El hijo de Dios - 43
Mientras Gustavo corría con su sable en mano, Amaris lanzaba hechizos de nivel medio sin querer detenerse, la consecuencia de la abrumadora batalla había dejado a más de cien cuerpos humanoides inertes acostados en el suelo. La respiración del joven era calmada, aún con sus rápidos movimientos y cambios constantes de velocidad. El último monstruo cayó, provocando que la lúgubre sala regresara a su habitual calma.
—Ha progresado demasiado rápido, Señor Gustoc, apenas si puedo seguirlo con los ojos. —Dijo Amaris con una sonrisa.
—Es la armadura que me dio su padre, cuando vuelva se lo agradeceré. —Sonrió—. (Wityer, si te sigues comiendo los orbes, al menos ayúdame en batalla) —El lobo dejó de consumir las esferas de color azul, volteando para observar al joven y, como si se sintiera molesto por sus anteriores palabras, desapareció y apareció repentinamente en otro lugar, consumiendo más rápido los orbes—. (¡Para! ¡Para! Le prometí al señor Kenver juntar una buena cantidad de orbes, al menos déjame unos pocos) —Gritó mentalmente.
Wityer asintió con calma, eructando como un niño satisfecho, su pelaje brilló de un hermoso color azul, mientras sus ojos se encendieron como la llama más abrasadora del mundo y, con una actitud servil sacó de los cuerpos inertes todas las esferas, juntándolas en una sola montaña.
—¿Me puede explicar por qué su lobo come orbes? —Preguntó un poco confundida. El paño blanco en su mano se deslizó por todo su rostro, limpiando la humedad causada por el esfuerzo y, con el movimiento de una princesa lo guardó de vuelta en su bolsa de cuero.
—Lo desconozco, muchas veces actúa como un niño pequeño, glotón y rebelde. —Suspiró.
Caminó hacia los orbes y comenzó a guardarlos en su bolsa de cuero.
—¿Qué es lo que busca? —Se acercó a sus espaldas, mirando su espalda.
—Se lo diré cuando lo encuentre —Respondió con seriedad y, para ser sincero ni el mismo sabía que era lo que estaba buscando, solo tenía la sensación de que se encontraba dentro de la mazmorra—. Por el momento sigamos avanzando.
Amaris asintió y, por pura curiosidad observó al pequeño lobo, quién astutamente había guardado dos orbes, consumiéndolos en una distancia lejana, lo que provocó una pequeña sonrisa en su bello rostro.
∆∆∆
Dos días paso y, la tranquilidad de la rutina había vuelto, el joven estaba demasiado concentrado tratando de encontrar el camino que le llevaría a su destino, pero por mucho que buscaba, no podía conseguir ningún indicio o señal. La desesperación comenzó a apropiarse de su expresión, pero por su talento nato apenas si era visible. Wityer continuó con su dieta de orbes de alto valor, logrando incrementar su peso y altura, pero solo bastó de un pensamiento suyo para regresar a su estado anterior, sin embargo, obtuvo un cambio más notable y, ese era el de su pelaje, ya que se notaba más brillante y hermoso.
—La expedición está ahora mismo en el piso once. —Dijo Amaris, había activado un pergamino de observación y había visto a la enorme multitud en una batalla campal contra un enorme grupo de criaturas humanoides, aunque no estaba muy preocupada, pues tenía confianza en que su grupo ganaría.
—¿Hay muchas pérdidas? —Preguntó, se sentía un poco culpable por abandonarlos.
—No sé si hayan muerto, pero la cantidad de magos ha disminuido en dos, mientras que han sido alrededor de quince guerreros lo que ya no se encuentran en batalla —Miró a su amigo—. Pero puedo decir por sus expresiones, que talvez se retiraron porque no aguantaron el viaje.
—Gracias. —Dijo y, continuó en lo suyo.
Gustavo se detuvo repentinamente, giró a la derecha y luego a la izquierda y, sin decir una sola palabra corrió al Este, Amaris frunció el ceño e hizo todo lo posible para poder seguirlo.
—Estoy seguro que lo sentí ahora mismo. —Se dijo, su ceño se fruncía con fuerza, sentía que debía concentrarse al máximo, o perdería el rastro de lo que lo llamaba.
Detuvo sus pasos, ya que frente a él se encontraba una enorme pared lisa, con inscripciones de símbolos extraños en su contorno.
—Qué extraños símbolos. —Dijo en voz baja, mientras acercaba su mano para tocarlos.
—Espere. —Gritó Amaris al notar la arriesgada acción del joven, bajó su cuerpo y se apoyó con sus brazos en la pared para estabilizar su respiración.
—¿Qué sucede, dama Cuyu? —Preguntó confundido.
—Aquellos símbolos no fueron tallados por humanos —Dijo con una mirada seria, se acercó un poco más, inspeccionando con detenimiento la superficie tenuemente brillante—, sino por una raza que existió en la era de los Dioses —Su expresión se complicó aún más—… no quiero que salga herido, señor Gustoc.
—Lo agradezco —Asintió con calidez—, pero lo que aguarda ahí dentro es algo que me pertenece. —Sonrió, una expresión que indicaba una despedida.
Su mano se acercó con rapidez ante la superficie plana, tocándola. Los extraños símbolos se iluminaron en un tono azul oscuro por unos segundos, pero tan pronto como el espectáculo terminó, el cuerpo del joven había desaparecido.
—¡Señor Gustoc!… —Gritó Amaris con la mirada perdida, su corazón comenzó a palpitar a gran velocidad, mientras sus ojos se humedecían, no sabía porque, pero tenía la sensación de que lo había perdido para siempre. Apretó los puños y caminó hacia la entrada de piedra lisa, con una expresión decidida tocó con su palma la entrada, sin embargo, no hubo ningún efecto. No se rindió, continuó tocando, imitando los movimientos del joven, pero ninguno resultaba exitoso.
∆∆∆
Gustavo apareció en la sala principal de un enorme palacio, todo su alrededor era de un blanco inmaculado, como si ni la más mínima mota de polvo pudiera tocar aquella reluciente superficie. Respiró profundo, admirando sus alrededores, rápidamente tranquilizó su espíritu de aventurero, quería encontrar aquello que momentos antes lo había estado llamando, por lo que no tenía tiempo para admirar las preciosas construcciones dentro del palacio, así como sus estatuas y pinturas de las edades antiguas.
—Este lugar es inmenso. —Dijo, fatigado y con falta de aliento, había recorrido el pasillo durante un buen rato y no había encontrado ni rastro de una habitación separada.
Se recuperó y comenzó a correr una vez más, podía sentir como las horas pasaban, luego como esas horas se volvían días y, como esos días se volvían semanas y, aún con todo ese tiempo corriendo, no había podido encontrar ni rastro de lo que estaba buscando. La sed y el hambre desaparecían tan pronto como empezaban a manifestarse, pero eso no le importaba en esos momentos, el deseaba encontrar aquello que lo llamaba, sin importar el costo o el tiempo que le tomara.
—Debe estar aquí, lo puedo sentir, solo un poco más. —Se dijo a sí mismo, sabía que su voluntad no aguantaría mucho si no se mantenía motivado.
Las semanas se volvieron meses y, los meses años. Después de una década, su rostro se tornó más varonil, con un mentón cuadrado, la barbilla semipartida, ojos penetrantes y pómulos levantados. Su cabello creció tanto que le llegaba a su cintura. Su estatura había aumentado y su mirada se había vuelto más madura. La armadura que durante años lo había acompañado, ya no se encontraba cubriendo su cuerpo, ahora lo que lo protegía era una casual camisa de lino y, un pantalón de cuero desgastado.
—Debe estar aquí, debe estar aquí. —Repetía como un loco.
Otras dos décadas pasaron, su cabello se fue tornando grisáceo, mientras que en su rostro las arrugas iban apareciendo, sus pasos eran más lentos que en los años pasados, ya no existía aquel Gustavo jovial, tan solo se encontraba un adulto a punto de llegar a la vejez.
—Aquí debe estar. —Su tono ya no mostraba la certeza de los años anteriores, ni la energía de querer encontrar algo, parecía que ahora solo buscaba porque era lo único que podía hacer para mantenerse cuerdo.
Tres décadas pasaron en un instante, el anciano ya no corría, ahora andaba a pasos lentos, con la ayuda de su vaina como bastón, su rostro mostraba arrepentimiento y pesar, mientras sus labios se movían lentamente. El hombre era como una pasa, arrugado y, con pocos cabellos en su cabeza. Su respiración era pesada, como si cada paso lo estuviera haciendo con una montaña sobre su espalda. Cayó de rodillas, sosteniéndose con la vaina de su sable para evitar el impacto, por un momento observó su reflejo en la brillante superficie del suelo, solo para encontrarse con la realidad misma, ya no era el joven que un día había prometido regresar a casa, de vuelta con su amada, ahora solo era un anciano, alguien que lo había perdido todo por una búsqueda sin sentido.
—Lo lamento, amor mío… En verdad lo lamento —Dijo lentamente y con un tono apagado, mientras que de sus mejillas resbalaban dos lágrimas cristalinas—… Si tan solo hubiera sido más fuerte… —Sus brazos perdieron fuerza, provocando que cayera al suelo, su respiración se fue entrecortando, mientras sus ojos brumosos observaban a la nada. La silueta de la dama que había visto en los últimos ochenta años lo había marcado, recordando su rostro gracias al relicario en su cuello. Con lentitud llevó su mano a su pecho y apretó su collar con la poca fuerza que había logrado reunir, sonrió abatido, mientras que su última lágrima caía al suelo y, al mismo tiempo, entregaba al mundo de los mortales, su último aliento de vida.
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