El asesino silencioso - Capitulo 40:
Muack, muack.
-Oh, mi amor, estas bien. Qué alegría que estés de vuelta- decía un agradecido chico.
Muack, muack.
-Fue muy útil contra la mujer-bestia- respondió un chico con capucha.
-Oh, cierto. Me dijiste que Abraham había sido secuestrado, ¿Cierto? y que había sido aprisionado en un orbe, ¿Cómo fue que lo liberaste? –
Él estaba preparado para responder a la predecible curiosidad de su aliado.
-Una de las personas que rescatamos del nido goblin resultó ser un hechicero-
Los brujos eran mal vistos en la sociedad de Maryam, mientras que los magos o hechiceros eran casi hasta alabados.
– ¡Enserio! ¡¿Sabes dónde vive?! –
-Está viviendo en la mansión Collins-
Con esas palabras su espíritu bajó de golpe.
-Oh… ya veo… la mansión Collins-
– ¿Quieres visitarlo? –
-S-sí, no, s-sí, no lo sé-
No comprendía porque Mario se comportaba así, su constante curiosidad y pasión eran sometidos por una fuerza misteriosa.
Lo recordó, la jerarquía de Maryam.
Para alguien como Mario que es hijo de un barón ir a la casa de un duque es el equivalente a tocar la casa del Señor divino para un simple creyente.
-Cuando quieras ir diles a los guardias que me conoces y deberían dejarte pasar-
-No lo sé…-
– ¿No quieres visitar la casa Collins? –
-Bueno… es que… m-me… m-me da miedo-
– ¿Por qué? –
No era miedo exactamente.
– ¿Cómo lo explico? Él es alguien de mucho prestigio, no creo que acepte que un desconocido entre a su casa así sin más-
– ¿Conoces las políticas y los principios de Raphael? –
-S-si-
-Entonces sabes que él es muy tolerante y comprensivo-
-Eh… eh…-
Sin nada que decir sé fue hacia la casa Collins.
Con la educación de Raphael, los consejos de Garfield y su propia experiencia en la sociedad noble, aun no podía comprender a la propia sociedad.
Los plebeyos convivían sin problema, a veces peleaban, pero eso era normal. Sonreían, charlaban e interactuaban justo como uno esperaría, pero los nobles no eran así.
Los rangos limitaban el lenguaje, las personas a las cuales acercarse, incluso siendo un niño. Sus valores les impedía crecer, todo por mantener el estatus quo.
A una muy corta edad Kin fue testigo del nacimiento de civilizaciones y de su destrucción. Y ahora no estaba seguro de si estaba viendo el camino hacia la destrucción o hacia el renacimiento.
Ridículos. Era el constante pensamiento de Kin sobre los nobles.
Una vez sin Kin el taller quedó abandonado.
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Con ropa sencilla y una falda que llegaba hasta los tobillos una encantadora recepcionista esperaba a su cita.
A lo lejos pudo ver una figura firme y oscura acercarse a ella.
Si no lo conociera temblaría de miedo.
-Ya estoy aquí-
¿Qué era lo primero que uno debía decir? Él no lo sabía y ella lo entendió.
-Sí, muy bien- respondió con una sencilla sonrisa.
– ¿A dónde vamos? –
Su fuerte voz no quedaba con el tono intrigado de sus palabras.
-Por el momento solo caminemos-
El día anterior, luego de que él se fuera ella se dedicó a preguntar a todos por un tal Kin. Que sorpresa fue averiguar que se trataba del misterioso protegido del duque Raphael Collins.
Era extraño, había aceptado salir con ella solo por unas miradas, como si fuera una obligación, quizá alguna cosa extraña del deber. No, eso sonaba demasiado arrogante para alguien que no había hablado durante toda la caminata.
– ¿Por qué no hablas? –
-No sé sobre que hablar-
Vaya problema.
– ¿Qué te parece si hablamos sobre las cosas que nos gustan? –
¿Ya había pasado por algo similar?
-Hmm. Esta pistola gancho- dijo haciendo a un lado el chaleco de cuero.
De inmediato ella movió sus manos para ocultarla.
– ¡Que haces con un arma de fuego! –
Algunas personas voltearon, otras lo ignoraron, pero todas acabaron continuando con su vida.
-No es un arma de fuego. Es una herramienta para subir edificios, no estoy rompiendo las leyes-
Su voz transmitía seguridad, lo que la tranquilizó.
-Pero, ¿Está bien que lleves eso contigo? –
-Las leyes dictan que toda arma que utilice pólvora y proyectiles es ilegal, pero no es el caso de esta-
-Bueno, es cierto que no parece la típica arma, ¿Pero porque llevas eso contigo? –
-Para emergencias-
– ¿Qué clase de emergencias? No puedo pensar en ninguna-
En verdad no podía.
-Si hay un ataque puedo tomarte y subirte a un edificio para ponerte a salvo-
El escenario donde un hombre protege a una mujer ya era algo de ensoñación, pero ser ella la protagonista era demasiado.
-E-eeh… m-muy bien, me alegra saber eso, ¿Pero no es eso demasiado paranoico? –
-La imaginación es un arma que quien no la use está condenado a morir-
– ¿Qué tratas de decir? –
-Hmm. ¿Es posible que un monstruo atraviese el muro y entre a la capital? –
-No lo creo, es un muro muy grueso y está custodiado por guardias-
-Si el muro es tan difícil de atravesar, ¿Por qué lo protegen? –
Ella había llegado a la respuesta, pero no fueron sus labios los que la pronunciaron.
-Es porque temen que alguien o algo lo atraviese-
Esta cita definitivamente era la más rara, extraña e interesante que había tenido en toda su vida.
Luego de tanto caminar encontraron un puesto de comida. Ofrecían sándwiches con ingredientes desde la jugosa carne hasta la dulce mermelada.
– ¿Tienes hambre? –
Su trabajo no pagaba mal, realmente se encontraba en una muy buena posición, pero no podía gastar dinero sin estar al tanto de sus finanzas.
– ¿Qué quieres? –
-Un sándwich de vegetales-
Tenía que pensarlo bien, el dinero no es algo lo cual debas desperdiciar. Aún tenía que comprar comida para su casa, mantenerse constante en el ahorro para ropa nueva, para ir a circos, ferias, festivales, etc.
-Toma-
-Gracias… ¡Eh!… ¡Espera! –
-Ya pagué-
-Oh… gracias- dijo.
Retomaron su caminata.
Él se acabó su sándwich con cuatro mordidas y ella acabó hasta la mordida veinticuatro.
– ¿Cómo es que debería llamarte? –
La capucha volteó por un instante esperando que fuera una de esas extrañas bromas.
– ¿Olvidaste mi nombre? – preguntó serio.
Había ganado mucha fama por Raphael, tal vez ella no estaba al tanto.
-No, no es eso. Eres el protegido de un duque, debería llamarte de alguna manera más, respetuosa-
-Mi nombre es suficiente-
– ¿Enserio? ¿Estás seguro? –
Tal vez la respuesta no la satisfago suficiente.
-No entiendo porque hay personas que adornan sus nombres con palabras como señor o señora, no entiendo porque eso demuestra más respeto. Creo que mientras me hables en un tono respetuoso al usar mi nombre no hay necesidad de agregar nada más-
¿Quién es esta persona? ¿Es Kin?
– ¿Quién eres y que hiciste con Kin? –
¿Otra broma extraña?
¿Cómo debería responder?
-Tampoco entiendo esta broma-
Una risa que se convirtió en una carcajada nada femenina se escuchó por todas partes.
Su diversión era tanta que tuvo que apoyarse en el cuerpo de Kin para no caerse.
Respirando profundamente trataba de cesar su estruendosa carcajada. Con dolor en las costillas y dificultades para respirar continuó riendo.
-Eso… ja, ja… eso es lo más gracioso que he escuchado en mi vida-
Aún tenía dificultades para respirar.
-Perdona, pero aún no lo entiendo, ¿Qué dije? –
Una vez vuelta en sí retomó su postura y recogió lo que le quedaba de dignidad.
-No es lo que dijiste, sino como lo dijiste. No sé cómo explicarlo, hay una palabra, sé que lo escuché de un pintor. ¿Contrario, contradictorio…? –
-Contraste-
-Eso, justamente eso. Eres un contraste. Vistes de negro, llevas una capucha misteriosa y aterradora, pero por dentro eres como un niño al mismo tiempo que un adulto-
Una pequeña risilla salía de sus labios recordando lo anterior.
– ¿Es eso malo? –
No le preocupaba como era visto ante los ojos de los demás, esta pregunta nacía de la más pura curiosidad.
-No, para nada, en realidad, te tengo un poco de envidia-
– ¿Por qué? –
-Hay veces en las que no entiendo lo que dicen algunos clientes. Cuando bromean sobre una flecha enterrada o cuando cuentan historias. Entonces solo me queda fingir una sonrisa. Me gustaría ser como tú y poder preguntar de esa manera tan honesta e infantil-
Se iba a disculpar, pero eso sería contraproducente.
Todavía faltaba para que él sol se ocultara.
-Admito que me divertí mucho, pero no eres mi tipo. No quiero estar con alguien que no muestra su rostro, eso, no me motiva, ¿Sabes a lo que me refiero? Pero siempre puedes pasarte por mi trabajo para charlar. Lo siento mucho, ¿Te rompí el corazón? –
-No, tú no lo hiciste-
Se despidieron y cada uno tomó su rumbo.
Entre el sonido de sus pasos y el ruido de su mente esas últimas palabras resonaban fuertemente.
Tú no lo hiciste.
Su pecho se contrajo y la sensación de respirar bajo el agua le acompañó durante su caminata.
Él, caminó sin problemas.
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