Keimamura X - 19
El siguiente día es un amanecer tranquilo. Todo el mundo se ha hecho eco del ataque terrorista a Zuid y las fuerzas gubernamentales ya están trabajando en ello junto con la Sociedad de los Guardianes local. Las especulaciones se están activando rápidamente, tan solo un día del accidente del tren de la tormenta, que viajaba en camino a esta misma ciudad, y ahora ocurre esto. Algunos analistas están sospechando que es algún grupo de índole anarquista y eso ha activado las alertas de los gobiernos en vigilar a este tipo de personas.
Pero sin lugar a dudas el día continúa sin mucho que contar.
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Provincia de León Dorado (Ámsterdam)
En el elegante castillo Muiderslot se han distendido luego de la misión de anoche. Por uno de los pasillos que dan hacia el jardín, camina Egon, ahora vestido con un saco, pantalón negro y una camisa blanca. El jardín de Cincuenta metros por cincuenta está repleto de árboles, plantas, y una fuente que larga agua en el medio. Llegando a una esquina y junto a una columna, Egon se detiene al encontrarse con Cryne.
—De todo el grupo nos falta Emilia. Calitzo nos dijo que salió en una importante misión que le encargó. ¿Crees que planea algo? Normalmente nos informa a todos—habla la chica.
—Emilia es la más antisocial de los tres, siempre reacia a hablar con todos. Después de todo es de la plebe, no entiendo por qué papá se compadeció de ella. No es mucho problema.
—¿Crees que se rendirán Los Caballeros luego de que atrapamos a su maestro? Él todavía no ha decidido hablar nada, no importa qué tanto lo golpee Bertolt.
—Va a hablar. O por lo menos mi padre lo logrará, hará que se rindan de una vez.
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En la planta baja, la sala que está más aislada de todo es la cocina, allí entra una puerta donde solo los cocineros suelen estar, y es tal vez una de las salas más pequeñas de todo el castillo, por más que sea más grande que una habitación promedio. Allí hay una puerta de hierro que da a una escalera que baja al subsuelo. Paredes empedradas y porta antorchas indican la antigüedad de esta especie de mazmorra, que hasta la actualidad la familia Calitzo le está dando su utilidad.
Las cárceles aquí abajo son en su mayoría adornos de una edad moderna pasajera, pero que estos malandros han logrado darles una utilidad. Hay tres de estas celdas ocupadas por chicas jóvenes, cegadas con un tabique y amarradas en las manos. Por este largo y silencioso corredizo es que camina un hombre de cabello largo castaño opaco, atado en una colita, con un uniforme militar verde oscuro, llega a solas hasta esta última celda. Aquí se puede ver al vagabundo, el anciano maestro de Law llamado Fyodor, recostado sobre la triste camilla tocando algo parecido a una pequeña ocarina vieja.
—¿Ya estás entreteniéndote, anciano?
—Estaba pensando en como rescatar a estas muchachas que tienes secuestradas, Calitzo.
—¿Ahora quieres hacerte el poderoso? ¿Qué anule tu control de la magia no fue suficiente?
—Ese hechizo te cuesta mana a ti también, así que no durará para siempre. Está claro que con mi reiki podría seguir peleando, pero no soy tan loco como para pelear con un mago oscuro.
—Jajaja veo que entiendes tu situación. No voy a necesitar tanto poder si no sigues vivo, Fyodor. Quisiera que comprendas tu posición, porque he venido a negociar contigo una única vez. Sin reiteraciones.
—Si me matas mis socios de la Sociedad de los Guardianes se darán cuenta. No querrás tener al profeta buscándote, ¿no es así?—amenaza Fyodor, refiriéndose a través de un apodo a alguien que ambos parecen conocer.
El hombre de vestimenta militar se queda callado y poco a poco manifiesta una tenue sonrisa.
—Nadie tendrá que venir a buscarme si no hay nadie que avise que deben venir a buscarme. No sabes qué tan lejos puedo llegar, ¿verdad?
—No, sí lo sé. No esperaría menos de alguien que camina en la podredumbre, Calitzo. Ese tipo de actos es lo que te llevó a alejarte del trono de Ámsterdam.
—¿Sabes qué ocurre, Fyodor? No necesito ocupar el trono cuando con mis contactos doy órdenes al trono. Es una ecuación sencilla—comenta el viejo. Ahora su sonrisa ya muestra los dientes.—Mi negocio es sencillo, tú y tu gente se largan de esta país y yo no los perseguiré más. Nada sabrán de lo que ocurrió en el tren de la tormenta, y la investigación internacional quedará como un caso inconcluso. ¿Qué dices?
—Eres un iluso. Esta vez te has ido de las manos, matar a toda esa gente, perteneciente a la elite de algunos países, no se detendrán hasta encontrar a los verdaderos culpables. Pero yo, como uno de los representantes del Consejo de Magia internacional, me encargaré de darte un castigo.
El general lo mira con una expresión asombrada, casi si no hubiese esperado que le dijera algo así, pero no dura mucho. Al segundo, Liselot suelta una carcajada burlona debido a ello.
—¿Un castigo a mí? Fyodor, conozco mucho de ti, de tu Legión. Ustedes trabajan en secreto ya que son ilegales a nivel internacional, pero si fuese capturado, no me costará nada delatarlos a ustedes. Si caigo, los llevaré conmigo. Así que piénsalo y deja de pensar en supuestos castigos, tú eres quien está castigado aquí—el tipo le da la espalda y se va caminando por el pasillo.
—¡Liselot!—vocifera el anciano, agarrándose de las rejas. El noble se da la vuelta para prestar un poco de atención a lo que diga.—Lo he tomado como un reto, y ahora esto es una guerra.
No le contesta a lo que le dice, porque en simultaneo a las palabras del viejo, Liselot siente una presencia justo detrás de él. Viro hacia ese lugar, viendo que el culpable no tiene la mínima intención de ocultarse. A menos de diez metros está parado ese hombre introvertido de cabello verde claro, vestido con traje negro y un sombrero que genera misterio en su rostro.
—Viniste al país no para hacer negocios, ¿no, Fyodor? Tal vez, solo has venido como manera de satisfacer tu rencor.
Tanto Faxu como Calitzo quedan en silencio mientras se miran el uno al otro.
—Todos los miembros de mi Legión… los considero mis hijos. Los Caballeros nacieron para que mi pueblo sintiera que tenían quien los protegiera de la tiranía de Ciro, y cuando heredé el mando dije que los seguiría protegiendo como a cada uno de sus miembros. Todo honestos voluntarios que quieren el bien de los demás… y tú… por unos miserables libros—aprieta los dientes el vagabundo y frunce el ceño, teniendo recuerdos de aquellos que Law contó en algún momento, el ataque de un grupo a la base de su Legión.—Los mataste, no les tuvieron piedad, y como cobarde ni siquiera dieron la cara, sino que buscaron unos miserables mercenarios como los Pecados Capitales.
—Si todo esto es por venganza—dice con una sonrisa—lo hubieras dicho desde el principio.
—Ni se te ocurra subestimar a Faxu, él es uno de mis mejores hombres—advierte Fyodor.
El joven todavía no lanza ninguna palabra, ya que parece normal de él no decir nada. Calitzo puede tomar esto como un reto, si este es uno de los mejores de sus hombres, quitándoselo de encima nadie más podría estorbar.
—Anima Levi—el hombre recita unas palabras, un hechizo desconocidos que materializa en sus dos manos un par de cuchillos.
—¿Estás seguro de enfrentarme, muchacho? Estás a punto de enfrentarte al maestro de las artes oscuras. —Calitzo relaja sus manos a los costados.
Los dos vuelven a quedar en un incesante y tenso silencio. Solo Faxu es quien se muestra en posición de combate, no representando amenaza alguna para el líder de Endless Paradox.
—Ve, Misterius—dice Faxu, y de repente detrás de él aparece el raro enano de cara cubierta, corriendo a toda máquina.
El objetivo es muy sencillo, seguramente que él sea quien vaya a ayudar a su maestro mientras Faxu lo entretiene. Él corre abalanzándose hacia Liselot mientras el enano pasa de largo, arremete en un tajo doble con sus espadas. El viejo ve rodeado su antebrazo con aura roja y lo levanta, interceptando las dos espadas. A su vez, apunta con una mano al enano que ya está llegando a la última celda.
—Traición de la sombra.
Se ve obstaculizado Misterius cuando no puede controlar su cuerpo. Su voluntad quiere avanzar pero es como si estuviese paralizado, esforzándose porque sus piernas le hagan caso. Faxu le encaja una patada a Calitzo y entonces prosigue con algunos de sus ataques, hasta que de repente al soltar un espadazo al aire, entre medio de ambos ocurre un estallido de aire con la potencia de una bomba, rechazándolos a ambos y rompiendo la rejas de alguna de las celdas. Una de las chicas allí ubicada a logrado replegarse contra un rincón y salir ilesa.
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En el resto del castillo es como si no pasara nada, Cryne pasea por los pasillos del jardín, Bertolt descansa en una de las salas de las tantas salas de descanso, en un sillón acolchonado de color rojo, Egon está en una biblioteca leyendo algún libro y Georg es el único que estando en la parte baja del castillo ha escuchado la bomba sonar en el subsuelo, lo que lo hace movilizarse.
Apenas patea una de las puertas, del otro lado está Law, quien le devuelve la patada directo en su máscara, haciéndolo volar contra todas las bandejas de la cocina.
—Lo siento, pero no te puedo dejar seguir—dice Law.
—Tch… Tú, ¿cómo has entrado aquí?
—Eso me hubiera gustado preguntar cuando se entrometieron en el tren—le responde Law a la vez que se pone en guardia.
—El señor Calitzo está enfrentando a alguien ahí abajo. No tendrá oportunidad contra el jefe, pero es mi deber defenderlo.
—Y mi deber es salvar y proteger a mi maestro. ¿Por qué no te sacas esa maldita máscara?
El hombre ladea con la cabeza.
—Nadie tiene el honor de conocer mi verdadero rostro, jejeje. ¡Adelante, mocoso!
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Seguro que de todos dentro del castillo, Cryne es la única que intuye lo que está por pasar. Ella divaga tranquila entre todas las flores, disfrutando de la vista de las abejas polinizando, las hojas sueltas del viento y las mariposas volar. Ella toma una flor y la lleva contra sus fosas nasales, gozando de su rico olor.
—Creí que morirían todos a merced de ese furioso mar. Cualquier creería que no tenían posibilidades de vida unos simples novatos—comenta Cryne y voltea hacia atrás, viendo a Akina y Naomi en el mismo jardín que ella.—Nunca creí que serían ustedes quienes vendrían por nosotros.
—Aki, mi habilidad consume mucho poder y me cuesta activar y desactivarla. Así que primero debemos estudiar todas sus capacidades antes de que tenga que emplearla, ¿sí?
—Entiendo. Esto depende de mí—frunce el ceño Akina.
La mujer de cabello celeste suelta la flor de su mano, enseñando pequeños chispazos alrededor de su cuerpo.
—No tendré nada de piedad—suelta una macabra sonrisa.
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Por último, quien se escurre por las salas tratando de buscar una mencionada biblioteca es Mokuro, pero no está ni cerca todavía, porque primero tiene que pasar por una sala donde hay alguien a quien conoce muy bien.
—Joder…—susurra luego de abrir la puerta y avistar a Bertolt.
“¿Está dormido? Tengo que encontrar la forma de sortearlo sin lidiar con él”, piensa.
Hasta acá no han venido sin un plan. Si iban a enfrentar a Endless Paradox no solo debe ser una confrontación plena, sino que recuperar los libros robados de su maestro también es parte de este plan, y siendo que los más expertos debían encargarse de los más pesados de esta mafia, creyeron que es Mokuro el indicado para encontrarlos libros y recuperarlos.
“Después de todo, pelear no estaba descartado del todo, pero no pensé que fuese tan pronto”, piensa Mokuro.
—¿Y qué tal si cambiamos un poco de plan?—pregunta Kei, mostrándose a espaldas de su amigo.
—Él puede adivinar tus movimientos, no sabemos cómo lo hace. ¿Seguro?
—Claro que sí. Ahora tengo algo que no tenía esa vez—Desenfunda su espada y entonces su dedo pulgar lo pasa por el filo de su espada, brindándole un poco de su sangre.—Pagarán haber hecho lo que hicierona a toda esa gente. Purifica a quien intenta destruirme—los ojos de Kei pasan a brillar de un color azulado y extiende su espada hacia el costado.
“Lo hice, lo hice. Siento el poder fluir dentro de mí”, piensa Kei.
—Voy—le avisa Kei y encara una carrera directo a su rival.
Salta apenas entiende que tiene una distancia conveniente, levanta su espada y la lleva contra el grandote durmiendo. La victoria no será fácil, Bertolt abre los ojos con velocidad y hace un aplauso, deteniendo el ataque de Kei. El chico le encaja una patada en el mentón para poder darse el empujón y sacar la espada, haciendo un corte entre las palmas de su enemigo. Kei se aparta.
—¿Pero qué mierda? ¿Acaso esto es un maldito sueño?—expresa el confundido Bertolt, pero gira su cabeza, viéndolo a Mokuro correr por la sala.—¡No lo es!
Kei lo tiene que detener y tiene una manera de hacerlo, con el ente en su cabeza que siempre le habla.
[—Chico, extiende tu mano y repite conmigo—]
Él hace la cosa tal cual se lo pide, señalando hacia Bertolt que busca atrapar a Mokuro.
[—Trampa de agua—]
—¡Trampa de agua!—recita Kei.
Nada puede hacer el grandote cuando bajo sus pies nota como brota el agua, y debe ser en menos de un segundo que un chorro a presión se desprende desde allí abajo y lo estampa al grandote contra el techo.
—¡Jaja! ¡Seeee!—cierra su puño festejando. Mokuro tiene el tiempo para escaparse de la sala ahora sí.
Siendo que se han separado, ahora la gran duda ronda en qué tanto podrán aguantar cada uno de los aprendices individualmente contra estos expertos criminales.
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