El cazador de elegidos - 10.5
Parte 3
En un amplio pasillo provisto de todo tipo de lujos, cuyo suelo de mármol azul estaba tan pulido que reflejaba perfectamente la ambarina luz que emanaba de las flores de Ichork, y de ventanas que estaban perfectamente diseñadas con marcos y rejillas que efectuaban patrones elegantes; evidenciaba que el personal de limpieza y los interioristas realizaban un trabajo magistral.
Entre otros detalles, en los pasillos había cuadros en algunas paredes dividida en columnas. Las pinturas trasmitían un mensaje difícil de interpretar y los macizos pilares negros tenían cincelados en sus esquinas la forma del emblema del castillo. El techo estaba tan alto que permitía que se guindaran estandartes rojos que tenían cosido el emblema del castillo, cuyo símbolo era una roca con forma de espiral aplastando la cabeza de un dragón, los ojos del mismo tenían la forma de una “A”, cosa cuanto menos extraña. Por alguna razón, estos estandartes tenían algo que los hacía brillar y que evitaba que las auroras espectrales —que era causadas por la serpiente de cuatro cabezas— los opacase.
Sin embargo, en medio de los elegantes pasillos, una enorme arma de cuatro hojas filosas levitaba a unos treinta centímetros sobre el suelo y avanzaba a la misma velocidad con la que camina una persona promedio. Sobre ella, dos Elegidas estaban de pie y aduras penas se esforzaban por mantener el equilibrio.
Aunque era toda una locura usar un “medio de trasporte” como ese en un lugar así, en cierto sentido el diseño de aquel pasillo lo permitía, así de ancho era.
—Es realmente surrealista pensar que te dejan usar esta cosa acá dentro. —Musitó Amaltea.
Ella estaba detrás de la princesa y sobre una de las hojas. Amaltea tenía dibujada una sonrisa satisfactoria, o la misma expresión que haría un emperador cuando sus planes salen al pie de la letra. La razón de este gesto era que la Elegida veía entretenida a la “estúpida princesa”.
—Adha, adha. Adhara no saber que significar “surrealista”. Lo que Adhara sí saber… —Intentó decir Adhara, pero casi tan rápido como habló, fue igual de veloz como la interrumpieron.
—No tengo ni una pizca de interés en lo que sepas o no, o hasta donde llegue tu insignificante intelecto. Lo que sí quiero saber es: ¿cuánto falta para llegar a la biblioteca?
Estaba claro que el respeto que ella le tenía a la princesa o al Rey era casi nulo. Amaltea confiaba demasiado en su habilidad y en el capricho del Rey, así que no se preocupa por posibles consecuencias. Por otro lado, la personalidad de ambos justificaba el poco respeto que ella les tenía.
—Adha, adha. Oh, oh, pero si Adhara ser muy inteligente. —La niña se llevó el dedo índice a sus suaves labios y miró al techo pensativa. Luego se giró hacia Amaltea—. Y madrastra ser muy “impadhiente”. Recién, Adhara y chica rosa haber salido de cuarto. Tata.
—Si sigues diciéndome así, me estallará la cabeza —En efecto, Amaltea tenía la mano en la frente como si le doliera cada vez que Adhara la llamaba por “madrastra”—. Como sea, igual no respondiste a mi pregunta.
—Adha, adha. ¡No! No, si a madrasta cabeza explotar, ¿cuál ser nueva madre amiga de Adhara? Tata.
—Niña… —Amaltea frunció el ceño con obstinación y engruesó su voz.
—Adha, adha. Ya, ya… Biblioteca estar en el piso de abajo. Nosotras ya casi llegar. Tata. —Adhara se giró al frente y se concentró en guiar más eficientemente su “medio de transporte”, el arma.
—Piso de abajo, eh…
—Buenas tardes, princesa… —Por el pasillo pasó un sujeto y se dirigió a la princesa inclinando sutilmente el torso en señal de respeto, después continuó con su camino.
Por los pasillos del castillo siempre pasaban varios individuos que realizan determinadas labores. Ya que la princesa usualmente se paseaba con su arma justo por el lado derecho del pasillo —donde estaban las ventanas—, entonces la mayoría de las personas andaban por el lado izquierdo. Es de sentido común, si se atravesaban por el camino del arma, era altamente probable que fuesen cortados.
También les era obligatorio saludar cada vez que vieran a alguien de la familia real o cualquier otro superior, es una muestra de respeto.
Amaltea aprovechó y miró por una de las ventanas mientras avanzaba. Logró observar el montón de torres que se conectaban con el domo central, le llamó mucho la atención ver que se hallaba en un lugar alto, probablemente se encontraban entre los últimos pisos del castillo.
Posteriormente llegaron a unas escaleras que iban al piso de abajo, al lado de las escaleras había una rampa no muy inclinada. Esto permitía que el personal del castillo pudiese llevar cosas con más facilidad, como mezas camareros. No obstante, en contra de su propósito original, Adhara usaba esa rampa para subir o bajar junto con su arma. Esta rampa si no era muy ancha y el arma pasaba a duras penas. Esto significa que si alguien estuviese subiendo en ese momento… sería cortado.
—Prospera salud, princesa —subiendo por las escaleras, saludó una sirvienta humana que se esforzaba en subir un camarero escalón por escalón.
“Qué ironía, incluso esta tontería molesta el funcionamiento de las instalaciones, ja”, pensó Amaltea.
—Adha, adha. Adhara recomendar que chica rosa mantener bien el equilibrio o si no poder caer. Tata. —Ignorando el monótono saludo, la princesa se dirigió a Amaltea, quien estaba en mala posición desde que entraron en la rampa, pronto sus piernas vacilarían y caería.
—No es como si esté acostumbrada a viajar en cosas que flotan. Además, no me caeré, es absurdo suponer que soy torpe e incompetente. —Con mucha arrogancia, añadió ella con el rostro arrugado como de costumbre.
—Adha, adha. Oooh, ¿en serio? Adhara darse cuenta que amiga ser increíble. Tata. —Haciendo la forma de un circulo con su boca, Adhara reflejó admiración hacia Amaltea sin razón aparente.
—Si antes dudabas de ello, es insensatez. —Arrugó más el rostro.
—Adha, adha. Chica rosa deber saber que cuando tu rostro arrugar, rara te ves. Ja, ja, ja, ja. Tata.
—Absurdo, de lo raro a lo único hay un corto trayecto ¿sabes, insecto?
—Adha, adha. Oooohhhh, Adhara nada entender, lo que sí, es que amiga genial es. Madrastra hablar muy bien… ¿”elocuendhia” es? Padre apreciará mucha esa boquita. Tata. —dijo con inocencia y sin mala intención, pero con mucho peso en sus palabras sin siquiera darse cuenta.
—Dios mío, no otra vez… que asco, creo que vomitaré…
Justo cuando Adhara terminó de declarar su recién nacida admiración, y tras Amaltea llevarse las manos al abdomen tratando de contener sus ganas de vomitar al malentender aquel comentario; terminaron de salir de la rampa y llegaron a una sala muy grande. Allí había muchos guardias y delante de las paredes había varios soportes de Allidentista, el mismo aguantaba un cristal de teletrasporte de los rojos… lo que significaba que…
—Esto es como una Terminal de Viajeros dentro del mismo castillo, supongo. —dijo Amaltea justo cuando se le pasó su malestar.
Las llamadas “Terminales de Viajeros” o “Centrales de Teletrasporte”, eran edificios construidos especialmente para que cualquier individuo viajara de un estado a otro con la ayuda de un cristal rojo de teletrasporte. Estas centrales tenían muchísimos cristales y cada uno podía llevar a la persona a un único punto, es decir, a otra central que esté en el estado al que se desee viajar.
—Adha, adha. Chica rosa se equivoca… Estos cristales solo llevar a otras torres del castillo, o cualquiera de la capital. La central que lleva a otros estados muy lejos sí estar. ¡Ya amiga verá, más tarde una usar para ir a dulces comprar y después ver a humanos ser torturados, claro está! Tata.
—Ya veo, no es una terminal ordinaria… Que inconveniente.
—Adha, adha. Madrastra no deber preocuparse por estar en feas terminales, amiga estará en capital para siempre como la madre de Adhara. Tata.
Adhara aplaudió y tarareó una canción por la emoción. Ya que se distrajo en mantener su habilidad, el arma flotante se sacudió un poco.
—De ninguna manera… Y oye ¡Concéntrate!
—Adha, adha. “Pedhona, pedhona”. Tata.
Ellas continuaron avanzando por la sala, los guardias que custodiaban los cristales saludaban a la princesa conforme ella pasara a su frente. De repente, el rostro de Adhara resplandeció en una abrumadora alegría, como si hubiera visto un animal tiernamente cautivador; sin embargo, el receptor de su brillante mirada no era una tierna mascota, sino una niña más o menos de su misma edad y que cuyo físico no era atractivo, más bien era “brusco”, podría decirse. Se trataba de una niña que tenía muchas cicatrices por todo su cuerpo, las mismas arruinaban su belleza, pero Adhara no se centraba en eso.
Esta niña apareció al final de un pasillo que conectaba con la sala en la que estaba Adhara.
—Adha, adha. ¡¡¡Esa ser Anthe!!! ¡¡¡Amiga Anthe!!! ¡¡¡Amiguis!!! Tata.
Adhara movió su brazo izquierdo y apuntó a donde estaba la niña llamada “Anthe”, el arma obedeció a este movimiento y, la fuerza inobservable que hacía posible que la misma flotara y se moviera, hizo que se desplazara a la dirección ordenada.
—¿Eh? ¿Qué pasa? ¿Por qué cambias de dirección de repente? —Se quejó Amaltea, originalmente ellas iban recto sin tomar desvío alguno, por lo que Amaltea asumió que la biblioteca estaba en esa dirección; no obstante, la niña cambió la trayectoria de improvisto, así que la confusión que denotaba Amaltea era justificable.
—Adha, adha. Adhara ir a saludar a amiga Anthe. Adhara querer abrazar a amiga Anthe. Adhara amar a amiga Anthe. Adhara querer jugar con amiga Anthe. Tata.
—¿Es en serio? ¿no puede ser en otro momento? No seas absurda, recuerda que íbamos a la biblioteca, niña. —Amaltea exhaló aire con frustración y se llevó los dedos al ceño.
—Amiga, amiga, amiga, amiga, amiga, amiga, amiga… —Repetía Adhara con un tono obsesivo, haciendo oídos sordos y no desviaba su mirada en ningún momento de la niña.
—Raro… Aunque… si solo es un saludo tampoco es que sea un problema… eso espero. —Aceptó ella.
Finalmente llegaron delante de la niña, Adhara inmediatamente saltó del arma flotante y se abalanzó para abrazar a su amiga. Estaba tan emocionada que se distrajo totalmente en mantener su habilidad de telequinesis y, a consecuencia, una Amaltea que aún estaba parada sobre una de las filosas hojas perdió el equilibrio justo cuando el arma cayó abruptamente, y se creó un sonido similar al que hace una olla al caer al suelo, multiplicado por diez; claro.
—Auch, estúpida princesa. —Amaltea se aporreó las rodillas y quedó un poco aturdida, no era nada grave, pero sí desagradable.
—Adha, adha. Hola amiguita de Adhara, amiga, amiga. Adhara mucho te extrañaba. Adhara por fin volverte a abrazar. ¡Adhara estar muy feliz! Tata. —Como si la existencia de Amaltea fuese borrada de su mente, Adhara continuó abrazado a su amiga con euforia.
—Ohw. ¿Princesa? Princesa… Sí, eres la princesa. ¡Realmente eres la princesa! ¡¡Mi amiga la princesa!! ¡¡¡Mi princesa!!! —Respondió la receptora del abrazo, ella tardó un rato en entender lo que ocurría, y su frio rostro reflejaba lo despistada que era. No obstante, su frialdad desapareció convirtiéndose en alegría y correspondió al cálido abrazo.
—Adha, adha. Adhara tenía mucho tiempo que no veía a amiga Anthe. ¿Qué “estudho” haciendo amiga Anthe durante todo este tiempo? —Aun manteniendo su alegría y separándose del abrazo, preguntó Adhara con ternura.
—Yo… yo… yo estuve… ¿Qué estuve haciendo? No recuerdo que era lo que hacía… —Relajó mucho su cabeza mientras pensaba, incluso su mejilla tocó su hombro encogido—. Ah sí, jugaba con mi papi, o eso creo… tal vez, no lo sé, eso supongo… —Cada una de sus palabras estaban llenas de dudas y su voz era ronca.
Anthe tenía cabello de tono verde claro, unos ojos con forma de bellotas color morado, poseía dientes triangulares como los de una bestia y vestía un precioso vestido.
—Adha, adha. ¡Yupi, yupi! —La princesa empezó a dar brinquitos y a aplaudir con emoción—. Jugar con papi, Adhara también eso estuvo “adhiendo”. ¡Ah! ¡Oh! ¡Uh! Adhara casi olvidar, Adhara madre nueva pronto tendrá. Adhara te la presentará. Tata.
Adhara tomó la mano de su amiga y la llevó delante de Amaltea. Amaltea miró a ambas niñas, ella se paró derecha y miró con odiosidad. Por supuesto, para ver a las niñas ella debía mirar abajo, pues medía un metro setenta y las niñas un metro treinta. La diferencia era bastante.
—Adha, adha. Esta ser la amiga de la infancia de Adhara, Anthe Castella. Y, Anthe Castella, ella ser la nueva madre amiga de Adhara, Amaltea Vertengeir, apellido que pasara a ser “De Luke” pronto, claro. Tata.
Aunque fue fugaz, la expresión de Amaltea se ensombreció al escuchar “amiga de la infancia”.
—Tiff, maldita. —En respuesta, Amaltea chasqueó la lengua, miró a otro lado y se cruzó los brazos.
—Oh, Vertengeir… he escuchado ese apellido antes… ¿Dónde fue? ¿De padre o madre era? No lo recuerdo… —Anthe se quedó un rato pensativa—. Bueno esto… es un gusto conocerla, Amendis Vertengeir… ¿O era Amaltea? Jum, ya no lo recuerdo. —Susurró Anthe y extendió su mano cordialmente.
—Que descaro… primero haces que me caiga de rodillas y ahora me presentas a una niña que es más tonta que la encarnación de la tontería. Definitivamente tu reinado será un caos. —Amaltea le reprochó a Adhara, luego extendió el brazo y saludó a la niña, no era un saludo sincero por supuesto.
—Adha, adha. ¿Encarna qué? Adhara nada entender. Tata. —Preguntó Adhara, mientras se mascaba las uñas tratando de entender que significaba esa palabra.
—Y decirte “tonta retardada” sería sobrevalorarte, princesa. —Suspiró.
Justo cuando Amaltea terminó de burlarse de las muchachas, se observaron dos siluetas que aparecieron a espaldas de las niñas.
—Parece que eres repugnantemente mala a la hora de tratar con niños, osada señorita Amaltea. —Se escuchó una voz masculina proveniente de uno de los nuevos sujetos.
Era un hombre de largo cabello rubio amarrado con una coleta al estilo chonmage. Este caminaba como todo un samurái. Por alguna razón, se encontraba todo herido, con moretones en su cuerpo característicos de los golpes.
—Y eso es lo que la hace tan encantadora, ¿no crees, Aldebarán Castella? —Añadió el otro sujeto. Él también tenía un largo y liso cabello rubio. Era: Arturo De Luke, el Rey del mundo. Sorprendentemente, se mostraba preocupado, muy preocupado por algo. Aun así, cuando vio a Amaltea no pudo ocultar su sorpresa—. Que inesperado verte aquí, con esos seductores ojos abiertos de par en par. Es excitante.
—Ay no… No por favor. No puede ser… —Amaltea se cubrió el rostro en lamento, delante de ella estaba la persona que menos quería ver. Al observar al Rey, Amaltea puso la cara que alguien normalmente pondría al ver algo desagradable, como un animal muerto, por ejemplo.
“¿No que estaría todo el día en reunión? Esa tonta sirvienta”, pensó Amaltea.
—Un gusto, joven Vertengeir. Princesa Adhara… —Aldebarán saludó con respeto.
—Ah, tú… Hola.
Por otro lado, ambas niñas sonrieron de oreja a oreja al escuchar las voces de sus padres, se giraron y fueron a abrazarlos. Aldebarán recibió a su hija con un cariño paternal admirable. El Rey mimó a su hija un poco desanimado.
—Excelente, me esperaste donde debías, hija. —Dijo Aldebarán mientras acariciaba el cabello de su hija.
—¡Papa! ¡Papá! ¡Papá! ¡Siempre estuve acá tal y como me dijiste, papi! —Añadió Anthe con emoción, su sonrisa con forma semilunar hacia relucir sus temibles dientes puntiagudos. Tras analizar la condición de su padre, ella se percató de algo importante—. ¿Por qué estás tan herido?
—Hoy aprendí con un repugnante castigo que, interrumpir una reunión del Rey es una osada falta de respeto bastante repugnante.
—Y por suerte, tu importante información te salvó de un castigo peor. ¿Pensaste en eso? —Añadió el Rey.
—Entiendo. Nuevamente, mis más sinceras disculpas, Su Majestad, por mis osadas repugnancias. —Aldebarán inclinó el torso como si exigiera perdón.
Antes de que el Rey pudiera decir algo más, Adhara comentó:
—Adha, adha. ”Padhi” ya haber terminado aburrida reunión entonces. Adhara feliz estar. Oh, ¡”Padhi, padhi” ¿Ya notar que madrastra despertar? Tata.
—Adha —Así le decía de cariño el Rey a su hija—. Sí… Pero parece que no es de su agrado mi presencia. Así es como debe ser. —Le respondió el Rey.
—¡Ja! Naturalmente, idiota, me tratas como si fuera una de tus zorras cualq… —Antes de que Amaltea terminara su queja, fue interrumpida por el Rey.
—No estoy de humor ni me interesa escuchar tus redundantes faltas de respeto… —El Rey se mostraba serio y con el ceño fruncido, se acercó amenazantemente frente a Amaltea y prosiguió—. Ya que despertaste, quiero que me digas algo… —No obstante, a la Elegida no le importó y reprochó al Rey. Una peculiar tención empezaba a sentirse en el ambiente.
—Cállate, “Alteza”. Terminaré de decirlo… tú sabes que estoy comprometida a casarme con Rigel De Astrea, aun así, le dijiste a la princesa que seré su nueva madre, como una de esas zorras que siempre te traen ¿te crees muy gracioso?
—¿Eh? Te dije que no estaba de humor. ¿Cómo te atreves a interrumpirme? —El Rey arrugó su rostro con indignación y enojado intentó tomar el cuello de Amaltea, pero…
—Masoquista. ¡Piedad (HS)!
La mano del Rey se detuvo justo antes de tomar el cuello de la Elegida y luego se desvió contra su voluntad.
—¡Majestad! —Llamó Aldebarán al ver la seriedad del asunto y se puso en guardia.
—No molestes. Que nadie intervenga.
—Vale —Aldebarán alejó un poco a su hija.
—Maldición, no tiene caso intentar hacerte daño. —Admitió el Rey dirigiéndose a Amaltea—. Aunque quizás mi Habilidad Sagrada si funcione contigo… —El frustrado Rey suspiró y se calmó un poco.
—Y bien, ¿por qué no lo intentas? —Amaltea levantó una ceja, como si retara al Rey.
—No… no lo haré, aun no usaré mi habilidad. Pero ¿sabes? solo te advertiré esto… Será mejor que te olvides de ese Astrea… Juh, de esa familia. A menos que te quieras ahogar con ellos en un charco de sangre. —El Rey apretó con fuerza sus dientes, como si algo relacionado a esa familia lo tuviera inquieto.
Amaltea sintió un escalofrío recorrer por todo su cuerpo cuando oyó esa declaración tan inesperada. Observar al Rey con tanta seriedad y al escuchar aquello le activó sus instintos, definitivamente ese Elegido era peligroso. ¿Era por su culpa que el Rey dijo aquello? ¿Era una amenaza o mera parlotearía? Estas preguntas la tenían inquieta.
—¿A q-que te refi-refieres? —tartamudeó una Amaltea con los ojos abiertos de par en par.
Los rasgos faciales de ella se suavizaron hasta perder totalmente la confianza y la altanería que antes trasmitía.
—Que sumisa te pusiste. —El Rey sacudió la cabeza—. No importa, ya te he dicho lo importante, los detalles no son de tu incumbencia. Lo que ahora te ordeno como tu Rey que soy, es que me respondas a mi pregunta y lo harás al grano: ¿Qué pasó exactamente en esa isla?
—…
Amaltea bajó la mirada, entrecerró sus ojos, se llevó las manos a la cabeza y le costó tragar saliva, aún no había planificado una respuesta para esa pregunta.
“¿Debería decirle o no la verdad?”. Pensó ella.
—Oh, ¡¿qué pasa?! ¿por qué no respondes?! —Preguntó el Rey con jactancia tras esperar unos segundos de silencio.
Él enderezó considerablemente su postura dejando su espalda recta y hombros firmes, como si estuviera orgulloso de hacer apaciguar a la Elegida.
—Yo no…
—¡¿No qué?!
—¡No recuerdo nada! ¡Nada de lo que ocurrió ese día! —Al fin respondió con una voz forzada.
Esta fue la decisión de Amaltea, ella en realidad lo recordaba todo, pero estaba siendo cautelosa, más aún por la amenaza del Rey. Amaltea de inmediato entendió que él no estaba cerca de ser un aliado, él ocultaba algo.
“Acá pasa algo muy raro. Además, no cumpliré lo que dijo de esa basura de Orión”, pensó ella. Aquel día en la isla, Orión la dejó viva para que contara todo lo ocurrido y de esta manera fueran a por él; decir la verdad era como cumplir con su “orden”. Por lo tanto, aunque le convenía tener al Rey de su lado para efectuar su venganza, por los momentos todo le parecía muy extraño, así que prefirió ocultar los hechos. Pero…
—¿Ah sí? ¿Realmente no recuerdas nada, Amaltea Vetengeir? ¿No recuerdas a un sujeto que se hacía llamar “El Cazador de Elegidos, Orión”?
… Pero, el Rey ya lo sabía todo.
Amaltea contuvo el aliento, una gota de sudor bajaba por su sien. Ella no dijo respuesta alguna.
“¡¿Cómo se enteró este maldito?!”. Pensó ella.
—¿Nada más que decir? —Prosiguió el Rey.
—Yo… no sé de qué hablas, no recuerdo.
—Oh, ¿en serio?
—¿Por qué insistes? ¡Te dije que no recuerdo nada!
—Pues déjame decirte algo, acabo de entender por primera vez lo que piensas, lo que sientes y esas aberraciones tuyas, tus emociones. Parece que hablar de ese Astrea te ha vuelto frágil. Tu leguaje corporal cambió y te delató. Te volviste trasparente, Amaltea. Sé que me estas mintiendo.
“¿Cómo se atreve a decirme así? Ni yo misma me comprendo”, pensar en esto hizo enojar a Amaltea, consideraba un atrevimiento que la llamaran así.
—Trasparente… ¿realmente eres tan tonto para creer eso? Mira, si te digo que no recuerdo nada es porque…
—Ni tu misma te tragas esa mentira.
—Eso no…
—No importa, ya déjalo así. Tengo muchas cosas que hacer. Pero mañana iré a tu habitación y continuamos con esta conversación… A solas.
Él se acercó mucho a la Elegida dejando claro su autoridad como el Rey que algún día haría que ella se sometiera totalmente a él, en cambio, Amaltea se sentía humillada y eso causó que tuviera ganas de hacerle sufrir, quizás con una patada o destruyendo sus emociones con su nueva habilidad. No era descabellado decir que ella estaba haciendo un esfuerzo anormal para contenerse.
Por otro lado, por más loco que parezca, desde que conoció a Amaltea, el Rey empezó a ser tan masoquista que disfrutaba esa tención que generaba esa chica tan rebelde y difícil. Lástima y tenía la cabeza inquieta con “cierto asunto” y no podía disfrutar a totalidad ese momento.
Esto causó un ambiente tenso e incómodo… Los presentes estaban totalmente callados, tal vez porque pensaban que la más mínima interacción con esos dos causaría un estallido de cólera. Sin embargo, una de las almas allí presentes no lo consideraba así… Se trataba de una pequeña niña que habló rompiendo el incómodo silencio, y su comentario anuló la seria ambientación:
—Adha, adha. Lo que Adhara ve… Esto que Adhara contempla. Estas dos “medhias nadhanjas” que unidas por el destino estar… Es… ¡Es hermoso! Tata. —La niña se sonrojó muchísimo.
La pequeña princesa tenía una expresión absolutamente dulce, se esforzaba por contener las lágrimas ante la empalagosa escena que contemplaba.
Estaba sonrojada mientras observaba a los dos tortolos delante de ella: su padre y Amaltea. Para Adhara, era hermosa, preciosa, encantadora esa pareja y su conversación. Para Adhara, la mirada de su padre demostraba lo mucho que amaba a Amaltea y la expresión de Amaltea dejaba claro que entendía que había nacido para estar con el Rey. Para Adhara, los sentimientos que ligaban a esos dos seres eran tan profundos y complejos que le generaba un sentimiento ardiente, una pasión desmedida invadía todo su ser al presenciar ese amor tan puro y bello. Para Adhara, la ternura, lo cálido y la suavidad que emergía de esas dos almas le evocaba en ella todo tipo de sensaciones… Sí, era la misma sensación cuando su prima le leyó aquel cuento…
—Adha, adha. Adhara no poder aguantarlo. Adhara se derretirá. Adhara “llodhará” de “felicidhad”. Adhara amará por toda la eternidad esta sagrada unión. Tata. —Si usamos la imaginación, un montón de corazones animados salían de la princesa.
—Amor… amor… ¿Qué significaba esa palabra? Creo que lo olvidé… —Al ver la reacción de Adhara, dijo Anthe tras escuchar esa palabra que no recordaba.
—Princesa… Creo que ha malinterpretado esta situación. —Dijo Aldebarán.
Todos estaban confundidos por el extraño comportamiento de la princesa. ¿Realmente no se daba cuenta de que lo que decía, pensaba y sentía era absolutamente contrario a los hechos que ocurrían?
—Insolente, Aldebaran Castella, deja a mi Adha. Ella si lo ha entendido muy bien. —Comentó el Rey con satisfacción, aunque ni él se esperaba esa reacción en su hija.
—Que ridiculez. ¿Qué diablos está pasando? —Añadió una Amaltea indignada. Se esforzaba por alejarse del montón de locos delante de ella.
—Adha, adha. Sí, “padhi”. Sí, mami. Tata. —Fácilmente podría imaginarse que sus pupilas tomaron la forma de un corazón. ¡Cuánto amor! ¡Cuánta pasión ardía con fulgor dentro de Adhara al ver la hermosa pareja!
Antes de que Amaltea lograra “escapar”, la pequeña Adhara la detuvo tomándola de la mano y, al mismo tiempo, tomó la mano de su padre. Luego, con un excitante entusiasmo, ella unió ambas manos; la de su padre con la de Amaltea.
—Adha, adha. La adhesión perfecta. Es… es… es tan bella. Que padre Arturo y madre Amaltea hayan nacido para juntos estar hasta el sepulcro llegar. —Al fin, una lagrima llena de amor rodó por su mejilla—. Adhara se siente tan “condhenta”, ta-tan satisfecha. Tata. —Eran palabras llenas de sentimiento al ver la “felicidad” de la pareja.
Amaltea simplemente no lo podía creer, la única razón por la Adhara logró tomar su mano y unirla con la del Rey, era porque estaba tan distraída e impactada con lo tonta que podría llegar a ser la princesa. La Elegida se esforzaba en encontrarle la lógica, algún significado a todo, pero era inútil. Nada tenía sentido.
—¡¡¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja!!! —El serio y preocupado Rey de antes desapareció tras un estallido a carcajadas. Fue él mismo quien separó su mano con la de Amaltea y empezó a alejarse mientras reía.
—Todo esto te parece muy gracioso ¿no? Cada vez la impresión que tengo de ti es más lamentable. Eres un Rey mujeriego, masoquista y consentidor con esa niñata…
—¿Qué tiene de malo que mi hija me haga reír un poco? ¿No vez la pureza en su inocencia? Pero ¿quién sabe?… Tal vez ella vea algo que nosotros no. Quizás mi Adha percibe algo muy real que nos conecta, preciosa.
—Mejor púdrete. Solo parloteas blasfemia. —La chica arrugó mucho su rostro y miró con odio al Rey.
—Es una mirada demasiado penetrante. Es rica y excitante ¿no crees eso, Amaltea Vertengeir? Ja, ja, ja…
La Elegida chasqueó con fuerza los dientes, volteó la mirada abruptamente y enojada empezó a alejarse, dejando atrás a la princesa y compañía.
—Adiós, bella… Mañana nos volveremos a ver. —Prosiguió el Rey.
—¡Adha, adha. Espera, chica rosa. ¡Adhara “quiedhe” un hermanito! ¡Madrasta venir!
Y la princesa persiguió a la enojada Elegida.
Por otro lado… Aldebarán tomó la mano de su hija y se acercó al Rey.
—Que desvergüenza… Es repugnante la forma en la que le habló esa osada Elegida… ¿Cómo pude permitirlo, Su Majestad? —Preguntó Aldebarán.
—Solo se lo permito a ella porque satisface una de mis fantasías… Pero te lo advierto, si tú te atreves a hablarme así, la primera cabeza que saldrá rodando será la de tu hija.
—Entiendo, Su Majestad. —Al amenazar a su hija, Aldebarán frunció el ceño y apretó la mano con la que sostenía a su hija.
—Bien… Andado, verifiquemos si tu información de ese tal cazador es verídica… Sería un pecado que se paga con la muerte hacerme perder el tiempo, Aldebarán Castella.
—Sabe que para un osado caballero real como yo es inadmisible cometer un acto tan repugnante contra usted. Mentirle es una ofensa que va contra mi código de orgullo.
—Eso espero.
De repente, una intranquila Anthe dijo:
—Papi… ¿Puedo ir con ellas? —Señalaba a las Elegidas que se retiraron.
—No, hija, tú estarás conmi… —Aldebarán intentó responderle, pero fue interrumpido.
—Cállate, imbécil. Anthe, yo te doy permiso, vete a jugar con mi Adha. —Ordenó el Rey. Esto lo hizo por pura maldad contra su caballero.
—Papi…
La niña miró a su padre, como si esperara su autorización, ella no estaba dispuesta a desobedecer a su papá.
—Está bien, ve. —Tras un suspiro, Aldebarán la dejó solo por lo que dijo Arturo.
La niña asintió y caminó, pero tras dar un par de pasos se detuvo y giró nuevamente su cabeza a donde estaba el Rey y su padre.
—Afilaré mi cuchillo, papi… Sabes que te quiero, papi… Más tarde te curaré, papi… —La niña lanzó un beso al aire y luego sonrió de oreja a oreja mostrando así sus afilados dientes.
—Yo igual, hija. Afila tu cuchillo entonces. —Aldebarán le sonrió.
“Afilar el cuchillo”, ¿Qué podría significar?
Tras esas conversaciones, todos continuaron por su camino.
***
Su cabello rosado ondulaba por el viento que se generaba al compás de su rápido andar. Una Amaltea que crujía los dientes por el estrés y la rabia era recibida por la entrada de una enorme biblioteca.
De su mente no podía sacar las palabras de aquel Rey miserable: “Mejor aléjate de ese Astrea” “A menos que te quieras ahogar con ellos en un charco de sangre”, ¿Qué podría significar eso? ¿Qué tramaba ese hombre? Amaltea no lo sabía, pero se aseguraría de averiguarlo…
Primero se aprovecharía de la gigante biblioteca que le daba la bienvenida. Algo le decía que, en aquel libro que buscaba, encontraría información de su máximo enemigo, Orión.
Sin embargo, lo que ella no sabía era que pronto descubriría algo que nunca se imaginó… Un algo que cambiaría lo que ahora creía… Una revelación inesperada y, quizás, perturbadora.
Comments for chapter "10.5"
QUE TE PARECIÓ?
Buen capítulo, ahora a esperar el siguiente capítulo para descubrir la intriga de Amaltea…
Me alegra que te guste, el próximo cap. viene pronto, bro.
Adhara darse cuenta de una Amaltea Madrastra muy impaciente no? Jaja
Sus horizontes sociales son más expandibles para Amaltea.. lo que Adhara veia como almas gemelas, pues ellos en gustos y carácter más bien dice todo lo contrario.
Me llamó la atención el teletransporte que usan para viajar de un Estado a otro con la ayuda del cristal rojo.⁄(⁄ ⁄•⁄-⁄•⁄ ⁄)⁄
Creo que una relación entre el Rey y Amaltea sería la más toxica del mundo, quizás Adhara notó que eran idénticos en nivel de «toxicidad» y por ello dijo ese comentario tan fuera de lugar 😀
Después de tiempo, volví a engancharme con la historia. Buen trabajo 👍