El hijo de Dios - 37
Levantó el sable tirado en la tierra y lo observó, los símbolos dibujados en aquella hermosa hoja, lo dejaban lleno de curiosidad, pues en su vida había visto una escritura tan única y poderosa.
—Parece que necesitaré otra vaina —Dijo con una sonrisa, agarró su bolsa de cuero y guardó su nueva adquisición, luego, con calma, caminó dos pasos hacia su derecha, recogiendo el libro de pasta negra y, como con el sable, también lo guardó—. Vamos, deben estar preocupados por nosotros. —El lobo asintió y saltó de vuelta a su hombro.
La fila para entrar a la ciudad era menor a la primera vez que había llegado, algo que agradeció, pues así no demoraría tanto para poder pasar.
—Identificación. —Dijo un joven soldado, de mirada ruda y arrogante, pero al notar los ojos serios del joven, su corazón palpitó con rapidez, sintiendo un extraño miedo abrazar su cuerpo.
Gustavo asintió y sacó de su bolsa de cuero una hoja pequeña endurecida.
—Aquí tiene. —Dijo Gustavo.
El soldado la aceptó, pero justo en el momento de posar sus ojos sobre el nombre escrito en el trozo de papel endurecido, su primer instinto fue darle otra mirada al individuo de mirada seria, pues no siempre se tenía la oportunidad de encontrarse con el renombrado explorador de mazmorra: Sin nombre.
—Señor, por favor acompáñeme. —Dijo el soldado rápidamente, se dio media vuelta y se dirigió a la entrada de la ciudad.
—¿Ocurre algo malo? —Preguntó.
—Por supuesto que no, no se preocupe. —Gustavo frunció el ceño, después de absorber la energía de aquella piedra negra, podía oler el miedo y la mentira de las personas, por lo que no confiaba mucho en las palabras del soldado.
Los guardias de la entrada observaron al individuo custodiado, por lo que intuyeron equivocadamente que era lo que estaba pasando, pero al leer los labios de su compañero, sus rostros se volvieron serios instantáneamente, aunque no se pudieron observar por los cascos que protegían todo su rostro.
—Por aquí. —Señaló con sus manos a un pasillo, donde su interior conducía al piso superior gracias a siete escalones de piedra.
Gustavo continuó siguiéndolo, no había sido la bienvenida que había esperado, pero al menos logró llegar y, eso ya era una bendición.
—(Wityer, busca a la dama Cuyu y, has lo posible para que venga) —Ordenó en su mente.
El lobo en su hombro miró por un momento a su compañero antes de asentir y desaparecer en el mismo movimiento.
Al terminar de subir los escalones, un enorme pasillo, iluminado por antorchas, decorado vagamente por las piedras y, siendo transitado por varios grupos de soldados bien armados, apareció ante Gustavo. El soldado que lo había guiado giró hacia la derecha, dirigiéndose hacia una puerta de madera, calmó sus pasos, respirando con un ligero alivio y, en el momento siguiente tocó la puerta dos veces. Pasaron cerca de veinte segundos para que la entrada se abriera.
—¿Qué sucede soldado —Una dama de voz adulta, vestida con indumentaria militar ligera y, un manto rojo sobre su hombro abrió la puerta — de tercera clase? —Notó la marca de escuadrón de los guardias de la entrada en su hombro.
—Primer comandante, el señor Sin nombre ha llegado. —Dijo, mientras señalaba con sus ojos al joven de mirada tranquila.
La dama movió sus ojos para observar a Gustavo, pero justo cuando lo hizo, sus miradas chocaron. Se unió al ejército desde una edad muy temprana, participó en dos campañas en el extranjero y, defendió muchas veces su ciudad de las criaturas que habitan fuera de los muros, por lo que se podía decir que tenía experiencia en combate y, que había visto a la muerte ir tras ella, por lo que ese sentimiento no era nada nuevo, pero justo cuando observó aquellos ojos tranquilos, sintió la extraña premonición de que su vida se estaba desvaneciendo, sintiendo las huesudas manos de la muerte sujetar su cuello.
—Así que usted es el señor Sin nombre. —Dijo la comandante, se había tragado su miedo y habló lo más tranquila posible.
—Es un honor, señora… —Dijo Gustavo con un tono cortés.
—Llámame primer comandante. —Dijo de manera tajante, observándolo a los ojos. Gustavo asintió.
—Primer comandante, podría decirme ¿En qué problema me he metido?
—¿Por qué crees que estás en problemas? —Preguntó curiosa, extrañada por sus raras palabras, pero más intrigada por sus afilados instintos.
—Su subordinado suda y tiembla de temor ante mi presencia, no soy un experto, pero solo una persona que siente que va a morir, actúa así. —Respondió con un tono calmo, casi solemne.
El soldado de mirada arrogante bajó el rostro, no se había percatado ni el mismo que sus piernas temblaban por el miedo, ya que era un miedo inconsciente.
—Soldado, déjanos solos —Ordenó de manera autoritaria. El soldado asintió, le entregó la identificación del joven y se despidió—. Entre, será mejor hablar en la comodidad de mi oficina. —Gustavo afirmó con la cabeza, no era tonto, desde su posición actual podía sentir los sellos mágicos colocados en el cuarto, pero su intuición le decía que podía escapar antes de que fueran activados.
Entró a la habitación, el lugar no era muy acogedor, pero cumplía con su función. Poseía un pequeño sofá de cuero, una mesa de madera, un escritorio con su silla principal y, dos para invitados enfrente de ella, en los costados de la sala se encontraba un estante de libros, mientras que, en el otro, estaba un estante con armas, en su mayoría espadas largas.
—Tome asiento —Dijo la dama. Gustavo asintió, esperando a que la comandante se sentara primero, para luego él hacerlo—. Seré franca con usted —Tomó asiento con suavidad, pero sin perder su compostura— por su hazaña en la mazmorra, pero será mi último acto no parcial de está plática —Su mirada se endureció—… La ciudad sospecha de usted, señor Sin nombre, no solo por su repentina aparición y, su extraño poder, sino también por el viaje de incógnito que tomó fuera de los muros.
—¿De qué es su sospecha? —Preguntó—¿De actos hostiles? ¿Alta traición? Me gustaría saberlo. —Su ceño se frunció y sus ojos se convirtieron en una poderosa e imponente mirada, podían insultarlo con casi cualquier cosa y, él lo soportaría, talvez hasta reiría, pero insultar su integridad y honor de individuo respetable, eso si no lo podía permitir.
La dama lo observó, notó su repentina molestia, se había percatado que estaba en una cueva oscura con un lobo y, dependía de sus hábiles palabras para no despertar la ferocidad de aquella bestia.
—De conspirar para un reino enemigo.
—Muéstreme sus pruebas. —Alzó la voz, apretando su puño y golpeando con algo de fuerza el escritorio de madera dura de la dama, el sonido de fractura sonó, pero a ninguno de los dos individuos le importó aquello.
—Todavía no poseemos ninguna, pero tampoco tenemos pruebas que indiquen lo contrario. —Dijo la dama con seriedad, debía reconocer que le estaba costando trabajo mantener la tranquilidad ante la fuerte opresión del joven, afortunadamente era fuerte de cuerpo y mente.
—¡Eso es una maldita estupidez! —Gritó, haciendo muecas de desagrado—. No pueden culparme de algo por un simple antojo ¡Muéstreme pruebas de que conspiró con sus enemigos y yo mismo vendré ante ustedes a entregarme! Pero mientras no las tengan, no me hagan perder el tiempo —Se colocó de pie, acercando su rostro al de la dama. La comandante agarró con nerviosismo el artefacto debajo del escritorio y lo tocó, no deseaba activar los sellos, pero si el joven la presionaba, lo haría sin dudar—. ¿Entendió?
—Aléjese de mi cara, ahora mismo. —Dijo con un tono lento, lleno de disgusto.
Gustavo no dejó de fruncir el ceño y mover sus fosas nasales con molestia, pero se dio cuenta que no ganaba nada provocando a la dama, bufó como lo haría un animal, alejándose molesto.
—Sí es todo, me retiraré primero. —Dijo el joven.
—Recuerde bien mis palabras —Dijo con un tono frío—, señor Sin nombre, si descubrimos que conspira con el enemigo, ni toda su fuerza será capaz de detener la poderosa espada de la ley.
—Como diga. —Negó con la cabeza con una sonrisa sin emoción y las cejas ligeramente levantadas.
Se dio media vuelta, abrió la puerta, retirándose, era la primera vez que en verdad estaba furioso. Había sido criado por una buena mujer, una que le enseñó fuertes valores, prácticamente sentía que, si insultaban aquellos rasgos de él, era como si estuvieran insultando a su madre y, eso sí, nunca lo iba permitir, fuera quien fuera el osado individuo.
La dama observó como la espalda del joven desaparecía y, al hacerlo, respiró con irregularidad, la sensación de vómito apareció y, con ello, el sentimiento de que había sobrevivido de las garras de la muerte.
—¿Qué clase de monstruo es él? —Se preguntó con una mirada llena de terror, tocando su frente y dejándose caer sobre el respaldo de su silla de madera.
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