El asesino silencioso - Capitulo 35:
Una chica de cabellos dorados se ahogaba entre la gente, pero una mano la sacó de ese mar de perfumes caros y excesos de maquillaje.
– ¿Estas bien? –
Conocía esa voz, aunque no estaba muy familiarizada con el dueño.
-S-sí, m-muchas gracias, Mario, ¿Verdad? Disculpa si me equivoco-
-No te preocupes-
Era conocida de Kin, no había porque comportarse como un noble.
– ¿De verdad te sientes bien? ¿No quieres ir por aire fresco? –
Avergonzada aceptó y con la ayuda de Mario salieron por una de las puertas hasta unas escaleras.
– ¿Te sientes mejor? –
-Sí, muchas gracias. Por cierto, n-no quiero ser grosera, p-pero, ¿Qué haces aquí? –
-Bueno, resulta que un primo mío fue invitado y mi padre le insistió en que me trajera para “hacerme conocer” …-
– ¿Eres el heredero de tu familia? –
Si otros nobles vieran a una mujer preguntar algo así la tacharían de grosera e interesada y, sobre todo, de ignorante.
-Si…- respondió con un tono melancólico.
-Oh, lo siento si te hice sentir mal, e-es s-solo que…-
-N-no te p-preocupes…-
Por un instante de eternidad ambos se callaron y vieron la capital.
-L-lo siento-
-No t-te preocupes, no es como si fuera tu culpa-
-Debe ser duro-
-Lo es. ¿Puedo hacerte una pregunta? –
No quería hablar sobre eso así que trató de cambiar de tema.
-C-claro-
– ¿Qué se siente ser una caballera? –
Ante esa inesperada pregunta Katia dio un pequeño salto, pero de inmediato se repuso.
-Es más difícil de lo que imaginé. Tengo que entrenar todos los días, sudo mucho y desde que empecé creo que he subido de peso y eso me pone muy nerviosa, pero…-
Tal vez eran las luces de la ciudad o quizá el cielo estrellado, pero en sus ojos un brillo inusual resplandecía con fuerza.
-…No lo cambiaría por nada del mundo- declaró sonriendo con timidez y alegría. -Perdón, l-lo q-que dije puede parecerte raro-
-No me parece nada raro-
-Hmm. ¿Puedo preguntarte algo? –
Estaba tratando de cambiar de tema y responder una pregunta.
-Adelante-
– ¿Por qué ayudas a Kin? N-no d-digo que este mal, pero, ¿Por qué? –
Sus labios dibujaron una pequeña sonrisa y con un toque alegre respondió.
-Ja, ja. Puede parecer un poco cursi, pero hablando con total sinceridad, diría que la razón por la que ahora estoy con él, es porque lo consideró un amigo-
– ¿Ahora? ¿Qué quieres decir con, ahora? –
-Ah sí, al principio Kin vino a mi ofreciéndome protección…- el mismo se interrumpió.
¿Debería continuar?
– ¿Sí? –
Pero esa mirada era tan inocente que solo podía tratarse de un demonio disfrazado o un ángel popular.
-Como decía, él me ofreció protección, porque, bueno…- respiró profundamente recobrando valor. -Porque yo era la burla de todos- declaró sintiendo alivio y temor.
– ¡¿Enserio, tú?! –
-Sí, yo-
Otra eternidad de silencio y otra mirada a la capital.
-Hmm. ¿De verdad? –
No creía que le estuvieran mintiendo, simplemente no lo podía creer.
Ella le había respondido con fuerza y honestidad, lo menos que podía hacer era corresponderle de la misma manera.
-Me encanta la música, la pintura, las artesanías y la poesía. No encuentro sentido en cazar por deporte, ni en peleas innecesarias. Al parecer quienes me rodeaban me veían como un raro por eso y entenderé si te parezco ridículo o patético-
– ¡A mí tampoco me gusta la caza por deporte! ¡Es horrible, ¿Verdad?! –
– ¿Eh? S-sí…-
Tantas reacciones y esa era la que menos se esperaba.
-Recuerdo que mi padre una vez dijo que trataban de compensar algo, pero nunca supe que-
– ¿Qué será? Je, je-
Esta idea ya llevaba navegando por su cabeza, pero hasta ahora tuvo el valor de pronunciarla.
– ¿Tú fuiste quien hizo el equipo de Kin, cierto? –
-Así es, ¿Qué hay con eso? –
– ¿P-podrías algún día hacerme mi equipo d-de combate? – preguntó roja como un tomate mirando hacia un lado.
Él no se lo esperaba y ella lo esquivaba en espera de una respuesta.
-Por supuesto…-
Esas maravillosas palabras llegaron a sus oídos.
-…Solo necesito que seas específica con lo que quieras que fabrique, los materiales y tiempo-
Al igual que la realidad de las cosas, pero ella ya estaba preparada.
-Entendido. Muchas gracias, de verdad-
Para otros parecería ridículo y sin sentido, pero para ellos era algo significativo.
Gritos de pánico llegaron hasta ellos y de la puerta una mujer salió a gatas mostrándole a la pareja un rostro bañado en sangre y horror.
Antes de siquiera poder formular una oración un aguijón atravesó su rostro dejando al descubierto parte de su cerebro y esparciendo trozos de carne y de glóbulo ocular.
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Una daga silbó en el aire atravesando la cabeza de una abeja. Un líquido espeso bañó la daga, pero aún era útil.
-Provienen del salón, quédate aquí- dijo Kin comenzando a caminar. A su lado Silvie también emprendió paso.
El no dijo nada sobre eso, seguramente tenía sus razones.
– ¿Tienes un arma? –
-Puedo usar magia de viento- respondió de inmediato.
No se lo dijo porque confiará en él, sino porque sabía lo grave de la situación y lo útil que podría llegar a ser esa información.
Llegaron hasta la sala de espera donde encontraron los cadáveres de los caballeros. Kin tomó los cinturones que aun conversaban la espada en la vaina y una alabarda.
Sigilosamente avanzaron hasta la entreabierta puerta del salón, desde ahí podían ver a un hombre vestido con una túnica negra a quien parecía faltarle un brazo.
– ¡Cállense, en lugar de mostrar resistencia deberían agradecer ser parte del gran Señor rojo! –
Los grandísimos nobles se encogían de miedo y rezaban por un milagro.
– ¿Cuál es tu hechizo más poderoso? –
-Si quieres alejar a las abejas puedo usar [Gran ráfaga de viento] –
-Ya veo. Entraré corriendo hacia la derecha. En ese momento entra tú y lanza el hechizo-
-Solo hagamos esto-
Él entró corriendo a una gran velocidad haciendo que las abejas lo persiguieran. No pasó mucho cuando Silvie también entró con las manos levantadas creando y lanzando un poderoso golpe de viento que mandó a volar a todas las abejas.
Desorientadas, perdidas y algunas estrelladas perdieron a su objetivo.
– ¿Eh? –
Fue lo último que pronunció el hombre de la túnica antes de que una alabarda se clavara a mitad de su cuello.
Sin un amo al cual obedecer las abejas entraron en un estado hostil.
Apuntando con su aguijón fueron por la mayor amenaza del lugar.
Desenvainando la espada y haciendo un ligero, pero preciso movimiento hacia un lateral cortó a la abeja.
Una segunda abeja hizo exactamente lo mismo y por lo tanto acabó igual.
Quedan cuatro.
Sorpresivamente tres virotes atravesaron la espalda de una de ellas.
Al otro lado del salón un joven de cabello castaño con un sombrero con una pluma sostenía una ballesta automática y a su lado empuñando una daga una hermosa dama de cabellos dorados respiraba pesadamente.
– ¡Kin! – gritó.
Eso fue suficiente para que una abeja atacará al desprevenido Mario, pero empujado por Katia su vida continuó.
-G-gracias-
Sin perder el tiempo la abeja retomó su ataque, pero antes de llegar una ensangrentada alabarda le fue incrustada como tenedor en los vegetales.
Por muy poco la pareja casi se baña en jugos gástricos.
-Levántense-
Su fría voz era como la de un salvador, en estas circunstancias.
La penúltima de las abejas, enfurecida trató de asesinar a los atemorizados nobles, pero un segundo golpe de viento la envió a estrellarse contra las ventanas y a morir por las heridas de los vidrios.
De vuelta en sí Mario levantó su arma disparando en ráfagas a la escurridiza abeja. Sus movimientos impredecibles dificultaban el tiro, pero como sus hermanas se abalanzó en picada terminando con cuatro virotes en su cuerpo y finalmente chocando contra el piso.
– ¡¿Qué está pasando?! –
-No grites. No lo sé. ¿Dónde está Abraham? – preguntó mirando a Katia.
-N-no lo sé, todo este tiempo estuve afuera-
-Nosotros igual-
¿Qué debería hacer?
¿Quién está tras esto? ¿La organización? ¿Algún gremio? ¿O es alguien distinto?
-Kin, saquemos a los nobles de aquí- dijo Mario dirigiéndose a ellos.
De momento esto era lo único que podía hacer.
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