El asesino silencioso - Capitulo 32:
Al día siguiente, en el último nido, los aventureros encontraron no solo a tres mujeres, sino también a un joven encapuchado y un anciano sin uñas.
Fueron rescatados y enviados a la capital bajo la promesa de que el duque Raphael Collins les ayudaría.
Como quien había rescatado a esas personas el respeto y admiración de todos sobre él aumentó de golpe.
Un ejemplo a seguir, alguien a quien aspirar, alguien por quien luchar.
– ¡Por favor se lo ruego! – decía de rodillas un joven caballero.
-Está bien. Pero recuerda que ellos podrían rechazarte- respondía con franqueza el jefe del fuerte.
-Muchas gracias- dijo dando a entender que ignoraba esas palabras, cosa que no era así.
Cuando los aventureros ya se encontraban en la carreta y solo faltaba un estudiante, un joven caballero de cabello como el estaño llegó corriendo.
– ¡Por favor señor Kin déjeme unirme a usted! – gritó suplicando.
Directo, algo frío e indiferente, pero cortés, respondió. – ¿Traes todas tus cosas o necesitas ir por algo más? –
– ¡No señor, tengo todas mis pertenencias! –
-Bien. Sube, y no me digas señor-
-Entendido-
La carreta era grande, espacio sobraba.
-Discúlpenme si esto les molesta-
A nadie le molestaba, pero si les sorprendía este giro de los acontecimientos.
-N-no te preocupes- dijo George.
-Es un placer, mi nombre es Lenin, no tengo apellido, pero espero serle de utilidad- se presentó sonriente y alegre.
La aventura había acabado, algunos se volvieron más fuertes mientras que otros consiguieron más aliados, todo iba viento en popa para todos, menos para alguien.
Se había limitado a escuchar a algunos caballeros, a ver como los otros se iban mientras ella, a escondidas, entrenaba con su espada buscando borrar los malos pensamientos.
Ya no soportaba su propia impotencia y cobardía, empezaba a odiarse por ser tan descarada como para tener un sueño, pero no hacer nada para cumplirlo.
Ni valor o decisión, más bien la frustración de sí misma fue lo que la llevó a caminar hasta donde se encontraba el encapuchado.
-Detente- dijo desde atrás.
– ¿Por qué? – respondió aun sosteniendo el cuchillo.
-Por qué quiero que me enseñes a hacerlo-
-Siéntate- respondió al instante.
Su falta de comunicación la llevó a ella a frustrase y a él a no enterarse.
– ¿Ya vas a cortarlo? – preguntó perdiendo la paciencia.
-D-dame un…-
-Hazlo o vete- dijo sin piedad.
Apretó sus dientes. Eso la enojo.
Él tomó su mano desde la muñeca con un apretón fuerte y firme. Ella se sorprendió, pero no presentó resistencia. Lentamente él la guio por el cuerpo del conejo y en un frenético movimiento atravesó su piel.
– ¡Agh…! –
-No lo sueltes. Es solo un acercamiento, pero es esto lo que sentirás cuando asesines a alguien. Su carne, el filo del arma deslizándose por su interior, veras el color de sus ojos apagarse como una vela, y al final…-
La precisión que mostraba era suficiente como para hacer pensar que hacía uso de su propia mano.
Sabía cuándo y cómo doblar el cuchillo, cuanta fuerza aplicar, no era diferente a cuando lo hacia él mismo.
– ¿K-kin? –
Entrañas cayeron con un sonido viscoso.
– ¡Ahh! –
Soltó el cuchillo, pero una mano enguantada la forzó a tomarlo de nuevo.
– ¿K-kin? M-me lastimas-
Repentinamente la soltó y se alejó.
-Lo siento. Pídele a Lenin que te enseñe, seguro él sabrá hacerlo mejor-
Kin se marchó sin explicación y Katia, desconcertada, no le quedó de otra que ir con Lenin.
Otra cosa rara de Kin, pensó sin más.
-Disculpa, ¿Lenin? – aun sabiendo el nombre no se sentía natural llamarlo así.
-Sí, ¿Qué sucede mi lady? – dijo sin levantarse del tronco donde estaba a punto de despellejar a un animal.
-Q-q-q-que… p-porque m-me llamas a-así-
Su cara estaba roja y su corazón palpitaba con fuerza.
-Mi abuelo decía que a las mujeres les gusta que las llamen así-
Por su rostro inocente y palabras honestas no era posible detectar malicia.
Ella no podía decir que le desagradó ser llamada de ese modo, solo la sorprendió.
-Preferiría q-que me llamaras p-por mi nombre-
-Entendido. ¿Qué pasa Katia? –
Ahora que el objetivo principal estaba a la vista, vaciló en hablar.
– ¿Katia? ¿Estás bien? –
-S-sí. Quisiera saber si tú m-me enseñarías a d-despellejar un a-animal-
-Por supuesto. Por suerte Kin y los aventureros consiguieron muchos animales. Ven y siéntate- dijo deslizándose y dándole palmadas al nuevo espacio en el tronco.
Antes de sentarse se quitó el cinturón donde estaba la funda de su espada.
El alegre Lenin repentinamente se transformó en lo que parecía un hombre maduro y estricto, pero comprensivo y paciente.
Le dijo dónde y cómo hacer los cortes. Cuando ella se equivocaba la reprendía en forma de lección sin levantarle la voz.
Antes de que se diera cuenta ya podía hacerlo ella misma. Faltaba refinar la técnica y controlar la fuerza, pero ya había aprendido a hacerlo.
-Vez, en realidad es muy simple- decía con una pequeña sonrisa de orgullo.
-Muchas gracias- dijo con una sonrisa mostrando sus dientes.
No todo había sido en vano, el viaje tuvo sus resultados, aunque pequeños, positivos. Por lo menos eso es lo que pensaba Katia.
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Aunque ya era otro día el malestar de sus acciones aún tenían efecto en él. Justo como aquella vez cuando fue obligado a asesinar a una persona del mismo modo él la había forzado a penetrar las carnes del animal.
El recuerdo amargo y horrible le obligó a retirarse. Con tan solo pensarlo las náuseas volvían, pero de entre esa oscuridad pequeñas luces flotantes le daban fuerzas.
Se esforzaba por ellos y aunque le era imposible comunicarse, había para su suerte una que estaba en las posibilidades de ver.
La visitare al volver. Se dijo a sí mismo.
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