El asesino silencioso - Capitulo 44:
Dentro de nuevo en ese campo de pura oscuridad las cosas volvieron a distorsionarse para traer una nueva memoria.
Una voz metálica irrumpía en los oídos de todos los niños.
-A cada uno se le entregó un cuchillo. Lo que deben hacer es matarse hasta que queden dos de ustedes-
La mayoría eran callejeros, no les tomaría mucho tiempo matarse entre sí.
Uno en particular temblaba de miedo con los muslos orinados, los ojos húmedos y los labios llenos de mocos.
Desafortunadamente su mirada cruzó con otro de los niños que no dudaría en asesinarlo.
Un resplandor brillante y plateado lo intersectaría, acabando con él, dejando solo dos niños.
-Felicidades, ustedes pasaran al programa de asesinos… suerte-
Jamás olvidaría la vez que él salvó su vida.
En una misión, junto a él, encontraron a una sobreviviente de un incendio. Fue tomada como prisionera y después asignada al programa de espías.
Con el tiempo los tres crearían un lazo más fuerte que el de la sangre.
Eran todo lo que tenía, aunque, al igual que la brillante luz del sol, todo tiene un fin.
Una noche llena de gritos y suplicas algo cambió.
Los prisioneros gritaban más fuerte que nunca, pero esta vez sus gritos estaban llenos de fuerza y vigor.
Una a una las celdas se abrieron con un rechinido y un grito eufórico.
La pequeña figura oscura corrió por los pasillos de concreto y acero hacia las celdas de sus compañeros. No fue grato descubrir que ellos no estaban ahí.
En medio del caos avistó a su maestro cortando la garganta de un fugitivo.
Sabía que no importaba cuanto se ocultará, seguramente él ya había sentido su presencia. Aun así, continuó abriéndose paso a un lugar en específico. La sala de círculos tele-transportadores.
No había soldado u otro asesino que le hiciera frente.
¿Cuál es el punto de todo esto?
Recordaba esto. ¿Por qué lo estaba repitiendo?
Como las abejas de un panal atacado, guardias llegaron en montones.
– ¡Sujeto 058 de segunda generación, entrégate ahora mismo! – gritó uno de los guardias.
Una cortina de humo cegó a los guardias y aprovechando su pequeño tamaño se escabulló entre ellos hasta llegar a donde Susurro se encontraba.
– ¿Qué haces? –
-Escapo-
– ¿Por qué? –
-Porque quiero-
– ¿Dónde están ilusión y serpiente? –
-No lo sé. Si me vas a atacar hazlo rápido, no tengo tiempo-
-También quiero escapar-
-Perfecto, entonces…-
-Pero quiero llevarme a ilusión y a serpiente-
-Pues es una lástima, porque ninguno de los dos está aquí-
-Dame tiempo-
-No tenemos tiempo-
-Lo lograré-
-Ve y búscalos, pero no te esperaré-
– ¡Bastardo mentiroso! –
Una voz enojada vino desde lejos.
Los encapuchados voltearon para observar a un hombre furioso con los ojos rojos y la boca como un perro rabioso.
– ¡Dijiste que escaparíamos juntos! –
Susurro comenzó a correr a la sala de los círculos tele-transportadores. Silencio lo siguió de cerca y el hombre furioso también.
– ¡No escapes, bastardo! –
Tan pronto como llegó estiró su mano para encender el círculo mágico y asignar las coordenadas.
Sin saber que hacer Silencio se apartó.
– ¡Maldito! – gritó atacando por la espalda.
Con una patada en el estómago Susurro neutralizó a su enemigo o eso parecía.
Sonriente tomó su pierna y usando la fuerza de su cuerpo levantó a Susurro como a un costal de papas y lo azotó contra el suelo.
Con la cabeza dando vueltas y la vista borrosa se levantó y tomó una postura de lucha. Lanzó un derechazo predecible, el otro cayó en la trampa recibiendo una patada en las costillas.
Apretando los dientes, herido y traicionado una idea vengativa llegó a su mente.
No era un mago, para nada, pero algo había aprendido en todos estos años.
Impregnó su maná para dañar el circuito mágico mientras reía eufórico y adolorido.
Su piel se derretía, los músculos de sus dedos se volvían apreciables conforme este continuaba. Las cosas avanzaron hasta llegar a ver sus huesos.
Una onda expansiva recorrió toda la instalación derrumbando a Silencio y Susurro.
El circuito estaba muy dañado, incluso si se concentraba al máximo era imposible alcanzar el lugar en su mente.
Al otro extremo del pasillo Silencio alcanzó a escuchar una voz tan familiar como la suya.
– ¡Silencio! – gritó un chico de cabellos plateados.
El techo se caía, los pilares se derrumbaban sobre ellos y cruelmente un enorme escombro cayó en mitad del pasillo.
Más allá de ese escombro los ojos de Kin no habían llegado y nunca lo harían.
Una gran luz lo cegó.
Por un momento no sintió nada y al siguiente su cara se estrelló contra un suelo húmedo y duro.
La lluvia atacaba sin piedad en ese callejón.
Silencio se arrastraba por el callejón y Kin se mantenía de rodillas mirando al suelo sin producir sonido alguno.
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