El hijo de Dios - 12
–Por favor, guárdamelo por un momento. –Gustavo se quitó su relicario y se lo entregó a Amaris, quién asintió y aceptó el objeto pequeño.
El joven de tez morena desenvainó su espada, observando a Gustavo con una expresión afilada.
–Encuentra un arma y peleemos. –Dijo.
–Me retaste pensando que solo puedo crear criaturas, lo vi en tu ojos –Lo miró con seriedad y, luego negó con la cabeza–. Un arma, no es necesario. Combatiré con mis propias manos.
–Demasiado confiando, jovencito. No voy a mentirte, soy un guerrero de tercera clase, además de ser alumno de unas de las más prestigiosas academias militares del reino de Atguila, la gran academia «Dembrat». –Dijo con orgullo.
–Yo solo soy Gustavo Montes. –Mencionó sin arrogancia. El joven de tez morena frunció el ceño, nunca había escuchado un nombre tan extraño, pero rápidamente desechó esos pensamientos, no era momento de mantener su mente ocupada en cosas innecesarias.
–Mi nombre es Erior Besdet. –Dijo, debía honrar el duelo y presentarse, así fuera con un don nadie.
Gustavo se colocó en guardia y esperó el inicio del combate. Desde que había aparecido en éste extraño mundo, sus sentidos y habilidades habían incrementado en gran medida, pero por alguna extraña razón, no se sentía un ser poderoso.
–Empieza. –Dijo Gustavo al ver que Erior se mantenía estático.
El joven de la espada no esperó ni siquiera un segundo, dirigiéndose a atacar al instante, sus cortes eran precisos, con intenciones maliciosas cargados en cada uno de ellos. Gustavo evadió con un movimiento rápido de pies y, al encontrar una abertura, golpeó el estómago de Erior. El joven de tez morena retrocedió, había perdido un poco de aire, pero se forzó a mantenerse erguido, no podía manchar su reputación de imbatible y, menos con la persona que deseaba a su prometida.
–Buen ataque, pero ya no iré fácil.
Amaris frunció el ceño por la actitud arrogante de Erior, ella había notado lo serio que había sido, por lo que le parecía una broma las palabras del joven.
–Como desees. –Dijo Gustavo sin emoción.
Una vez más, los cortes se dirigieron a su cuerpo y rostro, pero ninguno acertó, ni se acercó en realidad. Erior frunció el ceño, ya estaba cansado que sus ataques fueran inútiles, por lo que se detuvo y saltó hacia atrás. Agarró su espada con ambas manos, respirando de manera calmada.
–¡Erior, eso es injusto, no debes ocupar habilidades en un duelo de práctica! –Gritó Amaris.
–¡¿Quién dijo que sería un duelo de practica?! –Sonrió el joven con malicia.
–¡Señor Gustoc, retroceda! ¡Sin un arma le será difícil parar el ataque! –Gritó Amaris levemente preocupada, ni ella sabía porque se sentía así.
Gustavo retrocedió al instante de recibir la advertencia de Amaris, todavía era un ignorante referente a las habilidades, por lo que si la dama Cuyu decía que retrocediera, él lo haría sin dudar. Sin embargo, antes de dar un paso hacia atrás, una estela diagonal de luz azul se acercó con la intención de cortar su cuello. El joven pudo observar con detalle que la causante de la estela de luz era nada menos que la espada del joven Erior, quién también estaba enfrente suyo. Gustavo evadió con dificultad aquel repentino ataque, aventando su torso hacia atrás.
–¡Imposible! –Erior no podía creer que su habilidad de guerrero de tercera clase fallara.
Gustavo se detuvo brevemente y miró con ojos filosos a su oponente.
–Tu intención era acabar con mi vida y, pude notar que no sentiste ni la menor vacilación al hacerlo. Admiro eso. –Sus ojos se volvieron fríos, era la misma mirada que poseía en combate antes de morir, estaba claro que sus modales y educación, se estaban haciendo a un lado para darle paso, a su «yo» más salvaje.
Gustavo se acercó con pasos rápidos a su oponente, el joven de tez morena seguía confundido por el fallo de su ataque, por lo que la repentina aparición de Gustavo, lo tomó por sorpresa. Con su puño derecho golpeó la mandíbula de su adversario, mientras que, con su mano izquierda, lo sujetó del cuello de la camisa y lo lanzó una vez más hacia él, recibiéndolo con un poderoso cabezazo justo en la nariz. Erior cayó de espaldas, sangrando de sus fosas nasales y aturdido por lo que acababa de pasar. Gustavo caminó al frente, mirándolo como lo hace una bestia a su presa. Erior rápidamente lanzó su espada al lado suyo, dando a entender que se rendía. Gustavo respiró profundo, se tranquilizó y se dio media vuelta, dirigiéndose a dónde se encontraba Amaris.
Erior se puso de pie rápidamente y, como un rayo agarró su espada y saltó, intentando rebanar al hombre de espaldas. Gustavo giró su cuello para ver la silueta de una hoja filosa acercarse, pero antes que logrará tocarlo, una extraña sombra se interpuso en el camino y sujetó del cuello al joven de tez morena, levantándolo casi un metro del suelo.
–El honor nunca a venido del poder –Dio media vuelta y miró al asfixiado Erior–, sino de la mente y corazón de una persona. Tú nunca has tenido ese privilegio, por lo que son entendibles tus actos vergonzosos.
–¡Sueltalo monstruo! –Un grito poderoso provino de la puerta principal y, con el grito, una silueta no dudo en lanzarse hacia el esqueleto de armadura negra.
Un poderoso impacto sucedió, pero para sorpresa de todos, exceptuando por Gustavo y Amaris, quién salió volando no fue el esqueleto de la armadura, sino la silueta, la cual solo logró detenerse con la ayuda de la pared sólida de la sala. Al vislumbrar bien, Gustavo se percató que aquella silueta pertenecía a un hombre de barba y complexión robusta.
–¡Guerrero, Landier! –Gritó uno de los hombres en la puerta.
Gustavo se dio cuenta que había un rostro conocido en aquel dúo, era un hombre relativamente chaparro, gordo y con una cara amable, se trataba de Kenver Cuyu, quién lo observaba impresionado.
–Bajalo. –Ordenó.
El esqueleto asintió y quitó su huesuda mano del cuello de Erior, quién cayó al suelo, lastimandose el tobillo, gimió y su ojos se humedecieron por el dolor.
–Regresa.
–Como usted ordene, amo.
El esqueleto desapareció, como si nunca hubiera existido. Amaris se acercó y se colocó al lado de Gustavo. Sin embargo, antes de devolverle el relicario, se dio cuenta que se notaba diferente a como él se lo había dado. La curiosidad la llamó, acercó su mirada y se percató que dentro del artefacto de plata, se encontraba una muy pequeñita pintura de colores oscuros, la observó y se maravilló con la belleza de la mujer retratada en aquella pequeña pintura, nunca había visto un peinado así, ni una vestimenta tan rara, su corazón se aceleró al pensar en la relación entre Gustavo y la dama del relicario, sintiendo extrañas emociones, algunas de ellas nunca antes experimentadas.
–Tenga su collar, señor Gustoc. –Dijo, devolviéndole el relicario, ya no quería seguir teniéndolo en las manos.
–Gracias. –Lo aceptó con una sonrisa agradecida, colocándose en el momento siguente con una actitud tranquila.
–¡Me debes una explicación muchacho! –Dijo el hombre al lado de Kenver. Gustavo repentinamente lo miró, su mirada ya no poseía la frialdad anterior, pero todavía estaba cargada con intenciones oscuras.
–Tranquilizate Brem, el joven es un invitado de mi hija, no debes ser descortés. –Dijo Kenver con una sonrisa, en su trayecto hacia la ciudad, había conocido al joven y, se dio cuenta que algo malo había pasado para que colocará aquella expresión.
–¡¿Qué me tranquilice?! ¡No te estás volviendo loco Kenver! –Apretó sus puños con ira y observó a su amigo–. Tu mismo te diste cuenta de las intenciones maliciosas que tenía ese esqueleto y, el invocador, no es otro que se ese joven. No es alguien digno de confianza, además, lo que hizo, es claramente una magia prohibida, nadie vence a un aventurero de seis estrellas tan fácilmente. –Kenver asintió con calma.
–Tienes razón, nadie vence tan rápido a un aventurero de seis estrellas, pero recuerda que existen muchos genios superdotados en este mundo –Observó a su hija con cariño y calidez–. Así que tampoco es imposible.
–¡¿Estás diciendo que ese joven está a la altura de la heroína Amaris?! Quiero decir, tu hija. –Kenver negó con la cabeza, pero luego lo analizó bien, por lo que se preparó a hablar.
–Su hijo fue el que reto a mi invitado, solo sufrió las consecuencias de hacerlo. –Dijo Amaris repentinamente, sabía que ser poderoso en este mundo, conllevaba un enorme costo y, quería impedir que su recién conocido fuera involucrado como ficha política entre los reinos, pues al escasear los aventureros y exploradores de mazmorras de una estrella dorada, los reyes y gobernantes de las ciudades se pelearían por tener a uno de su lado.
–El joven Erior insultó el honor de la dama Cuyu, yo interferí al no poder aguantarlo. Me retó a un duelo y perdió y, después quiso matarme por la espalda, mi amigo esqueleto solo me defendió. –Gustavo resumió con tranquilidad, no quería que la señorita Amaris sufriera las consecuencias de sus actos. Kenver se sorprendió de lo sucedido.
–¿Has escuchado? Solo fue un pleito de niños, las cosas no fueron demasiado lejos. –Brem frunció el ceño, no podía hacer nada si su hijo había retado al joven a un duelo, por lo que lo único que pudo hacer fue refunfuñar.
–Aun así, todavía no ha explicado de dónde salió ese poderoso monstruo.
–Eso…
–No diga nada, señor Gustoc –Interrumpió Amaris–, nadie puede forzarlo a revelar sus habilidades si usted no lo desea. –Gustavo asintió y se quedó callado. Brem quiso hablar, pero la dama tenía razón, no podía forzarlo a revelar sus habilidades.
En la lejanía, el poderoso aventurero de seis estrellas despertó, colocándose de pie con algo de dificultad y, al más o menos recobrar la compostura, se acercó ante su señor.
–¿Dónde se encuentra ese maldito monstruo? –Preguntó.
–El esqueleto era una invocación de ese joven. –Dijo Brem. El aventurero se sorprendió y, por instinto analizó el cuerpo del joven de ropa de lino, pero no encontró nada extraño, para él, solo era alguien de aspecto y poder simple.
–¿Podría saber tu nombre? –Preguntó con cortesía.
–Gustavo Montes. –Respondió.
Landier se extrañó con el raro nombre, al igual que Brem, no sabían porque, pero el joven les resultaba extraño.
–Sigamos conversando en la sala de estar. –Dijo Kenver, intentando destruir la extraña atmósfera.
–Lo lamento amigo mío, pero tengo algunos deberes, nos veremos después, Landier, carga a Erior y tráelo. –El hombre del semblante fruncido se dio media vuelta, dirigiéndose a la puerta, pero antes de retirarse completamente, volvió a observar a Gustavo, mirándolo con una expresión para nada amable.
–No te preocupes, no es un hombre tonto, sabe lo que le conviene. –Dijo Kenver con una risilla extraña. Gustavo asintió, aunque no entendió lo que el hombre gordo trataba de decir.
Comments for chapter "12"
QUE TE PARECIÓ?
¡Aquí me quede, justo aquí!