El asesino silencioso - Capitulo 43:
La oscuridad que le rodeaba era tan espesa que ver su propia mano era toda una hazaña.
Un silencio inquietante y misterioso era ligeramente mitigado por la respiración del encapuchado.
El firme suelo se convirtió en arenas movedizas y este aceptando su destino no opuso resistencia desapareciendo sin dejar rastro de su existencia.
Un sonido electrizante, metales chocando entre sí o contra el piso, múltiples pasos resonando de un lado a otro y voces por encima de estos.
-Ju, ju-
Un hombre con la cabeza calva y los laterales llenos de canas antinaturales daba saltos como una niña jugando a las muñecas, solo que este hombre jugaría con otra cosa.
-Ayer probamos que el slime azul no es letal gracias a tu cooperación y también descubrimos varios usos, pero shhhh, no digas nada sobre eso-
El hombre metía a su bata varios frascos vacíos y otros delgados y largos con líquidos de diferentes colores.
-Vamos a ver si esta poción tiene efectos secundarios-
El sujeto tenía la nariz tapada por una apretada pinza, lo que le obligaba a respirar por la boca.
El líquido cayó y este lo tragó.
Sentándose en una silla sacó una pequeña libreta y un lápiz.
Durante diez minutos no pasó nada, luego pasaron quince y hasta que la media hora se completó el cuerpo del sujeto comenzó a sacudirse.
Espasmos musculares, patadas repentinas, la luz de sus pupilas cada vez era menor.
-Deja de bromear- dijo harto como un padre con su hijo pequeño.
Comenzó a sacudir su cabeza tan fuerte como las ataduras se lo permitían. Sus frenéticos movimientos cada vez eran más erráticos.
-Tch. Volveré cuando dejes esas tonterías-
La puerta metálica rechinó al abrirse y al cerrarse.
Durante quince minutos continuó moviéndose de esa manera hasta que por fin se estabilizó.
Una vez más se repitió el rechinar de la puerta.
Un joven de ropas blancas con cabello largo plateado rápidamente deshizo las ataduras.
– ¿Estás bien? –
Mostraba preocupación.
– ¿Puedes caminar? ¿Necesitas que te cargue? –
El sujeto asintió con la cabeza y con las fuerzas que le quedaban se apoyó sobre el otro.
-Vamos- dijo haciendo un esfuerzo.
Salieron de la habitación dejando la puerta abierta. Caminaron pegados a la pared por el horrible tránsito de personas.
El sujeto susurraba algo y aunque no era entendible el joven ya sabía sobre que podría tratar.
-No, no ha vuelto aún, pero confío en que le irá bien-
Las figuras infantiles se perdieron en ese sucio pasillo y como por arte de magia todo desapareció.
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Diez minutos habían pasado desde el comienzo del trance.
Sus tres discípulos estaban tirados en el pasto sin dar señales de despertar.
Poco después la cara de Lenin comenzó a llorar y Kin parecía susurrar algo, pero incluso con su agudo oído no pudo escucharlo.
Katia, sin embargo, hacía ligeros movimientos de un lado a otro, pero no como si estuviese atrapada en una pesadilla, sino más bien como esas mañanas donde disfrutas del calor de las sabanas y de los dulces sueños.
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Dos alegres niñas de cabellos dorados corrían por los enormes y largos pasillos de la mansión en una persecución siendo ellas las que huían de dos hombres vestidos como pingüinos.
– ¡Corre! –
– ¡Ya voy hermana! –
Ella conocía a las dos niñas, la mansión y hasta a los dos hombres tras ellas.
La escena siguió hasta bajar las escaleras hacia la entrada principal.
Las niñas arrojaron de una patada sus zapatillas para bajar rápidamente las escaleras, pero a un escalón de distancia un hombre tomó a las niñas con cada brazo.
Ya cargaba en su espalda muchos años, pero aun así su espalda no se jorobaba.
– ¿Garfield? – pronunció en un susurro.
La figura de ese hombre, aunque vieja, era vigorizante e increíble.
-Garfield, Garfield, ¡Garfield! –
Sin importar cuanto lo llamará este no reaccionaba.
Lo siguió de cerca hasta donde llevó a las niñas.
-Señor, ¿Me permite pasar? –
Una viva y fuerte voz respondió. -Pasa-
Dentro un hombre rubio y alegre miraba con ojos pintorescos a las niñas que el mayordomo cargaba.
– ¿Y qué pasó ahora? – preguntó animado.
-Las señoritas Katia y Marie se volvieron a escapar y tiraron sus zapatillas por la mansión-
-Así fue, eh-
Su mirada y voz eran las de un demonio.
Las niñas temblaban de miedo.
-Eso solo nos deja una opción- decía acercándose lentamente a las niñas. -Garfield, bájalas y cierra la puerta-
Obedientemente cerró la puerta saliendo de la habitación.
Ambas niñas estaban tan atemorizadas que un nudo en sus gargantas les impedía hablar.
-Han sido muy desobedientes, y por eso se merecen un castigo-
Con la velocidad de un tigre se abalanzó sobre las niñas tumbándolas sobre la alfombra para como un felino usar sus garras y, matarlas a cosquillas.
-Han sido muy traviesas y por eso yo las condeno a morir de risa- decía riendo con algo de malicia.
Las niñas se retorcían entre risas tan fuertes que sus ojos se cerraban y sus lindos gritos llamaron la atención de una mujer.
-Ya déjalas cariño o llegaremos tarde a la fiesta-
Una mujer esbelta, no perfecta, de carácter fuerte, pero dulce, llevaba encima un vestido de una pieza sencillo que no resaltaba nada, pero era eso lo que la hacía sobresalir.
-No hasta que paguen su condena-
Trataba de parecer un villano y en su lugar una risilla vino de la mujer.
-Ja, ja, déjalas pareces un niño-
Con ese comentario se detuvo y retomó su postura.
-Espero y hayan aprendido a que los zapatos no se tiran por la casa-
Aun en la alfombra las niñas respondían “si” mientras recuperaban el aliento.
-Niñas, volveremos después de mediodía, durante ese tiempo no le causen muchos problemas a Garfield ni al resto del personal-
-Si mami-
-S-si mami-
Las niñas siguieron a sus padres hasta la salida donde Garfield los esperaba.
-Adiós niñas- decía la madre con cariño.
-Nos vemos más tarde- se despidió el padre.
Las niñas inmediatamente voltearon hacia Garfield con una clara intención.
– ¿Cuándo van a regresar? –
Fue una pregunta que salió de sus labios al mismo tiempo.
-Más tarde señoritas, por el momento solo nos quedar aguardar a su regreso-
– ¿Quieres jugar? Katia-
-Sí, sí quiero, Marie-
Y con eso las niñas, como se esperaba, comenzaron a causar problemas.
Los ojos se empañaban por las lágrimas de aquella escena tan antigua que se había perdido entre los recuerdos de la biblioteca de su vida.
Todo se distorsionó y de nuevo otra escena se llevó a cabo.
Toda la familia iba en un carruaje y antes de llegar a su destino esta se detuvo. La puerta fue tocada con fuerza por un hombre con armadura y una espada envainada.
-Disculpe la molestia duque Raphael Collins, pero ya sabe cómo es esto-
-No se preocupe, mi mujer y yo lo entendemos-
-Bien, ¿A dónde van y cuanto piensan durar? –
-Vamos a Iter tutum y somos invitados de la reina-
El hombre revisó una hoja donde todo tipo de eventos estaban escritos con sus respectivos invitados, solo los extranjeros.
-Aquí están, pueden pasar, ¡Abran la puerta! –
Una gran puerta, parte de una larguísima frontera fue abierta dando paso al carruaje de los Collins.
-Papa, ¿Qué era ese hombre? – preguntó una de las pequeñas.
-Ese hombre es un caballero-
– ¿Qué es un caballero? –
-Los caballeros son personas que tienen por trabajo el servir y ayudar a los habitantes de sus reinos-
-Yo quiero ser un caballero-
Esa declaración hizo que todos se sorprendieran.
– ¿P-porque dices eso? –
Fue el padre el primero en preguntar.
-Porque así podré protegerte a ti, a mamá y a Marie- dijo con una sonrisa tan pura como el aire de la mañana y tan verdadera como el sol en el cielo.
La Katia actual tapaba con sus manos su propia boca al recordar algo que se suponía no debía olvidar, pero es el mismo desarrollo de la vida el que nos hace olvidar o guardar en lo profundo de la mente estos momentos. Es gracias al deseo del alma y a la pasión del corazón que estos sueños permanecen vigentes dentro de nosotros.
Con el carruaje cruzando la frontera el momento desapareció y con ello otro inició.
Aquella mujer tan rebelde para la sociedad noble había llegado con un grueso y curioso libro que una vieja, decrepita y algo perturbadora anciana le había regalado.
Historias sobre monstruos atemorizantes, criaturas brillantes y misterios del mundo se encontraban entre las páginas de ese maravilloso y extraño libro.
Muchas noches fueron las que estas historias mecieron a las niñas y una que otra vez al padre hasta dormirse.
En una mañana perfecta un hombre viejo de ropas sagradas portando la rueda del hijo elegido en el centro de su toga ordenó de mala manera a que se deshicieran de ese, como él dijo, libro del mal y que lo quemaran para asegurarse de su eliminación.
Con su carácter fuerte la mujer se negó y este hombre, antes de irse, dejó una amenaza como advertencia.
No, por favor no.
Desde hace un tiempo que ella dudaba de la iglesia y del Señor divino, pero el miedo al abismo de la muerte era razón suficiente para continuar rezando por las noches y agradeciéndole a un ser que nunca había visto.
Pero en este momento, sin importar la deidad, ella rezaba con fuerza para que lo iba a pasar, no pasara.
La noche dominaba el mundo, el personal de la mansión se retiraba a sus habitaciones y un cansado Garfield perseguía a las niñas.
No, no quiero, no…
Gritos de ayuda traspasaban la puerta de roble.
No, no, no, no…
Garfield, con una voz dura ordenó a las niñas retirarse.
Ella se colocó frente a la puerta, pero su resistencia fue inútil.
El guardia cargaba a la mujer de la mansión, a la esposa de Raphael, a la madre de Katia y Marie.
Sus manos colgaban como la ropa del tendedero, no mostraba ninguna reacción.
Un alterado Raphael se apresuró a llegar y al ver la cara del guardia y el cuerpo de su mujer, de su amor, se desplomó sobre sus rodillas incrédulo de la situación.
¡Basta, basta, basta!
Una destrozada Katia yacía de rodillas rodeada de oscuridad.
– ¡No, por favor no! –
Odiaba ese momento, lo repudiaba más que los insultos hacia su persona, era algo que no podía soportar.
Ese fue el punto de partida para la depresión de su padre, la separación de su hermana y su aislamiento. La feliz familia ya no existía.
El eco de unos pasos se escuchó desde una dirección desconocida, poco a poco se acercaban a ella, pero a ella eso ya no le importaba.
Una mano se posó sobre su hombro y frías e insensibles palabras vinieron de arriba.
– ¿Ya te convertiste en caballera? –
Incrédula volteó hacia arriba para encontrarse con una capucha tan oscura que de alguna manera resaltaba en la oscuridad que les rodeaba.
– ¿Ya te convertiste en caballera? –
Esas palabras salieron de nuevo como una cuchilla al corazón.
– ¡Que te importa! ¡Qué vas a saber tú! ¡Tú nunca tuviste familia, no sabes lo que es perder a una madre, ni separarte de tu hermana! –
– ¿Ya te convertiste en caballera? –
Llena de rabia se levantó arrojando un golpe, pero este no conectó.
– ¡Cállate! –
– ¿No los protegerías? –
Esta vez palabras diferentes atravesaron su defensa.
Otra vez calló de rodillas.
Su alma ya no pudo soportar el peso y rompió en llanto.
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