El peón que cruza el tablero - 02
El día de mi partida llegó. Los niños me despidieron entre lágrimas y risas, deseándome felicidad en mi nuevo hogar. Sin embargo, a diferencia de ellos, yo no podía visualizar felicidad en mi futuro, ya que el hombre que me adoptó no me inspiraba demasiada confianza.
—Esto es tuyo, mi vida —dijo Margaret, mientras dejaba en mis manos un collar roto—. Lo traías contigo el día que te dejaron a mi cargo. Planeaba dártelo en un mejor momento, pero… parece que el momento que estaba esperando se adelantó demasiado. —Su voz se entrecortaba a pesar de sus intentos por disimularlo.
—Gracias por cuidar de mí todo este tiempo —dije con una sonrisa, en un vano intento de aplacar su angustia—. Vendré a visitarla en cuanto pueda, lo prometo.
Ella acarició mis mejillas, besó mi frente y luego me abrazó con todas sus fuerzas. Sentí que mi partida no era la única razón de su malestar, y cuando me susurró un lastimoso “lo siento”, supe que las cosas se iban a poner muy feas para mí.
***
El carruaje en el que viajaba era muy incómodo y mi compañía, una sirvienta taciturna, no mejoraba la experiencia. Para colmo de males, en este mundo no había nada parecido al internet o los celulares, así que todo el trayecto fue aburridísimo y se me hizo eterno.
Se suponía que debíamos llegar a destino en cinco días como máximo, pero la suerte no estuvo de nuestro lado. Debido a las lluvias y lo difícil del terreno, las ruedas de nuestro transporte se rompían cada pocos kilómetros, obligándonos a detenernos constantemente y a movernos a paso de caracol.
Al final, después de dos semanas de martirio, llegamos a la capital.
Por desgracia, debido a nuestro retraso, no se me permitió salir a explorar la ciudad que desfilaba a través de la ventana. Lo poco que pude apreciar fue la arquitectura y las vestimentas que llevaban los lugareños. Gracias a eso me fue fácil deducir que solo la gente con dinero y altos cargos vivía aquí.
Las mujeres que caminaban por la calle llevaban vestidos muy ostentosos, parecidos a los que podrían verse en los dramas o novelas de épocas pasadas. Los caballeros, por su parte, vestían trajes elegantes adornados con magníficas joyas en sus cuellos y muñecas.
A diferencia de las zonas rurales, todas las calles de la capital estaban hechas de adoquines, incluidos los pequeños senderos que se desprendían del camino principal y se colaban entre los callejones.
Las casas, o más bien mansiones, eran bastante similares entre sí. Tallos de cristal que parecían abrazar las propiedades y las flores que los acompañaban, eran los adornos más repetitivos y bellos que había visto nunca. No obstante, lo más sorprendente era que, al parecer, esos cristales se comportaban igual que un prisma: descomponían la luz del sol y, con ello, convertían el paisaje en una fantasía multicolor.
Todo el lugar era muy llamativo, pero la mansión del duque opacó por completo a cualquier edificación de las que había visto en el camino. Era hasta seis veces más grande que las demás mansiones, y las ramas de cristal que abrazaban los muros como enredaderas, eran más prominentes y abundantes.
Una vez bajé del carruaje, ya dentro de los amplios terrenos de la casa Moore, las flores de cristal de todo el lugar vibraron por unos segundos. Fue un espectáculo extraño que incluso desconcertó a los sirvientes más antiguos, pero una vez que la curiosidad pasó, todos siguieron a lo suyo.
El interior de la mansión era casi tan impresionante como el exterior, aunque más «normal», con muebles finos y adornos de oro, plata y bronce por doquier. Pinturas de rostros desconocidos y gigantes candelabros adornaban el pasillo que me llevaría al estudio de mi nuevo padre.
Estaba muy cansada debido al extenso viaje, sin embargo tuve que posponer la cita con mi nueva cama hasta que Moore estuviera disponible para recibirme.
—¿Es necesario que espere aquí sentada? —pregunté al mayordomo que resguardaba la puerta del estudio.
—No es necesario, pero la etiqueta lo dicta, señorita.
Con la paciencia al límite y la confirmación del sirviente, me levanté del asiento y me dispuse a mirar los cuadros en el pasillo. Quizás mi actitud fue un poco tosca e infantil, pero sentí que enloquecería si no me distraía con algo.
Intenté leer las placas de las pinturas, pero no pude entender los símbolos que figuraban en ellas y tampoco se me hacían familiares. Solté un gran suspiro y mordí el interior de mis mejillas, había pasado mucho tiempo desde la última vez que me sentí tan ajena a este mundo, y fue la manera más sutil de exteriorizar mi frustración.
—¿Podría hacerle unas preguntas? —pregunté cabizbaja.
—Por supuesto, señorita —dijo el mayordomo y me sonrió con fingida amabilidad.
—¿Cómo se llama este país?
—Enfys, señorita —disimuló una risa y me dedicó una mirada altiva.
—¿Qué son esos cristales de afuera? —Su actitud me había molestado, pero decidí priorizar mi interrogatorio.
—Son Ukuphilas, unos seres vivos que solo existen aquí en la capital, señorita.
—¿Están vivos? Pensaba que solo eran adornos.
—Bueno, podría decirse que en cierta manera lo son, señorita —Esta vez, su soberbia fue más descarada.
—¿Podría explicármelo, por favor?
—Pues verá, el tamaño de las Ukuphilas son un símbolo del poder y la riqueza. El ducado de los Moore lleva más de 1500 años de vigencia, por eso sus Ukuphilas son las más grandes y abundantes de la ciudad.
—Entiendo, pero en ese caso, ¿por qué alguien como yo fue adoptada por ellos? ¿Acaso no tienen herederos y debo ocupar ese lugar?
El hombre apenas pudo ahogar su risa luego de oír mi pregunta.
—Se equivoca, señorita. El duque tiene cuatros hijos y dos de ellos son varones. Como verá, el ducado no tiene ni tendrá problemas con respecto a la sucesión. Además, alguien externo no puede heredar el título, en última instancia, se lo darían a un hombre con algún gran logro y no a una huérfanita sin nada que ofrecer. —El tono condescendiente en su voz me molestó más que su insulto.
Aquel sirviente me miraba de forma altiva y era evidente que me tomaba por una estúpida. Como primera pincelada de lo que sería mi nuevo hogar esto no lucía nada bien. Aún no tenía claro cuál sería mi posición en esta casa, pero lo más seguro era que mi jerarquía fuera la más baja, y eso sin dudas sería un problema.
—¿Podría hablarme más acerca de la familia del duque? —Sonreí con fingida inocencia.
—Por supuesto, señorita. Será un placer.
Dicho eso, me llevó hasta una de las habitaciones contiguas y, al ingresar en ella, el olor a pintura inundó mi nariz. Después, el hombre se dispuso a encender los candiles del lugar hasta lograr una iluminación decente. Luego se acercó a unas cortinas y las abrió de par en par, revelando la pintura que cubrían.
—Esta es la familia Moore. El cuadro aún no está terminado, sin embargo, en él ya se encuentran dibujados todos los amos de esta casa.
La imagen de una gran familia colgaba en la pared. Seis integrantes en total. Sus poses, expresiones orgullosas y la opulencia de sus trajes, desprendían un aire de superioridad difícil de ignorar. «Parece una obra digna de un museo», pensé.
—La hermosa mujer que está sentada es la duquesa Yassel —dijo el mayordomo y se dispuso a señalar a cada integrante—. Quien sujeta el hombro de la señora es el duque, que asumo ya conoce. La joven a su lado es su hija, la señorita Agnes. La niña que se aferra al vestido de la duquesa es la señorita Wendy, la más joven de la familia. El joven que sostiene su mano es el señorito Ewan. Y, por último, pero no menos importante, tenemos al señor Kiefer, el primogénito de la familia.
Él continuó su monólogo y, entre lo que me relató, hubo un par de cosas que me alarmaron. Ewan, con 13 años, ya manejaba una empresa por sí mismo. Kiefer, con 18 años, era el integrante más joven del Consejo real. Las chicas no se quedaban atrás. Agnes, a sus 16, estaba pronta a casarse con el príncipe heredero de un reino vecino, lo que elevaría el estatus de la familia a nivel internacional. Wendy, con 6 años recién cumplidos, podía hablar cinco idiomas y, además, había superado con creces el rendimiento académico de sus hermanos mayores a su edad.
Ya en posesión de toda esa información, comprendí que estaría viviendo en un terreno muy competitivo y hostil. Aunque lo que más me preocupaba era conocer los verdaderos motivos de mi adopción, porque, con hijos así, no me explicaba la decisión del duque.
Moore acabó por recibirme cerca de la hora de la cena. Tuvimos una conversación unidireccional en la cual se esmeró en dejar muy claras las altas expectativas que había depositado en mí. También mencionó que para ayudarme a alcanzar el “nivel mínimo” lo antes posible, nada más salir el sol sería sometida a un entrenamiento intensivo para convertirme en alguien digna de su apellido.
Así empezó el martirio de vivir cargando con el apellido Moore.
Comments for chapter "02"
QUE TE PARECIÓ?
Felicitaciones por tu creatividad, no es fácil crear mundos fantásticos e historias con personajes y locaciones como el que presentas. Es muy interesante y me vas generando más intriga por conocer tus historias