El hijo de Dios - 50
Las nubes se abrieron, dando paso a una increíble y poderosa luz blanca.
—Tu voluntad me ha vuelto a sorprender, Gustavo.
El joven no alzó la vista, continuó observando con dolor a la hermosa dama de tez pálida.
—Pero tus acciones fueron lamentables. Sacrificaste años de vida en un ataque por ira ¿Acaso lo vale?
Gustavo frunció el ceño y observó al propietario de la voz. A unos cuantos pasos de él, se encontraba un hombre, vestido con un manto blanco, mientras que en sus brazos descansaba un pequeño lobo.
—Wityer… —Dijo con calma, se había olvidado por completo de su compañero.
—Nos encontramos de nuevo, joven Gustavo. —Liberó de su agarre al pequeño lobo.
Wityer, al tener nuevamente su libertad se dirigió hacia su compañero, pero cuando notó a la dama dormida en sus brazos, se detuvo, ligeramente atontado por la extrañeza de la situación.
—¿Quién eres tú? —Preguntó, mientras la oscuridad invadía sus ojos.
—Parece que no me recuerdas. —Dijo, al instante su rostro y cuerpo se transformó, mostrándose como una dulce dama de cuerpo esbelto.
Gustavo la reconoció inmediatamente, se trataba de la joven que lo había llevado a aquella manifestación energética.
—Tuu. —Sus ojos se volvieron filosos.
—Yo —Dijo con una sonrisa, su rostro y cuerpo volvió a cambiar, viéndose nuevamente como el hombre de manto blanco—. Aunque esperaba que encontrarás al Amigo de Dioses —Señaló con sus ojos al sable de hoja negra—. No creía que también encontrarías una piedra de poder, sin mencionar que aquella piedra posee la energía pura del «Dios» de la muerte. No sé si es tu suerte la que me sorprende, o tú habilidad para que la gente confíe en ti.
—¿Suerte? —Frunció el ceño, sus fosas nasales se abrieron y cerraron con rapidez, mientras la ira se apoderaba de su cara— ¿Llamas a esto suerte? —Señaló con sus ojos a la dama postrada en sus brazos—. Te maldigo a ti, seas quién seas, porque si esto es suerte, le ruego a Dios que no me vuelva un desafortunado.
—Todavía no has abierto los ojos. —Dijo el hombre con calma.
—Ya deja de hablar estupideces y vete, quiero estar solo —Lo miró con una intención asesina—. ¡Que te largues!
—Mira a tu alrededor, joven Gustavo, si lo que quieres es calma, te la puedo conceder.
Gustavo no entendió por completo las palabras del hombre, pero al instante en que sus ojos se toparon con los rostros de los demás individuos, su corazón comenzó a palpitar con nerviosismo, todos se encontraban estáticos, como si el tiempo se hubiera detenido. Miró nuevamente al hombre del manto blanco, quién sonreía de una manera orgullosa. No sabía si era amigo o enemigo, pero si era la segunda, claramente estaba condenado.
—No soy tu enemigo. —Dijo el hombre al notar la duda en sus ojos.
—Si no eres mi enemigo, entonces ¿Por qué retuviste a Wityer?
—No estaba convencido de tu fuerza. —Respondió como si fuera algo obvio conocer aquella información.
—¿Mi fuerza? ¡¿Por qué demonios te importaría mi fuerza?! —Alzó la voz una vez más.
—¿En verdad lo olvidaste? Jaja —Rio como si hubiera escuchado un buen chiste—. Yo pensaba que solo estabas actuando como un tonto, pero parece que en realidad lo eres.
—Dejaré pasar tu insulto, pero quiero a cambio que me digas que fue lo que he olvidado. —Claramente aquel dato había despertado su curiosidad.
El hombre de manto blanco se acercó, colocándose de cuclillas justo enfrente del joven.
—Espero no romper tu cordura. —Dijo, mientras acercaba su dedo índice a la frente de Gustavo.
Tragó saliva, aunque el movimiento del hombre era sutil y tranquilo, poseía la presión de diez montañas, haciendo que fuera inútil la opción de resistirse.
Al sentir el toque suave del dedo índice, su mente se trasladó a un lugar muy extraño, todo era blanco, con una calidez inimaginable, pero la sensación no era incómoda, sino todo lo contrario, creía que podía estar toda la vida en aquel lugar y nunca cansarse de aquella sensación. Sus ojos se abrieron por la sorpresa al ver su cuerpo de pie a unos pasos de él, aunque todo era diferente, pues el joven enfrente suyo no poseía en su rostro ni la solemnidad actual, ni la madurez, era como si estuviera viendo su versión de cuando todavía estaba en su mundo y, su teoría se reafirmó cuando notó su uniforme militar cubierto en sangre, el mismo con el que había muerto.
—Gustavo Montes —Dijo una voz antigua, sin emociones, pero con un fuerte sentimiento de amor cargada en ella.
El Gustavo de uniforme rápidamente se postró en el suelo.
—Colócate de pie, hijo mío, las reglas de los hombres se quedaron en tu mundo, ahora has regresado a mi lado. —Al escuchar aquellas palabras, el Gustavo de armadura ligera sonrió con pesar, derramando un par de lágrimas.
El Gustavo de uniforme se colocó lentamente de pie.
—Tu camino estuvo cubierto por obstáculos, pero nunca te diste por vencido, agradeciste por aquello que poseías y, evitaste la envidia. La justicia no siempre te favoreció, pero actuaste acorde a tus principios. Gustavo Montes, fuiste un gran hombre.
—Agradezco sus palabras, Dios Padre. —Dijo el Gustavo de uniforme.
—Tu corazón todavía anhela las cosas de tu tierra ¿Qué es lo que deseas?
—Solo quiero que mi madre este bien y, que mi amada pueda encontrar a alguien que la proteja y ame. —Dijo con un tono sincero.
Después de un breve silencio, la voz antigua volvió a escucharse.
—Parece que no me he equivocado en elegirte.
—¿Elegirme?
—Así es, aunque puedes negarte por supuesto.
—Acepto cualquier demanda de Dios Padre. —Dijo Gustavo rápidamente con sumo respeto.
—Deberías escuchar antes de actuar… —Una anciana se presentó ante el Gustavo de uniforme.
—Abuelita. —Dijo con amor y tristeza.
—Me presento ante ti, como tú mente pensó que sería —Las lágrimas volvieron a resbalar por sus mejillas, extrañaba mucho a aquella ancianita de cabello cano y mirada cálida—. Ella está a mi lado ahora, descansado, no debes sentirte mal por ella. —Dijo al notar la expresión del humano.
—Gracias.
—No debes agradecer, hijo mío —Tocó su mejilla con su arrugada mano—. Aunque eligen su propio camino, tarde o temprano volverán a mi lado.
—Gracias. —No podía detener sus lágrimas. La ancianita sonrió.
—Eres un guerrero, un héroe, un caballero, pero sobretodo, eres mi hijo. Te elegí por tus fuertes valores e integridad, pero tú fuerte voluntad será la que se encargue de mantenerte con vida… No lo olvides…
El paisaje volvió a cambiar, Gustavo regresó nuevamente ante la presencia del hombre del manto blanco, con la diferencia de que sus ojos estaban brumosos por las lágrimas.
—¿Ahora lo recuerdas? —Preguntó con una mirada solemne. Gustavo asintió.
—¿Quién eres en verdad? —Preguntó, ya sin odio ni ira en sus ojos.
—Me han conocido por muchos nombres: vigilante, mensajero, castigador, protector, hijo de Elohim, etcétera. Tu puedes llamarme como desees, tan solo soy una herramienta en los planes divinos. —Dijo sin emoción.
—Señor vigilante ¿Por qué vine a este mundo? ¿Cuál es mi misión?
—Tu misión es detener a las doce calamidades —Dijo con un tono serio—. Las cuales azotaran este mundo en unos años… Te he guiado todo esté tiempo para que te volvieras más fuerte, pero todavía te queda mucho camino por recorrer. Si es quieres regresar al lado de tu amada, deberás esforzarte aún más.
Gustavo comprendió que no podía ocultar nada de los ojos de aquel hombre de comportamiento anormal.
—¿En verdad podré volver? —El vigilante asintió.
—Fue lo prometido, cumple con tu misión y, tú mismo podrás hacer realidad tus deseos.
—Ahora mismo mi único deseo, es que ella pueda vivir. —Dijo con melancolía, mientras su mirada apreciaba el pacífico rostro de Amaris.
—Su alma continúa en su cuerpo, por lo que es posible que la pueda revivir —Gustavo sonrió de alegría al escuchar aquellas palabras—. Sin embargo, el costo es muy alto.
—Lo pagaré, pero por favor, dele otra oportunidad. —Dijo con una mirada decidida.
—¿Estás seguro?
—Lo estoy.
—¿Aunque sea tu vida el precio a pagar? —Gustavo asintió.
—Sí, aunque sea mi vida el costo a pagar. Le prometí a su padre que la mantendría con vida, además…
—La amas ¿No es así? —Gustavo no contestó—. Nuestro Padre te dio a escoger y optaste por aceptar la misión, pero ahora decides abandonar todo para salvar una vida. No sé si eres egoísta, o alguien de corazón noble. Pero si es lo que tú quieres, lo haré —Dijo con calma—. Colócala en el suelo. —Gustavo obedeció.
El vigilante extrajo la lanza que la había perforado, mientras que sus manos tocaban su herida, la sangre desapareció, al igual que el enorme agujero. Cerró los ojos e invocó la energía divina, pasaron cerca de diez minutos, hasta que sus manos se separaron del cuerpo de la dama.
—Ha vuelto a la vida —Dijo con un tono solemne—. Ahora acompáñame y, cumple con la parte de tu trato.
Gustavo asintió, miró con una sonrisa cálida el dulce rostro de Amaris, notando que su color natural había vuelto. Sacó de su bolsa de cuero una chaqueta azul y la colocó en su cuerpo, era la chaqueta de su uniforme militar.
—Adiós, dama Cuyu. —Se colocó de pie y siguió al vigilante.
El hombre repentinamente tocó la cabeza del joven.
—No pagarás con tu vida, sino con tus recuerdos de ella y de todos aquellos que conociste en esta ciudad —Dijo, mientras extraía de su mente cualquier ápice de presencia de la dama Amaris en la mente de Gustavo—. Pero no te preocupes —Quitó su mano de la cabeza del joven—, haré una última cosa por ti —Volteó y, con un movimiento suave de su muñeca, hizo desaparecer los cuerpos de los sobrevivientes de la mazmorra, mientras que, con la ayuda de la energía, hizo que el sable de hoja negra volviera a la vaina del joven—. Ahora están en un lugar seguro.
El pequeño lobo subió nuevamente al hombro de su compañero y, lo miró con tristeza, comprendió el dolor que había experimentado y del alto pago que había hecho para salvar la vida de la dama.
Un enorme agujero blanco se creó a unos pasos del vigilante y, sujetó del cuello al joven ligeramente inconsciente, guiándolo con pasos tranquilos.
—Es momento de continuar con tu camino, joven Gustavo.
Ambos individuos entraron por aquel vórtice blanco, desapareciendo y no dejando ni rastro de su existencia.
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