El hijo de Dios - 29
El joven pasó la mayor parte de su día en compañía del señor Cuyu, discutiendo sus planes a futuro y, aunque no se había dado cuenta, el padre de Amaris lo había atrapado, convirtiéndose él en el único que podía comprar los orbes que recaudara cuando entrara en la mazmorra en su próxima expedición.
Su trayecto al salir de la tienda de su benefactor fue desconocido, pues al estar sumido en sus pensamientos, no se percató que había comenzado a caminar.
—Me siento raro. —Dijo, al observar su nueva túnica abierta de color negro con rojo, nunca había portado una vestimenta de tan alta calidad, por lo que, al sentir el suave roce de la tela, su cuerpo experimentó otro tipo de placer.
—Señor, por favor espere. —Dijo alguien a sus espaldas, acercándose con rapidez. Gustavo giró su cuello de inmediato, observándola con un poco de confusión, ya que, por sus facciones, se le hacía muy familiar a una persona que había conocido en su tierra, sin embargo, no pudo encontrar el recuerdo de quién. La mujer era bella en el sentido poético, de cuerpo conservador, tez ligeramente morena, ojos cafés, muy bellos y, cabello castaño, recogido de una manera que dejaba apreciar con lujo de detalles sus deslumbrantes hombros.
—¿En qué puedo ayudarle? —Dijo. La dama frunció ligeramente el ceño al recibir aquella respuesta, pero optó por no tomarle importancia.
—Mil disculpas si le he interrumpido, pero deseaba charlar con usted sobre algo importante. —Dijo con una expresión honesta. Gustavo la miró y, al no tener nada que hacer, aceptó, asintiendo con la cabeza.
—Dígame.
—No podemos hablar sobre ello en estos lugares tan concurridos, por favor, acompáñeme. —Su rostro expresaba preocupación más allá de lo normal. El joven guardó silencio por un breve momento, meditando su petición y, al no encontrar nada para rechazarla, dio su consentimiento.
Parecía nerviosa, tanto que hacía muecas casi imperceptibles. De vez en vez volteaba a su derecha e izquierda, como si se estuviera cerciorando de que nadie los siguiera. Continuaron caminando por las calles principales, hasta llegar a los barrios pobres de la ciudad. Las estructuras de los alrededores cambiaron, estaban hechas en su mayor parte de madera, los niños jugaban afuera, cerca de los árboles, mientras que algunas personas trabajaban en sus pequeños cultivos.
—Creo que nos hemos alejado lo suficiente, ya puede conversar conmigo de lo que desea. —Dijo Gustavo, deteniéndose, no había hablado durante casi veinte minutos, por lo que, aunque no tenía nada que hacer, no quería perder su tiempo en juegos.
—No puedo hablarle aquí, por favor acompáñeme a mi casa. —Dijo ansiosa.
Gustavo notó que su nerviosismo no era actuado, por lo que asintió nuevamente y emprendió una vez más la marcha. Desde pequeño fue enseñado a brindar su ayuda cuando era necesitado, por lo que, aunque no lo deseara, sus principios eran más fuertes y debía actuar en base a ellos.
El paisaje volvió a cambiar, todo lo que le rodeaba eran extensos campos, con animales pastando o durmiendo. Una sonrisa se dibujó en su rostro, era la primera vez que observaba algo muy similar a su antigua tierra y, aunque había sido por un instante, aquella vista le entregó un poco de felicidad.
—¿Quién es usted? —Preguntó algo curioso. La dama se detuvo y volteó.
—Mi nombre no es importante en estos momentos, solo puedo decirle que pertenezco al gremio de aventureros —Cuando Gustavo escuchó sus palabras, se colocó en guardia casi al instante, había recordado que en ese lugar tenían una misión de captura por él y, aunque la habían cancelado, desconfiaba un poco. La dama lo observó, sonriendo ligeramente, hasta su nerviosismo había desaparecido—. Sería una completa estúpida si me atreviera a enfrentarlo, señor Sin nombre —Dijo—, en realidad es todo lo contrario, deseo pedirle su ayuda.
Gustavo caminó, colocándose justo detrás de la dama, quién volteó al sentir el porte imponente del joven.
—Le prometo que la ayudaré, pero primero quiero conocer los detalles. —Su mirada se había vuelto seria, con un toque ligero de oscuridad. La dama tragó saliva, aunque el joven no había desprendido intenciones hostiles, la sola energía que lo rodeaba demostraba que no estaba jugando.
—Cerca de mi hogar, se encuentra una manifestación energética, no sé lo que sea, pero todos aquellos que han entrado, no han salido de vuelta —Bajó la mirada con dolor en ella—… Hace unas semanas solicite la aprobación de una misión en mi gremio, pero, aunque fue aceptada, nadie ha respondido a mi petición —Levanto el rostro, para observarlo—. No poseo mucha riqueza y, las pocas monedas que he logrado juntar gracias a mis misiones completadas, las he invertido en la tierra de cultivos de mi hogar. —Gustavo asintió, podía notar la desesperación en aquellas palabras, por lo que su corazón se ablandó.
—¿Qué es una manifestación energética? —Preguntó. La dama dudó por un momento antes de contestar.
—Los grandes sabios describen a una manifestación energética como un choque de fuerzas opuestas, alterando las leyes físicas, naturales y mágicas del terreno. Aunque una manifestación energética no siempre representa un solo suceso, existen muchas variantes en el mundo… O al menos eso explicaba un libro que leí hace mucho tiempo. —Explicó. Gustavo se quedó momentáneamente desconcertado, la mirada y expresión que la dama había mostrado al dar su explicación, era completamente distinta a la que poseía anteriormente, mostrándose solemne, como un sabio que estudia las artes arcanas y, aunque tenía un mal presentimiento sobre ello, no podía encontrar el porqué.
—Eres una guerrera ¿No es así? —Preguntó.
—Sí —Respondió—. Pero ahora no es momento de hablar, señor Sin nombre, debemos apresurarnos. —Dijo de inmediato, dándose la media vuelta y corriendo a gran velocidad. Gustavo volvió a seguirla.
El tiempo pasó y, aunque había sido corto, el cielo se había tornado rojo, por lo que la iluminación en los alrededores había disminuido.
—Hemos llegado. —Dijo al detenerse, mirando más allá.
Gustavo se quedó de pie al observar el enorme agujero azul oscuro que se encontraba al lado de un árbol gigante, parecía un vórtice que tragaría cualquier cosa que se aproximara. Su mirada había sido atraída como la del niño que observa lo inexplicable, como la del perdido que encuentra el camino de vuelta. Sentía y escuchaba con claridad el palpitar de su corazón, apretó su relicario, no sabía porque, pero sentía que, si cruzaba aquel extraño agujero, estaría condenado a vagar por el mundo por la eternidad.
—Mi hermano se encuentra ahí dentro —Dijo, expresando un fuerte dolor—. Por favor, señor Sin nombre, ayúdeme a encontrarlo. Ayúdelo a volver a casa —Las lágrimas comenzaron a resbalar por sus mejillas. Gustavo apretó los dientes, de verdad quería ayudarla, su última frase había tocado lo más profundo de su corazón, ya que él estaba pasando por una situación similar, sin embargo, sus instintos le gritaban otra cosa—. Sé que lo que le pido es algo muy difícil —Dijo al notar la indecisión en su rostro— y, me disculpo, pero le prometo que de alguna manera se lo voy a recompensar.
Gustavo se forzó a sí mismo a olvidar el miedo ¿Por qué le costaba tanto ser valiente? Lo había sido toda su vida, había enfrentado a la muerte en su vida anterior, al igual que en este mundo y, su voluntad no había flaqueado, por lo que no sabía que es lo que le pasaba. La dama comenzó a caminar hacia el agujero al notar la expresión vacilante del joven y, con lágrimas en los ojos, se dispuso a entrar.
—Espere —Gritó, mordiéndose su labio inferior—, deje que lidere el camino.
Gustavo caminó un par de pasos, con sus piernas y manos temblando, pero con una expresión decidida, al estar justo enfrente del agujero, suspiró, pero cuando volteó a la izquierda para observar a la dama, no se encontró con ninguna expresión de tristeza o dolor, en el rostro de aquella mujer, solo estaba una clara sonrisa. Gustavo abrió los ojos en sorpresa, había sentido claramente como su invocación era destruida y, aunque quería hacer un movimiento para frenar lo imposible, ya era demasiado tarde. Con un fuerte empujón en su espalda fue arrojado dentro del agujero.
El tiempo pareció detenerse, Wityer abrió los ojos por la extrema sorpresa, pues tampoco había sido lo suficientemente rápido para impedirlo y, por extraño que pareciera, no había sentido la fuerte energía de la manifestación energética, algo completamente antinatural si se conocía su especie. El joven logró girar su torso, mientras que sus ojos observaban el rostro tranquilo de la dama.
—El Más Grande tenía razón, tienes fuertes principios, joven Gustavo.
Comments for chapter "29"
QUE TE PARECIÓ?
¡Se murioooo!