El hijo de Dios - 05
Los edificios dentro de la ciudad eran en su mayoría de mampostería, de ladrillo, con ventanas decoradas con flores. Las calles eran anchas, tan espaciosas que podían pasar dos carruajes juntos con facilidad. Por las calles, decenas de personas transitaban, algunos rostros mostraban felicidad, dicha, vivacidad, mientras que otros, mostraban cansancio, dolor, hasta temor. Las primeras expresiones pertenecían a los hombres libres, mientras que los segundos, eran la de los esclavos. Gustavo observó la situación y se sintió mal, conocía un poco la historia de su país y, sabía que algunos de sus antepasados, habían sufrido un destino parecido. Amaris notó aquella expresión y se sintió identificada, ella también odiaba la brecha entre hombres libres y esclavos, pero sabía que no se podía hacer nada, pues no todos los esclavos habían nacido como tal, algunos eran asesinos, esclavos de guerra, forajidos, simplificando: delincuentes y, como tales merecían ese tipo de castigos.
–Hemos llegado. –Dijo el cochero. Gustavo asintió, volvió a su expresión normal y se dirigió al hombre gordo y, con calma liberó el orbe que tenía en su mano. Kenver acercó sus manos, tomando el orbe de la mano del joven, diciendo con una sonrisa.
–No puedo pagarte el total ahora, pero –Buscó una pequeña bolsita de cuero, la cual producía un tintineo ligero y sacó dos monedas doradas–, toma, una es para pagar el trámite de tu identificación y, la otra –Lo observó una vez más–, para cambiar tu atuendo.
Gustavo tragó saliva al ver las dos monedas de oro salir de la bolsita de cuero y, sintió un poco de nerviosismo cuando se las ofrecieron, después de todo, nunca había visto un oro tan brillante y puro, por lo que sentía que era la riqueza de la que hablaba su amigo Héctor, pero su rostro cambió, al recordar a su amigo caído.
–Te aseguro que te daré el resto cuando vayas a mi tienda, es solo que no tengo tantas monedas aquí. –Dijo Kenver rápidamente, había malinterpretado la mirada del joven. Gustavo reaccionó y sonrió.
–No se preocupe, es suficiente con esto. –Dijo, estaba muy agradecido con el dúo padre e hija, por lo que no quería estafarlos con un simple orbe que había arrebatado por casualidad. Kenver lo miró extrañado, no había esperado tal respuesta.
–¿Está seguro? –Gustavo asintió–. Bien ¿Que te parece esto? Después de completar tu trámite, dirígete a mi tienda y, te prometo que te daré un buen descuento. –Dijo con una sonrisa.
–Me parece bien, señor Cuyu.
–Somos camaradas de viaje, llámame Kenver. –Dijo el hombre.
–Le llamaré señor Kenver –El hombre gordo asintió con una sonrisa complacida– y, usted puede llamarme Gus.
–Correcto Gus, bueno, ves a obtener tu identificación, pero antes, déjame decirte cómo llegar a mi tienda… –Salieron de la carreta y el hombre gordo le comenzó a explicar con detalles dónde quedaba su tienda, en realidad no era muy difícil de encontrarla, pues estaba a un kilómetro en línea recta hacia el frente, por lo que el joven no se podía perder.
Gustavo se despidió de la señorita Amaris y del hombre gordo y, después observó como la carreta se fue alejando. Frente al joven, se encontraba un edificio largo de dos pisos, sus decoraciones no eran impresionantes, pero si te daban la satisfacción de admirarlas un par de segundos. Justo arriba de la puerta, se encontraba un letrero enorme, con una escritura desconocida para el joven, pero que por alguna razón podía leer, el letrero decía: Gremio de los exploradores de mazmorras.
–¿Por qué me siento tan confundido, pero a la vez tan cómodo? –Se cuestionó.
Dejó de lado las preguntas y optó por entrar al edificio, acompañado por un par de personas que también se disponían a entrar. Cuando las puertas se abrieron, Gustavo notó que el establecimiento era al menos dos veces más grande de lo que parecía por fuera y, no solo eso, también era más bonito, no sabía cómo, pero estaba bien iluminado, la atmósfera era agradable y, no había malos olores, no como los lugares donde estuvo en su tierra natal, donde algunos apestaban a madera podrida o húmeda. Al terminar de apreciar todo a su alrededor, se dio cuenta que era el centro de atención, se confundió, pero luego recordó que estaba manchado en sangre, por lo que sonrió con timidez. Gustavo comenzó a caminar una vez más, buscando el lugar correcto para hacer su trámite.
–Disculpa ¿Dónde puedo hacer el trámite para ser un explorador de mazmorras? –Preguntó a la mujer que pasaba a su lado. La dama lo miró y, con una sonrisa le señaló el camino–. Gracias.
Gustavo se dirigió rápidamente al lugar señalado, deteniéndose detrás de una persona y, no era la única, había cerca de cinco personas haciendo fila. Esperó con calma su turno y, cuando fue llamado, se acercó al mostrador con una expresión amable.
–¿En qué puedo ayudarle? –Preguntó una dama de tez morena, alta, de figura bien desarrollada y expresión servil.
–Me gustaría tener una identificación de explorador de mazmorras. –Dijo Gustavo.
–Ahora mismo solo disponemos de exámenes para guerreros y magos, lamentablemente hemos perdido los exámenes para las demás profesiones ¿Cuál le gustaría tomar? –Gustavo lo pensó un momento, había sido entrenado durante casi cuatro años en el manejo de armas, pelea cuerpo a cuerpo, estrategia y, algunas otras cosas, por lo que sentía que el examen de guerrero era más conveniente, además de que no sabía que eran los magos.
–El de guerrero por favor. –Dijo.
–Será una moneda dorada. –Gustavo asintió y entregó una de sus monedas de oro, daba gracias a que el hombre gordo le hubiera dicho el costo del trámite, pues si se lo hubieran revelado en el momento de pagar, talvez caería inconsciente por el alto costo.
–Bien, ahora ¿Podría decirme su nombre?
–Gustavo Montes.
–Disculpe, no le he entendido.
–Gustavo Montes. –Repitió, pero aún así, la mujer en el mostrador colocó la misma expresión de confusión.
–¿Podría de favor, escribirlo aquí? –Señaló a la hoja de papel del mostrador y, le entregó algo que parecía una pluma con tinta. Gustavo asintió y tomó la pluma y, con calma escribió su nombre.
–Listo. –Dijo al acabar.
La mujer leyó lo que había escrito el joven, pero siguió sin entender, no sabía si le estaba jugando una broma, o en serio así se llamaba, porque para ella, el alfabeto ocupado para escribir el nombre del joven, era completamente desconocido.
–Le colocaré: sin nombre, por el momento.
–Así puede dejarlo. –Dijo Gustavo, después de todo, no planeaba quedarse mucho tiempo en este mundo tan extraño, por lo que tener un apodo como: Sin nombre, era lo de menos.
–Entonces, por aquí, señor. –Dijo. Guiando el camino, Gustavo asintió y siguió a la mujer del mostrador.
Comments for chapter "05"
QUE TE PARECIÓ?
Al no tener identificación es como identidad desconocida o tal vez no 🙂
Esa limitante no le afecta considerablemente su desenvolvimiento en esta nueva vida o reino?