El asesino silencioso - Capitulo 22:
Esta victoria fue más que suficiente para celebrar con comida y cerveza. No era por el ganador, tampoco por el perdedor, para ellos, aunque no lo quisieran admitir, se debía a que por fin alguien le había dado una lección a uno de esos arrogantes y presumidos nobles.
En su celebración nadie se dio cuenta de una sombra que necesitaba ayuda. Quien por casualidad o decisión volteaba a verla, al darse cuenta de la placa en su cuello por alguna razón sentía que no debía ayudarle o puede que no quisieran dejar su celebración por un aventurero.
Se quitó la armadura como si fuera un parasito, tiró sus armas, el cinturón y con ello la bolsa. Con dificultad y sintiendo la rigidez de sus músculos volvió a tomar la bolsa de dónde sacó paños que humedeció en el lavabo del baño.
Despojado de su ropa cubrió su cuerpo con los paños. Esto aliviaría la inflamación y las quemaduras que había sufrido por la llamarada y las explosiones de las bolas de fuego.
En una habitación solitaria y oscura, débilmente iluminada por las luces de la capital, yacía un joven cubierto solo por una capucha, ropa interior y paños húmedos.
Otra vez la misma sensación, una que tenía pegada al alma, casi podría decirse que era nostálgica.
Estaba solo, cual ave nocturna que aprecia más que cualquier otra la luz de la luna desde la cima de un árbol marchito. Las aves sabias, las veloces y las astutas volaban libres, se refugiaban en los árboles huecos y él, permanecía en soledad… ¿Una ardilla?
-Aquí estas, te estuve buscando por todas partes-
– ¿Qué haces aquí? –
– ¿Cómo que, que hago aquí? Supuse que estarías cansado y herido, así que traje comida y vendas y alcohol puro y paños y un balde…-
-Mario- llamó firmemente.
-Lo siento- aclaró su voz, respiró hondo y continuó. -Y también traje alcohol para beber, si es que quieres- dijo esto último tratando de ocultar su vergüenza.
Hace mucho tiempo le adiestraron para no beber sustancias ilícitas y el alcohol era una de ellas.
-Para ser el protegido de un duque tienes pocos muebles-
Con muy buena razón lo decía. En la habitación podía caber el doble hasta el triple o cuádruple de lo que tenía. Dos sillas, una mesa con un cajón y un espejo, y una cama.
-Es todo lo que necesito- más firme o más cansada, era difícil adivinar la diferencia en su voz.
-Creo que por lo menos deberías tener un sillón para las visitas- dijo mientras sacaba de la canasta los sándwiches que había comprado en un puesto de la calle. -Toma, no supe cual preferirías así que elegí el más popular-
-Está bien, gracias-
-Jamón, queso, carne y lechuga. El mío es igual-
-Ya veo-
Las mordidas hacia los sándwiches, la combinación de los ingredientes perfectamente cocinados y hechos en uno solo creaban un ambiente tranquilo y cálido.
-Estoy seguro de que Owen no volverá a molestarte, pero de ser necesario se lo recordare. El calor de las llamas más el dardo alucinógeno debieron afectar su comprensión-
-Mm, gracias- no sabía muy bien como sentirse.
De un momento para otro Mario estalló en una pequeña risa infantil.
– ¿Qué pasa? –
-No, nada, es solo que me parece tan absurdo hablar así sobre uno de los probables futuros gobernantes del reino. Ja, ja, ja, ja. Es como si fuéramos simples estudiantes y ustedes se hubieran peleado en el patio de la academia. Ja, ja, ja, ja-
Gruñó, tal vez molesto o quizá por no saber que responder.
-No me malentiendas, sé que fue una dura batalla, pero tu tono y palabras son tan simples que me hacen olvidar que Owen es un príncipe. Me haces pensar que es un chico común y corriente-
-Ya veo- dijo llevándose los últimos trozos del sándwich.
Poco a poco Mario comprendía mejor la naturaleza de Kin, sus “ya veo” “entendido” “es así” y también los sonidos que hacia sin darse cuenta, algo que le parecía cómico, y tierno, en cierta medida.
– ¿Por qué me trajiste comida? –
Lo que él quería preguntar era la razón de su visita, pero de su boca salió otra cosa.
-Conociéndote sabía que vendrías directamente hacía aquí, aunque por si acaso busque en otras partes. ¿Por qué te traje comida? Bueno, creí que estaría bien tener un momento de celebración o algo parecido, de cierta manera siento que esta también es mi victoria, sé que suena ridículo…-
-Está bien, de no ser por ti nunca hubiera hecho la armadura, las placas, las fundas. Gracias a ti tuve tiempo para pensar y actuar. Si no fuera por ti no sé si hubiera ganado- sonaba tan serió, algo humilde, pero en verdad el solo decía lo que pensaba.
Eso sí que lo emocionó.
-Bueno, ya que esta fue nuestra victoria, ¿Te parece que brindemos? – dijo extendiendo una pequeña copa.
Hace un tiempo alguien le enseñó que no estaba mal beber, siempre que lo hiciera con moderación.
Él la tomó y fue Mario quien sirvió el vino. Kin se lo tragó en un instante y Mario lo bebió con tranquilidad, aunque a pesar de ser vino eso no evito sus caras graciosas.
En la noche iluminada por la luna, un pequeño cuervo solitario fue abandonado por la soledad, y en su lugar una curiosa ardilla le acompañó en aquel árbol marchito.
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Gritos originados por el miedo a lo conocido y vivido llenaban un cuarto lujoso y elegante. Un hombre muy viejo veía con gran preocupación como los intentos de los sacerdotes no surtían efecto. Sus plegarias, rezos, oraciones y suplicas e incluso sus milagros no apaciguaban el terror del príncipe.
Aceptando su inutilidad los sacerdotes se marcharon.
El hombre acercó una silla a la cama, sujetó con firmeza la mano del joven aterrorizado y comenzó a hablar con su voz rasposa algo quebradiza, pero fluida.
-Debe descansar joven príncipe, mañana tiene clases y debe descansar si quiere disfrutar de su juventud…- se interrumpió a sí mismo. -Aquel joven fue muy rudo con usted, pero espero que haya aprendido una valiosa lección. Ser un príncipe no es una condición que le obligue a ser un idiota. Sé que podrá recuperarse, lo ha hecho antes y lo hará ahora- aspiró fuertemente su nariz. -Lo he visto caer y levantarse, así que, por favor, recupere la compostura, levante su frente y dígnese a admitir su derrota-
Las palabras de corazón o quizá la fatiga del cuerpo, pero llegada la profunda noche, el príncipe dejó de gritar y cayó en el mundo de los sueños.
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Como si fuera la peste, una monstruosidad o la peor plaga del libro apocalíptico, todos se alejaban del Profanador de ángeles y su raro asistente La mente maligna. Kin y Mario, los antagonistas del duelo del bien contra el mal, la justicia contra la corrupción.
En el comedor todos guardaban la respiración, y cuando se fueron los estudiantes actuaron en una coreografía simultanea de suspiros aliviados.
– ¡¿Qué fue eso?! –
-No grites-
– ¡Como quieres que no grite, me tenían miedo! –
-Tus gritos les darán más razones para temerte-
-Está bien… tienes razón… solo debo calmarme, respirar y enfriar mi cabeza-
Parecía una mujer dando a luz.
– ¿Mejor? –
-Sí, sí mucho mejor-
-Bien, porque necesito que trabajes en una nueva herramienta-
-Ahora en que-
– ¿Sabes que es una ballesta? –
Anteriormente Kin utilizó una versión en miniatura de la ballesta. En misiones de asesinato por lo general era necesario ser lo más discreto posible a la vez que lo más veloz y eficaz, por lo que uno de los artículos más usados eran pequeños virotes que podían atravesar puntos vitales.
-Puedo hacer el mecanismo, pero la ballesta y el brazalete tienen que ser de metal y tendría que hacerlo yo mismo y para ello necesitaría saber herrería-
– ¿No sabes herrería? –
-Hace tiempo que he querido practicarla, pero aquí no hay maestros herreros y mucho menos fraguas y forjas o algún yunque para empezar-
-Si consigo un maestro herrero y un lugar de práctica, ¿Para cuándo tendrías el articulo? –
-Dependerá del tiempo que me tomé aprender, ¿Es algo urgente? –
-No, no realmente-
Se precipitó al creer que Mario dominaba todo tipo de trabajo, sobreestimo a Mario. No, simplemente no pensó suficiente.
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