El peón que cruza el tablero - 01
Mi reloj se detuvo en el momento en el que aquel asaltante haló del gatillo. Fue una mala idea ir al bar esa noche, y más aún volver sola. Lo único de valor que traía en mi bolso eran mi celular y un labial de marca que apenas había estrenado esa noche. Ese fue el precio que mi asesino le puso a mi vida.
Lo vi alejarse con prisa mientras el dolor en mi pecho crecía a cada segundo. Podía sentir la cálida sangre manando a borbotones de mi ser y mojaba mi piel. Todo terminó muy rápido y ni siquiera tuve tiempo de llorar o pensar en los seres queridos que dejaba atrás.
***
A pesar de que estaba segura de haber muerto en aquel instante, de pronto desperté en el asiento de un tren. Todos los lugares estaban ocupados y yo no lograba explicarme qué hacía ahí. Una niñita sentada a mi lado me sonrió y luego soltó una carcajada al ver mi expresión de desconcierto. No tardé en notar que iba acompañada; en los asientos de enfrente se encontraban su madre y su abuela, a quienes me presentó entusiasmada.
La conversación fluyó por un buen rato y se basó principalmente en el relato de anécdotas divertidas. Ambas mujeres eran agradables y risueñas, les tomó poco tiempo conseguir que hablara de mí misma. Claro que no les dije demasiado y omití el hecho de que no tenía ni la más pálida idea de cómo acabé en este lugar; no quería que me tomaran por loca.
No estaba segura de cuánto tiempo había transcurrido desde mi “despertar” y, pese a la charla tan amena que estábamos compartiendo, la preocupación que sentí al abrir los ojos seguía intacta; debía descubrir cómo y por qué aparecí súbitamente en ese vagón desconocido. No obstante, mi plan era dedicarme a investigarlo en cuanto el tren arribara a la próxima estación… un plan que se vio frustrado minutos después de su concepción.
Rechinidos y golpeteos que incrementaban su frecuencia parecían traer consigo un mal augurio. El tren aumentó la velocidad bruscamente y no parecía tener intenciones de detenerse. En cada curva la fuerza centrífuga hacía caer de sus asientos a algunos de los pasajeros. Pero, pese a nuestra terrible circunstancia, la mayoría de los pasajeros se encontraban en un alarmante estado de estupor, con la cabeza gacha y mirando un punto fijo en el suelo; algunos solo lloraban en silencio, y otros solo se aferraban a las manos de sus compañeros de asiento en busca de consuelo.
El miedo me desbordaba y agitaba mi respiración. Estuve a punto de resignarme al destino, pero unas manitos temblorosas se aferraron a mi brazo, apartando en un santiamén esos pensamientos.
—¡No quiero morir! ¡q-quiero volver con mi hermanito y mi papá! —gritó desconsolada.
Miré a su madre, quien solo volteó su vista hacia otro lado. ¿Cómo podía ser tan indiferente ante el sufrimiento de su hija? La respuesta era sencilla: esa mujer ya había aceptado su final, y a pesar de que me habría gustado gritarle mil maldiciones para hacerla reaccionar, no hubo tiempo. Pronto todo se oscureció; nos habíamos adentrado en un túnel y tenía el presentimiento de que, al llegar al otro lado, todo acabaría.
Abracé a la niña y lloré con ella. Aún no cumplía los 25 y no había podido gozar del fruto de mis esfuerzos. Sin embargo, ella ni siquiera tenía 10, y me sentí estúpida al pensar que yo era demasiado joven para morir.
En mi inutilidad e impotencia solo pude rezar. Rogué por la pequeña vida que temblaba entre mis brazos.
«Si estás ahí, Dios o lo que sea, quizás sea un poco tarde para pedir por mi vida… ».
Debo admitir que en aquel momento no comprendía el peso de mis propias palabras, ni de lo mucho que podría arrepentirme de ellas.
«… En vez de rogar por salvación, hay una cosa que quiero pedirte, ¿podrías darle a esta pequeña una segunda oportunidad? Ten piedad de ella que aún es una niña pura e inocente y si su destino ya está escrito y no hay nada que hacer al respecto… entonces te ofrezco mi alma a cambio de que le otorgues una muerte sin dolor».
Quizás, ofrecer mi alma como moneda de cambio no era lo más sensato que podía hacer, pero no pude evitarlo. Ya había pasado por esto momentos atrás. Aún podía sentir el dolor que me ocasionó el impacto de aquella bala, la desesperación de inspirar profundo para solo ahogarme y el olor… el olor de la sangre que impregnaba mi nariz al punto de sofocarme. Fue una sensación horrible y solitaria, por eso no quería que ella atravesara lo que yo: una injusta y cruel muerte.
No me pregunten qué razón podría tener para sacrificarme por una niña que apenas conocía, porque siendo sincera, ni siquiera yo me lo explico. De lo que sí estoy segura es que mi corazón se afligía al oír su llanto y que con tal de darle consuelo estaba dispuesta a todo.
El sonido agudo y chirriante de la pesada maquinaria se hacía más y más fuerte. El final de este inesperado viaje estaba muy cerca, lo presentía. Una voz en mi mente me repetía, histérica, que el tren iba a descarrillarse o a chocar contra algo. Todas mis alarmas se dispararon y traté de proteger a la pequeña utilizando la mayor parte de mi cuerpo como escudo. Tenía la esperanza de que, en el peor de los casos, al menos muriera sintiendo que alguien la abrazaba con fuerza. Cerré los ojos y repetí mi plegaria una y otra vez: «Sálvala, por favor».
Creí que lo último que escucharía sería un gran estruendo acompañado de gritos de dolor. Sin embargo, como por arte de magia, todo se detuvo súbitamente y la calma y quietud se apoderaron del lugar.
Luego de oír el perpetuo silencio por unos minutos, me armé de valor y abrí los ojos. El tren estaba estático y, más sorprendente aún… vacío. Me desesperé al no hallar a la niña entre mis brazos. La busqué vagón por vagón, debajo de cada asiento y en cada pequeño recoveco. Pero, al no encontrar rastros de nadie, me planteé la posibilidad de que se tratara de una pesadilla. Quizás aquella niña nunca existió y toda esta absurda situación solo era parte del último de mis sueños.
Salí del tren con recelo y observé los alrededores. La estación también parecía desierta y, de momento, solo el denso vapor proveniente de las paredes del tren me hacía compañía.
«Tap, tap, tap, tap».
De pronto escuché el sonido de pasos ajenos y volteé hacia su origen. Me encontré con la borrosa figura de una persona que se abría paso entre la niebla. Cuando nos separaban solo un par de metros, el espeso velo de humedad se abrió como un telón, revelando así la imagen de un anciano.
Aquel hombre parecía salido de un libro de historia. Traía puesta una toga blanca desgastada, sandalias romanas y un reloj de bolsillo en la mano. Al cruzar miradas conmigo sonrió y me dijo:
—My~… My~ —Negó suavemente con la cabeza y, envolviendo sus palabras en un suspiro, agregó—: Los revoltosos como tú nunca están donde deberían ¿verdad?
Antes de poder emitir palabra, su temblorosa mano secó con calma las lágrimas que habían empezado a deslizarse por mis mejillas. Todo mi cuerpo se estremeció y caí de rodillas sin poder detener mi llanto.
—Y-yo, ¿p-por qué estoy…? —La calidez de su piel me había conmovido hasta los huesos. Esa reacción no era algo que una persona normal pudiera suscitar, por lo que no pude evitar preguntarle—: ¿U-usted es Dios? —Traté de alzar la mirada, pero al final no me atreví a verle la cara.
—¿Dios? —De su boca se escapó una suave risa—. Lamento decepcionarte, pequeña, pero solamente soy un humilde guía.
—¿Entonces es un ángel?
—Como dije, solo soy un guía. —Tendió su mano hacía mí, pero no quise tomarla.
—Estoy muerta, ¿verdad? —No quería pensar en ello, mucho menos decirlo en voz alta, pero necesitaba una confirmación y quizás él era el único que podría dármela.
—Me temo que sí —dijo con cierta pesadez.
La respuesta que no quería escuchar me fue dada. Hundí mis manos en mi pecho, intentando llenar el vacío que sentía.
—¿Eso significa que es hora de mi juicio final? —dije en voz baja por temor a quebrarme.
—¿Juicio? ¿Por qué debería yo juzgarte? Nunca he entendido esa manía que tienen de buscar una sentencia divina… Al fin y al cabo, ¿quién mejor que uno mismo para hacer de juez y verdugo? Aunque bueno, esa es una mera opinión personal.
Me acerqué arrastrándome, de rodillas, y me aferré al borde de su túnica.
—Dígame, los otros pasajeros, ¿también eran almas en pena?
—Sí.
La imagen de aquella niña y el sonido de sus sollozos hacían eco en mi mente.
—Parece que al final mis plegarias no sirvieron de nada —dije con una pequeña y amarga risa—. Soy patética, ¿verdad? Desde un principio no había nada que pudiera hacer por ella. —Apreté el agarre de su manto y cubrí mi rostro con el, mojándolo con mis lágrimas.
—Ay, pequeña. La misericordia será tu cruz.
—¿Qué quiere decir con eso? —Levanté la vista y me topé con una expresión dolida.
El anciano abrió su reloj y poco a poco empecé a escuchar un ligero rumor familiar:
«Dum Lup, Dum Lup, Dum Lup, Dum Lup…»
El sonido proveniente de aquellas manecillas se asemejaba al de los latidos del corazón y, pronto, su compás fue lo único que oía.
—Parece que ya es hora —dijo el anciano mientras cerraba el reloj.
Sin darme tiempo a articular palabra, de su ser se disparó una luz blanquecina que me encegueció por completo y luego de eso empezaron todos mis problemas.
***
En un parpadeo me hallé recostada en la cama de una habitación desconocida. Todavía estaba algo aturdida, pero podía jurar que no me encontraba en un hospital. El lugar lucía muy descuidado, la humedad en sus paredes saltaba a la vista y el piso hecho de madera estaba roto en algunas zonas.
Al intentar salir de la cama, lo primero que noté fue que mis pies no tocaban el suelo. Además de eso, mis manos eran más pequeñas de lo que recordaba y el cabello que tocaba mis hombros era de color castaño y muy rizado. Pero, antes de poder terminar de procesar toda esa información, la puerta se abrió y una mujer mayor entró al cuarto. Al verme se sorprendió y se me acercó. Noté lágrimas en sus ojos.
—¡Al fin despiertas! —exclamó, arrodillándose ante mí y tomándome de las manos—. ¿Te sientes mejor? ¿Quieres beber o comer algo?
Hubiera pensado que seguía dentro de un sueño de no ser por las cálidas manos que temblaban sobre las mías. La pobre mujer parecía estar realmente aliviada, tanto, que no me atreví a arruinar su ilusión, así que solo le sonreí y asentí.
***
Con el pasar de los días, fui recopilando toda la información que pude mientras intentaba entender y adaptarme a mi situación, cosa que era más fácil de decir que de hacer. Al parecer, mi alma y recuerdos acabaron, de alguna manera, en un cuerpo ajeno.
Mi nombre pasó a ser “Janet” y ahora “vivo” en el cuerpo de una niña de 6 años. La anciana que conocí al llegar aquí es Margaret, mi abuela adoptiva. Según parece, dejaron a la antigua dueña de este cuerpo en la puerta de su hogar mucho antes de que yo llegara a este mundo.
Por suerte, desde que abandonaron a Janet en este lugar ha estado sufriendo de una rara enfermedad que la mantuvo postrada e inconsciente por mucho tiempo. Gracias a esta situación, no la conocían lo suficiente como para notar algún cambio en su personalidad, por lo que no tuve que preocuparme de ser descubierta. Me sentaba mal haber tomado su cuerpo, pero no había nada que pudiera hacer al respecto.
Otro pequeño detalle, es que no soy la única huérfana bajo el cuidado de Margaret. En total somos cinco niños. Margo y yo somos las únicas niñas y luego están John, Puppet y Elison, o como me gusta llamarlos: el trío denso.
Nos llevábamos muy bien, incluso les enseñé a los chicos a jugar al fútbol y desde entonces no sueltan la pelota que les armé con retazos de ropa vieja. Con frecuencia Margaret los reprendía y les quitaba el balón. Eso hacía que los niños iniciaran huelgas de hambre con la intención de remediar tal injusticia. Eran días tranquilos y llenos de risas, hasta mi niña interior tomaba el control cuando jugaba con ellos. Sin embargo, esos días comenzaron a mortificarme. Con cada raspón, cada herida, cada aroma y cada sabor que percibía, una pregunta salía a flote a pesar de mis intentos por ahogarla: ¿lo he perdido todo? Sabía que debería pensar en el renacer como una segunda oportunidad, pero, ¿cómo hacerlo cuando me han arrebatado una buena vida? No es que no valore lo que la abuela hace por mí, ni tampoco que no adore a mis hermanos adoptivos… es solo que no consigo conformarme con ello. ¿Pensar eso me vuelve ruin? ¿Estoy siendo demasiado injusta al comparar mi vida con la de Janet? Una parte de mí respondía que sí y, curiosamente, era la que gritaba más fuerte.
***
Pasado un año y medio de mi llegada a ese hogar, irrumpió en mi vida el Duque Melville Moore. Al parecer, él y Margaret eran viejos conocidos, aunque no parecían estar en buenos términos. La visita de este hombre alteró bastante a la abuela, me atrevería a decir que él le ocasionaba pavor.
Fuimos presentados ante el Duque y a diferencia de los demás niños, que trataron de llamar su atención por todos los medios posibles, yo apenas crucé miradas con él. El nerviosismo de Margaret me había dejado preocupada e intuí que era mejor no llamar la atención de ese señor. Sin embargo, y para sorpresa de todos, una semana después de su visita fui adoptada por él.
Nunca le guardé rencor a la abuela, de hecho, entendía sus razones. Ella ya estaba vieja y mantener cinco niños por su cuenta era muy difícil. Por mi adopción, Margaret no solo recibió una retribución económica, si no que además el duque se comprometió a pagar la educación básica para los demás niños. La oferta había sido demasiado buena para dejarla pasar.
Por aquella época no conocía mucho de este nuevo mundo y creo que la causa principal de eso era nuestro aislamiento. La casa de la abuela estaba asentada en una zona rural muy alejada de la ciudad, y no fue sino hasta que llegué a la mansión del duque que me di cuenta de que el mundo al cuál fui a parar… era muy diferente del que yo conocía.
Comments for chapter "01"
QUE TE PARECIÓ?
Interesante historia sobre la reencarnación, no puedo negar que me tuviste en vilo con el pasaje donde ingresa a un tren que parece ser el tren que conecta con el otro mundo, yo pensé que regresaría la vida pero finalmente llegó a la estación donde confirmaría que estaba muerta. Felicitaciones.
🥺 Yo seguía esta historia. Ahora que la autora avisó que por aquí podemos leerla también me vine corriendo. Espero más capítulos libress