El cazador de elegidos - 0.2
Una majestuosa jungla se extendía hasta el horizonte, como si fuera una alfombra verde infinita cuyo propósito fuese adornar el mundo entero. No obstante, durante ese día, la hermosura del lugar fue opacada por un cielo gris que advertía sobre una tempestad que se avecinaba. Naturalmente, las criaturas del bosque se alborotaron en búsqueda de refugio.
A diferencia de los animales, un grupo de individuos avanzaban por un camino fangoso e ignoraban la tormenta inminente. Se trataba de una caravana que marchaba con lentitud.
Esta caravana estaba principalmente conformada por una fila de esclavos que caminaban en línea recta y tiraban sin cesar de una cadena. Esta cadena estaba acoplada a un vehículo pesado.
Debido a su tamaño y peso, el vehículo demandaba muchísimo esfuerzo de cada uno de los hombres que tiraban de él. Debido a ello, parecía que cada jalón les restaba vida.
Estos hombres estaban en pésimo estado: vestían solo con un taparrabos que dejaba al descubierto sus pálidos y enflaquecidos cuerpos. Sí, ellos eran esclavos que mostraban miradas vacías, y cuyas cicatrices en la piel evidenciaba su constante sufrimiento.
Por supuesto, también había soldados montando a caballos. Ellos azotaban sin piedad a cualquier esclavo que realizara un trabajo ineficiente.
—¡Avancen, basuras! —Exclamó un soldado mientras flagelaba sin misericordia a un esclavo.
—N-no puedo más… —dijo a duras penas ese mismo esclavo. A él le temblaron las rodillas hasta que perdieron toda su fuerza, por lo tanto, contra su voluntad, el esclavo cayó y esto causó que la caravana se detuviera.
—¡General! —Llamó el soldado tras ver con indignación a semejante esclavo holgazán.
Entonces se acercó otro hombre cabalgando. Este tenía puesto una armadura más llamativa que la de los demás soldados, además, en la punta de su yelmo había una pluma roja, esto indicaba que él era el general.
—Ya no nos sirve de nada —habló el general, quien le escupió con desprecio al esclavo que yacía tirado en el suelo—. Sólo nos va a retrasar y la tormenta ya está aquí. —Entonces giró su cabeza hacia el soldado que antes lo llamó—. Quítale los grilletes y mátalo, es una orden.
—¡Así será, señor! —Inmediatamente el soldado se bajó del caballo, le quitó los grilletes al esclavo, desenvainó su espada y la blandió para decapitarlo.
Por otro lado…
«¿Otra vez?», pensó otro de los esclavos que observaba la escena. «Eres el tercero el tercero. Adiós, amigo».
La cabeza de su “amigo” se desprendió de su cuerpo debido al filo de aquella espada que atacó. Entonces, como si fuera un balón, la cabeza cortada rodó y dejó una línea de sangre oscura en el barro, pero luego empezó a caer un aguacero que limpió la sangre que fluctuó por la tierra.
A los demás esclavos no parecía importarle lo que acababa de suceder; todos estaban callados.
—La tormenta ya está aquí —afirmó el general—. ¡Avancen más rápido, porquerías! —Empezó a azotar a los esclavos aún más.
Y siguieron tirando de la carroza, dejando atrás el cadáver de su compañero.
«¿Cuál es el sentido de la vida?», se preguntó en su interior el mismo esclavo de antes. «Cuando era niño, mi familia me vendió a un mercader y desde entonces solo he conocido el sufrimiento».
Sus rodillas le empezaron a temblar y las pesadas gotas de lluvia más y más enfriaban su cuerpo.
«Ya ni siquiera recuerdo mi nombre», siguió pensando.
Sus pies desnudos y llenos de callos bajaron la frecuencia con la que avanzaban.
Mientras tanto, el general centró su atención en aquel esclavo inútil, así que se le acercó.
—Número diez… —Le dijo el general, a la par, se oyó el característico ruido de una espada siendo desenvainada—… ya no sirves.
«¿Número diez? ¿Ese es mi nombre?», pensó el esclavo, quien no le dio mucha importancia a la amenazante espada que apuntaba hacia él. Entonces él cayó de rodillas y nuevamente la caravana se detuvo.
«Llevo tanto tiempo esperando este momento… Al fin seré libre. Adiós a las cadenas de la esclavitud. Gracias, ha llegado la hora de descansar», razonó Número diez en su interior. Por supuesto, él sabía muy bien qué era lo que estaba a punto de pasarle.
Por lo tanto, Número diez alzó la vista al cielo y cerró sus párpados esperando su “liberación”: la muerte.
—No se le debe poner un yugo compartido a un toro herido, pues retrasará a su compañero. Es por eso que nos deshacemos del ganado enfermizo como tú —insultó el general, y se preparó para cortar el cuello de Número diez.
Quizás compararlo con ganado no era apropiado. Más bien, Número diez era una herramienta, y cuando una herramienta deja de servir, lo normal es deshacerse de ella. No, tal vez compararlo con una herramienta era demasiado, pues sus dueños incluso lo consideraban como algo inferior a una pala de madera.
«Así que este es el sentido de la vida: nacemos para sufrir y luego morir. Al fin he hallado la respuesta a mi pregunta», Número diez razonó en su interior.
Él había perdido por completo el deseo de vivir. No era simplemente una idea repentina, sino que fue un anhelo contranatural que nació en su corazón hace mucho tiempo, cuando perdió todo tipo de esperanza.
En efecto, él no tenía esperanza… Era así, hasta este día…
Cuando el viento silbó alarmante, como si fuera un ente que te advertía de algo siniestro; en ese momento en el que el ambiente se sintió pesado, como si una carga invisible te aplastara; ese día, cuando la jungla se oscureció tanto que en comparación un manicomio te parecería un lugar más agradable…; ella habló:
«Este no será tu fin. Te mostraré el verdadero significado de la vida». Una voz femenina y de tono maligno resonó en la mente de Número diez.
Confundido, el esclavo abrió sus ojos y miró a los lados tratando de comprender de dónde provino dicha voz, pero no detectó a ninguna mujer cerca.
Sin darle tiempo para entender lo ocurrido, la tormenta se intensificó y el viento se volvió tan fuerte, que tambaleaba a los mismísimos robles de la jungla. Después empezaron a caer varios rayos cerca de la caravana, esto aterró a los soldados.
El general se quedó helado al notar el peligro al que se enfrentaba.
—¡¿Q-qué está pasando?! —Gritó el general, quien guiado por sus instintos abandonó la idea de matar al esclavo y se montó en su caballo.
—¡Señor, larguémonos de aquí! ¡Debemos buscar un refugio cuanto antes! —Sugirieron varios soldados.
Debido a los abundantes estruendos, los caballos se asustaron e intentaron huir; los soldados se dejaron llevar por estos y avanzaron por un camino inclinado.
Sin embargo, mientras huían, la tierra empezó a temblar desequilibrando así su andar. Muchos se desplomaron o fueron aplastados por sus mismos caballos.
«Observa como le doy sentido a tu vida», continuó resonando dicha voz macabra dentro de la mente de Número diez.
«¿Quién eres? ¿Qué eres?», le respondió el esclavo con sus pensamientos.
A lo lejos, él contempló como un rayo impactó contra el tronco de un árbol y lo derribó instantáneamente, este cayó justamente sobre los soldados que huían y los aplastó. Fue una muerte tan inmediata e indolora, que podría considerarse demasiado piadosa para esos abusadores del poder.
—Al fin se ha hecho justicia. —Por fin Número diez comentó con orgullo. Para esta herramienta humana, fue placentero observar la muerte de aquellos que le dieron un mal uso. Ni siquiera él se imaginó que podría sentir esa clase de satisfacción.
«¿Quieres hacer más justicia? ¿Quieres abrir el camino y liberarlos a todos? ¿Quieres descubrir qué es la vida?”, continuó sonando la voz malvada en su interior.
«¡Sí quiero hacer justicia, abrir el camino, liberarlos a todos y descubrir qué es la vida!». Respondió él con sus pensamientos.
«Pasaste la prueba. ¡Eres mi elegido! Entonces…». La voz siniestra sonó con deleite.
Por otro lado, el tronco que antes se derribó empezó a rodar a la dirección en la que estaban todos los esclavos. Ellos se llenaron de miedo porque estaban a punto de ser aplastados, pero solo podían esperar su muerte segura ya que estaban atados a las cadenas y no podían huir.
Al mismo tiempo, el terremoto se intensificó y una grieta se abrió en el suelo. Cientos de árboles fueron tragados por la grieta y terminaron en un lago de lava.
Finalmente, la grieta y el tronco llegaron adonde estaban los esclavos.
Algunos fueron aplastados, otros fueron devorados por la glotona tierra.
«Te libro de las cadenas de la esclavitud y…», y la voz diabólica retumbó.
Entonces, sobrenaturalmente, las cadenas y grilletes de Número diez se partieron en cientos de pedazos.
Él se levantó e intentó huir, pero no tardó mucho en ser alcanzado por la grieta y pronto sería calcinado por el magma del fondo.
—Así que hoy sí voy a morir, —aceptó él cuando caía—. Al menos viví para verlos morir.
Y cuando Número diez estaba a un segundo de caer en el lago de lava…
«Entonces… ¡Sé mío!». La voz perversa en su mente habló.
Y rayos rugieron con ira.
Tan repentino como inició, el terremoto acabó, la grieta se cerró, la tormenta se calmó y el cielo volvió a verse azul.
—Este es el comienzo del final —afirmó el general, el único sobreviviente. Él se sorprendió y trató de comprender el fenómeno que acababa de ocurrir.
No obstante, antes de darse cuenta, su cuerpo estalló en miles de pedazos y su sangre regó la vegetación del lugar. Bueno, difícilmente las plantas necesitarían los nutrientes provenientes de un individuo tan putrefacto como él.
Y antes de morir, lo último que escuchó este general hecho picadillo fue:
—Ya no sirves para nada. —Resonó como eco una voz masculina que no logró identificar.
Comments for chapter "0.2"
QUE TE PARECIÓ?
muy bueno
karma instantáneo, ojalá hubiera tenido la misma suerte el otro esclavo, buena novela te mandaste, me leeré el siguiente 😎👏
pos si… cortita pero esta bueno
Creo que número 10 al no tener la oportunidad de imaginar que era vivir sin miedo, ni explorar la vida. No tenía nada que perder. No tenía miedo de estar vivo en ese mundo y tampoco de morir.
Súper intenso éste capítulo 😟