El hijo de Dios - 17
Gustavo y Frecsil caminaron de vuelta al gremio, de manera tranquila y lenta. Disfrutando de las caóticas calles de Agucris, donde podías encontrar desde un mendigo pidiendo monedas, hasta un niño mimado con espadas de alta calidad y acompañantes de mirada dura.
A los pocos minutos, llegaron al edificio del gremio de exploradores de mazmorras, deteniéndose a un par de pasos de la entrada.
—Recuerde señor Gus, administre bien lo que introduce en la bolsa de cuero, ya que no posee un gran espacio. —Aconsejó. El joven asintió, aún maravillado por el extraño artefacto mágico.
—Gracias por el consejo. —Dijo con una sonrisa agradecida.
—Otra cosa —Lo miró con seriedad—, no se dirija más allá del veinteavo piso, reconozco su poder, pero en estos últimos cien años, nuestras expediciones no han podido, ni han querido avanzar más allá. Existen cosas que ni yo, ni un explorador de mazmorra de una estrella dorada se atrevería a combatir en grupo y, menos por si solo —Gustavo asintió, entendía las palabras de previsión de la dama—… En realidad, me gustaría aconsejarle que encuentre algunos compañeros para adentrarse a los pisos superiores.
—No tengo intenciones de ir demasiado lejos, todavía no conozco bien las mazmorras, por lo que tendré que tener cuidado —La miró con una sonrisa—. Le agradezco su preocupación, pero creo que un viaje en solitario será más beneficioso para mí —Sus brazos temblaron por la expectación, ya no soportaba la espera, deseaba mirar con sus propios ojos aquellos enigmáticos lugares dentro la mazmorra—… En verdad estoy muy agradecido por su ayuda, pero creo que será momento de partir. —Sonrió nuevamente, inclinando su cuerpo en sinónimo de despedida y, sin esperar su respuesta, se dirigió a su caballo.
Frecsil se quedó de pie, observando como la silueta del misterioso joven se alejaba, casi hasta perderse. Suspiró, se sentía algo culpable por no haberle podido contar todo, aunque sabía que, si lo hacía, nada bueno podía resultar. Limpió el polvo inexistente de su túnica abierta, mientras su mirada se tornaba seria e imponente, respiró una vez más, disponiéndose a entrar a las puertas de su gremio, sin embargo, sus piernas se detuvieron, sus ojos se abrieron en sorpresa y una mueca se dibujó en sus labios.
—Por el amor de los Dioses, he olvidado por completo darle pócimas de vitalidad y recuperación. —Dijo preocupada.
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Gustavo cabalgó hacia la mansión de la familia Cuyu, su rostro mostraba expectación y felicidad, tenía la teoría de que la mazmorra podía responderle si podía regresar a su mundo, por lo que estaba ansioso de entrar. Al llegar a la mansión, dejó su caballo en el establo, agradeció al capataz y, se dirigió a su cuarto.
—Se ve muy feliz. —Dijo alguien a espaldas del joven, Gustavo rápidamente volteó, encontrándose con los ojos inocentes de Amaris.
—Dama Cuyu, es un gusto poder verla.
—¿A dónde se dirige con tanta prisa? —Preguntó, pero repetidamente se dio cuenta que el joven vestía una indumentaria militar ligera, con un sable envainado en su cintura y, una bolsita de cuero amarrada a su cinturón—. Parece que fue a abastecerse. —Gustavo se sintió algo incómodo, aquellos ojos inocentes no dejaban de observarlo y, por un momento se sintió culpable, pero ¿Culpable de qué? Ni el mismo lo sabía.
—Le pedí a la señora del gremio de favor que me aconsejara que vestimenta usar para ingresar a la mazmorra. —Se explicó con calma. Amaris frunció el ceño, acercándose con el disgusto en su rostro.
—Sabe que mi padre tiene mejores armas y armaduras ¿Verdad? No tenía porque ir a pedirle el favor a la señorita Frecsil.
—No me malentienda por lo que le voy a decir por favor, pero me resulta complicado buscarla a usted o a su padre para resolver mis problemas, han sido de mucha de ayuda y, se lo agradezco de todo corazón, pero no puedo depender de su hospitalidad —Habló con honestidad, pero al notar que el ceño fruncido de la dama todavía no desaparecía, rápidamente continuó hablando—. Además, mis monedas eran insuficientes para adquirir alguna de las armas y armaduras que tiene a la venta en su tienda. Creí que buscar ayuda en otra parte era la mejor opción.
—No me gusta su explicación —Se volteó y se preparó a irse, pero antes de dar el siguiente paso, dijo—. No puedo entrar a la mazmorra por algunos días, pero por el insultó que cometió el día de hoy, me acompañará en la siguiente expedición. —Sin esperar la respuesta del joven, la dama se retiró.
—Insulto ¿Cuál insultó? —Se cuestionó Gustavo y, ahí estuvo de pie por unos minutos, antes de dejar de pensar en que había hecho mal.
El joven entró nuevamente a su habitación, extrajo de su bolsita de cuero su uniforme y lo colocó en su cama, todavía estaba maravillado con la utilidad de la bolsa, la cual podía almacenar muchas cosas en un espacio tan pequeño gracias a los encantamientos colocados en ellas y, que, aunque parecía que costaba una fortuna, solo había pagado por ella una moneda dorada, o al menos eso le había dicho la administradora del gremio, ya que ella había tenido la amabilidad de comprársela.
Se dirigió a la mesa de madera y, con calma, agarró uno de los libros, lo introdujo en su bolsa, suspirando, respiró profundo y, miró por última vez su cuarto antes de salir.
En la lejanía, podía notarse una pequeña colina de piedra negra, con una enorme puerta en medio. Gustavo sonrió al observarla, su corazón palpitaba de emoción, se sentía extraño, era como si algo dentro de aquella oscuridad lo llamara. Fuera de la enorme estructura, se encontraban diversos puestos de venta, con productos como: Armas, armaduras, pociones, herramientas, artefactos mágicos, mascotas y, hasta esclavos de carga. Lo único que no poseían, eran libros de hechizos, pues esas cosas no podían venderse tan fácilmente por su alto valor. En los costados de la entrada, se encontraban lo que parecía ser soldados de armadura completa, con una alabarda en mano y, una espada larga envainada en la cintura.
—Identificación. —Un hombre vestido con una túnica de alta calidad se acercó, su rostro era severo, se podía notar que era un hombre rígido, apegado a las reglas. Gustavo asintió, sacando de los bolsillos de su atuendo un pequeño papel endurecido.
—Tenga. —Dijo, entregando su identificación. El hombre de rostro severo asintió y agarró con su mano el papel. Sus ojos mostraron sorpresa al leer el nombre escrito, pero rápidamente se tranquilizó.
—Señor Sin nombre, la administradora Frecsil ha dejado algo para usted —Alzó la mano y tronó los dedos, en un instante, un águila pequeña voló y se colocó en su brazo con calma, en su pata tenía una bolsa muy parecida a la suya, solo que de mayor calidad. El hombre introdujo su mano en la bolsa y con calma sacó cuatro pociones, dos rojas y dos amarillas—. Me dijo que le dijera que esto es un regalo del gremio por su primera incursión. —Gustavo asintió, aceptándolas con una sonrisa.
—Gracias. —Rápidamente las guardó en su bolsa de cuero.
—Todo está bien —Le devolvió su identificación—. Si ya tiene todas sus cosas en orden, puede dirigirse a la mazmorra. —Dijo con un tono serio y duro. El joven asintió y, con una mirada tranquila se despidió del supervisor.
Gustavo respiró profundo, admirando la lejanía y, con calma comenzó a caminar.
—¿Desde cuándo damos regalos, Benzon? —El águila chilló y movió su cabeza—. Creo por fin nuestra administradora encontró a alguien digno. Esperemos que no muera ahí dentro.
Gustavo caminó y observó que otros individuos también se disponían a entrar, no eran muchos, pero la mayoría de ellos portaban una armadura o túnicas mágicas de alto nivel.
—¿Eres nuevo? —Una joven, de más o menos dieciséis años, cuerpo delgado, mirada amable e infantil y, sonrisa cálida, se acercó, con un bastón posando en su mano y, portando una túnica verde de mago.
—Sí, es mi primera vez. —Dijo al mirarla.
—Sí gustas, puedes hacer equipo con nosotros —Señaló a otros tres individuos a sus espaldas—. No somos muy fuertes, pero te aseguro que podemos llegar al décimo piso sin problemas. —Gustavo negó con la cabeza, mirándola con culpa por haberse negado.
—Agradezco su oferta, pero en estos momentos no puedo acompañarlos. Me disculpo. —La dama sonrió, no se sentía rechazada por la negativa del joven, pero debía reconocer que su comportamiento tenía clase, por lo que le dio curiosidad saber su identidad.
—¡Lara! ¡Vamos! ¡Ya es momento de entrar! —Antes de preguntar por el nombre del joven, sus compañeros la llamaron, por lo que asintió, se despidió con una sonrisa y se fue.
Gustavo la miró, sintiendo una ligera calidez en su pecho, debía reconocer que su acto amable le había alegrado más el día.
El joven notó que la entrada a la mazmorra era rara, pues la inmensa oscuridad no permitía observar lo que había dentro, pero se había dado cuenta anteriormente que, cuando un individuo entraba, era como si desapareciera, por lo que tuvo un poco de duda al estar frente a ella. Respiró profundo, ya había visto demasiadas cosas extrañas en este mundo, una más no romperían su cordura, o eso pensó. Por lo que, con un pasó decidido, entró a la mazmorra.
Comments for chapter "17"
QUE TE PARECIÓ?
Ay santa Teresa de Calcuta necesito tu ayuda.