El asesino silencioso - Capitulo 45:
En la realidad Kin susurraba, Lenin parecía atormentado y las mejillas de Katia estaban mojadas por sus lágrimas.
Podía despertarlos, pero, ¿Seria eso lo correcto?
Si lo hacia todo este esfuerzo sería en vano, sin embargo, que era peor, ¿Despertarlos o arriesgarse a que continuaran en ese viaje?
Esperando no tener que arrepentirse decidió esperar.
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No podía levantarse, más bien, no quería hacerlo.
Su espíritu y voluntad estaban destruidos, tirados en el suelo como una mierda de vaca.
¿Era su culpa que el abuelo muriera?
La respuesta es un claro no, pero para él, que decidió cambiar el azadón por la espada y las cosechas por las peleas, una espesa niebla de dudas y remordimientos le impedían ver la verdad.
Es un hecho que si Lenin no se hubiera ido la vida del viejo no habría acabado tan pronto, pero esto lo sabía con certeza el anciano, y, aun así, prefirió dejar volar a su nieto que atarlo a una vida de campo.
Atribuyéndose a sí mismo esos pecados, el castigo acababa con él.
-Hola- dijo una voz ronca.
Piensa que es otro castigo, y no se atreve a ver.
Unos pasos lentos, casi arrastrados, se acercan a él.
Un tremendo, poderoso y certero golpe a mano abierta aterrizó en la cabeza del decaído joven caballero.
– ¡Ay! –
– ¡Responde cuando alguien te habla! –
Un anciano robusto, con una barba a medio crecer y un ceño fruncido daba un segundo golpe.
-Y ese para que no se te olvide-
-A… ¿A-abuelo? –
– ¿Qué? –
– ¿E-eres tú? – dijo levantándose.
-Claro que soy yo-
Sus fuerzas volvieron como un vórtice y sin poder contenerlo más se abalanzó como cuando era un niño.
-Ugh. Haz engordado, c-como pesas-
Una infinidad de veces repitió la palabra “abuelo” con una alegría que hace tiempo no sentía.
-Sí, sí, soy tu abuelo. Ahora dime, ¿Por qué estabas llorando? –
Se apartó del abrazo.
-Bien… este…-
Esquivaba la mirada de su abuelo.
-Mírame, cuando hablas con alguien lo ves a la cara-
Con todas las rutas de escape cortadas no le quedó de otra.
-Bien… ¡Perdón por irme, perdón porque moriste porque me fui para convertirme en caballero, perdón por abandonar mi hogar, perdón por…! –
– ¡Cállate! – dijo dando otro golpe a mano abierta.
– ¡Auh! –
– ¡Eres un idiota, si te marchaste de esa casa fue porque yo te lo permití, no creas que no tuve nada que ver con eso! Tu abuela y tus padres deseaban que no siguieras con esa vida miserable de hambre y frio, al igual que yo-
-P-pero…-
– ¡Te dije que te callaras! Escucha esto- dice mientras lo toma por los hombros y mira directo a sus ojos. -No es tu culpa, mi tiempo estaba muy cerca y aunque te hubieses quedado, nada sería diferente. Pégate esto en tu cabeza. No, es, tú, culpa-
Las lágrimas brotaron de sus avellanos ojos y como regalo de despedida, su abuelo lo abrazó con ternura.
-T-t-te… q-quiero… te quiero abuelo- dijo entre mocos y lloriqueos.
-Y yo a ti-
El cuerpo de su abuelo se transformó en pétalos de energía brillante y dorada desapareciendo en la infinidad de la ensoñación.
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Un joven caballero despertó sollozando.
-Lenin, ¿Estás bien? –
Preguntó Abraham acercándose, pero Lenin lo alejó estirando su mano.
-Estoy bien… ¡ay! –
Un repentino dolor lo obligó a mostrar sus lágrimas.
Algo se dibujaba en el dorso de su mano como si un lápiz de metal invisible se moviera por la piel del chico.
Círculos, pentágonos, cuadrados y triángulos, y en el centro un escudo.
– ¿Q-que es esto? –
-Tranquilo, esto es parte de la prueba-
– ¿A q-que s-se refiere? –
-Te lo contare todo, pero antes espera a que ellos despierten-
Lenin comprendió y esperó al lado de Abraham.
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Una pequeña niña se retorcía entre las sabanas y su grito mezclado con llanto llamó la atención.
Abrazando a la niña con un calor tranquilizador y acogedor una dulce voz disipó todo mal.
– ¿Qué tienes mi niña? –
Una mujer de cabello castaño, linda, aunque ruda, mostraba un rostro preocupado y empático.
-T-tuve, una, p-p-pesadilla-
-Tranquila- dijo abrazando a la niña. -Ya pasó, ya pasó. Ahora estoy aquí- continuó consolándola hasta que se recuperó.
Las horas pasaron y el mediodía llegó.
-Katia, ¿Es cierto que tuviste una pesadilla? – preguntó un hombre rubio con preocupación.
-S-sí-
– ¿Podrías contarme? –
Un gruñido provino de la mujer a su lado.
-Es solo para… ya sabes, podría ser una premonición-
-Fue una pesadilla, y si no fue así, no esperes que permita que la lleves con la iglesia-
-Claro que no haría eso, pero es mejor saberlo y así advertirle-
Durante la discusión la niña se encogía de miedo.
-Katia, tranquila, aquí estoy- susurró una niña casi igual a ella.
-Lo siento, bien- dijo el hombre mirando a su esposa para luego pasar a su hija. -Katia, ¿Me contarías que soñaste? –
La pequeña relató lo que recordaba y deseaba olvidar.
-Ya veo, supongo que solo fue una pesadilla-
Alguien tocó con fuerza la puerta principal. Al abrirla el mayordomo tenía la intención de anunciarlo, pero el hombre lo detuvo con un gentil movimiento de su mano.
– ¿Quién es? – preguntó el hombre en el comedor.
Sin prisa y como si el tiempo fuera suyo aquel misterioso hombre caminó hasta el comedor. Cuando llegó y todos lo vieron, habló con una voz rota por los años, áspera, como si su garganta fuera un desierto, pero aun entonaba palabras claras.
-Buenas tardes, familia Collins-
Vestía las prendas sagradas de un sacerdote. El color blanco de la pureza, en el centro, dibujado con hilo dorado, la rueda del hijo elegido y en su mano zurda, un bastón largo que en la punta llevaba la misma rueda.
-Necesito hablar con ustedes, Raphael y Fadia- dijo sonriendo.
Luego de la conversación Fadia salió furiosa y Raphael trataba de evitar que ella realizara una locura. Mientras tanto el sacerdote se retiraba satisfecho.
Los días pasaron y ese desafortunado evento parecía por fin desaparecer.
La niña de cabellos dorados jugaba con unas muñecas de tela junto a su hermana.
La luz de un rayo anunció la llegada de un aterrador trueno.
Las niñas se refugiaron en los brazos de la otra.
Fuertes golpes y gritos de desesperación llegaron.
No… no…
– ¡Ayuda, ayuda! –
Con prisa un mayordomo abrió la puerta y la escena frente a él destrozó su alma, pero de inmediato dio su hombro para…
¡No, no quiero, no voy a ver, no lo haré!
-Y así piensas convertirte en caballera-
Ese comentario lleno de decepción y burla vino de lo desconocido.
– ¿Quién está ahí? –
Volteó esperando encontrar el origen de la voz, pero fracasó.
Raphael, de rodillas torció antinaturalmente su cuello y con un rostro pálido miró a Katia.
-Ojalá pudiera cambiar tu vida por la de tu madre-
Su voz era la de un demonio.
– ¡Basta, basta! ¡Papá nunca diría eso! –
Lo único que se movía era la figura escalofriante de Raphael.
-Eres patética, sin talento, un desperdicio, un error…-
– ¡Basta, basta, por favor detente! –
-Una inútil, una estúpida, una niña mimada que no sabe hacer nada, eres fea, inservible…-
– ¿Qué haría un caballero? – preguntó indiferente la misteriosa voz.
– ¿Eh? –
– ¿Qué haría un caballero? Dices querer convertirte en uno, pero no actúas para serlo-
– ¿Y qué quieres que haga? No para de insultarme-
-Entonces detenlo-
– ¿Cómo? –
-Con lo que tienes en la mano-
Por intuición miró su mano derecha, donde una espada yacía ahí.
– ¿Qué haría un caballero? –
Pensó en acabar con esa parodia de su padre, dio un paso y…
-Te equivocas. Intenta otra vez-
– ¿Qué? Me dijiste que lo detuviera con lo que tengo en la mano-
– ¿Qué tienes en la mano? –
El lugar de la espada había sido reemplazado por nada.
-Pero, ¿Qué? ¿Y la espada? –
– ¿Qué haría un caballero? –
– ¡Ah! ¡Ya me tienes…! –
Una pequeña niña lloraba a cantaros.
Se había enojado con su madre por no comprarle algo, saltando del carruaje y corriendo por las calles de la capital.
Le temía a nunca más volver a casa, a no ver a su hermana, a mamá y papá. Su corazón se encogía de pensar en estar perdida para siempre.
-Hola niña, ¿Te perdiste? –
Fue un amable y gentil caballero de armadura no tan brillante quien se arrodilló y extendió una mano a la niña.
Asintió con la cabeza.
-No te preocupes, si quieres súbete a mis hombros y juntos buscaremos a tus padres-
Negó con la cabeza.
-No quiero ver a mi mamá, estoy enojada-
– ¿Por qué? –
-No me compró lo que quería-
– ¿Ya no quieres a tu mamá? –
-Eeehh…-
Eso la tomó desprevenida.
– ¿Por qué crees que tu mamá no te compró eso? –
-Eeehhh…-
-Estoy seguro de que tu madre te quiere, pero no siempre puedes tener todo lo que deseas. Tal vez mamá no tenía dinero para aquello que querías o quizá, ella pensó que terminarías tirándolo. Dime, lo que querías, ¿En realidad si lo necesitabas? –
-Hmm. N… no…-
-Bien, ¿Te parece si buscamos a tu mamá? –
-Si- respondió en voz baja.
No duraron mucho cuando una preocupada madre vio a su hija en los hombros de un hombre. El caballero bajó a la niña, pero al darse cuenta de quién era la madre, recordó algo más.
-Lo siento mucho, señora Collins-
– ¿Por qué se disculpa? –
-Hoy no limpie mi armadura y por eso el vestido de la señorita ahora está sucio. Por favor perdóneme- dijo bajando la cabeza.
Con sus delgadas, pero fuertes manos, la mujer tomó la barbilla del caballero levantando su rostro.
-Si el precio a pagar por tener a mi hija de vuelta es un vestido sucio, lo pagaré con gusto. Siéntase orgulloso de su labor-
-Me honra escuchar eso-
-Adiós, despídete Katia-
-Adiós caballero, muchas gracias- se despedía con una sonrisa brillante.
El caballero se perdió entre la multitud y las dos mujeres caminaron de vuelta al carruaje.
Fadia estaba por reprenderla, pero la niña se le adelantó.
-Lo siento, mamá-
Fadia sonrió y rebuscó la razón de esa demostración de madurez.
– ¿Ese caballero te ayudó? –
-Sí, él me dijo que no siempre puedo tener todo lo que deseo y que a veces no hay dinero. Perdón, no lo sabía-
-Me alegra que lo hayas entendido-
-Mamá, quiero ser un caballero- declaró sin vergüenza.
– ¿Q-qué? Todavía sigues con eso-
-Quiero ayudar a las niñas perdidas, así como ese caballero me ayudó a mí-
Con una dulce mirada Fadia vio a su hija y con una voz cálida como una camisa al sol, le dijo.
-Sé que te convertirás en una gran caballera, pero ahora, vamos a casa-
-Sí- respondió sonriente.
La escena se desvanecía, pero ella lloraba de rodillas.
¿Cómo pude olvidar eso?
Lo siento mamá, lo siento papá, lo siento hermana.
-No te disculpes, llora, y levántate-
Cuando volteó la dueña de esa voz ya no estaba.
Lloró y lloró hasta sentir el corazón vacío, la garganta seca y los ojos hinchados.
Forzó sus piernas a levantarse, se enderezó y levantó la mirada al plano blanco y vacío.
Servir, proteger y ayudar. Servir, proteger y ayudar. Servir, proteger y ayudar.
Se repetía como un juramento.
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Llena de lágrimas Katia despertó en aquel campo cubierto de árboles.
-Katia, ¿Cómo te sientes? – preguntó Abraham.
-Mucho mejor, yo, ¡Ay! –
En su mano diestra aparecieron las mismas figuras que a Lenin, pero en el centro no había un escudo, sino unas botas con alas.
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