El asesino silencioso - Capitulo 14:
La zona roja, un callejón larguísimo donde edificios de madera colorida, principalmente de rojo, rosa o algún tono que evocaba a la lujuria, atraía a los hombres, y a algunas mujeres, como polillas a la luz.
Cuerdas paralelas, perpendiculares y colgantes tenían en ellas frascos luminosos.
Estas habían sido hechas muy seguramente por alguien común, pero con conocimientos mágicos. Ponías dentro del frasco un catalizador y con magia lo envolvías y dentro de tu mente te concentrabas en el color deseado, y listo.
Un hombre fornido de piel oscura y cara nada amigable cuidaba la entrada a La copa del diablo. Todo fue igual que con el anterior, quien era hermano de este guardia.
Un olor frutal les lleno la nariz y de inmediato una chica en lencería se les acerco tierna y amigablemente.
-Sean bienvenidos a la copa del diablo, ¿A que ha venido? –
-Vengo a visitar a la jefa de la casa-
– ¿Tiene una cita reservada? –
-Me dijo que cada vez que viniera la visitara-
La chica no sabía qué hacer. -Permítame un momento-
El tiempo parecía no avanzar y de la nada, todo se oscureció.
– ¿Quién soy? – preguntó una voz traviesa mezclada con la fragancia del burdel
-Rosa blanca-
– ¿Estás seguro? –
-Si-
-Muy, muy, muy, pero muy seguro-
-Si-
Suspiró resignada ante la respuesta desapasionada de él, a la que ya estaba acostumbrada.
La luz volvió.
– ¡Hola! – saludó alegremente como una niña – ¿Qué haces aquí? – preguntó dejando caer su pequeño trasero cubierto por lencería erótica en el cómodo y esponjoso sillón.
-Vine de visita- no parecía afectarle estar tan cerca de una jovencita de la vida galante.
-Y, ¿quién es ella? – una idea paso por su cabeza. –Es tu novia- lo dijo entrecerrando los ojos como un gato y sonriendo traviesamente.
-No- respondió casi como una máquina.
Amanda se froto las manos como si eso fuera un generador de valor, y después de frotar y frotar, por fin habló.
-Soy… una, compañera de Kin-
– ¿Kin? –
Rosa blanca estaba confundida ¿Quién era Kin? Luego de pensarlo un momento lo entendió.
– ¿Tienes nombre? –
-Si- respondió con su habitual seriedad. -Ahora me llamo Kin-
-Vaya, que suerte, yo aún tengo que llamarme Rosa blanca- no era que le molestara el nombre, sino el origen.
Habiendo reunido nuevamente valor, Amanda lanzo una buena pregunta.
-Perdonen, pero, ¿de dónde se conocen? –
Quien respondió fue Rosa blanca. -Ambos crecimos en un burdel-
– ¡Qué! –
No hay necesidad de decir quien grito esa exclamación.
La organización tenía muchas necesidades y por ende muchas misiones, con ello vino la necesidad de aprender una enorme cantidad de habilidades, como cocinar, cantar, actuar, engañar, mentir, manipular, disfrazarse, fingir. No siempre se trataba de asesinar, a veces la organización necesitaba información que solo se encontraba en castillos, fortalezas, edificios, lugares y/o países lejanos, por lo que todo el conjunto anterior de habilidades era necesario.
Una de esas habilidades, considerada como la peor por los sujetos del programa experimental era la de, el entrenamiento sexual. Con una décima de edad, o más, debías hacer un viaje de seis meses para saber cómo desmayar del placer a hombres y mujeres, para sacarles información o solo como una distracción.
Qué necesidad, ¿No?
Lamentablemente, con el tiempo estos sujetos sufrían de disfunción eréctil, debido a los eventos traumáticos que llegaban a vivir, obligándolos a tener que consumir afrodisiacos para cumplir con la tarea.
En su viaje conoció a una chica de piel pálida, casi muerta, y su cabello blanco no ayudaba a su imagen. En harapos él tuvo que bañarla, cepillarla y entregarla a una de las mujeres.
Juntos compartieron un infierno de lujuria y fetiches. Hablamos de un tiempo donde él, aún era consciente del dolor, propio y ajeno. Unidos por el sufrimiento ellos se apoyaron uno en el otro para soportar las noches de espadas y cuevas.
-Lo siento Rosa blanca, aun no te he liberado- lo dijo como siempre.
Ella solo sonreirá. -No te preocupes, entiendo que tienes tus propios problemas-
-Cumpliré mi promesa, solo espera-
– ¿Quieres redimirte? –
Ella solo quería seguir hablando.
-Si-
-Dame un descanso, si un cliente viene ya sabes que hacer para que no me soliciten-
-Entendido-
Con cada palabra que esta pareja compartía el tiempo avanzaba más deprisa. Amanda solo daba pequeños comentarios, pero ellos, eran en ese momento, para ellos mismos, lo único que existía.
– ¿Sabías que aquí se habla mucho sobre ti? –
– ¿Que dicen? –
-Todos hablan sobre el chico que probo a mujeres de todas partes, desde morenas, blancas, azules, semi humanas, etc…- con un tono melancólico, y triste, concluyó diciendo -Dicen que eres el hombre más afortunado del mundo-
-Se equivocan- respondió rápidamente, como si fuera de vida o muerte.
-Lo sé… – fijo su vista en Amanda. -Oye, aun no me dices como se llama tu compañera
-Ella es Amanda Copper-
– ¡Mm! – se quejó con un puchero volteando en dirección contraria.
Aunque había escuchado lo anterior, su estado de ánimo la hizo ignorarlo.
Su puchero hizo a Rosa blanca reír a carcajadas.
– ¿De qué tanto te ríes? – reclamaba Amanda.
-Es lindo verte celosa, pero no tienes de que preocuparte-
Amanda tomó un tono rojizo. -De q-que hablas n-no estoy c-celosa-
Con esa ya eran dos personas que la descubrían.
Kin ignoro eso. De repente, una mujer en sus veinte, de cabello azul, teñido, con una preciosa lencería azulada y con falsas joyas en su cabello apareció enfadada.
-Rosa blanca ¡¿Qué crees que haces?! –
– N-no es lo q-que parece Z-zafiro-
– ¡No me vengas con excusas, ponte a trabajar! –
-Espera, estoy hablando con Kin-
-Si serás men…-
-Lamento si interrumpí su trabajo-
Kin se levantó y vio directamente desde la oscuridad a Zafiro.
-Una disculpa no compensa el dinero perdido-
-Si pago por un trabajo podría pasar esto por alto-
-Tendrás que pagar por el tiempo que han hablado-
Desde lo alto de las escaleras una mujer deliciosa para los ojos y tentadora para otro ojo apareció analizando con cuidado y serenidad, pero con firmeza, los acontecimientos actuales. Su pelo lizo se balanceaba de un lado a otro por cada escalón que bajaba a la vez que un movimiento casi imperceptible venia de su pecho. Su vestido rojo marcaba un camino que todo hombre estaba obligado a seguir para llegar a un rostro suave donde labios carnosos, una pequeña nariz y unos ojos aterradores, pero extrañamente provocadores penetraban tu alma, aflojaban tus piernas y hacían a tu corazón temblar.
-Zafiro, vuelve a tu trabajo- ordenó mostrando gran autoridad.
Zafiro acato la orden como mandato divino y se fue.
-Ven Kin, y tu Rosa blanca, vuelve al trabajo
La “oficina” no era muy distinta de cualquier habitación, solo estaba limpia y la cama era más grande.
Ella cerró la puerta, camino tranquilamente hasta quedar frente a Kin, entonces, lo abrazo con todas sus fuerzas estrujándolo contra su enorme pecho.
– Pero ¿qué haces aquí? – dijo con una enorme sonrisa alegre.
-Necesitaba materiales del mercado negro y antes me habías dicho que si estaba cerca te visitara-
-Es verdad, lo había olvidado, pensé que te volverías como ese hombre. Hablando de él ¿cómo está? –
-Muerto-
Se produjo un silencio incómodo.
– ¿Y tú? ¿Quién eres? – preguntó la glamorosa mujer en un intento de cambiar el tema.
-S-sí, soy Amanda Co…- a la vez que se presentaba tomaba el dobladillo de su falda como acostumbraba.
-Deja esas ridiculeces-
Amanda sintió como si un depredador felino de sangre fría le advirtiese de su comportamiento.
-S-soy Amanda- termino diciendo con miedo.
-Yo soy Selina- sus ojos volvieron a él – ¿Qué quieres comer? Justo salía a una cita-
Cada vez que la palabra Kin salía de su boca el aura de alegría se volvía más fuerte.
-Cualquier cosa esta bien, pero cuento con poco dinero-
-No te preocupes, yo pago por ti y tu amante-
– ¡Que! No, espere, n-no s-soy su amante-
– ¿Entonces, que eres? –
Ella se quedó paralizada, pensando… ¿Qué era?
Poco después de haber llegado un hombre con falsa confianza y una sonrisa pícara, pero insegura, caminó hasta la mesa. Llevaba él, según su propio criterio, sus mejores ropas. Una gabardina arrugada, con agujeros y consumida por el tiempo, un sombrero descolorido que en antaño fue de un negro brillante, una camisa blanca a la que le faltaban botones, y, para que esto no le afectara tirantes la aseguraban.
-Buenas tardes Lady Selina, veo que llego antes de lo planeado- saludó con una sonrisa analizando a los dos invitados inesperados.
-Me llego un invitado especial y no lo pude evitar- dijo elocuentemente para ocultar su gran alegría.
-Ya veo- él pensó que se trataba de la chica de cabellos otoñales – Discúlpeme querida señorita, pero, ¿podría decirme su nombre?
-S-soy Amanda- aun residía algo de miedo por lo anterior.
-Muy hermoso nombre- se enfocó en Kin, y no le gusto. – ¿Y este tipejo quién es? –
-Él, es, mi invitado especial- dijo Selina
El ambiente se helo y todo quedo en silencio, aquel hombre tan orgulloso ahora temblaba de pies a cabeza.
-L-lo siento mucho, f-fue mi error, discúlpame-
-No te preocupes por eso, ahora dime, ¿para qué me citaste? –
-Necesito t-tu ayuda-
Las rodillas no le paraban de temblar.
Las prostitutas y las drogas son muy buenas, traen dinero, diversión, satisfacción y felicidad.
¿Por qué alguien las prohibiría?
Nobles de buen corazón y plebeyos víctimas de los traficantes, en algún momento la tolerancia o ¿la ignorancia? Quizás los sobornos, dejarían de tener efecto. Y ahora él necesitaba un escondite para sus mercancías.
La cruda amargura del mercado negro por fin cayó en la tierna e inocente lengua de la joven radiante de cabellos otoñales.
Drogas, personas, ¿Cómo alguien era capaz de juntar ambas cosas y nombrarlas mercancías? Ese acto era suficiente para plantar odio y miedo en el corazón de cualquiera ajeno al mercado negro. Y, en esa mesa, solo una persona lo era.
– ¿Podemos irnos? – dijo en voz baja.
Lenta y de forma elegante se levantó, aparto la silla y desde la oscura capucha una voz monótona, como una máquina, salió -Ya nos vamos, gracias por la comida-
– ¿Ya te vas? Oye, tienes que volver a visitarme-
-Lo hare-
El sol en las lejanas montañas, los mercaderes de camino a casa y un tipo oscuro y una chica radiante veían a los muros de apariencia inquebrantable erguirse sobre ellos.
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