El peón que cruza el tablero - 08
Solía creer que la mansión del duque era espaciosa, pero el tamaño de ese palacio superaba todas mis expectativas, hasta el aire en su interior era diferente. Lo primero que atrapó mi atención fue una inmensa escultura en medio del salón de recepción. Era de una hermosa mujer que parecía dormir plácidamente, abrazada con delicadeza por las ukuphilas. Estaba esculpida con tal detalle que las imperfecciones en la piel de la muchacha eran visibles y su cabellera parecía tan realista que ponía en duda el hecho de que estuviera tallada en piedra.
Me sentí cautivada por la belleza del arte y la arquitectura del lugar. El duque me permitió explorar y ver más de cerca aquellas pinturas y esculturas esparcidas por la habitación. Mas mi tiempo para admirar los alrededores fue bastante breve, ya que pronto nos recibió el mayordomo principal. Él nos guió hacia nuestro destino: el salón favorito del rey, o al menos eso remarcó. El sitio, además de estar adornado con jarrones llenos de flores frescas y artilugios extraños, contaba con cinco sillones y una mesa hecha de ébano y mármol ubicada en el centro de estos. Moore se sentó en uno de los sillones individuales y yo hice lo mismo. El ambiente que creaba el silencio era pesado. Pero, una vez el duque comenzó a hablar, quise rebobinar el tiempo y detenerlo en aquella incómoda quietud.
— Comportate como se te enseñó y mide tus palabras con cuidado. No hagas que me arrepienta de haberte traído.
—Descuide, padre, me comportaré como la dama que usted crió. —Le mostré la mejor sonrisa falsa de mi arsenal y con eso se quedó conforme—. Disculpe mi curiosidad, pero ¿por qué razón he venido aquí hoy?
—El rey envió un mensajero esta mañana, diciendo que requería de tu presencia. Más allá de eso, no sé la razón detrás de su petición.
El recuerdo de las palabras que el rey me había dirigido y la forma en la que me había mirado de arriba abajo, me provocaron un escalofrío que recorrió todo mi cuerpo en un instante. ¿Acaso su amabilidad y dulzura era algo de lo que preocuparme?
El susodicho no tardó en aparecer y el duque y yo lo reverenciamos al unísono. Él soberano tomó asiento y con un gesto nos ordenó imitarlo. Esbozaba una sonrisa suave, pero el resto de su semblante no reflejaba alegría alguna.
El mayordomo que servía el té parecía haber notado el mal humor de su amo e hizo todo a su alcance para salir lo más rápido posible de la habitación. Al final, el sonido de la puerta al cerrarse dio inicio a la conversación.
—Duque Moore, primero que nada, me disculpo por llamarlo tan temprano, en especial luego del baile de presentación de sus hijas.
—Le agradezco su preocupación, pero no es necesaria, su majestad. Después de todo, los asuntos del reino son más importantes —dijo Moore con una sonrisa, y bebió un sorbo de su té manteniendo su expresión estoica—. Entonces, ¿sucedió algo en mi ausencia? Pareciera que no puedo tomarme ni un día de descanso sin que algo vaya mal.
—Está en lo correcto —dijo el rey con una voz impregnada de decepción y enojo.
Tuve el presentimiento de que las cosas iban a ponerse feas, así que bebí mi té en silencio, tratando de mantenerme al margen de ese problema.
—¿Recuerda que en la última sesión del consejo discutimos sobre la escasez de alimentos y usted mencionó una nueva dieta para el ganado? La cual aprobé porque me prometió que ayudaría a disminuir ese creciente problema.
Casi escupo mi té al escuchar las palabras del rey. ¿El duque había usado mis dietas sin mi aprobación? De ser así, no me gustaba para nada hacia donde iba esa conversación.
—Claro que lo recuerdo. ¿Hubo algún inconveniente con esa medida? —Los ojos del duque se posaron en mí por un segundo, lo suficiente como para helarme la sangre.
—Duque Moore, han muerto más de cinco centenares de cabezas en los pasados días y otros muchos están agonizando en este momento… Por eso, le exijo una explicación lo bastante convincente como para que no lo destituya del consejo en este mismo instante.
—Majestad… esa dieta fue ideada por mi pequeña hija aquí presente, y en nuestros campos funciona de maravilla. Quizás Janet pueda explicar qué es lo que está ocurriendo.
Con esas palabras dejó en claro que me haría cargar con toda la culpa de lo ocurrido.
Ahora tenía dos pares de ojos coléricos mirándome fijamente, y por un momento mi mente quedó en blanco. Dejé mi taza sobre la mesa y respiré profundo, intentando calmar mis nervios. Me encontraba entre una espada y un cañón, y sin posibilidad de huida. Tenía que improvisar sobre la marcha y de la forma más convincente posible. Por eso me limité a ejercer mi profesión, al menos hasta que pudiera idear una respuesta satisfactoria.
—Majestad, me temo que no puedo darle una respuesta inmediata.
Moore me fulminó con la mirada, pero lo disimuló muy bien acompañándola con una dulce sonrisa. El rey, por su parte, preguntó con tranquilidad tras un largo suspiro.
—¿Por qué no, pequeña?
—Necesito más información para saber qué está ocurriendo, y la necesito rápido. —Me puse de pie y empecé a exigir—. Si quiere salvar a la mayor cantidad de animales posibles, necesito que me lleven de inmediato al lugar y también necesito que estén presentes los encargados.
El rey estaba bastante pasmado por mi repentino cambio de actitud. Pero, de haber ocurrido lo que me temía, debía llegar a un diagnóstico y rápido.
—Majestad, no tenemos tiempo que perder… No puedo reparar el daño ya hecho, pero le aseguro que puedo minimizar las consecuencias y prevenir que esto vuelva a ocurrir en el futuro.
El soberano se puso de pie y su expresión hosca al acercarse a mí no me dio buena espina. Me temblaban las piernas y no podía evitar la sensación de estar a punto de desmoronarme. Pero, el repentino cambio en su tono de voz, que ahora sonaba suave y amigable, me devolvió el alma al cuerpo.
—Está bien, te daré la oportunidad de enmendar este desastre. Pero recuerda que si fallas, no solo tu castigo será severo, si no que me encargaré personalmente de que el apellido de los Moore nunca vuelva a tener ni voz ni voto en asuntos de Estado.
Después de semejante advertencia, por dentro me hallaba gritando y corriendo en círculos. Sin embargo, a falta de un caballero de armadura brillante, tenía que salvar a esos animales y a mí misma con mis propias manos.
Antes de partir al lugar de los hechos, le pedí a mi padre que enviara un pequeño encargo a la mansión. Necesitaba que Kiefer me preparara algunos papeles sobre los datos de nuestro ganado y que me los enviara a la brevedad.
Al llegar al campo, el panorama no se veía tan desalentador como creí. Solo los animales de un par de potreros estaban afectados, y aunque eran una cantidad significativa, la mayoría del rodeo que quedaba parecía no tener problemas.
El encargado nos recibió y empecé con las preguntas. Ya tenía una idea del posible diagnóstico, pero necesitaba pruebas que lo respalden.
—Buenos días, ¿cuál es su nombre?
El hombre dirigió la mirada a algún lugar detrás de mí antes de comenzar a hablar.
—Lissandro, señorita.
—Señor Lissandro, es un placer conocerlo, mi nombre es Janet. Sé que es repentino, pero necesito unos zapatos y un cuchillo afilado. ¿Podría traermelos, por favor?
Comencé a dar órdenes mientras trataba de atar mi vestido de forma tal que no se arrastrara por el suelo, aunque sin demasiado éxito. El encargado parecía contrariado, pero no demoró en traerme lo que pedí. Me coloqué los zapatos y rasgué mi vestido con el cuchillo para dejarlo más corto. Mientras ataba mi cabello en un rodete alto, seguí con las preguntas.
—¿Cuándo murió el último animal?
—Bueno… creo que hace unos quince minutos aproximadamente, señorita.
—Bien, llévame hasta donde está.
Por suerte, ya habían quitado al animal del corral y, por precaución, solo tuve que pedirles que lo alejaran unos cuantos metros más. Me coloqué un pañuelo a modo de barbijo y empecé la necropsia del animal.
Estaba segura de que, tanto el duque como su majestad, estarían escandalizados al verme abrir al animal con el cuchillo. Presenciar a una joven dama abriendo el cadáver de un animal no era algo usual para los nobles, que ni siquiera despellejaban a los animales que cazaban por diversión.
«Los muertos no mienten», eso era lo que solía decir mi profesor. Al principio no entendí esa frase, sin embargo, luego de haber trabajado en el campo, pude comprender la magnitud de su veracidad. Las lesiones ante y post mortem son diferentes, y hay muchas patologías que tienen un sello característico. Por eso es muy importante llevar a cabo una buena necropsia.
Luego de examinar cuidadosamente al cadáver, encontré las pistas que necesitaba. Mi diagnóstico apuntaba a un timpanismo espumoso, una patología frecuente en animales de pastoreo. Pero, aún necesitaba confirmar un par de cosas para volverlo definitivo.
Observé a los animales convalecientes y pude notar que los signos clínicos de las etapas iniciales estaban presentes en ellos. El más claro era la evidente distensión en el lado izquierdo del abdomen. Su comportamiento reflejaba el dolor y la incomodidad que estaban sufriendo. Algunos incluso presentaban dificultad para respirar.
Tuve que buscar entre mis recuerdos de estudiante para dar con una solución factible para esta situación. Y, mientras hacía algo de tiempo para pensar, comencé a separar a los animales aparentemente sanos del resto. Cuando arriamos a los animales fuera del corral, un recuerdo de mi abuelo trajo consigo una solución al problema.
—¡Necesito que traigan aceite de la cocina! —dije en voz alta—. También necesito que traigan palos y mucha cuerda. ¡Que sea rápido! No queremos más animales muertos.
Me hubiera gustado darle a los animales un mejor tratamiento, pero no disponía de los antiespumantes modernos de mi mundo. Así que debía ceñirme a los viejos métodos empíricos de mi abuelo.
Por fortuna, los animales no opusieron resistencia y bebieron su dosis de aceite sin problema. A cada uno de ellos, le colocamos un palo en la boca a forma de frenillo y con unos trozos de cuerda los atamos a sus nucas, para que así empezaran a salivar y ayudara al tratamiento.
Mientras lidiábamos con el rebaño, nos alejamos bastante del rey y del duque, así que en ese momento inicié un sutil interrogatorio.
—Dime, Lissandro, ¿empezaron con la nueva dieta hace unos 2 o 3 días?
—Así es, señorita.
—¿Sacaron al rebaño a pastar temprano en la mañana?
—Sí.
—Hubo mucho rocío estos días, ¿verdad?
—Todas las mañanas antes del Blomme son especialmente húmedas por aquí… A veces hasta parece que llovió por la noche.
—Ya veo. Imagino que todos los animales enfermos estuvieron al menos un día en aquellos corrales de leguminosas, ¿verdad?
—Sí, ¿cómo lo supo?
—Cuando terminemos con esto le explicaré adecuadamente. Así que dígame, ¿quién le dio las instrucciones de hacer esto? —Lissandro parecía reacio a contarme, así que tuve que cambiar las palabras—. Solo llevó a cabo las órdenes que le dieron, ¿verdad?
—Sí.
—Descuide, sé que no es su culpa, le doy mi palabra de que no será castigado por el error de alguien más.
Como última medida les pedí a Lissandro y sus hombres que arriaran al rebaño para obligarlos a caminar. Cuando empecé a escuchar eructos por doquier, supe que el tratamiento había funcionado y que la tormenta había pasado. Acontecieron un par de muertes más, pero como no sobrepasaron los dos dígitos, podía considerar a mi tratamiento como un completo éxito.
El sol ya se estaba ocultando cuando volví a donde se encontraban el rey y Moore.
Estaba cubierta de pies a cabeza de sangre, lodo, materia fecal, etc. Pude notar como el duque me miraba con desdén mientras cubría la mitad de su rostro con un pañuelo. Seguramente, mi perfume de extractos naturales no le resultaba muy agradable.
Detrás del duque se asomó la mirada preocupada de Ewan. No me esperaba verlo y tampoco me aliviaba. Las cosas podían complicarse debido a su presencia.
Hice una reverencia al rey y bajé la cabeza lo más que pude.
—Los animales estarán bien, alteza, mañana por la mañana volveré para implementar una reforma. Le aseguro que esta vez no habrá más problemas.
Su silencio no me permitía relajarme. No sabía qué tipo de expresión tenía el rey, y me mordí la lengua para evitar derramar lágrimas o entrar en pánico.
—¡Majestad! ¡Por favor, sea compasivo! —Ewan saltó a defenderme sin dudarlo y se arrodilló a los pies del rey—. Implementar estos métodos fue idea mía, y si alguien merece un castigo ese soy yo.
Por un momento pensé que era muy dulce que intentara protegerme, pero su intromisión solo agravaba el problema.
El duque podía descartarme, yo no era importante para él, y lo más probable es que solo me viera como una mercancía intercambiable. En cambio, Ewan era su hijo favorito y su heredero más probable. Hacer esta escena frente al rey para proteger a una niña que ni siquiera era su familia directa, podría tener repercusiones en su futuro, algo que Moore no me perdonaría mientras viviera.
—Su majestad, por favor perdone las impertinencias de estos niños. Es mi culpa que no sepan comportarse adecuadamente en su presencia.
Cuando el duque bajó la cabeza para pedir perdón, supe que estaba frita. Aunque el rey me otorgara su perdón, mi padre no tendría ni una pizca de misericordia conmigo.
El rey soltó una carcajada, confundiendo a todos los presentes.
—¿Por qué tanta seriedad innecesaria? La pequeña cumplió con su palabra y salvó a los animales. No dudo que cumplirá con el resto de su promesa y evitará que esta desgracia se repita. Señorita Janet, ya puede alzar la cabeza y dejar de temblar. Gracias a usted nadie recibirá un castigo… Siempre y cuando repongan lo perdido, claro.
Dicho eso, miró al duque con una gran sonrisa.
—Fue nuestra culpa desde un inicio, por supuesto que repondremos las muertes ocasionadas.
—Me alegra saber que aún le queda algo de decencia, señor Moore —dijo en un tono burlón, y luego me miró con dulzura—. Pequeña, trabajaste durante todo el día, debes estar exhausta, y como hoy me hiciste muy feliz te permitiré quedarte en el palacio por esta noche, considéralo una recompensa por tu esfuerzo. —La voz del rey era ahora suave y cálida, tanto que me sentí reconfortada.
Acarició mi cabeza y me invitó a entrar en el carruaje que lo había venido a buscar. Antes de subir miré a mi padre en busca de su aprobación, él movió su cabeza de forma asertiva y pude leer en su labios un «hablaremos luego» que me estremeció. Sentí un poco de pena por Ewan, quien probablemente recibiría una reprimenda muy grande por su imprudencia. Pero, luego de todo lo ocurrido con él, ese sentimiento se desvaneció muy rápido.
Durante el viaje me disculpé incontables veces por mi apariencia y hedor. Sabía cuán desagradables podían ser los olores de los animales, pero el rey me sonrió y repitió en cada ocasión: «no es ningún problema, no te preocupes por eso».
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