El hijo de Dios - 10
Un joven de apariencia tranquila, con un libro en su mano, caminaba sin prisa por las calles de Agucris, algunas personas se movían hacia el otro costado de la calle, solo para no molestar al joven, estaban acostumbrados a los exploradores de mazmorras y, por lo regular, todos ellos poseían una personalidad brutal y fiera, por lo que preferían hacerse a un lado, a causar un malestar y ser la próxima víctima de sus enojos irracionales.
–Espere, señor Gus. –Dijo una mujer a espaldas del joven, quién corría apresurada. Gustavo volteó inmediatamente.
–¿Qué es lo que sucede, señorita Margot? –Preguntó un poco preocupado.
–Nada, es solo que olvidó su orbe. –Dijo, mostrándole el objeto esférico que había sustraído del cuerpo del murciélago gigante. Gustavo sonrió, se había olvidado completamente de aquel objeto.
–Gracias. –Aceptó el orbe.
–Debo regresar, todavía hay mucho que hacer en el gremio. –Dijo Margot, se dio media vuelta y se retiró.
Gustavo se quedó estático, no había tenido tiempo de despedirse. Al ver qué la silueta de la examinadora había desaparecido, optó por volver a su camino natural. Entre más avanzaba, los establecimientos en los alrededores se volvían más grandes y lujosos, con decoraciones más detalladas. Gustavo estaba impresionado con la opulencia del lugar, era algo extraño de ver hasta en su tierra natal, por lo que se tomó un momento para apreciarlo.
–Dijo que poseía un letrero sobre su puerta, pero todos los lugares aquí poseen letreros –Dijo, mirando las entradas de los establecimientos. Su mirada repentinamente se detuvo, había visto un letrero en particular que le llamó la atención–. Armas y artefactos mágicos Cuyu –Leyó–. Debe ser ese lugar.
Gustavo se dirigió al establecimiento de dos pisos, de puertas anchas de madera y, dos pilares de mármol en la entrada. Al entrar, la sorpresiva energía elemental lo sedujo, pero solo fue un suceso de unos segundos, volvió a su tranquilidad normal y, continuó admirando los estantes de objetos y armas mágicas.
–¿En qué puedo ayudarle, joven? –Dijo un hombre adulto, de túnica negra bien cuidada y, expresión servil. Se acercó, casi obstruyéndole el camino.
–He venido a hablar con el señor Cuyu. –Dijo Gustavo con un tono cortés. El hombre lo miró de pies a cabeza, analizando sus ropas y, no le quedó de otra que negarse.
–Lo lamento, joven. Pero ahora mismo el señor Cuyu se encuentra ocupado. Tratando asuntos personales. –Gustavo asintió.
–Volveré en la noche. –Dijo, se dio media vuelta y se preparó a retirarse. El hombre frunció el ceño, quería aconsejarle que se olvidara de ello, pues el señor nunca se reunía con los jóvenes de la ciudad, pero antes de hablar y decirle algo parecido, una voz femenina lo eclipsó.
–Señor Gustoc. –El joven volteó enseguida, sonriendo al ver a la señorita de ojos inocentes.
–Dama Cuyu.
El señor adulto se quedó estático por un momento, nunca había presenciado un acto tan increíble. Conocía a la señorita Cuyu prácticamente desde su nacimiento y, siempre había sido una mujer desinteresada, siendo los libros lo único que despertaba su interés, por lo que al ver aquella escena, la sorpresa invadió su cara.
–¿Has venido a ver a mi padre? –Preguntó. Gustavo asintió.
–Lo hice, pero al parecer está ocupado, por lo que tenía intenciones de volver al caer la noche. –Amaris miró al hombre adulto, quién casi saltó al recibir semejante mirada. Carraspeó y observó a la señorita.
–Señorita Cuyu, su padre en estos momentos se encuentra con el señor de la familia Besdet. –Explicó el hombre. Amaris frunció el ceño al escuchar con quién estaba su padre, podía intuir de que estaban hablando.
–El señor Gustoc es un invitado de mi padre y mío –Dijo–, debiste ser más educado con él.
Al escuchar las palabras de la señorita, casi cayó al suelo, no se había esperado que el hombre que esperaba el señor Kenver fuera ese joven de aparecía simple.
–Señor Gustoc, acompáñame por favor. –Dijo Amaris, Gustavo asintió y siguió a la dama de ojos inocentes.
Los dos jóvenes cruzaron un umbral, continuando por un pasillo bien iluminado. Amaris repentinamente volteó y observó al joven.
–¿Que rango obtuvo? –Preguntó. Gustavo analizó brevemente antes de responder, se dio cuenta que la dama enfrente suyo confiaba en sus habilidades, pues no había preguntado si había logrado pasar el exámen, sino cuántas estrellas había logrado obtener.
–Cinco. –Respondió sin arrogancia.
Amaris abrió los ojos sorprendida, una sorpresa que duró unos pocos segundos, pues cuando ella había echo su exámen por primera vez, solo logró obtener cuatro estrellas, que se suponía era lo máximo.
–¿Podrías contarme lo que pasó? –Preguntó. Gustavo asintió y comenzó a relatar los hechos dentro del gremio, omitiendo los extraños comportamientos de la examinadora y la administradora.
–Devorador transformado –Se dijo a si misma en voz baja–… puede ser que haya vuelto.
–¿Disculpa? –Preguntó Gustavo al no escuchar los susurros de Amaris.
–Nada nada –Dijo con una expresión de calma–, es solo que recordé algo ¿El orbe que traes en tu mano le pertenecía al devorador? –Gustavo asintió– ¿Puedo verlo?
–Claro. –Se lo entregó.
La expresión tranquila de la mujer se transformó en una seria y, sus ojos inocentes se tornaron sabios y solemnes.
–El orbe es de una calidad muy alta, puede que hasta posea una habilidad –Miró el cuerpo de Gustavo y después observó el orbe–. Aunque no sé si seas afín al elemento oscuridad.
–Ni yo. –Dijo con una sonrisa, era lo único que podía comentar, ya que no sabía a qué se refería con habilidad, o ser afín al elemento oscuridad. Amaris lo miró a los ojos con una mirada de científico loco.
–¿Te gustaría intentarlo? Pero te debo advertir que, si no funciona, el valor del orbe disminuirá considerablemente, talvez solo logres venderlo por una moneda dorada. –Gustavo seguía sin saber que contestar, pero al ver aquellos ojos, le dieron ganas de aceptar.
–Puedo intentarlo. –Dijo.
–Entonces ven, acompáñame al cuarto donde entreno.
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