Infernum in Corde - 04
Por la oscura carretera caminaba un hombre con paso engreído, con un aire de autosuficiencia que hacía que el ambiente a su alrededor apestara a arrogancia. Llevaba el pelo negro peinado hacia atrás, firmemente fijado con una cantidad excesiva de plastigel. Vestía un traje elegante que gritaba claramente: «Tengo dinero y necesito que me validen constantemente». Lo único bueno que tenía ese hombre eran sus ojos azules; era una pena que su sonrisa altiva arruinara su rostro, que por lo demás era bastante atractivo. Ya era de noche, y si no fuera por las luces de la calle, habría sido imposible ver a la figura que lo acechaba.
La criatura era como una sombra con ojos dorados, brillantes y resplandecientes. En su espalda, una cola se balanceaba de un lado a otro como la cola de un gato enfadado. El aire a su alrededor era frío, opresivo. La sensación de que algo iba mal se había apoderado del ambiente. Un escalofrío recorrió la espalda del hombre. Un escalofrío que conocía muy bien. Rápidamente, el hombre se dio la vuelta con el brazo extendido y sosteniendo un crucifijo de plata, cuyo metal brillaba bajo la luz de la farola. Los pasos de la criatura se detuvieron por un momento, antes de que una risa oscura y gutural rompiera el silencio.
“¡Oh! Señor Harada… Aún no ha aprendido, ¿verdad?”, dijo una voz grave. “No pudiste alejarte de Hikaru, ¿verdad?”
Hacia la luz caminó un muchacho pelirrojo. Era alto, con cierto destello tenebroso en los ojos, y un viejo tubo metálico en la mano. Su sonrisa pacífica no alcanzaba a sus ojos, más bien estaba demasiado marcada, enseñando más dientes de lo debido. Su expresión también era extraña… Tenía la mandíbula tensa, las pupilas dilatadas y con apenas un resto de color. Su rostro parecía carente de cualquier rastro de calidez. El hombre, el señor Kussottare Harada, temblaba en el sitio. Su mirada no dejaba de vagar entre la barra de metal y el joven. Presa del pánico, agarró el crucifijo con ambas manos, como si eso pudiera convertirlo en un asesino de demonios. Era patético de ver.
“¿Qué crees que estás haciendo?”, preguntó Taeji, con un tono entre burlón y enfadado.
“¡A-aléjate de mí, demonio!”, tartamudeó el hombre con tono lastimero.
“¡Oh! ¿Y qué vas a hacer? ¿Golpearme con ese palito de metal?”, se mofó el joven, jugando con la barra de metal que tenía en la mano. “Qué gracioso. Da la casualidad de que yo también tengo mi propio inútil palo de metal. Quizás pueda ayudarme a darle algún uso”.
“¡A-aléjate, te lo ordeno!”, gritó el hombre, tan pronto como Taeji dio un paso adelante. “En nombre de Emmanuel, te ordeno que te detengas.”
Y lo más gracioso es que, Taeji de verdad se detuvo. No porque este hombre invocara al señor, sino porque Taeji sintió algo parecido estupefacción. Entonces, su enfado resurgió. ¿Cómo se atrevía este patético pecador a invocar el nombre de Dios, después de todo lo que había hecho? Era repugnante. Taeji se ofendió en nombre del Creador allá en el cielo. De hecho, más le valía dar a este hombre el castigo que se merecía.
“¿De verdad creíste que alguna criatura del cielo se preocuparía por ti, pecador?” siseó, agarrando el crucifijo con la mano desnuda. En circunstancias normales, lo habría quemado, pero en manos de un pecador que no se arrepiente e incluso se regodea en sus fechorías, alguien que ni siquiera cree en el nombre del ser al que está pidiendo ayuda, ¿por qué iba a preocuparse cualquier criatura del infierno?
Con un fuerte tirón, le arrebató el crucifijo al hombre. Aterrorizado, el infeliz intentó rezar, pero se trababa al hablar, y cuando Taeji se burló de él, empezó a gritar palabrotas. El demonio se deleitó con ello, sin dejar de provocar al hombre para entretenerse. Hasta que Kusottare empezó a insultar a Hikaru. Fue entonces cuando la risa de Taeji se apagó por completo y su expresión se endureció. El pobre Kusottare intentó tartamudear una disculpa, suplicar clemencia. Pero Taeji no estaba dispuesto a aceptarla.
“Así que de verdad deseas morir a manos de un demonio esta noche.” Su voz se volvió pesadamente gélida.
El frío escalofriante regresó y Taeji retrocedió un par de pasos. Las farolas comenzaron a parpadear y, bajo esa luz, el cuello de Taeji comenzó a alargarse. Con un fuerte crujido, el largo apéndice se retorció sobre sí mismo. El rostro, antes humano y reconocible, perdió todo rastro de humanidad. La cabeza estaba boca abajo, los ojos se desprendieron, conectados solo por un pequeño trozo de cartílago. La mandíbula estaba abierta y desencajada, como una serpiente a punto de tragarse a su presa, pero también se parecía demasiado a una sonrisa humana, hasta el punto de resultar inquietante. El torso se ensanchó cuando dos pares de manos y brazos adicionales comenzaron a rasgar la ropa para llegar al suelo, y una cola de lagarto creció desde la parte inferior de la espalda de la criatura.
“¿Es esto suficiente demonio para ti, Kusottare?” El demonio bufó sin necesidad de mover la mandíbula.
Aterrorizado, Kusottare echó a correr. No solo corrió, sino que gritó tan fuerte que casi comenzó a sangrarle la garganta. La criatura persiguió al hombre por unas dos calles. Cada vez que Kusottare se volvía para mirar atrás, la criatura se volvía más monstruosa. La sangre goteaba de sus cuencas oculares, los dientes afilados rompían la piel para hacerse espacio, la columna se convertía en un desastre desarticulado y ensangrentado que se arrastraba por el suelo con un incómodo sonido resbaladizo. En su desesperación por escapar, el hombre se estrelló contra una farola, de cara, antes de caer al suelo.
Con su presa al alcance, el demonio volvió a retomar su forma humana habitual. Sujetó la barra de metal por la cola y, con un rápido movimiento, golpeó al humano en las costillas. Luego le dio otro golpe, esta vez en la nariz, que empezó a sangrar. Con cada golpe, en lugar de sentir una sensación de venganza, el demonio se enfurecía cada vez más. Llegó un punto en el que el humano acabó con todos los huesos no vitales rotos. No era suficiente, pero el demonio no pudo continuar. Cuando estaba a punto de romperle el cráneo a Kusottare, una mano agarró su sangrienta barra de metal.
“Eso es suficiente, hermano” dijo una voz inquietantemente tranquila, mientras una mano casi translúcida y brillante instaba a Taeji a soltar la barra.
“No soy tu hermano” resopló el demonio, con la mirada clavada en el maltrecho y destrozado cuerpo de Kusottare
“Entonces, ya es suficiente, demonio”, respondió la voz con la misma calma que antes, aunque esta vez, una sensación de frío le recorrió el brazo a Taeji hasta que se le hizo imposible mantener el agarre en la barra.
“Este humano no merece la protección divina. Ni siquiera merece vivir”, gruñó el demonio, moviendo la cola con furia.
“Eso no te corresponde decidirlo a ti. Solo Dios, nuestro señor, puede tomar esas decisiones. Por ahora, esto es suficiente castigo para él”.
Enfurecido, el demonio envolvió su cola alrededor del cuello del ángel. Apretando con fuerza hasta que el hueso se quebró. Aunque el ángel no reaccionó en absoluto, solo miró fijamente al demonio. Era difícil saber si la criatura era masculina o femenina, ya que sus rasgos cambiaban cada pocos segundos, lo que daba una sensación rara. Las alas cubiertas de plumas tenían un degradado que iba del oro puro al blanco, y brillaban tenuemente. El ángel estaba cubierto por una amplia túnica de color crema que le ocultaba los pies y las piernas. Inclinando la cabeza hacia un lado, casi de forma burlona, las cuencas vacías y brillantes de los ojos del ángel miraron a los del demonio.
“¿Te sientes mejor ahora, hermano?”
“Dile a tu Dios que esta cosa repugnante a la que llamas humano está en mi lista negra”, susurró Taeji, agarrando la cara del ángel con tanta fuerza que sus garras perforaron la piel translúcida un poco. “Y si vuelvo a ver a este saco de mierda cerca de MI humano, yo mismo lo arrastraré al infierno, donde pertenece”
“El padre sabe. Indica que su respuesta es ‘Ya veremos’” dijo el angel con una calma que solo logró irritar al demonio.
En este punto, no había más que hacer. Insatisfecho, el demonio lo soltó y comenzó a alejarse. Y el ángel, que había adoptado una apariencia más humana, se arrodilló junto al hombre, lo ayudó a levantarse con delicadeza y puede ser que lo llevara al hospital más cercano.
Aún enfurecido, el demonio chasqueó los dedos y desapareció. Por supuesto, a los ojos humanos, eso parecía una desaparición. Lo que realmente hizo fue un pequeño salto de un reino a otro. Después de todo, no podía descargar su ira fuera del plano astral, eso iba en contra de las reglas. Si quería seguir viendo a Hikaru, tenía que comportarse y no llamar la atención. Era una pena que un demonio que mataba todo lo que se cruzaba en su camino fuera una situación tan llamativa para todos los presentes en el plano astral.
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En un grupo de apartamentos alejados de la gran cantidad de personas que siempre coexisten en las carreteras principales; por una pequeña cuesta que daba la bienvenida a un complejo de hogares, vagaba una persona acompañada de cansados y sonoros pasos. Dejaba tras de sí un rastro de oscura sangre mientras se tambaleaba y cada que la luz de una faroleta lo alcanzaba, su apariencia humana era reemplazada con la penosa imagen de un demonio de piel roja, con sus cuernos destrozados y múltiples cortes en el cuerpo. Apoyándose contra el farol, la pobre criatura se detuvo para tomar aire y observar sus alas de murciélago, destrozadas y con un grave agujero en el medio.
Antes de que aquella criatura tuviera la menor oportunidad de terminar de exhalar, fue embestido desde los cielos y arrojado a un callejón. Espantosos sonidos llenaron el aire. Guturales, chillones y aterradores. Se podría decir que se parecían a los maullidos de gatos cuando pelean, pero distorsionados a tal punto que cualquiera diría que fueron creados con el único propósito de causar verdadero dolor físico a quien la oyera. Por suerte para nosotros los humanos, el silencio volvió a reinar en el lugar tras unos pocos segundos.
Del oscuro callejón emergió Taeji escondiendo las alas, cuernos y la máscara manchada con la sangre del demonio al que acababa de derrotar. Curiosamente, la sangre que lo cubría de la cabeza a los pies empezó a evaporarse y desaparecer. Como si de repente hubiera sido puesta sobre una superficie sumamente caliente. Sin prestarle mucha atención a lo que ocurría con su cuerpo, Taeji solo se fue caminando y con su último cigarrillo de ‘cerezas’ entre los labios, expulsando un humo rojizo cada tanto. Como si nada hubiera sucedido. Cuando su cigarrillo estaba por acabarse llegó a un apartamento, irónicamente el 466.
‘‘Ya llegué’’ anunció con amargura.
Su katana, todavía en su funda, fue a parar entre las sombrillas y su cárdigan cayó con pesadez al suelo. Como si eso se tratara de una señal de permiso, una figura fucsia embistió a Taeji, casi tumbándolo al suelo. La culpable parecía ser una joven muchacha de aparentes 17 o 18 años. Los dos pares de cuernos en su cráneo parecían capaces de sacarte un ojo sin dificultad, motivo por el cual Taeji trató de apartarla, pero ella solo no se soltaba. La joven no era el epítome de la belleza femenina, pero ciertamente era hermosa. Su piel era de un gris oscuro, que poco a poco se transformaba en fucsia en sus manos, la punta de su cola, terminada en corazón, y las gruesas patas de cabra que eran sus piernas. Su cabello rosado y liso le llegaba hasta los hombros, ya de pie, la joven no parecía muy alta. Como mucho le llegaba a los hombros a su hermano.
“Kiwa” le saludó el demonio con una extraña mezcla de alegría y desprecio, por fin logrando quitársela de encima con un empujón.
“Tace! Non ego loquor cum ridiculis praestrictis, nedum cum desertoribus sicut tu. (¡Cállate! Yo no le hablo a encandilados ridículos, mucho menos a desertores como tú)” se quejó la joven, tratando de aparentar el mismo desdén que el chico siempre usaba al hablarle, pero no pudo evitar que su cola se enrollara alrededor del brazo de Taeji en un pequeño abrazo.
“La puerta está abierta entonces, ¿Por qué no te largas de una vez?”
“Se amable con tu hermana” le dijo la voz de una mujer, suave pero resbalosa como la de una serpiente.
Dejando escapar un suspiro de fastidio y puso los ojos en blanco, Taeji se volteó hacia la fuente del sonido. Una alta figura femenina de piel gris clara. Sus alas, anchas y cortas, se escondían bien pegadas a su espalda. La acompañaba el sonido de tacones sobre el suelo cada que daba un paso, pero no eran tacones lo que sonaba. Eran en realidad un par de negras pezuñas de cabra. Ella no tardó en acercarse y abrazar a Taeji, rodeándolo con su cola terminada en corazón. Aunque tuviera que esquivarla un poco para evitar que le sacaran los ojos con esos cuernos de cabra marjor -cuernos en espiral que se retorcía hacia afuera y arriba como un par de serpientes- que le salían de la frente, Taeji no dudó en devolverle el abrazo, acariciando con cariño el largo y liso cabello plateado de la demonio que lo engendró, Kumi.
Aquellos ojos morados, cálidos y alegres, se entristecieron al notar el olor a sangre y azufre que emanaba de su hijo. Pero no había tiempo para cuestionamientos, pues de la cocina salió una mujer, Eshima, aquella mujer que hacía tantos años había rescatado, cuyo hijo había reemplazado. Pese a las canas que portaba, seguía viéndose joven y cariñosa. Aunque el pastel de frutas que llevaba en las manos se llevó toda la atención de Taeji. Una extraña, pero cálida escena se dió paso. Tres demonios y una humana, sentados en una misma mesa, compartiendo una comida en relativa paz.
Una paz que no duró lo suficiente. Había dos hermanos resentidos el uno con el otro, por motivos distintos, pero todo centrado con un mismo tema, un mismo humano; Hikaru. Bien es sabida la historia de Luzbel y su rebelión, su destierro y la guerra sin fin a la que arrastró a sus seguidores, todo por su orgullo. Pero cierto es que todo aquel que cayó de la gracia divina lo hizo por un motivo, Por muy errados, vanidosos, egoístas o mezquinos que fueran, todos ellos tenían sus razones para dar la espalda a Dios. Y sí, es cierto que los seres celestiales fueron creados sin voluntad propia, solo como recipientes para llevar a cabo su tarea sin quejarse ni demorarse. Pero, a medida que la creación de Dios se hacía cada vez más amplia, el Señor descubrió que los seguidores sin mente propia no eran precisamente la mejor compañía ni los mejores guardianes de sus creaciones. Así que el Señor tomó una decisión: dio a cada ser celestial un poco de independencia, de singularidad e individualidad que ellos mismos tenían que descubrir.
Durante eones, esto funcionó. El cielo se llenó de arte y gozo, y, durante ese maravilloso período de tiempo, Dios no se sintió tan solo. Y entonces, nació Luzbel. Los padres siempre afirman que no tienen favoritos, pero era obvio para todos los seres que Luzbel había sido creado de manera diferente, no para servir a un propósito específico, sino simplemente para ser. Era el más hermoso y querido entre los de su especie, y eso llenaba su pecho de orgullo. Pero el orgullo no fue la razón de su caída, no. Cuanto más se le alababa a Luzbel, más se comparaba con Dios y pronto se obsesionó con la idea misma de Dios. La criatura comenzó a imitar a Dios en su forma de hablar y moverse, e incluso intentó obtener un poder lo más parecido posible al de Dios. Al principio era divertido, incluso tierno, hasta que lo llevó demasiado lejos. Como castigo, Dios le tiñó las alas de negro y su aureola, antes dorada y brillante, se volvió opaca y negra, incluso se derritió sobre su cabeza, cambiando para siempre sus hermosos mechones plateados por un negro carbón, una visión lánguida y lamentable.
Luzbel, con su orgullo herido, comenzó a descarriar a otros hasta que ellos también se obsesionaron con esa particularidad especial que los hacía únicos, hasta el punto de que comenzaron a adorar el objeto de su obsesión por encima del mismo Dios. La ira del Señor cayó sobre esos seres insolentes, pero eran como cucarachas. Cada vez que era capturado, Luzbel lograba escapar de alguna manera, cautivando a más seres celestiales para que lo siguieran con la promesa de libertad y todo lo que pudieran soñar, y pronto comenzaron a llamarlos ab obsessione captus, los consumidos por la obsesión. O los obsessus para abreviar. Cuando Dios vio que cuantos más rebeldes matase, más se unirían a Luzbel, fue entonces cuando estalló la guerra en el cielo. Los obsesionados fueron derrotados y arrojados a una prisión en las profundidades de la creación, donde se establecieron y se volvieron locos, como animales rabiosos condenados a sufrir para siempre.
Para muchos, la historia termina ahí. Pero tienden a olvidar que ningún padre desea ver sufrir a su hijo, y menos aún si se trata de un castigo. Así que, como último acto de amor hacia sus hijos caídos, Dios les concedió un último regalo, la coruscatiō, lo único capaz de sacarlos de la oscuridad y devolverlos al padre celestial. Lamentablemente, para los ahora llamados demonios, esa esperanza de salvación se convirtió rápidamente en un mito. ¿Cómo podían creer que había alguna salida para ellos, unas criaturas atrapadas para siempre en un sufrimiento sin fin, condenadas a seguir las órdenes de aquellos más fuertes que ellas en la jerarquía, con sus vidas consumidas por una obsesión que ellas mismas se habían impuesto? Y aquellos pocos afortunados que lograron encontrar esa luz en la oscuridad, su coruscatiō, la convirtieron en su nueva obsesión hasta el punto de quedar atados a ella, su poder se multiplicó por diez, convirtiéndose en el activo más valioso entre los soldados, pero también en los más vulnerables entre los demonios.
Si un coruscatiō resulta dañado o destruido, el demonio pierde la razón y se lanza a una ola de destrucción hasta que su propia existencia es aniquilada por su desesperación. Por eso estos demonios, llamados coruscantēs, gozan de ciertos privilegios en el infierno. Uno de ellos es negarse a seguir órdenes y abandonar el infierno por completo si su coruscatiō así lo requiere. Muchos demonios, deseosos de liberarse del infierno, han fingido ser coruscantēs. Estos traidores, llamados praestrictum, si eran capturados, estaban condenados a sufrir lo peor que el infierno podía ofrecer, hasta convertirse en nada más que una masa viviente de carne, sangre y sufrimiento.
Sabiendo este destino, era natural que tanto Kumi como Kiwa estuvieran preocupados por Taeji, quien, en 18 años, no había regresado al infierno y no había mostrado pruebas de su coruscatiō, que él afirmaba tener. Para empezar, Kiwa nunca creyó que su hermano realmente hubiera encontrado su luz en sus primeros años en la Tierra, era una locura. Y a Kumi, que era, de hecho, una coruscans, le costaba creer que su hijo no se quedara con el humano para sí mismo. Todo esto condujo a una discusión bastante desagradable, que, dado que Taeji prefirió ignorarla e irse a dormir, nosotros también haremos lo mismo. Era una pena que Kiwa no compartiera ese sentimiento. Así que, después de ser expulsada y aún sintiéndose resentida, abrió sus alas y voló hacia la noche, decidida a hacer que su hermano volviera al infierno, de una forma u otra.
*Kusottare: Kuso significa ‘shit’. Kusottare significa ‘shithead’. Shithead en español significa ‘pendej0, gilip0llas, huevón, b0ludo, pelotud0, etc.’
Adjetivos en latin
ab obsessione captus: Capturados por su obsesión, como los ángeles se refieren a los demonios
Obsessus: como se le llama a los ángeles caídos
Coruscatiō: El resplandor de los demonios
Coruscans: Como se le llama a los iluminados en singular
Coruscantēs: Como se le llama a los iluminados en plural
Praestrictus: Criatura (masculino) que ha sido encandilada.
Praestricta: sería la forma femenina.
Praestrictum: Forma neutral
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