Errantes - 01
El hombre cabalgaba a través de la lluvia, el retumbar de los cascos del caballo amortiguado por el suave y persistente golpeteo del agua sobre el suelo empapado. El cielo era una vasta extensión gris, las nubes pesadas que prometían más tormentas. Cada gota que caía parecía llevar consigo un frío helado, calando hasta los huesos del jinete. Avanzaba hacia una fisura en el terreno, una grieta oscura y profunda que se extendía como una cicatriz a través del paisaje.
Al llegar al borde, tiró de las riendas y el caballo se detuvo con un relincho inquieto. Observó la fisura, su mirada evaluadora. Apretó los labios, giró el caballo y se alejó, pero solo para regresar al cabo de un tramo corto. Esta vez, la decisión brillaba en sus ojos.
Antes de intentar el salto, el hombre llevó la mano a su pecho y sacó un colgante que llevaba alrededor del cuello. Era una brújula antigua, su cubierta de bronce reluciendo bajo la luz tenue y lluviosa. La abrió con cuidado, como si tocara un objeto precioso. Observó la aguja que temblaba ligeramente, siempre apuntando fielmente al norte. Sus dedos acariciaron la superficie gastada del metal, una cálida sensación de nostalgia y esperanza lo invadió.
Cerró el colgante con un chasquido suave y lo guardó nuevamente bajo su abrigo. Apretando las riendas con determinación, clavó los talones en los flancos del caballo, que respondió con un brinco hacia adelante. La fisura se acercaba rápidamente y, justo en el borde, el jinete se inclinó hacia adelante, confiando en el impulso. El caballo saltó, las patas delanteras extendidas, y durante un breve instante, ambos estuvieron suspendidos en el aire, entre la seguridad y el abismo.
Capitulo 1: El pueblo del gran agujero.
El bosque estaba tan tranquilo al mediodía que resultaba inquietante. Ningún sonido perturbaba el entorno donde dos personas caminaban por una senda desgastada por innumerables pisadas humanas.
Estos dos caminantes llevaban cargas sobre sus espaldas: pequeños barriles, cada uno con asas hechas de tejidos muy resistentes para soportar el peso en sus hombros. Se trataba de un chico joven, rondando los catorce años, y una muchacha pelirroja, considerablemente más alta que él, de unos diecisiete años.
—Menudo personaje es el pescadero. Mira que no dejarnos la carretilla para los trayectos —dijo el chico con tono de fastidio—. «No puedo dejarles el carro, no es para llevar pescado, además, sois jóvenes, ¡podéis con ello!» —añadió, parodiando la voz ronca del hombre con una mueca exagerada.
—Sí, lo imitaste a la perfección —dijo la chica, soltando una risita.
—Silvia, ¡eres la hija del mandamás del pueblo! ¿Por qué abandonaste el cargo que te dejó tu padre?
—Ah, bueno… digamos que no era mi lugar. Además, quería despejarme por los alrededores del Agujero.
—Cualquier trabajo es mejor que este. Yo intentaré buscar otro más adecuado después de un tiempo. Y… nunca me acostumbraré a que llames «Agujero» a nuestro hogar —dijo Token, frunciendo el ceño.
—No te enojes, Token. ¡Mira! ya nos queda poco —Silvia señaló una gran valla extensa que se divisaba a una distancia media desde donde se encontraban.
Ambos se quedaron por la entrada del lugar, una trampilla en el suelo. Donde la puerta de madera estaba entreabierta. Token se quitó el equipaje de los hombros con un suspiro de alivio.
—Yo me encargo de abrirla —dijo, dirigiéndose a una gran tabla cuadrada de madera incrustada en el suelo. Agarró con ambas manos las asas de la tabla y, con un esfuerzo, logró volcarla hacia un lado, revelando la trampilla. Luego, volvió por su pequeño barril y se lo echó al hombro.
Silvia y Token descendieron por las escaleras que se revelaron al abrir. Eran escalones de piedra, sólidos y desgastados por el tiempo, pero aún firmes. El túnel en el que se adentraban estaba iluminado por antorchas con llamas azules, que proyectaban una luz misteriosa y etérea en las paredes de piedra.
—Hoy traemos buena captura de peces, así que espero que nos compense bien —dijo Token mientras descendía por las escaleras de piedra.
—Sí, hemos ocupado toda la mañana en la pesca —respondió Silvia, ajustando el barril sobre su hombro.
El eco de sus voces resonaba suavemente en el túnel, acompañado por el chisporroteo de las antorchas de llamas azules que iluminaban su camino. A medida que avanzaban, el aire se volvía más fresco y húmedo, cargado con el olor terroso característico de los lugares subterráneos.
Finalmente, los escalones de piedra los condujeron al pueblo. Revelando el lugar hundido que era una especie de cuenco natural. Las casas rurales, hechas de piedra y techadas con paja, se esparcian como un mosaico antiguo. Silvia y Token se detuvieron un momento, contemplando el pueblo que se extendía, y en lo alto del pueblo rodeado por una alta valla de madera que lo protegía como un escudo.
La actividad del mercado comenzaba a despertar. Los comerciantes ya estaban instalando sus puestos, y el murmullo de las conversaciones y el sonido de los martillos de los herreros llenaban el aire.
A unos metros de donde estaban Silvia y Token, se veía a una mujer llevando un balde para recoger agua de un pozo empedrado. Sus movimientos eran firmes y decididos. Mientras se acercaban al centro del pueblo, la mujer levantó la vista y les dedicó una breve sonrisa de reconocimiento antes de volver a concentrarse en su tarea.
Los jóvenes se encaminaron en línea recta, pero Silvia notó que su compañero se quedó quieto. Se dio cuenta de que estaba mirando un letrero plantado firmemente en el suelo. El letrero, con forma de caseta, tenía cinco carteles de pergamino con retratos.
—Hoy sería su cumpleaños número veintiuno, ¿sabes? —dijo Token, con la voz cargada de melancolía.
Silvia puso su mano en el hombro de Token, ofreciéndole consuelo.
—Tu hermana Evelyn… fue una de las mejores corredoras que hemos tenido. Nunca la olvidaremos.
—Ella también decía «hueco» refiriéndose a nuestro hogar —respondió Token, girándose para mirar a su acompañante con ojos llenos de preocupación—. Silvia, no soy familiar tuyo, pero me recuerdas a mi hermana. Por favor, no cometas una estupidez. Salir fuera y encontrarse con…
—Token —lo interrumpió—. Salir no está en mis planes. Pero debes entender que cada persona tiene su sueño y una manera distinta de ver el mundo y la situación.
Silvia respiró hondo, tratando de calmar la inquietud que veía en los ojos de Token.
—Anda, vayamos ante el pescadero.
Token asintió, pensativo, y retomaron la marcha.
Mientras caminaban, Silvia echó un último vistazo al letrero. En el segundo pergamino figuraba el retrato de una chica, con la inscripción debajo que decía: «Evelyn, 18 años. 5 días y 4 noches. Dirección norte.»
—Lo tomáis o lo dejáis, no hay más —dijo el regordete pescadero, mostrando los productos sobre la mesa del local. Frente a él, los barriles llenos de pescados capturados por los chicos. Sus pequeños ojos color avellana miraban a Silvia y Token con atención. A Token le llamaba especialmente la atención su peculiar bigote, grueso y abundante, cuyos extremos curvados hacia arriba parecían desafiantes. Siempre se preguntaba cómo lograba mantenerlo de esa forma.
—Pero… ¿una pata de jamón pequeña y una mantequilla? —dijo Silvia, incrédula, mirando los productos sobre la mesa.
—¡Merecemos más! ¡Estuvimos en el río desde la mañana y tenemos un montón de capturas! —protestó Token—. ¡Además, recuerda que Silvia es hija del Jefe!
—Ahh… —el pescadero se rascó la cabeza—. ¿Por qué protestas tanto, niño? En primer lugar, no soy de privilegiar a personas. Y segundo —cogió un pescado del barril—, estos pescados tienen menos valor de lo habitual.
—Pero… ¿no son Pereda? —comentó Silvia.
—No. Veo que aún no lo habéis aprendido. El Pereda se parece a estos peces capturados, pero tiene tres colas. Estos, sin embargo, tienen cuatro —señaló la cuarta cola del pescado que sostenía.
Los chicos se miraron y negaron con la cabeza, aceptando su error.
—Los que habéis conseguido son Ferris. Sé que sois nuevos en este oficio y es normal equivocarse al principio. Los alrededores del pueblo están llenos de ríos. Así que… haré una cosa. Le daré dos mantequillas a… ¿Toki te llamabas?
—¡Token! —dijo el niño, poniéndose rojo al oír mal su nombre. A Silvia se le escapó una risita.
—Bien, pues a Token eso, y a Silvia el jamón pequeño.
—Está bien. Acepto. Pero prepárate para el próximo intercambio. Traeré pescados de calidad —dijo Token, tomando las dos mantequillas de la mesa—. Hasta la próxima, Silvia. Tengo que ir a casa.
—Nos vemos —contestó la chica.
—¿Y tú? —preguntó el pescadero a Silvia.
—Sí, lo acepto también —dijo, tomando el jamón.
—Por cierto… ¿los rumores son ciertos? ¿Sabes si este año hay un nuevo corredor o corredora? —dijo el hombre, dudoso.
Silvia se quedó pensativa un rato antes de responder.
—Sí, los rumores son ciertos. Pero no puedo decir nada sobre la persona. A nadie. Aún.
—Se dirá, supongo, en el mes indicado. Que el dios Qlaa se apiade del individuo.
Un grupito de chicos y chicas muy jóvenes estaban sentados en un rincón cubierto de hierba del pueblo, en la zona centro izquierda. Conversaban animadamente sobre un tema que les interesaba profundamente. El grupo estaba formado por tres chicos y dos chicas.
—Yo digo que será Madro. Él se ha entrenado mucho para ser corredor —decía Efedra, una chica de cabello oscuro.
—No. Lo más probable es que sea Annabel. Ella tiene la experiencia suficiente como para volver a hacer el recorrido e ir más allá —respondió Trebor, un niño con una cicatriz en la mano derecha que usaba para sujetar un palo con el que dibujaba círculos en la hierba.
—¿Tú lo crees? Los que han logrado regresar, no suelen volver a salir al exterior. ¿O tal vez ella deseará repetir? Es que no lo veo probable —dijo Andrés, un chico de pelo moreno, mirando a Trebor.
—Preguntémosle a Token, que viene ahora —señaló Alida, con los ojos adormilados, al joven que se acercaba con un pergamino enrollado en la mano.
—Hola, amigos, ¿me he perdido de algo? —preguntó Token, al llegar.
—No, no mucho, pero… —comentaba Efedra.
—¡Queríamos preguntarte sobre el nuevo corredor! —saltó Trebor, interrumpiendo a Efedra.
—¡Eh! —protestó Efedra por la interrupción.
Token se quedó un rato en silencio, luego hizo una mueca de fastidio.
—¿Tú estás trabajando con la hija del jefe, verdad? ¿Ella te comentó algo? —preguntó Efedra.
—Pues no hemos hablado de eso. Ni me interesa el tema, la verdad. Para mí, los corredores son idiotas. No saben apreciar las cualidades y riqueza que tiene nuestro pueblo, ni a las personas que lo llaman Hueco —dijo Token, cruzando los brazos.
—Pues seguiremos sin saberlo —dijo Andrés en tono de pena, reflejando el sentimiento de los demás, salvo Token.
—Por cierto, ¿qué llevas allí? —preguntó Efedra, señalando el pergamino.
—Oh, es un recado. Tengo que entregarlo después a una persona.
—¿Podemos verlo?
—¡Ni hablar!
—Le quitas la diversión a la vida, amigo —dijo Efedra con una sonrisa traviesa.
En un lugar tranquilo, sobre un escritorio de madera, Silvia estaba sentada, absorta en su escritura. La pluma danzaba sobre el papel mientras las palabras tomaban forma. De repente, sintió un leve susurro a su espalda, y un delicado aroma a flores se coló en el aire. Un toque suave en su cabello le hizo saber que alguien se acercaba. No lo vio, pero pudo sentir la flor incrustada en su melena. Al percatarse, sonrió.
—Qué gracioso eres —dijo Silvia, sin dejar de escribir, pero con una sonrisa en el rostro.
Desde atrás, una voz cálida respondió:
—Te ves adorable, mi cereza.
Una caricia cálida en su mejilla la hizo girar hacia él. Su chico, Mirio, la miraba con cariño.
—Sigues escribiendo el cuento, ¿verdad? —le preguntó él.
—Bueno. Es el segundo que realizo este mes —respondió ella, levantando la mirada del papel.
—¡Magnífico! Sabes que tus historias tienen un gran potencial, y no lo digo solo porque soy tu novio. A muchos niños y adolescentes les encantan. Escribir sobre animales parlantes, dioses ficticios y la vida cotidiana es lo tuyo.
—Es lo que dicen, sí. Pero estaba pensando en hacer una historia distinta… —dijo Silvia, con un brillo curioso en los ojos.
—¿Ah, sí? ¿Y sobre qué?
—¿Qué pasaría si creo un personaje que logra superar la niebla? —Silvia se giró hacia él, el sonido de las hierbas moviéndose por el viento completaba el silencio a su alrededor.
—…emmm… —Mirio pareció dudar un momento.
—¿Emm? —Silvia levantó una ceja, sin dejar de mirarlo.
—Amor… ¿estás segura? Puede que a los padres no les agrade la idea.
—¿Por qué lo dices, Mirio?
—Date cuenta. Los padres no querrán que sus hijos lean ese tipo de historias.
—¿Crees acaso que les incentivará a los niños a ser corredores?
—Eso no lo sé. Pero lo digo porque el tema de ser corredor cada vez es menos apreciado por los habitantes. Es como si lo despreciaran.
—…
—En otras palabras, crearía polémica. Si fuera otra persona la que la escribiera…
—¿Quieres decir que por ser hija del líder, estaría mal visto?
—Quiero decir que sería mejor no meterse en esos temas.
—¡Solo son historias! ¿Desde cuándo una historia ficticia puede cambiar el pensamiento o alterar a las personas?
—Silvia, solo te digo… que no utilices tu arte para hacer algo que te haga daño.
—Pero… ¿qué es lo que dices? Nunca mis historias han provocado nada malo. Anda, dejemos la conversación. Lo consultaré con la almohada.
Hubo un breve silencio entre ellos, hasta que Silvia rompió el ambiente tenso con una pregunta.
—Y dime, ¿cómo le va a tu hermano con respecto a tu familia? ¿Están de acuerdo en que sea el próximo corredor?
Mirio la miró, la preocupación flotando en su mirada.
—Él se mantiene firme. Mis padres tratan de desmotivarlo. Yo creo en él, se ha entrenado más que nadie.
—Lo sé, me mantengo informada de la academia. Tiene muy buenos datos, desde luego.
Los túneles del pueblo eran oscuros y húmedos, con la luz débil de las antorchas parpadeando en las paredes de piedra. Token caminaba con paso ligero, entregando un rollo de planos a Mikael, un hombre joven, de aspecto cansado pero amable.
—Gracias por entregarme los planos, Token —dijo Mikael con una sonrisa, extendiendo la mano para tomar el rollo. A cambio, le entregó una piruleta de colores brillantes.
Token la miró por un momento antes de responder, algo resignado.
—Eh, ya no soy un niño —dijo con una sonrisa torpe—. Pero gracias, me la quedo.
Mikael se rió entre dientes, viendo cómo Token hacía un esfuerzo por no parecer tan joven.
—Jajaja, sí, es verdad, ya eres todo un chico grande. ¿Qué edad tienes ahora?
—Catorce —respondió Token, con una leve mueca.
—Catorce, eh. Y… ¿tienes novia? —preguntó Mikael, curioso.
Token se sonrojó ligeramente, no esperando esa pregunta.
—Ehh… ¡no! No estoy interesado en esas cosas —respondió rápidamente, intentando desviar la conversación.
—Seguro que hay alguna jovencita que te ha echado el ojo y aún no te has dado cuenta —bromeó Mikael, riendo—. Hazme caso, no desaproveches la oportunidad de conocer bien a las personas de este pueblo. Es muy grande, y hay que hacerse la idea de que no tenemos otro sitio al que ir.
Token se rió nerviosamente, incómodo con el tema, pero escuchó atentamente las palabras de Mikael.
—Bueno, joven amigo, me gustaría seguir hablando contigo un rato más, pero ahora tengo que seguir con el trabajo.
—¿En seguir cavando? —preguntó Token, mirando hacia el fondo del túnel, donde se veían las herramientas de minería.
—Exacto. —Mikael asintió—. ¿No has pensado en unirte a la minería?
Token pensó por un momento. La idea de trabajar en las minas parecía tentadora, pero al mismo tiempo, algo dentro de él le decía que no era su camino.
—Creo que podría intentarlo. ¿Dan buenas recompensas? —preguntó con curiosidad.
—Depende. —Mikael sonrió—. De cuántos minerales o qué tipo sustraigas. Una vez encontré un mineral muy extraño, de colores muy bonitos. Me dieron comida para todo un mes.
Token levantó las cejas, sorprendido.
—¡Qué maravilla! —exclamó. Luego, con una sonrisa, añadió—: Bueno, nos vemos, Mikael.
—Nos vemos, Token —respondió Mikael, dándole una palmadita en el hombro mientras se alejaba hacia su trabajo, con la piruleta en la boca y la cabeza llena de pensamientos.
Caía la noche, y la casa del jefe del pueblo, una estructura de madera y piedra que parecía resistir el paso del tiempo, se sumergía en la calma de la oscuridad. En el recibidor, Miraya, la hermana de Silvia, se encontraba sentada en una silla cerca de la ventana. Su mirada estaba fija en un pequeño acuario con peces exóticos que nadaban tranquilamente. El sonido de las muletas al arrastrarse sobre el suelo resonó suavemente en el silencio.
De repente, la puerta se abrió. Silvia entró, su figura iluminada solo por la luz de las lámparas de aceite que titilaban por la casa.
—Llegas tarde. Ya hemos terminado la cena —dijo Miraya, sin levantar la vista de los peces.
Silvia suspiró, quitándose las botas mientras se acercaba.
—Oh, está bien. Recogeré algo para limpiar —respondió, aunque no parecía realmente interesada.
—De eso ya se ocuparon los criados. —Miraya la miró de reojo—. Hueles a… a pescado.
Silvia se detuvo, preocupada. Su tono cambió.
—¿Estás bien? —preguntó con seriedad, notando algo en la postura de su hermana.
Miraya dejó escapar una risa amarga.
—No, no estoy bien, hermanita. —Miró a Silvia con una expresión tensa—. Padre está preguntando a qué estás jugando. Se supone que deberías estar encargándote del puesto de administración del pueblo.
Silvia se tensó, sabiendo que la conversación no sería fácil.
—Ya le dije que no era un trabajo para mí. Y no creo que lo haya dicho de esa forma.
—Siempre haces lo que quieres —replicó Miraya, su voz cargada de frustración—. Te sales con la tuya sin pensar en los demás.
—Miraya, si no hago ese trabajo no es por capricho, ¿sabes? —dijo Silvia con una calma tensa.
Miraya frunció el ceño, no dispuesta a entender.
—¿Por qué entonces? —su voz se alzó, desbordando impaciencia.
Silvia se cruzó de brazos, mirando a su hermana, aunque sus ojos mostraban el cansancio de una batalla interna.
—No lo entenderías —dijo con firmeza, evitando su mirada.
—Claro, excúsate con esa frase barata —respondió Miraya con desdén, dándole la espalda.
Silvia, sintiendo que no valía la pena continuar la discusión, dejó escapar un suspiro y se quitó los zapatos con brusquedad.
—No te aguanto… —murmuró antes de girarse y marcharse hacia las escaleras.
—¡¿Por ti estoy con muletas de por vida, sabes?! ¡Caprichosa! ¡Siempre lo has sido! —gritó Miraya, su voz cargada de resentimiento, pero Silvia ya estaba fuera de su alcance, subiendo las escaleras hacia su habitación.
El eco de las palabras de Miraya resonó en el pasillo vacío, pero Silvia no se detuvo, perdida en sus propios pensamientos mientras subía al segundo piso, donde la soledad de su habitación la esperaba.
Silvia entró en su habitación, un espacio austero pero acogedor, iluminado por la tenue luz de la vela que acababa de encender. Su rostro, reflejado en la luz parpadeante, mostraba la concentración de alguien que se enfrenta a pensamientos complejos. Caminó hacia su escritorio, una superficie de madera envejecida que estaba cubierta por papeles y un cuaderno pequeño de pergamino. Se sentó, sacó su pluma y comenzó a escribir, las palabras fluyendo en el papel con la misma rapidez con la que su mente las generaba.
Hoy he ido a trabajar en compañía de Token. Él no quiere que sea corredora, como mi hermana, que no regresó desde hace unos años tras hacer el recorrido hacia el norte. No tengo intención en ser corredora. Además, a mi padre le daría algo si siquiera lo pensara.
Silvia suspiró mientras miraba el cuaderno, la pluma detenida en su mano.
El corredor será Marco, el hermano de Mirio. El pueblo no lo sabe, excepto mi padre, los padres de Mirio, la academia de corredores y yo. Evidentemente, por nuestro protocolo. Nadie más sabrá el nombre del corredor hasta el día del evento. Esto es para no agobiar a la persona que realizará el recorrido.
Miró hacia la ventana, donde la noche oscura se cernía sobre el pueblo, y continuó.
Mirio cree que no debería escribir una historia sobre los corredores, por las consecuencias que traería, aunque no le veo el sentido. Estoy segura de que no causaría problemas.
Silvia cerró los ojos por un momento, pensando en las palabras de su hermano, antes de suspirar nuevamente. Se sintió atrapada entre lo que quería hacer y lo que los demás esperaban de ella.
Uff…
Silvia se recostó más en la silla, observando el exterior, donde la niebla comenzaba a descender como un manto pesado sobre el pueblo, envolviendo todo en una capa grisácea que parecía sellarles el destino. La niebla formaba un techo invisible, cerrando el horizonte, creando la sensación de estar atrapados en una jaula de sombras.
Sus pensamientos se desvanecieron, como si la niebla misma se los hubiera tragado. Las palabras se detenían en su mente, atrapadas entre lo que deseaba y lo que temía, entre la esperanza y la desesperación.
Deseo con todas mis fuerzas que alguien salga de este pueblo y busque ayuda.
En ese momento, su mente vagó hacia el bosque que se extendía más allá de las murallas del pueblo. La niebla abrazaba los árboles, como si la naturaleza misma estuviera siendo consumida por la oscuridad.
Este pueblo al que algunos llamamos agujero. Le dimos ese apodo porque sabemos que es difícil salir, por no decir imposible. Este agujero no tiene fondo, es un abismo sin fin.
La idea de estar atrapados en un lugar sin salida la llenó de un vacío aún mayor. Pensó en el cementerio cercano, al borde del pueblo, donde las tumbas parecían estar siendo devoradas por la niebla. Los recuerdos de aquellos que se habían ido quedaban atrapados en un lugar donde ni siquiera la muerte parecía ser liberación.
Moriremos aquí de ancianos o de enfermedades.
El cuaderno de Silvia se quedó en silencio, sus pensamientos flotando en el aire denso de la habitación. La oscuridad se apoderaba del espacio, y sus palabras parecían no alcanzar la dimensión de sus miedos.
Mientras tanto, en el exterior, Token también sentía el peso de la niebla sobre él, desde el pequeño patio de su casa. El cielo se cubría lentamente, oscureciendo el horizonte como un presagio sombrío. Token, con el entrecejo fruncido, observaba el mundo que se desvanecía a su alrededor, igual de incierto que sus propios pensamientos.
No será fácil. A no ser que suceda un milagro.
El aire estaba denso, cargado con la sensación de que algo grande estaba por ocurrir. Unas rocas incrustadas en el suelo, al borde de la senda, atrajeron su atención. Entre ellas, una bolsa de tela se encontraba suspendida, como si alguien la hubiera dejado allí a propósito. El brillo de algo dentro de la bolsa le llamó la atención: una pequeña esfera, resplandeciendo débilmente, como una chispa de esperanza en medio de la oscuridad.
El destino de todos parecía a punto de cambiar, aunque nadie sabía cómo. El aire se volvió aún más pesado, como si el futuro de todos estuviera en el filo de una navaja, listo para caer en cualquier momento. Y así, en el silencio de la noche y la niebla que lo envolvía todo, el pueblo esperaba, sin saber que este podría ser el comienzo de algo mucho más grande de lo que jamás habían imaginado.
Comments for chapter "01"
QUE TE PARECIÓ?