El peón que cruza el tablero - 09
Luego de haber pasado más de una quincena de días a la intemperie, finalmente había conseguido dar con el valran que intentaba cazar desde hace un mes. Pensé que me haría con él, mas, mi imprudencia al acercarme hizo que este advirtiera mi presencia y echara a correr.
De inmediato, me subí a lomos de mi corcel y me lancé al galope con intención de atraparlo cuanto antes. No podía permitirme perderlo de vista, no después de haber gastado tanto tiempo valioso en hallarlo. Sin embargo, había subestimado la astucia de aquel animal, el cual huía hacia terrenos difíciles y cambiaba su rumbo a una velocidad impresionante. Eludió con destreza cada una de mis mortales flechas, incluso cuando creí haber dado un tiro certero.
La persecución nos llevó a la rivera del río Ramri, en donde el valran se precipitó al agua y nadó hacia la frontera de uno de los países vecinos. Detuve a Tejú antes de que ella también saltara en su busca. Su resoplido de descontento parecía reprocharme el repentino receso. No obstante, me encontraba en un dilema difícil de ignorar, puesto que mi orgullo y mi razón se hallaban en conflicto. Por un lado, mi juicio me dictaba prudencia, ya que, por mi propia seguridad, tenía prohibido poner un pie en aquellas tierras hacia donde mi presa había escapado. Mi orgullo, por otra parte, se negaba a aceptar la derrota, incluso si eso implicaba exponerme a un posible peligro
—Asher, regresemos al palacio —dijo Cedric, tomando las riendas de mi caballo para cambiar su rumbo.
—No, no volveré hasta atrapar a ese valran —dije, mientras veía a la criatura salir airosa del agua.
Debía admitir que la fuerza de ese valran era impresionante, ni siquiera la monstruosa fuerza de la corriente había conseguido desviarlo de su camino. Mas ya había decidido que no lo dejaría escaparla cacería no acabaría con él como vencedor.
—Es muy peligroso —dijo Cedric, desviando mi atención hacia él—. El territorio de Arasta no es amable ni siquiera con sus residentes. Date por vencido de una vez y volvamos al palacio.
—Tengo a Tejú y a ti para protegerme —dije mientras le daba unas palmadas a mi caballo, quien, a pesar de los tirones que Cedric le daba a sus riendas, no se movió ni un centímetro—, así que no te preocupes tanto. Solo necesito un tiro certero.
—No deberías ser tan imprudente —dijo, colocándose frente a Tejú con la esperanza de detenerme—. No es necesario exponerse al peligro de esta manera. Podemos cazar otro valran en Enfys. Esdras no especificó ninguna particularidad además de la madurez de sus cuernos. Déjalo ir, no vale la pena.
Suspiré con frustración. Sabía que Cedric solo intentaba cuidarme, pero, como siempre, su intervención solo conseguía que me empecinara más en obtener lo que quería.
—Tiene que ser ese —dije, mientras veía como esa bestia desaparecía en la espesa jungla.
—¿Por qué estás tan obsesionado con ese valran?
Me mordí la lengua con el propósito de evitar que las palabras abandonaran mi boca y rehuí de su mirada tratando de disimular mi aprensión. Tenía la impresión de que se reiría de mí, después de todo, mis motivos eran muy infantiles. Sin embargo, mi chaperona no me dejaría avanzar sin una buena explicación. Así que me tragué la vergüenza y admití mis intenciones.
—Sus cuernos tienen una forma rara… A Julia le gustarán, estoy seguro.
Mis palabras dejaron a Cedric pasmado. Desvié la mirada tratando de esconder el rubor de mi cara.
—¿Lo estás cazando para él? ¿Por qué? Que yo recuerde, hasta el próximo Oorum no hay ninguna celebración que amerite un regalo.
—Lo sé, pero es que en estas fechas siempre se pone melancólico. Aunque no sepa la razón, odio verlo así. Solo quiero sorprenderlo con esos cuernos para que se sienta mejor. A él le gusta mucho hacer artesanías con esas cosas, pensé que con ellas podría distraerse de su pena y dejar de estar tan cabizbajo.
El silencio de Cedric solo me generaba una horrible sensación de humillación.
—Entiendo —dijo—. Tu gesto es muy dulce y considerado. Pero no deberías meterte en territorio ajeno solo por eso. —Su voz se había suavizado, pero seguía sin darme la respuesta que quería.
—Ya lo sé. Solo… —procedí a rogar—, solo dame hasta el atardecer, sé que puedo atraparlo y regresar antes de que anochezca. Nadie sabrá que estuvimos allí. Por favor, Cedric, es por una buena causa. Me consta que a ti tampoco te gusta verlo así.
Finalmente decidí dejar de evitar sus ojos y le sostuve la mirada para mostrarle mi determinación. Él parecía buscar en mis ojos el más mínimo rastro de deshonestidad. Pero, luego de unos minutos de intenso silencio, finalmente cedió.
—Treinta minutos, ni un segundo más —dijo y cerró la frase con un gran suspiro.
Sabía que concederme este capricho era muy difícil para él. Por ende, estaba decidido a no defraudarlo y demostrarle que ya no soy ese niño que debe proteger de todo mal.
Cedric caminó hasta el borde del barranco y, con un suave movimiento de su brazo, creó un puente hecho de ukuphilas para que pudiera cruzar el río.
—Espero puedas seguirnos el paso —dije, dando unas palmadas al cuello de Tejú.
—Me mantendré cerca, no te preocupes.
Miré hacia el lugar en donde mi presa se había escabullido. Apreté las riendas y, al escuchar el crujido del cuero, Tejú comprendió al instante que era hora de correr, comenzó a manotear el suelo con su pata derecha, ansiosa por escuchar la orden. Me sonreí al ver su entusiasmo.
Bastó un silbido para que el frenesí de la carrera comenzara. El constante golpeteo de los cascos de Tejú sobre la ukuphila hacía retumbar cada una de sus ramas, creando una hermosa melodía que parecía volverse más placentera conforme aumentaba la velocidad.
Tejú adoraba correr y yo adoraba la sensación de libertad que me generaba el choque del viento sobre la piel cada vez que galopaba sobre ella. Cerré los ojos y me incliné hacia adelante para que Tejú pudiera ganar más velocidad. Mi cuerpo se tensó. A pesar de que no era yo quien corría, mi corazón latía tan rápido y de una forma tan salvaje, que creí que iba a explotar.
Estaba convencido —al igual que cada jinete que ama a su caballo— de que nuestra relación era especial. Habíamos forjado nuestro propio idioma y no requeríamos de palabras para entendernos.
Sabía perfectamente que no era necesario que la guiara, ella sabía lo que hacía y confiaba en su juicio más que en el propio. Con el paso de los años, aprendí, a veces por las malas, que era ella quien tenía el control absoluto del viaje y que me permitía acompañarla solo por el cariño que me tenía.
Lamentablemente, nuestra diversión duró poco más de un minuto. Tejú se detuvo apenas pisamos la tierra de Arasta y, pese a mi deseo de seguir corriendo, la jungla no era un lugar adecuado para las altas velocidades.
Desmonté y de inmediato me esmeré en rastrear al valran. Las ramas rotas de los arbustos y los restos de pelo en ellas me indicaron el camino que había tomado y lo seguí con prisa.
Aunque mi presa había dejado un claro sendero a su paso, para Tejú la frondosa vegetación era difícil de atravesar y, aunque retrasaba mi marcha, no planeaba dejarla atrás. Nos demoramos bastante abriéndonos camino, pero mi paciencia fue bien recompensada al final.
—Ahí estás —murmuré victorioso al ver a mi presa en la orilla de un lago.
El valran se encontraba distraído comiendo las flores y hojas tiernas de las plantas que crecían en el lugar.
Dejé las riendas de Tejú atadas a un árbol —en donde las ramas y hojas la ocultaban por completo—, y me acerqué lo más que pude, lentamente y en silencio. El viento estaba a mi favor, así que la bestia no podría notar mi aroma ni el de mi yegua. Además, la frondosa vegetación finalmente se había convertido en una valiosa aliada.
Preparé mi arco y flecha, consciente de que solo necesitaba un tiro certero al corazón para que el valran cayera.
Sé que podría sonar exagerado que fuera capaz de acabar con él de un solo golpe, después de todo, un animal tan grande era difícil de derribar. Pero mis flechas eran especiales. Una vez su punta golpeaba la carne, su base se abría, desplegando diez aristas sanguijuela. Cada arista cargaba un veneno que potenciaba el sangrado, eso, sumado a los pequeños canales tallados en el metal de la punta y su astil, desangraba al animal rápidamente.
Podrá sonar cruel, pero era la forma más rápida de debilitar a la presa y matarla a la mayor brevedad posible. Odiaba ver a los animales sufrir una larga y dolorosa muerte, por eso había diseñado y mandado a confeccionar el arma que traía en la mano.
Cuando mi presa finalmente se encontraba en la posición adecuada, respiré profundo y, conteniendo el aliento, disparé la flecha. De inmediato, un golpe secó y el alarido del animal hicieron eco en el aire. Fue un tiro perfecto, pero, como siempre, me supo amargo.
El valran intentó alejarse de la muerte emprendiendo un último galope, mas este no duró demasiado. Se desplomó a los pocos metros mientras parecía clamar a los cielos por ayuda.
Salí de mi escondite con cuchillo en mano, dispuesto a darle fin a su agonía, pero tuve que detenerme a una distancia segura, pues aún conservaba algo de vigor con el cual podría lastimarme. Lo miré con lástima y sentí una mano acariciar mi cabeza.
—No hace falta que me consueles, estoy bien —le dije a Cedric.
—No intento hacerlo, solo quería que supieras que estoy aquí.
—¿Puedes sostener su cabeza? Quiero darle el golpe de gracia.
—¿Seguro? ¿No prefieres que yo lo haga?
—No, ya no quiero seguir rehuyendo de la muerte. Ya no soy un niño, debo terminar lo que empecé.
—Como gustes.
Dicho eso, Cedric se arrodilló y tocó la tierra con su mano. En segundos, ramas de ukuphila salieron de la tierra y sujetaron firmemente al Valran.
Era la primera vez que mataría a un ser vivo. Estaba nervioso, pero decidido. Me acerqué a mi presa y coloqué la punta del cuchillo en su nuca. Apreté la empuñadura para evitar temblar y, con un movimiento rápido y firme, le corté la médula espinal.
Todo el cuerpo del animal se estremeció por un instante, para luego caer completamente flácido al suelo.
—Qué sensación tan desagradable.
—Ese es el precio que debes pagar cada vez que quites una vida —dijo Cedric envolviéndome en un abrazo.
—Estoy bien.
—No, no lo estás. Tus ojos brillan diferente, parecen llenos de pena y culpa. Déjame consolarte… al menos esta vez.
En ese momento fui yo quien cedió a sus demandas y permití que intentara reconfortarme. Sin embargo, sus buenas intenciones no pudieron aliviar el escozor de mis viejas cicatrices.
—Ya es suficiente —dije, apartándolo después de un minuto—. Aún tenemos trabajo que hacer.
Cedric retrocedió y de inmediato volvió su atención al valran. Sacó una sierra flexible de su bolsillo y comenzó a cortar los cuernos desde su base. Me quedé al margen, esperando a que terminara. Cuando me ofreció el primer cuerno recién cortado, apoyé su base en una de las piedras que traía en mi bolsillo. Me las había dado Esdras, y me había dicho que con ellas podía absorber la magia almacenada en los cuernos. Una vez repletas, debía devolvérselas.
Fue una pena ver como el hermoso verde esmeralda de su cornamenta se desvanecía a medida que la piedra lo drenaba. Al final, el regalo que deseaba darle a Julia, se tornó de un color blanco soso, pero al menos mantuvo su forma única.
Cuando me centré en el segundo cuerno, sentí a Tejú acariciando mi espalda con su hocico.
—¿Cómo te soltaste? Se supone que debías esperarme —la regañé.
—Ella también está preocupada por ti —dijo Cedric.
—Pues no te preocupes, querida. Estoy bien —dije, mientras frotaba mi mejilla con la suya. Ella resopló como diciendo no te creo—. No empieces tú también, ya tengo una mamá regañona, no necesito dos.
Cedric sonrió y revolvió mi cabello.
—Si te comportaras, no te regañaría tanto —dijo en tono juguetón.
—Siempre me comporto como se debe, no sé de qué estás hablando —dije, siguiéndole el juego.
—Ahora que Tejú está aquí, veamos cómo hacer para llevarnos la cornamenta. No son pesadas, pero están demasiado afiladas.
—No te preocupes, Cedric. Su piel es difícil de atravesar. Ni siquiera mis más afiladas flechas podrían hacerle un rasguño.
—Aún así, no estaría de más ser considerado con ella.
Puse los ojos en blanco y, de mala gana, seguí sus indicaciones. Luego de acomodar los cuernos me di cuenta de lo afilados que estaban. Un leve roce fue capaz de desgarrar mi guante y arañar mi piel, dejando una fina línea de sangre. «¿Es esta tu venganza?», pensé.
—Tengo un mal presentimiento —dijo Cedric, mirando alrededor.
—Siempre lo tienes, eres un pesimista de nacimiento.
—Asher, hablo en serio, es mejor que nos vayamos cuanto antes.
Dicho eso, se apresuró a ayudarme a montar a Tejú.
—No necesito tu ayuda, puedo solo —protesté—. Además, aún debemos alejar el cadáver del agua, no quiero que contamine el lago.
Cedric estuvo a punto de regañarme, pero, cuando todos los sonidos que hasta ahora nos acompañaban se apagaron al unísono, entendimos que ya era tarde para correr.
Un escalofrío en mi nuca me advirtió del peligro inminente y los tres volteamos la vista hacia atrás y arriba al mismo tiempo. El Numen protector de esta selva, el legendario Jyva Maw, nos miraba desde la copa de uno de los árboles. Sus ojos grises parecían estar clavados en mí, analizando cada centímetro de mi cuerpo. Sus avistamientos eran contados con los dedos de las manos. «¿Por qué, de todos los lugares en los que podría manifestarse, eligió este? ¿Por qué ahora?», pensé.
El terror me invadió al ver esa inmensa criatura abalanzarse hacia nosotros. Cedric reaccionó de inmediato y creó un escudo de ukuphilas que nos protegió del primer ataque. Mas la criatura estaba lejos de darse por vencida.
Con cada zarpazo lograba agrietar nuestra protección, haciendo llorar a las ukuphilas. Sin embargo, yo no pude reaccionar como se suponía que debía hacerlo.
—¡Huye de una buena vez! ¡No podré detenerlo por mucho tiempo! —gritó Cedric, frustrado por mi estado de shock.
Lo había escuchado fuerte y claro, pero mi cuerpo se negaba a moverse como le ordenaba. Con cada respiro podía sentir la opresión del miedo sobre mi ser. En ese momento, fue Tejú quien me salvó. Me empujó con tanta fuerza que caí al suelo y, finalmente, pude romper las cadenas del temor que me ataban a ese fatídico final.
Tan pronto mis rodillas tocaron el suelo, me levanté de un salto y monté de inmediato mi yegua para emprender la retirada.
—¡Cedric! —grité para que se uniera a nosotros.
—¡Adelántate, estaré bien! —Forzó una sonrisa y fingió la certeza de sus palabras.
—Pero… —Antes de poder rogarle que no me obligara a dejarlo atrás, Tejú emprendió la retirada, llevándome con ella a través de la espesa selva.
Aunque trataba de mantener un bajo perfil, las ramas golpeaban mi cara sin parar. Aún cubriéndome con mis brazos, era difícil ver el camino. Mi mente estaba llena de remordimiento; no solo había dejado atrás a Cedric, sino que también estaba haciendo sufrir a Tejú. Las ramas le daban de lleno en el rostro y los ojos, cada tanto se resbalaba o pisaba una piedra que la hacían relinchar de dolor. Sin embargo, pese a su martirio, no se detuvo ni un instante, porque intentaba salvarme a toda costa.
«¿Por qué fui tan insensato? De haber escuchado a Cedric, nada de esto estaría pasando», me reproché a mí mismo. Entonces, escuché el estruendo de las ukuphilas rompiéndose en pedazos.
—¡Cedric! —grité e intenté hacer que Tejú volteara, pero fue inútil.
Aunque teníamos ventaja, no había garantía de que el Jyva Maw no nos alcanzara. Y así fue, cuando apenas salíamos a la playa, dispuestos a cruzar el puente de Cedric, la criatura se abalanzó sobre nosotros. Miré hacía atrás y vi cómo sus fauces se abrían a nuestras espaldas y sus garras se acercaban a los muslos de Tejú.
Al final, sus zarpas se clavaron en la carne de mi yegua y su relinchido lastimero me rompió el corazón. Sin embargo, a pesar del dolor y de mi llanto, ella no detuvo su carrera.
A pesar de que todo parecía perdido, la boca de nuestro atacante había acabado por morder los filosos cuernos del valran, los cuales se clavaron en su paladar, incitándola a quitar sus patas. Pero aún no podíamos cantar victoria, la cornamenta seguía firmemente atada a Tejú, y la bestia, en cada intento de safarse, nos arrastraba con ella.
En la desesperación, volteé y preparé una de mis flechas para atacar al Jyva Maw. Herirlo era un pecado, pero no podía permitir que siguiera lastimando a mi yegua. Apunté a su ojo derecho y le dí de lleno. Mientras él luchaba por sacar la flecha y desencajar la cornamenta de sus fauces, me dispuse a cortar la cuerda que nos mantenía atados a ella. Corté cuanta soga pude, sin embargo, fue la criatura quien terminó de liberarnos, pues en un intento de atacarme con sus garras, seccionó el último tramo que quedaba unido.
Tejú ni siquiera me había permitido volver a acomodarme en la montura cuando echó a correr hacia el puente, que empezaba a resquebrajarse.
Tuvimos suerte de que el Jyva Maw no persistiera en su cacería. Lo último que vi de él fue su larga cola desapareciendo entre la espesura. No obstante, aún teníamos problemas por delante. Sin Cedric cerca, el puente comenzó a colapsar desde Enfys, y debíamos llegar antes de que fuera demasiado tarde para saltar.
Cansada y herida, Tejú no podía correr tan rápido como siempre, así que no había manera de llegar a tiempo. Al llegar al borde del puente en ruinas, ella saltó con sus últimas fuerzas, pero no consiguió tocar tierra. Nos desplomamos hacia la turbulenta correntada del río y, de no ser por la inmediata reacción de la ukuphila original, nuestros cadáveres habrían sido arrastrados hasta el mar.
Las raíces de la ukuphila nos abrazaron y nos sacaron del agua con sumo cuidado. Una vez en la playa, vomité toda el agua que había tragado y me arrastré hasta Tejú, quien respiraba agitada y adolorida.
—Lo siento, lo siento, lo siento… —murmuré mil veces mientras la abrazaba y lloraba desconsolado.
—Te lo advertí —dijo Cedric a mis espaldas—, y como siempre, no quisiste escuchar.
No me quedaban fuerzas para correr y abrazarlo, pero aún así volteé y le extendí mis brazos. Él estaba furioso conmigo, podía sentirlo, mas cuando estuve a punto de bajar los brazos, se arrodilló frente a mí y me estrechó con ternura.
—Creí que Jyva Maw te había lastimado —dije entre sollozos.
—Lo hizo, pero no son heridas tan graves como las de Tejú.
Quería desaparecer, quería que la tierra me tragara, quería que todo el dolor que les había causado cayera sobre mí. Pero por mucho que lo deseara, no podía arreglar el daño hecho.
—¿Aún conservas las piedras? —dijo Cedric, tratando de endulzar su voz.
Revisé mis bolsillos y, efectivamente, ahí estaban.
—Bueno, al menos completamos el encargo de Esdras —dijo, tratando de animarme.
—Lo siento… todo esto es mi culpa, lo siento.
—A tu edad es normal cometer estos errores. Si de verdad lo lamentas, la próxima vez escucha a tus mayores y no permitas que tu terquedad o ego te cieguen. Ahora, volvamos al palacio, estoy seguro de que Julia se alegrará de vernos.
Asentí y ambos ayudamos a Tejú a levantarse. La ukuphila del palacio hizo descender una de sus ramas y posó con gentileza una de sus hojas para que subieramos en ella. Incluso, hizo crecer ramas adicionales, con las cuales asistió a Tejú para que pudiera mantenerse de pie sin tanto esfuerzo. Aunque, en general, no se llevaban bien, trató con especial cuidado a mi yegua, quien resoplaba enojada por las atenciones recibidas. Murmuré un gracias, y la hoja que nos llevaría hasta la copa de la ukuphila se plegó sobre sí para protegernos del futuro vendaval de las alturas.
A pesar de que habíamos escapado de la muerte, seguía sintiendo el corazón pesado y ahogado en coraje. «¿Qué demonios hice? ¿No me había propuesto demostrar que ya no era un niño? ¿Por qué siempre termino decepcionando a todos? ¿Cómo le voy a explicar a Julia que Cedric acabó herido por mi culpa?». Las preguntas y reproches se acumulaban en mi mente, mas todas desembocaban en una sola duda: ¿cuándo seré capaz de crecer y dejar de depender de los demás?
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