El asesino silencioso - Capitulo 42:
Respiraciones sincronizadas, las caricias del viento sobre la ropa y la piel, los rayos atravesando los huecos entre los árboles.
-Respiren profundamente, adéntrense tanto como puedan, pero no lo fuercen, dejen que todo sea natural- decía con una voz calmada y serena.
Una figura oscura, un chico alegre, una chica rubia y la figura más grande estaban cruzados de piernas cubiertos por la sombra de los árboles.
-Busquen dentro de sí a sí mismos. ¿Quiénes son, quienes eran, quienes serán? Su pasado no los define, el presente es su decisión y el futuro el resultado de su presente-
Esta no era una meditación común.
Alrededor de los cuatro, extrañas velas verdes, blancas y marrones creaban un ambiente tranquilo y de ellas una extraña esencia se transmitía por el aire.
Abraham nunca dijo de donde provenían ni su propósito.
Desde hace un mes que habían comenzado con este nuevo entrenamiento no las había mencionado en ninguna ocasión.
Hoy era la primera vez que estas aparecían.
-Estos árboles no existen, el césped bajo ustedes tampoco, mi voz no es más que un espejismo. Piérdanse dentro de ustedes y… salgan a su manera-
No estaba seguro de esto, podría salir muy mal, pero estaba preparado para entrar en acción de ser necesario.
El primero de ellos terminó en un lugar tan oscuro que ver tu propia mano sería una hazaña.
El segundo estaba en un camino de tierra hecho por el hombre rodeado de llanuras verdes y a lo lejos un pueblo era visible.
La última tenía mucho calor, sentía algo encima de ella, ligero y suave con una textura delgada por donde sus dedos se podían deslizar sin dificultad.
||||
Las llanuras se extendían tanto que parecían infinitas.
No había hombres trabajando las tierras, ni niños rodando en el pasto, tampoco se podía ver a las mujeres tendiendo las ropas o cocinando la comida.
El humo no salía de las chimeneas de piedra.
Todo estaba envuelto en un silencio tan sofocante que cada paso resonaba como el estallido de un cañón.
Una brisa cálida daba la bienvenida a la única alma del pueblo.
Todo era tan familiar, tan conocido como si de un viajero que vuelve al primer pueblo que visitó se tratara.
La brisa era delicada y aun con las ventanas abiertas esta no las movía.
Girando a la izquierda caminó hasta otra salida del pueblo donde escuchó ese sonido al que estaba tan acostumbrado.
Un azadón enterrándose y arrastrado la tierra del campo.
Un hombre viejo, muy viejo, no aparentaba la edad que tenía por los movimientos constantes y fuertes que realizaba. Su cuerpo robusto, resultado del duro trabajo reafirmaba más la idea de que en realidad era menos viejo.
Quería decir algo.
Hola.
Disculpe.
Pero un impedimento no le permitía decir palabra alguna, solo respirar con la brisa.
En una casa mucho más alejada del pueblo salió un niño alegre y sonriente corriendo como el viento con piernas ligeras y pasos saltarines hasta donde el hombre viejo se encontraba.
Este detuvo su trabajo y recibió el enérgico abrazo del niño con una dulce sonrisa.
La lluvia apareció como una desgracia y por reflejo volteó al cielo.
Cuando su vista volvió el anciano ya no estaba y el niño tampoco, y la lluvia había desaparecido.
Continuó caminando hasta alejarse del pueblo y esta vez acabó en lo profundo de un bosque.
Esquivó raíces y ramas cuidadoso de los arbustos.
Llegó a una colina y esta vez una multitud de personas le esperaban.
Hombres cubiertos de pies a cabeza por armaduras caminaban firmes, otros montaban a caballo y por lo más alto estaban los que se acostumbraban a empuñar un arma.
Él era como un fantasma, pues, aunque viera a los ojos de estos hombres, estos no correspondían la mirada.
Sus pies lo llevaron a la cima de la colina donde de entre tanto hombre maduro, adulto, fornido y macho, un joven muchacho con apenas tres pelos en pecho sostenía con la misma, sino con más, voluntad y coraje, la espada en sus manos.
Como la caída de un águila al cazar, un aguacero cayó y esta vez no quitó la mirada, pero la fuerza del cielo fue tanta que no importó cuanto entrecerrara los ojos, simplemente no pudo ver nada.
El muchacho había crecido, sus músculos eran visibles y los callos de sus manos mostraban el esfuerzo de la dedicación que había depositado sobre la espada.
El nuevo muchacho emprendió caminó por el mismo bosque y sintiendo la necesidad de seguirlo satisfago la misma persiguiéndolo.
El cuidado y la precaución no estaban en su mente y eso lo llevó a tropezar cayendo en la penuria del amargo recuerdo de la triste despedida sin palabras.
Un niño y un robusto anciano veían con tristeza y dolor una lápida de piedra donde el nombre de una mujer amada por ambos ahora descansaba en las manos de la naturaleza y en la gracia del Señor divino.
Deseoso de escapar despertó de la pesadilla del recuerdo y volvió a la persecución.
La respiración se agitaba cada vez más, su corazón palpitaba con la fuerza de un ejército y su mirada ilustraba su anhelo de no ver lo que predecía.
El nuevo muchacho no encontraba al robusto anciano. Recorrió la casa, el campo donde ya no se encontraba ni el rastro de los cultivos, corrió con ansiedad hacia el pueblo donde fue recibido por una fría brisa que avecinaba una fuerte lluvia.
Al alcanzar al fantasma de su pasado trató de derribarlo, golpearlo, gritarle hasta destrozar su propia voz, pero todo era en vano.
¡No, no, no, no, no, no!
Una multitud se reunía en un edificio pequeño y modesto donde uno desearía nunca tener que ir, aunque fuera por un amigo.
Las primeras personas que lo vieron iluminaron sus rostros por la alegría de volverlo a ver, pero de inmediato la realidad respondió en forma de tristeza.
Él caminó sin consideración. La gente le brindó paso libre.
¿Por qué nadie lo detuvo?
No, eso solo retrasaría lo inevitable.
En un cajón de muerto yacía el cuerpo del robusto anciano.
Su arrugado rostro no volvería a sonreír por las cosechas de la temporada, la oportunidad de que él lo viera crecer y convertirse en un buen hombre se había esfumado. Compartir su primera cerveza, pedirle consejo sobre las mujeres, reír por cosas del pasado en la cena, seguir aprendiendo con él, escuchar sus historias, volver a escucharlo, a verlo, a abrazarlo, sentir su acogedor calor, perder el miedo a la oscuridad por sus ásperas, pero seguras palabras. Una incontable cantidad de oportunidades se habían ido como el recuerdo del sueño al despertar.
Ambas partes cayeron de rodillas suplicando a los cielos porque esto no fuera más que una mentira, porque esto acabará ya, que la pesadilla desapareciera y que él despertará en su incomoda cama escuchando la voz de su abuelo… pero eso era imposible.
Comments for chapter "Capitulo 42:"
QUE TE PARECIÓ?