El asesino silencioso - Capitulo 23:
Un laberinto de arbustos cuidadosamente podados con flores adornándolos de distintos colores creaban un bellísimo país de las maravillas.
En una de las bancas de este hermoso jardín un hombre en sus treinta, rubio y con ropas finas y elegantes discutía un asunto con un tipo encapuchado que podrías confundir con un espectro.
– ¿Herreros? ¿Por qué quieres saber sobre ellos? –
Dudó sobre decirle, pero seguramente ya lo sabía.
-Se trata del único aliado que he conseguido-
¡Espera! ¿De verdad consiguió que alguien se le uniera? Pensó Raphael.
Kin no sabía que Raphael no planeaba que él reclutara estudiantes, Raphael ya se estaba moviendo por su cuenta y por supuesto que ya tenía aliados en la sociedad noble, ¿Quién pensaría que unos niños le ayudarían? ¿O pensándolo más a fondo, quien usaría niños para sus propósitos?
Raphael solo quería que Kin empezara a crear las bases de una vida normal: hacer amigos, tal vez conseguir una prometida, aprender a divertirse. Solo le dijo eso para tener una excusa que lo mantuviera en la academia.
Creyó que después del caso del archiduque Kin no tendría por qué trabajar para él.
-Antes de hablarte sobre ellos, ¿Te has divertido, has aprendido algo? –
La capucha volteó y dentro de ella la duda relucía. ¿Divertirse? Había ido a cumplir una misión, no a divertirse. Ahora lo segundo si lo podía responder.
-He aprendido nuevos ejercicios y un entrenamiento muy beneficioso. Aumenté mi fuerza en mis brazos, torso y piernas- no podía responder lo primero, no sabía si se había divertido.
-Y qué hay de mi primera pregunta, ¿Te has divertido? – miró hacia la capucha y no es como si pudiera ver su rostro, pero se podía hacer una idea de cómo se sentía. Suspiró y tomó aire. -Juraría que ya te lo había explicado. Divertirse es relajarse, pasar un momento donde no pienses en tus preocupaciones, hablar sobre temas triviales, ¿Lo vas entendiendo? –
La capucha asintió. Estaba recordando.
-También se trata sobre convivir con otras personas, conocerse, hablar sobre cosas que tienen en común- se calló un momento, recordó algo. -Y no, antes de que llegues a esa conclusión. Cuando hablo sobre cosas en común no me refiero al cuerpo. Lo que trato de decir es que platiques sobre lo que te gusta y lo compartas, date a conocer, forma vínculos- se detuvo, ya era suficiente.
Segundos que se sintieron siglos en los que ambos se vieron directamente. Y de la profunda oscuridad su voz fría, monótona y firme salió extrañamente como un soplido fresco de verano.
-Mi aliado hizo esto para mí- de su costado izquierdo, de una funda hecha para eso, sacó una extraña pistola con un carrete y piedras preciosas. -Creí que nunca volvería a usar esto… me gusta- no estaba seguro si lo que le gustaba era el viento, la pistola o que en esos instantes solo pensaba en subir.
Una pequeña sonrisa nació en sus labios y al final creció en una enorme sonrisa de felicidad.
-Ese es un buen inicio. Ahora responderé tus preguntas- se sentía ligero, aliviado y orgulloso de por fin ver como su chico se expresaba. Durante todo el día y parte del siguiente estuvo muy feliz.
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Raphael le dio una lista con los nombres y las direcciones de varios herreros. No sabía si estos estaban dispuestos a tener aprendices, pero había que intentar.
Qué circunstancias más desfavorables. El último herrero vivía a las orillas de la capital, casi en la muralla y de todos él aceptó.
-Mañana le traeré a su aprendiz-
-Tiene que estar antes de que el sol salga y se irá cuando yo lo diga, si no acepta esto mejor ni lo traigas- con una voz fuerte y cruel, casi como un demonio, habló un hombre de baja estatura con una pequeña barba chamuscada y lleno de hollín.
-Entendido-
¿Sería Mario capaz de soportar esta práctica? ¿Siquiera aceptaría estas condiciones? Levantarse temprano no es su fuerte y recorrer largas distancias, supuso por la complexión de Mario, tampoco lo es.
Las calles ya no desbordaban hombres generosos ni celebres, sino hombres arrepentidos, resignados, pero con dicha en el rostro pese a sus malas decisiones.
Los niños jugaban igual que durante la celebración, igual que antes de ella y muy seguramente, seguirían jugando después de esta tarde.
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En la gran, hermosa y exquisita biblioteca de la academia, en un escritorio, un joven de cabello largo con un sombrero que le cubría gran parte de su cabeza tenía enfrente suyo una montaña de libros la cual ya casi había conquistado.
Él nadaba en los mares que nunca había visto y exploraba islas nunca pisadas por sus pies, ojalá se hubiera mantenido así, deseaba desde el fondo de su corazón.
-Ahí está, es él- susurraba una doncella a otra.
-Lo veo, esto es malo, tiene uno de los libros que necesitamos- susurraba con algo de temor.
Un combate de “ve tú” “no, ve tú” acabó con su paciencia y aprovechando su nueva reputación se levantó casi violentamente.
-Queridas señoritas, las he escuchado y si necesitan uno de los libros que tengo pueden pedírmelo sin reservas- algo tuvo que aprender de su padre.
-N-n-no l-lo q-quisiéramos molestar, l-lo tomaremos otro d-día-
-S-sí, n-no t-tie-ene por q-que molestarse-
La demostración de estas doncellas hizo que su mente tuviera una revelación. Ahora lo tenía claro, por eso él era así.
No era bueno actuando, ni tampoco siendo rudo o aterrador, pero con la mala fama que Kin le otorgó podría poner a prueba su idea. Su tono se volvió severo, una imitación de la frialdad y rígido.
-Acompáñenme- dijo, casi como una orden.
-N-no…-
-Acompáñenme- repitió con severidad autentica.
Envueltas en miedo aceptaron.
Llegaron al escritorio con la montaña de libros y fingiendo tranquilidad preguntó. – ¿Cuál es el libro que necesitan? –
El delgado y frágil dedo envuelto en una tela blanca traslucida apuntó a un libro de magia básica del elemento agua.
-Tómalo- esta vez sí lo ordeno.
-S-sí-
Lo tomó, y, nada, absolutamente nada.
– ¿Es todo lo que necesitan? –
Estaban sorprendidas, atónitas, pensaron tantos escenarios horribles, imaginaron palabras viles y nada de eso pasó.
– ¿N-no nos vas a hacer algo? – preguntó y dentro suyo se arrepintió de hacerlo.
-Ahora que lo mencionas si- notó su temblor y esperando detenerlo continuó. -Quiero pedirles que me escuchen por un momento-
Temblando como animales atormentados por un escalofriante frío se sentaron y él movió la montaña para estar frente a ellas.
-Quiero empezar por decirles que no tiene nada que temer, no soy lo que dicen los rumores-
Valor o atrevimiento, no era claro. -Pero que hay de los rumores que dicen que tú hiciste la armadura-
-Sí, y también sobre las… las… las fundas, si, las fundas donde guardaba sus cuchillos-
-Eso es verdad, yo hice todo eso, pero quiero hacerles una pregunta sobre eso, ¿Qué tiene de malo? –
– ¡Ayudaste en la derrota de su alteza! – exclamó alterada. -N-no, e-espera, p-perdóname- con qué rapidez mostró su arrepentimiento.
-No tengo porque perdonarte, es lo que piensas y está bien. Ahora dime, ¿Por qué está mal? –
Lo de antes fue un arrebato, pero pensándolo fríamente no encontró algo que en verdad fuera malo.
-Exacto, no hay nada de malo, solo ayude a un…- iba a decir amigo, pero sintió que sería incorrecto. -Aliado, si, solo eso-
– ¿Qué hay sobre el rumor de que el protegido del duque Raphael Collins es en realidad un demonio? –
Le causó gracia, una que tuvo que contener en su papel. -Realmente creen que alguien con el título de duque caería tan fácil en los trucos de un demonio, el trabajo y compromiso de los nobles es algo que exige disciplina, tiempo y dedicación, no cualquiera…- en ese momento se dio cuenta de algo, pero no era el momento. -Perdonen, he de decirles que yo no creo en ángeles ni en demonios, al menos en los que relatan las santas escrituras-
Justo en ese momento, coincidencia o no, un relámpago con su enorme resplandor ilumino la biblioteca y su hermano el trueno vino después.
– ¿Les parece continuar con esto en otra ocasión? La lluvia se acerca y no quisiera ser cómplice de manchar sus uniformes- ni él se creía sus palabras.
Ellas aceptaron y con pasos lentos se marcharon.
En la noche la vergüenza por sus actos le atormentaron.
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