El Resurgir del Rey Dragon - 01
Espadas chocar, escudos romperse, lanzas partirse, la valentía de los hombres ve caer a éstos ante la batalla. Un barco destruido por los días de viaje, velas desteñidas por las lluvias, un capitán preocupado por lo que ha contemplado en la proa, y hombres como yo, sucios, cansados, y nerviosos, pero con ansias de batallar por la gran nación de Geopcia, una nación multiétnica, cuya fama se debe a los grandes guerreros con infalible valentía y bravos en la batalla, provocó el auge pero también la caída.
Ciertamente me pregunto, yo un joven de apenas edad para entender adónde voy, un hombre de apenas fuerza para poder levantar una espada y ojos que vieron morir a mucha gente:
“¿Qué razón hay de que un hombre cuya vida depende de la decisión que tome su rey y el futuro de su familia, llevarlo a la fuerza a combatir?”
Nos han enseñado a usar la espada desde niños, desde que apenas jugábamos a montarnos sobre nuestro caballo, la lanza para poder cazar nuestra comida, el escudo para protegernos a nosotros y a nuestro compañero, pero no el propósito de esta guerra, ni nuestro final.
Yo y mis preguntas atrajeron a un hombre proveniente de las zonas bajas de Geopcia, aquel hombre vestía una túnica azul, muy deteriorada, cuyo rostro se veía destruido, por las incontables batallas vividas en su juventud, aquél hombre no me mencionó nunca su nombre, sólo me dijo algo que no comprendí:
—El día del sol rojo se acerca (muy asustado y nervioso) debemos marcharnos rápido.
Gotas y gotas caen de la proa, los hombres cada vez más inquietos, yo preguntándome:
—Pude haber dicho que no para venir hasta acá?
Supongo que me acobardé, o hay algo más aún que no logro descifrar, lo mejor fue dormir, ya que el viaje era largo, y faltaba mucho aún. Entre agua y marea, una visión interrumpió mi sueño, donde se encontraba un anciano en el suelo herido de muerte y sangre, este anciano era el Rey De Geopcia. Una voz irrumpió mi visión.
Cuando abro mis ojos, un hombre de tez oscura, proveniente de la nación de Ghunia, que fue conquistada por Geopcia hace más de trescientos años, me mira fijamente y me preguntó:
—¿Cuál es tu nombre, señor de los Ojos Rojos?
—Keimit, noble señor de la noche-Le respondí—
—Parece conocer este ambiente noble señor, ¿no es cierto?, no se le ve nervioso—
—No lo sé, creo que ya conozco esta sensación, pero no explico qué clase es, le respondí—
—Tluk, me llamo—
—Mucho gusto-le dije—
—Gracias mi señor, el gusto es mío—
Nación de Ghunia, la llamaban la Sembradora de Asaltantes, yo la llamaría la cuna de los hombres, dice la leyenda que el legendario guerrero Lyn llegó desde las costas tormentosas de Poraga, un lugar tenebroso, donde este guerrero luchaba para defender su hogar, y fracasó. Debido a esto, decidió exiliarse.
Cuenta la leyenda que cambio su forma de hombre esbelto, con una figura enorme, y una armadura dorada que reflejaba hasta la oscuridad de los hombres, a la de un hombre pordiosero descuidado y de figura frágil. Desde las costas llega a las tierras infértiles de La Predecesora de Ghunia, Nukla.
Allí comienza a cultivar pero no logra sacar frutos, lo cual desencadena la ira de éste, e impacta con un poderoso rayo las tierras, logrando destruir todos los cultivos, pero de la tierra surgen seres llamados Hiomions, o luego denominados Hombres por él.
No creo en esas historias paganas de antaño, pero aún así pienso e intento descubrir qué significado tendrá con nuestra historia universal.
El cansancio se hacía más fuerte y no lograba permanecer despierto, pues tratar de entender esa historia me agotaba mucho. Un momento de oscuridad, mis ojos se cerraron por un momento, bruscamente siento movimientos donde mi cuerpo se mueve y caigo contra la madera húmeda, de repente abro los ojos y todos los hombres están parados moviéndose, y preparándose con sus armas, pregunto a mi amigo de Ghunia:
—¿Qué sucede señor de la noche? —
—Estamos a punto de desembarcar, el capitán dice que es una matanza en la costa—
De pronto me sentí muy nervioso, mi sudor me corría por la frente, pero estaba dispuesto a luchar por mi vida.
La puerta cae, quinientos de nosotros salimos y nos movimos por las costas, una gran costa arenosa y rocosa donde hombres muertos eran arrastrados por el mar, o enterrados por una arena espesa y densa, pero más peligrosos eran nuestros enemigos, nunca imaginé que podía verlos, pero los vi. Estábamos combatiendo con Centauros, yo atónito, no comprendía que sucedió, porque esta guerra contra seres tan pacíficos.
Veo a lo lejos a mi noble compañero de armas Tluk, luchando como un salvaje guerrero, intento alcanzarlo para ayudarlo , y corriendo, un centauro lo atraviesa con una lanza en su espalda llegando a sacarle al exterior sus costillas. Viendo esta escena mi ira y nervios estallaron, en mi broto un poder que nunca sentí, saqué de mi espalda las dos espadas que me fueron otorgadas en el barco, espadas de medidas medianas, pero tan filosas como para cortar rocas, me paré de frente a la bestia, y esa criatura de abalanzó contra mí, levantando sus patas delanteras, y de pronto bajó para golpearme con su espada, logrando un movimiento veloz, me deslicé a su derecha esquivando su ataque y con mis dos espadas, partí una de sus patas haciendo que cayera. Ya en el piso desangrándose, corté su cabeza, dejándolo desangrar, en su mirada previa a su muerte.
Nosotros los superábamos en número, pero ellos tenían aliados, eran los llamados Caballeros del Horizonte, hombres cuya habilidad con los caballos era superior a cualquiera, pero no me preocupa eso, sino las palabras de aquel hombre de gran experiencia en la batalla, de ese Día del Sol Rojo, viendo tal escena de batalla, hombres matando a centauros, y éstos masacrándonos, ahora había entendido por qué no podía venir a esta guerra, pero aún no comprendo ese Día mencionado por el anciano.
Al correr el día hasta el anochecer, los hombres ya armaron las tiendas de campaña, en la costa tomada por completo.
Mis ojos y mi espíritu cansados necesitaban descansar, me acerqué a mi tienda, me recosté y cerré mis ojos.
No sabía que ocurría afuera, pero una pequeña columna de humo se acercaba a mi nariz, eso me alarmó totalmente, lo cual hizo que me despierte, agarrase mis armas y saliera con mi armadura como seguridad, ante mis ojos había fuego, humo ,maderas destruidas y sombras, y un Día Con Un Sol manchado de sangre.
Comencé a correr, entre ruinas, fuego, humo y cuerpos, encontré al Rey Ronhein de Geopcia, su cuerpo estaba totalmente destrozado, pero eso no evitó que abriera sus ojos y me pidiera con sus últimas palabras que me acerque, y me dice al oído:
—Sé quién eres, y por eso quise que vengas, ten esto y busca al guerrero llamado Aznael, cumple con lo que estas desti…na…do—
No comprendí sus palabras pero juré hacerlo. Tomé lo que me dio, era una daga cuya empuñadura tenía la forma de un dragón, y su filo totalmente de color rojo, me sorprendí mucho al verlo, ya que nunca antes vi algo así en toda mi vida.
La guardé en mi cintura, y me puse en marcha, pero luego una criatura se asoma de entre las sombras, una forma espectral, oscura y titánica, me quedé perplejo y muy asustado. Era una criatura alada, piel tan negra como la noche misma, alas que duplicaban el tamaño del cuerpo de su cuerpo, dientes tan grandes como nuestras espadas, ojos que hacían temblar hasta a los más osados. Su nombre no sabría pronunciarlo, pero los hombres lo llamaban Vingafstal. Este ser se acerca hacia mí y abriendo su increíble mandíbula tan grande que podría agarrarme para comerme, me ataca, pero con mis habilidades pude evadirlo, y con mi espada atravesé su cuello con ambos filos, haciendo que se desangre y matando a tal bestia.
El día se hacía notar, y el humo comenzó a disiparse, viendo tal destrucción, sólo quedamos dieciséis de los quinientos hombres que partimos, no sabía qué hacer, más que tratar de buscar más sobrevivientes, pero la situación resultaba evidente, no poseíamos transporte, ni líder, solamente nuestras armas y nuestro valor.
Caía la noche y las esperanzas no eran muchas, todo dependía de mí, de un simple hombre cuyas habilidades comenzaron a salir. No nos conocíamos, pero sabíamos nuestros nombres: Knglormik, Snikol, Glorfrinco, Galino, Kammunk, Tranon, Calimo, Frentur, Hestilnk, Argantu, Shumnio, Esleptal, Esteel, Alanoir, Espetkill, todos diferentes, algunos comerciantes, otros mineros, milicianos, pero todos con algo en común. Comenzamos a sentir una voz que susurraba, muy siniestra, pero a pesar de nuestra falta de fe, simplemente nos dejamos guiar. Era una voz muy grave, tan poderosa como la de un gran hombre de figura gigantesca mostrando su poder y causando temor.
Ese susurro nos decía:
—El bosque de Elfsjorg es seguro, páramo olvidado por todo ser—
Nuestra fé se debilitaba, no había alimento, y estábamos cansados:
—Que más nos quedaba por hacer?, debemos ir a ese bosque, no nos queda otra opción-les dije—
—Supongo que el muchacho tiene la razón, sigámoslo que él debe saber qué hacer—
—Siii, vamos!! Gritaron todos los hombres—
No sabía qué estaba haciendo, pero sentía que era seguro, ir a un páramo olvidado por nómadas hace cientos de años, sólo espero no equivocarme…
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