EL ASESINO DE DIOSES (Volumen 1) - 43
La sala del trono de Paradys Harden. Un largo pasillo color ocre brillante traspasado por una alfombra purpura desde una puerta doble, y recorría en línea recta el amplio salón adornado por estandartes con el símbolo del dragón negro. Vacías bancas echas de madera han sido colocadas en filas, organizadas y distribuidas de cara al final del camino que escalaba las escaleras, a una altura de dos metros estaba un trono dorado acojinado pegado a la pared, conectado por cables en las que se mostraba la estatua brillante de un ídolo grotesco; una masa abotargada semejante a una flor, cornada por tres ojos en la parte superior con iris color rubí. Y en el asiento descansaba la negra diadema de tres espadas de ocho rubies.
Droides flotantes trabajan en el cableado de dicha máquina, aplicando soladura y cambiaban las piezas viejas por nuevas. Un único habitante permanecía flotando con una pulsera que emitía hologramas, las cuales comandaba a los autómatas. La llamada reina de corazones, Beatriz Garudhory apodada Mahou.
La mente de la soberana se encontraba desbalanceada, y oprimió una mala indicación en dos de las máquinas, las cuales acabaron chocando una con la otra y rodando en el suelo. Maldijo en voz baja y pausó la tarea.
Con los pies devuelta al suelo, concentró la mirada en la diadema, de siete rubís brillantes y uno que ha perdido el lustre, convertido en una baratija de fantasía al lado de las refulgentes piedras preciosas de un intenso rojo.
«Alpiel… lamento que no hayamos podido recuperar tu cuerpo. Fuiste un gran guerrero hasta tu final, jamás te olvidaré», asimiló llena de pesar.
Lamentaba el no dar un funeral digno. La guerra la mantuvo retenida. El estudiar y contener a la amante con tal de obtener su poder la ha mermado física y mentalmente. Los avances en los dos aspectos se tornaron escasos. Pensaba que podría lograr más, que no se había esforzado lo suficiente y debía darlo todo por la causa en la que se han sacrificado tantas vidas: el final de la esclavitud y la protección de su hija.
El decaer un segundo, permitir una sola lagrima, la arrojaría a deshonrar a los que han muerto por la causa. Perder a uno de los acólitos fue un golpe al orgullo. Conocidos como sus mejores guerreros, aprendices, camaradas, amigos y amantes, a los que les ha transmitido conocimientos como ha recibido a cambio.
De Alpiel aprendió la tecnomancia, desde lo prohibido a lo conocido, y ha funcionado en el tratamiento del primer esposo: Thorken. A cambio, ella juró que crearían un lugar donde seres como él, no tengan que permanecer oculto en una forma humana, una promesa que el acolito no sobrevivió como para ver realizado. La bruja alzó el rostro en paz, calentada por los rayos del sol provenientes del ventanal de la parte superior del techo. El cristal mostraba el descenso de arpías de los cielos.
—Sabía que te encontraría aquí. —Zagreo llegó desde el final del recorrido, caminando en alto eco producido por las pisadas—. Cada que algo te asaltaba la mente, pueden pasar dos cosas: te encierras en el laboratorio, y dejas que el trabajo te devore… o vas a la cocina a preparar pasteles.
Siempre elegante y tranquilo. Vestía una camisa blanca arremangada, bajo un chalequillo azul grisáceo y una larga corbata bien arreglada color negro; unos pantanos oscuros y zapatos a juego. En las manos se mostraban tatuajes tribales en glifos y runas, abarcando más allá de lo que la piel expuesta de los brazos mostraba, además de la cola de caballo trenzada en honor a sus compañeros elfos.
—Me ayuda a pensar, recodarme en la posición a la que he llegado y el por qué luchamos. —Mahou acarició los barandales de las escaleras, soltando una tenue risa se dio media vuelta en esa gélida morisqueta—. ¿Fuiste a la cocina primero verdad?
—Me atrapaste, tienes un excelente gusto para los postres, superando a todos los cocineros que tengamos. —Admitió abiertamente en un semblante relajado—. Siempre estaba dispuesto a prestar mi ayuda en lo que necesites.
—En el laboratorio nos cuesta ponernos de acuerdo y acabamos peleados, en la cocina solo servías para pasarme cosas… mientras que Thorken se comía los residuos al pretender que no lo veíamos. —Se burló abiertamente y acortó la distancia—. El título de señor te mal acostumbró. A mí no me importa ensuciarme las manos de vez en cuando.
—Nos convertimos en lo que las circunstancias requieren. —Zagreo le agradaba escucharla, al menos saber que podía provocar en ella una leve chispa de alegría—. Tal como tú… te convertiste en una reina.
—Nunca me imaginé gobernando un ejército… mucho menos una nación en pleno nacimiento. —Observó de nuevo el trono con las manos atrás de la cadera—, no después de la ruina de mi casa y la deshonra a mi nombre. Intenté sentarme ahí a reflexionar, pero… es un poco agotador quedarme quieta. Prefiero estar trabajando… en cualquier otra cosa que no sea seguir con la retención de la amante. Se lo he dejado a Thorken de momento. Y esta guerra, que la madre tierra nos ampare por un próximo final beneficioso.
—Pronto tendremos que reunirnos con los acólitos, vienen otros aspirantes. —Le hizo el recordatorio que acabó por enterrar el entusiasmo de Mahou.
—Perfecto… —Bufó agobiada—, la pérdida del Tridente me costó un arma y a uno de mis acólitos y me veo en el peligro de perder otro. Esos caballeros no parecen comprender el significado del luto. Risha merece un castigo… uno en el que pueda vivir para lamentarlo.
—Soy consciente de que las pruebas son un chiste… es cosa de darles un gusto. —La consoló abrazándola por la cintura y ella apoyó la cabeza en el hombro del brujo—. Por ahora… necesitas relajarte un poco. ¿Cuándo fue la última vez que dormiste?
—Esa misma pregunta te la puedo decir a ti. —Guiñó un ojo presionándole un dedo sobre la punta de la nariz, y lo deslizó encima de los labios—. Somos unos adictos.
—Me gustaría decir que soy adicto a ti. —Tomó la mano de Mahou, entrelazando los dedos quedando embelesados el uno por el otro—. Creo que hay algo que puede ayudarnos a liberar tensión.
—Por favor, Zagreo. —En ojos cerrados Mahou negó con la cabeza en una risa tercia—. Te dije que diría cuando. Solo yo.
—En realidad… —La tomó de la cintura con la mano libre, y alzó aun agarrando la de la reina y adoptaron una pose de baile—. No he olvidado mis mejores pasos.
No mentía en la afirmación. Los pies de Zagreo danzaban con la gracia de una pluma movida por el viento, y Mahou no tardó en seguir el ritmo que ascendió el ánimo, erradicando todo pesar negativo en carcajadas de euforia que la despojaban del aliento.
La faltante música nacía del corazón de la soberana, traída en días de gloria al danzar sobre el piso del que se divisaban nombres con fechas de nacimiento y deceso; lapidas de enemigos pasados, convertidas en otro cuadro segmentado de la pista. Bailar por encima de las tumbas de los enemigos caídos, y por juzgar el camino recorrido se acumularían nuevos nombres a la insana colección.
Sin darse cuenta activaron la magia de vuelo, elevándose a cada paso que daban, el aire se volvió una segunda pista. Al girar se embadurnaron en las respectivas auras, un ciclón purpura y dorado se combinó en un atronador chiflido por cada destello liberado, esparcido en una tenue lluvia de luciérnagas bicolor abarcando todo el salón. En la última gota lumínica los pies de ambos regresaron al suelo. Quedaron sudados en alientos pesados y cálidos, abrazados en agarres frágiles, aferrados el uno al otro.
—Dímelo —susurró la enardecida pelirroja al oído del brujo.
—Te pertenezco. —Aceptó tranquilo—, en cuerpo y alma.
—Todos ustedes son de mi propiedad. —Escaló la mano al cuello de su amante y lamió la mejilla lascivamente, sin dudarlo pegó una mordida en la región supraclavicular enterrando los colmillos.
—Estás alzando los mitos de los vampiros. —Zagreo jadeó por el leve dolor, y de la herida brotó sangre—. Vas a estropear mi camisa.
—Tú sangre me excita. —Se relamió los labios.
—¿Más que la de Thorken?
—No tientes tu suerte… pero ya que me hiciste feliz un ratito. —Mahou levantó el brazo y por una fuerza invisible cerró con seguro las puertas del salón, quedando ellos dos.
—Esto me está gustando. —Zagreo acarició el rostro de su amante con picardía, y se le escapó el aliento al ser tomado de las nalgas por su amante apretándolas con firmeza—. ¿Dónde?
—En el trono… complace a tu reina. —Mahou mordió el pómulo de la oreja con las manos apoyadas en los hombros de Zagreo.
—Te sigo. —Respondió al dejarse llevar por ella y en el recorrido dejaban caer las ropas quedando como llegaron al mundo.
En el trono vuelto lecho la pelirroja tomó el lugar de reina en un gesto complaciente y las piernas abiertas, sujetando los cabellos negros de su amante pegando su rostro encima de la entrepierna húmeda, derramando un néctar bebido por Zagreo, embriagándolo. Por puro reflejo de la dama acarició uno de sus pechos caídos que llegaban casi a la altura del ombligo, apretando el pezón rígido.
No hizo amparo por retener los gemidos convertidos en alaridos vueltos eco en el salón, cruzó las piernas en el cuello de Zagreo, impulsándolo a seguir. En un parpadeo cambiaron de posición, primero estuvo ella empinada con las manos puestas en la silla, sacudida por las embestidas al ser penetrada duramente; continuando con estar ahora un rey en el trono, y ella sentada dando la espalda mientras movía la cadera al sentir como entraba y salía de su interior sacudida por corrientes eléctricas en las movía su cuerpo por puro instinto.
Zagreo hundió la cara encima de la espalda de Beatrice, besando el cuello al aferrarse en un abrazo al torso, aguatando como las largas uñas que rasgaban la carne de los brazos generando heridas ensangrentadas.
Perdida en los pensamientos Beatrice sintió devuelta sangre salpicada en las manos, y la entrepierna quemó. Cambiaron de posición estando ella encima de él sobre la alfombra. En agudos gemidos movía las caderas desenfrenadas tomando ella el control, al reducir a Zagreo a un primerizo de respiración entrecortada en fuerzas escapada entre los dedos, y únicamente pegó un gruñido seco ante las zarpas largas de la dama al rasgar los pectorales nuevamente, extasiada por infringir daños que pronto se curaban.
La sangre trajo una serie de visiones, se vio así misma cubierta en rojo sin aliento con los cuernos expuestos y a sus pies un montón de cadáveres de académicos del Archivos. Los únicos con vida eran hordas de abismales rodeándola, y esto rugían en brazos alzados, proclamando a la soberana rebautizándola por el último aliento que soltó el juez cuyos sesos yacían embarrados en la pared de la cámara: Mahou.
El trance acabó al sentir como su vientre se llenaba, habían terminado. Mahou salió del interior quedando ambos acostados abrazados, sobre la espera alfombra y tomaron un descanso. Al despertar volverían cada uno a sus obligaciones.
…
Las bulliciosas masas se juntaron en la plaza de la capital de Lazarus. Civiles y periodistas sacaban los cubos accionando la aplicación de cámara, grabando video y tomando fotografías de la ejecución publica entonando una sinfonía de improperios de las malas lenguas, en los que resaltaba una vociferación universal: ¡¡Quemen a la bruja!!
Grilletes de maleficarium ataban piernas, manos y cuello, yacía una mujer pelirroja amarrada en cadenas a un tronco sobre una pila de carbón y leña. Quien la hubiese visto en días de gloria, no dudaría en compararla con la imagen vivida de una diosa.
Rastros de golpes corroían la carne amoratada, hinchada y sanguinolenta. Todo poder fue drenado y en la osadía las ataduras reaccionarían; absorberían cualquier pizca que albergase, y ninguna lo suficiente como para causar sobrecarga.
Alzó el rostro mugriento con la mitad de la cara inflamada, del que se abrió un único ojo dorado deslumbrado ante la multitud que vino a ver la sentencia. Se podían contar por miles, prole de ciudades vecinas llegaron a ese lugar, por no perder la oportunidad de ser presencias en el espectáculo. Todos hambrientos de justicia, sedientos de la sangre perteneciente a los que rompen las leyes de la Teocracia y el Archivo, portadores de la marca de la bruja.
La inquisición ha invertido recursos e inteligencia en la creación de métodos de tortura y ejecución. Desde lo indoloro hasta lo demencial, considerándolo un arte. Se han usado maquinarias y elementos: dama de hierro, mordaza, el cuarto pálido, cillas electicas, picas, fusilamiento, dorado veneno de salamandra, la ratonera, mutilación a causa de bestias, crucifixiones, cámaras de gas y la clásica decapitación.
Ningún método quedó excluido en el régimen teocrático, resguardando para las brujas el fuego. Una terrorista debía caer a plena luz del día, frente a las masas, y ser grabada por los cubos conectados a la frecuencia en transmisiones de otras ciudades y hogares cercanas por medio de las antenas.
El rose de las flamas enloquecía los sentidos del dolor sobrepasando los límites, en un tiempo lento que parecía durar siglos. Se desconocía la existencia de un entrenamiento con una tolerancia a la agonía, que le permitiese aguantar semejante castigo sin implorar la clemencia de la muerte.
Mahou, Beatriz, reina de corazones, hermana, esposa, madre, hija del caos, ninguno de estos nombres se proclamaba. Meramente la llamaban bruja, un título despectivo para todo lanzador de hechizos.
Observó al juez, vestido en una gabardina gris adornada por los símbolos de pureza y santidad de la espada santa, de rostro tapado por un yelmo cónico con una máscara de oxígeno. Lo seguían los verdugos: hombres y mujeres corpulentos al punto de lo deforme, de rostros tapados por mascaras negras, vestidos en ropajes holgados, casi desnudos.
El juez caminaba con las manos atrás de la cintura, atrás venían los lacayos en fila. Algunos eran masas de músculos andantes, una parte se trataban de enanos deformes y otros delgados al borde de ser esqueletos vivientes, pero tan altos de estatura que dejaban al promedio como niños. Separados en tamaños preparaban la ejecución.
Cruzados montaban guardia en el palco. Francotiradores se ocultaban en ventanas de edificios cercanos, vigilantes de todo movimiento del público y de la bruja.
Mahou alzó la cabeza con el pelo enmarañado tapándole la cara. Retorcida por escalofríos eléctricos en extremidades entumecidas por las contusiones y los grilletes que la contenían. Apretó los dedos amortiguando el dolor. Los observó con desprecio, atreviéndose a escupir a la careta del inmutable verdugo mayor.
De un chasquido de dedos los deformes rosearon a la bruja con un líquido caliente, de un olor fuerte y amargo de contextura aceitosa. Lo reconoció, se trataba de combustible Fósil. Mahou se retorció desnuda, víctima de un ataque de nauseas ante el hedor de la sustancia que cubría el cuerpo enmugrecido. Tosió soltando saliva, retuvo arcadas y por poco vomitó, más su orgullo la tuvo firme.
No mostró miedo, no se amedrentó ante el verdugo cuando encendió la antorcha y se la pasó al juez. No dijo ninguna palabra al pedirle una última confesión, solamente al segundo en el que se arrojó la llama a la pira, un grito del publico penetró los oídos de la bruja, desenfocándola: ¡¡Destructora de mundos!!
No pudo siquiera reaccionar, la flama enfurecida se extendió cual plaga y el estallido ígneo la cubrió en su infernal manto. Mahou gritó a todo pulmón, destrozando la garganta, la piel se levantó ennegrecida de las carnes rojas.
Lamentos de puro dolor se encendieron en eco. Los ojos se derritieron, y escurrieron desde las cuencas bajo el regocije de las masas, al presencial en tal escena un milagro. La prueba de la existencia del omnipotente.
—No debió subestimarme, su majestad. El darme la oportunidad del primer golpe, me dio muchísima ventaja, ya venía preparado para esta prueba. Pido una disculpa, me atreví a succionar un poco de esta energía para potenciar mi poder. —El juez se retiró la máscara, mostrando a un pálido hombre de orejas puntiagudas y ojos completamente blancos, resplandecientes de un lechoso espectral—. ¿Qué me dice? ¿tengo lo necesario?
Una sonrisa de triunfo se estiró en las comisuras de los labios, enseñando los nacarinos colmillos largos cual jeringas en filas que recodaban a las de un tiburón en la inhumana mandíbula. Se trataba de un vampiro, uno de grandes capacidades en su propio pensamiento en el rol de psíquico.
Al acercarse al torrente infernal en búsqueda de una respuesta, una mano carbonizada surgió de las flamas, tomándolo por sorpresa al apresar el cuello y levantándolo del suelo, asfixiándolo. El fuego se esparció dando forma a la impotente presencia.
Ahí estaba de pie la mujer, completamente inasible al dolor e ignifuga; carne convertida en carbón, al rojo blanco de telarañas anaranjadas esparcidas en el cuerpo. Las flamas se acumularon en la cabeza, formando una vivida cabellera llameante, deslumbrante como los ojos blancos e iluminados de dicha entidad.
El vampiro forcejeó tratando de zafarse del agarre, al contacto con la mano carbonizada, la piel se quemaba ennegrecida y se levantaba. Lagrimas caían de los ojos, entre quejidos ahogados y un hilo de sangre corrió de las fosas nasales. La bruja lo acercó a su rostro, dando una contundente calificación de la prueba sometida.
—No…. —Un tercer ojo se abrió en la frente, similar a una serpiente y de un fulgor abrazador del que se derramaba hilos de sangre fulgurante—. No me has dado ni cosquillas.
Las fauces de la bruja se abrieron, liberando un grito funesto y la luz encegueció al vampiro, cuyo último pensamiento coherente fue el comprender una verdad: entre los psíquicos se alzaban niveles.
En el mundo físico, el vampiro se hundió en la mesa con las extremidades guangas, y una mirada perdida y la quijada colgando de la que se derramaba un hilo de saliva, junto a una marejada de sangre emanada de la nariz. Perdido de toda conciencia, sacudido por las convulsiones.
—¡Gustav! —pronunció Dimitri al contener al subordinado, del cual no se emitió uso de razón.
—¡Llévenlo a la enfermería inmediatamente! —Griselda puso una paleta de madera en la boca evitando que se mordiese la lengua, e inyectó un sedante.
Al estabilizar al vampiro, el par de guardias elfos en armaduras blancas tomaron el cuerpo por una camilla y lo sacaron de la habitación, resonando las botas en el pulcro suelo color cobre, segmentado en cuadros lizos; dentro del cuarto de amueblado lujoso, de una alta realeza.
—Otro fracaso… —Natch negó con la cabeza desde su puesto. Dimitri no pudo hacer otra cosa que poner una mano en el rostro, en señal de vergüenza, y Griselda enseñó los amenazantes colmillos al brahamur.
—¡Esto ha sido una pérdida de tiempo! es la doceava prueba esta semana, y ninguno sirve. —Mahou se paró de la silla al otro lado de la larga mesa, en el puesto del anfitrión. Masajeó las cienes soltando un leve suspiro y tomó la corona negra, colocándola en la cabeza—. Desde lo físico a lo psíquico, ninguno de los aspirantes a acólitos ha logrado siquiera causarnos un leve daño a Zagreo o a mí.
» Díganle a los brahamurs que se parará este proceso; decreto que Nyx mantiene el puesto de Alpiel y hasta que no haya un resultado del juicio, Risha conserva su título de acolito. Creen que ser un acolito es solamente un rango de influencia en mi circulo, también les transmito mis conocimientos y viceversa. De no tener la fuerza de voluntad… no me sirven para nada.
La mesa rectangular se cubría por un delantal violeta, adornada por una fila de cinco velas doradas apagadas y una cafetera en medio junto a una canasta con pan dulce. Cada integrante de la reunión tenía una tasa vacía o medio llena.
En el techo residía un efecto de iluminación del cielo azulado, en un día de verano producto de una ilusión. A la derecha de Mahou estaba sentado en acolchada silla el brujo llamado Zagreo, de brazos cruzados en una expresión severa.
Siempre elegante y tranquilo. Vestía una camisa blanca arremangada, bajo un chalequillo azul grisáceo y una larga corbata bien arreglada color negro; pantalones oscuros y zapatos a juego. En las manos se mostraban tatuajes tribuales en glifos y runas, abarcando más allá de lo que la piel expuesta de los brazos mostraba.
A la izquierda Nyx reposaba con el rostro apoyado en el codo, complacida del resultado del duelo psíquico. Usaba un elegante vestido azabache sin mangas en detalles blancos, abierto en la falda que dejaba al aire libre una pierna pálida y un escote prominente. No llevaba el casco, en lugar portaba un sombrero adornado con flores y unos vendajes negros apretados en la mitad de la cara, justo por encima de la nariz. Le acompañaba un droide flotante en forma de cabeza de muñeca, usándolo como medio de guía.
—Que nostalgia… tal vez no sea una acolita, lo que no me evitó tener el puesto militar como todos en el mismo medio, ¿verdad, Zagreo? —El espíritu de risueña malicia, causó incomodad en el líder de los acólitos, quien guardó silencio.
—Entiendo su frustración, su supremacía… —habló Griselda—, me tomaré el atrevimiento… la ausencia de Alpiel ha creado un vacío, y la posible caída de Risha… los otros brahamur quieren a uno de los suyos en la corte. Ya de por si les molesta que tengamos estas reuniones, fuera de las asambleas de guerra con ellos presentes.
Zagreo y Mahou se intercalaban las pruebas. Hubo combate físico, se emplearon acertijos y duelos psíquicos, basados en las habilidades especiales de los aspirantes. De las doce ocasiones, tres acabaron en estado de coma, dos fueron enviados a urgencias y uno murió.
Cinco de esos asaltos estuvieron a cargo de la reina de corazones. Debido al riesgo, los brahamur enviaban a sus guerreros destacados en poder y lealtad, con tal de tener voz entre los cercanos a la reina.
—Ustedes no se han quedado atrás, colocando a uno de sus peones como postulantes… —Natch no perdió la oportunidad en provocar a los gemelos—. A los Lican no nos agradaría tener a demasiados Strockers en el círculo.
—Eres libre de enviar a uno de tus fieles, Natch. —Griselda no se esperó a que su hermano interviniera, colocándole una mano en el pecho—. A menos de que seas consciente de que ninguno de tus animales tiene las tripas para este trabajo.
—¿Qué dijiste, adefesio de Arcanote? —despotricó.
—Son bastante valientes como para querer pelear aquí… —Bastó esa sentencia de la bruja roja como para que los acólitos bajaran los egos, y dieran toda atención a la reina.
«De todas las sanguijuelas… a usted la salvo de la hoguera», pensó Natch sobre Mahou.
—Los brahamur quieren orden, seguridad, refugio, comida y libertad… —dijo la soberana—, se las daré, siempre que mantengan su lealtad. Les doy mucho con el juicio.
» Estoy harta de contenerme. Los Templarios no han contestado mis demandas, entonces una vez que el juicio haya terminado y estén listos nuestros operativos, arrasaré una ciudad cada día que se nieguen a responder. Dejaremos los suficientes supervivientes para que corran la voz, que se sepa que el orgullo de sus monarcas les ha arrebatado todo.
—Y cuando acabe eso… ¿esa misma gente no se vengará de nosotros? —Al ver venir la ira creciente, Zagreo no tuvo reparos en enfrentar a la reina, a diferencia de sus aliados—. Queremos crear nuestra propia nación, no regir en un mundo de cenizas. Te dije que te apoyaría, siempre y cuando mantengamos el daño colateral al mínimo. Todavía falta tiempo antes tener lista nuestra carta de triunfo.
—Una guerra no se gana con flores y abrazos, Zagreo. Eres un general, pensé que lo sabrías. —Levantó el mentón, en un hablar de frio desdén—. Quedará lo suficiente con lo que podamos reconstruir.
—Mi trabajo es dirigir y proteger a nuestra gente, y a usted… —Zagreo siguió inmutable, bajo la expectativa de los demás acólitos—. Eso incluye protegerla de usted misma. Si seguimos el plan vamos a ganar mucho más de lo que teníamos pensado.
—Bien, que así sea… —Mahou retomó asiento.
—Tenemos parte del este de Lazarus conquistado, les cortamos el avance al Valle crepúsculo en su último asalto. Hemos prevalecido en el Páramo fantasma contra las fuerzas de la inquisidora, y pronto volveremos por el Tridente. —Secundó Dimitri—, El norte y el sur anda con una plaga de monstruos, por lo que apenas puede moverse. En el oeste tenemos nuestras células rebeldes avanzando. Además, esas manifestaciones e insurrecciones a lo largo del Territorio Templario, incluyendo Trisary.
» Santus se ha mantenido al margen, por lo que no ha enviado refuerzos y ha sembrado ciertas tensiones dentro de la alianza teocrática. Además de que tienen la mayoría de sus fuerzas posicionadas en las fronteras, expulsando a las células de los otros credos y controlando las colonias. No sé a qué le tienen más miedo, a nosotros o al posible ganador entre El libre pensamiento y el imperio Fainalfaru.
—Y ellos tienen una flota con un Presagio liderándolos… posicionada al norte a las orillas de aguas verdes. Justo abandonó la capital hace algunos meses. —Mahou contestó—, dos de los cinco inquisidores, supremos generales de las fuerzas armadas liderando y al que llaman el caballero de la tormenta de los Nephilim. Mientras perdimos a Frenyr por la estupidez de Risha. Si hemos prevalecido, ha sido por el uso de anti aéreos ocultos, nuestros druidas y psíquicos ilusorios manipulando el ambiente con su magia y las plagas de monstruos dificultando la toma de territorio en ambos bandos.
—Zagreo enfrentó al caballero de la tormenta ya dos veces… —dijo Natch—, una fingió ser derrotado y en la otra…
—En la segunda no llegamos a nada, combate inconcluso… —Zagreo no se vanaglorió—, es fuerte, usé esas confrontaciones como medio para conocer su poder. El caballero de la tormenta pudo ocultar sus mejores trucos, el título del portador de la antorcha al más grande guerrero de los Templarios y maestre de los Nephilim, no me cabe duda que no solo fue habilidad en combate mano a mano lo que le dio ese rango. Lo que puedo concluir, es que si me descuido en otra pelea… podría matarme.
—Se de la guerra… he estado en varias, y conozco la balanza entre la victoria y la derrota. —Mahou relató desde la experiencia—. Estuve en campaña de los Difasteimus por tomar todo Grishland lo que conllevó a la segunda titanomaquia. Viví el conflicto entre los Albionix y Dragnnis, la derrota de Vortex Albionix la improbable y sus salamandras blancas… hasta la caída del dragón negro por los aliados. Sé de guerra, de un momento a otro los que estaban ganando o perdiendo cambian sus puestos. Así que no podemos confiarnos para nada. Aprovechemos el juicio para mantener a las brahamur absortos, y un concejo de guerra próximo. —Mahou se preparó para dar el cierre—. Da igual el resultado de Risha, aprovecharemos el proceso para ganar tiempo. Me ocuparé de las comunicaciones con nuestros benefactores y los preparativos del evento. Les doy libertad hasta próximo aviso.
Los presentes se levantaron de las sillas, acomodándolas pegadas a la mesa. Mucamas entraron en una fila que se dividió en dos y recogieron los restos de la comida. La reina y los acólitos salieron uno a uno de la sala reuniones. Al estar por levantarse el hombro de Zagreo fue tomado por la mano de Natch, llevándolo a que se encaren. Ninguno midió palabra, en mero cruce de miradas se dijeron lo que cada uno necesitaba saber, y lo que procedía.
Comments for chapter "43"
QUE TE PARECIÓ?