El asesino silencioso - Capitulo 24:
Jadeos que podrían confundir la mente y hacer a las madres tapar los oídos de sus hijos recorrían las calles oscuras del mañana. Un joven de cabello largo con un sombrero se esforzaba por llegar a la herrería.
Logró llegar, ni él sabe cómo, pero llegó.
Un estruendo constante y algo agudo se escuchaba tras la puerta. Tocó educadamente recibiendo como respuesta un fuerte “está abierto” de quien supuso era el maestro herrero.
La habitación era muy oscura, la única iluminación provenía de unos cuantos faroles y la fragua donde un hombre de baja estatura, fornido, sin camisa, pero cubierto por un delantal grueso trabajaba con una varilla y metal.
-D-disculpe, soy el a-aprendiz-
-Y qué esperas, un beso en la mejilla o que, quítate las camisas que tengas, agarra ese delantal y ponte al lado mío- ordenó en una combinación de enojo y estrés. Nunca apartó la mirada del fuego.
El infierno es un lugar donde las almas condenadas pagan por sus pecados. Los demonios castigan entre risas y disfrute a los codiciosos, envidiosos, glotones y muchos pecadores más.
Justo ahora él se siente igual. En un lugar oscuro donde la única luz proviene de un fuego infernal, con el cuerpo adolorido y con la sensación de ser quemado mientras un demonio cruel y duro le vigila.
Sus músculos gritaban por piedad al arder tan intensamente por el esfuerzo. Podía sentir como el calor penetraba a través de sus ojos y como su respiración se volvía cada vez más pesada.
¡Qué sufrimiento más insoportable, por todas las almas del mundo, que esto acabe ya o nunca!
Era una total contradicción.
Sufría, pero su corazón latía con cada martillero. Agonizaba, aunque no quitaba la mirada del metal al rojo vivo y pese a que sentía como su mente se nublaba no dejaba de concentrarse en las palabras del maestro herrero.
¡Qué es esto! Se decía desde el fondo de su alma ¡Es que he adquirido alguna maldición, una enfermedad o simplemente he caído tan bajo que ya no diferencio el dolor del placer!
¿Qué pensarían sus padres si pudieran verlo?
Sudoroso, sucio hasta las orejas con una extraña cara de dolor y satisfacción, alegría y quejas.
¿Se decepcionarían más? ¿Su cólera aumentaría?
Con el regaño de su maestro esos pensamientos se esfumaban y se perdían en los estruendosos choques del martillo contra el metal.
La tarde, casi la noche, llegó y con ello por fin pudo irse para descansar y repetir mañana.
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El destino y el azar deben ser los peores bromistas de todos los tiempos.
En su mente estaba pensado ir a la biblioteca, leer un poco e irse en paz.
Dos doncellas, una de uniforme verde y la otra de rojo. Temblaban como cachorros bajo la lluvia, pero parecían tener algo que decir.
El día anterior el pensador maligno les dijo que seguirían su conversación en otra ocasión y bajo las suposiciones y el miedo creyeron que se refería al día siguiente. Y ahora bajo eso mismo se sentaron frente a Kin.
-B-buenas t-tardes, venimos c-como n-nos lo o-ordenaron-
-S-si- añadió la amiga.
-Ya veo- respondió, pero no sabía porque estaban aquí y tampoco quien se los ordenó. – ¿De qué quieren hablar? – pensó en una emboscada, pero recordó donde estaba.
¿Acaso sabe sobre lo de ayer? ¿O será que nos está probando de alguna manera? Sorprendentemente ambas pensaron lo mismo.
-S-si le p-parece bien, quisiera h-hablar sobre un rumor- dijo cerrando los ojos esperando la respuesta.
-De acuerdo-
-S-sí, m-muchas gracias. El r-rumor es sobre usted, s-se dice q-que usted es un d-demonio disfrazado de humano, ¿E-es eso verdad? –
-Antes de responder eso, ¿Tienen frío? –
¿Eh? ¿Cómo? ¿Por qué?
-No han dejado de temblar, ¿Quieren que vaya por algo? –
¿Qué es esta consideración tan humana?
-N-no s-se t-tiene porque m-molestar- decía moviendo sus manos en negación. -E-enserio, no se preocupe-
-Ya veo. Ahora sobre el rumor, es mentira-
Al sentirse menos aterrada la que no había hablado se atrevió a hacerlo. -S-si el rumor es falso, ¿P-por qué cubre su rostro con una capucha? –
-Es personal- dijo rápidamente.
Las dos se estremecieron y se dijeron a sí mismas que debían cuidar sus palabras.
-P-perdónela, ¿P-podemos seguir haciéndole preguntas? –
-Si-
Ya quería irse, pero sería grosero y estaba interesado en saber quién las citó.
– ¿Cómo es que sabes arrojar cuchillos y usar armas? – no estaba segura si era la curiosidad o algo diferente, pero el miedo se iba desvaneciendo. -N-no eres realmente un aspirante y no llevas un entrenamiento noble como los otros, ¿Cómo aprendiste a hacer esas cosas? –
La de verde estaba impactada por su amiga.
-Tuve que aprender eso para sobrevivir-
¿Cómo pude olvidarlo? Solo la de rojo pensó eso.
Kin no era un noble de nacimiento. Él había sido acogido por Raphael. Lo más seguro era que antes de eso él vivía en las calles comiendo de la basura y robando en los mercados, algo horrible en lo que nunca se había puesto a pensar.
-Lo siento- realmente lo sentía. -Voy a continuar-
La capucha asintió y la amiga seguía sin creérselo.
-Esto es algo tonto, pero, ¿Por qué derrotaste de esa manera al príncipe? –
-Necesitaba hacer que me tuviera miedo-
Ambas se sorprendieron y en una el miedo crecía mientras que en la otra la curiosidad lo apaciguaba
– ¿Por qué? –
¿Qué razones podría tener? ¿Resentimiento, envidia, odio?
-Usó a su familiar para humillar a mi aliado, así que use el duelo para dejarle una advertencia-
¿Eso fue una advertencia? Pensó la de rojo sin querer profundizar más en eso.
-No temes a las acciones que puede tomar el príncipe en tu contra-
-No. Él sabe lo que puede pasar si se vuelve a meter conmigo o con cualquiera de mis aliados-
Su extraña calma era espeluznante y aterradora. En ambos.
-Ya no tengo preguntas, muchas gracias por tu tiempo. ¿Qué hay de ti? – dijo viendo hacia su amiga.
-Y-yo- dijo apuntándose a sí misma. – ¿Q-quieres que le p-pregunte a-algo a é-él? – terminó apuntándolo a él
-Solo si tienes algo que preguntarle- respondió su amiga con una calma espeluznante.
-N-no, eh, m-muchas g-gracias-
Sin saberlo Kin había empezado a mejorar su reputación.
Los rumores perjudiciales empezarían a desaparecer y la información sobre que el protegido del duque era en realidad alguien muy racional, considerado y civilizado se esparcirían como la peste bubónica.
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