Keimamura X - 02
En el norte del distrito Eucalipto, a aproximadamente tres kilómetros de la ciudad, se encuentra en una de las montañas un viejo templo folclórico. Aquí muchas personas vienen a visitar al dueño del templo, un viejo sabio y maestro de artes marciales, más famoso por haber liberado al mundo del régimen del emperador Ciro. Pero no solo hay que llegar hasta el lugar a través de las rutas, una vez allí se debe encontrar un arco Torii color rojo que da hacia unas escaleras. A partir de allí hay que hacer un largo camino hacia arriba.
No falta demasiado para alcanzar la cima, pero ya ha oscurecido bastante para en este lugar y no hay luminarias. Kei y sus acompañantes, Akina y Mokuro, están en plena escalinata.
—Le voy a decir a ese viejo que ponga un ascensor.
—Creo que ya tienes un trauma con estas escaleras, no lo niego—dice Mokuro, algo frustrado.
—¡Todos los malditos días! ¡De arriba abajo! ¡Cinco horas!
—¡Dejen de gritar tanto! ¡Maldita sea! —responde Akina que va primera que ellos.
—¡A ti porque no te ponían a correr con nosotros! ¡El maestro temía que te partieras si te caías de las escaleras! ¡Tabla!
Sin que Kei se dé cuenta, una patada llega directo a su cara, estrujando sus cachetes con el talón, haciéndolo despegar sus pies del piso y lo tira por las escaleras. Uno, dos, tres, siete, diez escalones abajo son los que rebota el joven.
—¡Kei! ¡Todo tu esfuerzo! ¡No creas que me tomaré el tiempo en ir a buscarte! —replica Mokuro.
Mientras Akina se sacude las manos, Kei logra detener su bajón al apoyar de nuevo los pies y mirar hacia arriba.
—¡Maldito egoísta! ¡Tenía que ser millonario! —contesta Kei. —¡Por lo menos hazme el favor de atraparla! ¡Le daré una lección!
El chico mira hacia Akina, quien lo mira con un impresionante desdén. Tanto que puede que haga que un escalofrío le corra por la espalda.
—¡Yo no pienso morir! ¡Ja! ¡El que llega último es un pescado podrido! —grita Mokuro y empieza a subir las escaleras corriendo.
—¡Heeey! Te has adelantado. —Se queja Akina e inicia detrás de él.
—¡Siempre aprovechándose de mí!—exclama Kei y empieza a subir por detrás. —¡Uoooooooooooooooh!—el chico empieza a incrementar increíblemente su velocidad, tanto que le provoca que sus ojos se hinchen y la piel de su cara se vaya hacia atrás con la fuerza del viento.
Cabe de más decir que eso les ha reducido el tiempo de caminata de forma importante. Para cuando hay dos ishidouru (faros de piedra) a los costados de la escalera que emanan una tenue luz, indica que ya están en la sima. Aquí hay otro arco Torii color rojo, y ellos posan justo abajo, bastante cansados.
En frente hay un camino de piedra con más faros iguales a los costados que dan hacia un templo tradicional, construido de madera y que predomina en los colores rojo, blanco y negro. Pero no solo eso, al frente hay una mujer vestida un kimono naranja con flores amarillas. El cabello de esta mujer bella de aspecto joven es color malva y sus ojos son aún más llamativos, pues predomina un violeta intenso.
—Oh, han llegado, chicos, los estábamos esperando. El maestro ya creyó que no vendrían.
De repente Mokuro, sin respiro alguno, aparece a un lado de la chica.
—Hola, Tomoyo. Nunca faltaría si estás en este templo.
—Señor, Mokuro. Le suplicaría que mantenga una sana distancia, por favor—Solicita la mujer con mucha serenidad.
“¡Ay! Adoro esa frialdad”, tiene en mente Mokuro.
—¡Tráigame a ese viejo que me debe una espada!
—Creo que es mucho repetir. Pero… ¿Podrías dejar de gritar una MALDITA vez? —dice Akina y de un segundo a otro muestra una mueca alegre.—Gracias.
—¿No es que si eres de palo no escuchas y tienes orejas de pescado?—
—Oye, Tomoyo, ¿podrías dejar esa escoba y empezar a cavar una tumba? Lo enfriaré rápido—suspira Akina un repentino vapor.
—¡Mokuro! ¡Auxilio!
Su amigo por lo contrario de ayudarlo se empieza a descostillar de la risa. Akina da un paso y el por poco da un salto hacia atrás, realmente asustado. Por lo menos llega una ayuda para Kei.
—Qué vergüenza, ¿así has sobrevivido toda la isla, niñato? —lanza una pregunta una voz bastante anciana pero gruesa.
Al dar un paso más hacia atrás, Kei choca con alguien. Se da la vuelta para mirarlo. Es un hombre muy anciano, cejas largas, cabello lacio y muy largo, como también una barba en forma de chiva, la cual acaricia con su mano. Viste con una túnica negra, que a su interior se ve un color rojo.
—¡Maestro! —coinciden Akina y Kei.
Quien tiene una expresión sorprendida pero calmada es Mokuro, cuya mente se muestra calculadora.
“Maldición… incluso luego de todos estos meses… seguimos sin poder determinar por donde aparecerá”, piensa Mokuro.
Lo que recuerda el muchacho es el año anterior, en pleno entrenamiento durante el examen. Seiryu había dejado de entrenar personas hace mucho tiempo, no importa cuánto rogaran u ofrecieran en dinero. Solo él decide a quiénes entrenar. La mujer del kimono, más un alumno más, y Akina, fueron los únicos a quienes admitió. Pero Kei, cuando se presentó como tal, y Mokuro, al ofrecer dinero, pudieron causar la simpatía al anciano. Desde aquí les puso un reto, que si a partir de ahí logran anticiparse a él antes de que se aparezca ante ellos la primera vez en el día, les dejaría de cobrar.
—Usted es un mago. No me mienta.
—Je-je-je sí que están cargados de energía. ¿Qué tal si entran adentro a relajarse un poco y tomamos un poco de té?
—¡Kru!—responden los tres alumnos juntos.
Esta palabra Kru viene de un país de Laurasia que él conoció, y se dice en honor al entrenador, como reconocimiento. Según cuenta Seiryu, una de sus alumnas fue quien se la enseñó y desde allí la adoptó.
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Cuando están dentro del templo se reúnen en una de las salas, que da a un altar con algunas velas, pero principalmente una estatua de un hombre de ocho brazos. Dos brazos se unen al centro entrecruzando los dedos, cuatro están a los costados con las manos volteadas hacia arriba, mientras que otros dos brazos dan hacia delante, donde sustentan de lado a lado una espada enfundada.
Al centro de la sala hay una mesa ratona de madera, y a su alrededor se pueden sentar los muchachos y Seiryu. Pronto llega la otra mujer, Tomoyo, con una bandeja cargada con una tetera y cinco tacitas de madera.
—Ayudaré—Se ofrece Mokuro.
Seiryu levanta la mano para darle un alto. Tomoyo, sin nunca mosquearse, coloca la bandeja al centro de la mesita y se sienta al lado de ellos.
—Saben, cuando son mis alumnos, cuando no les cobro dinero, yo exijo pagas de otros modos. Una de las tantas es hacer un servicio al templo. Y bueno, Tomoyo prefirió esa.
—Oooh… ¿Y por qué Akina no está haciendo alguno?
La chica se cruza de brazos y desvía la mirada cuando Mokuro hace dicha pregunta.
—Jajajaja—suelta una carcajada Seiryu. —Si supieran lo que era Akina. A regañadientes no quería ir al colegio. Su servicio lo inventé en ese momento. Debía ir a la escuela y terminar su ciclo lectivo obligatorio.
—¡Oye! No es tan distinto a ti, Kei, Ja.
—¡No me compares! —clama Kei y Akina al mismo tiempo.
—Yo empiezo a verlos como almas gemelas—dice Mokuro con mirada sospechosa.
—¿Con él? —
—¿Con ella? —hablan en simultaneo los dos. —Ni lo pienses—
—Ni lo pienses—
Ambos observan al lado contrario del otro con brazos cruzados. Seiryu se mira junto con Mokuro, como si afirmaran lo obvio. Tal vez haya cierta realidad en ese viejo dicho de “los que se pelean se aman”.
El anciano bebe del té que hay en su tacita.
—Hmmm… muy rico, Tomoyo. Excelente como siempre. ¿Y Yamato?
—Creo que en el comedor habían muchos chicos y dijo que llegaría muy tarde.
Esa persona de la que hablan, Yamato, es el otro alumno de Seiryu. Es un hombre muy sensato y atemorizante, que trabaja en un comedor comunitario infantil.
Luego de responderle a la chica, el viejo se levanta y va hacia el altar. Allí toma la espada y regresa para sentarse una vez más, mientras la sostiene entre sus brazos.
—Kei.
El chico se coloca muy firme apenas el viejo pronuncia su nombre.
—Aquí tienes la espada que te ayudó a pasar el examen, la Sombra de los Dioses. Su nombre tiene mucho de literal. Como sabes esta espada te eligió a ti y yo no puedo negártela. Esta maldición es un pecado con el que debes cargar de aquí en más. El tormento de ese ser viviendo al interior de ella es lo más pesado que posee.
Frunce el ceño al escuchar eso último. Pero también tiene cierta duda. Kei no le contó a nadie aun de que hay un alma al interior de esa espada y que le habla a la cabeza de Kei, hasta pudiendo leerle los recuerdos. Mokuro y Akina se ven sorprendidos al escuchar tal cosa.
—En la naturaleza hay elementos. El agua, el fuego, el viento, la tierra y sus brotes, y el rayo. Cada área está manejada por un ser de características divinas… a las cuales llamamos los cinco Titanes Elementales.
Los chicos se ponen realmente atentos a esto, porque Seiryu ya había mencionado a esas criaturas antes en relación a la espada y es la primera vez que les va a contar de ellas.
—Estas cinco criaturas son increíblemente poderosas, solo el ser al interior de esa espada es quien las puede manipular y controlar su poder. Por ello se llama la Sombra de los Dioses, la sombra que siempre está detrás de ellos. Esos dioses son tuyos Kei, y puedes recuperarlos a la espada si logras derrotarlos atravesándolos en el núcleo de su cuerpo.
“Algo similar me contó la señorita Yanin cuando nos encontramos de nuevo. Ella también estaba sorprendida de que tenga esta espada en mis manos”, piensa Kei.
—¡Fantástico, Kei! ¡Jaja! Suena increíble—dice Mokuro, a lo que Kei contesta sonriente.
—No desesperen. —Les corta la emoción el anciano. Todavía tiene más cosas que contar para ellos.—Solo el ser de su interior puede controlar todo el poder de esas cosas, el resto apenas una ínfima parte y menos si no posee el poder de la espada. Al igual que el Guardián Divino que está detrás de mí, todos tenemos ocho puertas en nuestro interior, pudiendo abrir seis para empezar a manifestar nuestro reiki y si libramos las ocho manejamos el alma-reiki. Cosas que ya les conté. Pero el que posea a los titanes rompe esa barrera. Eso quiere decir que tendrás esa ventaja, pero los titanes se adaptarán a tu límite, Kei.
Al recalcar esas cosas, Kei logra entender que no va a tener superpoderes o volverse muy fuerte de la noche a la mañana.
—Aun así, ellos y el espíritu de tu interior utilizarán su presión para poder adueñarse de tu mente y cuerpo. Deberás luchas constantemente contra eso, Kei, y no será nada fácil.
Conoce bien el joven al espíritu del que habla Seiryu. Lo sufrió las dos semanas que duró el examen y realmente le fue trabajoso tolerarlo. Así que ahora mismo puede que se sienta nervioso al oír eso. Aun así siempre tiene en cuenta que tiene a sus dos compañeros a su lado.
—Quien no es usuario original de los titanes, debe llamarlos a través de recitar unas frases. A cada uno le corresponde una. Tuve en algún momento una gran indagación y las anoté en un libro mío. Pero he arrancado la página para ti, muchacho. —Debajo de la túnica el viejo saca un papel y se lo entrega al chico.—Míralo cuando puedas y a su debido tiempo. Deberás memorizarlas.
Detenidamente toma el papel mientras asiente con la cabeza.
“Hmmm… sospecho que… nos va a mandar a buscar a esas cosas… no sé por qué”, piensa Mokuro.
“¿Cinco criaturas en manos de este chico? Creo que será una catástrofe”, piensa Akina. “Pero es interesante”, sonríe.
—Kei—vuelve a acentuar en el nombre del chico. —Esa espada tiene mucho que ver con la muerte de tus padres. Yo no sé qué pasó ese día. Pero la hechos, hechos están. Cada paso que des a revelar todos sus secretos no es solos saber del espíritu de su interior, sino saber más de tus padres y, por ende, de ti mismo. ¿Es lo que buscas?
—¡Por supuesto! —golpea Kei la mesa con ambos brazos. Eso hizo que Akina se exalte un poco. Mokuro la mira con sospecha por haberse asustado, y ella un poco avergonzada desvía la mirada. —¡Quiero saber todo! ¡No importa qué se ponga en mi camino!
“¡Tal cual! La señorita Yanin me dijo lo mismo. Se nota que es una alumna de este estupendo maestro”, vuelve a tener en su cabeza.
—Bueno, esa es una actitud que apoyo. Conoces nuestra cultura. Una espada pasa a ser parte tuya, una extensión de tu cuerpo. Así que cárgala contigo de aquí hasta el final, Kei. Será tu nueva amiga y herramienta—señala Seiryu y entonces desliza lentamente la espada por la mesita para pasársela a Kei. —Cárgala con el honor de tus padres y el mío.
Al recibirla de nuevo, al tener el arma de nuevo entre sus manos, Kei asiente con la cabeza.
—Bueno, y el resto, Akina, Mokuro. A mulear como persona normal Jajaja, ustedes tendrán que esforzarse mucho más si no se quieren quedar atrás.
—¡Por supuesto! ¡No voy a dejar que me gane! —muestra el puño Mokuro.
—Je, mira si me va a ganar este chico—sonríe Akina, con mucha confiada encima.
Kei mientras sostiene la espada, mira a sus dos compañeros para luego sonreír. Puede que el maestro le haya metido mucha responsabilidad pero cree que podrá seguir adelante… no está solo como en algún momento.
—Y bueno, jóvenes. Los esperaré mañana una vez más. Los pondré a prueba y luego les contaré de su primera misión. Ya fue aprobada por la S.GG (Sociedad de los Guardianes).
—¡Sí! ¡Al fin una misión para nosotros!
—¡Eso es!—Se alegra también Mokuro.
Akina también se muestra bastante contenta, pero a veces ella permanece algo reservada. Aun así, hay mucho que pensar sobre lo que ha dicho Seiryu ahora. Puede que esta noche y el día de mañana sean bastante largo con eso en la cabeza.
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