El hijo de Dios - 24
Pasaron los días y, el nombre del explorador de mazmorra que había acabado con la hormiga reina mutada seguía en boca de todos, aunque los residentes de la ciudad de Agucris no conocía el verdadero poder de un monstruo así, admiraban a las personas poderosas, por lo que, al escuchar la increíble hazaña del joven, sus labios se movieron rápido para distribuir el mensaje. Ahora la ciudad no solo poseía a una heroína, sino también a un héroe, teniendo la esperanza de que ese dúo aumentara la reputación de la ciudad y, así tener más ingresos por los visitantes.
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En una sala larga y ancha, un joven blandía su sable con habilidad y gracia, haciendo cortes rápidos y precisos al aire. Su rostro y cuerpo estaba empapado de sudor, el continuo esfuerzo por perfeccionar sus ataques lo había llevado a un arduo entrenamiento. La técnica para imbuir con energía su sable todavía no estaba completa, pero se encontraba feliz, porque su progreso había sido rápido y estable.
—Señor, la señorita Amaris y la señora Frecsil lo esperan en la sala de reuniones. —Una joven dama se acercó, hablando después de admirar por un breve momento el cuerpo semidesnudo del joven.
—Gracias. Por favor, dígales que ahora voy. —Dijo Gustavo, bajando su sable, respiró profundo, caminando hacia una pequeña tela blanca, la agarró, limpiándose con ella la cara y el cuerpo. La joven dama asintió, hizo una ligera reverencia y salió de la sala.
El pequeño lobo, quién se encontraba durmiendo en el rincón de la habitación, despertó, abriendo su hocico como si estuviera bostezando y, de un salto apareció en el hombro del joven. Gustavo sonrió al notar su presencia, no lo quería admitir, pero ya se estaba encariñando. Se había dado cuenta cuando había estado entre la multitud de personas, que solo él podía ver a su pequeño compañero y, aunque eso le extrañaba, ya se estaba acostumbrado a las cosas raras del mundo. Al terminar de limpiar su cuerpo con la tela blanca, se colocó una camisa de lino color café, guardó su sable en su vaina y, se retiró, dirigiéndose a la sala de reuniones.
Mientras esperaban al joven, Amaris y Frecsil, bebían un líquido caliente con toques amargos, sentadas en diferentes sofás. El sirviente en la sala se sentía un poco sofocado por la tensa atmósfera, deseaba que el señor Gustoc, como lo llamaba su ama, apareciera pronto, talvez así la tensión en la sala disminuiría.
—¿Qué sabes del señor Gus? —Preguntó Frecsil con un tono tranquilo, bajando la taza de sus dulces labios. Amaris giró su cuello, dejó el libro que estaba leyendo y, observó a la administradora.
—Todo. —Respondió con una sonrisa. Frecsil asintió con calma, aunque sus ojos demostraban lo contrario.
—Entonces ¿Me podrías contar un poco sobre su lugar de nacimiento?
—No me gusta divulgar las cosas privadas de mis amigos. —Respondió Amaris, mientras bebía un poco.
—Así que son amigos. —Sonrió la dama, Amaris frunció el ceño por el extraño tono de Frecsil.
—¿A qué viene su tono, administradora?
—Nada, es solo que me parece lindo que sean amigos. —Sonrió de manera descarada, bebiendo de vuelta de la taza.
Gustavo entró repentinamente a la sala, deteniéndose en el umbral al notar las afiladas miradas que las dos damas se lanzaban. El sirviente hizo una ligera reverencia, se despidió de los invitados y salió apresuradamente del lugar, algo que dejó desconcertado al joven.
—Dama Cuyu. Señora. —Dijo Gustavo. Las damas voltearon rápidamente, observando al muchacho con sus miradas naturales.
—Señor Gustoc.
—Señor Gus.
Gustavo sonrió, caminando al sofá más cercano, acomodó lo doblado de su camisa y, se preparó a sentarse con calma, para evitar que su pequeño lobo cayera.
—¿Podría conocer la razón de mi requerimiento?
—La señorita Amaris y yo, estamos un poco preocupadas por su situación. —Dijo Frecsil con una mirada seria.
—¿Por qué de su preocupación? —Preguntó confundido.
—Después de su batalla cayó inconsciente por la alta fatiga y, durmió más de dos días, aunque sus cicatrices desaparecieron gracias a las pócimas de vitalidad, su nariz sangró un poco mientras dormía, además de que su temperatura corporal era increíblemente alta. No queremos inmiscuirnos mucho en su vida, solo queremos escuchar de su boca que se encuentra bien.
—Gracias por su preocupación —Sonrió cálidamente—. Y sí, me encuentro muy bien. —Amaris sonrió por un breve momento, al igual que Frecsil, pero aquellas sonrisas desaparecieron cuando Amaris habló.
—Ahora, nos podría decir ¡¿En qué estaba pensando?! —Gustavo miró a ambas damas, quienes lo observaban con miradas serias.
—Jeje —Sonrió nervioso—, no entiendo su pregunta, dama Cuyu.
—Por supuesto que la entiende, es mucho más listo de lo que quiere demostrar, lo he visto aprenderse un libro de magia de nivel bajo en unos pocos días, así que no nos trate como tontas. —Gustavo tragó saliva, era verdad que no entendía su pregunta. No sabía porque, pero la tensión que sentía era peor que cuando enfrentó aquella hormiga fea.
—Lo que la señorita Amaris quiso preguntar, fue ¿Por qué arriesgó su vida por personas que no conocía?
—Sí ¿Por qué hacerlo? Está no es su ciudad, no tiene ninguna obligación con esta gente, primero debe preocuparse por su seguridad. —Dijo Amaris con una expresión complicada. Gustavo asintió, suspirando brevemente, lamió sus labios para hidratarlos y, se dispuso a hablar, mirando a ambas damas con una sonrisa tranquila.
—Lo hice por una simple razón, desde pequeño me enseñaron a no dejar a nadie atrás —Respondió, recordando brevemente lo sucedido en su vida anterior, su mano tocó por instinto su relicario, algo que notó Amaris—. Me disculpo si las preocupé, pero era algo que debía hacer. —Frecsil lo miró, no podía negar que sus palabras la habían tocado, había crecido con historias de héroes, aquellos que daban hasta su última gota de sangre para resguardar a las personas y salvar los reinos, por lo que estuvo alegre de conocer a dos individuos desinteresados y de corazón noble.
—No me satisface su respuesta. —Su semblante se endureció, el joven asintió, algo dolido por su respuesta.
—¿Puedo hacerle una pregunta, dama Cuyu?
—Adelante.
—¿Por qué la llaman <<La heroína de la ciudad>>? —Amaris lo observó por un breve momento antes de responder, su semblante se aligeró, exhalando como si hubiera combatido, mientras su mirada se volvía solemne.
—Cuando tenía trece años —Comenzó— una horda de bestias mágicas y monstruos no mágicos se aproximaron a las puertas de la ciudad, yo, junto con otros exploradores de mazmorras y aventureros, las combatimos, sin embargo, al final de la batalla, el líder de la horda salió, ya nadie tenía el poder ni la fortaleza para enfrentarlo, por lo que baje de los muros y lo distraje y, ya en la lejanía active uno de mis hechizos de más alto nivel, destruyéndolo por completo. —Gustavo escuchó la historia atentamente, reconocía que el título de heroína era bien merecido para la dama Cuyu, lo que no pudo entender fue esa complicada mirada.
—Entonces debería entender porque hice lo que hice. —Dijo Gustavo. Amaris negó con la cabeza.
—No lo entiendo, porque la razón de enfrentarme a ese monstruo, fue debido que a uno de su raza mató a mi madre. No lo hice por un noble acto, lo hice por venganza. —Su expresión cambió, sus ojos se humedecieron y puños se cerraron, mientras temblaban con furia. Gustavo se colocó de pie, acercándose a la dama, bajó su cuerpo, colocándose de cuclillas y, con sus manos tocó sus puños cerrados.
—Perdón por mi atrevimiento, no fue mi intención hacerle recodar cosas tristes de su pasado. —Dijo.
Frecsil también quiso abrazarla, era la primera vez que escuchaba el trasfondo de la batalla de la heroína Amaris. La dama sonrió levemente, negando con la cabeza.
—No es su culpa.
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