El hijo de Dios - 09
Frente al joven, dos puertas inmensas e imponentes hacían su aparición, al lado de la entrada, se encontraba un anciano de ojos filosos y sonrisa astuta.
–Abre las puertas, Dgin. –Ordenó la mujer.
El anciano asintió, guió su cuerpo a la entrada y, con su palma las empujó, el suave empuje logró su cometido, pues las pesadas puertas se abrieron lentamente. Gustavo observó admirado, podía intiuir lo pesadas que eran aquellas puertas, por lo que al mirar de vuelta al anciano, una interrogante apareció en su cabeza ¿Que tan fuerte era?
–Después de usted, señora. –Dijo Gustavo.
La dama sonrió débilmente y, con calma entró a la sala del tesoro. El cuarto era enorme, largo y ancho, con estantes por todas partes, habían: armas de todas las clases; armaduras ligeras, pesadas, de materiales exóticos; orbes grandes y pequeños, de colores extraños y vivos; túnicas mágicas; herramientas y objetos mágicos; etc. Gustavo no podía apreciar la magnífica vista, aunque estaba sorprendido por las armaduras extrañas y las armas grandes, fue solo eso, al parecer todavía no había aprendido a sentir la energía de los artefactos mágicos, por lo que no podía maravillarse con el imponente poder de la sala.
–Estos tesoros han estado guardados en nuestro gremio desde que fue creado hace más de trescientos años, se han perdido algunos y, hemos encontrado nuevos, pero son demasiado valiosos para ponerlos en venta –Lo observó, su mirada demostraba lo apenada que estaba–, pero por usted, haremos una excepción el día de hoy. Así que, por favor, escoja uno que le agrade. –Gustavo asintió, no se sentía muy bendecido por la oportunidad, pero no deseaba rechazar la buena voluntad de la dama.
Se acercó a los estantes y, buscó algo que le agradara. Habían espadas con hojas de fuego o hielo, arcos que no necesitaban flechas, pues al estirarlos creaban las propias con energía pura, habían armaduras de materiales tan resistentes como el propio titanio, pero nada de eso le llamó la atención. Siguió buscando sin ganas, hasta que sus ojos fueron atrapados por un pequeño brazalete plateado, con un tallado perfecto de un lobo. No sabía porque, pero sentía que aquella cosa lo llamaba, era un sentimiento extraño, pero sentía cierta familiaridad con el brazalete.
–Deseo esto. –Lo tomó un segundo después.
La mujer se acercó y, observó el objeto que había tomado el joven, pero al analizarlo, se dio cuenta que el brazalete no poseía energía mágica, era como si fuera un simple accesorio para adornar la muñeca, por lo que miró con duda al joven, pero al ver su sonrisa convencida, entendió que no deseaba otra cosa aparte del libro de la historia de los cinco continentes.
–Pruébatelo. –Dijo, intentado ver si así el brazalete desprendía algo maravilloso, después de todo, estaba en el salón del tesoro, por lo que debía ser algo valioso.
Gustavo asintió con una sonrisa tranquila y, con calma se lo colocó en su muñeca derecha, el objeto tenía las dimensiones perfectas para el carpo de su mano, era como si estuviera destinando a qué lo poseyera.
–¿Te sientes diferente? –Preguntó curiosa.
–No –Dijo mirando su nuevo accesorio–, pero me gusta mucho.
–Me alegra escucharlo. Entonces regresemos al primer piso, es posible que tú identificación ya esté lista.
El hombre y la mujer salieron de la sala del tesoro, el anciano caminó lentamente a la entrada, sus manos se acercaron a las puertas y, sin esfuerzo, las cerró.
Los dos llegaron en unos pocos minutos a la sala principal del gremio, haciendo sus apariciones con expresiones solemnes. Todos en la sala se quedaron mirando al joven por unos segundos, su rostro se les hacía familiar, pero aquello no era importante, lo verdaderamente importante era que estaba con la guerrera de siete estrellas y administradora del gremio: Frecsil Anturi.
–Señor sin nombre –Una mujer de tez morena se apresuró a llegar a su lado–, debo darle una mala noticia, he entregado su atuendo al mejor sastre de la ciudad, pero dice que los materiales para repararlo saldrán un poco caros, le dije que no había problema, pero me dijo que tardaría al menos de cinco a diez días terminar de repararla. –Explicó Margot con una expresión apenada, su rostro ya no mostraba el mismo desinterés como en el exámen, ahora poseía una calidez en aquellos ojos cafés. Frecsil sonrió.
–No hay problema, regresaré en un par de días para saber si ya se encuentra listo. –Dijo con una actitud tranquila.
Un hombre alto, de barba larga y rostro feroz, se acercó al grupo de tres y, con una voz servil y respetuosa se dirigió a la administradora del gremio.
–Aquí tiene la nueva identificación –Le entregó un pedazo de papel duro, con algunas letras extrañas– y, aquí tiene el libro de los cinco continentes.
–Gracias, puedes retirarte. –El hombre asintió y se alejó.
Frecsil giró su cuerpo y con calma le entregó ambas cosas al joven Gustavo.
–Debes cuidar tu identificación, no es fácil hacerlas –Expresó la dama–, todavía no sé que es lo que buscas en aquel libro, pero espero que lo encuentres.
–Gracias. –Dijo Gustavo, aceptando lo que le estaban entregando.
–Una cosa más, Margot me dijo que tú nombre es muy extraño y, que está escrito en un idioma desconocido, por eso aceptaste nombrarte: Sin nombre –Margot sonrió timidamente–… Es solo ¿Podría saber tu nombre? –La curiosidad la había invadido.
–Gustavo Montes, mucho gusto. –Dijo cortésmente.
Frecsil y Margot se sintieron confundidas, por alguna extraña razón les costaba pronunciar en su mente el nombre del joven, pero lo que también les extrañaba era lo que seguía de su pausa «Mucho gusto» ¿Qué significa eso? ¿Qué le gustaban mucho ellas? Se sonrojaron. Una de ellas no había experimentado el romance por su trabajo y, la otra por su fuerte dedicación a hacerse más fuerte y mantener estable el gremio.
–Pueden llamarme Gus, si se les hace más cómodo. –Dijo el joven con una sonrisa, intuía lo que pensaban ambas damas. Que equivocado estaba. Frecsil fue la primera en recobrar la compostura, aunque el carmesí en sus mejillas todavía no se desvanecía, tosió para despejar su garganta y su mente.
–Una pregunta más, señor Gus ¿Qué significa eso de: mucho gusto?
Gustavo la observó por un instante antes de contestar, había vuelto a ocupar modismos de su antigua tierra, por lo que debía explicarse ahora.
–Es una forma cortés de decir que: conocerla fue agradable. –Explicó.Frecsil asintió un poco aliviada y a la vez desilusionada, pero su respuesta aún tocó su corazón, al igual que el de Margot, quien no dejaba de sonreír.
Gustavo sonrió hasta que sus ojos leyeron lo que decía su identificación del gremio.
–¡¿Cinco estrellas?! –Ni él sabía porque estaba tan sorprendido. Frecsil asintió con una mirada seria.
–Lo lamento, señor Gus, pero las reglas del gremio solo admiten que los nuevos reclutas puedan ser promovidos hasta las cuatro estrellas. Usted fue una excepción en esa regla y, aunque tiene las cualidades y el poder para ascender a seis estrellas, no pude hacerlo oficial, pues causaría mucho caos, no solo aquí, sino en todo el reino –Dijo con una cara de disculpa, claramente había malinterpretado las palabras del joven. Se acercó a su oído y le susurró algo–. No te preocupes, ven en un mes y yo misma te ascenderé a las seis estrellas, solo demuestra un poco tus habilidades en la mazmorra y, haga que su reputación crezca un poco. –Gustavo escuchó todo y, hasta perdió las ganas de explicarle que en realidad estaba sorprendido, pues él creía que solo sería aceptado como un integrante de tres estrellas. Después de todo, no era un veterano bien versado en combate. La voz suave y cálida de Frecsil dejó a Gustavo por un momento en la nubes.
–¡Señora! ¿Puede repetir lo que dijo el pequeño? ¡Creo que no lo he escuchado bien! –Dijo un hombre gordo, con una hacha grande puesta en su mesa de madera.
Frecsil frunció el ceño, parecía que siempre existían personas que deseaban matar sus momentos felices. Con una mirada fría y, con una voz imponente, habló.
–El integrante Sin nombre, es un guerrero de cinco estrellas –Observó las caras de duda en los rostros de los presentes, por lo que su ceño se frunció todavía más–. Mató él solo a un devorador transformado ¿Creen que el gremio exagera al colocarlo como un guerrero de cinco estrellas? –La multitud guardó silencio, todos conocían información sobre los devoradores y, la mayoría daba gracias de nunca haber encontrado uno, por lo que al enterarse de que el joven de apariencia tranquila lo había asesinado y, no solo eso, a uno transformado, los dejó perplejos, algunos ni siquiera se podían imaginar lo poderoso que era un monstruo así.
Gustavo observó las reacciones de todos y se sintió un poco incómodo, no sabía porque, pero no se sentía tan poderoso.
–¿Sin nombre? ¿Ese es tu apodo muchacho? –Preguntó un joven en la lejanía, poseía una sonrisa amable y, unos ojos tranquilos, en sus manos, un arco grande descansaba. Gustavo asintió–. Mi nombre Vuspre Atagu. Espero un día encontrarte en la mazmorra y me enseñes un par de movimientos. –Dijo.
–Claro. –Contestó Gustavo algo tajante, había notado una cierta hostilidad de aquella sonrisa.
–No les hagas caso, muchos de ellos solo hablan porque no tienen otra cosa que hacer. –Dijo Frecsil.
–Gracias por sus palabras y, aunque fue un gusto pasar el tiempo con ambas, debo despedirme –Expresó el joven. Las damas asintieron con un ligero abatimiento, no deseaban que se fuera, todavía no–. Hasta pronto.
Gustavo se dio media vuelta y se dirigió a la entrada principal del gremio de exploradores de mazmorras y, justo antes de cruzar el umbral, tocó el relicario en su pecho con una mirada determinada.
–(Espérame un poco más, estoy cerca de encontrar la manera de regresar a tu lado) –Pensó.
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