El peón que cruza el tablero - 03
Acostumbrarse a este ritmo de vida fue una auténtica odisea. Como la universitaria que alguna vez fui, me había acostumbrado a estudiar durante horas sin parar —ya saben, para que el esfuerzo diera sus frutos—. Mas lo que se me impuso fue demasiado extremo. Tenía clases todo el día y era frustrante no poder seguir el ritmo por culpa del cuerpo infantil de Janet. Aunque debo admitir que fue bueno que me tomaran por una completa ignorante, pues en este mundo era una analfabeta que con suerte podía hablar el idioma.
Lo primero en lo que se me instruyó fue en la escritura, que consistía en caracteres complejos, acompañados de puntos y líneas que cambiaban el significado de las palabras. Resultaba muy engorroso descifrar estos símbolos a la hora de leerlos, ya que había demasiados detalles a tener en cuenta, y eso afectaba directamente a mi fluidez.
¿Alguna vez vieron una película en blanco y negro? Yo vi una con mi padre cuando era pequeña y trataba sobre unos niños y sus travesuras en la escuela. Lo que me había llamado la atención en el filme, era que los profesores podían golpear a los alumnos sin que nadie se los reproche. Mi padre me explicó que «antes era así», pero yo no podía terminar de creérmelo. Ahora se preguntarán, ¿por qué de repente les menciono esto? Pues, porque aquello que me parecía tan ficticio, inconcebible y lejano… se volvió parte de mi realidad.
Los profesores disciplinaban a la pobre Janet de una forma muy medieval. Golpeaban sus pantorrillas con una fusta por cada error y sus manos con una regla cuando pronunciaba mal las palabras —entre otros muchos abusos—. Seguramente no les extrañe si les digo que todos estos castigos disciplinarios fueron consentidos por Moore; quien justificaba estos maltratos diciendo que tenía mucho que aprender y que esos correctivos eran por el bien de mi buena educación.
Después de mucho estrés y un esfuerzo sobrehumano, la lectura se tornó más sencilla y obtuve la llave del conocimiento. Gracias a esto, abrí muchas puertas que me ofrecían la oportunidad de conocer más acerca de este mundo.
Descubrí que aquí los años son más largos —450 días—, y se componen de cuatro meses, denominados: Oorun, Hervul, Uri y Blomme, que a su vez abarcan las cuatro estaciones del año: verano, otoño, invierno y primavera respectivamente. También encontré ilustraciones de los rituales que se celebraban al final de cada mes para dar la bienvenida al mes siguiente. Pensé en lo mucho que me gustaría participar de esas fiestas algún día y me pregunté si serían similares a los carnavales mientras veía las imágenes.
Viajando de un lado a otro de la biblioteca, acabé por toparme con algunos mapas. Me sorprendió descubrir cuán pequeño era el país en el que me encontraba, en contraste con el gran imperio de Tuluka, del cual formábamos parte.
Al extender sobre la mesa uno de los mapas más añejos, mis ojos se abrieron de par en par. Hasta ahora solo había encontrado mapas individuales de los distintos países que componen Tuluka, pero éste en particular parecía ser un atlas.
Lo más curioso de mi hallazgo, fue una extensión del plano que estaba cubierta con una tinta negra que burbujeaba, como si estuviera hirviendo sobre el papel. Con curiosidad piqué con mi dedo aquel recubrimiento oscuro, pensando, «¿qué podría malir sal?». Efectivamente, nada ocurrió, la sustancia no tenía temperatura y tampoco manchó mis dedos. Parecía que su única función era esconder lo que se encontraba debajo de ella. Este inesperado descubrimiento me dejó con muchas dudas y una gran pregunta a resolver:
—Si en este mundo existe la magia, ¿por qué nadie la usa? —murmuré y mis ojos brillaron con curiosidad.
Me sentía en el papel de detective Conan y estaba más que dispuesta a resolver esa incógnita. He de decir que nunca me gustó estudiar historia, pero con este gran misterio entre manos, mi aversión se desvaneció y me dediqué a navegar por esas aguas desconocidas.
Una de mis primeras lecturas históricas fue acerca del pasado mágico del continente y, según los registros, la magia estaba al alcance de todos los seres vivos.
Las encargadas de diseminar una infinidad de dones eran las fuentes de magia. Con ello enriquecieron la diversidad de la fauna y flora en todo el mundo. No obstante, estos datos tenían más de nueve mil años de antigüedad y todo lo que venía después trataba acerca de una gran guerra que cambió todo.
Los que iniciaron el conflicto fueron los Rhesymegol, quienes cegados por su sed de poder, monopolizaban o destruían las fuentes de magia. Con la muerte del último de sus integrantes se marcó el fin de la guerra, pero para entonces ya se había derramado más sangre de la necesaria.
No me sorprendió leer que nuestro Brenin Hynaf, el gobernante absoluto del imperio, fue uno de los pioneros en la búsqueda y conquista de las fuentes. La forma en la que los documentos narran sus acciones, lo hacen ver como un héroe o un salvador. Sin embargo, desconfiaba de que ese fuera el caso. Después de todo, en este tipo de conflictos, el vencedor es el que escribe la historia.
No pude hallar ninguna información sobre quién era o que hacía Esdras Zimur —el Brenin Hynaf—, antes de que la guerra estallara. Todo lo que se sabe de él empieza a sus 24 años y con su primera conquista: El alma de la música. Según lo que entendí del asunto, Esdras combatió con valentía a un grupo de Rhesymegols que querían destruir “la Lira”, una importante fuente de magia en el sur, y debido a su gran heroísmo, ésta lo eligió como su propietario. Desde ese momento en adelante fue ganándose el favor de las fuentes mágicas de una gran extensión del mundo y, con ello, por supuesto, obtuvo un poder inmensurable.
Desde la creación de Tuluka, y su posterior ascensión al trono, Esdras fue quien restringió el uso de la magia —hecho que contestaba mi pregunta—. Su monopolio sobre toda esa magia ocasionó grandes repercusiones globales. Como ya había mencionado, todos los seres vivos tenían acceso a la magia y algunos dependían de ella para sobrevivir. Por ende, con aquellas restricciones, Esdras orquestó una extinción casi masiva de muchas especies, tanto animales como vegetales, a lo que siguió una recesión generalizada, en donde la hambruna y las enfermedades fueron el pan de cada día durante siglos.
No se me ocurría nada más aterrador que un humano con el poder, la —supuesta— inmortalidad y la autoridad de un dios. Pero, muy al contrario de lo que me dictaba el prejuicio, este amante del poder muy rara vez intervenía en los asuntos de Estado de sus países afiliados. Presuntamente, su última aparición en público había sido ochocientos años atrás, y desde entonces no se supo nada más de él.
Toda esa información estaba muy dispersa entre los libros más antiguos de la biblioteca, por eso me tomó mucho tiempo encontrarla y organizarla para que me resultara entendible. Fue un trabajo duro, pero disfruté mucho del proceso y sus frutos.
Por lo general trabajaba en ello después de mis clases, un sacrificio que acepté con tal de desmenuzar el lejano pasado del mundo. Me resultaba extraño que mis profesores no mencionaran al Brenin Hynaf, pero supuse que la población general lo tomaba como una leyenda, después de todo, era difícil creer que alguien así existiera sin pruebas más contundentes.
***
Desde que fui adoptada por Moore he estado encerrada dentro de su mansión. Aunque saliera al jardín no podía evitar la sensación de estar enjaulada. El único consuelo que me quedaba era la biblioteca, en donde al menos mi mente podía abandonar ese opresivo lugar para perderme en aquellos paisajes que los libros describían.
Cada vez que entraba en mi santuario de libros me sentía en Monster, Inc., porque frente a mí se extendía un abanico infinito de puertas esperando a ser escogidas. Pero, desafortunadamente, el duque decidió quitarme esa única vía de escape al mundo exterior. Esta medida me enfadó tanto, que me precipité al intentar razonar con él, aún sabiendo que lo más probable era que no consiguiera cambiar nada.
Me costó reunir el valor suficiente para enfrentarlo, y las dudas que tenía me acompañaron hasta la puerta de su despacho. Mas cuando finalmente me dejó pasar, las forcé a quedarse atrás.
Estaba muy tensa mientras Moore seguía mirando las hojas frente a él e ignoraba mi presencia. Perdía la paciencia con cada segundo que pasaba, hasta que me exasperé y rompí el silencio.
—Duque. —Me mordí los labios. Supe que había logrado llamar su atención, pero aún así él no parecía estar dispuesto a escucharme.
Alzó la vista con tal desinterés que casi lo consideré ultrajante. Apreté los puños y desvié la mirada al suelo antes de seguir con mi queja.
—Mis lecturas extras no interfieren con mis clases ni con mi rendimiento académico, así que me he estado preguntando, ¿por qué razón no puedo entrar en la biblioteca? ¿Podría explicármelo, por favor? —dije con aparente serenidad.
Por supuesto, me esmeré mucho en ocultar mi furia. Deseaba desquitarme por muchos de sus abusos, sin embargo, no era buena idea torearlo con insolencia. Por ello, decidí callar y tragarme mis maldiciones antes de que mi filosa lengua acabara por cortarme.
Moore no respondió.
Supe que su silencio no era nada bueno, incluso antes de que el duque se levantara de su silla y caminara hacia mí con una sonrisa que me heló la sangre. El aire en la habitación se volvía más pesado a medida que se acortaba nuestra distancia, y no tardé en bajar la cabeza debido a la presión. Era casi irrisorio ver como mi determinación terminó destruida en segundos.
Al detenerse frente a mí, colocó sus manos sobre mis hombros y sus ojos grises me dedicaron una mirada fría, desencadenando un escalofrío que me recorrió la espalda.
—Primero que nada, recuerda que eres mi hija y debes referirte a mi como «padre». —Sus manos se posaron en mis mejillas y me obligaron a mirarlo—. Segundo, como tu tutor, YO decido que es lo mejor para ti, y si digo que te mantengas alejada de esos libros, debes hacerlo… Hay muchas cosas en ellos que podrían confundir a tu mente infantil. Solo estoy tratando de protegerte hija mía.
A pesar de que acarició mis mejillas con suavidad, me fue imposible dejar de temblar, y al verme en ese estado, aprovechó la ocasión para susurrarme al oído:
—Parece que has entendido el mensaje. —Su agarre se tornó más firme y sacó a relucir sus verdaderos colores por un par de segundos—. Si sabes lo que te conviene, no volverás a poner en duda mis decisiones otra vez. De lo contrario, me veré obligado a disciplinarte acorde a la ofensa recibida.
Después de decir eso, deslizó su pulgar por el lado izquierdo de mi cuello y con un movimiento rápido rasguñó el lugar. Luego me dio unas palmaditas en la cabeza y volvió a su asiento como si nada, dejándome congelada en el lugar.
Mientras aún contenía la respiración, toqué la pequeña zona de mi cuello que ardía y entonces mi mente empezó a trabajar a toda velocidad. Estaba segura de que este hombre no dudaría en deshacerse de mí si no le era de utilidad y, al igual que el resto de su familia, necesitaba convencerlo de que yo podía serle provechosa. Pero, ¿qué podía hacer para ganarme su favor? ¿Y qué pasaría si no lograba que me estimara aunque sea un poco?
—Parece que finalmente usas tu cabeza para pensar. —Alcé la vista y me hallé con una sádica sonrisa en su rostro—. ¿Sabes? El miedo es una emoción que suele sacar lo mejor de las personas, y por tu bien, espero que puedas aprovecharlo.
—Lo he entendido… padre. —Me incliné y salí del cuarto lo más rápido que pude.
Ese día finalmente comprendí qué tan frágil e indefensa era esta niña llamada Janet. Odiaba ese sentimiento que empezaba a desbordarme y más aún porque el duque lo había implantado allí adrede. Lo supe ni bien llegué a mi habitación y comencé a llorar… El miedo ya había echado raíces en mí.
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QUE TE PARECIÓ?
El papa tipo: «Obedece o ya sabes»