacado las tripas si no fuera porque la invocación de Tanuki tomó mi lugar y me ocultó por un instante, lo suficiente como para que yo pudiera invocar un Kitsune mientras Tanuki iba más allá de sus obligaciones como invocación y burló una y otra vez a los asesinos hasta que estos lo purgaron de tal manera, que ya no podría volver a ser invocado, la carta en mis manos que lo representaba se hizo cenizas ante mis ojos.
Aquello me provocó un dolor que no había experimentado antes, no solo había perdido un trozo de mi alma, había perdido a un amigo… Las lágrimas simplemente empezaron a brotar por mis ojos sin que pudiera hacer nada para detenerlas.
Kitsune había tomado la forma de un monje asceta de la montaña y prácticamente me llevaba a rastras intentando alejarme de la turba de asesinos enloquecidos.
Repentinamente mi baraja empezó a sacudirse en mi otra mano y se soltó. Las cartas se dispersaron por todas partes y sin que yo proyectara voluntad, las entidades empezaron a manifestarse por sí mismas… Ogama, Namahame, Sunekosuri se interpusieron en el camino de los asesinos e hicieron lo que pudieron para retrasar a las invocaciones de Riviera hasta que fueron purgados y sus cartas desaparecieron entre flamas blancas.
Ungyo trató de manifestarse pero el golpe una de las garras de Nidhug lo purgó antes de que pudiera hacer nada, la maldad del dragón era tan grande que el Vajra del espíritu Shukongoshin estalló en pedazos.
— ¿lo ves? ¿Puedes sentir su amor? ¡Es eso lo que quiero para todo el mundo! —Me gritó Riviera.
Por puro instinto, me forcé para ponerme en pié y correr por mi propia cuenta, Kitsune me ayudó tanto como pudo, hasta que un torrente de las cadenas y ganchos de Gilles de Rais lo aprisionaron y despedazaron.
Intenté correr, pero sentí como si me patearan en un costado y caí al suelo, rodé un par de veces y comencé a recibir una andanada de golpes por todas partes.
-¡Alto! —Gritó Riviera. Las entidades se detuvieron a regañadientes aunque me llevé un par de patadas adicionales.
Antes de que pudiera incorporarme, Riviera me alzó del cuello y me acercó a su cara.
—Antes que nada. Quiero saber; De entre Leviathan, Behemoth y el Ziz… ¿Cómo supo que mi intención era invocar al Behemoth? —Preguntó Riviera mientras contemplaba mi rostro comenzando a hincharse.
Para ése momento estaba hecha añicos, Aquellas entidades de mi baraja, habían estado conmigo por años y a algunos les había conocido en el bosque cuando era niña… Estaba rota y solo contesté como un autómata.
—Del Ziz no se sabe lo suficiente como para pensar que pueda estructurarse un ritual de invocación, además de que el mito lo describe como un ente relativamente neutral y pacifico, así que queda descartado.
En cambio tanto de Leviathan como de Behemoth se ha escrito tanto, que incluso se pueden considerar que han entrado en el corpus de la filosofía humana…
Ambos son bestias colosales creadas por el mismísimo Dios y están por encima de cualquier otra en el mundo, pueden hacer papilla a los dragones míticos sin esfuerzo, ni siquiera los dioses clásicos podrían hacerles frente. Se dice que para evitar que destruyesen el mundo, Dios hizo que Leviathan y Behemoth estén enfrentados entre sí, en una lucha eterna como fuerzas contrapuestas de la naturaleza y es por eso que los seres humanos entendemos la realidad como una constante lucha entre dualidades; Luz contra obscuridad, él día contra la noche, la vida contra la muerte, la realidad contra la fantasía, el bien contra el mal, la carne contra el espíritu… etc. Pero Leviathan y Behemoth incluso representan la lucha entre las dos fuerzas primordiales de la naturaleza humana: La pulsión sexual y el miedo a la muerte, Eros y Tanatos. Usted… Considera el miedo a la muerte como una fuerza superior, Usted es psicológicamente incapaz de experimentar el amor, por eso tiene una baraja de asesinos aterradores, habla de amor pero solo puede relacionarse con la gente mediante el miedo… Usted rinde culto a Leviathan, intentar invocarlo o dominarlo de alguna manera es tabú… Eso solo deja a Behemoth —Recité como si me hubieran preguntado alguna trivialidad en clase.
—Fascinante —Se limitó a contestar Riviera y luego me dejó caer al piso.
— ¡Gilles! —Ordenó Riviera y de las sombras salieron un montón de ganchos y cadenas que rodearon mi cuerpo, tensaron mis extremidades casi hasta arrancarlas y me ataron a una cruz de latón, para finalmente poner una corona de alambre de púas sobre mis sienes.
— ¡Riviera! No olvide que vine a matarlo… —Le recordé gritando con rabia.
—Sus delirios empiezan a ser un poco molestos señorita Ai. Es usted la no debe olvidar, que solo sigue con vida porque necesito un testigo de carne y hueso —Dijo Riviera y luego se dirigió a su entidad invocada.
—Puedes divertirte con ella cuando haya culminado la invocación del Behemoth, Solo asegúrate que al menos le quede un ojo para ver, un oído para escuchar, una mano con suficientes dedos para que pueda escribir y cordura suficiente para expresarse con claridad, el resto no me es de interés —Sentenció y procedió a dar media vuelta.
Gilles de Rais y un montón de asesinos invocados dibujaron sonrisas ansiosas en sus rostros.
Riviera se dirigió al Atril con un andar calmado, como si no tuviera ninguna prisa.
A pesar de que me costaba tener los ojos abiertos, podía contemplar como si todo a nuestro alrededor se desvaneciera por momentos y fuera reemplazado por otras cosas, A veces era como una visión del plano astral, en otras ocasiones fue como si estuviéramos flotando por encima de la catedral de Monserrate al atardecer y a veces solo eran visiones de distintos infiernos.
Era tan espectacular que hasta los mismos asesinos invocados parecían maravillarse ante aquellas visiones.
La mordida de Nidhug debía estar empezando a debilitar el Yggdrasil.
Riviera por su parte recitó pasajes de los textos dispuestos en el atril y su lengua se paseaba del arameo al latín para después anotar en griego y hacer menciones en francés arcaico. Escribía cosas en hojas aparte y era curioso que hubiera un par de gafas ahí, pero que pareciera no necesitar, muchos de sus achaques debieron curarse de milagro al engullir las almas de sus devotos.
Había un tinitus en mis oídos, no pude escuchar exactamente cuáles fueron las palabras, pero la invocación no se hizo en ningún idioma que hubiera estudiado, sonó sirio, sonó etíope, sonó hindi, pero no era nada de eso. Empezó a sonar como una repetición de admoniciones que una laringe humana no podría pronunciar y de pronto las visiones que nos envolvían, se estabilizaron en la imagen de una llanura polvorienta, surcada por ríos de aguas verde esmeralda, con un cielo azul coronado por el sol ardiente de medio día.
Era contemplar al mundo en el quinto día de la creación.
Ahí estaba aquel ser, la nube de polvo que levantaba al moverse, hacía ver diminutas a las montañas a su alrededor, su galopar causaba temblores y desviaba el curso de los ríos, sus pisadas aplastaban peñas del tamaño de rascacielos y dejaban huellas en el suelo que parecían cráteres lunares. A su paso, los volcanes entraban en erupción, Si uno se fijaba en su contorno lo suficiente, se alcanzaban a ver rocas y árboles descomunales «orbitando» como si hubieran quedado atrapados entre dos campos gravitacionales. El vaho humeante que salía de su hocico como chorros de vapor de centenares de géiseres, centelleaba y producía descargas eléctricas que permitían entrever las escarpadas montañas de marfil que eran sus dientes, pero el ruido de aquellas descargas quedaba ahogado por el sonido atronador de su respiración. Todo cuanto podía verse; las montañas, las llanuras, los ríos y la costa del mar, estaban marcados con su presencia.
Fue él quien quebró la corteza terrestre y puso las placas tectónicas en movimiento.
Los Kaiju de las películas tokusatsu, apenas serían parásitos en su piel que ni siquiera sobresaldrían del pelaje, era un auténtico océano de masa muscular en movimiento. Una existencia imposible para la física del mundo real.
Si ésa cosa entraba en el plano carnal, cambiaría la forma misma de los continentes y la geografía tendría que ser reescrita.
Aún con todo lo que me había ocurrido ese día, contemplar tal entidad me dejó tan perpleja que solo los dolorosos pinchazos de las púas y ganchos de las cadenas que me sujetaban, hacían que tuviera que acomodar mi posición obligándome a mantener la cordura en su sitio.
Riviera no tenía esa «ventaja» literalmente quedó impávido por un largo rato y creo que fueron las sacudidas y gruñidos de Nidhug los que de alguna manera lo hicieron volver en sí.
Ver al Behemoth literalmente te resetea el cerebro y hecho un bebé balbuceante.
Sobreponiéndose a aquella visión, Riviera fue reanudando su letanía de admoniciones y rezos, de los que solo se entendía un «Behemoth Behemoth» en un acento extraño, cada vez más seguido y más frenético.
Pero se tomaba una que otra pausa…
De a pocos se empezaba a notar que ni todas las almas que había engullido, ni la fuerza de vida que succionaba de sus miles de creyentes, le eran suficientes para soportar limpiamente el esfuerzo de abrir un paso entre realidades lo suficientemente amplio como para que pasara el Behemoth.
Me acordé de esos versículos del nuevo testamento de San Marcos, San Lucas y San Mateo que mencionaban lo de un «camello pasando por el ojo de una aguja»
Con que el Behemoth consiguiera meter una sola de sus patas, de la ciudad de Bogotá no quedaría ni el recuerdo.
Para mis adentros, empecé a rogar que el Vaticano hubiera dado la orden de iniciar la «crociata del veintiuno secolo» y que los misiles y las bombas estuvieran en camino. Con suerte, si vaporizaban el cerro de Monserrate tal vez hubiera la posibilidad de que la onda explosiva llegara hasta donde estábamos.
Pero ante nuestros ojos, el Behemoth solo se hacía más y más grande a medida que se acercaba, pronto llegaría un momento en el que ni siquiera cabría en el campo visual.
Y de un momento a otro, el Behemoth y el paisaje que lo rodeaban desaparecieron.
— ¿Qué está haciendo ése idiota? —Preguntó Riviera al ver a Antonio allí abajo, en el mirador, bailoteando de un lado para otro.
Y yo me pregunté exactamente lo mismo ¿Cómo había salido del Bucle de espacio en el que yo lo había encerrado?
Antonio no estaba realmente con nosotros, aquella también era la visión de algún otro paraje. Un plano extraño del mismo paisaje del mirador, pero donde la ciudad a los pies del cerro era otra, por alguna razón me recordaba a Almaty en Kazajistán que es hermosa, pero da un poco de miedo.
En donde debía estar la catedral de Monserrate, había un Zigurat coronado por una gran torre que se clavaba como un puñal entre las nubes del cielo y que haría morir de envidia al propio Nemrod.
Riviera exasperado, volvió a repetir sus admoniciones, pero no consiguió nada. Intentó proyectar voluntad para enviar a sus asesinos a deshacerse de Antonio, pero aquel lugar estaba muy, muy lejos de su alcance. La primera gota de sudor resbaló por su frente.
— ¡Señorita Ai! ¡Señorita Ai! —Escuché la voz de Antonio de muy lejos y distorsionada como si me hablara por un tubo de metal.
Y yo estaba… ¿Feliz de escucharle? quise contestarle, pero Gilles de Rais pareció percatarse de esto y me amordazó con algo parecido a una rienda de caballo.
Pude ver con claridad que en sus manos sostenía… ¡Instrumentos alquímicos! no pude distinguirlos con claridad, pero pude escuchar que emitían una vibración en notas por fuera del pentagrama.
Aunque fuera una visión, dejaba una impresión notoriamente más fuerte, como estar allí de alguna manera. Podía sentirse en la piel, era magia, Antonio estaba conjurando auténtica magia.
Tanto Riviera como yo quedamos absortos contemplándolo. En cuanto se lleva un tramo de la senda recorrido, todo iniciado sufre una frustración, por mucho que uno aprenda y se adiestre en la magia, al final lo único que se puede lograr es un sucedáneo, una imitación de la magia. Como el chaman que imita el canto de los pájaros del bosque, el hechicero que agita los brazos imitando el viento, el creyente que reza por un milagro a una imagen imitando a un santo, el santero que cose ídolos de los Loas.
Se imitan cosas, se evocan cosas a la espera de una respuesta…
Pero lo que estaba haciendo Antonio era distinto… Era la magia «De verdad» sin evocaciones, sin la espera de una respuesta de parte de ese algo en el más allá, aquello era voluntad hecha fenómeno.
Puedo decir que llevo toda mi vida estudiando la magia y esforzándome al límite para intentar entenderla, pero lo que estaba haciendo Antonio con la esencia misma de la realidad volvió trizas todas mis convicciones al respecto.
De alguna manera fascinante, soberbia, virtuosa, inenarrable… Las ramas secas y muertas del Yggdrasil. Podría llegar a entenderse como una secuencia de transmutaciones, pero a una escala inconcebible. ¡El universo! Era como contemplar un alfarero moldear arcilla, estaba anulando el daño que había provocado Nidhug, pero no estaba poniendo «las cosas en su lugar» Estaba surgiendo algo nuevo… ¡Algo vivo!
Por momentos mi consciencia se perdía contemplando la profusión de detalles de esta extraña y desconcertante maravilla que surgía del caos informe como una flor de loto que se abriera continuamente mostrando configuraciones fractales de pétalos en patrones cada vez más intrincados.
Un galimatías que toda la vida te ha desconcertado y de pronto llega la epifanía que conecta sus partes y le da sentido a un todo.
Pero a la fascinación se sobreponía otro sentimiento, mi corazón palpitaba con fuerza.
Después de tanto tiempo, de tantas dudas, de tantas incertidumbres, todo ese desasosiego y dudar de mi misma…
Por fin pude corroborar que mi intuición estaba en lo cierto.
«Antonio tiene ¡Padrinos mágicos!»
Suspiré, era como si hubiera cumplido mi propósito en la vida y pudiera morir tranquila.
Pero no podía morir tranquila.
Riviera había dibujado un círculo alquímico a sus pies con sangre, luego marcó sigilos a su alrededor, en su rostro, brazos y pecho. Volvió a cantar las admoniciones para invocar al Behemoth con todo lo que le daba la garganta.
La visión de Antonio se fue desvaneciendo y el Behemoth regresó, debía de estar a más de cien kilómetros, pero se sentía como un tsunami que estuviera casi encima de nosotros y se aproximara cada vez más rápido.
Riviera lucía como un santón budista envuelto en flamas argentinas que ardían con furia. Sin ningún aspaviento quemaba una tras otra las almas que tenía consigo y un temblor bajo y rítmico que hacía estremecer las entrañas anunciaba las pisadas de la bestia de bestias entrando en la realidad.
—Por el más hondo de mis anhelos… ¿Dónde estás Rena Ai? —Escuché que dijo Antonio. Pero no fue su voz, fue más como un tintineo de campanillas que vinera de mi vientre.
Era esa cosa que se había alojado en mi útero, seguía ahí a veces me olvidaba de ella, pero en cuanto me descuidaba podía sentirla. ¿Qué rayos era? Por como la percibía en un principio la visualicé como una criatura, pero tras un ejercicio de meditación breve, intenté librarme de las preconcepciones y llegué a intuir que más bien se trataba de una especie de «puerta» que nos conectaba a los dos.
¿Por qué apareció ahí? ¿Fue algo que Antonio hizo a propósito? Ésas eran las primeras de una larga lista de preguntas que me hice en un instante.
Hasta que me di cuenta que «eso» no era una pregunta, era la respuesta.
Riviera estaba tratando de traer al Behemoth al plano carnal, usando a Nidhug para debilitar la brecha entre realidades y de alguna manera Antonio había ido a parar a «otro mundo» y estaba conjurando un encantamiento monumental para tratar de encontrarme…
Aquella era mi oportunidad.
Era el momento de actuar.
Tomé aire y comencé a hiperventilar, centré mi consciencia en aquella sensación en mi útero, relajé los músculos de la cara y empecé a cantar lo que una vez bauticé como «mi mantra silencioso»
De pequeña lo hacía de vez en cuando en los momentos en que me aburría esperando algo o cuando tenía demasiado frío o calor. Mis padres temieron que sufriera de algún tipo raro de epilepsia, y se sorprendieron cuando les dije que era algo que podía controlar voluntariamente.
En cuanto se supo de mi facilidad para entrar en estados alterados de consciencia, el templo Michikami movió cielo y tierra para reclutarme y me sometió a su más exhaustivo régimen de adiestramiento shugendo.
Aquello que a casi todos los iniciados les toma décadas de meditación, ritos, oración, autoflagelación e ingesta de grandes cantidades de Hongos, lamer sapos, beber peyote, yagé o Ayahuasca yo podía lograrlo solo con un pensamiento.
A los cinco años aprendí a comunicarme con los espíritus.
A los diez percibía el plano astral, el onírico y el carnal en simultáneo.
A los trece era el mejor oráculo de todo Japón
Y a los quince ya luchaba en duelos de almas invocando entidades con cartas grimóricas.
Los entes a mí alrededor notaron que yo estaba llorando con los ojos en blanco, vociferando sin control y simplemente asumieron que estaba en shock por el miedo.
Vomité y dejé mi suéter hecho una pizza.
Me oriné encima y se me empantanaron las botas.
Ése es mi superpoder.
Recuerdo que en un momento dado, mis sentidos se desconectaron y tuve la noción de ese algo indescriptible que es infinitamente grande e infinitamente pequeño a la vez con sus innumerables lazos dorados que lo conectan con todo. Pero por muy trascendente y cautivador que fuera, no era lo que estaba buscando.
Luego, fue una alucinación de estar paseando por un bosque cualquiera, pero cada hoja, cada rama, cada tronco, cada piedra, cada grano de arena en el camino y cada rayo de luz que se filtraba por entre el follaje estaba repleto de desconcertantes esquemas geométricos.
Asusta un poco y sobrecarga la percepción, hasta que uno empieza a entender de geometría descriptiva. Todos ésos patrones de triángulos, rectángulos, elipses y líneas curvas, se pueden «leer» como fórmulas matemáticas, ahí está todo, las respuestas a cálculos que a la mejor computadora del planeta le tomarían milenios, simplemente flotaban en el aire a la espera de ser leídas.
Las matemáticas no son una abstracción de la mente humana, son algo real y es de lo que está hecho el motor del todo.
Ante mí se alzaban los esquemas del infinito, Nunca voy más allá de ese punto, se siente como si tu existencia empezara a quebrarse y da más miedo que caer en cualquiera de los infiernos. Pero esa era una de esas situaciones desesperadas que requieren medidas desesperadas.
Estaba tan calmada y lívida, que perfectamente hubiera podido morir disolviéndome en el pleroma y gozando de la dicha más absoluta, que creo que es lo que les pasa a casi todos los que llegan hasta ahí: se dan cuenta que lo más sencillo y feliz es volverse uno con el todo.
No, el sentido de la existencia no es algo tan estúpido y vacío como la búsqueda de la felicidad absoluta.
Me costaba mucho recordar quién era yo y qué era lo que había venido a buscar, pero sabía que tenía que ir más allá, mucho más allá.
Hay un lugar en las alturas, muy lejos, donde ya no se escucha la música de las esferas, lejos de la existencia lógica, fuera de la rueda del Karma y por sobre el concepto cristiano de Dios, sentí que era pequeñita y los mocos me escurrían por la nariz. Un hombre gordo y desgreñado me sostenía en su regazo con sus brazos sebosos.
—Cuando una civilización de seres sentientes logra desarrollarse al punto de resolver las necesidades biológicas básicas, se produce una explosión en su producción de cultura, una tormenta de información que parece que saliese de la nada, como un «Big Bang» —Iba diciendo aquel gordo.
—¿Qué es «Bin ban»? —Balbuceó mi voz infantil mientras aplaudía con mis palmas regordetas.
—Es la hipótesis predominante del origen del universo la teoría del «big bang» según la cual todo se originó de un punto que se expandió como una burbuja inflándose a gran velocidad, creando el tiempo y el espacio en ese proceso —Me decía el hombre mientras yo veía la mancha de sudor escurriéndole por la camiseta azul claro que llevaba puesta.
— ¿Entonces el espacio exterior es como un globo y nosotros estamos dentro? —Preguntó aquella vocecita que no sabría distinguir si era yo o una entidad aparte.
—Más o menos, es más bien como si estuviéramos surfeando en una ola que se mueve a medida que el universo se expande y las galaxias y objetos distantes se alejan de nosotros —Respondió aquella voz tan extraña pero tan entrañable para mí.
—Y entonces ¿Qué es lo que hay cuando uno mira en el borde? —Pregunté con una gran ingenuidad.
— ¿En el borde del universo te refieres? no hay forma de verlo, el «borde» del universo en expansión se mueve a la velocidad de la luz constantemente, nunca podríamos llegar hasta ahí y aún si lo alcanzáramos para ver allí tendrías que estar moviéndote de una manera imposible para la teoría de la relatividad —Me respondía aquella voz que se iba haciendo cada vez más tenue.
— ¿Y si pudiera llegar hasta ahí? —Preguntó aquella voz infantil que no recibió respuesta.
¿Y si pudiera llegar hasta ahí? Me pregunté a mi misma con mi voz adulta…
Me percaté de que en aquel estado no estaba atada a ninguna limitación de la materia ni de la energía, solo definí el concepto lo más claramente posible en lo que quedaba de mi mente, recurriendo a todo mi conocimiento en astrofísica, aunque no es que fuera gran cosa.
El límite del universo, más allá de la radiación de fondo a más de cuarentaiseismil millones de años luz de distancia, tal vez el doble o triple de eso, quizás veinte veces más, él universo se expandió más rápido que la luz en sus primeros instantes…
Y estaba ahí, sola, flotando en la nada, quieta desde mi punto de vista, pero moviéndome a la velocidad de la luz junto al borde del universo y me atreví a echar un vistazo.
Era como mirar a la superficie de un espejo bruñido, veía mi reflejo, miré atrás y había otro reflejo mío en el borde opuesto del universo, no podía verme a mi misma y entonces recordé que el universo no tiene centro.
Era incomprensible, pero lógico de una manera extraña.
Al darme cuenta vi que un borde reflejaba contra el otro pude ver la infinita sucesión de reflejos que se da entre dos espejos paralelos, pero esto no era aquella ilusión, esas no eran imágenes, eran personas reales y cada una era diferente.
Y cuando me hice consciente de que yo «no era» y «solo era» aquella infinidad, hubo una explosión cegadora, un «big bang».
Recuerdos…
Miríadas de primeras menstruaciones bajándome por los muslos, incontables partos, incontables abortos, heridas, mutilaciones…
Duelos, desilusiones, palabras de odio.
Dolor y sufrimiento infinitos. Un infierno hecho de carne sangrante con caras aullando de agonía por toda la eternidad.
Habría enloquecido hasta morir, pero un inexplicable arrebato de sabiduría me iluminó en ese momento. Esas cosas dolorosas son solo la «superficie» una condensación de los recuerdos que más impresionan a una persona. Nos fijamos más en lo que nos asusta y nos hace sufrir porque eso nos ayuda a mantenernos vivos, si veo las experiencias con perspicacia y desapego, sabré valorar los buenos momentos de la vida.
Era eso.
Un vasto condensado de las vidas de incontables «otras yo» desperdigadas en un mar inabarcable de realidades.
No era como el cliché de la ciencia ficción acerca de los universos paralelos, había algo peculiar acerca de aquello, algo que no cuadraba.
Y llegó a mi mente como una revelación: «la reencarnación no funciona de manera lineal» comprendí que no «éramos la misma identidad» sino que todas éramos la manifestación de un «algo» numinoso y supraterreno.
Los occidentales siempre han malentendido el concepto de la reencarnación, No es el «alma» lo que vuelve para encarnarse en otra vida…
Las revelaciones de saber trascendental hubieran continuado de forma indefinida, de no ser porque me percaté de una presencia.
Era vasto, colosal, como un rostro infinito que nos contemplara desde todos los cielos.
Antonio estaba Ahí, paradote, mirándome… mirándonos…
¡Estúpido! ¡Ahí estoy durmiendo desnuda! ¡Ahí estoy bañándome en aguas termales! y ahí… Soy un bebé de cuatro meses… ¡y estás haciendo cara de querer soplarme en la barriguita!
¡No me mires así!
El Yggdrasil entero se sacudió con una ola de incontables mujeres ruborizándose ante una ensoñación sensual acerca de ser abrazada bajo la lluvia por un tipo mayor de cabello largo y ojos tristones.
Me caí de nalgas y sonó asquerosamente chapoteante, en el proceso me rasgué con ganchos y púas y un montón de fluidos saliendo de mi cuerpo se mezclaban con la sangre. Eso debía de doler un montón, pero estaba tan concentrada tratando de evitar que ése trillón de orgasmos me mataran, que solo me levanté y empecé a correr como loca de un lado a otro, gritando con las manos agarrándome la entrepierna.
— ¡Ah! ¡Manga de cochinas! ¡Tengan esos dedos quietos! ¡Se van a quedar ciegas y se van a hacer pis en la cama! —.
— ¿Qué demonios fue eso? ¡Qué asco! —Se quejó Riviera —Ya no quiero que sea mi testigo… Solo ¡Mátenla! —.
Todas las entidades invocadas por Riviera Reaccionaron a su orden, Incluida Nidhug y el propio Behemoth.
El suelo se sacudía con cada vez más violencia, la llegada de la bestia de bestias era inminente, la invocación se había completado.
Una turba de asesinos rabiosos, sedientos de sangre, se abalanzó sobre mí.
Y todo aquello no podía importarme menos…
Tras haber rozado ese breve nirvana, haber visto lo que había visto, sentido lo que había sentido. En mi mente solo resonaba el eco de un anhelo compartido por todas mis encarnaciones.
«¿Qué puedo hacer para que él se fije en mí?»
Y entonces evoqué pensamientos que hicieron que tuviera más miedo de mí misma que de todo cuanto me rodeaba.
«Soy como una miserable campesina embelesada con el impresionante caballero de reluciente armadura que regresa de la batalla, todo lo que puedo hacer es ofrecerle una flor que recogí en una de mis escapadas a la pradera…
Pero él no es un simple «caballero» ¡Es un mago! ¡Tiene al universo entero entre sus manos! ¿Qué podría ofrecerle una niñita atolondrada como yo?
Pues entonces… ¡Me Convertiré en la mayor de todas las brujas! Iré más allá que ninguna otra ¡Me apoderaré de las dimensiones más allá del tiempo y el espacio! ¡Ataré con cadenas los cielos de todas las realidades y lo que haya más allá…. y haré que él me ame!»
Mi mente estaba en tal estado de claridad, las revelaciones venían mí una tras otra, pero estaba aquella circunstancia molesta de mantener mi cuerpo físico con vida…
Decenas de cuchillos, dagas, hachas y objetos contundentes varios se dirigían hacia mi pecho, cuello y espalda.
Se me hacía tan estúpido asustarme por eso… Había visto allá, a mujeres tan fuertes y valerosas, que sería una vergüenza asustarme por aquello y seguir considerándome una de ellas.
Un conjuro de aquella verdadera magia salió de mis labios sin que pudiera reprimirlo:
—En nombre de aquel que nos ama… ¡Vengan a mí las más fuertes! —.
Por el más efímero de los instantes el cosmos y mi voluntad fueron uno.
De las ramas de Yggdrasil, empezaron a brotar flores de luz, que al ir madurando y convertirse en frutos que iban tomando forma de entes humanoides. Se manifestaron a mí alrededor en el plano carnal confrontando a los entes que me amenazaban e hicieron que se detuvieran en seco.
— ¿Sacar una segunda baraja en medio de un duelo? Me sorprende el nivel de bajeza al que usted es capaz de llegar señorita Ai —Reclamó Riviera en un tono que no supe distinguir si era de indignación o de sarcasmo.
Me sorprendí al percatarme de que efectivamente, el rito de duelo seguía en pié. Como si acabara de despertar tras una borrachera, estaba sumamente atolondrada y no supe responder.
— ¿Cómo lo hizo? de su alma no deberían quedar más que guiñapos y aún así invocó a decenas de… ¡Ah! éstas entidades… Tienen alma… —Exclamó Riviera como si no acabara de creerse lo que percibía.
Las cosas sucedieron a continuación sin que nadie pudiera hacer nada para evitarlo; Rafael Briseño «el monstruo del amazonas» se encaró sonriente ante la que parecía ser la más frágil de mis invocaciones, una «yo» de seis años cubierta por una especie de poncho harapiento y que tenía sus muñecas y tobillos atados con cadenas.
Sentí piedad por el sujeto, quise gritar para advertirle, ella no era ni de lejos la más débil, ella era solo la parte visible de una coalescencia simbiótica interplanar que…
De mi boca solo salió un gorjeo ininteligible.
Un brazo peludo, ligeramente humanoide, grueso como el tronco de un árbol y con zarpas como de tigre, salió de la nada y tomó a Rafael levantándolo de una pierna, la niña se acercó y vio al hombre con fascinación, nunca en su vida había visto ése tono de piel ni ésa clase de facciones, otro brazo demoníaco salió desde detrás de la niña y tomó un brazo del hombre… Arrancándolo al no medir su fuerza.
El monstruo del amazonas gritó en un alarido interminable, mientras aquellos brazos siguieron desmembrándolo ante la mirada de insaciable curiosidad de la niña que solo observaba como si le estuviera quitando las patas a una araña que hubiera atrapado.
Los entes invocados en un duelo de almas no siguen del todo las reglas de la física y la biología y a veces se mantienen «con vida» para seguir batallando en circunstancias en las que alguien real ya hubiera fallecido a causa del shock.
Cuando ya no hubo brazos ni piernas procedió a hacer un estropicio con sus entrañas y finalizó con su cabeza. Cuando la entidad por fin fue purgada y sus restos desaparecieron del plano carnal, ella terminó con una mirada de frustración en su rostro al percatarse de lo frágil que fue su oponente.
Las entidades de Riviera espabilaron, algunos hicieron amagos de salir huyendo, pero la voluntad de su invocador se impuso, tenían que acabar conmigo de cualquier manera.
Y comenzó la hecatombe.
Yo misma quedé muda de terror al contemplar lo que había traído a este mundo. Cuando veía a cada una de ellas, ésa cosa en mi útero vibraba y podía recordar sus vidas como si yo las hubiera vivido.
Aquella a mi izquierda era algo así como una policía en un mundo en donde la ley está por encima del concepto de «derechos humanos» desarmó y ejecutó con sus manos a dos criminales de guerra en apenas instantes, como si fuera la cosa más cotidiana de la vida.
La más alejada a mi derecha era un poco larguirucha y de rasgos exageradamente achinados, sabía hacer una combinación de puñetazos y patadas que partía los doscientos seis huesos del cuerpo humano antes de que su oponente cayera al suelo.
Lo puso en práctica tres veces en cinco segundos.
Y ésa otra…
Ésa…
Si mi vejiga no estuviera completamente vacía me hubiera orinado otra vez ahí mismo.
Ésa «yo» de cabello negro azabache, enfundada en una gabardina, haciendo sonar sus tacones, caminó con toda la calma del mundo hacia Mikhail Slovic como atraída por su porte de militar curtido.
—Ni piense que me va a intimidar bruja asquerosa, con mis manos he degollado a mas de mil personas en una noche —Le espetó Mikhail a mi yo de cabello negro, mostrándole su guante con cuchillas ensangrentadas en pose amenazante.
— ¡Eso es impresionante! —Contestó ella con una voz… casi idéntica a mi voz, pero que se sentía como si me clavaran vidrios rotos en el cerebro —Me pregunto ¿A quién quieres impresionar haciendo esas cosas? ¿A una mujer? —.
Solo fue un breve susurro pero Mikhail quedó pasmado como si estuviera viendo su vida pasar frente a sus ojos. Tanto miedo, ira, tristeza, angustia y dolor que uno no se esperaría de la expresión de un individuo que regentó un matadero industrial de seres humanos. Acto seguido sacó un revólver de su chaqueta y se purgó del plano carnal a sí mismo.
No quise verla más. Solo supe que de alguna manera, esta mujer, esta «Yo» había acabado con… ¡Toda la especie humana! Había matado a cada hombre, mujer y niño en su mundo de origen y lo peor es que, estaba tan dichosa de haberlo hecho.
Compartir por un instante esa «satisfacción» me hizo sentir sucia al punto de considerar el acabar conmigo misma…
Riviera tardó demasiado en percatarse de que sus entidades estaban siendo purgadas como moscas y que mis «yo» una vez habían purgado lo que tenían al frente volteaban para verlo a él, porque recordaban en sus mentes la promesa que yo le había hecho.
—Admito que me impresiona verla luchar como gato boca arriba, pero hasta alguien con ésa terquedad ha de admitir que está luchando una batalla perdida, estoy por encima de cualquier cosa que pueda intentar ¡El Behemoth está aquí! —Amenazó Riviera en un tono que no disimuló del todo el pavor que recorría su cuerpo.
El temblor del suelo hizo imposible que la batalla pudiera continuar, el sólo mantenerse en pié resultaba toda una proeza, el Huracán que provocaba el desplazamiento del Behemoth desató una tormenta equiparable a un tifón.
(Que en el fondo agradecí porque ya no se notaba que estaba toda meada)
Cada quién trató de ponerse a cubierto, agarrándose de lo que tuviera a su alcance, como las columnas o Riviera de su Atril. En un santiamén el torrente de agua me llegó a las rodillas y un par de mis «yo» acudieron para sostenerme, Una de ellas olía a perro mojado, poco jabón había en su mundo de origen. No tenía tiempo para el aseo personal, se la pasaba muy ocupada, cazando versiones evolucionadas de dinosaurios y megafauna diversa con armas de la edad de piedra.
Solo una de nosotras se mantenía de pié.
Inerme ante todo lo que sucedía, como si el ser arrancada de su realidad y contemplar semejante escena no la intranquilizara en absoluto.
La cosa en mi útero vibró y supe quién era.
— ¡Esto es demasiado! ¡Eso no se lo cree ni mi abuela! —Me dije a mí misma reaccionando ante una visión que ni siquiera sería aceptable como argumento para un videojuego de fantasía extrema. Si dibujara lo que vi y fuera a mostrarlo en las oficinas de Square, me sacarían a patadas por exagerada.
Pero no se necesitaba más prueba para creerlo que su sola presencia, con su cuerpo robusto pero estilizado, su cabello ensortijado hasta la cintura, la expresión adusta en su rostro de facciones severas y ojos celestes, el vestido de sedas translucidas que envolvía su cuerpo, la corona de hierro negro en sus sienes y aquella tosca y voluminosa armadura que cubría sus hombros pecho y espalda.
Con sus casi cuatro metros de estatura, Ella era la más fuerte de todas nosotras: La princesa.
No se había enfrentado a nadie, a ninguno de los asesinos de Riviera siquiera se le llegó a pasar por la mente el intentar acercársele y al fijarme un poco… Hasta Nidhug parecía evitarle la mirada.
—»Riviera… No olvide que he venido a matarlo» eso es lo que oigo en mi cabeza —Pronunció esta mujer, con una voz tan atronadora que se sobrepuso al terremoto y a la tempestad, mentiría si no dijera que se me puso hasta el último centímetro de carne de gallina al escucharla. Estaba lloviendo a cántaros, pero podría jurar que el sonido su voz bastó para purgar las entidades más débiles de Riviera y que muchos de los espectros que escaparon con Nidhug volvieran por el mismo agujero al Niflheim.
— ¿Cómo puede alguien sensato proferir amenazas tan vacías? ¡Soy yo quien lleva las riendas del Behemoth! ¡Estoy a la altura del mismo Dios! ¿Quién puede levantar la mano contra mí? ¿Quién siquiera puede atreverse a mirarme los ojos? ¡Yo Soy Luis Riviera el mayor de todos los grandes maestros!—Exclamó el desquiciado haciendo uso de fuerzas preternaturales para hacer que su voz se impusiera al estruendo del vendaval y no ser menos que la princesa.
El Behemoth estaba ahí. Técnicamente hubiera tenido que caminar una distancia de unos diez kilómetros para tocarlo físicamente, pero a esa escala no había diferencia. El pisotón de su llegada me sacó volando como una hormiga barrida por una escoba. La caída me hubiera matado, pero «el Aquila» una máquina alada, reluciente, como de bronce bruñido, que era otra «yo» me atrapó en el aire y me llevó literalmente en volandas.
—Señor «Riviera» déjeme decirle que vivo en un reino en donde los días están llenos de tedio y sopor, él entretenimiento es un lujo restringido a la realeza —Se escuchó la voz de la princesa, que no era una voz, sino más bien una proyección telepática, ella había desaparecido del lugar en donde estaba hacía un instante.
En vano la buscamos con la mirada.
De un momento a otro, en el cenit se pudo contemplar el restallar de un resplandor dorado cual si fuera un repentino amanecer.
Y pudimos verla. No con nuestros ojos, era una visión que ella misma proyectaba sobre nuestras mentes. La sensación era tan sobrecogedora que me hubiera hecho caer de rodillas si hubiese estado en el suelo en ése momento.
Cayendo desde una gran altura como un meteoro, tomó la armadura de su pecho y la desabrochó. Lo que en un principio parecía una tosca armadura hecha de pedazos de chatarra, se desensambló en algo como una sucesión de partes unidas por cadenas, bisagras, engranajes… Y que con un par de sacudidas tomó la forma de una «espada» de casi ocho metros de longitud.
Se reveló a mi mente: Ésa era un arma hecha con los restos de muchas armas legendarias.
La princesa blandió aquella cuchilla de más de dos toneladas y lanzó un tajo contra el mismísimo Behemoth
Cualquier arma forjada por el ser humano sería menos que un chiste para la bestia creada por el poder de Dios.
Pero aquella no era cualquier arma… Y no había sido forjada precisamente por seres humanos…
Entendí que estaba compuesta de muchos «filos» que se activaban resonando en frecuencias de vibración existencial específicas para cortar y hasta desintegrar a categorías determinadas de entidades.
No bastaba con blandir el arma físicamente, había que operar ésos filos con la mente. Algo así como tratar de pilotar un avión de combate escribiendo código con un teclado.
Una completa locura.
Los muchos filos de aquella brutal espada atravesaron kilómetro tras kilómetro de pelo, escama, cuero, grasa, músculo, hueso, nervio, médula… Tardó un buen rato en llegar al suelo y cuando lo hizo, siguió perforando hasta unos sesenta metros en la tierra.
La visión de la princesa se desvaneció y ante nosotros quedó el dantesco espectáculo de una cordillera de carne más alta que cualquier montaña siendo partida en dos y convertida en un volcán sangriento en erupción. La tormenta fue arrastrada y con el pasar de los segundos, lo que llovía ya no era agua.
La zanja en el suelo se abría de horizonte a horizonte tragándose la inundación.
Pero lo que más me impresionó fue ver, que con el mismo tajo, había degollado a Nidhug y rebanado a Riviera desde el hombro hasta las caderas del lado opuesto. La parte que conservaba la cabeza, intentaba arrastrarse con un brazo dejando sus intestinos regados por el camino.
La Voz de la princesa volvió retumbar en nuestras cabezas especialmente en la de Riviera por la cara que puso…
—En mi reino, la única distracción para los de sangre noble es saltar entre las estrellas, buscar civilizaciones y cazar a sus dioses —.
El Behemoth empezó a ser purgado del plano carnal y ser llevado de regreso al «quinto día» lo mismo respecto de Nidhug y… ¿De Riviera?
Le pedí con señas al Aquila que me bajara al suelo, En el mundo mecanizado del que provenía, se había abandonado el uso del habla hacía siglos.
En cuanto toqué tierra, corrí por en medio del barrizal en que quedó convertido todo el paisaje, pero cuando llegué lo único que encontré fue la mitad cortada en diagonal de una carta con la imagen de Riviera dibujada.
— ¿Pero qué demó…? —Iba a decir, cuando esa voz atronadora me interrumpió.
—Espero sepa usted disculparme, Pero creo que son mis preguntas las que han de tener respuesta… ¿Quién es usted? y ¿Por qué nos está dando órdenes? —Preguntó la princesa, bañada en sangre, sosteniendo su arma en una sola mano, saliendo a zancadas del cañón que acababa de formar ella misma en el suelo y en el que bien podría construirse el dichoso Metro de Bogotá si estuviera en el espacio real
Fue un buen momento para fijarme en todo el desastre que habíamos hecho en «el palacio de Bochica» todo estaba en ruinas y por difícil de creer que fuera, no fue el Behemoth el que provocó la mayor parte de los daños.
También fue la primera vez que caí en cuenta de que para detener al Behemoth, había convocado a aquellas aterradoras entidades, algunas de las cuales representaban amenazas a nivel planetario aún peores que la bestia de bestias…
Todas me estaban mirando, No todas con ganas de matarme, pero el agua, sangre y barro no ayudaban a distender el ambiente.
Algo como el silbido de una serpiente se escuchó dentro de mi cabeza
— ¿Éstas en problemas? Si me respondes a una pregunta puede que te ayude… —Dijo aquella proyección telepática.
No necesité mayor explicación para voltear la mirada hacia donde estaba aquella mujer aterradora de cabello negro y que de forma inexplicable lucía seca e impecable en aquellas circunstancias.
— ¿Cuál es la pregunta? —Respondí «En mi mente»
— ¿A cuánto asciende la población humana en este «mundo»? —Escuché en mi cabeza.
Si hubiera habido algo en mi vejiga o intestinos, hubiera salido en ése momento, en lugar de eso solo me puse pálida, muy pálida y sentí que el piso se negaba a quedarse en su lugar.
Me di por vencida, no tenía claro qué clase de habilidades psíquicas ostentaba aquella mujer aterradora, tenía auténtico pavor de intentar volver a explorar sus recuerdos, pero estaba segura de que intentar mentirle sería una estupidez.
—Siete mil ochocientos millones más o menos —Confesé.
Una obscena expresión de placer libidinoso recorrió el rostro de aquella mujer, si quedara algo en mi estómago, lo hubiera vomitado en ése momento.
No tuve tiempo para desvanecerme, un gesto de inquisición en el rostro de la princesa bastó para sacarme de mi sopor como si me hubieran dado una bofetada con la mano abierta
¡No sabía cuál de las dos me daba más miedo!
—Lo que tienes que hacer es muy sencillo, si te fijas bien ella no es más que una princesita ¿Quién está por encima de una princesa? eso es todo lo que debes responder… —Resonó ese eco sibilino entre mis sienes.
Me di dos segundos para tomar aire y dar mi respuesta.
—Yo soy, La que las ha convocado aquí en nombre de aquél quién nos ama. Ése con quien todas hemos soñado alguna vez, eso que todas siempre hemos buscado. Soy la escogida por él, la que fue coronada con su abrazo… Soy ¡La reina de todas ustedes! ¡The Ruler! —Aseguré haciendo mi mejor actuación. Pero no pareció impresionar a ninguna de ésas cincuentaidos monstruos.
—Pues no me agrada la idea de que cualquier advenediza se proclame «reina» sin mostrar ni un solo mérito. Así que… ¡Proclamo la revolución! —Dijo la princesa sacando de su cinto lo que para su talle sería una pistola, pero para cualquier otra persona sería un cañón de artillería y sin dudar un momento apuntó a mí y apretó el gatillo.
Había visto sus recuerdos, no con pleno detalle, pero sí lo suficiente como para estar segura que ella nunca había fallado un tiro a menos de un kilómetro y entre nosotras había menos de quince metros. El tiro pasó por un lado apenas agitándome el cabello e impactó en una columna a treinta metros desintegrándola en una explosión de polvo y esquirlas, que llegaron a golpearme en espalda y nuca.
Me tomó un tiempo asimilar que todavía estaba viva y respirando.
Estaba emocionalmente seca, sucedieron demasiadas cosas ésa tarde, había pasado más angustia de la que podía soportar y me estaba hundiendo en una depresión por agotamiento, algo que desde fuera podía confundirse con tenacidad y sangre fría o que soy muy lenta para reaccionar a las cosas.
El «cristo rezado»… Podía percibir el olor de bronce ardiendo al rojo vivo… Si no fuera porque aquel «amuleto» estaba en un bolsillo apartado de de mi bolso de cuero, todas mis cosas hubieran ardido en llamas…
Sentí que aquello había sido una coincidencia exagerada y más aún cuando guiada por el olor y sonido chisporroteante que salía de mi bolso le di una mirada a éste y noté que de las comisuras de las juntas se escapaba un resplandor numinoso como si hubiera algo alumbrando desde el interior.
Por un momento pensé que se trataba de mi teléfono móvil, pero tras abrir el bolso, resultó que aquella luz provenía de aquella extraña pieza de orfebrería que me había entregado el Xeque.
Al extraerla del bolso y hacer contacto con la palma de mi mano, un conjuro durmiente fue desatado, aquella piececita de oro se hinchó en un instante cambiando su forma a la de un artefacto que parecía hecho de varillas de luz que quedó colgando de mi mano.
Una idea asaltó mi mente y sin pensarlo, me lo puse en la cabeza como si fuera…
Una corona.
Mi corona.
Esta resplandeció aún más e iluminó todo en derredor. Por primera vez hubo un cambio en la expresión del rostro de la princesa, Esta «Enfundó» su espada vistiéndola como una armadura e hincó su rodilla en el suelo.
— ¡All hail to the ruler! —Exclamó y luego volteó a ver a todas las demás.
Todas la vieron desconcertadas, nadie quería llevarle la contraria, pero nadie sabía qué hacer, curiosamente, fue la niña de las cadenas la primera que tuvo el sentido común para imitar el gesto de hincar la rodilla y aunque no sabía hablar, imitó como pudo los sonidos con su garganta.
Todas las demás eventualmente terminaron haciendo lo mismo, incluso la de cara achinada, que se notaba que se moría de ganas de retar a la princesa a que se batieran en combate cuerpo a cuerpo ahí mismo.
Repitieron el «All hail to the ruler» un par de veces hasta que lo dijeron a coro y la princesa se mostró satisfecha.
La sangre que cubría todo el paisaje se fue desvaneciendo indicando que el Behemoth había sido purgado por completo.
Sentí una repentina inyección de vigor, como si el alma me hubiera vuelto al cuerpo… Yo había «ganado» el duelo.
Pero mis «invocaciones» seguían ahí, con sus miradas clavadas en mí, como a la espera de que diera la orden de iniciar la conquista del planeta como mínimo.
Usualmente no hace falta hacer nada, al culminar un duelo de almas, las entidades invocadas regresan por sí mismas a su plano de habitación natural, pero de ser necesario hay que realizar un cierto ritual para hacerles regresar «manualmente»
Intenté recordar el cómo las había traído, pero de aquella andanada de revelaciones místicas en mi mente apenas quedaban leves rezagos como los de un sueño que se olvida casi por completo al despertar.
Tenía una vaga noción de haber conjurado «la magia de Antonio» aquella «verdadera magia»
En aquel momento de inspiración lo había hecho casi que sin esfuerzo, pero al recordarlo se me hacía como lo imposible de lo imposible.
Pero por raro que parezca, al estar deprimida no me dejé llevar por el miedo, estaba en algo parecido a la mentalidad «trabajar como salaryman» en la que entro cuando me toca quedarme toda la noche hasta completar un dossier.
Repasé, todo lo que recordaba en mi mente, pronunciaba admoniciones en voz alta, pero sin proyectar voluntad para conjurar, solo «ponía mis ideas en orden»
El Lugar era una pieza clave de todo esto, este «palacio de Bochica» era en sí mismo un nexo entre conjunciones planares, un punto en el que las limitaciones de la magia eran más difusas que en el espacio real. Por eso lo había elegido Riviera para llevar a cabo su plan.
En principio, no tenía idea de cómo alcanzar los mundos de origen de mis invocaciones, pero me di cuenta que no era necesario. Ésa cosa en mi útero actuaba como un puente entre realidades y casualmente, había aprendido a usarlo para conectar con el inconsciente de mis invocaciones, un inconsciente ligado a los planos liminales de sus mundos de origen.
Y Por último, En algunas ocasiones y de alguna manera, yo había roto el tabú de caminar entre realidades.
Quizás todo aquello era parte de mi castigo.
Las observé a todas de pié frente a mí, Pronuncié una variante de las admoniciones para regresar entidades a sus planos, a la vez que evocaba la idea de «regresarlas a través de mi útero»
El psicoplásma latente en las ruinas del palacio comenzó a reaccionar, Ellas empezaron a resplandecer, como envueltas por un aura de luces tavóricas.
Busqué desesperadamente por el concepto mental que resonara para lograr el conjuro.
Y apareció.
El Yggdrasil coronado por ése Loto infinito que había creado Antonio.
Al evocar ésa imagen, ellas se fueron tornando en las mismas flores de luz de las que habían surgido, pero
Aunque se fueron atenuando, las luces no desaparecieron por completo y en un momento dado, se cristalizaron en cartas grimóricas que flotaron danzando por el aire hacia mis manos. Tenían un aspecto raro, como si estuvieran hechas de un celuloide translúcido y las inscripciones rúnicas inscritas en estas me resultaban ilegibles. Cuando aquel bestiario quedó completo, puse la baraja en mi bolso en un acto de mera inercia y me quedé ahí parada, mirando a la nada, anonadada, por todo…
Quién sabe por cuánto tiempo hubiera seguido así, si no fuera por esa voz escabrosa en mi mente que me dijo:
— ¡Date prisa! ¡Que se te escapa! —.
No supe a que se refería, pero estaba tan asustada que solo obedecí lo mejor que pude y miré a mi alrededor…
Como a un kilómetro de ahí, pude ver una silueta moviéndose.
Corría de un lado para otro con una rapidez inhumana y se detenía eventualmente para recoger cosas del suelo. No entendí nada en un principio, pero en cierto momento se agachó tomar la otra mitad de la «carta de Riviera» y salir corriendo en cuanto se percató de que le estaba observando. Cuando me disponía a perseguirle, la voz volvió a sonar en mi cabeza.
—No es eso a lo que me refería —.
Sentí un vacío en el vientre… Donde sea que estuviera, Antonio se estaba alejando de mí, intuí que si se alejaba al punto de que dejara de ser capaz de sentirlo, no volvería a verle jamás, pero si dejaba escapar al que se llevaba la mitad de la carta de Riviera… Perdería la pista de quién estaba tras todo este desastre.
No tardé ni medio segundo en decidirme.
A lo largo de mi vida he aprendido a proyectar mi presencia en otros planos, pero esa vez fue la primera que caminé deliberadamente entre realidades.
No hubo ni portales ni vórtices místicos, ni siquiera destellos de luces tavóricas. Simplemente me alejé caminando del palacio de Bochica siguiendo la sensación de mi vientre como una brújula. Al principio fue caminar entre los cerros subiendo y bajando, no eran los cerros boscosos de Monserrate, aquel lugar era más como un páramo pelado en donde apenas crecían arbustos menores y uno que otro yerbajo.
Pero a veces, tras una cuesta o una curva del sendero el paisaje cambiaba, unas veces de forma sutil y otras de manera tan radical que me costaba creer que siguiera en el mismo planeta.
El cansancio iba haciendo mella en mí, pero me venían a la mente recuerdos de cuando fui a aquel mundo asqueroso y caminaba sola por esas calles heladas y me decía a mi misma que «solo estoy como al cuarenta por ciento».
No sé en qué momento, aquello se convirtió en la ruta de senderismo más deliciosa que hubiera recorrido en la vida. Las endorfinas fluían por todo mi torrente sanguíneo, los juegos de luces en el paisaje rebotando por esas columnas espiraladas de lava volcánica solidificada, Las ciudades de los Devas en lo alto como lunas bulbosas en la órbita baja, las montañas rosáceas invertidas que bajaban del cielo, la luz de los siete soles reconfortándome con su calor por todas direcciones…
En cierto momento estuve caminando a la vera de un río, no tenía idea de cuánto tiempo habría pasado, ni siquiera si la idea de «tiempo» era válida en aquel lugar. Ahí no había ni plano astral ni plano onírico. No se podía percibir ni una sola manifestación de consciencia en todo lo que abarcaba la vista. Aunque a veces tenía el delirio de escuchar sutras en el susurro del viento que venía de la lejanía.
—La gente se decepcionaría si les dijeran que esto es «el más allá» al que se llega tras muchas encarnaciones… Cada grano de arena bajo mis pies es la encarnación de un sabio o un emperador, algunos santos serán guijarros y los maestros ascendidos, vapores que se condensan en gotas de rocío. Aún no ha nacido nadie digno de encarnar en este lugar como una brizna de hierba. Es como si todo lo que existe, tuviera el único propósito de enseñarte a ser humilde. Si existiera ése «Dios creador» en el que tanta gente cree; su encarnación sería algo como un charco baboso de aminoácidos, engendrando la vida de planeta en planeta sin pretender mayor cosa —Me dije a mi misma hablando sola como una loca.
No sé si fue por ponerme a divagar sobre ése tema en específico, pero frente a mí apareció algo que se podía interpretar como la entrada a una cueva… Sentí que Antonio debía de estar muy cerca.
El interior de aquella caverna era… Raro. Por entre las estalactitas y estalagmitas crecían enramadas de algo que forzando mucho el significado de las palabras podría llamar «árboles» con «plumas». Por el aire flotaban como motas de algo, pero al tratar de atrapar una en mi mano, noté que eran algo parecido a medusas que se impulsaban sacudiéndose en el aire. En ocasiones me sentía observada y al mirar a los lados con disimulo, juraría que vi personitas diminutas andar a saltos y esconderse tras las ramas.
En el momento menos esperado ¡Zas! ahí estaba Antonio, acostado inconsciente, con su cabeza descansando en el regazo de… ¡La princesa!
Yo la miré y ella me miró y ambas con cara de ¿Qué demonios estás haciendo aquí?
—Así que tú lo encontraste —Dije como para romper el hielo.
—Vuestra conciencia es lerda y con el espíritu demasiado atado al pensamiento terrenal, andáis muy lento por las conjunciones planares, si me hubiese limitado a esperar, él ya se hubiese perdido para siempre en los abismos que discurren entre realidades —Me dijo tratando de la manera más hipócrita de que no sonara como un sermón.
—Pues entonces… ¡Gracias! ahora podemos regresarlo a la realidad —Contesté yendo al grano para contener mi expresión de fastidio.
— ¿La realidad? ¡Ignorante! El lugar del que vienes no es más que un fragmento de ficción cristalizada, un relato caducado que solo sobrevive en los cuentos que se cantan para dormir niños pequeños. Aunque debo admitir que tanto tú como él provienen de mis propias fantasías. Él es la viva imagen de mis ilusiones infantiles en torno al concepto del amor. Conjuga el porte y la gallardía de mi santo padre, junto al misterio y el sutil encanto del viejo hechicero de la corte. Vos pareces ser la pequeña bruja que vaga por los bosques y tiene todo el tiempo libre del mundo para hacer travesuras, la protagonista de los cuentos que yo dibujaba en las paredes del castillo con una roca… El personaje en el que me autoinsertaba para imaginar que estaba junto a él —Me contestó con ése tonito tan soberbio, que si no fuera porque la había visto hacía poco enfrentarse cuerpo a cuerpo y hacer trizas a la manifestación encarnada de la voluntad de Dios… La mechoneaba de ese greñero tan ochentero que tiene.
—Éste instante es una conjunción de espejismos, un choque de ilusiones «Ein Traumtreffen» —Le escuché decir, aunque en mis recuerdos no tengo claro el idioma en que hablaba, la mayoría era proyección telepática, pero a veces hacía vibrar el aire con sus cuerdas vocales, El hecho de que fuera capaz de hacerse entender cuando su idioma nativo era un galimatías ininteligible para mi, se podía considerar un auténtico milagro.
—Bueno supongo que hay muchos puntos de vista de esta situación… Pero ya habrá tiempo para meditar al respecto, cuando hayamos devuelto a Antonio a «su» realidad —Propuse poniendo la cara de tonta que hago cada vez que tengo que rogarle a mis superiores para que hagan el maldito trabajo que les corresponde para que yo pueda hacer el mío, terminar y largarme a mi apartamento.
— ¿Por qué habría de devolverlo? —Dijo mientras acariciaba delicadamente el rostro del desmayado, De alguna manera el «tamaño» de ambos correspondía y la princesa lucía mucho más humana, tenía un vestido más «lindo» (más de princesa) y no tenía aquel «espadón/armadura» consigo— Por fin estoy junto a la manifestación tangible de mis más hondos anhelos, aquel a quien puedo amar con todo mi ser… —.
«Lo que me faltaba, ahora el cretino es protagonista de un manga harem…»
Me tomó un rato de estar parada ahí contemplando a ésos dos en esa escena tan surreal, para que alguna idea de cómo superar esta situación tan incómoda me viniera a la cabeza.
Yo diría que Ella y yo no nos parecemos en nada, pero si de alguna manera admitiera que somos la misma, entonces…
—Bueno, Okey. ¡Adelante! ámalo con toda tu alma… Y con todo tu cuerpo… —Dije sin poder disimular mi socarronería.
— ¿Qué está usted insinuando? —Dijo la princesa con una mirada capaz de exorcizar demonios.
— ¿Insinuar? ¡Mujer! no hay ni una de nosotras que no sueñe con yacer en el lecho junto a él. Supongo que alguien de vuestra real alcurnia, ha de tener derecho de pernada o algo por el estilo —Respondí tratando de no reírme de como él rubor le iba subiendo a sus reales pómulos.
—Pero, ni siquiera hemos sido formalmente presentados —Balbuceó ella.
—Por lo visto eso no ha sido impedimento para acostarlo en vuestro real regazo ¿No? con su boca tan cerca de su…—.
Lo Sabía, Ella Era más virgen que la lana del pijama papal. No salió corriendo tapándose con las manos el rostro enrojecido, pero casi. Cargó a Antonio en mi espalda encomendándome su seguridad y advirtiéndome de que yo la pasaría muy mal si algo malo llegaba a ocurrirle.
—Hemos roto algo que se supone que no debería romperse, las cosas van a empezar a ponerse en movimiento, ya nada será igual para ninguna de nosotras —Dijo para luego desvanecerse en el aire. Intuí que allí ella era algo como un «desdoblamiento astral» sus habilidades no dejaban de sorprenderme.
Intenté dilucidar cuál sería el significado de aquellas advertencias, pero el peso que venía cargando me impedía concentrarme
— ¡Y se suponía que no eras capaz de dormirte! —.
Lo que tenía en claro, es que lo que me venía pierna arriba era una cuesta larguísima de regreso cargando a aquel tontorrón más grande que yo.
Sentía su cuerpo, su cercanía y todo eso, pero aquello no tuvo nada de «romántico»
En ése «lo que sea donde estuviésemos» no pude realizar ningún conjuro que me facilitara la tarea de cargarlo.
Era como si de un momento a otro, todo lo que creía saber acerca de conjuros, encantamientos y hechizos fueran meros delirios de poder sin valor práctico.
Tuve que lidiar un buen rato hasta que conseguí llevar a Antonio cargado en mi espalda sosteniendo sus piernas entre mis brazos. Se parecía un poco al entrenamiento de marcha en infantería de la guardia, pero la verdad es que durante el curso de adiestramiento hice muy poco de eso y ahora estaba pagando las consecuencias.
El camino de regreso fue extraño, pasé por lugares por los que no recordaba haber pasado y no regresé al «palacio de Bochica» ni pasé por el mirador, en lugar de eso, mientras caminaba por unos matorrales algo cenagosos me topé con un muro de piedra y al mirar por encima de este pude divisar la catedral desde atrás.
Sentí que me tomó una eternidad, pero no parecía haber pasado más de una hora y el sol apenas comenzaba a ponerse en el horizonte.
La Gente nos miraba raro y yo solo podía agachar la cabeza y pedir disculpas como una tarada mientras buscaba en donde echar aquel costal de huesos que venía cargando.
El suelo estaba mojado, lleno de charcos, como si hace poco hubiera caído un chaparrón.
Había una señora sentada en una banca de la plazoleta frente a la entrada de la catedral hablando por su teléfono móvil. Le hice la mirada que le aprendí a la princesa y la señora salió a toda prisa de ahí. Descargué a Antonio y me fui en busca de un Toilette de señoritas en donde pudiera adecentarme un poco.
La fila para entrar era larguísima, pero con la cara que traía no pusieron mayor reparo en dejarme entrar. Mi ropa estaba relativamente seca y no había rastro de sangre del Behemoth. Pero sí de mi propia sangre (y pedacitos de zanahoria en mi suéter) y una que otra mujer en el baño me preguntó cuál era ese «producto» que estaba usando para sacar manchas de mi ropa y piel como si fuera «magia»
Contesté diciendo en mandarín: —No hablo deuda externa —.
Aún así, tuve muchos problemas para arreglarme, mis toallitas perfumadas desechables estaban todas empapadas y tuve que tirarlas y no tenía monedas para la máquina dispensadora de papel higiénico.
Estaba por darme por vencida con lo de peinarme hasta que un alma caritativa me prestó una plancha con la que pude domar un poco los mechones rebeldes. A cambio a esa señora le hice caer un lunar algo verrugoso del cuello.
Con el tiempo suficiente hubiera podido quedar impecable, pero ya estaba empezando a llamar la atención con cosas como transmutar tierra en base de maquillaje y reparar rasgaduras en mi ropa con ungüentos aceitosos.
Tampoco podía dejar a Antonio tanto tiempo solo y me estaba quedando sin aliento de estar conjurando hechizos para todo.
Salí y en cuanto pensé en que pasaría cuando me encontrara con Antonio… Regresé al baño a darme un retoque de maquillaje.
Regresé tan pronto como pude, y para mi sorpresa, Antonio estaba encaramado en la pasarela cantando y tocando «guitarra de aire» me palmeé la cara y fui para darle un coscorrón.
—Ya deja de andar cantando esas porquerías retro… Que la gente nos está mirando ¡Qué vergüenza! —Le reprendí en voz baja.
El me miró como si hubiera visto un fantasma y se quedó así un buen rato…
—No me mires así… Me caí rodando por unas escaleras ¿Ok? —Le dije tratando de disimular mi vergüenza.
—Pero esas escaleras como que tenían cuchillos porque ¡Uy! —Contestó, no sé si con intención de hacer un chiste.
—Deja de decir tonterías y dame tu número telefónico —Le pedí sintiéndome ridícula por no saber cómo hacerlo.
— ¿Qué? —Respondió como si no acabara de creérselo.
—Parece que tendré que quedarme en esta ciudad por un tiempo y eres la única persona que conozco de por aquí —Intenté explicar. Pero la verdad es que no tenía idea de lo que debía hacer a continuación y solo decía lo primero que se me venía a la mente.
Saqué mi teléfono para intentar anotar el suyo, pero estaba en el más allá de los teléfonos móviles gama media… Y no creo que la garantía cubriese inundaciones, saltos interplanares, ni descargas masivas de distorsión psiónica…
— ¡Ooooole mijo! —Se escuchó una voz decir tras de mí.
— ¿Papá? ¿Mamá? ¿Qué andan haciendo por acá? ¿Qué bicho les picó? —Respondió Antonio en un tono raro, como si estuviera representando un papel en una obra.
Giré sobre mis talones para ver, a una pareja de personas de mediana edad, que de alguna manera se parecían mucho a Antonio.
«¿Ésos son sus padres?»
— ¡Ay Mijo! ¿Sí sintió el temblor? todo como que se obscureció empezó a llover durísimo y con ése temblor… ¡Como en las películas cuando el señor muere en la cruz! —Dijo la mujer al lado del tipo de cabello cano coronado por una calva lustrada.
—Ah pues… Yo no sentí nada —Contestó Antonio poniendo cara de extrañeza y por primera vez dando signos de estar percatándose de lo raro de la situación.
— ¡Ja! ¡Qué va a andar dándose cuenta de las cosas si está engorilado con la novia! ¡Jejeje! Pero mijo… Yo si sabía que usted como buen otaku quería ennoviarse con una mona china… Pero hubiera cogido una como con más teticas ¿Es que me piensa poner a aguantar hambre a los nietos o qué? ¡Jijiji! —Dijo el mequetrefe aquel, con tal descaro, que asumí que, tal vez mi cara de asiática tonta daba a entender que no estaba entendiendo nada de nada.
—Papá… Ella hace unos años aprobó ese examen de especialización diplomática de la RAE que usted nunca pudo. Legalmente, habla mejor español que usted —Respondió Antonio en un tono de sarcasmo bien agrio, que para ser sincera me enamoró.
Se hizo un silencio incómodo, pero me sentí reconfortada de que esta vez no fuera yo la causante.
—Este… Mucho gusto… Yo soy Francisco Osorio «Pacoso» para los amigos y ella es mi esposa Beatriz —Me dijo extendiendo la mano. Lo dejé esperando un par de segundos y luego le correspondí el saludo.
—Gusto en conocerlos soy Momozono Urabu —Me presenté mientras le hacía señas a Antonio por la espalda para que me siguiera la corriente.
— ¡El gusto es nuestro! —Respondió la madre de Antonio con un repentino entusiasmo y luego añadió: — ¿Nos haría el honor de acompañarnos a cenar? —.
La propuesta vino tan de la nada y de forma tan repentina que me quedé anonadada, apenas unas cuantas horas y ya estaba conociendo a…
Sería precipitado llamarlos «suegros» mi relación con Antonio se reducía a un par conversaciones y…
Para cuando quise reaccionar, ya estaba sentada en la mesa de un restaurante a las afueras de la ciudad con un plato enorme de sopa hirviendo enfrente de mí. Olía raro, Apenas podía escuchar lo que me decían por en medio del bullicio de la gente y la música folclórica que interpretaba una banda en vivo a todo volumen…
Era consciente de que tenía que salir de ahí cuanto antes y ponerme en contacto con el comando de la guardia internacional pontificia, esto no había terminado, quién quiera que hubiese recogido las cartas del bestiario de Riviera podía representar una amenaza igual o hasta mayor.
Pero estaba física y emocionalmente deshecha, me acordaba del espíritu Tanuki y tantos otros que no volveré a ver y las lágrimas se me querían escapar.
Miré a Antonio en busca de algo que me diera seguridad, pero él estaba con la cara toda roja, hecho un manojo de nervios picoteando un plato repleto de vísceras asadas, mientras yo respondía con monosílabos a lo que alcanzaba a captar de lo que me decían a gritos los padres de Antonio.
En medio del ruido, el resplandor azulado de pantallas de televisión colgando del techo, rompían con la poca elegancia que pudiera tener aquel restaurante. No tenían razón de ser, nadie las estaba viendo, solo pasaban una sucesión de videoclips musicales con la imaginería típica de las patéticas fantasías de un varón latino acerca de mujeres en poca ropa, autos deportivos y casas en la playa con piscina.
Excepto una, la más pequeña.
Una pantalla, que solo estaba viendo yo, una pantalla mostrando la transmisión en vivo de un noticiario local. La presentadora fingía gestos de impresión, no se podía escuchar lo que decía, pero había titulares en letras grandes que se podían leer sin esfuerzo:
«Tragedia en Monserrate: decenas de cuerpos hallados ocultos en la catedral. ¡Consternación mundial! ¿Declaración de guerra a la iglesia católica? ¡Ultima Hora! Revelado retrato del sospechoso de la masacre ¿La gran maestra de las artes blasfemas?»
Aquella pantalla se llenó con la fotografía de mi pasaporte.
—A veces… ¿No sientes ganas de matarlos a todos? —.
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