El hijo de Dios - 41
Fuera de una enorme entrada negra, un grupo de aproximadamente treinta personas esperaban fuera, algunos conversaban, mientras otros solo miraban a la nada con quietud. La mayoría de los hombres y mujeres en la multitud, poseían asombrosos conjuntos de sus diversas clases, no eran atuendos o armaduras comunes, al menos el más simple era de una calidad media.
—Las irregularidades dentro de la mazmorra se deben reportar inmediatamente. —Dijo con un tono firme y alto, mostrando una expresión dura, era como un general hablándole a sus tropas, no permitiendo desobediencia alguna.
Los exploradores de mazmorra asintieron, casi ninguno de ellos era muy apegado a seguir las reglas, pero sabían que no podían desobedecer una orden directa del gremio, pues sería como escupirle en la cara a la persona que te estaba ayudando.
—Hey, Letion ¿Hoy será el día en qué decidas acompañarme hasta al piso treinta? —Preguntó un joven de cabello largo y rostro coqueto.
—¿Piso treinta? —Le miró sorprendido— ¡¿Estás loco, o sigues lamiendo esos sapos de colores?! —Sonrió con mucho placer— Sabes que necesitamos al menos un batallón para abrir la gran puerta, somos menos de cincuenta individuos, no seremos capaces ni llegar al piso veinte. —Su tono fue más cálido, entendiendo que era la juventud imprudente de su amigo la que estaba hablando.
—Se supone que los magos deben observar las estrellas y tomarlas. —Sonrió con intenciones poco amistosas.
—¿Sigues hablando con ese tabernero loco? —Sus ojos deslumbraron la sabiduría que solo un anciano podía poseer— Te he repetido un sin fin de veces que los magos nos basamos en los principios, si algo es imposible o ilógico por la compresión de sus leyes, significa que no puede ser alterado por manos humanas —Explicó. El joven frunció el ceño, no entendió para nada las palabras de Letion—. Ya eres un explorador de siete estrellas, Serzo, compórtate como tal.
—Y tú un mago del sexto círculo, deberías apuntar más alto, o llegarás a los cincuenta y seguirás persiguiendo conejos. —Dijo con una sonrisa descarada. Letion endureció el semblante.
Mientras las conversaciones de los individuos se escuchaban, el grito ahogado de uno sorprendió a la multitud.
—Habla bien ¡¿Qué fue lo que dijiste?! —Casi le escupió en su pregunta, mostrando una expresión de pocos amigos.
El joven infante levantó su mano y apuntó a un lugar en la lejanía, en el mismo lugar donde dos siluetas se comenzaban a vislumbrar.
—Es la heroína Amaris. —Gritó nuevamente, solo que ahora fue más entendible.
La multitud observó hacia donde apuntó el joven infante y, sus palabras fueron correctas, en la lejanía, una mujer se acercaba, con la compañía de un joven.
La dama vestía una espectacular túnica azul, con pequeñas decoraciones en sus mangas y en el contorno de su pecho, su rostro tranquilo resaltaba por su peinado recogido y el sutil maquillaje en sus pómulos, el cual había sido mezclado con pintura de las hojas rosas del Este, dándole la particularidad de amoldarse a cualquier tono de piel. En sus manos portaba un hermoso y único bastón de madera negra, con un añadido en la parte superior del objeto, de lo que parecía ser la figura de un relámpago en color dorado. Mientras que el joven vestía un casual pero hermoso conjunto de armadura ligera color azul oscuro, un cinturón de dos vainas y, una máscara en su rostro, la cual impedía que se logrará apreciar su identidad, aunque todos intuían de quién se trataba.
—Sí lo que dice es verdad, debo probar las naranjas de su reino. —Dijo Amaris con una sonrisa.
—Por supuesto, son muy deliciosas. —Respondió. Guardó silencio y volteó para observar a la multitud.
Una dama de vestido azul se acercó rápidamente a la pareja y, con el ceño fruncido expresó sus palabras.
—Señor Sin nombre —Dijo con un tono serio—. No visitó el gremio desde que regresó de su viaje.
Gustavo la observó, sabía que esas palabras no venían de la administradora, sino de la dama detrás del título.
—Le pido mil disculpas, señora Frecsil, mi mente ha estado en un caos los últimos días. —Se quitó la máscara con calma.
—Prométame que cuando regrese de la incursión, irá al gremio para que lo ascienda a un explorador de mazmorra de siete estrellas. —Dijo con una expresión seria, una que no permitía una negativa como respuesta.
—Lo prometo. —Dijo Gustavo con una sonrisa.
—¿Dijo explorador de siete estrellas? —Preguntó un joven en la multitud.
—Sí —Asintió el hombre a su lado—, aunque yo creo que lo debieron de ascender a un explorador de una estrella dorada.
—¿Estrella dorada? ¡¿Estás mal de la cabeza?! ¿En serio piensas tan bajo de los exploradores de una estrella dorada? —Dijo una dama con el ceño fruncido, claramente no aceptaba aquellas palabras.
—¿Y tú al menos sabes lo poderoso que es ese joven? Pudo derrotar a una hormiga reina mutada por si solo ¿En verdad piensas que eso es algo que puede hacer un explorador de séptima estrella? Y recuerda que todavía es un explorador de cinco estrellas. —Refutó de vuelta el hombre.
Mientras la dupla seguía discutiendo, poco a poco se comenzó a unir más gente al debate, con pensamientos muy contrarios a los de su contraparte, algunos apoyaban a Gustavo, mientras que otros decían que no creían en su verdadera fuerza. Por otro lado, Frecsil guió a la pareja, para que Gustavo conociera a los exploradores de élite.
—Es el explorador de siete estrellas, <El guerrero del sol> Serzo. —Dijo la administradora del gremio.
El gallardo integrante asintió con una sonrisa, mientras observaba a las dos damas con ojos coquetos, algo que molesto a Amaris.
—Es un gusto. —Dijo Gustavo, dispuesto a estrechar su mano, pero al notar que nadie reaccionó, rápidamente la llevó de vuelta a su lugar original.
—Lo mismo. —Dijo Serzo, no sabía que significaban las palabras del joven y, no quería saberlo, lo único que quería hacer era observar a la hermosa Amaris.
—Ella es la domadora de bestias y exploradora de siete estrellas <La furia ciega>, Belet.
La dama con la raya azul trazada en su rostro sonrió, haciendo un tipo de reverencia, algo que desconcertó a los presentes.
—Puedo oler la majestuosidad de un rey bestia en ti. —Dijo, acercando su nariz para olfatearlo, pero al notar las miradas molestas de las dos damas, rápidamente se hizo hacia atrás.
—Gracias, creo. —Respondió algo extrañado e incómodo.
—El es Letion, un mago de seis estrellas.
—Que los Dioses iluminen tu camino. —Dijo con un tono sabio.
—Gracias e igualmente. —Respondió con un tono amable.
—Y por último tenemos al mejor arquero de la ciudad y explorador de seis estrellas, el auto-nombrado <Vista de Blin> el señor Gyan.
—Nada de auto-nombrado, los mismos Dioses me concedieron aquel título. —Refutó con el ceño fruncido, mirando de manera inconforme a su superior.
—Mucho gusto. —Dijo, pero el arquero no le prestó atención.
—Parece que todos se encuentran reunidos —Dijo un hombre con un halcón sobre su hombro—. Las reglas serán simples. Número uno, cualquier artefacto mágico y orbe encontrado después del piso veinte, debe ser presentado ante al gremio antes de tener la intención de venderlo, no queremos que ocurra otra desgracia como la de hace diez años… Número dos, queda prohibido el ingreso de cargadores de equipaje o esclavos con él único propósito de hacer un trayecto más cómodo, todos sabemos que dentro de aquella zona es un territorio hostil, no podemos permitir que mueran personas que no pueden defenderse —Su expresión no se alteró, aún después de ver a algunas personas fruncir el ceño y, apretar los labios con enojo—… Número tres, si tienen la oportunidad de acabar con un dueño de piso, háganlo, no dejen que anide y dificulte el paso en las siguientes incursiones y, por último y, está sonara repetitiva, pero ya todos conocen que en los últimos días han habido muchos casos raros en la mazmorra, por lo que para su protección, deben informar al gremio inmediatamente aquellas irregularidades —Observó a cada uno de los presentes, haciéndoles entender que no estaba jugando—. Eso es todo, que los Dioses estén de su lado y, si es su último día, que las damas de vestidos blancos los conduzcan con cuidado. Pueden ingresar.
La multitud asintió y gritó eufórica, Gustavo sonrió extrañado, sintió como si le hubieran deseado una buena muerte.
—Recuerde sus palabras, señor Gus, lo estaré esperando. —Dijo Frecsil con una sonrisa. Una sonrisa que guardaba un sentimiento muy profundo.
—Por supuesto —Respondió con una expresión similar. Lentamente se colocó su máscara y guió su mirada hacia su compañera—. Guíeme, señorita. —Amaris sonrió tímidamente ante las repentinas palabras de su compañero.
—Entremos. —Dijo, mientras ambos cruzaban el umbral de la mazmorra.
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