EL ASESINO DE DIOSES (Volumen 1) - 28
Durante los tiempos de guerra, la calma es un privilegio de alcance casi inexistente, se ve como un fénix de esperanza al final de un conflicto que ha durado una eternidad. En el peor de los casos, esa tranquilidad se convierte en el atisbo de la cercana tormenta digna de destructores de mundos.
Griffia es una ciudad portuaria amurallada de carácter industrial, en la costa del mar blanco, justo en la zona oeste del Tridente, rodeada tanto de montañas como de pequeñas villas dedicadas a la minería, entre las ciudades. Al este del Valle crepúsculo.
Las edificaciones son un amplio laberinto, el cual se alza en las calles, libres del ruido de la sociedad, es el único sonido eran los guardias dado el toque de queda impuesto por la guardia local, dirigida bajo la mano del nuevo conde. Los únicos rondando la ciudad, son los guardias y trabajadores del puerto, en donde preparan las naves marinas como voladoras para un próximo desembarco a primera hora de la mañana.
En los últimos tres meses, las flotas aéreas acabaron por recuperar una ciudad llamada Nido de águilas, por lo tanto, la actividad rebelde ha disminuido considerablemente. Pareciese que la rebelión se acercara a su fin, desde los acontecimientos sucedidos en la llamada batalla por el Tridente. La muerte del elemental encendió como el alba la moral Templaría, en contraposición a las constantes derrotas por el lado de los inhumanos.
Tales sucesos, han mostrado para la alianza que sus creencias son verdaderas, mientras se mofaban de la caída de ese dios, al cual el fuego oscuro parecía tener todas sus esperanzas.
La victoria frente al colosal y las que la precedieron, se han adjudicado principalmente a la flota Rhodantiana. La conclusión de la rebelión se siente palpable, por fin se cerraría otro capítulo en la gran historia Templaría, en la que vencieron a los herejes y a sus dioses paganos. Eso era lo que la propaganda política teocrática gritada a todo volumen por los voceros en el mercadillo, en donde cada mañana el joven Drake escuchaba con un rostro amargado a esos predicadores en medio de las masas.
El apenas percibir esos discursos, hacían que el guardián se regresase directo a las barracas, en donde se ha estado quedando junto a sus hermanos de armas.
Llevan varias semanas desde su estadía, y Drake ya se encuentra ansioso por largarse otra vez fuera de esa ciudad de fanáticos. Por órdenes de la inquisición, los guardianes fueron puestos en misiones de exterminio de monstruos en los poblados aledaños, lejos de las guerrillas.
Al parecer por cada conflicto sucedido, la energía de violencia liberó la marcha de los hijos bastardos de la noche: necrófagos, bestias demoniacas, abismales, entre muchos otros monstruos que aprovechaban el caos para invadir las villas y saciarse de la carne de inocentes.
Cualquier grupo de mercenarios se sentiría humillado por tal puesto, sin embargo, los Einharts albergan cierta paz interior por ser puestos en esa posición, en donde se destacan de la mejor manera. Matar dioses, participar en guerras xenófobas, conspiraciones de los cuatro credos, lidiar con Rhodantianos, no era a lo que pertenecían los seis guerreros; después de lo ocurrido en el colosal, tuvieron suficiente de la rebelión fuego oscuro.
En soledad, el guardián rojo se encuentra sentado al pie de la ventana del cuarto, de la recamara en la que se hospeda. Los ojos se deslumbran en un trance hipnótico enfrente de las tranquilas aguas del puerto, en las que flotan múltiples embarcaciones tenuemente iluminadas por el orbe de la luna.
Durante los últimos días, Réquiem se ha visto en distintos ejercicios bajo la tutela de Tonatiuh, con tal de mejorar su forma de luchar e imaginar mejores construcciones o eso se ha dicho así mismo. Ha estado buscando distraerse de las pesadillas que lo hacen revivir la batalla del Tridente, las cuales se relacionan con su pasado con Connor y Esmeralda, junto al pago del contrato.
Sus compañeros lo han visto quedarse callado por momentos, y preocupados por su bien estar mental. Drake insiste que ha estado agitado, pero que se encuentra bien. Ya le ha contado tanto a Alice como Lance sobre que ha alimentado a la armadura, con el fin de tenerlos tranquilos y que no profundice en el tema. Ellos comprendieron, pensando que lo único que necesita el guardián es distraerse.
Como es usual, Drake ha estado entrenando desde el mediodía hasta apenas hace una hora, en la que tomó una ducha para refrescarse. Todo para mantener la cabeza distraída, lejos de los fantasmas de su pasado que atosigan su mente, dadas las experiencias ocurridas en lo que lleva del contrato, a la par del vínculo oscuro que lo ata a Lazarus.
La vestimenta del joven es una camisa blanca carente de mangas, dejando expuestos los dos brazos de amplia musculatura, recubiertos por cicatrices. Porta unos pantalones de lana y anda en calcetas grises del mismo material. La habitación tenuemente alumbrada por un foco parpadeante, se conforma por un amueblado simple: unas dos literas acompañadas de un armario, y un escritorio con una silla frente al mismo.
Esta noche cada uno de los otros miembros del equipo de elite se encuentra inmerso en asuntos individuales. Alicia fue a una reunión en presencia del inquisidor Bast, en representación de Trisary, con Tonatiuh como su escolta.
Por eso han sido llamados a Griffia, se planea un viaje a la capital de Lazarus, en donde los líderes del ejercito Lazariano y Rhodantiano de la rebelión, presentarían audiencia frente al rey, en el que se pretende exponer los hechos actuales. El resto de los guardianes se quedará a proteger los pueblos de las incursiones de monstruos, por lo que María Cruz estará a cargo del equipo.
Como se tenía planeado, la lideresa de los guardianes espera obtener algunas respuestas de la inquisidora Flora Lunaris y conocer a ese mentado séptimo guardián.
En la habitación vecina, María se ha encerrado en sus aposentos, acompañada por una gran guarnición de libros salidos de una biblioteca cercana, representando perfectamente el apodo que le han puesto sus compañeros Lance y Drake, ellos la llaman «una ratona de biblioteca» pues eran testigos de la pasión por la lectura que anidaba en ella, aunque no es lo único que ama, la pequeña de cabellos purpura también adora tomar té al medio día y por las noches, su famosa “hora del té”.
Lance decidió salir a dar un paseo a los muelles cercanos, sin alejarse mucho de las barracas, con la excusa de montar guardia cuando la realidad es otra, y el ser parte del ejército de Lazarus, da ciertos privilegios. El umbra no dejó el edificio por alguna necesidad, fue para responder a la petición de una hora de privacidad por parte de Drake. Hoy es una noche muy especial.
«En diez minutos cumpliré veinticuatro años…», Drake se bebe hasta la última gota de la tasa, dejándola en una mesita, y entonces se dispone a acercarse a un cajón del armario, del cual saca un cubo metálico segmentado.
Después de mucho esfuerzo un sentimiento de calma se enciende en el pecho del joven, y agradece profundamente a Alice por guardar sus pertenencias más importantes en la dimensión de bolsillo. Por sentido común viajó ligero, lo que no resta el nivel de peligro de perder objetos de valor durante alguna confrontación.
La silla es colocada en el centro de la habitación, y el dispositivo es puesto en el suelo. Los dedos tiemblan al tener dicho artefacto entre sus manos. Las ansias consumen el alma de Drake, no puede esperar a realizar ese ritual que repetía cinco veces al año, a la vez que teme que dicha persona no asista a esa reunión previamente pactada.
El joven procede a oprimir un código en segmentos del cubo como si fueran botones, este se desarma en un sonido de pequeños engranajes, y en su centro se libera lo que parece ser la base circular de una lámpara con un pequeño teclado en el borde, y en el centro un cristal azulado.
Drake va a ver a alguien muy preciado para él, que no ha visto en mucho tiempo, lo que le hace llenar su cabeza de algo que no sean malos pensamientos, por lo menos unas cuantas horas.
Justo al frente del joven que presiona unos cuantos botones, antes de tomar asiento. Una energía azul traslucida sale expedida del cristal, como si se encendiese una extraña lámpara. La imagen es materializada del mismo holograma; se trata de una especie de reloj de manecillas, en las que marca el tiempo restante para la media noche.
Los latidos del corazón bambolean a un ritmo frenético, tal cual estuviese a punto de explotar. Por puro reflejo, Drake se pone la mano en el pecho, y respira hondo en un esfuerzo por recuperar la calma, cosa que poco sirve al seguir las manecillas de ese reloj holográfico hecho de energía parpadeante, tal cual una pantalla de televisor atacado por interferencia. Los segundos transcurren lentamente, al borde de ser comparable a una eternidad capaz de elevar las ansias de Réquiem.
Ese dispositivo es un comunicador especial, desarrollado por el Libre pensamiento, y, el archivo, después las otras naciones lo replicaron. Drake se sorprende como ha avanzado la tecnología y la magia en los últimos años. Se ha llegado a creer que la línea que separa ambos tópicos, se torna cada vez más difusa.
Pasados los minutos, y cuando el deseo de desistir esta por derrotar al guardián, el holograma emite un zumbido agudo que perfora los tímpanos del usuario, sacándolo de balance por un breve instante.
Cuando apenas se da cuenta, los ojos rojos son iluminados al presenciar como la imagen digital azul pálido proyecta una visión ambientada en el claro de una jungla tropical, alumbrada por las crepitantes flamas de una fogata. Sentado sobre la tierra se encuentra la persona con la cual, el guardián ha pretendido comunicarse.
Se trata de un hombre de bastante masa muscular y considerable estatura de poco más de dos metros. Es de piel morena, curtida en bastos entrenamientos y batallas, reflejados en cicatrices repartidas en el corpulento torso desnudo de porte barbárico, en una indumentaria similar a la de un gladiador, ataviado por piezas de armadura ligera acompañadas por pieles de distintas bestias. Su cuello es adornado por un collar con colmillos y gemas color vino. Lleva botas con pelaje que recubren sus musculosas piernas.
En el rostro del individuo se debate entre las facetas de un bárbaro de las tierras salvajes, y un hombre cercano a sus cuarentas sumamente apuesto de alta cuna. Es de rasgos masculinos bien definidos, en la que resalta una negra barba sin bigote que rodea la barbilla, tiene cabello oscuro bien peinado, en el que caen tres mechones de pelo sobre la frente. Es de nariz ancha y boca grande que rodea su prominente barbilla. En su faz refleja confianza al esbozar una sonrisa apacible, de deslumbrante calidez, pero sus ojos azules son tan afilados como los de un águila.
Al lado del hombre, descansa un casco de águila dorado, y ornamentado cuya cresta alberga una melena azul. Apoyado en el hombro del bárbaro, reside una gigantesca arma similar a un espadón, pero en vez de tener el cortante contorno plateado de la misma, posee muelas afiladas de oscura obsidiana, como si fuese las mandíbulas negras de un tiburón cruzado con un dragón
Ningún hombre normal podría cargar semejante monstruosidad de piedra volcánica, de un tamaño casi comparable al de su usuario. Es sin duda un arma digna de ser usada para segar la vida de seres titánicos y portar el nombre de devoradora del cielo.
—Ha pasado demasiado tiempo desde la última vez que nos vimos, niño. —La voz del bárbaro despliega imponencia como madurez, como si sonase desde un abismo oscuro—. Perdona si me demore un poco, he estado en un baile demencial con unos seres de las profundidades. Nada complicado en el proceso, la limpieza fue un problema, tuve que bañarme en el rio para limpiarme las vísceras. Bueno… heme aquí.
—De todos modos, la puntualidad nunca fue tu fuerte, Rhaiz… —De buen agrado, el guardián carmesí recibe a su padrino. El escuchar cualquiera de sus historias, las cuales no tengan que ver con botánica, lo llena de gozo, y de un sentimiento nostálgico—. Y veo que andas vestido para la ocasión.
Las palabras de Drake destilan sarcasmo al fijarse en la indumentaria barbárica de su mentor, muy lejos de las vestimentas modernas que ve normalmente. Si lo vieran así en tierras Templarias, de seguro intentarían arrestarlo. La mejor forma en la que puede definir a su mentor, Rhaizak Tliank, es como alguien calmado y sabio, de sonrisa afable.
—¿Qué la puntualidad no es mi fuerte? Niño, faltan diez minutos para la media noche, llegué a tiempo. —explica—, además ando en las islas del sur y he estado de cacería de bestias salvajes, es mi modo de trabajar cuando estoy en estos lares de pura jungla. Aquí dedo estar ataviado como me venga en gana, no he olvidado mis raíces.
—No en horario templario, según el monitor son las doce con diez minutos… —responde Drake—. Pactamos ese horario, ¿Recuerdas?
—Debe ser la diferencia de horarios, estoy en los territorios de Tlastaford. —Rhaikza revela encontrarse en una de las islas del sol—. Aquí casi nunca deja de llover, tuve suerte de que los antiguos dioses me permitieron una noche despejada.
—Lo que daría por ir al sur, ha pasado una eternidad que no veo una pirámide —dice Drake, intrigado—. Las tribus no necesitaran mucho trabajo como guardián en esos lares, a menos que sean colonias. Eso no quita que es un lugar paradisiaco y me gustaría conocer a una nativa simpática.
Una expresión picara se enciende cual antorcha en Drake. En una intensidad parecida, el veterano responde de forma armoniosa, como si cantara una dulce canción de amor.
—Las mujeres de las tribus sureñas te deleitaran con su amor… mientras las Templarías te dejaran picazón.
Los dos hombres estallan en sonoras carcajadas. Realmente aprecian el compartir un rato ameno.
—Diablos… me habías asustado, por un segundo pensé que no ibas a venir al ver que tardabas. —Aun con las risas impregnadas en la voz, Drake comparte sin vergüenza y en plena confianza su sentir.
—Soy un hombre ocupado, niño. Reconozco que no soy la eminencia en llegar a tiempo… —responde Rhaizak de cierta manera apenada, a la hora de dar su excusa—. No he faltado a ninguna de nuestras reuniones, desde que nos encontramos en la isla de los huesos. Me prometí a mí mismo cumplir este pacto. Dime ¿Cómo te ha ido con el contrato de Lazarus?
Como niño destinado, Drake estuvo bajo la tutela del dios de la guerra durante un largo tiempo, en el que aprendió a controlar la armadura estigma. Cuando el joven carmesí estaba listo para valerse por sí mismo, Rhaizak se dispuso a volver a sus viajes.
Antes de separarse, ambos guardianes prometieron verse por lo menos cinco veces al año, ya sea en persona o por un comunicador holográfico: el cumpleaños de Rhaizak «en el cual se niega a decir su edad, porque el veterano acostumbra a disminuir o aumentarla como una especie de juego. La última vez dijo que tenía 45 años, y anteriormente dijo que tenía 80», en el cumpleaños de Drake, durante el aniversario del fallecimiento de Clayton y en la llegada del viajero.
Desde que cruzaron caminos, solamente los dos se han visto por el comunicador, pero nunca han faltado en ninguna reunión.
—Sí, tranquilo… estaba jodiendo, no tienes porque sobre explicarte tanto, comprendo que tengas mucho trabajo. —Claramente nervioso Drake alza las manos, la mención de esa isla y del contrato de Lazarus pone sus pelos de punta, por lo que realiza la siguiente solicitud mientras desvía levemente la mirada—: no hablemos sobre ese lugar ahora, por favor. Después de este contrato, he tenido suficiente mierda en mi cabeza para toda una vida.
—¿Estas bien? —pregunta con preocupación.
—Si… ummmh… solo… —respira hondo y evita mirar fijamente a su maestro pero decide ser parcialmente sincero—. No he dormido bien… bueno eso ha sido desde siempre, pero desde que llegué aquí he tenido más pesadillas.
—¿Quieres que hablemos de eso?
—Tardaríamos una eternidad si te contara, no quiero aburrirte.
—Bueno… —Rhaizak mira por el rabillo del ojo, confirmando la oscuridad del cielo nocturno—. Tenemos toda la noche para hablarlo. Es por lo de tu asunto con el príncipe de Lazarus ¿verdad? Pensaba que estabas encaminado a superarlo.
Ese último comentario fue un pinchazo en su pecho.
—Conoces mi pasado con Lazarus… Trisary lo sabe. —Drake se arma de valor y encara a su maestro, inconscientemente algo de enojo irradia sus palabras temblorosas, al borde de desatar un alarido—. A sabiendas de eso, de todas formas, me han forzado a mí y a mis amigos a unirnos a esta infame guerra, como una maldita broma de mal gusto, solo que no le he encontrado la jodida gracia.
—No hay conflicto que no sea infame. —Rhaizak se torna serio—, estoy enterado de todo lo que ha sucedió, inclusive el desastre de la batalla por el Tridente.
Comparable a ser bañado por un balde de agua fría, el joven guardián se paraliza y la piel se torna pálida. La garganta se seca, como su corazón acelerado se vuelve un nudo, tal cual hubiese visto un fantasma. Drake es consciente de que Rhaizak es de los nativos de las islas del sol, por lo tanto, su gente era de rendir culto a los dioses antiguos. De todas las personas que conoce, el veterano es el último con el que desea tener algún conflicto, después de todo es lo poco que le queda de algo parecido a una familia, lo último que tiene del recuerdo de su padre.
—Rh-Rhaizak… —Las palabras suenan trémulas, jaladas por una cuerda invisible al fondo de su garganta, para no salir al no encontrar una respuesta correcta—. Sobre lo del elemental…
—Tranquilo, no me dejo guiar por las creencias ciegas y no sigo a ningún Dios que se deje manipular por fuerzas oscuras. —Interrumpe en una afirmación casi reconfortante—. Hiciste lo correcto, hasta donde yo soy consciente, ese elemental sabía lo que estaba haciendo, e iba a ser algo tan terrible que no les dejó otra alternativa.
Aun cuando dijera eso, Drake no puede creerse del todo esa afirmación. Crea una segunda punzada en su pecho, no calma por completo su furia, pero aun cuando quiere creer que hace lo correcto o es por dinero, lo visto al final de la batalla y por lo que se está luchando, pone en duda su convicción.
—Creo firmemente que lo fue, pero… he tenido muchas dudas. —Drake continua inseguro de sí mismo—, no puedo evitar sentirme culpable. Esta no es mi guerra… estoy ayudando a esclavizar gente, Rhaiz… no debería estar aquí. Ninguno de los guardianes tendríamos que inmiscuirnos en esto. Muchos del fuego oscuro pertenecen a tu gente, a la de María, Tonatiuh, Lance y Sheila. Muchos de esos soldados tenían familia.
—Nadie debería, hijo. En otro momento, en mis años de juventud quizás hubiese peleado a favor de esos rebeldes. —Afirma Rhaiz, en mirada de acero en la que se han armado años de experiencia. En esos ojos azules claros como el océano, yace una profunda experiencia de haber sido testigo de absolutamente todo en el mundo.
—¿Qué quieres decir? —pregunta.
—Veo otro panorama ahora, uno más amplio —explica—, hay cosas de mayor importancia allá afuera, cosas malignas asechan en las sombras que tiran de los hilos y a veces debemos escoger un mal menor para salvar a la mayoría de los civiles. Lamentablemente no podemos salvar a todos. Todo tiene un por qué, y debemos cumplir nuestro deber a medida de lo posible.
—No comprendo porque fue nuestro deber formar parte de los Einharts ¿por qué armaron este equipo? Eres un guardián de los altos mandos, ¡debes saberlo! —La solicitud del joven, raya en ser una demanda al punto en el que alza la voz sin darse cuenta.
—En primera… si quieres conseguir algo conmigo, cuida la forma en la que me hablas… —Rhaizak se torna levemente molesto. No tolera los actos irrespetuosos, aun si es su ahijado.
—¡Oh, mierda! L-lo siento… —se percata de su error dándose una palmada en la cara.
—Tomate unos segundos para calmarte… respira y exhala. Vas a decir cosas que no sientes si te dejas llevar por la furia, créeme que así no funcionan las cosas si quieres tener éxito en este negocio. —De alguna forma Rhaizak puede lucir como estricto militar a la vez que un buen amigo preocupado—. Si sigues por ese camino la vas a cagar y me vas a obligar a ir a buscarte para darte una lección sobre el respeto.
Drake acata la orden de los ejercicios de respiración, y recupera poco a poco la compostura, con las manos sobre la cabeza. Tantas imágenes vistas en la guerra, en el lugar de su mayor fracaso, todo lo ha dejado muy tocado. Para no caer en la furia de su padrino, trata de pensar dos veces en lo que va a decir.
—¿Mejor? —vuelve a preguntar.
—No lo sé… creo… que si… —se rasca la cabeza tomándose unos segundos más, pasa de estar nervioso a cansado—. Estoy algo alterado todavía. Es solo que, apenas puedo pensar con claridad.
—Así funciona la guerra. Aun si sales con vida, deja sus secuelas… —conforta el bárbaro—, respondiendo tu pregunta, no fui yo el que armó el equipo. Desconozco quien lo hizo, he estado fuera del radar un tiempo por asuntos de trabajo.
» En lo que a mí respecta, esos fuegos oscuros no son nuestra gente, lo que han hecho para obtener poder y al bastardo que consideran su mártir es insano. Difasteimus era muchas cosas… menos un libertador.
—No has perdido el tiempo, siempre me he preguntado cómo haces tu trabajo y puedes estar al día con tantas cosas —expresa Drake admirado por los vastos conocimientos que retiene su maestro.
—He vivido este ciclo innumerables veces, un dictador ególatra con algo de carisma les lava el cerebro a las masas y causa un desastre que los otros credos usarían para tomar ventaja. —Rhaizak continuar—. Peor si mi ahijado está en medio de esa contienda. Juré frente a la tumba de tu padre que estaría al pendiente de ti, aun si no estuviese a tu lado. Te fallé una vez… no volverá a pasar.
Drake se torna cabizbajo y guarda silencio por unos segundos, había olvidado esa sensación de ser un niño asustado que necesita una figura paterna. Ha tratado de ser el implacable, el guerrero nato y levantarse en toda situación precaria. Pero hoy, se siente roto dentro de una armadura desgastada en la que pretende ser un arrogante invencible, con la esperanza para que a la larga pueda creérselo.
—Hay algo que quiero saber proveniente de tu propia voz, muchacho… —La solicitud de Rhaizak, hace alzar la cabeza al joven—: ¿Has estado pagando el pacto?
Drake ha quedado congelado, casi sin aliento, y las palabras se enredaban en la lengua, al balbucear incoherencias y apartar la mirada ante ese tema que causa en su espíritu un gran pesar. No se ha recuperado por completo de la cólera que lo atacó por la naturaleza de su misión, está llegando a pensar que Rhaizak lo hace apropósito para hacerlo soltar sus demonios internos.
—Yo…yo la he estado alimentado… y… —Todo lo que ha vivido en el colosal golpea su mente, con la fuerza de una locomotora contra la pared. Drake ya no puede mentir al respecto ese tema, no ha ese hombre, ya no puede seguir escapando de su pasado o de las cosas que lo asustan, como si eso pudiese alejarlas de manera—. Rhaiz… tengo algo que confesarte algo… antes de venir a Lazarus…. después del día en el que perdí el control… estuve en abstinencia. Hasta hace poco no pude más y la alimenté de un abismal.
Ocurre una nueva pausa, en la que Drake espera nervioso la respuesta de su maestro. Con acoplo de valor, el joven lo encara y puede ver un rostro de piedad en el veterano, quien simplemente suspira en resignación en una mirada de absoluta piedad.
—Lo pude ver en tu mirada antes de separarnos… —Rhaizak no se ve sorprendido, estira su mano del holograma, como si tocase el hombro Drake—. Cuando nos separamos, pensé que pasarías un tiempo sin alimentar a la entidad, hasta que te vieras obligado a hacerlo. Por eso te dejé con Alice, y Lance, para que pudieran apoyarte y tenerte un ojo encima. Supe que estarías bien, y serías capaz de arreglarlo.
Esa explicación enerva la sangre del guerrero carmesí, su mente se vuelve un nudo por todas las cosas que ha experimentado a lo largo de la guerra, todo lo que sufrió por no tener el valor de pagar el pacto. No puede contener esos sentimientos, por lo que explota en un ataque de furia irracional.
—¡Es que no lo estás entendiendo, Rhaiz! ¡Las cosas que he hecho!… la gente que he lastimado… y a los que… no pude salvar… —La frustración desborda en su alma, al paso en que esa furia se vuelve tristeza, reflejada en como su voz se quiebra poco a poco. Las lágrimas de rabia y tristeza se dejan caer al volver a ser ese niño asustado que ha guardado por mucho tiempo—. Me mata por dentro. ¿Cómo puedo vivir con eso? me han llamado maldito, un monstruo… quizás… quizás es eso en lo que me estoy volviendo, temo perder el control otra vez.
Los ojos del mentor se cierran, mientras masajea el tabique de su nariz y jala aire a sus pulmones. Al pensar de nuevo cuando perdió el control de sus poderes y la hecatombe que se desató; una visión de su máximo pecado, aquel accidente mencionado por alter ego y lo orilló a no alimentar a la entidad por mucho tiempo.
El par de guanteletes rojizos se convirtieron en garras monstruosas, y la armadura tomó un aspecto demoniaco. Solo ese hombre de yelmo de grifo pudo detenerlo.
—Parece que lo has olvidado… no accedí a enseñarte para volverte una maquina asesina. — Un gesto apacible se torna en la faz de Rhaizak, al mirar fijamente a Drake, las palabras vuelven a fluir—: era porque quería que vivieras como un buen hombre, te enseñé valores y sigues fiel a ellos. Ese dolor que sientes… es prueba de eso.
—¿Prueba de eso? —pregunta, confundido.
—Errar es humano, mejor dicho, todo ser pensante lo hace y esa pena te purifica. Un monstruo jamás lo reconocería —explica—, si aceptas ese hecho, podrás ser mejor. No puedes cambiar el pasado, pero puedes cambiar el futuro. Encontrar la redención.
—¿Qué pasará si pierdo el control otra vez? El precio que tengo que pagar para usar mi poder… puedo sentir como se alimenta la entidad —sigue con sus dudas—, cada vez es más difícil saber dónde termina la armadura y donde empiezo yo.
—Tú decides como usar tu poder… —complementa—, Has aprendido de tus errores, usa la experiencia para ayudar otros, esa es la labor de nosotros los guardianes. Te lo voy a preguntar y espero que seas sincero… ¿te arrepientes de haberte convertido en guardián? tu padre no quería que siguieras ese sendero, y al final continuaste a pesar de que te esperaba un camino de espinas.
Aquella pregunta, es parecida a la hecha por Rolando años atrás lo que cala una tercera punzada en el corazón del joven, pero esta vez derriba las otras dos espinas. El fantasma del niño del pasado toca el hombro del chico y lo devuelve a esos momentos en los que estaba lleno de rabia irracional, y tristeza.
Drake pudo caer en la desesperación absoluta y seguir la venganza de no ser por la presencia de sus dos camaradas, ellos lo salvaron de sí mismo y lo hicieron recordar lo que es realmente importante; vivir.
—Rhaizak… —Furibundo se tapa la boca, ahogando un grito y vuelve a hacer los ejercicios de respiración. De nuevo está lanzándose sin pensar detenidamente—. No sé si pueda…quiero intentarlo, pero…
—Tomate tu tiempo para calmarte y decirme tu respuesta —Lo interrumpe hablando de forma solemne.
Tal como lo dice el sabio, Drake guarda silencio por unos segundos; cierra los ojos sumergidos en sus pensamientos, todas sus experiencias, cada batalla, toda lagrima, todo choque de acero y sangre derramada. Desde que lo perdió todo en la caída de Arnold, cargando esa promesa de no venganza.
En el pasado Réquiem escogió ser un guardián, por no tener otra alternativa a aspirar en la cual pudiese sobrevivir. Hoy las cosas son diferentes. Ha aceptado que debe alimentar a la entidad, para proteger a sus compañeros y cumplir su deber. Aun si no puede dejar de sentir culpa, miedo a los fantasmas de su pasado, como tampoco puede perdonarse por lo que ha hecho y a la gente que no ha salvado o a las que ha lastimado. Aún tiene un largo camino por recorrer. El joven guerrero, tiene clara una fuerte convicción.
—Si hay algo que no me arrepiento en mi vida, es en ser un guardián… —Los ojos rojos se abren de par en par, de todos arrepentimientos y miedos que ha tenido en estos días, no hay duda alguna de estas palabras recargadas por toda la rabia que lo sobrecogía y lo expulsa todo en una convicción que arde como llama de alba—. Si existe un camino para mi redención estoy seguro que es este. Voy a intentar mejorar por todo lo que tenga en mi poder.
—Te falta mucho por aprender, niño… —sonríe de forma ladina en una leve risotada—, y estoy ansioso por verte crecer en los años venideros.
“Años venideros” esa oración hace un clic en la mente del guerrero carmesí, como si hubiese recibido un martillazo en su cerebro y en su última visión viese como las sombras se lo llevasen, las negras alas emplumadas de la parca.
—Oye, Rhaiz… quisiera preguntarte algo, ya que casi todo lo sabes y lo que no te lo inventas.
Solicita Drake, en resquemor si debería sacar a luz aquello que ha formado parte de sus sueños en los últimos meses. No sabe si es real o no, si todo es producto de su enferma mente.
Muchas veces el guerrero se ha visto al borde de la locura, o quizás ya esas visiones son la señal de que su cordura por fin se ha quebrado, cual vidrio, los traumas lo han destrozado. En ese océano insano, cala una sensación que lo empuja a creer que aquella mujer de pelo ceniciento y alas de cuervo puede ser real.
—A ver… escúpelo sin miedo… —Rhaizak acepta la petición de buen agrado—, soy todo oídos, si está dentro de mis posibilidades, con gusto trataré de ayudarte.
—No es exactamente una ayuda… —duda, pero sigue avanzando, piensa en la forma de no quedar como loco. Aunque después de todo lo que ha visto, ya ha dejado de verle sentido a las cosas—. ¿Conoces una magia que pueda ver el futuro y el pasado? Quiero decir… creo que no hay límite de lo que puede hacer la magia, es cuestión de encontrar la ecuación correcta.
—¿Hablas de hítanos? No sé dónde sacas eso, niño —responde tajantemente por lo insulsa que es la cuestión, a pesar de ser un hombre muy paciente—. La mayoría de videntes son estafadores, no te dejes engañar o perderás todas tus coronas.
—Sí, eso lo tengo muy presente —afirma y continua la insistencia—, no soy creyente de eso, lo que pasa es que últimamente me puse pensar si puede existir una ecuación mágica que tenga esa habilidad de clarividencia, inclusive… entrar en los sueños.
—Lo que dices es como una mezcla entre la magia telepática, viaje astral y un oráculo… —Rhaizak se toma unos segundos para pensar, masajeándose la barbilla—. Creo que he escuchado algo similar… es una magia realmente extraña.
—¿Una magia prohibida? —Intrigado cree estar cerca de algo por lo que se encuentra al filo de su asiento.
—Muerta, mejor dicho —contesta Rhaizak—, según era una magia para ver el karma a través de la mente de una persona, no estoy seguro y no es mi fuerte los poderes mentales. Hay muchas magias que se perdieron. Tendrías que hablarlo con un mago especializado en poderes basados en la telepatía. Tal vez tu amiguita María puede ayudarte en eso.
—Bien creo que con eso me basta. —Se encoge de hombros en señal de derrota—, lamento molestarte con ese tipo de cosas.
—No pasa nada… ahora dime algo bueno ¿Has conocido alguna chica bonita en Lazarus? —pregunta con picardía.
Las horas pasan a lo largo de la amena plática, ambos hombres comparten sus experiencias de vida en los últimos meses.
El tema de la batalla final del Libre pensamiento y el imperio se hace presente, en la que ninguno da detalles que el otro no supiese. Toda una armada de alta tecnología sigue avanzando por el desierto dorado, en búsqueda de reclamar la cabeza del emperador. En tiempos contemporáneos, el avance no ha sido frenado por mucho tiempo. Rhaizak no parece con ganas de hablar sobre ese conflicto, por lo que lo saltan rápidamente.
—¡Ahí estaba yo! En las entrañas en la boca de una caverna, rodeado por esas criaturas marinas, lejos de la orilla de tierra firme. El agua me llegaba a los tobillos. —Rhaizak cuenta una de sus historias—. Esos bastardos asaltaban a los pescadores y navíos mercantes. Mi trabajo era eliminarlos en su guarida. Pensaron que me tenían atrapado… pero cuando saqué a devoradora del cielo y la alcé, con solo ver su brillo oscuro de obsidiana se dieron cuenta de su error. Creyeron que ellos me tenían acorralado, cuando en realidad ¡Era yo el que los había capturado!
—¿Cuánto tiempo te llevó volverlos carne de espada a esos cabezas de pescado? —pregunta Drake de mejor humor. Si algo ama el joven guardián, es escuchar las historias del veterano, lo hacen sentir como un niño otra vez.
—La verdad no recuerdo el tiempo… —Rueda los ojos al hacer memoria. Realmente no da importancia cuanto duró el transcurso de la batalla—. Creo que fueron menos de seis minutos cuando no quedó ninguno, el agua dulce se había teñido de rojo, la mayoría de esos bastardos cobardes huyeron a las profundidades de las aguas en la caverna donde no podía alcanzarlos, estuve horas esperando y no salieron ese día. Me tomo varios viajes terminar la limpieza.
—Claro… como si un mastodonte vestido de plumas, y con una mata dragones gigantes a la puerta de tu casa inspira querer salir a darle una calidad bienvenida e invitarlo a cenar. —Bromea el joven guardián—. Apuesto que en ese tiempo te pusieron como el Chroneidos de alguna religión. ¡El pajarraco terror de los mares!
—No me gusta tu sarcasmo, mocoso… esperaba haberte criado mejor que eso —responde severamente el legendario veterano.
Unos golpes resuenan en la puerta de la habitación, Drake rompe su foco de atención para mirar por el rabillo del ojo a la entrada.
—¡Tock, tock!¡El cumpleañero tiene visitas! —Pronuncia en tono juguetón al otro lado de la puerta, se trata de Lance—. Te di el tiempo de privacidad necesario, espero que no tengas tus manos dentro de tus pantalones o algo parecido… necesito que guardes energías de sobra.
—Estoy en medio de algo… —exclama Drake tajantemente—, aparte tú tienes llaves, ¿para qué te haces el sonso?
—Tengo mis manos ocupadas~ —dice en voz cantarina—, he traído una sorpresita para ti, mi estimado rojizo.
—Déjate de hacerte del rogar y vele abrir… —ordena Rhaizak con fastidio—, de seguro la perdió o algo parecido.
Tras un suspiro agobiante, Drake se acerca a la entrada y retira el seguro del cerrojo, por consecuencia la puerta es abierta. El rostro de soñolencia del joven de ojos rojos se torna a uno de gran sorpresa, que lo deja sin palabra alguna.
El umbra va acompañado de dos doncellas, de piel morena con ojos amarillentos similares a felinos y uñas largas de color negro. Una en cada lado bajo los brazos del guardián oscuro. Sus cuerpos son voluptuosos en ropas reveladoras, exponiéndolas como usuarias del oficio más viejo de la historia.
—Antes de que balbuces estupideces, pondré algo de luz en tu cabezota… —habla Lance—, una lengua afilada, trabajar para los Templarios y haber hecho un estudio de campo de un buen burdel, me permitió traerte este regalo, mi querido amigo. Tonatiuh es un capado por lo que no quiso unírsenos.
Las ropas del segundo guardián, se conforman por una gabardina negra de porte militar junto a unos guantes. Porta una máscara a juego que expone únicamente los ojos blancos.
—Ni fuera del trabajo dejas de usar ese hechizo que blanquea tus ojos —dice Drake.
—El efecto me da un aura misteriosa… creo que es bastante genial. —En contraposición de esa apariencia amenazante, Lance sigue jovial y bromista como siempre—. No te pongas celoso por no ser el único con ojos atemorizantes, hasta los puedo hacer brillar mira ¡Mira!
Sus ojos se iluminan en blanco de repente y se apagan como si jugara con las luces de un foco.
—Creo que te ves muy varonil… —dice una de las mujeres que se re pega al cuerpo Lance, en tono coqueto.
—Con que este es el cumpleañero ¿eh? Vas a tener una buena noche, cariño.
Una de las jóvenes toca el pecho de Drake, deslizando la mano de entre los pectorales y sobrepasando el abdomen hercúleo, hasta frenar peligrosamente cerca de la entrepierna que empieza acumular calor. Los ojos amarillos de la joven, irradian un encanto de súcubo que contagian en lujuria al guardián de ojos rojos.
—Me muero por comprobarlo… —Una ladina sonrisa se dibuja en Réquiem, dispuesto a aceptar ese regalo.
—¡Parece ser que la manzana no cayó muy lejos del árbol! —Desde el otro lado Rhaizak se destornilla de la risa—. Bien, niños… disfruten su fiesta, yo estoy fuera.
—¡Tranquilo, pajarraco! Vamos a cuidar muy bien de él. —Lance apoya el brazo sobre el hombro de Drake, en un gesto fraternal y hasta un poco invasivo, mientras cada uno abraza a las chicas por la cintura—. Traigo todo por cualquier “accidente” no queremos un pequeño Drake en este momento.
—Espero verte pronto, Rhaiz, y la próxima vez que sea en persona… —Finalmente el guardián de ojos rojos se despide, en un gesto de dos dedos pegados a su frente.
—Ojalá sea así, niño… que el sol y la luna los guíen —Dicho ese último mensaje, la transmisión se finaliza y el holograma se apaga.
…
Lo único que se escucha es cantar natural de la jungla; el sonido de diferentes animales, los matorrales movidos por el viento, el correr del agua en los ríos. Rhaizak toma una cubeta de agua que había traído consigo y apaga la fogata.
Al ser las llamas extinguidas en el siseo de estelas vaporosas, el veterano recoge sus cosas y se dispone a entrar en su tienda de campaña, en donde pretende pasar lo que queda de la fría noche de otoño. No piensa hacer guardia, ya tiene a un centinela vigilante en los cielos que avisará a todo pulmón por si alguien o algo se atreve a acercase, además el hombre es de sueño ligero.
Rhaizak se recuesta desnudo en la cama improvisada, hecha de mantas y justo al lado reposa la devoradora del cielo, como si de una protectora amante se tratase. No puede dormir sin su fiel arma cerca, la necesita a su lado en todo momento.
Con los brazos atrás de la cabeza, el hombre mira al cielo en un gesto calmo, en el que se vienen a su cabeza distintos pensamientos venidos por la conversación con su antiguo aprendiz, o por lo menos uno de ellos. Rhaizak sigue su propia misión, una que no puede ser ignorada.
«Mantener a los verdaderos monstruos lejos de los jóvenes… es el deber de nosotros los mayores… Drake… Virgilio… por favor cuídense», en los pensamientos de Rhaizak no entra solamente la preocupación por Drake.
La visión de un guerrero envestido en una armadura estigma color azul, llega a la mente del dios de la guerra.
Los guardianes no están excluidos de tener un único ahijado, pueden tener tantos como el destino los haga cruzarse. En un giro de acontecimientos entre lazados, los dos protegidos del veterano yacen en diferentes conflictos en diferentes partes del mundo. Uno sigue la senda de guardián, y el otro fue por uno totalmente distinto.
Rhaizak cierra los ojos y sus sueños se vuelven un lienzo en blanco, que poco a poco gana color en un escenario de un distante pasado.
El rugido de una bestia titánica resuena en un campo ardiente y humeante, capaz de callar el estallar de la metralla, como las explosiones ahogan los lamentos de los pobres soldados que fueron mandados a esa carnicería.
En medio del humo y el azufre de ese escenario infernal, en las ruinas de una ciudad se alza el dragón negro de mirada funesta y petra, en esos ojos amarillentos brillantes como faros incandescentes. Las alas negras al ser abiertas oscurecían el cielo, y sus fauces abiertas despedían un aliento abrazador de flamas oscuras, que predicen un futuro imperecedero.
Nada podía detener a ese titán, líder de una legión de dragones que gobernaban el cielo como una parvada de murciélagos que despiden alientos de amalgamas elementales: fuego, electricidad, veneno, viento cortante, entre otros.
Estructuras caían derrumbadas, en el avance de esos heraldos del caos y la muerte. Lo sucedido en la colmena de cristal fue una advertencia. Si los Templarios y Albionix se negaban a doblar la rodilla, serían erradicados.
No había ningún sentido de clemencia en el rey de los dragones, Difasteimus Vulcanus. Aquellos que se oponían a su avance, eran menos que simples insectos cercanos a la extinción. Hasta que su arrogancia, lo hizo subestimar las capacidades de sus enemigos.
El ultimo señor oscuro se vio interceptado por una alianza de lo que un futuro se convertiría en los cuatro credos, Trisary y El archivo. Apoyados por gigantescos golems mecanizados, no podían hacer otra cosa que ser consumidos por la ira creciente, al ser testigos de toda la matanza que los rodeaba.
“Debimos unirnos antes” fue el pensamiento de Rhaizak en esa época, cuando estuvo al frente de la armada de guardianes. Pasaron demasiado tiempo en peleas sin sentido matando seres que carecían de fuerza y a la par dejaron al dragón crecer en poder. Esa falencia causó la masacre de millones.
En el desatado Armagedón que fue la batalla final, el dios de la guerra no dudó en encarar al titán negro. Rhaizak pensó que era su momento, había sido creado para esta batalla, esta era la lucha donde por fin encontraría su tan ansiada muerte a manos de un oponente legendario, siempre y cuando pudiese derrotar a Difasteimus, llevándoselo consigo.
Los ojos del veterano se abrieron de par en par, regresándolo al presente al plano terrenal. Sudando a mares bajo un calor sofocante, se sentó en su cómoda mientras se limpiaba el sudor de la frente. No pudo ver el final de ese sueño, y para su propio alivio espera no tener que revivir esa vivencia nunca.
Tras devorar algunas provisiones de carne seca que había guardado, el guerrero recoge sus cosas y se coloca su indumentaria bárbara, en las que se conforma el yelmo en forma de ave de la que se derrama esa melena carmesí que cuelga en la espalda, como si fuese una alargada cabellera.
Una vez bien equipado, Rhaizak se dispuso a partir internándose en la espesa selva tropical, en las que se abría paso entre las húmedas enredaderas usando sus propias manos. Los cantares de la naturaleza gobiernan el ambiente, de vez en cuando alcanza a ver algunos animales como serpientes o pequeños insectos se mueven a toda velocidad entre los árboles, incluso llega a toparse con uno que otro mono en los árboles, pero ninguno se interpone en su camino.
Devoradora del cielo descansa en una funda, colgada en la ancha espalda de piel morena. De todo el equipo que el hechicero guarda en gemas, la herramienta de obsidiana es la única que permanece en su forma original y es cargada como cualquier otra arma.
En sus primeros años como guerrero, Rhaizak era incapaz de levantar la gigantesca arma inclusive en pleno uso de fuerza sobre humana. Pasaron muchas estaciones, en las que el bárbaro pudo blandir el arma en plena dificultad, transmitido en un suspiro y venas marcadas en los músculos a punto de ser desgarrados.
Los entrenamientos fueron duros, los huesos se quebraron y sangre salía expedida de su boca, hasta que el peso de esa arma se redujo en una pluma.
La segunda prueba fue llevar a la devoradora del cielo en la espalda. Al principio el cuerpo fue atacado por constantes dolores, los cuales poco a poco desaparecieron por rituales médicos y la dura voluntad del guerrero.
Rhaizak blandía el arma en espectaculares tajos, sin dolor alguno. Dicha herramienta se volvió una extensión de su propio cuerpo y alma. Pasadas todas esas pruebas, solo en ese entonces, el guardián supo que era “digno” de portar a la devoradora del cielo en sus manos.
El techo de árboles llega a su fin, y el camino verde se corta en la punta de una pendiente de cara al vacío y a una hermosa vista a una ambientación paradisiaca, en la que se veía la amplia arboleda nunca tocada por el hombre, bajo el cielo azul.
Rhaizak se para a unos metros cercanos al barranco, mientras que viento alza la melena del yelmo, cual alargada cabellera. Pone dos de dos en dedos en su boca e emite un silbido, como si llamara a una mascota, y de ese sonido le precede un cantantico similar al de un halcón, solo que este es mucho más profundo cargado de mayor fuerza, en la amalgama con un león.
Desde el cielo baja un gigantesco grifo de plumaje azulado y alas tan largas, que pueden medir poco más de cinco metros. Una vasta melena recubre la cabeza, parecida a la apariencia del rey de los felinos.
La majestuosa bestia se para justo frente al bárbaro, con el cuello alzado y con sus extremidades emplumadas cerrándose.
—Te agradezco que me cubrirías anoche, Vorpalis. —En plena confianza, el hombre acerca la mano diestra para acariciar el pico del grifo, el cual baja la cabeza y da un paso hacia adelante, para recibir mejor ese saludo—. Sé que debes estar cansado, pero te prometo que te dejaré dormir el resto del día, solo llévame a casa.
La criatura “ronronea” y asiente con la cabeza levemente, en señal de aceptación. Gustoso Rhaizak se agarra de la melena y de un salto monta a su familiar. Una vez aferrado a la cabalgadura, Volpalis se levanta en sus propias patas, en un último rugido al desplegar las alas, batirlas al garrar carrera hasta saltar la pendiente y elevarse por los aires.
Las manos del guerrero se aferran a la melena, durante los golpes constantes de ondas de viento. Los cortinajes de la indumentaria son movidos, como la piel se eriza como cada bello del cuerpo. El yelmo protege el rostro del bárbaro, y del visor se deslumbran dos luceros azules como flamas ardientes.
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