Keimamura X - 10
El infame “tren de la tormenta” ondula de arriba abajo bajo las oscuras aguas del Estrecho de las Marianas, dejando presa a toda la gente que tiene en su interior, en una dependencia extrema, al punto de ni siquiera poder contactar con el exterior. Y a pesar de que es un viaje lleno de lujo, nunca se descartó que pudiese ser peligroso.
La penumbra que se ha adueñado de los interiores del tren, junto a los griteríos y el cúmulo de personas, arruina los sentidos de las personas. Kei ha soltado al barman a quien tenía amenazado y se escabulle entre las personas, ya que su primera prioridad ahora es la seguridad de sus amigos.
“¿Dónde están? Akina… Mokuro, Law”
El personal está tratando de calmar a los viajeros, quiere que se bajen los humos para así todos puedan salir ordenadamente de los vagones de fiestas y regresen a sus camarotes. Kei llega donde Akina, quien se alegra de verlo y luego de eso se suma Mokuro.
—Mokuro, hay que irnos de aquí—dice Akina, algo nerviosa y con la piel erizada.
—Claro, me parece mejor hablarlo en nuestro camarote.
Si algo tiene en mira Kei es hacia la multitud, tratando de cazar con la vista a aquel hombre grande que lo estuvo persiguiendo, el sospechoso crupier que se hace el tonto respecto a la espada que él carga. Los aprendices quieren irse por la puerta de salida, pero uno de los guardias del tren los detiene.
—Esperen, saldremos orden cuando se dé el aviso—
—Amigo, somos agentes de seguridad. Así que déjanos pasar–muestra Mokuro su licencia una vez más.
—L-lo entiendo, señor, pero si lo dejo salir la gente comenzará a sospechar. Nadie sabe que ustedes están aquí…—responde entre susurros.
En el escenario brilla una luz. Es raro ya que toda la energía del tren está anulada, pero solo la luz del foco sobre aquel lugar ilumina a dos personas, la mujer de las subastas y al grandulón, el crupier.
—¡Damas y caballeros, nos volvemos a ver! Lo primero que queremos es una disculpa, ha ocurrido una falla en los circuitos del tren y nos quedamos sin energía lumínica. Me refiero a que la máquina sigue funcionando y estamos en camino a Lincestis.
Los comentarios de la mujer calman un poco a la multitud, ya que el miedo de las personas empezaba a materializar ideas extrañas, como que el tren habría dejado de funcionar y se hundiera o se acabara el oxígeno.
—Por otro lado les tenemos una propuesta. Ustedes, millonarios, sus vidas están en nuestras manos—reaccionan muy extraño las personas cuando esta mujer dice tal cosa, faltándoles indebidamente el respecto.—Hemos calculado una suma de dinero a cambio de que todos ustedes lleguen con su debida seguridad al puerto, ya que el boleto no es más que le pago a estos pobres trabajadores.
—¡¿Pero qué rayos es esto?! ¿Una broma?—vocifera uno de los hombres, con mucha rabia encima.
—Claro que no, señoras y señores, este tren está en nuestras manos ahora mismo. Así que si no nos creen les tendremos que dar una demostración. Haz lo tuyo, Bertolt.
El grandote se baja a un costado del escenario y entonces trae a dos personas arrastrándolas como bolsas. Son dos hombres inconscientes a los que los lanza arriba. El tipo extrae de sus bolsillos dos tarjetas, que no son nada más y nada menos que licencias de Guardián.
—Puede que no se vea muy bien, pero hemos capturado a todos sus guardianes del tren. Y la fuerza de seguridad convencional no es obstáculo para nosotros. ¿No?
—¡Ya paren con este teatro!—grita una mujer. —¡No estamos para bromas!
Desde lo más lejos de todo Kei tiene su mirada puesta en Bertolt, casi como si lo hubiese tomado como un enemigo a quien le tiene rencor. El muchacho parece que quiere darle algún tipo de lección.
—Esas dos personas… no sé si son ellos pero están conectados sin lugar a dudas. Y si son guardianes… quiere decir que es cuestión de tiempo que nos atrapen a nosotros también—comenta Mokuro.
—Chicos, Law estaba entre la multitud también.
—¿Law? ¿Akagami Law? ¿El que conocemos?—consulta Akina.
—Sin dudas. Me dijo que habían guardianes en el tren además de él y nosotros. Tengo miedo que sea uno de esos…—menciona el muchacho.—Porque si es así me las pagarán…
Mokuro trata de observar bien, sumando a eso lo que tiene en sus recuerdos de cuando los arrastró.
—¿Tenía el mismo color de pelo que en la isla?
—Sí, tenía ese violeta asqueroso.
—Entonces no es ninguno de ellos. Él debe estar entre la gente.
La mujer del escenario levanta la mano hacia arriba, cuando dos círculos mágicos se manifiestan alrededor de sus muñecas, las luces regresan al tren.
—Si quieren una demostración que les de miedo, se las daré. Magia eléctrica N°23: Descarga de tensión—terminado de decir su amenaza y aprovechando lo sorprendida que está la gente, todos los focos empiezan a reventar por la sobrecarga de energía que les está metiendo la chica.
Algunos caen al piso sobrecogidos, otros se tiran hacia atrás y algunos intentan huir por sus vidas.
—¡O se quedan quietos o los matamos a todos! ¡Les dijimos que no tienen que morir! ¡Solo queremos unos… 100 mil millones de Intis!—
—¡Eso es demasiado dinero! ¿Qué creen? ¿Que el dinero lo cagamos?
La mujer apunta con su dedo a ese hombre que acaba de contestarle de mala manera.
—Magia eléctrica N°20: circuito dirigido—desde el dedo de la chica y desde el metal sobre los aros que rodean el cordón de los zapatos de un hombre entre la gente, hombre que se encuentra a espaldas del señor que acaba de retobarse contra la mujer, se genera una conexión, cosa que dispara un rayo de lado a lado que atraviesa el corazón de este hombre y cae al piso muerto.
—¡¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaah!!—gritan los de su alrededor.
—¡Uno menos! ¿Alguien más?.
—¡Vamosss! ¡Entreguen todo su dinero! ¡Basuras!—decide lanzar un grito Bertolt, cosa que llega a todo los dos vagones y con un gran volumen.
Acá hay distintos tipos de reacciones, están los que deciden ceder y ofrecer la entrega de dinero y luego están los que no, aquellos con orgullo que se resisten a ser asaltados por unos mafiosos.
—Me alegra por todos aquellos que entienden su posición, pero creo que entre todos los que se ofrecen no llegan a 50 mil millones… cosa que nos molesta, ya que somos bastante caprichosos. Pero bueno, son duros. Tal vez si los dormimos será otra cosa—la chica mira hacia un costado y asiente con la cabeza.
El cantinero está mezclado entre la gente, disimulando no ser uno de ellos, pero hasta que ella le da la señal llegó todo. Sabían que si los millonarios no cedían de buena manera tendrían que hacerlo de mala, así que este hombre es quien ahora va a hacer su trabajo. Se saca el guante de sus manos y toca el piso.
—Somnífero ponzoñoso—recita el hombre. Debajo de su mano empieza a liberarse un extraño gas. La gente más cercana es la que no puede ni verlo pero lo huele y ni son cinco segundos para que su mente se ponga negra y caigan al suelo dormidos.
Todos empiezan a derrumbarse como piezas de domino o filas de palitroques. La gente se abalanza hacia la salida.
—¡Se vienen hacia nosotros!—exclama Kei.
—¡Están cayendo! ¡Se están cayendo! ¡Estas personas son peligrosas!—son los gritos que se escuchan hacia atrás.
Mokuro se da vuelta y el guardia se corre a un lado porque sabe que no los puede detener. Abren la puerta y cruzan hacia el otro vagón. Es hora de regresar hacia el camarote.
—¡Falta Law!—dice Akina.
—Es cierto. No podemos dejarlo—acompaña Kei a lo que dice Akina.
—Law tiene sus portales, si es inteligente se ocultará por su cuenta. Nosotros no podremos hacer algo así, hay que huir—
Al observar hacia el escenario Kei puede ver a Bertolt saltar y venir en esta dirección corriendo. El tipo es tan corpulento que su corrida empuja a esas personas que están en su camino.
—¡A correr!—toma Akina a Kei de la muñeca y se lo lleva.
Corren junto a toda la gente de forma que más o menos no puedan ser ubicados.
—En el camarote pensaremos qué hacer—propone Mokuro.
—Hace ya bastante que estamos bajo el agua, ¿cuánto más tardaremos en subir?—consulta Akina a Mokuro por si sabe la respuesta.
—Creo que dura como una hora… pero no me acuerdo cuando bajamos.
—¡El vagón de las cosas! Si vamos al vagón de carga estaremos seguros—exclama Kei.
—Oye, eso no suena nada mal. Creo que lo último que pensarían es que nos iríamos tan atrás. Si están todas las cosas ahí, podremos ocultarnos.
—Nada mal—dice Akina.
Kei vuelve a ver hacia atrás, ya se puede ver a Bertolt a lo lejos, ha entrado a los vagones de pasajeros también. Las ansias de Kei de enfrentarlo son grandes, pero también le tiene miedo.
Y así como lo deciden a último momento, huyen entre toda la gente que va hacia las últimas cabinas, allí llegan donde está la de ellos para poder tomar sus cosas y entonces prosiguen hacia delante. Se topan con una puerta con una enorme manivela, Mokuro y Kei empiezan a girarla y Akina hace de campana.
—¿Qué hacen?—pregunta una de las personas.
—Siga a su camarote, por favor—le dice Akina.—No será seguro por este lugar.
A Bertolt se lo puede ver abriendo las puertas, cosa que genera gritos de desesperación entre los ya asustados pasajeros. Y ni siquiera las abre normalmente, lo hace con fuerza bruta, golpeándola duramente contra las paredes al deslizarla.
Abierta la puerta, Akina es la primera en meterse adentro y luego prosiguen los chicos para luego cerrar la puerta.
—¡Bien! Seguros… Cumplido lo que dijo el maestro, primero nuestra seguridad…—dice Mokuro.
—Qué poco heroico, pero admito que tengo miedo. Vi a la gente caer y me empecé a alterar… solo quería darle una lección a ese grandote.
—¿Viste algo, Kei?
—Me persiguió y me preguntó por la espada. Y el cantinero, tengo sospechas de él, no solo por su pelo blanco. Alguien mató al Guardián que estaba en la barra y tuvo que ser con la bebida… no se me ocurre otra manera.
—Yo particularmente no vi nada. Solo tomé recaudos cuando vi toda la batahola—agrega Akina, cruzada de brazos y jugueteando con sus dedos.
—Yo tampoco lo vi. Pero bien. Tenemos dos sospechosos que vio Kei y uno está confirmado, ese grandote. Por lo que se pudo ver es fuerza bruta, pudo cargar con esos dos cuerpos inconscientes con una mano cada uno…
Al fin deciden ver hacia el resto del vagón. Así como se ve, está lleno de cajas de madera y cosas recubiertas de sábanas blancas. Sí es un lugar en el que es difícil encontrar algo si no se saben sus posiciones.
—De alguna manera han logrado dormir a esas personas. Yo creo que puede ser mediante un gas, pero ellos mismos no se veían afectados.
—No olvides a la mujer que maneja electricidad. Yo creo que debe ser de lo más peligroso…—dice Akina.
—Es un hecho. Si esperamos a que suba el tren tal vez podremos tener comunicaciones y si hay algún gas… el exterior nos podría ayudar. Debe haber una escotilla de salida en algún lado.
—Si tuviera a la titánide del agua, seguramente nada de esto sería difícil—dice Kei.
—¡Buena idea, Kei! Hoy estás a full. Si llegamos a las gemas, Kei podría usarlas. El maestro dijo que son poderosos.
—Hmmm verdad. A ver si esa espada demuestra lo que es en algún momento. Si los congelo, seguramente podremos ganar el tiempo que necesitamos. ¿No?
—Exacto. Si pudieras hacerlo con la mujer del rayo, yo creo que sería espectacular—dice Mokuro.
—¡Eso es equipo!—alza el puño Kei. Más que estar contento se intenta dar ánimos a sí mismo.
Resuena un tremendo golpe contra la puerta del vagón. Los chicos reaccionan y vuelve a ocurrir otro sacudón.
—¡Sé que estás ahí, pendejo! ¡Ja, ja! ¡Sal y vamos a divertirnos! Enséñame esa espada—golpea otra vez la puerta. Los hierros se empiezan a ver como se mueven, ya que el hombre empieza a girar la manivela.
Akina levanta su pie y lo lleva de nuevo otra la tierra dando un pisotón, recitando:
—¡Aizu doro!
El camino de hielo avanza hasta levantarse por la puerta, de esta forma atasca todos los engranaje para que la puerta no pueda abrirse. Los chicos exaltados ahora tienen que tomar el tiempo ganado para generar un plan.
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