El hijo de Dios - 34
Gustavo sintió una fuerte presión por parte de todos los individuos dentro de la sala, si debía compararlas con algo conocido, diría que cada uno de ellos era igual de fuerte como la hormiga reina mutada, o tal vez más, pero había alguien que destacaba entre la mayoría, ese era el hombre de edad adulta junto a un trono de madera con ramas a su alrededor, quién poseía una fuerte energía elemental rodeándolo, era uno con la naturaleza, o al menos eso pensaba el joven.
—Me han comunicado que un macho de la tribu de las orejas cortas apareció con la hoja de Nuestra Señora, ese eres tú ¿No es así? —Gustavo negó con la cabeza, no quería empezar con una mentira. Respiró profundo y caminó un poco más, colocándose justo al frente de los escalones, los cuales parecían hechos de mármol.
—No, señor, provengo de una tierra muy lejana, desconozco aquellos que usted llama «orejas cortas». —Dijo con una expresión tranquila y respetuosa.
El hombre al lado del trono frunció el ceño, aunque debía admitir que era muy diferente a un orejas cortas, era la única raza que le llegaba a la mente cuando lo observaba.
—¿De dónde provienes, forastero? —Su mirada era solemne, pero con una gran opresión proveniente de ella. Gustavo frunció el ceño, era muy difícil de explicar su procedencia y, aunque lo intentara, ya había comprobado que no servía de nada.
—Vengo del reino del Águila. —Mintió a medias.
La sala guardó silencio cuando se escuchó la procedencia del joven, no conocían el lugar, pero si una palabra en aquella oración: reino.
—¿Eres del reino humano? —Preguntó con un poco de duda, su mirada solemne se había borrado, siendo remplazada por una seria. Gustavo asintió.
—¿Cómo puede ser eso posible? —Gritó un anciano entre la multitud de consejeros.
Los demás hombres y mujeres también sintieron extrañas emociones dentro de sus corazones, se debía reconocer que todos eran individuos con edades tan altas que algunos no recordaban el número, pero, aunque no habían vivido en la misma Era, recordaban las palabras de sus ancestros sobre los humanos, palabras que se repetían en sus mentes.
—Forastero —Su mirada se endureció— ¿Eres un humano? —Preguntó, su tono era extraño y complicado de descifrar. Gustavo volvió a asentir.
Al recibir la respuesta afirmativa del joven, el hombre adulto se colocó de pie e invocó una poderosa energía de elemento viento. Como un proyectil, la dirigió al cuerpo del humano. Gustavo rápidamente levantó su mano, creando un muro de fuego, pero por muy poderoso que era, no pudo protegerlo de tan poderosa ráfaga, por lo que fue lanzando a chocar contra la pared más cercana.
Sonrió de impotencia, colocándose de pie con calma. Al levantar la vista, se percató que toda la sala estaba sumida en un silencio profundo, la multitud de ancianos se encontraban postrados en el suelo, con la mirada hacia abajo. En el centro de la sala, se encontraba un pequeño lobo con una mirada fría y seria. El joven no entendía porque su compañero no había hecho nada para protegerlo, se sentía algo traicionado, pero al notar la poderosa energía que desprendía, pensó en algo.
—(Me ocupó como excusa) —Sonrió nuevamente, pero ahora sonreía por la astucia de su compañero.
—¡Señor del Bosque, por fin ha vuelto! —Dijo el hombre postrado junto al trono, sus ojos no podían creer lo que veía, ni su tono de voz. El lobo no expresó sonido alguno, solo observó todo con frialdad—. Me pondré de pie ante su majestuosa presencia —Se levantó lentamente, percatándose que el joven humano se encontraba al lado del Señor del Bosque con una mirada seria—. Escuché de mi hija que usted había regresado, pero que estaba en compañía de un orejas cortas, no le creí y la mandé a encerrar —Su expresión hizo una mueca complicada—. Le debo una disculpa, si hubiera creído en su palabra, habría ido enseguida para recibirlo…
El lobo, desinteresado del acto pobre del hombre de orejas puntiagudas, saltó de vuelta al hombro de su compañero, parecía que quería demostrar un punto. Los individuos dentro de la sala que lograron observar aquel acto, sintieron emociones complicadas en sus corazones, no podían estar alegres viendo al Señor del Bosque de pie sobre el hombro de un humano, no sabiendo lo que esa clase de arrogantes y mentirosos le habían hecho a toda su raza.
—Jamás actúe en contra de nadie dentro de su territorio —Se limpió el polvo invisible de su túnica—, pero aun así decidió atacarme y, no fue algo simple, si hubiera sido más débil, ahora mi vida peligraría. Requiero una disculpa y una explicación. —Su mirada decidida, su tono fiero y, sus extremidades temblando por la impulsividad, demostraba que lo que estaba diciendo no era algo que se podía tomar a la ligera.
El hombre al lado del trono frunció el ceño, no estaba dispuesto a disculparse con un joven y, mucho menos con un simple humano, pero al notar la mirada fría del Señor del Bosque, su expresión cambió, podía sentir que la relación entre el lobo y el humano no era superficial, por lo que la duda lo atacó.
La tensión en la sala era tan densa que se podía palpar. Ninguno de los dos bandos hablaba, poseían su propio orgullo y, no estaban dispuestos a dar un paso atrás. Cómo un relámpago, un bastón cayó al suelo, justo en medio de los dos individuos, acompañado por una silueta delgada, de cabellos largos y plateados.
—Señor del Bosque, elegido de Nuestra señora. —Saludó con cortesía. Su mirada era tranquila, tan en calma que se sincronizaba con sus alrededores.
—Suma sacerdotisa. —El hombre junto al trono junto ambas manos y saludó a la Gran Anciana de su tribu. Los demás individuos siguieron postrados en el suelo, no estaban dispuestos a sufrir las consecuencias de faltarle el respeto al Señor del Bosque.
—Necesito hablar con su excelencia y su compañero a solas. —Dijo con un tono tranquilo. Como el viento al soplar las hojas de los árboles, apareció ante el joven y el lobo y, con un movimiento de su muñeca, desapareció de la sala.
Los hombres en el recinto se colocaron de pie lentamente, suspiraron aliviados, conocían la brutalidad del Señor del Bosque, por lo que se sentían agradecidos que no haber provocado su ira.
—¿Cree que ese humano es el de la profecía? —Preguntó una de las consejeras con el rostro serio.
—Imposible, la profecía hablaba de un valiente y honorable habitante del bosque, no un maldito y codicioso humano. —Respondió otro individuo, se notaba un gran resentimiento en su mirada.
—No sé quiénes son peores, los orejas cortas, o esos sucios humanos.
—Silencio —Dijo el hombre al lado del trono, con calma se acomodó sus cabellos y se volvió a sentar—. Si la Suma sacerdotisa bajó del Gran Árbol para hablar con el humano, no podemos insultarlo. Tiempos oscuros nos aguardan, ahora nuestro destino está en manos de los Dioses.
Comments for chapter "34"
QUE TE PARECIÓ?
¿Quiénes serán los oreja corta?
¿Otra pa el harem?