El peón que cruza el tablero - 04
Mi primer mes en la mansión Moore finalmente acabó, dejando atrás claras marcas de brutalidad en las muñecas y pantorrillas de Janet. No obstante, esas marcas no fueron lo único que llegó para quedarse. Ya habían logrado condicionarme a llevar una sonrisa amable en todo momento y a no quejarme por nada. Básicamente me convertí en la muñeca de trapo del duque —porque no era tan importante como para ser considerada una marioneta—.
Muchas veces me planteé escapar, pero, ¿a dónde iría? Y más importante aún, ¿cómo sobreviviría sin ayuda? Janet era solo una niña normal e indefensa y, con esa realidad en contra, cabía la posibilidad que estuviera saltando de la sartén al fuego al emprender una fuga apresurada. Además, no había garantía de que el duque me fuera a permitir huir, al menos no sin represalias.
Por ende, solo me quedaba resignarme y mantener mi «privilegiado» estilo de vida.
***
Como en otros días, más de los que me gustaría poder contar, yacía escondida debajo de mi cama. Me acurrucaba en posición fetal y abrazaba una almohada intentando ahogar mis sollozos. Durante la madrugada había tenido una pesadilla recurrente, y el malestar que eso me dejó no me permitió concentrarme en las clases, lo cual acabó en una fuerte reprimenda de mis profesores. Ahora solo quería estar aquí, oculta y apartada de todo.
Mientras me hallaba sumida en la angustia, escuché a alguien abrir la puerta y entrar al cuarto. Cerré mis ojos con fuerza y mordí mi lengua para no emitir sonido, rogando que no se tratara del duque. Entreabrí los ojos y me extrañé al no ver pies paseando por la habitación.
Grata fue mi sorpresa al distinguir que, desde uno de los bordes de la cama, se asomaron las cabecitas de un conejito y un osito de peluche.
—¿Está llorando otra vez? —murmuró el osito.
—¿Qué no es obvio? ¡Tonto! —El conejito se enfadó y le propinó un golpe al osito, acción que me robó una sonrisa.
—¡Ouch! ¡Eso dolió! —se quejó el osito, mientras masajeaba con su patita de algodón la zona afectada.
—¡Agradece que no te doy otro! —dijo el conejito y se giró hacia mí—. Querida Janet, ¿podrías acompañarnos? Pues verás, la hermosa, dulce, perfecta y, por sobre todo, humilde princesa Wendy va a ofrecer una fiesta de té en su cuarto.
—Nos dijo que tú estabas invitada y por eso vinimos a buscarte.
Me arrastré hasta donde ellos se encontraban y salí de debajo de la cama. Al voltear, hallé sobre las sábanas a Ewan y Wendy, quienes escondían sus rostros tras los peluches.
—¿Debo llevar algo?
—¡Solo tienes que llevar muchas ganas de jugar!
—Pero… si quieres ayudarme a tomar prestados y no devolver los dulces de la cocina, no me quejaré. —Los ojos de Ewan se asomaron por detrás del oso y con su expresión juguetona consiguió hacerme reír.
—Jamás le negaría un favor, señor oso.
Mi hermanito colocó las patas del osito sobre mis mejillas.
—No me gusta nada que te hagan llorar. Mi Janet debería estar siempre sonriendo. Tú dame la orden y lanzaré a la calle a todo aquel que se atreva a lastimarte.
—No hace falta, puedo tolerarlos bastante bien. No me gustaría que se metiera en problemas por mi culpa, señor osito. Además, estaré bien mientras tenga a alguien que me dé un abrazo.
Acto seguido, tanto Wendy como Ewan me abrazaron con fuerza, disipando completamente las nubes grises que se habían formado sobre mi cabeza.
Ninguno de los dos sabía realmente cuanto los adoraba. Eran mis superhéroes, siempre aparecían para alegrarme el día y, a diferencia del resto de su familia, eran los únicos que no me trataban como a un adorno.
Ese día nos entretuvimos jugando en un rincón alejado del jardín, para así evitar que el duque nos viera y acabara con la diversión.
Wendy cantaba acelerando el ritmo de a poco, mientras Ewan y yo bailábamos, aunque en realidad solo nos tomábamos de las manos y girábamos hasta caer al suelo. Reímos y correteamos por todo el lugar. Muchas veces tropecé y caí al suelo, me raspé las rodillas y las heridas ardían, pero poco me importó el dolor en ese momento, ya que las agradables carcajadas ocasionadas por mi torpeza llenaban mi corazón de dicha.
Habría deseado seguir disfrutando de más días como aquel, al menos hasta que tuviera la oportunidad y edad necesaria para escapar de Moore. Sin embargo, un año después de mi llegada, el duque nos regaló a Wendy y a mí un brote de Ukuphila, dejándonos con la misión de hacerlo crecer y fue entonces cuando todo empezó a desmoronarse otra vez.
Pasé un par de meses cuidando a mi Ukuphila para que se desarrollara, pero, a pesar de estar técnicamente calificada para lograr que mi retoño creciera, éste solo parecía haberse congelado en el tiempo. Por lo visto, mi magia individual no era suficiente para nutrirla correctamente o al menos eso parecía.
«Que decepción… entonces no sirves para esto. Quédate tranquila hijita, ya encontraré algo más en lo que puedas ser útil», me dijo Moore mientras me miraba con desprecio, y después de eso, comenzó a descuidar mi educación porque consideraba que ya no era merecedora de tal inversión.
Me frustró mucho no haber podido completar mi misión, ya que ese contratiempo me colocaba en la cornisa de la injusta jerarquía de la mansión. Sin embargo, poco tiempo después y dado el rotundo cambio de personalidad de Wendy desde que empezó con los cuidados de su brote, comencé a creer que mi fracaso fue en realidad una bendición.
Al cabo de seis meses, la dulce niña que conocía y adoraba se esfumó. No quedaba ni la sombra de lo que alguna vez fue. Se transformó en una arpía, tal y como lo eran su hermana y su madre. Calculadora, egoísta, astuta y con un gran talento para manipular a la gente a su antojo.
El duque me había arrebatado a alguien importante y, una vez más, no pude hacer nada para evitarlo.
***
Luego de mi fracaso con el brote, me hallé frente a un precipicio y, tal y como dijo el duque, el miedo a caer sacó a flote mi mejor carta. Fue entonces cuando los conocimientos de mi vida pasada se volvieron mi mejor escudo y me ayudaron a convertirme en el Bakewell de este mundo. Logré mejorar y aumentar la producción de todas las especies de consumo humano. Eso se tradujo en un aumento del capital de los Moore, y así, finalmente, el duque detuvo sus amenazas.
Me preocupaba el tipo de impacto que estos saberes podrían llegar a tener, porque yo sería la culpable de ello sin importar si fuera bueno o malo. Mi conciencia se negaba a dejarme tranquila, ¿fue un error precipitarme de esa manera? Quizás, pero solo el tiempo podría contestar esa pregunta.
Acaricié el lado izquierdo de mi cuello, mi piel ya había sanado, pero el ardor de aquel rasguño que me hizo Moore aún estaba muy presente y se agudizaba cada vez que me tomaba un descanso.
Entre tanto, también llevaba a cabo los preparativos para huir lo más pronto y lejos posible. Pero, con la duquesa manejando el dinero que ganaba, se me hacía complicado esconder minucias de su vista de halcón, y eso retrasaba mis planes.
Además, mi relación con ella era terrible. Solía prestarle más atención a la decoración y limpieza de la residencia. Las pocas ocasiones en las que me dirigía la palabra eran para regañarme o reclamarme algo, y gracias a su fría hostilidad hacia mí, todos en la mansión comenzaron a ignorarme. Me volví invisible a los ojos de la servidumbre y acabé aislada.
Ewan era el único que seguía tratándome con consideración y dulzura, pero al cumplir los dieciséis se fue a estudiar al extranjero, cosa que me afligió muchísimo.
Han pasado casi cuatro años desde aquello y aún extraño a mi hermanito como el primer día. No tener a nadie con quien conversar era abrumador, pero al menos podía responder a sus constantes cartas y leer los libros que me enviaba, lo cual me distraía de mi desamparo.
En su última carta, Ewan me había dicho que volvería muy pronto, no mencionó el motivo, pero intuía que era para asistir a la fiesta de trece años de Wendy, ya que en este país, a esa edad, las niñas debutan en sociedad. Era un momento muy especial, ideado para que las jóvenes encuentren a pretendientes adecuados. Y, considerando que la hija consentida del duque era quién entraba al mercado matrimonial, las luchas por ganar su mano se volverían muy cruentas.
Como era de esperarse, el duque inició los preparativos del Gran baile en honor a su princesa. Pero, para evitar murmullos y rumores, decidió que yo también debutaría esa noche, porque a pesar de todo seguía portando su apellido.
Conociendo a Moore, estaba segura de que usaría la excusa de que las hermanas deseaban debutar juntas desde pequeñas. Ese era un pretexto que trataba de encubrir una gran mentira, puesto que desde hace muchos años que ni siquiera hablaba con Wendy. Su corazón se había oscurecido mucho y, su antes buena amiga, era vista como una piedra en su zapato.
Wendy nunca me perdonó que hiciera algo relevante antes que ella. Odiaba la idea de que alguien como yo opacara sus logros, y creo que el punto de quiebre de nuestra amistad fue la ocasión en la que el duque la comparó conmigo.
Recuerdo que aquella vez, fue una de las raras ocasiones en las que cenábamos solo los tres, y el duque, súbitamente, dejó caer su bomba. «Querida Wendy, miel de mi alma, hay algo que debo confesar. Confiaba en que tú serías la Moore más excepcional de la historia, pero creo que me equivoqué. Contra todo pronóstico, resulta que una niña ajena es más prometedora que el mejor de mis vástagos. Pero descuida, cariño mío, aún tienes tiempo para hacerme cambiar de opinión». Humillada por su propio padre, dirigió todas sus espinas contra mí.
Era un hecho innegable que la aparente paz de la mansión presagiaba una gran tormenta y que yo estaría en el ojo del huracán. Antes de que eso ocurriera, me dí a la tarea de hacerme con una reputación, para así poder salir adelante por mi cuenta en caso de que me quedara en la calle. Todavía me encontraba lejos de esa meta, pero ya estaba bien encaminada.
***
El día del baile llegó y todo se estaba calibrando al milímetro para lograr hacer de Wendy la estrella más brillante de esa noche. Desde muy temprano la mansión estuvo hecha un caos. Los sirvientes corrían de un lado al otro, luchando por afinar hasta el último detalle. También debían lidiar con la inspección constante de la duquesa, quien no dejaba escapar ni una partícula de polvo.
No era de extrañar que las cosas estuvieran tan alborotadas. La fiesta se llevaría a cabo en el salón más grande de la residencia principal, y asistirían todos los nobles del reino e incluso algunos extranjeros. Por este motivo, todo debía de rozar la perfección, ya que en un evento de esta índole, los pequeños errores podían salir caros.
Hasta la última baldosa fue encerada; cada adorno, jarrón y cubierto fue pulido; y todos los manteles, cortinas e incluso servilletas fueron planchadas con suma dedicación. Las miles de flores que adornaban el lugar estaban frescas y engalanadas con lazos de seda y un encaje dorado que las hacía resplandecer como el oro a la luz de las velas. Los aperitivos más costosos y raros ornamentaban las mesas de invitados.
Fue una tarea titánica terminar con todo a tiempo, pero el personal logró lo imposible.
***
Aunque también era mi fiesta, sabía que mi recepción no sería tan cálida, y eso me quedó aún más claro en cuanto me entregaron la vestimenta que debía llevar. Que eligieran un atuendo tan sencillo para mi debut era un recordatorio de que este capricho del duque no iba a cambiar nada, y aunque su silente desprecio era algo que ya había anticipado, seguía molestándome su ingratitud « :/ ».
Con el propósito de no atraer problemas indeseados, decidí llevar un peinado simple para acompañar al vestido lila que me entregaron. También me puse los preciosos zapatos de tacón que me dieron y para terminar de armar mi outfit, me coloqué el collar que me había entregado Margaret hacía ya tantos años. No era más que una piedra gris agrietada, pero llevarlo puesto apaciguaba mis nervios y eso era justo lo que necesitaba en aquel momento.
Después de los últimos retoques al maquillaje, respiré profundo y volví a mirar mi reflejo, el cual siempre me ocasionaba conflicto. Habían pasado ocho años desde que renací, pero no encontrar mi viejo rostro frente al espejo aún seguía causándome una marcada desazón. No obstante, ahora mismo era más vital enfocarme en mi objetivo principal; operación: planta de interior.
El reloj marcó las ocho de la noche, anunciando que la hora de partir había llegado. Suspiré y luego de una rápida plegaria, junté el coraje para salir de mi habitación.
Al abrir la puerta me topé con un rostro familiar. Habían pasado años desde la última vez que cruzamos miradas, pero de inmediato pude reconocer sus preciosos ojos dorados. Ambos nos quedamos estáticos sin saber cómo reaccionar. Hasta que superé la sorpresa y extendí los brazos exclamando:
—¡Ewan! —. De un salto envolví su cuello y lo estrujé con fuerza—. ¡Te he echado tanto de menos!
—Yo también te extrañé —murmuró mientras acariciaba mi cabeza.
Su voz se había vuelto más grave y estaba más alto de lo que recordaba. Caí en cuenta de que mi hermanito había crecido demasiado rápido y lamenté no haber disfrutado más al niño que conocí. «¿A dónde fue mi pequeña y adorable calamidad?».
—Mírate nada más, ¡qué alto estás! Y muy guapo también. —No pude evitar emocionarme y casi acabo arruinando mi maquillaje.
En mi vida pasada no había tenido la oportunidad de ver a mi hermano menor convertirse en hombre, así que para mí, este momento era muy especial.
—Haz crecido tanto… ya eres todo un hombrecito.
—¿Era necesario el diminutivo?
—Mucho.
—Malvada. —Pinchó una de mis mejillas con sus dedos—. Tienes suerte de que esté de buen humor.
—Dile eso a mi cachetito. Bueno, mi cara no va a ser tu única víctima esta noche. —Él alzó una ceja sin comprender a qué me refería—. Por tu culpa muchos corazones acabarán rotos para mañana, alguna dama tendrás que elegir algún día, ¿eh? Mejor si es pronto, así al menos habrá alguno que salvar —dramaticé.
—Si tú lo dices.
Mi broma no ocasionó el efecto esperado. Su semblante se tornó triste e intenté arreglar la situación antes de que empeorara.
—B-b-bueno, aún eres muy joven, no hay prisas para el matrimonio. Perdona hermanito… m-mi intención no era ofenderte ni nada.
—Tranquila, no has hecho nada malo. Es solo que, acabo de notar algo y… me molesta.
—¿Qué cosa?
—Tú… también has crecido mucho y estás muy hermosa. Aunque tú siempre has sido muy bella, pero lo que quiero decir es que hoy estás más deslumbrante que de costumbre.
¿Estaba desviando la conversación? De ser así, no quería responderme, por ende solo acaté sus deseos y lo dejé pasar.
—Gracias hermanito.
Le dí otro fuerte abrazo y me quedé resguardada allí por unos instantes. Hacía mucho tiempo que no recibía ni una gota de cariño y he de admitir que había estado deseando un poco de calidez. Sin embargo, a pesar de mis deseos y de lo feliz que me hacía aquel reencuentro, debía de trazar la línea límite que Moore me había impuesto el día anterior:
«Mientras dure la velada, mantente lo más alejada posible de Ewan, no quisiera que las mujeres que lo pretenden se hagan ideas equivocadas acerca de tu relación con él. Te advierto que si un solo rumor llega a mis oídos lo lamentarás toda la vida», me dijo, y mordiéndome la lengua acepté cumplir sus órdenes.
Ewan era el hijo al que más estimaba y el que más beneficios le traería de conseguir una buena esposa. Considerando eso, no se me hacía raro que me mostrara los dientes con tanto recelo.
—¿Por qué estás tan seria de pronto? Hoy es un día muy especial para ti, deberías disfrutarlo, no sufrirlo —me dijo Ewan, regresándome a la realidad.
—¿Especial? Con suerte seré parte de la decoración.
—Serás la decoración más bella de todas.
—En realidad sería la más versátil. Mira, si pongo mis manos en mi cintura, me convierto en un jarrón. Si las pongo hacia arriba, me vuelvo un perchero, y si hago una sentadilla, me transformo en un sillón.
Ewan a duras penas pudo contener la risa mientras yo coreografiaba mis dichos.
—No has cambiado en absoluto. Eso es bueno. Nadie más que tú puede hacerme reír así.
—Qué puedo decir, ser un bufón es mi don y maldición… Por cierto, ¿nuestro padre ya te dio sus órdenes?
—Sí, ya me lo dejó muy claro nada más bajar del carruaje. Debo mantenerme alejado de ti el mayor tiempo posible. —Hizo una mueca de desagrado bastante infantil y no pude evitar sonreír al notar que aún quedaban destellos del niño que conocí.
—¿Ya estás lista para la agradable y armoniosa velada que nos espera?
—¡Ja! Claro, tan lista como un condenado a muerte caminando hacia la guillotina.
—Si no quieres ir, te puedo inventar una excusa.
—No, no hace falta, hermanito. Yo… creo que solo estoy un poco ansiosa.
No mentía del todo. Los nervios me carcomían el pecho. Pensaba que si mi familia era siempre tan cínica y falsa, no me haría nada bien permanecer en un lugar repleto de gente así. Mi estómago se revolvía solo de pensar en lo larga y extenuante que sería la noche.
Ewan, adivinando mi malestar, me tendió su brazo con una sonrisa apacible.
—Entonces, ya que no puedo ayudarte a escapar, al menos déjame llevarte hasta el campo de batalla.
—¿El duque te pidió que me escoltaras?
Asintió, despertando un gran desconcierto en mi mente.
Sin embargo, si el olfato no me fallaba, su decisión no había sido aleatoria. Los rumores que mueren más rápido son los que elevan demasiado las expectativas y luego las dejan caer. Quizás Moore ya había orquestado todo para que ese escenario ocurriera y así eliminar los viejos rumores de mi relación con Ewan de una sola vez.
Ambos caminábamos por los pasillos sumergidos en nuestros pensamientos. Creía que seguiríamos en silencio por el resto de la noche, tal y como el duque deseaba, pero unos momentos antes de llegar a las puertas del salón, Ewan inició una amena conversación.
—Pareciera que fue ayer cuando la familia Moore te adoptó.
«Parece que no soy la única nostálgica está noche», pensé.
—¿Tú crees? ya han pasado casi seis años desde entonces. Qué mala memoria tienes.
—Tienes razón, pero sigue sintiéndose como una eternidad.
—¿No habías dicho que te parecía que fue ayer?
—¿No habías dicho que tengo mala memoria?
«Touché». No pude evitar sentirme burlada y antes de que pudiera retrucar su broma, prosiguió con sus palabras.
—Desde entonces, muchas cosas han cambiado.
—Pues sí, nada es eterno y menos para simples mortales como nosotros.
—Hablas como una anciana… aunque aún eres una niña.
—Dale tiempo al tiempo, creceré tarde o temprano… en edad, porque en centímetros parece que ya llegué al tope.
—Yo creo que tienes la altura y tamaño justo. Cabes perfectamente entre mis brazos, como si estuvieras hecha a mi medida.
—¡Ja! ¿Y eso de que me sirve? Estoy condenada de por vida a pedir ayuda para bajar las cosas que mis manitas no alcancen —dije casi indignada.
—En ese caso, no tendré más remedio que permanecer a tu lado para alcanzarlas por ti.
—Eso dices ahora, pero cuando encuentres novia, segurísisimo que te olvidas de tu hermanita.
—Eso jamás sucederá.
—Es solo cuestión de tiempo, ya verás.
Sabía que estaba actuando como una niña malcriada, pero, ¿pueden culparme? El tiempo y los cambios que vienen con él siempre me han arrebatado a mis seres queridos, ¿por qué con Ewan sería diferente? Por eso, lo mejor era ir haciéndome la idea de que, en algún punto, mi hermanito me dejaría sola y que yo no haría nada para evitarlo.
—No, no hay forma de que eso suceda y te lo demostraré.
—¿Y cómo lo harás exactamente?
—Solo espera un año.
Nos detuvimos frente a las puertas del salón.
—¿Un año? ¿Por qué?
—Porque voy a graduarme antes de tiempo y volveré por ti.
Mi instinto de supervivencia me gritaba que no preguntara, pero quería entender qué era lo que estaba maquinando en su cabeza.
—Y… ¿por qué dices que volverás por mí?
—Porque cuando me gradúe y vuelva a casa… te haré mi esposa.
Mi cara de sorpresa e incredulidad se habría convertido en un meme en mi mundo. Pero, antes de que pudiera contestar a su ¿propuesta?, las puertas del salón se abrieron y el show debía comenzar. Era urgente dejar en claro que no quería casarme con mi hermanito, pero con tanta gente alrededor ese tema tendría que discutirse luego.
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