El cazador de elegidos - 11.0
Capítulo 11
Revelaciones peligrosas
Parte 1.
Gigantescas estanterías cilíndricas, hechas con la madera de mayor calidad que podría haber, se alzaban desde el suelo hasta el techo. Una escalera de caracol estaba en el centro, permitiendo que todos pudieran tomar los libros que estén en las partes más altas. Si es de describir esa biblioteca con una sola palabra, esa sería “elegancia”.
Era la biblioteca del Castillo del Mundo. Si alguien quisiera obtener la cantidad de conocimiento que estaba almacenada entre los incontables libros que allí estaban, entonces se tardaría a una cifra muy cercana a una eternidad.
El alto techo, similar al de una catedral, tenía bellas pinturas con simbolismos demasiado difíciles de comprender. Vigas bañadas en oro hacían lucir aquel lugar. El espacio estaba magistralmente ordenado: pensado para el confort del usuario y el personal.
Los pocos Elegidos que allí se hallaban gozaban del agradable ambiente que generaba una esencia aromática de “Oazmín” —similar al Jazmín—.
Ahora bien, parada sobre uno de los escalones de la gran escalera de caracol, se encontraba Amaltea. Ella pasaba con frustración las páginas de un libro que tomó de una estantería.
—¡¿Podré encontrar ese libro?! parece que será más difícil de lo que creí… —Se comentó a sí misma.
Tras su charla con el Rey y entrar en la biblioteca, ella se dedicó a buscar el Libro de las Profecías Humanas. Sin embargo, el enojo causado por el encuentro con el Rey evitó que ella le pidiese ayuda al personal de la biblioteca. Subsiguientemente, pasó más de una hora y Amaltea había despejado su mente en cuanto a todo ese asunto del Rey. ¿La razón? la frustración por no encontrar el libro que buscaba se superpuso a su enojo. Eso es lo que pasa cuando decides buscar un libro especifico por ti mismo en una biblioteca colosal.
—Tch. ¡Libro de porquería! —Tras chasquear la lengua, Amaltea cerró el libro con fuerza y luego lo batuqueó al suelo. Llamando la atención de todos los presentes, estos se voltearon a verla y le chistaron. En vez de sentir vergüenza por su espectáculo, Amaltea les repartió su poderosa y amenazante mirada fruncida a todos, haciéndoles incomodar, por supuesto.
—Disculpe, joven Elegida. ¿Sabía usted que los libros tienen algo muy cercano a los sentimientos? —Mientras ella se preparaba para buscar otro libro, oyó una voz peculiar tras su espalda.
Amaltea se giró, miró a los lados y no notó a nadie.
—Estoy acá bajo, jovencita. Tengo algunos problemas anatómicos. —Los oídos de Amaltea percibieron que el sonido venía desde abajo, entonces ella bajó la cabeza y menuda sorpresa se llevó al observar a un individuo bastante peculiar.
—No… no puede ser pfff ¡Ja, ja, ja, ja, ja…! —De repente, tras ver al individuo, Amaltea estalló a carcajadas, tanto que incluso constriñó su barriga con el antebrazo para evitar las náuseas.
Además de ser un Elegido enano, este sujeto tenía unas pintas tan ridículas que sería imposible describirlo en su totalidad. Incluso la seria, malhumorada y frustrada Amaltea cambió radicalmente al verlo, y empezó a burlarse con crueldad. Nadie podría juzgar a Amaltea, sin importar quien sea, cualquiera que lo viese por primera vez moriría a carcajadas
—Niña, parece que nunca le enseñaron a que no debe ser escandalosa en una biblioteca. Eso es muy malo. —No obstante, su forma de hablar era perfecta.
Se trataba de un Elegido de edad avanzada, su cuerpo tenía una forma extraña, pues sus piernas eran muy largas y su torso demasiado pequeño, similar a un dibujo mal proporcionado. Adicionalmente, tenía un mostacho innecesariamente largo que lo hacía ver aún más ridículo, además un monóculo que usaba, que era más pequeño que su ojo, le haría digno de ser un bufón. El uniforme que vestía dejaba claro que era el bibliotecario.
—Ciertamente. Lo reconozco, tengo un aspecto demasiado peculiar. Soy chistoso, en absoluto. —Orgulloso de sí mismo, expresó el bibliotecario—. Ser peculiar me hace único. ¿En efecto, jovencita?
—Ja… ja… ¿Único? Pero si pareces una rana aplastada, ¿tienes idea de cuantas de esas he visto? Pff ¡Ja, ja, ja…!
Al cabo de unos segundos, Amaltea terminó de reírse y se secó las lágrimas causadas de tanto burlarse. Entonces reacomodó su compostura, tratando de volver a su seriedad habitual.
—Eso fue innecesariamente irrespetuoso. ¿Alguna vez escuchaste que el pez muere por la boca?
—Pues no soy esa clase de pez, en cambio, eso será lo que te pasará a ti si no me dices de inmediato a qué viniste.
—Tu dijiste que era una rana, ¿has escuchado de esas ranas que comen pececillos?
—Sí, eso dependerá del tamaño del pez ¿alguna vez escuchaste de un pez que come ranas enclenques como tú?… —Amaltea cruzó los brazos, acarició la punta de su cabello con los dedos y frunció su frente con extrañeza—. ¿Por qué discuto algo tan trivial y absurdo?
—Suele pasar cuando dialogan conmigo. Al caso, noté que llevas un buen rato acá, no me molesta que andes tras algo tan codiciado como el conocimiento; no obstante, solo has despreciado el amor de cada libro que has tomado, es arbitrario. ¿Es tu hobby tirar cada libro que toca?
—Lo hago solo cuando no son lo que busco.
—Para eso existimos nosotros, los bibliotecarios. Cuando entraste hace una hora, debiste usar tu sentido común y pedir ayuda al personal, es lo natural. —El bibliotecario acomodó su monóculo con elegancia, tenía esa maña en la que creía que al hacer eso lucia más inteligente y reforzaba su argumento.
Estaba claro que el personal y el resto de usuarios que se hallaba en la biblioteca les era incómoda la presencia de Amaltea. Realmente a ella le importaba un bledo como la vieran esos desconocidos. Por lo tanto, a la Elegida no le fue difícil deducir las intenciones de aquel hombre diminuto. Por lo que, sentándose en el escalón y cruzando sus piernas, ella dijo como si le ordenase algo a un perro:
—Ah, ya lo entiendo. Noté que eres el bibliotecario. Me rindo, este maldito lugar es innecesariamente grande. Haz tu trabajo y tráeme un libro que necesito, hombre rana. Luego me iré.
El bibliotecario oprimió los dientes y pudo percibirse como palpitaba una vena en su sien evidenciando su molestia.
—No solo te burlas de mí, también te sientas aquí…, ¿sabías que para eso está la sala de estudios?… Eres una joven antisistema. Lamento decírtelo, pero debo pedirte que te vayas, este lugar solo es para aquellos que correspondan al amor de los libros. —Dejó claro su autoridad, he intentó verse más intimidante tras sacar el pecho, cosa que en realidad Amaltea lo percibió como más ridículo.
—Uhm…
Ya que Amaltea se había sentado cómodamente en el escalón, su cabeza quedó al mismo nivel que la del bibliotecario, quien estaba de pie al lado de ella, así de enano era. En las barandas de acero azulado se reflejaba la cara ladeada en sorpresa de Amaltea, la última respuesta del bibliotecario la dejó así. Entonces, tras pensarlo, en el lienzo de su rostro empezó a trazarse una sonrisa malintencionada, digna de una diosa demonio.
—Joo… Por las malas entonces… El masoquismo debería tener un límite.
Con una cara satisfactoria ante el próximo argumento que usaría, ella metió su dedo índice en su boca para luego sacarlo empapado de saliva, era una manera de jactarse, posteriormente señaló con el mismo dedo una mesa que estaba en la sala de estudio, y a espaldas del viejo.
—Eso fue asqueroso en totalidad. ¿Qué pasa? ¿Debería llamar a los guardias?
—Solo mira allí y dime qué es lo que ves, hombre rana.
El Elegido anciano se volteó y observó a donde Amaltea apuntaba con el dedo. En el piso marmolado, que era ensuciado por el polvo que desprendían las mesas, una pequeña niña dormía en su silla… Era Adhara, quien se aburrió de tanto esperar y reposó su cabeza en la mesa de estudio, ella se babeaba mientras dormía. A su derecha, estaba Anthe leyendo un libro. Al ver a Amaltea señalar allí, Anthe le saludó con ternura y exponiendo sus filosos dientes con una sonrisa.
—Tú, que me viste entrar, ¡contempla! —prosiguió Amaltea—. Comentaste mucha cháchara sobre el sentido común, intuyo que debes ser muy perspicaz…
—Lo único que contemplo es que eres repugnante. Pero no está nada mal… Ya veo por dónde van los tiros. —El anciano llenó sus pulmones de aire y lo contuvo, luego lo expulsó abruptamente—. Tú entraste con la princesa, eso significa que eres una invitada. Si no coopero contigo me acusarás con el Rey. Yo amo mi trabajo y quiero vivir mis años de oro sin problemas… dime ¿qué libro quieres?
Dando un único aplauso, Amaltea denotó una cara llena de arrogancia, no muy propia para alguien de su edad.
—Tu cambio fue tan rápido que me dejó un sabor raro en la lengua. No está mal hablar con personas inteligentes de vez en cuando, ¿o tal vez esa es la ventaja de la experiencia? —Pese a todo, Amaltea reconoció al anciano—. No importa.
—Solo dime qué libro quieres. No eres el único usuario aquí, hija.
Rápidamente a Amaltea le evocaron recuerdos de sus últimas experiencias. La aparición del Cazador, la mujer tenebrosa… La sangre y muerte… Recordar esto hizo ensombrecer su expresión, ella dejó de sentarse en el escalón y con mucha seriedad pronunció:
—Necesito un Libro de las Profecías Humanas.
De improvisto, el monóculo del bibliotecario cayó al suelo… él relajó tanto su mandíbula que su boca empezó a abrirse de una manera extraña… Empezó a retroceder con cautela… Estaba atónito ante esa petición, no se lo esperaba.
—¡¿Qué te hace pensar que tendríamos ese libro de blasfemias en un lugar tan importante como este?!
—¿Libro de blasfemias? Se supone que es uno de los libros que sobrevivió al Primer Reinicio Bendito, ¿no?
Amaltea entendía muy bien el funcionamiento del calendario y su relación con esos Libros de Profecías. El calendario de Astergard funciona de una manera peculiar: cada 3.000 años el calendario se reinicia. Hasta ahora solo han ocurrido tres reinicios. Los primeros 3.000 años de historia fueron llamados “Primer Reinicio Bendito”. En este mundo, los años se cuentan “al revés”. El conteo inicia en el año 3.000 hasta llegar al año 1. Llegó la siguiente era: “El Segundo Reinicio Bendito” el calendario se reinició y nuevamente el conteo inició desde el año 3.000 hasta llegar al año 1. Lo mismo ocurrió con la era actual —que inició hace solo unos días—. Esta era es llamada “Tercer Reinicio Bendito”. Por lo tanto, el mundo de Astergard en realidad tiene poco más de 6.000 años desde que aparecieron las razas inteligentes.
Entre todos los habitantes del mundo se murmura de un misterio que no parece tener respuesta: Todo libro o escrito histórico relacionado a la primera época —es decir, los 3.000 años del Primer Reinicio Bendito—, fueron eliminados… No se sabe nada acerca de esa era, ni de los héroes ni Reyes de aquel entonces. La única excepción son los Libros de Profecías que, según, fueron escritos en esa época. Es por ello que Amaltea empezó a tomarse con más seriedad ese libro que aquella anciana mencionó. Ese día —cuando estuvo en la Isla con sus compañeros— nadie tomó en serio a la anciana humana y eso terminó en consecuencias: la muerte de su tía y compañía. Amaltea no cometería el mismo error.
—Que haya sobrevivido no significa que lo que contenga sea de valor o verídico. No por algo es el libro sagrado de los miserables, los humanos. —El bibliotecario le respondió a Amaltea. Él se calmó, se agachó, tomó su monóculo y limpió el cristal con su chaqueta.
—Todo es pura mentira, ¿eh? —Amaltea empezó a dudar mucho.
—Es que tú… ¿por qué querrías saber de… de esa cosa?
—Curiosidad… nada más. Es absurdo que lo preguntes, de hecho. —Amaltea miró a otro lado y se cruzó de brazos, entonces, arrugando su frente con malicia, reanudó—: Ah, hablas muy despectivamente de ese libro. Dime algo ¿eres de esos babosos que se tragan todo lo que les dicen, o te gusta comprobar por ti mismo si algo es cierto o no?
—Eres más fácil de leer que un cuento para niños, jovencita. Sé que es lo siguiente que dirás: “Ya que no está el libro de profecías acá, por tu forma de hablar debes saber mucho de él, sapo aplastado”.
—Jooo. Maldito viejo, justo pensaba decir eso. Para ser una rana aplastada realmente eres estupendo. —Amaltea empezó a rascarse el símbolo en forma de espiral que estaba en su cuello por alguna razón.
Ese último dialogo, sin duda alguna, era un halago por parte de Amaltea. Ganarse uno de ella es un “logro” que solo unos cuantos han alcanzado.
—No endulces tus ofensas con halagos, eso no funciona conmigo.
—Ridículo. —Amaltea suspiró, aunque no le disgustaba hablar con ese sujeto, la conversación en realidad no había progresado al punto que ella deseaba.
—Ahora pareces decepcionada…
—Naturalmente, preferiría leer el libro a que me lo cuentes. Como lectora de novelas de infieles, odio los spoilers.
De repente el anciano se mostró satisfecho e hizo una mueca tan conspiradora que resultaba ser chistosa. Reacomodando el monóculo con una mano y acariciándose el mostacho con otra, él comentó:
—Puedes ir a otra biblioteca, allí puede que tengan lo que buscas.
—Que mal intento, idiota. Me has malinterpretado; me has decepcionado, creí que dirías algo más inteligente, absurdo, ¿no se te pudo ocurrir algo mejor para echarme de aquí?
Era impresionante aquella conversación, ambos deducían lo que el otro diría o pesaba, como si se tratara de dos libros abiertos que se esforzaban por leerse mutuamente. Era como una batalla en la que el ganador es aquel que adivinara más del otro. Por otro lado, esto en realidad no significa en algún beneficio para lo que Amaltea quería saber, más allá de autosatisfacción.
Al ser descubiertas con tanta facilidad sus intenciones, el bibliotecario carraspeó con amargura.
—Eso quiere decir que quieres que te cuente lo que sé. ¡Está bien, me rindo!
—Tan fácil como complacer a un perro. Muy bien, plebeyo. Así me gusta. —Amaltea acarició su barbilla, relajó los hombros y mostró la cara que haría una reina cuyos planes son exitosos.
—Durante mis sesenta y siete años de vida, jamás me habían insultado a tal escala. Tienes suerte de ser una invitada del Rey. Al caso, ya que te interesa tanto, te hablaré acerca de los Libros de Profecías. Primero vayamos a un lugar más cómodo. —Se agarró de la pulida barandilla de la escalera de caracol, y señaló a donde estaba la sala de estudio.
—Estoy de acuerdo, hombre rana.
Parte 2.
—…Por lo tanto, los Libros Santos de Profecías son: El Arut, el libro de nuestra raza; El Erut, perteneciente a la raza Monstruosa; La Provelia, los Elfos de Sangre creen en él; La Arovelia, el patrimonio de los Elfos de Hielo; El Ostorea, las palabras que dan vida a la fe de los Eldries; La Astorea, el mayor libro de blasfemias, la versión de los humanos.
Bajo la luz amarilla de los magistrales candelabros, sentados frente a frente y apoyando sus codos en la mesa de estudios, explicaba el bibliotecario, la receptora de su explicación era Amaltea. Ella tomaba un jugo de limón —que anteriormente le pidió a una sirvienta— y escuchaba atentamente lo que decía el bibliotecario. Normalmente sería difícil concentrarse en su explicación tomando en cuenta que la cara de él estaba al mismo nivel del borde de la mesa, cosa cuanto menos graciosa.
—Ah, eso fue muy informativo. Ahora bien, ¿exactamente cuáles son las diferencias entre cada uno de esos libros? —preguntó Amaltea, entonces tomó el vaso con elegancia y bebió del jugo.
—Disculpa, “Amendi Vertengeir”… La princesa dice que… ¿Qué fue lo que dijo? —Antes de que el anciano pudiera responder, tras Amaltea apareció Anthe, quien dijo eso. La pequeña niña olvidó por completo lo que debía decir, ella golpeaba su coco tratando de sacar a la fuerza lo que olvidó.
—Qué maleducada, ¿cómo te atreves a interrumpir mi conversación? ¿no te enseñaron a respetar a los adultos?
—Ehh, pero si usted también es joven.
—Sí, y no es nada apropiado que comente eso, jovencita. Usted está en la cúspide de los irrespetuosos —regañó el viejo, indignado por la declaración de Amaltea, el hizo todo esfuerzo por señalarla y reprenderla, similar a un abuelo amargado que sermoneaba a su nieta.
En respuesta, Amaltea chasqueó la lengua, osciló el vaso y arrojó lo poco que quedó de su jugo en la cara del viejo. Algo definitivamente innecesario y maldadoso. El bibliotecario recibió todo el líquido acido en su cara y sintió como sus ojos llenos de cataratas le empezaron a arder, por suerte, el monóculo le protegió un poco.
—¡Ahhg, mi órgano visual! —chilló él, haciendo un ademán como el que haría alguien que se golpeó el dedo chiquito del pie.
—Cállate… Eso te pasa por insinuar que soy una hipócrita. —Sin sentir ni una pizca de vergüenza, declaró Amaltea con amargura. Esta clase de comportamiento era de lo más normal en ella.
—¡Ya está, rabanera! ¡¡Llamaré a los guar…!! —Tras limpiarse con un pañuelo, con la cara enrojecida de la rabieta y con su traje mojado, él intentó quejarse, pero fue interrumpido.
—Esta es una biblioteca, estás siendo muy ruidoso. Y, no sé por qué lloras tanto, solo fueron unas gotas nada más, ash…
El bibliotecario intentó defenderse de alguna manera o de castigar a aquella Elegida abusiva, pero no lo consiguió de ninguna forma, Amaltea, además de contar con una lengua tan venenosa como la de una serpiente; tenía a la princesa “de su lado”. Tras pasar unos minutos, después de despedir a Anthe diciéndole: “Distrae un poco más a la princesa”, Amaltea le exigió al bibliotecario que respondiera a su pregunta:
—… Y será mejor que me des respuestas exactas, si me das información falsa en venganza, convertiré tus emociones en banquillos para mis pies, insecto. Entonces, respóndeme, ¿cuáles son las diferencias de los libros?
—Argh, no importa que tan ordinaria seas, jamás diría información falsa. Esa sería una infamia para el conocimiento que reside en los libros —Él tenía los dedos en la frente, evidenciando su dolor de cabeza.
—Maravilloso, plebeyo. Respóndeme ya.
—Bueno, bueno… Tal y como el nombre lo indica, cada libro contiene profecías que se cumplirán en el futuro, el caso, las profecías son distintas en cada libro, no solo eso, también la historia del Primer Reinicio Bendito es incongruente en relación a los otros libros de profecías, es en absoluto la diferencia.
—¿Historia has dicho?
—Sí, cada libro contiene su propia versión de la historia relacionada a esa era. No solo son profecías.
Amaltea se llevó los dedos a la barbilla, cruzó sus piernas —para evitar el cansancio en sus nalgas por estar sentada en una silla tan incómoda— y analizó la información que se le suministraba.
—Ya veo… Sé que has estado evitando hablar de “La Astorea”, el Libro de Profecías Humanas. Exijo que me cuentes de ese libro de blasfemias.
—Supuse que dirías eso… predecible, jovencita. —El viejo carraspeó, luego continuó—: La mentira trae consecuencias, la blasfemia engaña a los débiles. Ciertamente he evadido ese tema por esa razón…
—¿Qué quieres decir exactamente?
—El extremismo de cada raza al atarse a cada uno de sus Libros Sagrados ha causado varios problemas. Está de más decir que el único libro que dice la verdad es el nuestro, hay muchas pruebas que lo confirman, pero, las escorias irreverentes no quieren aceptar esa verdad; y prefieren vivir engañados con las blasfemias que contienen los libros a los que tanta fe les tienen.
Amaltea recordó la reacción iracunda que tuvo un Sacerdote Sagrado cuando vio a la anciana en la Isla, Amaltea se preguntó: “¿estaba justificado su enojo?”. Además de ello, la anciana decía confiar mucho en la profecía que contenía su libro, y su aspecto lamentable indicó que realmente llegaba al extremismo y la locura religiosa. Sin embargo, ese día sí se cumplió la profecía que ella mencionó: la aparición del Cazador. Esto era algo que Amaltea no quería revelarle de ninguna forma al bibliotecario y por esa razón la conversación había tomado tantos desvíos.
—Comprendo, solo uno de esos libros proviene de los dioses, quizás por ello cada uno sea distinto o no se sepa cual diga la verdad. Esto ha causado disputas entre las creencias de cada habitante. —Dijo Amaltea, hablando sin ni una pizca de duda y con mucha claridad.
—Pese a que eres una irrespetuosa, con esos comentarios tan inteligentes a veces sí provoca hablar contigo. —El bibliotecario reconoció eso.
—Es idiotez creer que soy una campesina idiota. Así que, está bien que me reconozcas, campesino idiota. —Amaltea sonrió con altanería. Después de encogerse de hombros y juguetear con sus dedos, ella prosiguió—: Háblame de las blasfemias que contiene “La Astorea”.
—Maldición, que insistente. Mira, en realidad no sé mucho de ese libro, solo conozco sus blasfemias básicas.
—No importa, háblame de la blasfemia más despreciable que recuerdes.
—Lo mires por donde lo mires, la que más me repugna y, la que podría crear un detonante, es aquella infamia contra la familia real actual. Se trata de la historia de un antiguo rey que narra ese libro de mentiras.
El bibliotecario frunció mucho sus cejas, dejando claro que detestaba hablar de ese tema. Su cara era la misma que haría alguien al escuchar de algo asqueroso. Por otro lado, Amaltea ladeó la cabeza con mucha confusión, puesto que no se esperaba esa respuesta, ella creyó que el bibliotecario mencionaría algo relacionado al Cazador.
—¿Y qué pasa con ese Rey, no se apellidaba “De Luke” acaso?
—Sí… El nombre de ese falso rey era… —El bibliotecario hizo una larga pausa, le costó tragar saliva y dudó mucho en decirlo. Su reacción empezó a crear un ambiente incómodo y, por alguna razón, preocupante, esa fue la impresión que tuvo Amaltea. Entonces, movilizando sus labios, tragando saliva y engruesando su voz, el terminó de declarar—: Centaurus De Astrea, ese es el Rey Elegido del que habla ese libro de blasfemias.
—…
Parte 3.
El mayor atractivo de una biblioteca: la abrumadora cantidad de libros. La forma perfecta en la que estaban ordenados les hacía parecer que invitaban a todo aquel que lo observase a que los leyeran. Los usuarios de allí no podían evitar la adicción de leer un libro tras otro y, con satisfacción, lo tomaban, lo abrían y lo leían con calma. Sin embargo, un molesto ruido fastidió la lectura de todos aquellos que se inundaron en el mundo de las letras, esa estridencia no fue otra que el sonido producido por una mesa golpeada. La que lo causó fue la mismísima Amaltea quien, al escuchar la inesperada revelación, se levantó abruptamente y con torpeza de su silla, entonces golpeó la meza con ambas palmas de sus manos. Así de fuerte fue el impacto tras escuchar el apellido “De Astrea”.
No solo fue por eso, sino que de repente su cabeza le empezó a palpitar con fuerza y nuevamente las imágenes de la mujer tenebrosa que apareció en la Isla evocaron en su mente. “¿Qué pasa? ¿Qué está pasando en este maldito mundo?”, pensaba ella con desespero y amargura.
—¡¿Qué estás haciendo?! —Exclamó bibliotecario con voz baja, él se asustó con la exagerada reacción de Amaltea y sintió vergüenza ajena al percibir las miradas confusas y las quejas que los demás usuarios de allí les dirigían. Entonces dejó de mirar a Amaltea y se dirigió a esos Elegidos—; calma, no es nada, por favor, perdonen que ella haya molestado su estadía acá. Es que esta jovencita se impactó por el contenido de una novela erótica. —Esa fue la excusa que usó. Tras hacer caras raras, los demás usuarios dejaron de murmurar y siguieron en lo suyo.
—Adha. Adha. Interesante. Padhi deber saber esto. A padhi mucho le “intedhesará”. Tata. —Adhara, quien estaba en otra mesa escuchando la lectura de un cuento que Anthe le leía, dijo eso con una cara planificadora. ¿En qué planes podría estar fantaseando esa niña?
Sea como sea, Amaltea sacudió la cabeza y volvió a sentarse. Esta vez no mantenía una cara arrogante, sino de preocupación.
—Óyeme, dime que me estás mintiendo. ¿Cómo que Centaurus De Astrea? ¿Tienes idea del peso de esas palabras?
—Por fin volviste en ti. ¿Qué fue eso de antes, jovencita? Ya te lo había dicho, el peso en las palabras de un libro de blasfemias es nulo. —Acomodando su monóculo, aclaró el bibliotecario tras volver a sentarse—. Por algo no se tienen esos libros aquí, excepto nuestras escrituras santas, lógicamente. De hecho, es por ello que ese libro es especialmente odiado y, a la vez, ignorado. Nadie podría creer en algo tan fuera de contexto.
—¿Estás tonto? La familia De Astrea sí existe.
—Naturalmente, es una familia de Elegidos demasiado antigua, igual que los Vordania o los Valenzuelia. Una buena mentira debe ser creíble, sea quien sea el autor de ese libro, usó a esa familia de nobles para hacerlo más coherente. —El bibliotecario arregló su mostacho desordenado y pasó su otra mano por su cabello. Hablaba con mucha confianza.
Amaltea miraba sus uñas y pensaba… ponía a su mente a trabajar tratando de llegar a una conclusión en la que creer. Había varios factores que le indicaban que era improbable que la verdadera familia real fuese la De Astrea. La principal razón es que dicha familia jamás había mostrado o dicho algo relacionado a ello. No obstante, había algo que le faltaba por confirmar:
—Ya veo… Ahora, hablando hipotéticamente: si alguna profecía entre los seis libros llegara a cumplirse, ¿eso que significaría?
—Es axiomático. No quedaría duda de que ese libro es el que dice la verdad. Por lo tanto, si no fuese nuestro libro santo, eso causaría varios problemas.
En ese momento, Amaltea lo entendió todo: El Cazador de Elegidos apareció, y, según aquella anciana humana, era El Libro de las Profecías Humanas —La Astorea— el libro que profetizaba con exactitud la existencia y llegada de ese ser. Lo que indicaba que, actualmente el único libro que contenía una profecía que se cumplió era La Astorea.
“Ahora tiene sentido el comentario de ese estúpido Rey”. Analizó Amaltea en su interior, ella se llevó las manos al pecho y frunció sus cejas. Entonces recordó lo que Arturo dijo hace más de una hora: “Será mejor que te olvides de ese Astrea… Juh, de esa familia. A menos que te quieras ahogar con ellos en un charco de sangre”.
Amaltea apretó con fuerza su puño y su expresión se ensombreció.
—Una última cosa… “Un Cazador y una mujer tenebrosa” ¿te suena de algo? —Ella no quería comentarle nada acerca de eso, pero no tuvo más opción.
—Fantasía y blasfemia. Solo se menciona una vez en el libro algo de un Cazador tal, no sé exactamente de que vaya eso. Sobre una “mujer tenebrosa”, deberías ser más específica, de esas hay muchas, tú, por ejemplo. Al caso, que menciones esto me hace pensar en que ya sabías algo de ese libro.
—Mejor olvídalo, no es nada importante, como dije, solo es curiosidad.
El bibliotecario asintió, esa respuesta le convenció. El también parecía alguien curioso, quizás por ese lado se identificaba con Amaltea. Puede que esta sea la verdadera razón por la cual él no mostró una mayor resistencia ante los insultos de ella.
Él empezó a mirar a Amaltea de arriba abajo, por cierto, debía realizar complejos movimientos con su cabeza y ojos para lograrlo —se debía a su estatura—, entonces le dijo:
—Desde que te vi, tus emociones han estado bailando. Ahora pareces preocupada. Empiezo a creer que tienes problemas mentales.
—Que un viejo deforme como tú me hable de esa clase de problemas, ya es más que comedía.
Hace minutos atrás, Amaltea de seguro le hubiera dicho un insulto peor, pero ella verdaderamente estaba preocupada, denotaba una preocupación que no había demostrado hasta ahora, era incertidumbre. Que su inmaculado rostro se muestre así era tan raro como encontrar un diamante bajo una alcantarilla.
—Mira, la verdad es que tengo mucho que procesar. Mejor me retiro, hombre rana. —Amaltea se levantó de la silla, con la barbilla bien alta y trató de aclarar su mente.
—Ni unas gracias me dan. En definitiva, la atención al usuario es la parte molesta de este oficio, en absoluto.
Ignorándole y tratando de retirarse sola de la biblioteca, Amaltea fue obligada por Adhara y Anthe a dar un paseo por el castillo y hacer “cosas divertidas”. No podía negárselo a la princesa puesto que eso fue “parte del trato”. Aunque Amaltea lo odió andar con esas niñas y sentía que era el peor momento, no le quedó de otra que resignar, y así continuó su largo muy largo día por el castillo.
Parte 4.
Había llegado la noche, Amaltea había vuelto a su habitación. Se asombró al notar que tanto la puerta como la pared que Adhara destrozó fue reparada en tan pocas horas, definitivamente el personal de ese castillo estaba a otro nivel.
Bueno, eran las diez de la noche aproximadamente. Amaltea tomaba un baño en la tina, ella sentía como el agua cálida absorbía todas las impurezas que había acumulado en su cuerpo y mente durante las últimas horas. Bañarse le ayudó a relajarse un poco. Le era imposible olvidar lo que había descubierto y las conclusiones a las que ella misma llegó.
—Por primera vez, desearía estar equivocada. —Dijo Amaltea. Estaba sola en su habitación, en ese aspecto, estaba agradecida con la soledad que ese cuarto le concedía. Pasar el tiempo con los individuos de ese castillo le era repugnante.
Tras salir de la tina, vestirse y secarse, Amaltea se aproximó a un escritorio que estaba debajo de una ventana. Ella tomó una hoja en blanco y empezó a dibujar un corazón. La representación de su alma, según ella.
De repente, un rayo de luz blanca se asomó por la ventana e hizo resplandecer sus ojos redondos como gemas, verdes como esmeraldas. Asombrosamente, la posición en la que se hallaba una de las tres lunas permitía que su luz no fuese interrumpida por las torres delante de la ventana. Entonces Amaltea se asomó por esa misma ventana y contempló con admiración las tres lunas y las tres lunas observaron a Amaltea. Se trataba de una noche demasiado apacible y calmada, el cielo negro estaba despejado y el montón de estrellas destellaban con tanta belleza que parecían indiferentes a los problemas del mundo.
—Tía… —Mirando el cielo, eso fue lo único que pudo decir, como si ella tratara de escuchar una respuesta de esa persona que perdió; sus oídos reclamaban oír su voz y amonestación—. Tía, siempre fuiste increíble… ¿Qué debería hacer? —Su voz era melancólica.
Su angustia llena de ansiedad no había desaparecido, le preocupaba lo que podría ocurrir por culpa de ese libro de profecías y la aparición de ese Cazador. Es por ello que, pese a que confiaba demasiado en sí misma, también tenía sus bajones o momentos en los que simplemente no sabía qué hacer. Por alguna razón, creía que solo quedarse a esperar podría ser un error.
Volviendo a meter su cabeza dentro de la habitación, Amaltea tomó con las puntas de sus dedos la mitad de la hoja donde trazó el corazón. Luego, dirigiendo sus iris a donde las lunas estaban, Amaltea dijo a compás que cortaba la hoja por la mitad.
—Rigel… ¿Será que en este momento también ves la misma luna que yo? —El corazón que dibujó estaba cortado por la mitad… Era un corazón roto. Pensar en Rigel le causaba ese mismo efecto.
Y desprendiendo una única lagrima, la Amaltea solitaria; la Elegida que a solas se tornaba blandita por sus genuinos sentimientos, sucumbió al sueño y se quedó dormida apoyando su cabeza en el escritorio. La carne y huesos de sus antebrazos cruzados fueron su almohada acolchada y, el colchón de la silla, el reposo de su cuerpo delgado.
***
A solo unos minutos para que él sol devorara la oscuridad de la madrugada, una incómoda chica delgada se despertó incomodada. Es natural, dormir apoyando la cabeza con los brazos en un escritorio de madera es algo demasiado incómodo y molesto. Además, mantuvo su espalda encorvada por estar durmiendo sentada, esa mala posición le hizo doler su columna vertebral.
—Es que se me habrá contagiado la estupidez. —En el cuarto oscuro, la vos quejona de Amaltea resonó.
En la habitación había una cama demasiado cómoda, pero ella se quedó dormida en el escritorio. Por lo tanto, ella se dirigió a la cama tratando de dormir, y, pasado unos minutos, se levantó.
—No, definitivamente ya no volveré a agarrar sueño… —Estaba despeinada y parecía cansada. Parece que dormir diez días no fue suficiente para eliminar algunas de sus ojeras—. Que fastidio, saldré a tomar aire fresco.
Cumpliendo con eso, ella se levantó y salió de la habitación. Lo primero que observó fue al guardia que custodiaba su puerta estando acostado en el suelo y dormido.
—Que incompetente. —Dijo, tras bostezar y hacer sonar los huesos de su columna. Estiraba su cuerpo para evitar problemas debido a la mala posición en la que durmió.
Entonces, mientras hacía eso, un guardia de una habitación contigua se le dirigió.
—¿Qué haces despierta a esta hora? —preguntó el guardia susurrando.
—¿Eh? ¿algún problema, gusano? Soy una invitada. Solo quiero tomar algo de aire fresco —respondió con odiosidad.
—Comprendo, abajo hay una fuente bastante agradable. No puedo acompañarla ya que aquí hago guardia.
—Eso… —Bostezó—. Eso servirá. Y tú mejor céntrate en lo tuyo.
***
Amaltea bajó las escaleras y entró a un pasillo que desconocía. Resultó ser que se perdió y no encontró la fuente que le sugirieron. Entonces llegó a un pasillo en el que no había guardias y, al parecer, conectaba con alguna sala. Al final, en la esquina donde comenzaba esa sala, tras la pared, se escuchó un misterioso chillido.
—¿Uh?… —Guiada por la curiosidad, Amaltea caminó de pilar en pilar usándolo como escondites, y trató de ver a quien producía ese ruido.
Ahora, tras una columna, desde una distancia cercana, pero “segura”, ella logró visualizar una silueta familiar: un hombre de cabello largo y que usaba un traje que parecía incosteable, era Arturo De Luke.
—¿Q…ue…? ¿Qué… debería hacer? —El Rey estaba temblando, como si hubiera visto un espectro. Su voz estaba llena de miedo y el lloraba como un niño que perdió a su madre. Apoyándose con dificultad de la pared, el Rey caminaba solo y de poco en poco, daba la impresión se había debilitado.
“Uhm, curioso y entretenido… ¿Qué le pasará a esa bebita ahora?”, pensó Amaltea, quien observaba a escondidas y seguía al Rey sin ser vista. Hacer esto no le era difícil, ella ya había espiado muchísimas veces a Rigel, podría considerarse una experta en el espionaje. En tal caso, la actitud del Rey era demasiado inusual, y realmente se veía…
—Patético. —Dijo una Amaltea confundida y, a la par, interesada en lo que le ocurría al Rey.
***
Sombras se formaban en el suelo debido a la luz amarillenta que desprendían las flores de Ichork. Una figura metía las puntas de sus dedos en las aberturas entre los ladrillos de la pared del castillo, solo para apoyarse. Ni siquiera la fuerte luz cegaba sus ojos vacilantes y, las lágrimas que rodaban por sus mejillas, en blanco destellaban.
—Es… v-verdad todo… es verdad… Cazador… mi reino… todo… todo se vendr…vendrá abajo —Se esforzaba por decir el Rey—. ¡La verdad… la verdad… La maldición de la v-verdad! ¿Qué hago, qué hago?
Este Elegido había estado entrando a salas y pasillos muy raros, cuyos diseños diferían con el resto del castillo. Durante todo el rato había estado repitiendo lo mismo con voz asustada, y avanzaba con la respiración acelerada, como si estuviera corriendo una maratón, pero en realidad, avanzaba más lento que un caracol. El miedo que se manifestaba en su rostro era uno cobarde y lamentable; era fácil deducirlo.
De repente, sus rodillas titubearon, él cayó al suelo como un cerdo y pegándose en la rótula. Antes de levantarse, empezó a golpear la pared con su puño cerrado, mientras exclamaba con horror:
—¡No! ¡No! Yo… no… ¡No lo permitiré! ¡No, no, nooo! —parecía que un demonio lo poseyó.
Se levantó y continuó andando. Él era ignorante de la mirada esmeralda que se le hincaba tras sus espaldas.
***
Finalmente, él llegó a un pasillo con una pared abierta al exterior. La luz amarillenta del crepúsculo mañanero se asomó y se reflejó en el suelo, dándole un aire de misterio al ambiente. Al preocupado Rey no le importaba ese raro amanecer, él tenía centrada su mirada en un único punto: una puerta de acero que se encontraba al final de ese pasillo. Era una puerta totalmente distinta a las otras del castillo. Esa puerta era tan gruesa y dura, que era la ideal para una cárcel de máxima seguridad donde se aprisionaba a alguien demasiado peligroso.
Delante de la puerta había un único caballero, este era diferente a los guardias del castillo. Él era muy alto, corpulento y usaba una imponente armadura negra. Al observar al asustado Rey dirigirse allí, él avanzó hasta encontrarse con Arturo y le habló:
—Excelso, parece preocupado.
—Eso… no importa. Necesito hablar… —el pausó un momento, se aterró aún más y terminó de decir con dificultad—… con la Reina, mi esposa.
—¿Solicitó cita?
—No, ne-necesito hablar con ella de… inmediato, no importa si el costo es uno de mis brazos. Debo hablar con e…lla, ella, sí, ella, la Re… Reina. —Le costaba tragar saliva y expresar las palabras.
—Entendido.
El colosal caballero le dio la espalda al Rey y se dirigió a la tenebrosa puerta. Entonces la abrió, se escuchó el ruido pesado del chirrear de la puerta, y, de la habitación, surgió una nube verde mezclada con oscuridad. “La cosa” era de un tono verde oscuro y denso, perfecto para representar la maldad.
—Adelante. —El caballero señaló la habitación y el Rey entró.
—Asegúrate de que nadie se acerque. —Ordenó el Rey antes que el caballero cerrara la puerta.
—Así será.
Y la puerta se cerró creando un estruendo que hizo eco en todo el pasillo. El colosal caballero caminó hasta la mitad del pasillo y se posicionó allí como una pared inamovible. No era descabellado decir que su cuerpo tomaba casi todo el espacio.
***
“¿Reina? Estará tan asustado porque hablará con esa, ¿será?”, Analisó para sus adentros Amaltea. Ella logró encontrar todo tipo de coberturas en las que esconderse, miró tras una pared y escuchó todo lo que comentó el Rey y el caballero.
“Debo saberlo, pero…”. Pensó y asomó un poco su cabeza desde su escondite, en sus ojos se reflejó el colosal caballero que impedía el paso. “Necesito escuchar lo que dirán tras esa puerta”, se convenció ella.
Ante un caballero tan amenazante, las probabilidades de poder pasar eran casi inexistentes.
“Como puedo quitar a ese estorbo del camino, no es como el resto de guardias de pacotilla del piso de arriba, este es un Caballero Real”. Pensó Amaltea. Posteriormente, empezó a imaginarse todas las posibles estrategias en las que podría burlar a ese individuo. El problema estaba en que había un solo camino para poder llegar a la puerta, no había manera de rodearlo o algún otro pasillo que conectara con ese.
—¡Ash, al demonio con todo! Estoy perdiendo tiempo. ¿Por qué lo pienso tanto? —Dijo Amaltea, sonrió con valor a la vez que salía imprudentemente de su escondite.
Entonces, entrando descaradamente al campo de visión del imponente caballero, una Amaltea confiada empezó a acercarse a él caminando con genialidad. Esta fue la decisión de Amaltea, no perdería el tiempo pensando en estrategias inútiles, ella era de las que enfrentaba sus obstáculos de frente.
Con su barbilla bien alzada y con los hombros firmes en poderío femenino, de Amaltea emanaba un aura que dejaba claro que consideraba a ese colosal caballero como un miserable insecto.
—¿Y esta qué hace? —Se dijo el caballero, simultáneamente, se ponía en guardia.
Amaltea se detuvo a un par de metros delante del caballero, enserió su rostro y le miró con determinación. Ella escucharía lo que dirían tras esa puerta sí o sí y descubriría que clase de monstruo estaba detrás de aquella puerta; La Reina Suprema del Mundo. Sea cual sea el obstáculo que se interpusiera en su camino, aún si se trata de un Rey malvado, una Reina misteriosa o un Cazador milenario, ella los aplastaría y avanzaría.
Comments for chapter "11.0"
QUE TE PARECIÓ?
Un apuesto Bibliotecario por sus características la elegida tampoco le agrada, y todo se genera por el libro que contenía una profecía. Para justificar el desorden menciona que la joven se impactó por el contenido de una novela erótica. (人 •͈ᴗ•͈) jaja que buena excusa.
Pero ella siempre enfrente los desafíos que están incluso fuera de su zona de confort.
Claramente su actitud demuestra eso o podrían ser sus fortalezas también!
Aplaudo la publicación de tu obra entre otras muy buenas en esta plataforma.
La trama, los personajes muy claros estoy segura que captará mucha atención. Los mejores éxitos en sus proyectos (◍•ᴗ•◍)✧*。
Muchas gracias, Mari, por leer todo lo publicado hasta ahora y comentar cada capitulo. Ojalá y esto llegue a muchísimas personas, pues aún falta un largo camino por recorrer. Trataré de mejorar cada vez más como escritor y trataré de traerles un trabajo que no tenga nada que envidiarle a una obra impresa. Por ahora, espera el capitulo 12, que será publicado muuuuuuuuuuuuuy pronto 😉
Uy, yo no sé como lo imaginaste, pero yo no le diría «apuesto» jejeje…
Con lo explicado en este capitulo, ahora tienen para sacar muchas teorías, ahora la trama se dirige a un punto bastante fuerte y lo siguiente que viene los dejará en shock.
Y sí, la actitud de Amaltea en cierto sentido podría ser una fortaleza.
Pese q Amaltea se comporte siempre como una malvada, odiosa hija de su madre… :v Es increíble y raro de ver, q tenga esos momentos a solas, donde piensa en aquel amor q nunca tendrá.
Las personas que suelen ser de carácter duro suelen ser bastante cursis cuando están solos. De hecho, aveces la odiosidad es provocada por el deseo de llamar la atención de los demás.