El hijo de Dios - 07
Gustavo miró a su examinadora confundido, pero al sentir algo aproximarse, rápidamente giró su cuello con una expresión de alama. Una mano blanca lo sujetó del cuello y lo levantó unos veinte centímetros del suelo.
–No eres un humano común, parece que pudiste reaccionar ante mi velocidad –Dijo, mientras observaba la herida en su pecho, causada por un sable de hoja fina–. Lamentablemente para ti, tampoco soy alguien común. –Con un movimiento de su mano, aventó el cuerpo del joven a decenas de pasos. Gustavo cayó, sintiendo un leve dolor, pero no más que eso.
–¿Qué cosa eres? –Preguntó al ver la fea herida
–¿Qué soy? –Repitió la pregunta con una sonrisa y, con su mano derecha extrajo de su pecho el sable–. Tu gente ha llamado a la mía de muchas formas: monstruo, no humano, aberración y, aunque han acertado, el nombre correcto es: devoradores.
La mujer tragó saliva al escuchar la raza del joven de vestimenta negra, conocía su especie y, sabía lo poderosos que eran y, aunque el joven todavía no había madurado para ser un devorador peligroso, al menos sentía que estaba cerca de un explorador de mazmorras de cinco estrellas, o talvez más, por lo que las probabilidades de salir con vida del lúgubre salón, eran muy bajas.
–Lo lamento, nunca he escuchado de tu raza. –Dijo Gustavo con una expresión seria.
–No preocupes, mi comida no tiene porque saber quién es el depredador.
Gustavo se colocó rápidamente en guardia, aunque no poseía su sable, tenía confianza en si mismo. El devorador se dirigió al joven con pasos lentos y, con una sonrisa maliciosa. La oscuridad lo acompañaba con cada paso que daba. En un instante, se convirtió en una sombra y desapareció, apareciendo nuevamente a espaldas del joven. Abrió la boca y dejó ver dos colmillos largos y, con rapidez se lanzó hacia el cuello de Gustavo. El joven evadió el rápido ataque, lanzándose hacia adelante y, con una voltereta, se acercó a su sable y lo tomó.
–Parece que no eres de los que se quedan quietos.
Gustavo levantó su sable, apuntando al devorador, no sabía porque, pero intuía que con ataques simples no podía derrotarlo, así que analizó rápidamente los puntos vitales de su adversario y creó una estrategia para lograr asestar golpes certeros. Tranquilizó su corazón y comenzó a preparar su ataque, el devorador nuevamente se acercó, corriendo en zigzag para confundir a su oponente. Gustavo esperó y, cuando creyó que era el momento indicado, atacó. La punta de su sable pasó justo al lado de la garganta de su oponente, pero antes de retroceder, fue atrapado por un fuerte arañazo, rasgando su preciado uniforme y, marcando con tres ligeras líneas rojas su pecho.
–Tienes un buen cuerpo. –Dijo el devorador con una sonrisa falsa, se sentía insatisfecho por no haber logrado cortar su pecho y extraer su corazón.
Gustavo sintió una ligera picazón en sus pequeñas heridas, pero eso no le importó, lo que de verdad lo ponía furioso, era que su preciado uniforme había sido dañado. La mujer notó el cambio de expresión del joven y sintió que algo andaba mal.
–El que se atreve a tocar nuestros colores, está destinado a pasar el resto de su vida en el infierno. –Dijo Gustavo furioso.
Con pasos rápidos, se acercó al devorador y, con una maestría inhumana en el manejo del sable, logró presionar al joven de vestimenta negra a retroceder, algo que por supuesto sorprendió al devorador y a la examinadora. Gustavo no perdió un solo segundo, pero repentinamente su mente se detuvo y dejó que su cuerpo actuara libremente. Colocó sus dos pies separados, su torso lo retrajo levemente y colocó su mano derecha a la altura de su rostro y, al siguiente segundo, lanzó su ataque, en un solo movimiento hizo siete estocadas. Algo que por supuesto no se esperaba ni él, ni el devorador. Las siete impactaron en el cuerpo del joven de vestimenta negra, agujereándolo con sublime precisión. El devorador cayó al suelo, se sintió débil y, su rostro se contorsionó en una fea mueca de dolor.
–¡Serás maldito! –Gritó furioso, con una intención asesina incomparable. Se tocó el pecho y luego miró su mano, en el instante siguiente, como si sufriera de espasmos, su cuerpo comenzó a moverse de manera extraña, pero lo anormal ahí no se detuvo, su ropa se desgarró, su cuerpo creció en tamaño, le crecieron alas en la espalda, su cuerpo se llenó de algo parecido a bello y, su rostro tomó forma a algo muy parecido al murciélago.
–(El demonio que describía mi abuelita) –Recordó el joven, pero rápidamente desechó sus pensamientos, podía sentir las ganas de matar de aquella cosa, por lo que no podía bajar la guardia.
El devorador se colocó de pie y observó a su presa, levantó su dedo índice y apuntó al cuerpo de la dama. La examinadora cayó repentinamente al suelo y, comenzó a tocarse la cabeza como si sufriera de un poderoso dolor. Gustavo observó lo sucedido, quiso acercarse para ayudarla, pero intuía que eso quería adversario, por lo que prefirió atacar, creyendo que así la mujer estaría a salvo.
Sus movimientos ya no eran tan precisos como antes, tenía la preocupación de la mujer en su cabeza, por lo que no podía actuar libremente. El devorador notó la duda en sus ojos y, con una sonrisa que no se logró apreciar, golpeó el cuerpo de Gustavo hacia arriba, mandándolo a decenas de metros del suelo. Bateó sus alas y despegó, alcanzó el cuerpo del humano y con ambos puños lo dirigió de vuelta al suelo. El joven impactó cruelmente con lo que parecía era mármol, uno muy duro. Tosió sangre, pero no se dio por vencido, se levantó una vez más, solo que ahora con dificultad. Otra vez estaba desarmado y, no sabía que hacer para derrotar al devorador, pero una idea apareció en su mente, la idea era sencilla: ocupar la bola de fuego que salió de su palma cuando mató al lobo gigante, lo único que impedía el poder hacerlo, era que no sabía cómo crearla. Miró su palma y la apuntó al devorador, con rapidez imaginó que una bola de fuego salía de su palma e impactaba en el cuerpo del murciélago gigante, sin embargo, no hubo ninguna reacción por parte de su mano. El devorador sintió una ligera amenaza proveniente del cuerpo del joven, por lo que se impulsó con fuerza, apareciendo en unos segundos frente a él y, como si quisiera repetir su acto, tomó del cuello al joven concentrado, levantándolo del suelo y, lo apretó. Gustavo lo miró a los ojos, podía sentir una furia ciega recorrer todo su ser, su cuerpo comenzó a hervir y, sin saberlo, su brazo derecho se cubrió en llamas y, en un movimiento veloz, lanzó su puño al pecho del devorador, atravesándolo con una facilidad risible. El cuerpo del murciélago gigante cayó al suelo, al igual que Gustavo, quien lo miraba con detenimiento, sin aún desactivar sus llamas. A los pocos segundos una voz cansada lo despertó.
–¡¿Eres un mago?!
Gustavo volteó y, al ver a la examinadora de pie con una expresión de sorpresa, sintió un poco de alivió, debía reconocer que no le gustaba ver a las personas morir, ya había visto mucha gente muerta en la guerra, por lo que no deseaba observar más.
–Es un gusta saber que se encuentra bien. –Dijo Gustavo. La mujer se sintió un poco extraña al recibir las palabras del joven ensangrentado, era como si alguien que temblaba de frío se alegrara porque la otra persona poseía un suéter.
Las llamas comenzaron a disminuir, hasta desaparecer por completo, aunque era un fuego muy potente, no daño ni un solo hilo de su ropa, algo que era muy ilógico, pero que más se podía esperar de este nuevo mundo. Se hincó repentinamente al percibir algo en el cuerpo del devorador, quién continuó con su forma de murciélago gigante tras su muerte y, sin duda alguna, sacó de su pecho un objeto, era un orbe grande, del tamaño de dos puños adultos, era pesado y de color rojo oscuro, muy parecido al color de la sangre. La sala volvió a su estado normal nuevamente, era como si todo lo sucedido hubiera sido solo un sueño, solo que no lo era, pues en sus manos poseía un orbe y su uniforme seguía en mal estado.
La examinadora se limpió el polvo de su ropa, recobrando su compostura tranquila.
–Señor, ha concluido el exámen, sin embargo, le pido que me siga, deseo que hable con mis superiores sobre la anormalidad y, así ellos decidan su rango. También puedo reparar su atuendo si lo desea. –Dijo con una sonrisa cálida. Gustavo lo pensó un momento y luego asintió, por lo que había visto, el lugar era muy avanzado, por lo que coser su uniforme no debería ser complicado.
–Por favor. –Contestó el joven. La mujer sonrió amablemente.
–Acompañeme entonces, por favor.
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