El hijo de Dios - 46
Gustavo respiró con tranquilidad, observando como el cadáver de la dama gigante desaparecía como si nunca hubiera existido, dejando atrás solo un orbe grande color negro. El lobo pequeño rápidamente se acercó y, sin preguntar nada lo comenzó a consumir. Nadie en toda la sala pudo notar al pequeño animal, ni su acto glotón, lo único que pudieron observar fue como el orbe también desaparecía. El lobo experimentó otro ligero cambio, la energía oscura lo cubrió, sus ojos se volvieron siniestros, sus colmillos se alargaron un centímetro y, su pelaje se tornó ligeramente más oscuro. Gustavo se quedó estático, observando aquella escena, poco a poco estaba comprendiendo que el pequeño lobo en realidad si era un infante y, necesitaba de los orbes para aumentar su poder, por lo que no hizo nada para impedir que siguiera devorando aquellos objetos esféricos, aunque si se sentía un poco mal por las personas en la sala, pues también habían peleado para lograr matar a la dama gigante.
La líder de expedición se acercó con pasos decididos, su mirada afilada observaba al joven, pero justo cuando llegó ante su presencia, se colocó de rodillas, apoyando sus brazos en su espada.
—Manché su nombre y reputación, no soy acta para ser la líder de expedición. —Dijo con un tono de culpa. Gustavo la miró con ojos comprensivos.
—Levántese, por favor… conozco el campo de batalla mucho más de lo que desearía y, sé que las emociones en el mismo son muy intensas. No la culpo por lo que dijo, ni la culparé, solo le pido que no se vuelva a repetir.
Nari se puso de pie, pertenecía a una familia militar, por lo que era natural sufrir un tipo de castigo cuando se manchaba la reputación de alguien, ella misma le cortaría la lengua a quien se atreviera a ensuciar su buen nombre, pero al parecer, el joven no tenía intenciones de culparla y, talvez tenía razón que las emociones eran intensas en el campo de batalla, pero sentía que aquellos pensamientos eran verdaderos, se sentía envidiosa por el talento del joven, pero ahora que había conocido una parte de su personalidad, se sintió estúpida por haber pensado así.
—El orbe desapareció, pero puedo hablar con la administradora para que lo recompense. —Dijo Nari con un sutil tono de respeto.
—No es necesario. —Dijo con calma y, con la misma se alejó de la multitud.
Nari suspiró, creía que su momento para hacerse de un aliado poderoso había desaparecido, ahora lo único que le quedaba era descasar y tomar una decisión sobre el camino que tomarían.
Gustavo se sentó de una manera cómoda y cerró los ojos. Su percepción cambió, su corazón se calmó y, la energía dentro de su cuerpo comenzó a recuperarse a una velocidad impresionante.
—Es momento de tomar una decisión ¿O continuamos con el trayecto, o nos retiramos? —Preguntó Nari con una mirada seria.
La multitud guardó silencio, ya habían llegado al piso quince, por lo que sus bolsillos ya estaban cargados con riquezas suficientes para vivir bien durante algunas temporadas.
—Yo deseo continuar. —Dijo Serzo, mientras apretaba la empuñadura de su espada.
Letion miró a su amigo y entendió por lo que estaba pasando, la presencia del miedo estaba en su corazón, deseando seguir peleando para deshacerse de esa espina.
—Yo también continuaré. —Dijo Letion con una mirada solemne.
—Nosotros nos retiramos. —Dijo un guerrero en la multitud, junto con una maga. Se colocaron de pie y caminaron hacia la salida.
La gran cantidad de personas comenzó a disminuir, el miedo por las entidades que los habían perseguido habían dejado una fuerte marca en sus corazones, por lo que intuían que, si eso aparecía en estos pisos, las cosas en los siguientes serían más aterradoras y, muchos de ellos no tenían el estómago para soportarlo y, así fue como solo siete personas quedaron en la enorme sala, pero, aunque eran pocos, eran los más calificados para continuar con el sendero.
Gustavo abrió los ojos, respiró con calma y miró a sus alrededores, se sorprendió al darse cuenta de las pocas siluetas que aún quedaban en el cuarto de grandes dimensiones, pero más o menos intuyó lo que había pasado. Observó a la dama Cuyu en la lejanía, todavía se sentía culpable y no tenía idea de que decir, ni de qué hacer. Suspiró y, comenzó a caminar a la salida, yendo rumbo al siguiente piso.
Al notar las acciones del joven, rápidamente se colocaron de pie y lo siguieron, talvez antes podían actuar arrogantes ante su presencia, pero ahora todo había cambiado, sabían que lo necesitaban para sobrevivir, no estando dispuestos a dejarlo ir por su cuenta otra vez. Amaris fue la única que caminó con calma, ya no se sentía tan triste como antes, después de meditar durante un buen tiempo las palabras del joven, se percató de una frase y, esa era que él también sentía algo por ella, por lo que no le importó el resto de sus palabras, además de que había notado que había dejado a ese poderoso esqueleto protegiéndola desde las sombras, aunque se sentía algo molesta por tratarla como una damisela en peligro, sabía que las intenciones de Gustavo eran sinceras.
Los senderos se volvieron más anchos, con colores más vividos, los paisajes cambiaban, al igual que la atmósfera, las criaturas que enfrentaron eran más aceptables, aunque poderosas. Sus apariencias eran las de animales grandes, con pelajes de distintos colores, no demasiado extraño como los grandes insectos, o aquella enorme entidad que flotaba.
Llegaron al piso veinticinco, parecía que las anormalidades solo habían estado en los pisos inferiores, pues las criaturas que encontraron después del piso quince, habían sido las verdaderas residentes. Gustavo, junto con su lobo fueron los principales autores de las muertes de las bestias en la zona, aunque Amaris y compañía tampoco se quedaron atrás. Parecía que el pequeño grupo era más eficaz que la multitud de exploradores juntos y, gracias a las acertadas órdenes de Nari, el consumo de energía en las batallas disminuyó.
—Ya vamos a hacer dos semanas dentro. —Dijo Nari con una sonrisa, mientras comía lo que parecía era una pierna de conejo.
—Sin duda seremos los primeros en décadas al llegar al piso treinta, si debo ser franco, no pensé que lo lograríamos. —Dijo Letion con una sonrisa, después su mirada fue atrapada por aquel solitario joven, quién comía en la lejanía, sentado al lado de un árbol.
—Y tú qué no querías alcanzar las estrellas. —Dijo Serzo en tono de burla.
Letion lo miró y asintió, parecía que la buena suerte lo había acompañado.
Los individuos terminaron de comer sus alimentos y continuaron con su trayecto, muchos de ellos estaban deseosos de ver aquella enorme puerta cerrada, aunque sabían que no podrían atravesarla, el simple hecho de haber llegado les daba una fuerte sensación de satisfacción, pues eran los primeros en muchos años en hacerlo, sin embargo, cuando por fin lograron llegar, sus ojos casi se escaparon de sus cuencas al percatarse que la imponente puerta no se encontraba cerrada. Gustavo tembló por dentro, sentía un ligero miedo al observar el páramo rocoso del interior, pero también se sentía tentado a entrar, por lo que comenzó a caminar sin darse cuenta. Los individuos que lo seguían tragaron saliva, estaban deseosos de entrar, pero tenían sus dudas de hacerlo. Al ver al joven precipitarse hacia la entrada, reunieron todo su valor, decidiendo entrar todos juntos.
Los siete individuos se maravillaron al observar el paisaje que los rodeaba. El cielo era de color rojo, la calidez del viento abrazaba sus cuerpos, pero el suelo rocoso los hacía sentir incómodos, no solo por su peculiar color y sensación, sino por su increíble dureza.
Un repentino y poderoso ruido despertó a los siete individuos, volteando hacia atrás de forma inmediata para encontrar al causante de aquel sonido, pero tan pronto como sus ojos se toparon con la entrada, sus rostros se tornaron pálidos, pues la imponente puerta, una vez más, se encontraba cerrada.
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