El hijo de Dios - 49
La salamandra salió volando un par de metros, su piel se oscureció por la cruel explosión, pero fuera de eso, todo el daño fue superficial.
—¡¡Serzo!! —Gritó Letion con un profundo dolor, las lágrimas caían de sus mejillas, mientras que sus brazos temblaban.
Sin importarle nada, levantó su bastón y conjuró su hechizo más poderoso, su cara se fue tornando pálida, el hechizo comenzó a drenar su energía como una voraz sanguijuela. A los pies del mago, el hielo comenzó a ganar terreno, bajando la temperatura en un instante. Como una rápida serpiente una línea blanca gélida se aproximó al cuerpo de la salamandra gigante, quién combatía cuerpo a cuerpo con el esqueleto y la líder de expedición. Al tocar su cuerpo, provocó que sus extremidades comenzarán a congelarse. El enorme anfibio se movió con fuerza, intentando librarse del poderoso agarre de la energía glacial. Guardián aprovechó la distracción del enorme monstruo para rebanarle su cola, de un solo tajo la separó de su cuerpo y, con suma rapidez intentó apuñalarla, sin embargo, la salamandra gigante había entrado en un frenesí de locura, moviéndose como un toro salvaje. Con la fuerza de su ira logró quebrar el hielo de tres de sus piernas, pero al querer librarse por completo, hizo que su cuarta extremidad congelada se rompiera en cientos de pedazos. Cayó al suelo y abrió su hocico, mirando con una intensa furia al mago que lo había humillado y, con todo su poder, lanzó una poderosa ráfaga de fuego. Letion cayó de rodillas, pálido y delgado como un esqueleto, ya no tenía la fuerza para evadir el ataque que se dirigía a él y, en realidad no poseía intención de hacerlo, su buen amigo había muerto, aquel que había caminado a su lado desde sus primeros días de explorador de mazmorra, aquel que lo acompañó cuando sufrió la pérdida de su esposa e hija, aquel que lo había rescatado de los tentáculos del maldito pulpo que se escondía en el sexto piso, aquel que le había dado fuerzas para vivir en más de un día, pero ahora, ese hombre había desaparecido y, el único pensamiento que tenía era que deseaba acompañarlo en su viaje al salón de los héroes.
—¡Mago Letion! —Gritó Amaris, convirtiéndose en un relámpago para salvar al hombre de túnica.
La ráfaga de fuego pasó justo detrás de ella, calentando su espalda.
—Gracias… Heroína Amaris… —Dijo Letion con un tono bajo, casi inaudible, sus ojos se cerraron, mientras que su respiración se fue apagando.
El hombre ya había roto su hilo de vida, aunque los mejores magos sanadores del mundo estuvieran presentes, no podrían salvarlo.
—Qué los Dioses te acepten. —Dijo en ceremonia al notar que ya no podía hacer nada.
Se levantó con calma y observó a la salamandra gigante. El depósito interno de su energía mágica estaba por debajo de la media, ya no podía permitirse lanzar hechizos consecutivamente, debía atacar más sabiamente, o terminaría acorralada.
La sangre salía de su boca, tenía su brazo izquierdo fracturado, pero aún así atacaba sin importarle nada. Gustavo cayó una vez más al suelo, su ropa estaba hecha un desastre y su armadura estaba a pocos instantes de perder por completo su durabilidad, pero aún con todo en contra, su voluntad no flaqueó. El hombre reptil cayó de rodillas, la sangre se derramaba de una parte de su pecho, mientras que sus ojos estaban consumidos por la ira. Gustavo se puso de pie una vez más, tambaleándose para no perder el equilibrio, abrió una de sus pócimas de vitalidad y la bebió, la sensibilidad volvió a su brazo, al igual que el dolor, frunció el ceño y resistió, necesitaba ambas manos para hacer un corte profundo, por lo que no le importaba soportar la intensa molestia.
—¡Morirás! —Gritó, abalanzándose sin dudas en su mente.
El hombre reptil se colocó de pie una vez más, enfrentando con su poderoso cuerpo al joven de cabellos desordenados. Gustavo levantó su sable, intentando hacer un corte vertical, la hoja bajó a una velocidad impresionante, sin embargo, no logró su cometido. El hombre reptil esquivó con agilidad, dio media vuelta, preparándose para asestar un poderoso golpe con su cola llena de pinchos, el joven apretó los dientes, endureciendo su cuerpo ante el inminente golpe, la cola larga y gruesa golpeó sus costillas, desequilibrándolo y arrojándolo a besar el suelo una vez más. Gimió y con la ayuda de su sable se colocó nuevamente de pie, el dolor era insoportable, pero debía ser fuerte, no podía flaquear, pues todavía tenía promesas por cumplir.
Gyan calmó su respiración, observó a su enemigo e hizo los cálculos para acertar con su disparo, al tener la certeza, liberó de sus dedos su proyectil. La flecha voló, haciendo un arco ligero en el aire, Gyan aguantó la respiración al ver su proyectil acercarse a su objetivo y, con una súplica silenciosa, rogó para que la flecha no fallara y, no lo hizo, justo cuando la salamandra se movió a un lado, la flecha impactó en su ojo, cegando parcialmente su vista. Nari sonrió al ver el éxito del ataque, se sentía satisfecha de ver sufrir a la criatura, aquella que les había arrebatado a los dos hombres de su equipo y, que sin piedad la había herido en el estómago. La líder de la expedición no estaba en peligro de muerte, pero ya no tenía las posibilidades de seguir peleando, porque si lo hacía, lo más probable sería que su herida se volvería a abrir. Belet se encontraba arrodillada, con la vista puesta en el suelo, sus dos mejores bestias habían muerto a manos del terrible monstruo ígneo. No eran solo sus mascotas, habían sido sus compañeras de vida, las había criado desde bebés, su dolor era tan profundo como el de una madre al perder sus hijos. Amaris estaba pálida y fatigada, había bebido un par de pociones de restauración, pero su energía mágica se había vuelto a agotar, ya no podía seguir bebiéndolas o sufriría un cruel efecto negativo, uno que podía ser irreparable, pero al ver la furiosa batalla del joven con el hombre reptil, sabía que no podía darse por vencida, por lo que acercó su mano a su bolsa de cuero y con calma destapó otra poción, su mano temblaba, mientras que su mente divagaba, se mordió el labio tan fuerte que le salió sangre, necesitaba estar lúcida, en verdad lo necesitaba, tragó saliva y bebió su pócima de restauración. Regurgitó un poco del líquido amarillo, se limpió la boca con su antebrazo y volvió a mirar a su adversario, el cual estaba ocupado luchando contra el esqueleto de espada negra.
Gustavo se levantó una vez más, su rostro sangraba, mientras que sus cabellos tocaban sus ojos, su mirada poseía un fuego increíblemente poderoso, que ni la helada más intensa podía apagar, pero su cuerpo apenas si respondía, los continuos ataques lo habían destrozado, su armadura estaba al límite, al igual que sus piernas y brazos, los cuales solo reaccionaban por la gracia de los Dioses, sin embargo, el hombre reptil estaba más o menos igual, su rostro estaba cubierto por sangre verde, mientras que su poderoso y fornido cuerpo estaba cubierto por diversos cortes.
—Te mataré… —Dijo con una voz gruesa e imponente, pero ya no tan energética como al principio de la batalla.
—Inténtalo… —Respondió Gustavo sin emoción en su rostro.
—(Discúlpeme, Su excelencia, fue todo lo que pude aguantar) —Una voz cansada y llena de arrepentimiento sonó repentinamente en su mente.
Gustavo volteó al instante y se dio cuenta como el esqueleto clavaba su espada en la cabeza de la salamandra, pero mientras el atacaba, la mitad de su cuerpo desaparecía en las fauces del terrible monstruo. El esqueleto y el enorme anfibio cayeron al mismo tiempo, solo que uno si desapareció para siempre.
—Desgraciados. —Dijo con un tono cansado, las llamas de la furia despertaron una vez más, corrió con rapidez hacia donde se encontraba el joven y, sin ninguna oposición sujetó su cabeza, levantándolo medio metro del suelo con facilidad.
—Mala idea… —Sonrió.
Gustavo concentró gran parte de su energía mágica en el símbolo de dedos, invocando una poderosa fuerza de repulsión, la cual impactó en el cuerpo de su oponente. El hombre reptil soltó la cabeza del humano y salió disparado unos cuantos metros hacia atrás, se levantó con dificultad y miró a los malditos humanos, se sentía humillado y furioso, pero al ver la preocupada mirada del joven por la dama de rodillas, una sonrisa siniestra se dibujó en su rostro. Caminó un par de pasos hacia la derecha y levantó la antigua lanza que portaba. Una poderosa energía ígnea cubrió su cuerpo, abrió su hocico y, expulsó una furiosa ráfaga de fuego, una muy poderosa. Gustavo evadió con facilidad y sonrió, estaba seguro que su final hubiera sido uno más terrible si lo hubiera tocado, pensaba que su oponente había perdido una buena oportunidad, sin embargo, justo cuando recuperó el equilibrio, el rabillo de sus ojos vislumbró una silueta larga y delgada, era un proyectil, el cual pasaba a unos cuantos metros de distancia de él, dirigiéndose a alguien detrás suyo.
Un gemido seco, acompañado de gritos ahogados se presentaron, Gustavo volteó con miedo, rogaba a Dios que lo que estaba pensado fuera mentira, se sintió impotente por un momento, pero justo cuando sus ojos observaron el cuerpo empalado de la dama Cuyu, el sentimiento de dolor se incrementó, haciéndole difícil hasta respirar, su mente se escapó de su cabeza por unos instantes, mientras que sus brazos temblaron. En la lejanía, el hombre reptil estaba de rodillas, apenas si podía mantenerse erguido, no sabía si podía seguir combatiendo, pero al notar la expresión desolada y adolorida del joven, sintió que su sacrificio había valido la pena.
Gustavo se recuperó lentamente, respiró con pesadez, con pasos lentos se fue acercando al cuerpo de Amaris, sacó con sus manos temblorosas todas las pociones que aún conservaba y, sin dudarlo un solo instante las arrojó a su pecho. La respiración de la dama era tan sutil que apenas si era audible, Gustavo se colocó de rodillas y sujetó con cuidado su cuerpo sobre su regazo, no podía quitar la lanza de su estómago con rapidez, pues sabía que una herida así la mataría al instante por la fuerte pérdida de sangre.
—Aquí estoy. —Dijo él con un tono cansado.
—Gustavo… —Dijo ella repentinamente, pero con un tono tan bajo como un susurró, el joven tragó saliva y se sintió miserable, pero luego notó algo que había pasado por alto al principio.
—Has dicho mi nombre… —Dijo con una sonrisa, mientras dos lágrimas resbalaban por sus mejillas.
—Gustavo… Me enamoré… de usted…
—No digas más, por favor… —El dolor se incrementó, no podía soportar observar aquellos ojos a los que se le iban la vida.
—¿A usted… le gusto? —Preguntó.
—Por supuesto que sí… —Mordió sus labios.
—Qué alegría… —Dijo, mientras cerraba con calma los ojos.
—Jajajaja.
El hombre reptil comenzó a reír como loco, algo que despertó al joven de su melancolía, sus ojos se abrieron de par en par, con una oscuridad inmensa en ellos, el aura de la muerte lo comenzó a consumir, mientras que la sangre salía de sus dos esferas que apreciaban el mundo. Levantó con lentitud su mano derecha y la tensó al instante, una sombra en el suelo se dirigió con rapidez a donde se encontraba el hombre reptil, solo fue un segundo de diferencia, pero en ese segundo, el hombre lagarto había sentido la imponente presencia del Dios de la muerte. La sombra tocó su cuerpo y comenzó a consumirlo, succionando su vida como una voraz sanguijuela, la extrema energía de muerte cubrió el cielo y la tierra. Cuando la oscuridad desapareció, dejó en el suelo el cuerpo esquelético del hombre reptil, muerto y sin gloria.
Gustavo bajó su brazo, mientras su sangre goteaba el cuerpo inerte de la dama. Bajó su rostro con calma y, con una dulzura y dolor indescriptible, besó sus labios.
—Te fallé… y le fallé a tu padre… lo siento… en verdad lo siento…
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