El asesino silencioso - Capitulo 20:
Nota No. 4.
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No es mi costumbre registrar mi vida, honestamente, me parece estúpido, pero una orden es una orden.
Inesperadamente Mario logró crear una imitación de la pistola gancho que antes usaba con éxito.
Luego de la extorsión en la que tuve que intervenir una de las chicas parece haber generado sentimientos amorosos hacia mí, pero su determinación la llevo a conocer lados oscuros para los que no estaba preparada, alejándola de mí.
Las visité. No escribiré a quien.
Hace cuatro días fui retado a un duelo por el príncipe Owen Edwards. Ya he hecho algunos preparativos, pero aún quedan cosas por hacer.
La armadura ya está completa, pero fue porque no teníamos más material. Logramos ajustarla y cubrir todo mi cuerpo, aunque fuera solo de cuero a excepción del pecho.
Ayer estuve vigilando a Owen. Tiene un control especial con el fuego, pero no demostró tenerlo con otro elemento. Domina tres hechizos de los cuales hay uno contra el cual no sé qué hacer.
Fin de la nota.
Todavía podría decir uno que era de mañana. El sol ya había anunciado el comienzo del día a los granjeros, mercaderes y guardias y, por supuesto, a los habitantes de Maryam.
En las calles un tipo encapuchado corría tranquilamente cargando una armadura de cuero que llevaba placas en el pecho, un garrote refinado de metal y una pistola en su costado izquierdo.
¿Se trataba de un aventurero?
Entre hacer o no hacer, él prefería hacer. Tal vez no encontraría una solución corriendo por las calles, pero si acostumbraría su cuerpo a la armadura, no perdería condición, estaría haciendo algo.
Como todo vendedor este debía levantarse temprano, nunca sabes cuando alguien va comprar un arma.
El hombre de la tienda de armas vio al encapuchado correr y fue que lo llamó.
– ¡El encapuchado, ven! – gritó al viento con una voz marcada y rasposa.
Bajando su ritmo llegó hasta el vendedor y desde la oscuridad de su capucha preguntó. – ¿Qué pasa? –
– ¿Tu eres el que peleara contra el príncipe Owen? – apuntó con su dedo regordete y calludo.
-Así es-
– ¿Y también eres quien me compró una maza y dos nudillos? –
-Así es-
El hombre suspiró mostrando una cara algo enojada.
-Porque no me lo dijiste, podríamos haber hecho un trato-
– ¿Qué clase de trato –
Tomó aire hasta llenar sus pulmones y lo soltó todo en un soplido.
-Te rebajaría el coste de algún producto a cambio de que promocionaras mi tienda-
– ¿Tiene algo que me proteja contra el fuego? –
Un brillo intenso surgió en los ojos del hombre y de un momento para otro la tienda ya estaba abierta.
Pero claro que tenía protección contra el fuego. Armaduras, gemas, pergaminos, anillos. Ahora que al ver el precio la cosa cambiaba.
– ¿Qué es lo más barato que tiene? –
-Déjame ver- se fue adonde había ido cuando trajo los nudillos, pero esta vez un escudo brillante de un blanco puro en forma de triángulo debutó.
-Otra cosa que uno de mis hijos me envió desde no sé dónde. No recuerdo cual fue el mineral que decía la nota-
El hombre de la tienda de armas pensaba en voz alta. Fuego, calor, conductividad. Tungsteno se escuchó, pero no fue el vendedor quien lo dijo.
– ¿Sabes qué es esto? – le sorprendió que un chico como el supiera algo más allá de su mansión.
-Lo sé. ¿Cuál es el precio? –
No pudo evitar sonreír. Otra venta exitosa y publicidad. Que alegría.
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Jamás llegó a usar un escudo, lo más cercano fueron restos de madera en situaciones desesperadas.
Una maza de acero, un escudo de tungsteno y una armadura de cuero con un poco de metal. De no ser por el entrenamiento de Abraham le sería mucho más complicado moverse con todo este peso.
En la organización la prioridad era la movilidad y el aguante. Un asesino no usa fuerza bruta, es rápido y preciso.
Sabía muy bien que los estudiantes no tenían permitido unirse al gremio de aventureros, pero no le importo. En las alcantarillas de Maryam un encapuchado con armadura de cuero aplastaba ratas con su maza y las repelía con su escudo triangular, también, usando la punta que daba en la misma dirección que su puño, las atravesaba, rompía su carne y aplastaba sus huesos, terminando con la misión y con un olor asqueroso.
Esta no era la primera vez que un aventurero llegaba oliendo a rayos, tampoco la primera que todos los que se encontraban ahí fijaban sus ojos en él, así era y sería el gremio de aventureros.
Fingiendo una sonrisa de bienvenida y esforzándose en no poner un rostro disgustado la secretaria atendió al aventurero.
-Has regresado- casi podías sentir calidez.
-Si-
– ¿Vienes a hacer tu informe y cobrar tu recompensa? –
-Si- tomó asiento haciendo que la silla crujiera por su peso.
Ella saco papel, pluma y un frasco de tinta.
-La misión fue exterminación de ratas, ¿Correcto? – no eres el único que tomó este tipo de misión. Era lo que trataba de decir.
-Así es-
– ¿Qué fue lo que paso? ¿Cuántas ratas encontraste? ¿Paso algo que te parecía anormal? – preguntas hechas con fluidez y claridad. Toda una profesional.
-Entré a las alcantarillas, encontré a las ratas y las maté. Fueron ocho… catorce, contando a las crías-
Era algo horrible de escuchar, pero esta era la realidad.
-Y encontré esto- sobre el escritorio dejo un anillo color tierra con un buey dibujado.
El asombro se apoderó de ella y sus ojos la delataban. Rápidamente volvió a su postura como si nada hubiera pasado.
– ¿Qué es esto? – preguntó esperando que la secretaria supiera algo.
-Es obvio que es un anillo, pero la pregunta sería si se trata de uno mágico o de una joya-
– ¿Cómo se si es uno mágico? –
-Pregúntale a otro aventurero, te sugiero que vayas con un mago o un chamán-
-Gracias- se levantó haciendo que la silla volviera a crujir y tomó el anillo.
Fue un joven mago quien le dijo sobre las propiedades del anillo. Quien portara el anillo podría cargar más peso.
¿Cómo un mago tan joven pudo saber algo como eso?
A él no le importo y el mago no quiso contar su historia.
Y eso fue lo que se puso a hacer. Aventurarse para aprender a usar el escudo y la maza, preguntó sobre formas de moverse y de cómo sostener ambas partes. Fue lo mejor que se le ocurrió.
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QUE TE PARECIÓ?