El asesino silencioso - Capitulo 47:
Antes de que el sol saliera un encapuchado caminaba por los pasillos de la academia.
Un sonido de placer llegó a sus oídos.
Podía ir por otro lado, pero eso le tomaría más tiempo y no es como si fuera a intervenir.
Los gemidos venían de una habitación donde la puerta tenía escrito, taller de costura, Profesor Calvin Duval.
Los Duval eran la familia de sastres exclusivos de la familia real y de cualquiera que pudiera pagar sus servicios.
Pieles chocando y gemidos de placer se intensificaron, y de repente se detuvieron.
– ¡Detente! – gritó alguien desde adentro.
La puerta se abrió con brusquedad y un hombre calvo y completamente desnudo, y con el “asunto” muy despierto, se acercó hasta Kin tomándolo por los hombros.
– ¡Tú eres el tipo que peleo contra ese tipo raro con abejas! –
-Si- respondió con calma.
– ¡Ven a mi taller! –
Escondiéndose en el marco de la puerta una mujer se asomó.
-C-cariño, ¿No vamos a acabar? –
– ¡Cierto! ¡Espera unos minutos! –
Sentado apoyado contra la pared escuchó por más de diez minutos los gemidos de la mujer y los gritos del hombre.
Con las ropas arrugadas y el cabello alborotado la mujer se retiró esquivando al encapuchado.
Aun desnudo el hombre le hizo señas para que pasara.
Sin ninguna prenda el hombre cruzaba sus piernas indicando que se sentara.
– ¿Eres quien peleó contra ese tipo con abejas? –
-Si-
– ¿Sabes quién soy? –
-Calvin Duval-
-Excelente- se levantó de golpe, así como su ropa interior. -Tú salvaste mi vida aquella noche y mi conciencia no me dejará en paz hasta que te devuelva el favor-
– ¿Qué puedes hacer? –
-Sabes quién soy y preguntas algo como eso, ja, ja. ¡Que no es obvio! ¡Te haré el mejor traje que tu piel haya sentido! –
Sus gritos eran los de un lunático enfurecido.
– ¿Puedo hacer una petición? –
-Habla-
Utilizando todo el vocabulario que Raphael le inculcó hizo la descripción.
-Un conjunto de cuero negro, pantalón y gabardina, bandas para cuchillos arrojadizos, una funda para una pistola gancho, botas con punta de acero con un compartimiento para dagas, un cinturón donde colocar una bolsa mediana y una capucha individual. Las botas te las traeré yo-
– ¿Enserio? Esa porquería, ¿No se te ocurre nada mejor? –
-Hmm… ¿Podría añadirle un grabado? Una rosa en el hombro izquierdo-
-Bueno, algo nuevo para variar. Tomare tus medidas para que te largues-
Ahora el sol iluminaba los pasillos.
La academia, más que una institución del conocimiento y la educación, era un lugar donde formalizar lazos. Por ello era normal ver a los estudiantes tener una sola clase obligatoria y que durante el resto del día estos socializaran.
La mayoría ya había recibido la educación adecuada en base a su posición social, sus futuras tierras y su círculo social. Este tiempo era para ascender en la jerarquía.
– ¡Hey tú, el encapuchado! –
A unos metros, un joven de buen ver, de cabello negro y ojos cálidos, le llamaba con una sonrisa que no expresaba alegría, pero tampoco malicia.
-Por fin tengo el placer de charlar contigo. Mi nombre es Thomas Ward, hijo de…-
– ¿Qué quieres? –
-Oh, sí, olvide que eras… así. Solo quiero saber cómo fue que alguien como tú pudo acabar con ese tipo y sus súbditos-
-Tuve ayuda-
-Sí, sí, eso ya lo sé, pero cómo es que fuiste más capaz que docenas de hombres armados y entrenados-
-Se más exacto-
-Eres un dolor de cabeza. Cómo es que un solo hombre, con ayuda de gente sin entrenamiento pudo acabar con un invocador y sus súbditos. Para ser mucho más precisos, ¿Cómo es que eres tan hábil? –
-Lo aprendí-
-Así que es eso. Sucio y mundano instinto de preservación. ¿Y ya? –
-Si-
El joven se marchó frustrado, pero no lo demostró ni en pasos y postura.
Hoy me están interrumpiendo mucho. Pensó bajando las escaleras.
Pasos apresurados se escucharon y hubiese chocado con la dueña de ellos si no fuera por sus reflejos.
– ¡Ah! –
-Te tengo-
Una chica de uniforme rojo y cabello lizo oscuro estuvo a punto de besar el suelo.
-E-e-e-eh, ¡Perdón, este…! –
– ¿Estás bien? –
Su voz, mecánica y fría, envolvía en seguridad.
-S-sí, m-muchas gracias-
-Ten cuidado-
-Sí, e-eh, adiós-
Luego de tantas interrupciones por fin llegó hasta la cabaña donde un fuerte ronquido atravesaba las paredes.
Tocó tres veces y el hombre dentro habló somnoliento.
– ¿Qué quieres? –
-Tu trabajo inicio hace media hora. Quiero respuestas-
– ¿No pudiste esperar a que me levantara? Olvídalo. Adelante, pasa-
La cabaña era acogedora y en la chimenea aun había brasas. El suelo era de piedra y dos pieles de oso, sin la cabeza, funcionaban como alfombra.
– ¿Qué quieres saber? – dijo sentándose en un sillón grande.
– ¿Qué fue esa prueba? – dijo de pie.
-Quien me la enseñó la llamó El renacimiento. Ella dijo que era un viaje donde afrontabas los problemas del pasado y que durante todo ese viaje desbloqueabas tu fuerza interna-
– ¿Por qué me habló un muerto? –
Al decir eso se notó un tanto alterado.
-Para completar el viaje necesitas la ayuda de un ser querido que haya fallecido, solo ellos pueden llegar a ti durante el viaje-
– ¿Por qué no nos lo dijiste? –
-Creí que si les contaba se asustarían y no harían la prueba. Estaba listo para asumir la responsabilidad-
Indiferente a eso Kin preguntó.
– ¿Cuál es mi poder? –
-Todos tenemos diferentes poderes. Lenin tiene el de la protección, Katia el de la velocidad y tú, el de un berserk-
– ¿Cómo lo uso? –
-Tendrás que averiguarlo por tu cuenta. Imagina que es como aprender a caminar-
-Ya veo. Gracias, adiós-
Despidiéndolo con la mano Abraham volvió a su sueño en el sillón.
Las mujeres les gritaban a los niños, los mercaderes anunciaban sus productos y los guardias patrullaban.
A la entrada de un local de alto prestigio un guardia ahuyentaba a un niño harapiento.
De carretas bajaban comidas, telas, joyas y/o productos exóticos.
Siguió su camino, pero un escándalo lo hizo volver. Era el local.
– ¿Qué sucede? – preguntó a un hombre cercano.
-N-no lo sé, escuché unos gritos y luego apareció fuego-
Pensando en que esta sería una buena oportunidad para aprender sobre su nuevo poder decidió entrar, pero no por la puerta principal.
Desde un callejón accedió a un techo con la pistola gancho donde vio a dos encapuchados vigilar la puerta trasera.
Se le ocurrió una idea, aunque arriesgada.
-Hey, ¿Qué haces aquí? –
-Se me hizo tarde-
– ¿Y esa ropa? – dijo apuntando con el dedo.
Con un golpe veloz atacó la garganta del primero y al segundo lo golpeó en la nariz. Y con una daga acabó con ambos
Revisando sus cuerpos encontró algo que deseaba jamás volver a ver. En el cuello de ambos, estaban los tatuajes de un asesino.
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