El hijo de Dios - 16
–Por favor, cierre la puerta. –Dejó los papeles en la mesa, mirando de manera tranquila al joven en umbral de la entrada.
Gustavo asintió con tranquilidad, cerrando la puerta con calma. Caminó un par de pasos hasta llegar frente al escritorio de la dama, sintiendo una extraña atmósfera en el ambiente.
–Por favor, tome asiento –Apuntó con su mano a una de las sillas de madera al frente de su escritorio. Gustavo asintió, se sentó y colocó su uniforme en sus piernas–. No quiero quitarle mucho el tiempo, por lo que seré franca. En el gremio de aventureros hay una misión de captura y, usted es el objetivo –Lo miró de manera seria–. No sé a quien insultó, o que haya hecho, pero como administradora de este lugar, debo aconsejarle que no entre a la mazmorra por unas semanas, yo propongo que hasta que se olviden del asunto. –Gustavo escuchó con calma, agradecía el consejo de la dama, pero ahora no podía hacerle caso, en primera, tenía que verificar algo que lo había molestado durante algunos días y, segundo, el nunca huiría de un duelo.
–Agradezco su preocupación…
–No me escuchará ¿Verdad? –Interrumpió con poca cortesía.
–No lo tome a insulto, es solo que necesito asegurarme de algo.
–En realidad intuía su respuesta –Sonrió–, pero debo advertirle una cosa, la ley de los hombres no entra a las mazmorras, si mueres ahí, nadie perseguirá el asunto, solo que tengas un familiar que desee recorrer una venganza de sangre –Lo miró a los ojos–… Puedo intuir por tu mirada que algo importante buscas y, no sé si lo pueda encontrar en ese lugar, solo quiero reiterarle que tiene mi apoyo. –Se colocó de pie y dio media vuelta.
–¿Podría decirme la razón? Todavía soy un novato y, mi inexperiencia con las cosas de este mun… lugar –Tosió para aclarar su garganta– son muchas.
–Eres un integrante de mi gremio y, aunque sea solo una administradora del lugar, tengo mis principios, por lo que no dejaré que maten a mi gente estando yo de brazos cruzados.
–Sabe, le creo –Se colocó de pie lentamente, colocando su ropa en el asiento–, pero también siento que algo me oculta. –Frecsil se dio media vuelta y lo observó.
–Por el momento no tienes porque saberlo, pero puedo asegurarle que no tengo ninguna intención hostil hacia usted.
–Entonces le doy gracias por la ayuda. –Dijo con tranquilidad.
–Una cosa más, aunque el gremio de aventureros y el nuestro sirve para el mismo fin, también existen propósitos ocultos, que mayormente poseen los individuos y, no las instituciones.
–Por favor, ilumíneme.
–El gremio de aventureros y el de los exploradores de mazmorras fueron creados con el fin de exterminar a las bestias, monstruos y criaturas poderosas que habitan este mundo, ya que son una gran amenaza para nuestra supervivencia –Gustavo asintió, había leído algo de ello en los libros de la biblioteca de la familia Cuyu–. Sin embargo, aunque nosotros los administradores cargamos con el peso de imponer las reglas, los integrantes de los respectivos gremios siempre tienen planes ocultos y, es algo entendible, no todas las personas tienen un corazón noble, dispuestas a entregar sus vidas por el bien de los demás, pues exceptuando esas personas, la mayoría arriesga su propia seguridad por riquezas, por fama, en algunos casos por títulos y, en los más oscuros, para tener la oportunidad de vengarse. Así que tenga cuidado, señor Gus, pues este mundo no es tan colorido como parece.
–Ni de dónde vengo tampoco –Dijo en voz baja, respondiendo a la última frase de la mujer. Al notar la mirada de confusión de la dama, rápidamente sacó de uno de sus bolsillos cuatro monedas doradas y las colocó en la mesa–. No quiero abusar de su amabilidad, pero me gustaría saber si puedo comprar provisiones con estás monedas. –La verdad era que Gustavo estaba en una incógnita, pues sentía que las monedas doradas las había ganado tan fácilmente, que el valor de ellas sería bajo, o al menos menor al oro en su patria.
–¿Provisiones? ¿Qué es lo que necesita? –Preguntó un poco confundida.
–Comida que pueda durar un par de días, prendas de ropa, una bolsa de cuero para guardar cosas y, un sable.
–Con tus cuatro monedas doradas puedes comprar la comida de unos cuatro meses, sin embargo, si lo que deseas es ropa con hechizos protectores, tus cuatro monedas no serán suficientes, al igual que un sable encantado. Lo de la bolsa será algo más fácil de conseguir. –Dijo, no quería fallarle al joven, pero tampoco quería mentirle.
–Gracias por la información, aunque no deseo ropa encantada, ni un sable con hechizos, solo quiero algo normal. –Explicó.
–Recoja su atuendo y acompañeme. –Dijo la dama repentinamente y con la misma se dirigió a la puerta. Gustavo asintió, agarró su uniforme y la siguió.
Ambos individuos salieron del gremio y caminaron por un buen tiempo, hasta llegar a un edificio con un letrero lleno de polvo encima de la entrada. Venta de armaduras y armas «El herrero malhumorado» tenía por nombre el lugar. La dama abrió la puerta y, entró.
–Entre. –Gustavo asintió, caminó con calma, cruzando el umbral de la puerta.
Dentro del recinto, se encontraban colocadas un par de armas envainadas y armaduras completas en sus estantes. Las paredes eran de madera café brillosa, mientras que la iluminación era tenue.
–¿Qué desean? –Preguntó un hombre de voz gruesa y alta, Gustavo no sabía si le estaban dando la bienvenida o lo estaban corriendo, pues por el tono, era difícil decifrarlo. El hombre que anteriormente había hablado, apareció detrás de una cortina azul oscuro, su rostro estaba manchado de polvo negro, tenía una barba larga mal cuidada, el cuerpo robusto y, unos pocos pelos en su cabeza, vestía con una camisa de lino café y, sobre ella, se encontraba lo que parecía era un delantal.
–Herrero Vinz. –Saludó con calidez la dama.
El herrero todavía no había enfocado bien, pero al escuchar aquella dulce voz, una sonrisa se dibujó en su rostro, dejó el martillo pesado en el mueble frente a él y, se limpió las manos en su delantal.
–Señorita Frecsil, que maravilla volver a verla. Creí que las cosas en el gremio la tendrían demasiado ocupada como para visitar a un viejo amigo. –Frecsil sonrió.
–No lo digas con ese tono, Vinz, sabes que se me dificulta salir del gremio.
–Jaja –Rio de alegría–. Solo es una pequeña broma, se que estás muy ocupada y, no quiero causarte problemas, pero me lleva a mi primera pregunta ¿Qué motivo te trae a mi tienda? –Luego observó al joven a espaldas de la mujer– ¿Y quién es él? ¿Tu protegido?
–Deseaba saber si todavía tienes en venta sables y, un conjunto de armadura ligera. –Preguntó la dama, luego miró a Gustavo, pero no sabía cómo presentarlo.
–Gustavo Montes, es un placer. –Se presentó al notar la incomodidad en los ojos de la dama. Vinz observó bien al joven y, aunque le extrañó su comportamiento y su nombre, no podía notar nada especial o sobresaliente de él.
–Supongo que el sable y el conjunto son para él ¿No es así? –La dama asintió.
–Acércate muchacho, déjame tomar tus medidas –Dijo el herrero. Gustavo asintió y se acercó, Vinz sacó una vara larga de madera y comenzó a medir el cuerpo del joven sin tocarlo–. Tienes suerte Frecsil –Dejó de medir y observó a la dama–, todavía poseo un par de conjuntos con sus medidas, por lo que no será difícil encontrar uno de su gusto –Frecsil sonrió al recibir la noticia–, sin embargo, en los sables estoy algo escaso de opciones, solo poseo dos, uno de hoja curva y el otro de hoja recta.
–El de hoja recta será perfecto. –Dijo el joven.
Vinz asintió, colocó la vara en el mostrador de madera y, rápidamente salió de la habitación, volviendo un par de minutos después, acompañado por un par de conjuntos completos de armadura ligera y, un sable de hoja recta con su vaina.
–Escoje el que prefieras, todos poseen el mismo precio.
El hombre robusto colocó los cuatro conjutos sobre el mostrador y esperó que el joven los revisara. Gustavo se acercó al mueble de madera y con calma los observó. Había uno de cuero endurecido color negro, uno de escamas verde-azulada, uno de acero ligero y, por último, uno de cuero tachonado. Gustavo admiró la armadura ligera de escamas, era preciosa, pero sentía que no le convendría por sus movimientos de combate, ya que se notaba que impedía un poco la movilidad, por lo que al final optó por escojer la de cuero endurecido.
–Buena elección. –Dijo Vinz asintiendo.
–Gracias –Contestó Gustavo, mientras agarraba los brazales y se los colocaba–. ¿Podría ayudarme? –Le pregunto a la dama. Frecsil asintió, se colocó frente a él y le ayudó a abrocharse los brazales, luego lo ayudó con el peto de cuero, siguió con las hombreras y, por último, intentó ayudarlo con las grebas, pero Gustavo se negó–. Gracias por su ayuda, pero me estaría excediendo si… me brinda su apoyo con los protectores de espinilla. –Dijo, Frecsil sonrió, aunque quería ayudarlo, el joven tenía razón, una dama de su rango no debía colocar su cabeza debajo de la cintura de un hombre, pues su honor estaría en duda.
–En ese lugar se encuentra un objeto que refleja su persona –Señaló la entrada de un cuarto–, observe como le queda el conjunto. –Gustavo asintió, dirigiéndose al espejo para ver cómo le quedaba la armadura ligera.
Frecsil sonreía mientras el joven caminaba a la otra habitación, sin embargo, su sonrisa duró poco tiempo, pues Vinz la interrumpió.
–¿Cuál es la relación que tienes con ese joven? –Preguntó algo serio.
–Soy la administradora del gremio al que pertenece, mi relación con él es solo profesional, brindándole mi apoyo a lo que necesite.
–En tus ojos puedo notar que hay algo más –Dijo–, desde niña fuiste muy aferrada a lo que deseabas, por lo que te quiero aconsejar algo, ese joven no es para ti –Frecsil frunció el ceño, respetaba al herrero porque lo conocía de toda la vida, pues había sido un amigo y compañero de armas de su padre fallecido, pero sentía que estaba fuera de lugar diciéndole lo que le convendría en sus propios temas amorosos–. Discúlpame Frecsil, puedo notar que mis palabras te han molestado, pero créeme que no lo digo porque quiera hacerte enojar, en realidad es porque no quiero que salgas dañada. Pasaste tu juventud combatiendo monstruos en la mazmorra y, después fuiste promovida a administrar una de las instituciones más poderosas del reino, has estado muy ocupada y, olvidaste los temas de amor, en ese aspecto eres una novata y, como cualquier inexperto, siempre sale lastimado para aprender. No quiero que eso te pase a ti. –Vinz habló de corazón, no tenía hijos, pero quería a Frecsil como si fuera su propia hija.
–Gracias por tu preocupación, Vinz, pero…
–Me ha encantado –Regresó Gustavo con una sonrisa, pero al notar la extraña atmósfera en el lugar, su expresión se tornó avergonzada–. Discúlpenme, los he interrumpido.
–Para nada, ven acércate. –Dijo la dama con una sonrisa forzada. Gustavo notó la anormalidad de su expresión, pero prefirió callar.
–Señor, me ha encantado su trabajo, saber ¿Cuál es el costo? –Vinz lo miró con seriedad, luego se tranquilizó un poco.
–De la armadura serían veinte monedas plateadas y, del sable otras veinte –Su mirada chocó contra la de la dama, por lo que suspiró–, pero como es para mi buena amiga, Frecsil, te daré un descuento de diez monedas, así que sería un total de treinta monedas plateadas.
–¿Cuánto es eso? –Le susurró a Frecsil, pues no conocía la conversión de las monedas, ni su valor.
–Tres monedas doradas. –Dijo, Gustavo sonrió y asintió, rápidamente sacó de uno de sus bolsillos del pantalón tres monedas doradas y se las entregó al hombre. Vinz las recibió.
–Vamos, señor Gus, todavía tenemos que encontrar la bolsa y comprar alimentos. –Dijo Frecsil.
–(¿Señor?) –Se preguntó Vinz al escuchar como se dirigió la dama hacia el joven, pero prefirió no preguntar. Gustavo tomó su uniforme y el sable con su vaina, luego sonrió en dirección al hombre de cuerpo robusto.
–Gracias. –Dijo.
–Cuídala muchacho, porque mi martillo no solo golpea metal. –Advirtió con una mirada seria. Gustavo asintió, no sabía a qué se refería, pero podía intuir que deseaba que tratara bien a la dama, quién lo esperaba en el umbral de la puerta.
–Por supuesto. –Dijo, se dio media vuelta y se dirigió a la entrada.
Comments for chapter "16"
QUE TE PARECIÓ?
Las tiene a sus pies. Van tres, ¿Verdad?