El asesino silencioso - Capitulo 21:
Un tráfico terrible de personas y carruajes lujosos. En las calabazas metálicas y adornadas hombres de grandes fortunas se impacientaban por llegar al coliseo. Las calles eran invadidas por quienes las recorrían día a día, pero esta vez todos tenían el mismo destino.
Tras vestidores un chico de cabello mediano color caqui con un sombrero marrón revisaba a un tipo encapuchado. La armadura, las placas, las fundas, todo.
– ¿Listo? – preguntó, pero no era para confirmar su equipo, sino para saber si él ya estaba satisfecho. Esta era la tercera vez.
-Si… creo… tal vez…- respiró hondo y prosiguió.
Cada que Mario mencionaba una parte de la equipacion Kin respondía con un firme “listo”.
Detrás de Mario un hombre que aparentaba los cuarenta traía en su cuerpo ropas elegantes dignas de un noble de alta categoría. El archiduque.
-Lamento interrumpir sus preparativos, pero debo pedir un momento a solas con el señorito Kin- la cortesía que mostraba ante alguien que le desagradaba decía mucho sobre su experiencia.
-Mario se quedará, si no le parece puede retirarse-
Un pequeño mm de molestia fue rápidamente reemplazado por un “de acuerdo” del archiduque.
-Iré directo al grano. ¿Cuánto dinero será necesario para que pierdas? –
Mario volteó rápidamente del archiduque a Kin y de vuelta.
-Cincuenta monedas, ahora-
Mario volvió a voltear.
-Hecho-
Un minuto o más fue lo que le tomó llenar la bolsa con monedas. El archiduque ya se retiraba, pero una voz le detuvo.
– ¡Espere! ¿Por qué hace esto? –
-Eres un joven muy ingenuo- sonrió burlonamente y se marchó sin contestar.
-Kin, no me digas que vas a perder- miró desesperado y con algo de decepción.
No le tenía alta estima, no esperaba mucho de él, pero aun sin saber que, esperaba algo.
-No-
– ¿Qué? –
-No voy a perder. Vencer a Owen, dejar en jaque al archiduque y hacer que Owen no se vuelva a meter con Mario, esos son los objetivos- dijo pensando en voz alta.
La elegancia y la cortesía que apenas eran perceptibles se esfumaron como si nunca hubieran existido y un movimiento enfermizamente preciso y robótico, con una voz casi mecánica y firme, tomaron lugar.
Un caballero llegó para llevar a Kin a su posición.
¿Cuántas veces había tomado un arma? ¿Cuántas veces peleó por su vida? ¿Esta vez era distinta de las otras?
Era como un depredador afilando sus garras, lamiendo sus colmillos mientras acechaba en la espesa hierba de la jungla y su respiración se ocultaba en la brisa.
Muy brevemente, casi un parpadeo, Mario sintió lastima por Owen.
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La gente gritaba emocionada, ansiaban ver sangre, golpes. Otros se guardaban su excitación para sí mismos. Los niños trataban de ver entre los adultos. Había quienes aprovechaban para obtener ganancias y otros que se jugaban el dinero de la semana.
Pasó por una puerta, al salir vio de fondo una mucho más grande, inmensa, imponente y pesada. Imaginó que él otro saldría por una puerta similar, solo que en otra ubicación.
La gran puerta, al otro lado, era abierta robándose las miradas del público. Una cuadriga transportaba a quien se creía un tesoro nacional, aunque si llevaba uno puesto.
Así como fea y tosca, también ligera y resistente, era la armadura que llevaba. De un gris oscuro teñido por la ceniza en el centro una piedra rojiza resplandecía y partiendo justo de ahí ramificaciones se extendían por todo el cuerpo. Por alguna razón no llevaba casco.
Saltó y al aterrizar la arena se levantó. Aprovechando que no llevaba el casco arrojó besos al público emocionando a las chicas y generando envidia a los chicos.
La cuadriga volvió con el casco y un extraño aparato flotante.
-Nos encontramos nuevamente en el coliseo, lugar de entretenidas batallas, grandes hazañas y divertidas humillaciones-
El aparato extraño era el responsable de hacer que su voz llegara a todos.
-Soy Owen Edwards, tercero en la sucesión al trono. Vengo a demostrar, una vez más, la superioridad de los nobles y en especial la de la realeza- sonreía triunfal y sus ojos miraban con desprecio a quien pronto no sabría qué hacer.
Mientras Owen hablaba el caballero le explicó a Kin que en estos duelos uno debía presentarse y decir la razón por la que peleaba. Y desde lo profundo de su corazón le deseo buena suerte.
-Y, muy a mi pesar, debo dar entrada a mi rival. Ya puedes venir- se sentía como un amo dirigiéndose a su perro.
Con pasos firmes se aproximó hasta quedar a pocos metros de Owen quien le pasó el extraño aparato flotante.
-Soy Kin, protegido del duque Raphael Collins. Estoy aquí por el capricho de Owen, por mi deber con mi aliado y para decirles que si quieren armas de buena calidad vayan a la tienda Los viajeros de la brújula-
Todos rieron a carcajadas. Para él no había motivo de risa, aunque pocas veces lo había. ¿Lo había?
Ya sin el aparato Owen se acercó para decir unas palabras antes de la pelea.
-Voy a arrojar esta moneda, cuando caiga iniciara tu humillación, ¿Entiendes? – preguntó como si hablara con un niño tonto.
-Si-
La moneda giró y brilló. Ninguno la perdió de vista y cuando su brillantez tocó la arena la violencia por fin pudo reinar.
Algo se estrelló contra la cara de Owen, quien ya llevaba el casco, pero no solo eso, sus ojos se irritaron y comenzaron a producir lagrimas incontrolablemente y de la nada el planeta chocó contra su cara. En realidad no. Kin había arrojado una bola con polvo lacrimógeno y después le asestó un golpe con la maza de acero.
De no ser por el casco su cerebro habría ensuciado la arena.
Y el duelo apenas había comenzado.
Fueron menos de cinco segundos los que duró inconsciente, pero el sentimiento de impotencia y humillación se pegaría a su corazón por mucho tiempo.
Al despertar trató de levantarse, pero más bien parecía imitar a un ciervo recién nacido.
Al verlo con la claridad que le quedaba su corazón ardió, la sangre le hirvió y sus ojos se inyectaron de sangre.
Una llamarada de fuego salió de sus manos esperando aniquilar a su enemigo, esperando no dejar rastro de él.
El escudo triangular soportaba muy bien la ráfaga de fuego, aunque el cuerpo no podía opinar igual. Lento y seguro se fue alejando hasta que el cansancio obligó al otro a detenerse.
Que molesto es que nos golpeen en la cabeza, ¿Verdad?
Una honda arrojaba piedras al casco donde el sonido resonaba y revotaba. Que cosa más molesta.
Trataba de evitar los proyectiles, pero de alguna manera, casi mágica, estos acertaban en su cabeza o en menor medida al resto de su cuerpo.
Kin acortaba la distancia arrojando piedras y Owen solo podía intentar esquivarlas.
Asustado de volver a recibir ese polvo cegador y otro golpe optó por huir, pero su orgullo de príncipe no se lo permitió.
¿Qué hacer? ¿Qué hacer? ¿Qué hacer?
¡Ahí viene otra vez!
A través del visor podías ver sus ojos abrirse del miedo y el asombro de casi recibir otro golpe.
Esta es mi oportunidad. Pensó al esquivar el ataque.
Por fin pudo desenvainar su brillante espada plateada, aunque era de acero. Un ataque por izquierda, derecha para Owen. Bloqueado por el escudo triangular.
Chasqueó la lengua y retrocedió al ver su ataque bloqueado.
No es tan tonto como parece.
Prueba mi magia, sucia rata callejera. Pensó antes de disparar una bola de fuego.
Un movimiento casi imperceptible, rápido y exacto. Con un extraño agarre de dedos lanzó el cuchillo y este, como por arte de magia se curvó chocando contra la mano de Owen. A mano izquierda la bola se estrelló, pero la onda expansiva hizo a Kin rodar y rodar, oportunidad que Owen aprovechó para otra bola de fuego, y la historia se repitió.
Hasta el tercer ataque de fuego Kin logró arrojar un cuchillo al casco desviando por completo el ataque y creando una abertura.
Salió disparado como alma que lleva el diablo y en un salto unió sus piernas en un ataque frontal.
Owen cayó al igual que su espada.
Justo cuando su espalda se erguía un golpe de la maza lo mandó al mundo de los sueños, pero sería un viaje corto.
No había ninguna regla que prohibiera a los familiares, pero eso era porque nunca nadie pensó que alguien los usaría.
Con una cuerda de su bolsa ató a Owen de los pies y sujetó está a la montura de su invocación y espero a que despertara.
Hacerse el muerto era lo mejor que pudo haber hecho.
¡Qué horrible! ¡Y se hace llamar aspirante! ¡Qué alguien lo detenga!
Solo los nobles gritaron eso.
El público en general miraba detenidamente grabando hasta el último detalle. El rastro del polvo, la cuerda tensándose, el galopeo del caballo, el cuerpo chocando contra el suelo, los intentos de alcanzar la cuerda.
Una, dos, tres vueltas dieron y en la cuarta aceleró en línea recta hasta casi chocar contra el muro. Kin saltó antes de que el caballo desapareciera. Owen que se seguía moviendo a la misma velocidad terminó chocando contra el muro.
Si esta fuera una armadura cualquiera sus huesos ya estarían rotos.
¿Cómo reaccionarían después de todo esto? ¿Te desmayarías, suplicarías, te rendirías? ¿O te enfurecerías?
– ¡Maldita rata callejera! ¡Asqueroso raro oscuro! ¡Odio tú existencia! ¡Muerte, la muerte es lo que te mereces! –
Oh no. No fue Kin quien pensó eso y tampoco fue Owen.
Las llamas que rodearon su cuerpo y armadura representaban a la perfección la ira de su corazón. Se aventuró de frente con la guardia alta y un juego de pies agiles.
El escudo no podía usarse para atacar, no en este caso. Los ataques de la maza eran poderosos, pero lentos. Era el turno de los nudillos.
El duelo noble de espadas y magia se transformó en una pelea callejera.
La llama violenta lanzaba fuertes golpes de fuego en un frenesí de ira desenfrenada usando como combustible la desesperación y el recuerdo fresco de la humillación. La sombra mostraba ser el antónimo perfecto al esquivar ágilmente y conectar golpes rápidos a diferencia de su contrincante.
Intercambiaban golpes como mujeres chismes, todos miraban ansiosos a la orilla de sus asientos, conteniendo la respiración, esperando el resultado final, y, sin previo aviso, Owen se desplomó como una marioneta sin hilos.
Las llamas cesaron y luego de un momento Kin supo el porqué de su desmayo. El fuego consumió el aire que rodeaba a Owen, por eso es que nunca debes encender antorchas en cuevas o mazmorras profundas, algo que aprendió en el gremio.
Le quitó el casco y vio como este milagrosamente seguía consciente, ya fuera una protección mágica o suerte.
-Escúchame y hazlo muy bien, que no te queden dudas sobre lo que te voy a decir- su voz era fría como las calles de invierno que siempre traían escalofriantes soplos gélidos.
La sensación de flotar en el tranquilo espacio fue arrebatada por una horrenda, escalofriante y cruel criatura podrida en la oscuridad o al menos así lo veía Owen.
Sin que nadie se diera cuenta, los dardos estaban debutando.
-Mario Ciniv, no puedes lastimarlo de ninguna manera, si me entero que fuiste responsable de causarle desdicha iré a por ti. Ni todos los guardias de Maryam podrán protegerte, no habrá castillo donde refugiarte, solo podrás acurrucarte y rezar porque te asesine, ¿Entiendes? –
¡No, no, ya no por favor! ¡Ayuda, que alguien me ayude! ¡El ave, el ave de las tinieblas está picando mi alma!
Un profundo miedo nacía y crecía en su corazón y tal vez fuese por la capucha que tenía una ligera caída, quizá por eso es que él lo asemejaba a un ave. Una malévola ave oscura contaminadora del aire con ojos abismales cubiertos de negrura asquerosa y una voz fría que penetraba hasta los huesos atravesando cualquier material para llegar al corazón y perforarlo con su graznido endemoniado.
El mensaje no llegó debidamente, la mente confundida, horrorizada y pérdida rescató algunos trozos del papel vocal que su demonio le trasmitió. No meterse, lastimar, ni todos los guardias, asesinarte.
El trabajo estaba hecho.
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Oh no, pensó un hombre muy viejo que vestía los colores del pingüino. El mayordomo de Owen.
Que espantoso era para él ver al niño que crio desde que salió del vientre de su madre ser aplastado como un insecto y más que su cuerpo, su orgullo.
Por esta vez agradeció que el padre, el rey, y la madre, la reina o cualquier otro familiar no estuviese presente. Solo esta vez.
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En lo alto, desde donde los nobles planeaban reír a carcajadas luego de la victoria de su alteza, reinaba un silencio incómodo.
En una sala privada, la mejor de todas en realidad, dos hombres de vestiduras elegantes de una calidad tan alta como las edificaciones con detalles preciosos por parte de los sastres, la aguja y el hilo estaban uno sentando al lado del otro.
Por la posición de los labios se creería que estaría gritando, pero ningún sonido provenía de sus interiores, su expresión se congeló al no saber cómo reaccionar ante algo que creía seguro nunca pasaría.
Como una burla indirecta el segundo hombre mostraba calma y satisfacción, como muestra de respeto se reservó la carcajada, aunque no pudo evitar una pequeña sonrisa.
– ¿Eso es por nuestra apuesta o hay algo más? – preguntó un hombre rubio sin intención de burlarse.
La viva llama que tenía antes de que comenzara el duelo se fue apagando lentamente y ahora esa antigua emoción se había convertido en lo que le daba una apariencia más vieja de la aparentada.
-S-sí, l-la a-apuesta-
-Debió escucharme, archiduque, pero no lo puedo culpar por apostarle a su favorito-
La impresión ya había pasado, ahora la furia irradiaba de su interior. Sus dientes rechinaban, por suerte tenia las uñas cortas, porque si no, de su mano sangre gotearía, los pies zapateaban en una danza molesta y sin poder soportarlo más se levantó de un salto casi cómicamente.
– ¿A dónde va? – preguntó calmado, no le sorprendía este comportamiento.
– ¡Iré a cobrar un dinero! –
Azotó la puerta y en menos de un minuto volvió con la misma apariencia que cuando vio al príncipe derrotado.
– ¿Desde cuándo lo sabes? – preguntó abatido y resignado, estaba contra las cuerdas.
-Hace tiempo que lo sospechaba, pero luego de que Kin me hablara sobre el duelo tuve una idea, me alegra mucho que tuviera éxito- estaba realmente satisfecho.
– ¿Cómo lo hiciste? –
-Solo diré que hay mundos mucho más allá de un escritorio- dijo sonriendo, como recordando algo nostálgico.
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